Destrucción del barrio de Bab Amro en
Homs
La revolución tiene ya un año
Por Ghayath Naiss (*)
Tout
est à nous, 08/03/2012
Viento Sur, 11/03/2012
Traducción de Faustino Eguberri
El ejército sirio ha invadido el
barrio Bab Amro de Homs el pasado 1 de marzo tras un mes de
asedio y de bombardeos. La resistencia de la población no
se ha hecho esperar en todo el país.
La oligarquía en el poder ha
presentado la destrucción de Bab Amro como una gran
victoria contra “los terroristas”. Por su parte, el
coronel desertor Riad Alassad, refugiado en Turquía, ha
hablado en nombre del Ejército Sirio Libre de una
“retirada táctica”. Los dos mienten.
Bab Amro en la ciudad de
Homs
En efecto, no hay motivo de
enorgullecerse del aplastamiento de una población asediada
y bombardeada desde hace un mes, defendida por algunos
centenares de personas ligeramente armadas. La respuesta de
las masas en revuelta no se ha hecho esperar: al día
siguiente de la caída de Homs, Siria ha conocido 619
convocatorias de manifestaciones civiles.
El “comandante” exiliado en Turquía
también ha mentido, pues la caída de Homs es una derrota.
La retirada no era ni táctica ni estaba organizada por él.
Esto plantea la cuestión de la necesaria unificación de
los grupos de soldados desertores y de los civiles armados
bajo un solo mando militar sometido a una dirección política
de las coordinadoras revolucionarias sobre el terreno. No
deben seguir más tiempo ligadas a un “comando” virtual
aislado en Turquía o al Consejo Nacional Sirio (CNS) en el
exilio que ha apostado hasta la frustración por una hipotética
intervención militar exterior, en ausencia de toda
estrategia de cambio, salvo la consistente en seguir las
demandas de sus tutores (Qatar, Turquía, Arabia Saudita y
Francia). Los “tutores” del CNS no tienen todos los
mismos planteamientos. Qatar y Arabia Saudita presionan para
armar a la “oposición”, a saber las fracciones duras y
yihadistas del sector de influencia integrista; mientras que
Francia, Turquía y los Estados Unidos consideran estos
sectores peligrosos para la estabilidad de la región y la
seguridad del estado de Israel, y prefieren debilitar Siria,
sociedad y estado, impulsando una “transición
organizada”, es decir un cambio en el seno del propio régimen.
Intento de fortificación
en Bab Amro
El régimen dictatorial no se ha
hundido. La deserción política en su seno es casi
inexistente y la deserción de los militares sigue siendo
muy limitada. ¿Cuáles son los pilares de este régimen,
fuera de su ejército, de sus múltiples servicios de
seguridad y de algunos partidos acólitos?
La protesta es débil en las dos
grandes ciudades del país, Damasco y Alepo, donde vive un
poco menos de la mitad de la población. La dictadura
concentra en ellas sus fuerzas de represión, pero esta
calma es también debida a la concentración de la burguesía
“privada”, que apoya al régimen. Los casos que nos han
sido contados de apoyo financiero de ricos (que intentan
lavar su conciencia) a los revolucionarios son anecdóticos.
El “contrato” de esta burguesía orgánicamente ligada
al poder y a la dictadura era y sigue siendo: dejadnos
gobernar y os dejamos enriqueceros sin límites.
El 29 de febrero, una delegación del
poder se ha reunido con los representantes de la burguesía
de Alepo para responder a sus demandas de seguridad y de
prosperidad. Dos días más tarde, la dictadura decidió
crear una comisión de política económica que incluía a
los representantes de esa burguesía, que por otra parte
participa en la financiación de milicias fascistas pro régimen
y al encuadramiento socioeconómico de la población.
Bab Amro: los caídos
La clase media ha conocido una caída
en los infiernos en el último decenio a causa de las políticas
neoliberales aplicadas implacablemente. Una parte ha tomado
posición por la revolución, en particular las capas
inferiores y excluidas, y la otra ha permanecido indecisa o
a favor del régimen, bien porque, en la mayor parte de los
casos, su patrón es el propio estado, bien por sus temores
a la incertidumbre y al cambio.
Desde 1970, la dictadura de los Assad
ha animado a las instituciones religiosas islámicas y
cristianas a dejar desarrollarse corrientes apolíticas
cuando no fieles al poder y relativamente hostiles a los
Hermanos Musulmanes. De 1970 a 2000, alrededor de 12.000
mezquitas fueron construidas por instituciones religiosas
oficiales y fueron inaugurados 1.400 institutos Assad para
aprender el Corán.
La jerarquía religiosa islámica
(sunita, chiíta y drusa) ha tomado posición a favor del régimen.
Las iglesias (oriental, occidental y
anglicana) han hecho una declaración común a favor del
poder. El patriarca maronita Alra´ai ha afirmado su apoyo
en numerosas ocasiones. Lo mismo las jerarquías chiíta y
drusa. Esto no ha impedido a religiosos de base sumarse a la
revuelta, pero no borra el papel negativo y
contrarrevolucionario de sus jerarquías.
La revuelta popular se enfrenta con la
contrarrevolución (la dictadura, sus aliados internos y
externos y los países reaccionarios árabes y sus aliados)
y debe responder a la cuestión de la resistencia armada
creciente, integrándola en la estrategia revolucionaria de
las masas.
La organización de las masas por abajo
debe articular los dos niveles. Estas formaciones de abajo
deberán ser elegidas democráticamente y asumir a la vez un
papel de organización de las luchas pacíficas, de
autodefensa y de gestión de la vida cotidiana de las masas
en revuelta. En otros términos, hay que ayudar a crear las
condiciones de formación del contrapoder. Todas las fuerzas
de la izquierda revolucionaria siria son llamadas a
implicarse en ello.
(*) Militante sirio.
Sobre
la dictadura siria
Por Guillermo Almeyra (*)
La Jornada, 11/03/2012
Bashar Assad, dictador, es hijo del
dictador Hafez Assad, quien gobernó con mano de hierro
Siria durante 29 años, ocupó el Líbano, mató en el
Septiembre Negro de 1970 en Jordania más palestinos que los
israelíes en todas sus matanzas, monopolizó el gobierno
con su clan y, tras la muerte accidental de su primogénito,
nombró heredero al hasta entonces joven y oscuro hijo menor
que vivía como oculista en Londres.
Hafez Assad era partidario de la Gran
Siria (que abarcaba Siria, Líbano, Israel y Palestina),
declaró que los palestinos eran sirios del sur y formó
Saika, su propio grupo de fieles palestinos para condicionar
a la Organización para la Liberación de Palestina de
Yasser Arafat y combatir a los grupos de la izquierda
marxista palestina (el Frente Popular para la Liberación de
Palestina-FPLP, de George Habash, y el Frente Democrático
para la Liberación de Palestina, de Nayef Hawathme).
Aunque el Baas, su partido, se dice
panarabista y socialista, Hafez Assad, como buen
nacionalista y conservador, combatió en nombre de la
burguesía comercial siria la unión con el Egipto de Nasser.
Después dio un golpe de Estado en 1969, que instauró su
dictadura suprimiendo a las demás alas del Baas y abrió el
camino a una hostilidad interminable con la rama baasista de
Bagdad, durante la cual Hafez no vaciló en coincidir con el
Departamento de Estado de EEUU. A pesar del apoyo que recibió
de la ex Unión Soviética, reprimió sangrientamente al
poderoso Partido Comunista Sirio, cuyo líder Khaled
Bagdache terminó por apoyarlo en nombre de la unidad
nacional (¡!).
Francia, que después de la Primera
Guerra Mundial y hasta después de la Segunda Guerra Mundial
ocupaba Siria, hizo todo lo posible para dividir a quienes
oprimía. Por eso privilegió a los musulmanes alauitas
frente a la mayoría sunita que, durante siglos, había
perseguido a los primeros por considerarlos herejes.
Ahora bien, Siria es un mosaico de
sunitas, chiítas, alauitas (una de las ramas heterodoxas de
los chiítas), drusos, kurdos, cristianos (de rito armenio,
ortodoxo griego, greco-melquita, maronita, católico romano,
católico oriental). Todas las minorías importantes
(drusos, kurdos, cristianos de diferente confesión)
prefieren actualmente el gobierno del clan alauita de los
Assad, porque temen que se repita en Siria lo que sucedió
en Irak con la invasión estadounidense, que radicalizó y
sectarizó la resistencia, la cual se hizo en nombre del
Islam extremista y a costa de los demás sectores.
El gobierno y el aparato de represión
sirios están firmemente controlados por los alauitas. El régimen,
además, ya reprimió ferozmente en el pasado, causando
millares de muertos, los centros comerciales e islámicos
tradicionales como Homs, sin que las grandes potencias
entonces protestasen. Bashar Assad tiene un bien aceitado
aparato de represión, un ejército probado en dos guerras
contra Israel, y armas rusas muy modernas que harían una
invasión extranjera sumamente costosa en vidas humanas.
Siria no es Libia. Está densamente
poblada; las tropas israelíes amenazan desde las alturas
del Golán, a 20 kilómetros de Damasco, y obligan al régimen
a contar con apoyos internacionales potentes; los diferentes
grupos religiosos están encastrados unos con otros en el
territorio; el país tiene clases modernas y una
impresionante historia que lo une en un legítimo orgullo;
el gobierno controla un ejército moderno desde hace
decenios y un Estado sólido. No tiene tampoco las enormes
divisiones que tenía el Irak baasista, con la oposición
armada de los kurdos en el norte y la rebelión de los chiítas
proiraníes en el sur.
Además, cuenta ahora con el apoyo de
Rusia y de China, que quieren evitar que todo el Medio
Oriente sea reconquistado por el Departamento de Estado y el
Pentágono después del golpe que éstos e Israel sufrieron
con las insurrecciones árabes, además del apoyo de Teherán,
que por su propia seguridad tiene que mantener aliados en la
zona (Hezbollah en el Líbano, Hamas en Palestina), los
cuales se debilitarían muchísimo si cayese el régimen
sirio de los Assad.
Israel, por su parte, mantiene en lo
que respecta a Siria un perfil muy bajo porque teme que
Assad pueda ser remplazado por sectores islámicos
extremistas salafitas, mucho más agresivos y, además,
porque sus sucesivas derrotas en las ocupaciones del Líbano
hacen que Tel Aviv considere seriamente los costos de una
guerra con el régimen de Damasco. Por otra parte, Israel no
puede hacer dos guerras a la vez, y ahora prepara una contra
Irán, no contra Bashar Assad que, como antes los regímenes
de Mubarak en Egipto, de Ben Alí en Túnez o de Kaddafi en
Libia, desempeña un papel estabilizador para el equilibrio
anterior favorable a Estados Unidos y a Israel, que se ha
roto con las revoluciones populares. Es falso, por lo tanto,
que la resistencia al gobierno de los alauitas sirios esté
fomentada por Israel y las potencias occidentales, lo cual
no quiere decir que los servicios de inteligencia de todos
éstos no estén metiendo continuamente su cuchara en los
asuntos sirios.
Está fuera de discusión que la de
Assad es una dictadura execrable que debe ser eliminada. El
asunto es por quién y para remplazarla por qué.
La llamada oposición está fragmentada
y los diversos grupos que la forman se odian; además,
tiende a ofrecerse como agente de una ocupación extranjera.
Las fuerzas democráticas sirias, por su parte, se oponen a
Assad, pero temen una guerra y la caída del régimen, y se
orientan a negociar e imponer reformas. Si Israel lanzase
una aventura contra Irán o en el Líbano, reforzarán al
gobierno como mal menor.
De modo que, muy probablemente, la
crisis actual se prolongará, y todo dependerá de la
habilidad política para hacer concesiones que pueda tener
el dictadorzuelo hijo del dictador fundador de la dinastía
Assad, así como de lo que está pasando en las fuerzas
armadas sirias, que son el verdadero partido de Bashar Assad.
(*) Guillermo Almeyra, historiador,
nacido en Buenos Aires en 1928 y radicado en México, doctor
en Ciencias Políticas por la Universidad de París, es
columnista del diario mexicano La Jornada y ha sido profesor
de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la
Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco.
Entre otras obras ha publicado “Polonia: obreros, burócratas,
socialismo” (1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El
Istmo de Tehuantepec en el Plan Puebla Panamá” (2004),
“La protesta social en la Argentina” (1990–2004)
(Ediciones Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en
construcción” (2006).
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