La primera vuelta de las presidenciales dio como
ganadores a un islamista y un
ex ministro de la dictadura,
pero con la mayoría de los electores en contra
y en medio
de fuertes cuestionamientos y amplias protestas populares
Elecciones profundamente contradictorias
El resultado de las elecciones
fue un triunfo
reaccionario, pero
un triunfo todavía débil y de inmediato cuestionado
Por Ale Kur
Socialismo o Barbarie, periódico, 07/06/2012
El
proceso de rebelión-revolución abierto en Egipto tuvo un
importante hecho político con la realización de sus
primeras elecciones presidenciales tras la caída del
dictador Mubarak. Estas se llevaron a cabo el 23 y 24 de
mayo, con resultados que implican una profundización de
todas las contradicciones de dicho proceso.
Plaza
Tahrir: otra vez volvió a llenarse con las protestas
Al no haber un ganador absoluto, estas deberán
resolverse en un ballotage, que se realizaría el 16-17 de
junio, entre los dos candidatos más votados: Mohamed Morsi (candidato de los Hermanos
Musulmanes, con un 25 por ciento) y Ahmed Shafiq (ex primer
ministro de Mubarak, con un 24 por ciento). En tercer lugar,
y fuera del ballotage, quedó un nasserista con perfil
progresista y combativo, Hamdin Sabahi, con el 22 por ciento
de los votos.
A esto se le suma otro hecho de gran importancia: la
culminación del juicio a Mubarak, que implicó la condena a
cadena perpetua del ex dictador, al mismo tiempo que la
absolución de sus hijos y de 6 altos oficiales de policía
involucrados en la represión. Esta decisión enfureció a
enormes sectores de la población egipcia, que salieron
masivamente a la calle exigiendo la ejecución de Mubarak y
sus cómplices.
Estos hechos vuelven a poner a Egipto en el centro de
la escena política, por poner en crisis al proceso de
rebelión-revolución iniciado en enero-febrero de 2011 y
tensar al máximo la “transición democrática”. Esto
exige una breve reflexión desde estas páginas.
La “transición democrática”, un
pacto conservador contrarrevolucionario
Tras
la caída de Mubarak, la Junta Militar en el poder llevó
adelante en marzo un referéndum delineando un proceso de
transición, concebido como una política de “reabsorción
democrática”, para contener el proceso de lucha de masas
en los términos más conservadores posible (es decir,
intentando no alterar ninguno de los fundamentos de la
sociedad egipcia, ni siquiera el enorme peso de la corporación
militar, la sumisión al Estado de Israel, la enorme
desigualdad social, etc.).
Como desarrollamos en un artículo anterior[[i]],
todo este proceso se basó en un pacto por arriba entre la
Junta Militar y los Hermanos Musulmanes[[ii]], con el apoyo activo o
pasivo de gran parte del espectro político burgués. En
este pacto, los grandes excluidos fueron la juventud y los
sectores obreros y populares que hicieron la rebelión-revolución
del 25 de enero: una amplia vanguardia con un carácter
fuertemente laico[[iii]]
y progresista en lo político, económico y social, que
contrasta abiertamente con el contenido reaccionario
religioso y neoliberal de los islamistas. Esta nueva
vanguardia no fue consultada en ningún momento y sus
demandas fueron mayormente desoídas, al margen de algunas
concesiones puntuales hechas con el objetivo de
desmovilizarlas.
El “plan de transición” consistía en varias
fases: la realización de unas elecciones parlamentarias en
varias tandas comenzando en noviembre de 2011, el desarrollo
de una reforma constitucional por parte del nuevo parlamento
una vez que estuviera conformado, y finalmente el llamado a
elecciones presidenciales para mayo de 2012. Una parte no
dicha pero implícita en este plan era que ni los Hermanos
Musulmanes ni la propia Junta Militar iban a presentar
candidatos presidenciales propios, y que en cambio iban a
buscar un candidato de consenso entre ambos, que contara con
el agrado del imperialismo y la burguesía.[[iv]] Quedaba pendiente, a todo
esto, el juicio a Mubarak y los principales implicados en la
represión.
Las elecciones parlamentarias dieron mayoría casi
absoluta a los Hermanos Musulmanes, lo cual los dejó como
principales voceros de la nueva “democracia” egipcia,
poniéndolos a prueba frente a las masas. Quedaron también
con la responsabilidad de encabezar el proceso de reforma
constitucional, que fracasó tras su intento de imponer su
contenido unilateralmente.[[v]] Esta maniobra se encontró
con la oposición firme de los sectores laicos, entre ellos
las fuerzas de la plaza Tahrir.
Egipto entró entonces en el tramo final del proceso de
“transición democrática”: las elecciones
presidenciales. En este tramo aumentaron las fricciones
entre los Hermanos Musulmanes y la Junta Militar, ante lo
cual los primeros decidieron presentar un candidato propio,
contradiciendo su promesa pública anterior de no hacerlo.
La Junta Militar respondió también presentando los suyos
propios: Omar Suleiman (ex jefe de inteligencia de Mubarak y
vicepresidente durante la crisis de enero-febrero de 2011),
y Ahmed Shafiq (ex primer ministro de Mubarak durante la
misma crisis, responsable de organizar la “batalla de los
camellos” contra la plaza Tahrir).
Esto implicaba toda una provocación hacia el
movimiento revolucionario, que contestó con movilizaciones
exigiendo una ley que dejara afuera de las elecciones a los
“felool” (remanentes del viejo régimen). Esta ley fue
aprobada por el nuevo parlamento, pero suspendida por la
Junta Militar que la transfirió a la Corte Suprema (que al
día de hoy todavía no se expidió sobre el tema).
Al mismo tiempo, la Junta Militar prohibió
individualmente la presentación del candidato de los
Hermanos Musulmanes (que debieron reemplazarlo por otro
nuevo, Mohamed Morsi), de los salafistas (islamistas
fundamentalistas) y del propio Suleiman. Con esta maniobra,
dieron vía libre a la candidatura de Shafiq quitándole
toda posible competencia, permitiendo concentrar en sus
manos la mayor parte del voto conservador y
contrarrevolucionario. Quedaron delineadas entonces las
candidaturas de los grandes aparatos burgueses egipcios: los
militares y los Hermanos Musulmanes.
Por su parte, un importante sector de la juventud y de
las organizaciones revolucionarias llamaron al boicot,
desconfiando de las elecciones controladas por la Junta
Militar. Otro sector apoyó las campañas de candidatos con
perfil progresista como Hamdin Sabahi, un nasserista con
tradición de denuncia al sionismo y de apoyo a las luchas
populares, fuertemente involucrado en la lucha contra el régimen
mubarakista; o de Abel Fotouh, ex miembro de los Hermanos
Musulmanes. Ninguna de las candidaturas principales expresó
una alternativa clasista y socialista, siendo este uno de
los mayores déficits del proceso de rebelión-revolución
egipcia.
Las contradicciones del terreno
electoral
Con estas consideraciones pueden comprenderse un poco
mejor los resultados electorales. Sin embargo, faltan todavía
algunas importantes observaciones:
1) El presentismo electoral bajó desde el 54 por
ciento de las elecciones parlamentarias (número ya de por sí
bajo en relación a las democracias burguesas más
“normales”) a un 46 por ciento en las presidenciales.
Esto puede indicar desde una desconfianza a las elecciones
hasta una mala organización de aquellas (en esto influye,
por ejemplo, que la elección se hizo en días laborales,
dificultando la participación de los trabajadores), pero en
todo caso indica que ningún ganador es realmente
mayoritario.
2) El islamismo fue la fuerza más votada de las
elecciones, pero bajó mucho en relación a las
parlamentarias (perdiendo casi 25 puntos porcentuales). Su
descrédito proviene de su desempeño como mayoría
parlamentaria: el fracaso de la constituyente, la ruptura de
su promesa de no presentarse a presidenciales, su ineptitud
para estabilizar la situación política (marcada por la
permanencia de choques entre la oposición y los “baltageya”,
matones de la Junta Militar) y económica (con fuertes
problemas como la ausencia de combustible). Pese a esto, al
conservar todo su aparato político-social y cierta
expectativa de los sectores empobrecidos y rurales, sigue
siendo la primera minoría y entró al ballotage.
3) Shafiq concentró el voto contrarrevolucionario en
condiciones en que la Junta Militar sigue manejando el país
y manipulando su vida política (lo cual incluye, entre
otras cosas, la posibilidad de que haya existido fraude a su
favor, como fue denunciado). Su base social son los sectores
más atrasados de la sociedad (por ejemplo, el delta del
Nilo, también bastión histórico del fundamentalismo islámico).
El voto a Shafiq sigue siendo una minoría en relación al
total de votos emitidos y más aún frente a todo el padrón,
pero conforma un número suficiente para entrar al ballotage.
4) Un importante sector (más del 40 por ciento de los
votos) se volcó a candidatos como Sabahi, Abel Foutouh y
otros menores, sin relación con el antiguo régimen
mubarakista y de perfil progresista. Si bien esos candidatos
no encarnan una alternativa clasista y socialista, el voto
hacia ellos refleja el giro a la izquierda de amplios
sectores de la población, y en caso de haber presentado una
única candidatura podrían haber entrado fácilmente al
ballotage.
Un dato especialmente importante es que en El Cairo y
Alejandría, las dos mayores ciudades y centros industriales
del país, el ganador fue Sabahi, en contraposición con el
Egipto más rural y atrasado, donde se impusieron los
candidatos islamista y militar.
Los resultados de
las elecciones son entonces son muy contradictorios:
favorecen a las dos principales fuerzas
contrarrevolucionarias –la Hermandad y los militares–;
al ballotage entran un candidato abiertamente
contrarrevolucionario (Shafiq) y otro que expresa el ala más
derechista, fundamentalista religiosa, retrógrada y
neoliberal de los que no pertenecieron al mubarakismo (Morsi).
Pero al mismo tiempo, esos resultados no implican una mayoría
incuestionable, la gran mayoría de una u otra forma no los
apoyó y el estado de ánimo de importantísimos sectores
juveniles, obreros y populares cuestiona abiertamente esos
resultados.
Estas elecciones
se presentaron como un ultimátum reaccionario: o con el
“antiguo régimen”, o con el “Islam hecho gobierno”.
Dos alternativas que amplios sectores no comparten.
Por eso estos
resultados fueron recibidos con mucha bronca entre el
activismo y los sectores revolucionarios, que organizaron
protestas y llegaron inclusive a incendiar el local de
Shafiq.
Estos sectores
discuten hoy en día qué táctica adoptar frente al
ballotage. Entre ellos crece la perspectiva de movilizarse
hasta imponer la aplicación de la ley congelada en la Corte
Suprema, que dejaría inmediatamente afuera de las
elecciones a Shafiq por ser un remanente del viejo régimen.
Buscan también cómo evitar que esto deje el poder en manos
de los Hermanos Musulmanes, barajando entre otras cosas la
posibilidad de un “consejo presidencial” de todos los
candidatos contrarios al “antiguo régimen” mubarakista.
Absuelven a los represores, vuelve la
movilización
En este marco de creciente bronca popular se dio el
anuncio de las sentencias por el juicio a Mubarak, sus hijos
y los altos jefes policiales implicados en la represión. La
absolución de estos últimos implicó tirar más leña al
fuego, desatando la movilización de entras decenas y
cientos de miles de personas, que exigen la ejecución del
dictador y de sus oficiales.
El regreso de las masas a las calles implica la
posibilidad de reavivar el proceso de rebelión-revolución
puesto en crisis por los resultados electorales. Al
contrario de lo que afirman algunas visiones pesimistas, al
pueblo egipcio le quedan enormes reservas de energía
combativa, y el desarrollo político de la situación está
completamente abierto.
El resultado de las elecciones es un triunfo
reaccionario, pero un triunfo todavía débil y de inmediato
cuestionado.
Todavía no ocurrió ninguna derrota definitiva, y ni
siquiera en el peor de los escenarios electorales el
“antiguo régimen” puede recobrar su pleno dominio sin
antes vencer con la represión a las masas sublevadas.
¡Viva la rebelión-revolución
egipcia y de todos los pueblos árabes!
[i]
“La revolución, puesta a
prueba por la trampa electoral”, SoB 215,
27/12/11.
[ii]
La “Sociedad de los Hermanos Musulmanes” es una
organización política islamista, que había estado
prohibida durante la era Mubarak, pero que en los hechos
era tolerada por el régimen (llegando inclusive a tener
varios diputados presentados como “independientes”).
A través de las mezquitas y el manejo de la
“zakat” (sistema islámico que provee servicios
sociales y asistencialismo a gran escala en base a una
especie de “impuesto religioso” o de limosna),
desplegó una amplia red político-social, profundamente
arraigada entre los sectores empobrecidos y rurales. Esa
base social le permitió emerger como la principal
fuerza política organizada tras la caída de Mubarak,
ya que la Junta Militar disolvió el partido mubarakista
(el único partido legal existente durante décadas)
como subproducto de la lucha de las masas. Los Hermanos
Musulmanes no jugaron ningún rol en enero-febrero, por
lo cual su fuerza social no salió de allí, aunque
pudieron capitalizar política y electoralmente una gran
parte del descontento con el viejo régimen entre los
sectores más pasivos y atrasados de las masas.
[iii]
Estos rasgos se retratan en el artículo “Impresiones
sobre la rebelión egipcia”, SoB 210, 30/09/11
[iv]
Ese acuerdo le valió la expulsión de los Hermanos
Musulmanes a Abel Foutouh, que presentó su candidatura
por su cuenta desoyendo las directivas de su organización.
Este candidato, con un perfil más “progresista” y
liberal, apareció como uno de los candidatos de la
juventud revolucionaria en las últimas elecciones,
saliendo en cuarto lugar en ellas.
[v]
La actual Constitución egipcia ya contempla a la Sharía
(ley islámica) como “fuente de legislación” del
Estado, pero bajo el régimen militar esta definición
es más bien formal, conservando aquel todavía un carácter
mayormente laico. Los Hermanos Musulmanes plantean un vínculo
mucho más directo entre la Sharía y la legislación,
con implicancias concretas que
todavía no está claras (y que dependen en última
instancia de la lucha de las masas egipcias en defensa
de sus derechos contra cualquier posible zarpazo
reaccionario). Esto no solo le provoca a los H.M.
contradicciones con los sectores laicos del movimiento
revolucionario, sino con los propios militares que se
plantean (paradójicamente) como una salvaguarda de los
derechos de los ciudadanos.
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