El
impasse sirio
Por
Immanuel Wallerstein (*)
Agence
Global, 15/02/2012
La Jornada, 19/02/2012
Traducción de Ramón Vera Herrera
Bashar Assad se ha elevado a las
alturas de ser uno de los hombres menos populares en el
mundo. Casi todos lo han denunciado como tirano –de hecho
un tirano muy sanguinario. Incluso aquellos gobiernos que se
niegan a denunciarlo parecen aconsejarle que refrene sus
modos represivos y haga algún tipo de concesiones políticas
a sus oponentes internos.
¿Cómo es entonces que ignora todos
estos consejos y sigue utilizando la máxima fuerza posible
para mantener el control político de Siria? ¿Por qué no
hay alguna intervención externa que lo fuerce a retirarse
del cargo? Para responder a estas cuestiones, comencemos por
evaluar sus fuerzas. Primero, tiene un ejército
razonablemente fuerte y, hasta ahora, con algunas cuantas
excepciones, el ejército y otras estructuras de fuerza en
el país han permanecido leales al régimen. Segundo, continúa
pareciendo tener el respaldo de por lo menos la mitad de la
población en eso que, de forma creciente, se describe como
una guerra civil.
Los puestos clave del gobierno y el
cuerpo de oficiales están en manos de los alawitas, una
rama de los islamitas chiítas. Los alawitas son una minoría
de la población y ciertamente temen lo que podría
sucederles si las fuerzas de oposición, en gran medida
sunitas, llegaran al poder. Además, las otras fuerzas
minoritarias significativas –los cristianos, los drusos y
los kurdos– parecen igualmente preocupados por un gobierno
sunita. Finalmente, la inmensa burguesía comerciante tiene
aún que volverse contra Assad y el régimen baazista.
¿Pero es esto realmente suficiente? Si
esto fuera todo, dudo que Assad pudiera mantenerse por más
tiempo. El régimen está siendo exprimido en lo económico.
El Ejército Sirio Libre, de oposición, está recibiendo
armas de los sunitas iraquíes y probablemente de Qatar. Y
el coro de denuncias en la prensa mundial y por parte de los
políticos de todas las franjas crece en volumen día con día.
Y sin embargo, no pienso que a un año
o dos de ahora nos encontremos con que Assad se fue o con
que el régimen cambió básicamente. La razón es que
quienes lo denuncian con más volumen en realidad no quieren
que se vaya. Revisémoslos uno por uno.
Arabia Saudita: El ministro de
relaciones exteriores le dijo al New York Times que la
violencia debe detenerse y que no debe concedérsele al
gobierno sirio ninguna oportunidad más. Esto suena
realmente fuerte hasta que uno se percata de que añadió la
frase: debe descartarse la intervención internacional. El
hecho es entonces que Arabia Saudita quiere el crédito de
oponerse a Assad pero teme a un gobierno que lo suceda. Sabe
que en una Siria posterior a Assad (que probablemente sea
bastante anárquica), Al Qaeda encontraría una base. Y los
sauditas saben que el objetivo número uno de Al Qaeda es
derrocar al régimen saudita. Ergo, que no haya intervención
internacional.
Israel: Sí, los israelíes
continúan obsesionados con Irán. Y sí, una Siria baazista
continúa un poder amigable con Irán. Pero una vez dicho y
hecho todo, Siria ha sido un vecino árabe relativamente
callado, una isla de estabilidad para los israelíes. Sí,
los sirios ayudan a Hezbolá, pero este también ha estado
relativamente callado. ¿Por qué habrían los israelíes de
correr el riesgo de una Siria posbaazista turbulenta? ¿Quién
entonces detentaría el poder sin tener que mejorar sus
credenciales mediante la expansión de la jihad contra
Israel? ¿Acaso la caída de Assad no conduciría a alterar
la relativa quietud y estabilidad que Líbano parece
disfrutar ahora; y acaso esto no terminaría impulsando un
fortalecimiento mayor y una radicalización renovada de
Hezbolá? Israel tiene mucho que perder y no mucho que ganar
si Assad cae.
Estados Unidos: El gobierno
estadounidense habla de una buena línea. Pero, ¿han notado
lo precavido que es en la práctica? El 11 de febrero, el
Washington Post tituló un artículo “Conforme aumenta la
carnicería, Estados Unidos no ve ‘buenas opciones’ en
Siria”. La nota apunta que el gobierno estadounidense no
tiene apetito por una intervención militar. No hay apetito,
pese a la presión de intelectuales neoconservadores como
Charles Krauthammer, que es lo suficiente honesto para
admitir que no se trata tan sólo de libertad. En realidad,
dice, se trata de deshacer el régimen en Irán.
¿Pero no es exactamente por esto que
Obama y sus asesores no ven buenas opciones? Se vieron
presionados para entrar a la operación libia. Estados
Unidos no perdió muchas vidas, ¿pero logró realmente
alguna ventaja geopolítica como resultado? ¿Es el nuevo régimen
libio (si es que se puede decir que hay un nuevo régimen
libio) algo mejor? ¿O es el principio de una larga
inestabilidad interna, como resultó en Irak?
Así que cuando Rusia vetó la resolución
de Naciones Unidas con respecto a Siria, me puedo imaginar
un suspiro de alivio en Washington. La presión por elevar
la apuesta inicial y comenzar una intervención estilo Libia
se levantó. Obama fue protegido contra el jaloneo
republicano al respecto de Siria por el veto ruso. Y Susan
Rice, la embajadora estadounidense en Naciones Unidas, pudo
endosarle toda la culpa a los rusos. Fueron repugnantes,
dijo, ay tan diplomáticamente.
Francia: Siempre nostálgica por su
alguna vez papel dominante en Siria, el ministro de
Relaciones Exteriores Alain Juppé grita y denuncia. ¿Pero
tropas? Deben estar bromeando. Ya vienen las elecciones, y
enviar tropas no sería muy popular, especialmente cuando no
será algo fácil para nada, como Libia.
Turquía: Este país ha mejorado sus
relaciones con el mundo árabe de un modo increíble en los
últimos 10 años. Y no le gusta nada una guerra civil en
sus fronteras. Le gustaría que ocurriera algún tipo de
arreglo político. Pero al ministro de Relaciones Exteriores
Ahmet Davutoglu se le cita garantizando que Turquía no le
proporcione armas ni apoyo a desertores del ejército. Turquía
quiere, esencialmente, ser amiga de todos los bandos. Y además,
Turquía tiene su propia cuestión kurda, y Siria podría
ofrecer respaldo activo, que hasta ahora se ha refrenado en
ofrecer.
Así que, ¿quién quiere intervenir en
Siria? Tal vez Qatar. Pero Qatar, no importa qué tan rico
sea, es apenas una potencia militar importante. Y el fondo
del asunto es que, pese a lo fuerte de la retórica y pese a
lo feo de la guerra civil, nadie quiere realmente que Assad
se vaya. Así que lo más probable es que se quede.
(*) Immanuel Wallerstein, sociólogo
e historiador estadounidense, continuador de la corriente
historiográfica iniciada por Fernand Braudel, es
ampliamente conocido por sus estudios acerca de la génesis
y transformaciones históricas del capitalismo. Su
monumental trabajo “El moderno sistema mundial”, cuyo
primer tomo publicó en 1976, analiza el desarrollo del
capitalismo como “economía–mundo”. En
el 2003 publicó “The Decline of American Power: The U.S.
in a Chaotic World” (New Press).
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