Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie,
20/08/2013
¡Basta de masacres! ¡Fuera los militares!
¡Asamblea Constituyente revolucionaria y democrática!
Por una alternativa de los trabajadores, la juventud y los sectores
populares, independiente de todo sector burgués, sea
militar o civil, islamista o laico,
que arranque por la
lucha democrática antigolpista y vaya hasta el finalen
un
camino anticapitalista
“Por sus rasgos particulares, por el hecho de haberle dado
la forma de un golpe a la presión por la renuncia
del presidente islámico que venía desde abajo, quizás la
mejor manera de definir lo ocurrido es que se ha tratado de
una destitución militar más que de un golpe clásico;
una destitución que, por su forma, aparece como
realizando un ‘mandato’ que venía desde abajo, pero que
es ‘administrado’ por las Fuerzas Armadas… Esta
destitución llevada adelante por los militares… no es,
entonces, un clásico golpe militar estilo Pinochet, para
dar un ejemplo. Pero sus consecuencias pueden ser
no menos peligrosas.”
(Declaración
de Socialismo o Barbarie, 03/07/2013)
Las masacres que día a día tienen lugar en Egipto y que horrorizan al
mundo, han confirmado
lamentablemente ese pronóstico. Aunque no aparecía
como un “clásico golpe militar
estilo Pinochet”, sus resultados podían ser no menos
graves. Y, en efecto, la intervención de los
militares, que comenzó con el justificativo de ser los “ejecutores
del clamor popular” de que se vayan Morsi y sus
islamistas, tiene ya consecuencias
gravísimas que no se limitan a los miles de muertos,
heridos, presos y desaparecidos.
Estreno
del nuevo gobierno de los militares y sus títeres civiles
Apropiándose de ese reclamo de la amplia mayoría de los trabajadores y
la juventud, y de gran parte de los sectores populares, las
fuerzas armadas aprovecharon para volver al gobierno e
iniciar una restauración
contrarrevolucionaria cuyo símbolo viviente podría
ser, en los próximos días, la liberación del ex dictador
Mubarak. Ya su pandilla –los llamados “feloul”
(“restos”, “sobras” o “remanentes” de la
dictadura)– ocupan
casi todos los cargos civiles del nuevo gobierno.
Al mismo tiempo, la sanguinaria represión a los islamistas no sólo es
una respuesta al reclamo de reinstalación de Morsi. Es una
muestra para los trabajadores, los jóvenes y los sectores
populares de lo que
les espera si siguen con huelgas y protestas.
El paso al frente de los militares aprovecha el “talón de Aquiles”
de la rebelión popular que estalló en enero de 2011: la
debilidad de las alternativas
obreras y populares políticamente independientes de
todo sector patronal, civil o militar, laico o islamista. De
todos modos, esta peligrosa encrucijada del proceso
revolucionario en Egipto no significa que ya esté
derrotada, ni mucho menos, la extraordinaria rebelión de
masas iniciada en 2011.
El curso político de Egipto tiene importancia mundial. Israel y Arabia
Saudita se vuelcan decididamente en apoyo al nuevo régimen.
EEUU y la Unión Europea habían jugado un año atrás la
carta de Morsi, pero ante sus fracasos le soltaron la mano.
Sin embargo, hoy dudan frente a al-Sisi. Quizás temen, como
advierte el New York
Times, que su salvaje represión convierta a Egipto en
una “fábrica de islamistas”… ya no tan
“moderados” como Morsi.
De la misma manera, es importante, que los luchadores de todo el mundo
nos ubiquemos ante el trascendental proceso de Egipto.
De la caída de Mubarak al
derrocamiento de Morsi
Al producirse la caída de Mubarak a principios del 2011, muchos
hablaron del triunfo de la “Revolución Egipcia”. Dos años
y medio después, el colosal movimiento contra Morsi dio
motivo para hablar de la “Segunda Revolución Egipcia”.
Pero este tipo de simplificaciones –que Trotsky criticaba
como “fatalismo optimista”– no permiten entender cómo
el resultado de la “Primera Revolución” fue el gobierno
de los archi-reaccionarios Hermanos Musulmanes. Y el
resultado de la “Segunda Revolución” es la vuelta de
los militares al gobierno, un peligro aun más grave que los
retrógrados islamistas.
Es que, como todo gran proceso revolucionario, el de Egipto está
plagado de contradicciones y desigualdades que no hay que
disimular sino entender. Esto se agrava porque en nuestros días,
en la cabeza de las masas trabajadoras y populares, la alternativa
del socialismo, de la revolución
socialista, no está aún presente para la gran mayoría.
En el caso concreto de Egipto, la rebelión popular del 2011 obtuvo un
gran triunfo: la caída de Mubarak. Pero esto simultáneamente
tuvo limitaciones y
contradicciones: se fue Mubarak pero quedaron
intactas las instituciones de la dictadura, en primer
lugar, las Fuerzas Armadas. Además, las primeras elecciones
“libres” dieron la mayoría a los archi-reaccionarios
Hermanos Musulmanes.
Desde 1952, la historia de Egipto ha sido una secuencia de dictaduras
militares. Además, la “corporación militar” es en sí
misma uno de los principales sectores de la burguesía, que
controla alrededor del 25% del PBI. Pero ya desde antes de
Mubarak, prudentemente, había una “separación” de las
instituciones de gobierno (a las que se dio fachada
“civil” mediante farsas electorales), y las
instituciones propiamente militares, encabezadas por el
Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA). Esto permitió
que los militares y el CSFA, al estallar la rebelión,
dieran un prudente paso
al costado. O mejor dicho, se situaran como “por
encima” del conflicto entre las masas y el dictador. Y,
finalmente, lo dejaron caer.
En su momento, esto generó un gran aplauso a los militares de parte de
un sector confundido del movimiento de masas. Pero el idilio
fue de corta de duración: al poco tiempo las protestas eran
también contra ellos. El CSFA fue obligado a acentuar su
retirada táctica, convocando a sucesivas elecciones
(parlamentarias y finalmente presidenciales).
En el ballotage del 24 de junio de 2012, Morsi, candidato de la
Hermandad Musulmana, ganó por el 51% de los votos a Ahmed
Shafik, ex primer ministro de Mubarak y en buena medida
representante de la “corporación militar”. El gobierno
de Morsi, que asume el 30 de junio, funcionó inicialmente
bajo un pacto
islamista-militar. La Hermandad Musulmana representa un
sector burgués importante y en ascenso, diferente al de la
corporación militar. El pacto garantizaba los intereses de
cada una de las partes.
Sin embargo, era un matrimonio desigual. Aunque la Hermandad asumía el
gobierno y los militares daban un paso atrás, el pilar central del régimen, el núcleo
del estado egipcio seguían siendo las Fuerzas Armadas.
Todavía podían decir, como Luis XIV: “El estado soy
yo”.
Lo decisivo es que Morsi fue incapaz de satisfacer (o derrotar) las
demandas obreras y populares e imponer la “paz social”.
El deterioro vertiginoso del nivel de vida fue acompañado
de un tsunami de huelgas y protestas. Al compás de esa
situación, el apoyo popular a los Hermanos Musulmanes se
fue a pique. A eso se sumaron los intentos de “islamización”
de la sociedad, que se expresaron en una Constitución
autoritaria, votada en un plebiscito en que la gran mayoría
se abstuvo o votó en contra.
Antes de cumplir un año, el gobierno islamista no sólo había perdido
la mayor parte de su apoyo inicial: amplios sectores
comenzaron a rebelarse y se multiplicaron las protestas. A
fines de junio, Egipto estaba en una situación parecida a
la de febrero de 2011 que llevó a la caída de Mubarak,
pero con movilizaciones social y geográficamente incluso más
amplias. Es en ese cuadro que los
militares rompen el pacto con la Hermandad Musulmana.
Sin embargo, su actual jefe, el general Abdel al-Sisi, encabeza una
jugada muy distinta a la de febrero de 2011. La Fuerzas
Armadas no dan un paso atrás ni al costado, sino que se
erigen en ejecutores
de la voluntad popular, y echan a Morsi. Claro que esto
implica, simultáneamente, que reasumen
el gobierno aunque con una máscara civil que se les ha
ido deteriorando rápidamente.
El principal maquillaje civil de este operativo –el “Premio Nóbel
de la Paz”, Mohamed El Baradei– huyó despavorido al
comenzar las masacres de islamistas. Los que quedan en el
gabinete “civil” son en su casi totalidad “feloul”,
ex funcionarios del dictador Mubarak. En este contexto, no
sería una sorpresa que sea puesto en libertad los próximos
días.
El gran chantaje militar:
“nosotros o los islamistas”
Hay que reconocer que inicialmente el gran chantaje militar
–“nosotros o los islamistas”– ha
tenido éxito… aunque puede ser de duración
limitada. Hay un amplio sector de masas, incluso del
mismo movimiento obrero, que apoya al nuevo gobierno o por
lo menos lo acepta resignadamente como “mal menor”.
Este es un gravísimo peligro,
porque los militares no vienen a “salvar la democracia”,
las libertades y el laicismo amenazados por la “barbarie
islamista”, sino que regresan en plan
contrarrevolucionario: acabar, por las buenas o por las
malas, con el proceso abierto en 2011, terminar con las
huelgas y protestas, y garantizar así que el capitalismo
semicolonial egipcio vuelva a funcionar “normalmente”. Y
al que se oponga, palo y a la bolsa.
La otra cara de la moneda de este chantaje la suministran los mismos
Hermanos Musulmanes. Su debacle en apenas un año de
gobierno no tiene precedentes. Una organización inmensa,
con centenares de miles de supuestos militantes y decenas de
miles de cuadros, quedó desmoralizada, paralizada e incapaz
de responder a la ola de protestas populares que precedieron
la caída de Morsi. Fue la dimensión colosal de esta legítima
reedición –corregida y aumentada– de la rebelión de
2011, la que selló la suerte de los Hermanos en el
gobierno.
Pero la rebelión popular no llegó a derrocar a Morsi por
sí misma, ni menos a
reemplazarlo por un poder propio. Y la intervención de
los militares tuvo como uno de sus más nefastos resultados
la resurrección
de la Hermandad Musulmana. Aunque hoy sigan en minoría, los
islamistas, al ser desplazados por los militares,
recuperaron el aliento y pudieron volver a movilizarse en
algunos de sus enclaves. Superaron relativamente la
desmoralización del desastre del gobierno Morsi. Volvieron
a ponerse de pie tomando en sus manos la bandera “democrática”
de colocarse como víctimas
de un golpe militar que pasó por encima de la
legitimidad electoral.
Sin embargo, la resurrección de la Hermandad termina, en cierto modo, haciéndoles
el juego a los militares, que la utilizan para
“justificar” su bárbara represión y les da
equivocadamente el apoyo de quienes rechazan a los
islamistas. Es que la consigna principal de los islamistas,
la reinstalación de
Morsi, es inaceptable
para la gran mayoría que se movilizó en junio exigiendo
que se vaya. Esto es así, más allá de la lamentable
realidad que el “brazo ejecutor” de su caída hayan sido
los militares.
Además, la Hermandad ha desatado una guerra sectaria, inter-religiosa, impulsando pogroms y quema de
iglesias en los miserables barrios de los cristianos coptos.
También agreden a la minoría chíita. No es casual que los
militares, mientras masacran las concentraciones islamistas,
dan “vía libre” a
las pandillas de los Hermanos para asesinar, violar y quemar
iglesias. Es otro justificativo para apoyar a los militares,
por lo menos como “mal menor”.
Todo esto ha golpeado sobre las organizaciones y movimientos políticos,
sociales y obreros. Un importante sector apoya de una u otra
manera al nuevo gobierno. El movimiento Tamarod
(Rebelión) que desató la protesta contra Morsi, se ha
fragmentado (nunca fue homogéneo ni centralizado), pero su
núcleo original sostiene al gobierno. Y ni hablemos de las
“izquierdas” de raíces nasseristas o stalinistas. Un
intelectual como Samir Amin habría caracterizado al ejército
egipcio como “una fuerza de clase neutral”.
Por otra parte, el Movimiento 6
de Abril (que jugó un papel fundamental en la lucha
contra Mubarak) se mantiene, correctamente, opositor.
Asimismo, la principal organización trotskista –los Socialistas
Revolucionarios– también denuncia y enfrenta la
trampa contrarrevolucionaria de al-Sisi, aunque luego de una
posición inicial algo confusa respecto de la destitución
de Morsi por parte de los militares.
El movimiento obrero: presiones
para apoyar a los militares, crisis por las cooptaciones
y
esbozos de alternativas independientes
Lógicamente, el movimiento obrero, gran opositor a Morsi, también ha
sido impactado por estas presiones.
En Egipto se ha desarrollado la mayor
experiencia mundial de recomposición del movimiento obrero.
Tras el derrocamiento de Mubarak, fue un proceso
impresionante, con un millar de nuevos sindicatos
independientes, el semi-derrumbe de la vieja central burocrática
y estatizada, y ola tras ola de huelgas.
Pero esta extraordinaria recomposición ha sido demasiado “sindicalista”.
Desde allí no se generaron alternativas
políticas independientes igualmente fuertes. Este
flanco débil está siendo aprovechado a fondo por los
militares en un hábil operativo de cooptación.
Eso tiene peores consecuencias que la represión pura y dura
de los islamistas contra los sindicatos independientes.
Lo más grave es que el Ministerio de Trabajo ha sido ocupado por Kamal
Abu Eita, presidente de la EFITU (la principal central
de sindicatos independientes), y reconocido luchador desde
antes de la caída de Mubarak. Como ministro, Abu Eita ha
llamado a los trabajadores a suspender
las huelgas y producir más. “Los héroes de las
huelgas deben convertirse en héroes del trabajo y la
producción”, sostiene hoy día.
Asimismo, en los sindicatos independientes, otro punto de crisis ha sido
la actitud ante la convocatoria
del general al-Sisi a movilizarse para “combatir al
terrorismo islamista”. Es decir, apoyar
a los militares en la masacre de la Hermandad.
Las dos centrales independientes (la EFITU y la EDLC) y la vieja central
burocrática (EFTU) firmaron una declaración
conjunta en apoyo al reclamo de al-Sisi. Y el Sindicato
Independiente de Maestros llegó a decir que “respondemos
al llamado de nuestro gran Ejército para salir a las calles
a completar nuestra revolución enfrentando al
terrorismo…”
Pero no hay unanimidad, de
ninguna manera. Otros dirigentes y organizaciones salieron
al cruce de esta deriva desastrosa.
Fatma Ramadán, una destacada dirigente, miembro del Ejecutivo de la
EFITU, se opuso públicamente a dar semejante apoyo a los
militares y el nuevo gobierno. Y el presidente de la nueva
Unión Obrera Independiente de la empresa de agua de El
Cairo lo rechazó, llamando a “no repetir la historia de
suprimir las libertades en nombre de la ‘lucha contra el
terrorismo’”.
Además de una crisis, esto ha llevado al mismo tiempo a un replanteo
que puede abrir un nuevo
capítulo político en el sindicalismo independiente. Es
que tanto en la cooptación de Abu Eita como en relación al
apoyo a los militares, pesa no sólo la experiencia con la
Hermandad en el gobierno sino también las ilusiones
políticas “nasseristas”. Es decir, el sueño utópico
de otro nacionalismo militar “progresista”, al estilo
del gobierno de Gamal Abdel Nasser (1952/53-1970). El mismo
Abu Eita es dirigente de Al Karama, el partido nasserista de
izquierda.
Pero ni el general al-Sisi (que también se reclama “nasserista”) ni
las Fuerzas Armadas que hoy viven de las subvenciones de
EEUU, tienen el menor parecido con Nasser en cuanto a enfrentarse
con el imperialismo e Israel, o hacer
concesiones a los trabajadores. En lo único que al-Sisi
se parece a Nasser es en la persecución a los islamistas.
Por eso, ya comenzaron los
choques entre el gobierno y el movimiento obrero.
Mientras Abu Eita es ministro, vuelven a ser reprimidas las
huelgas… igual que con Morsi. El ejército intervino para
romper una “sentada” de los obreros de la Acería de
Suez. Hay varios activistas detenidos y amenazados con penas
de hasta cinco años de cárcel. ¡Los militares no tienen
nada que envidiar a los islamistas!
En la cabeza de los trabajadores y activistas siguen pesando
decisivamente los duros enfrentamientos con el gobierno
islamista. Pero ya han comenzado a hacer la experiencia con
el nuevo gobierno.
Una situación peligrosa que
debe remontarse
En síntesis: una situación
peligrosa, visto los planes contrarrevolucionarios del
nuevo gobierno y el relativo apoyo popular que ha logrado
gracias a la repulsa de los islamistas.
Sin embargo, hay que evitar conclusiones apresuradas. Un año atrás, al
subir Morsi, infinidad de charlatanes hablaban del
“Invierno Islamista” que duraría 20 ó 30 años al
menos…
Ahora abundan los análisis impresionistas que dan por hecha una nueva
dictadura militar…
Sin embargo, las masas trabajadoras, juveniles y populares de Egipto,
que protagonizaron dos inmensas rebeliones, todavía no han
sido derrotadas
sino engañadas… Son dos cosas muy distintas. Contradictoriamente, el
camino está lleno de peligros pero no sólo es inevitable
recorrerlo sino que también es
necesario para que las masas hagan
la imprescindible experiencia.
La única manera de superar masivamente las ilusiones en el islamismo
fue el gobierno de Morsi. Lo mismo vale para las ilusiones
en al-Sisi y los sueños “nasseristas”.
En ese terreno habrá que luchar por independizarse de cualquier opción
patronal –sea laica o islamista, civil o militar–, para poner en pie una alternativa obrera y socialista que parta de tomar
en sus manos las banderas
democráticas del momento: la lucha implacable contra la
represión del gobierno militar, y por una salida
revolucionaria a la crisis actual.
Esa salida no puede ser la restitución de Morsi, que fue echado por las
masas populares, sino la convocatoria inmediata a una Asamblea Constituyente revolucionaria y democrática que tome en sus
manos las riendas del país y pueda dar lugar a una maduración
de la experiencia hacia un gobierno de los explotados y
oprimidos.
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