Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie,
03/07/2013
Segunda oleada de rebelión popular, caída de Morsi
e intervención
militar
El pueblo trabajador no necesita
“tutores”
Ayer, miércoles 3 de julio, el ejército egipcio removió de su cargo
al presidente Mohammed Morsi, del partido islamista y
neoliberal “Hermandad Musulmana”, que cumplía un año
de su mandato.
Este hecho se dio tres días después que culminase, el 30 de junio, una
movilización de masas como nunca antes se había visto en
Egipto, con millones de personas en las calles exigiendo que
Morsi se vaya.
Varias fuentes coinciden en señalar que las manifestaciones de los últimos
días de junio fueron aún más extendidas y multitudinarias
que las que derribaron a Mubarak tres años atrás. Ahora se
movilizaron también pequeños pueblos del interior de
Egipto, y sectores urbanos que habían permanecido pasivos
en 2011. El alzamiento popular fue de tal magnitud que se lo
llegó a calificar como la mayor movilización de protesta
que registra la historia mundial.
Prácticamente todo el país (en el triple sentido geográfico, político
y social) participó de las movilizaciones, con la excepción
de una minoría (aunque aún numéricamente importante) de
islamistas que continua apoyando a los Hermanos Musulmanes.
Las movilizaciones del 30 de junio, fueron la culminación de la campaña
“Tamarod”
(“Rebelión”) organizada por un sector de activistas
juveniles. Esta consistió en la recolección
de firmas exigiendo la renuncia del presidente. Sus
miembros afirman haber juntado entre 15 y 20 millones de
firmas (sobre una población de 80 millones), lo cual da
cuenta de un profundísimo descontento popular con el
gobierno. Además, las firmas superaron largamente los votos
que en su momento logró Mohamed Morsi.
Este descontento se debe a múltiples razones, que confluyeron en el
cada vez más duro rechazo al gobierno de la Hermandad
Musulmana.
Entre estos motivos, hay que señalar la imposición unilateral por
parte del gobierno islamista de una Constitución
confesional y antidemocrática que ataca los derechos de
los trabajadores, las mujeres y las minorías sexuales, en
función de la aplicación de los principios retrógrados de
la sharía (ley
islámica). Esta “Constitución” fue dictada por una
Asamblea Constituyente que ni siquiera fue electa por voto
popular, sino nombrada a dedo por los islamistas.
Las huelgas y luchas obreras fueron consideradas como sacrilegios
contrarios al Islam. Sobre las mujeres se multiplicaron las
presiones para obligarlas a usar velo y en general someterse
al status de inferioridad y sumisión que marcan las leyes
islámicas. También se impulsó el fanatismo sectario
contra las minorías religiosas shiítas y cristianas, que
en varias ocasiones llegaron al asesinato, incendio de
viviendas, etc.
Asimismo, las masas egipcias vieron a los Hermanos Musulmanes como
acaparadores del poder, como un nuevo
autoritarismo que intenta emular al del ex dictador
Mubarak, pero esta vez teñido de un barniz religioso
intolerante y por ello doblemente reaccionario.
Todo esto se combinó con el creciente deterioro económico, la profundización del desempleo, la carestía,
los salarios miserables, la falta de futuro de la juventud,
la escasez de combustible, los apagones eléctricos, etc. El
nivel de vida de las masas, ya miserables, se agravó bajo
el gobierno de los Hermanos Musulmanes. Es que junto a la
ideología religiosa más retrógrada, los islamistas
sostienen un neoliberalismo rabioso en materia de política
económica y social.
Frente a estos problemas Morsi intentó apagar el incendio echando más
nafta al fuego: avanzando en una ofensiva de privatizaciones
y de convenios de inversión con la burguesía “petroislámica”
y monárquica de los países del Golfo, e intentando
conseguir un (fallido) préstamo del Fondo Monetario
Internacional.
Este cóctel de problemas políticos, económicos, sociales y
religioso-culturales es el que está detrás del enorme
estallido popular que alcanzo su pico el 30 de junio. Su telón
de fondo mundial es la plena vigencia de la crisis del
capitalismo y la apertura de un ciclo de rebeliones
populares que en las últimas semanas tuvo en Turquía y
Brasil dos nuevas manifestaciones.
Los militares intervienen antes
que sea demasiado tarde
Esta situación de profundo desborde comenzó a amenazar las bases
mismas de la gobernabilidad burguesa, especialmente por
empezar a extenderse en la clase obrera. Desde el 30 de
junio se multiplicaron los llamados a la huelga general, que
empezó a hacerse efectiva unas horas antes del golpe de
Estado.
Parte de este proceso es la creciente intervención política de los
obreros de la textil Mahalla (fábrica que emplea a unos 27
mil trabajadores), que ya se habían sumado a la campaña
“Rebelión” con movilizaciones propias, y que hace unas
pocas horas se habían lanzado a la huelga total.
Lo mismo comenzaba a ocurrir con el gremio del transporte (trenes y ómnibus),
que apoyaron a los manifestantes transportándolos a las
movilizaciones al mismo tiempo que suspendiendo todos los
otros servicios. Los llamados a la huelga general fueron
impulsados por la Federación Egipcia
de Sindicatos Independientes (EFITU) formada tras la rebelión
de 2011 y por las organizaciones juveniles y de la
izquierda, y además contaron con la adhesión de parte del
espectro político opositor.
Al igual que en 2011, cuando la huelga general precipitó la intervención
de los militares para remover a Mubarak, la amenaza de que
esto se repitiera llevó a que las Fuerzas Armadas emitieran
un ultimátum: exigieron luego del 30 de junio la renuncia
de Morsi en 48 horas. Morsi se negó, y en un clima de
creciente polarización política (con fuertes
enfrentamientos y varios muertos), fue finalmente destituido
por los militares.
La destitución militar de Morsi
El ultimátum dado por los militares, y el hecho que ellos sean los que
hayan administrado la caída de Morsi, ha planteado el
interrogante de hasta
qué punto se ha tratado de un golpe militar. Por sus
rasgos particulares, por el hecho de haberle dado la forma
de un golpe a la presión por la renuncia del presidente islámico
que venía desde abajo, quizás la mejor manera de definir
lo ocurrido, es que se ha tratado de una destitución militar más que de un golpe clásico; una destitución
que, por su forma,
aparece realizando un mandato que venía desde abajo, pero
que es “administrada” por las Fuerzas Armadas.
Esta destitución llevada adelante por los militares, encabezados por su
tradicional dirección política el CSFA (Consejo Supremo de
las Fuerzas Armadas), no es, entonces, un clásico golpe
militar estilo Pinochet, para dar un ejemplo. Pero sus
consecuencias pueden ser, a la larga, no menos peligrosas.
Asimismo, a diferencia de 2011, las Fuerzas Armadas no toman el poder
directamente ellas mismas, sino que lo “delegan” en un
civil, el presidente de la corte suprema. A este nuevo
gobierno le han establecido una “hoja de ruta” que
plantea la convocatoria a elecciones presidenciales y
parlamentarias anticipadas, la formación de un gabinete
transicional de “tecnócratas” y la suspensión de la
constitución islamista. Este plan cuenta con el apoyo de
gran parte del espectro político burgués egipcio (que
eligió como “portavoz” a El Baradei, Premio Nobel de la Paz), de
la Universidad Islámica
de Al Azhar (en representación de la comunidad religiosa
musulmana) y del Papa copto (cristianos egipcios).
¡No hay que tener ninguna
confianza en el nuevo gobierno! Nombrado por los
militares que hasta ayer eran los socios principales de
Morsi, no viene a satisfacer las demandas obreras, juveniles
y populares, sino a terminar
con la movilización de masas que fue la que realmente
acabó con el gobierno islamista.
En una primera etapa, esto no lo van a hacer a tiros, pero si fingiendo
que satisfacen algunos reclamos democráticos, para lograr
el objetivo fundamental del momento: que las masas se
desmovilicen, que se vayan a su casa. Mientras tanto,
los sabios “tecnócratas”, con el “asesoramiento”
del FMI, pondrán en marcha el plan de privatizaciones y
ajuste salvaje que Morsi fue incapaz de aplicar.
Y desde ya, sobre todo esto, lloverán las bendiciones de Washington,
que fue junto con los militares el otro gran socio de Morsi…
En síntesis: ¡Que no haya confusiones! ¡Caído Morsi, el enemigo
principal de los trabajadores, los jóvenes y las masas
populares es este
nuevo gobierno y quienes lo respaldan, desde el CSFA
hasta los políticos burgueses “laicos”, y las
corporaciones religiosas!
¿Por qué sucedió esto?
Lo que sale a la superficie es la enorme contradicción entre un pueblo
masivamente movilizado, profundamente combativo, pero que
todavía no logró elaborar una alternativa
política y de poder propia, que sea independiente
de todos los sectores políticos y/o militares de la burguesía
y el imperialismo yanqui.
“¡Que se vaya Morsi!”:
ese reclamo fue ganando a la gran mayoría del pueblo, que
se movilizó a una escala sin precedentes mundiales. ¿Pero,
que venga quién?: esa pregunta quedó
sin respuesta.
Fue por esa enorme brecha, que los militares (y no las masas populares)
lograron explotar en su beneficio una victoria que no era de
ellos, sino de los millones que salieron a la calle contra
el gobierno islamista.
Esta paradoja no es novedosa. Tanto en la guerra como en la política,
no basta una victoria. Tan importante como eso es lograr
después explotar
esa victoria. Más de una vez ha sucedido que los frutos de
un triunfo se los lleva otro.
El 30 de junio, por efecto de la rebelión popular, Morsi era ya un cadáver
político. En relación a él, sus socios de las Fuerzas
Armadas se limitaron a constatar el hecho y extender el
certificado de defunción. Pero, al mismo tiempo, en
ausencia de una
alternativa de poder surgida desde la movilización,
pudieron tranquilamente designar al sucesor.
Este desenlace –provisorio,
porque el proceso revolucionario de Egipto seguramente no
finalizará con esto, sino que por el contrario acaba de
pegar un nuevo salto– encuentra su primera explicación en
diversas ilusiones entre sectores de las masas movilizadas.
Estas van desde esperanzas
en diversos políticos burgueses civiles hasta incluso en la
mismas Fuerzas Armadas: no hay que olvidar que del ejército
no salió solamente un dictador como Mubarak sino también
un gran líder nacional-populista como Nasser. Sin embargo,
al mismo tiempo, esto se combina con todo un amplio sector
de masas (quizás más numeroso aún) que simplemente no
tiene alternativas políticas por la positiva. Sabe bien
lo que no quiere (por ejemplo, a Morsi), pero no lo que
quiere.
Esta situación no es una “originalidad” egipcia ni de
la Primavera
Árabe. Es un rasgo que tiene que ver el período histórico
que vivimos y en el cual se ha desencadenado lo que hemos
dado en llamar desde nuestra corriente un “ciclo
mundial de rebeliones populares”. Lo de Egipto, Brasil
y Turquía, junto con protestas de menor calibre en los últimos
tiempos, como las de Grecia, Bulgaria, etc., son parte de
eso.
Pero el punto de partida de todos esos movimientos viene políticamente de
muy atrás, trayendo una carga muy pesada: la de las
derrotas de las revoluciones del siglo XX, de la degeneración
y caída de los mal llamados “socialismos reales”, que
llevaron también a graves
retrocesos de la conciencia política.
Bajo el azote de la crisis mundial y el desastre del capitalismo
neoliberal, las masas trabajadoras, juveniles y populares se
han puesto en movimiento, están protagonizando estallidos
inmensos sin precedentes como los de Egipto, Turquía o
Brasil, que sin ninguna duda son preparatorios de una lucha
de clases más profunda y consciente en los próximos años.
Pero entran en batalla cargando sobre sus espaldas todas las
confusiones y retrocesos de la conciencia y de la organización
política que provocaron los fracasos del siglo XX.
Esto se hace materialmente visible en la ausencia o extrema debilidad de
organismos propios de poder de las masas (como lo fueron los
Soviets en Rusia o
la Comuna
de París), de centralidad política de la clase obrera y
del limitado peso de las organizaciones de la izquierda
revolucionaria. Y, más en general, de alternativas
independientes de todo sector burgués.
Sin embargo, con sus grandes problemas y desigualdades, el curso es de
avance y no de retroceso: se está procesando una acumulación de
experiencias que contrasta con la “des-acumulación”
vivida por las derrotas de los años 1980 y 1990; una
acumulación que, ahora sí, e inequívocamente, está
expresando que la lucha de clases internacional, de
conjunto, se caracteriza por un signo ascendente.
En el mismo Egipto, la rebelión iniciada en el 2011 dio nacimiento a un
gran movimiento de sindicatos independientes, que jugaron un
rol importante en la caída de Morsi aunque no hayan
presentado una alternativa propia de poder.
En este camino, las masas y también los activistas, van haciendo su
aprendizaje, en el cual no es posible “saltar etapas”.
Hace apenas dos años muchos hablaban del “Invierno
Islamista” que había sustituido a la Primavera
Árabe y que iba a durar décadas. En verdad, el proceso de
“aprendizaje” de las masas y la vanguardia fue vertiginoso.
Confiamos que esta misma velocidad se dé en relación a los
que han reemplazado a los Hermanos Musulmanes en el poder.
• ¡Ninguna confianza en el
CSFA, el gobierno transitorio y la “hoja de ruta” de los
militares!
• ¡El pueblo es el que echó
con sus movilizaciones a Morsi, y no necesita ningún
“tutor” que le diga desde arriba qué hacer!
• ¡Hay que seguir en las
calles por las reivindicaciones más sentidas de los
explotados
y oprimidos!
• ¡Las elecciones generales
no serán salida: hay que luchar por una Asamblea
Constituyente
libre y soberana, revolucionaria, que barra
con todas las viejas y “nuevas” instituciones del régimen
patronal!
• ¡La perspectiva debe ser la
creación de organismos de los de abajo, de los trabajadores
y la juventud, en el camino que gobiernen los explotados y
los oprimidos, la clase obrera y el
pueblo pobre!
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