Siria

Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 04/09/2013

Obama busca aprobación del Congreso para atacar

¡No al bombardeo imperialista a Siria!

“Jay Shapiro, un canoso habitante de Jerusalén, recordó el adagio de
que la política exterior norteamericana tenía palabras suaves y un
garrote pesado y dijo: ‘La política del presidente Obama es todo
lo contrario. Grita y no tiene garrote. No nos cuida las espaldas.
No cuida ni las espaldas de Estados Unidos’…”

(William MaClean, Agencia Reuters, 03/09/2013)

El retroceso ante el inminente ataque del gobierno de los EEUU a Siria abrió una cierta crisis política en las filas del imperialismo. Todo estaba dispuesto pero la derrota del gobierno de Cameron en la Cámara de los Comunes en Inglaterra, obligó a Obama a dar un paso atrás. Aislado internacionalmente respecto del ataque y sin su aliado tradicional, el gobierno yanqui decidió salir a buscar en su propio Congreso una legitimidad que no logró en el mundo.

Pero a no confundirse: esto no quiere decir que el ataque no vaya a existir. Por el contrario, está cada vez más cerca. El martes 3, en una reunión especial con un grupo de senadores, importantes figuras de la oposición republicana señalaron que “apoyarán a Obama en su pedido al Congreso”.

Buscando la legitimidad perdida

El paso atrás de Obama cuando se esperaba de manera inminente el ataque a Siria causó honda impresión internacionalmente. Fue una representación gráfica de cómo está el escenario de las grandes potencias, su grado de fragmentación. No hay ninguna duda de que los EEUU son la potencia imperialista de lejos más importante. Sigue siendo, aún, la primera economía mundial, y, además, es la principal potencia militar.

Sin embargo, el debilitamiento relativo de su lugar en el mundo es un hecho tan testarudo como el que acabamos de señalar. Muchos analistas, de manera impresionista, señalan que los Estados Unidos están “más fuertes que nunca” (esto ocurre, sobre todo, en los que revistan en el filo-chavismo). Pero este análisis no resiste los hechos objetivos.

Mientras que a la salida de la Segunda Guerra Mundial EEUU ostentaba la mitad del PBI mundial, hoy está reducido a un quinto del mismo y China amenaza con desplazarlo del primer lugar en el ranking en las próximas décadas, lo que no significa que ésta vaya a gozar de la primacía en investigación y desarrollo, ramas de punta y demás.

Al mismo tiempo, desde el punto de vista geopolítico también ha habido profundas modificaciones. La caída de la ex URSS a comienzos de los años 90 dejó a Estados Unidos como única superpotencia mundial. Sin embargo, el análisis no podía esconder que se trataba de una superpotencia que venía arrastrando ya un debilitamiento relativo en varios frentes.

Esta situación de debilitamiento en el plano internacional (geopolítico, del sistema mundial de Estados) se agravó en la última década con el empantanamiento y la relativa derrota política de sus intervenciones en Afganistán e Irak. Que se nos entienda bien: de ninguna manera sufrió una derrota militar en el terreno: no salió “como rata por tirante” como en 1975 en Vietnam, con esa histórica imagen de la embajada yanqui en Saigón siendo abandonada a último momento en helicóptero mientras los soldados del Vietcong la rodeaban. Sin embargo, no logró imponer del todo sus planes en dichos países: la inestabilidad los caracteriza; y se transformaron en un pantano militar del que Obama está intentando salir desde el comienzo de su mandato. Ese es el trasfondo del masivo rechazo de la población de los países imperialistas a una intervención en Siria.

Este debilitamiento económico y geopolítico de los EE.UU. es lo que ha llevado a su pérdida de autoridad. Se podría decir que décadas atrás el gobierno yanqui “tocaba pito” y todo un séquito de países se alineaba detrás del gran amo del “mundo libre”. Hoy no es así. Por el contrario, la operación de “castigo” a Al-Assad por su genocidio sobre la población de su propio país ha cosechado más reparos que apoyos.

Entre los ascendentes países BRIC, Rusia y China se han opuesto desde el vamos, y Brasil está más dedicada a poner el grito en el cielo por las espías de los servicios secretos yanquis a Dilma Roussef que a otra cosa.

Las potencias imperialistas derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón, siguen estando “anuladas” en materia de intervenciones militares, cosa habitual desde la posguerra.

Tampoco es una gran novedad la renuencia de la ONU a las intervenciones militares imperialistas. Por eso se la suele “saltear”. Además, en el Consejo de Seguridad, Rusia y China, aliadas del gobierno sirio, tienen poder de veto. Y la demagogia del Vaticano tampoco es sorpresa, denuncian que se viene “una guerra mundial” y Bergoglio habla por la libre “contra las guerras”. Claro que, de todos modos, todo esto resta legitimidad internacional al ataque.

Pero lo que rebasó el vaso fue la derrota de Cameron, primer ministro inglés, en la Cámara de los Comunes. Este fue un tremendo cimbronazo que provino del principal aliado histórico de los EEUU.

La explicación de esta derrota legislativa está en que la población en Inglaterra también está escaldada. Cuando en el 2003 se armó la coalición imperialista para atacar Irak, un enorme frente único de organizaciones populares llamado Stop the War Coalition se montó para rechazar la guerra y llevó a cabo movilizaciones de masas casi sin antecedentes. Aquella invasión no se pudo parar; pero las consecuencias del fracaso político de dicha intervención se pagan ahora; y no sólo en dicho país sino en todo el “mundo imperialista”: las opiniones públicas de dichos países no quieren más guerras de agresión[1].

Es en este contexto de falta de unidad y legitimidad internacional donde sólo el gobierno “socialista” de Holland en Francia se mantuvo firme en acompañar la intervención (apoyo demasiado débil como factor legitimador), es que Obama decide girar sobre sus pasos y buscarla dentro del país: de ahí que apele a su parlamento. Y la cosa no es fácil porque esta falta de legitimidad se expresa en la opinión pública de los países imperialistas: ¡el 64% de los franceses, el 66% de los norteamericanos, el 50% de los británicos y el 58% de los alemanes rechazan la intervención en Siria!

Al-Assad, el mejor “aliado” de Obama

Aunque parezca increíble, el hecho es que el mejor “aliado” que tiene Obama para lanzar su bombardeo… es el presidente sirio. Es que, con la masacre perpetrada por el gobierno sirio, Obama encontró una coartada perfecta para volver a hacer valer el rol de los EEUU como policía del mundo. Al- Assad  produjo el mayor genocidio con gases letales que se haya hecho en el siglo XXI y uno de los mayores de los últimos cien años.

Cómo pudo ocurrir esto, cómo Al-Assad puede atacar a su propia población. La respuesta es simple: la guerra civil en curso se está llevando adelante de manera creciente sobre líneas “sectario-religiosas” y/o “étnicas” en un país fragmentado por esos clivajes, es decir, donde los alineamientos a favor del gobierno o de la resistencia se producen prácticamente por regiones, poblaciones y barrios. O sea, territorialmente. Ni corto ni perezoso, Al-Assad disparó misiles con gases mortales hacia localidades opositoras de las cercanías de Damasco, cubriendo luego su crimen con un doble crimen: un intenso ataque de artillería.

Hizo esto a modo de escarmiento: si una determinada población se alinea con el bando enemigo: ¡será atacada con gases letales durante la madrugada cuando aún se encuentra durmiendo! Es difícil pensar en una imagen más terrorífica.

Pero en la deriva casi “fraticida” del conflicto sirio, los fragmentarios núcleos de la resistencia tienen casi igual responsabilidad. La realidad es que el levantamiento popular contra la dictadura sangrienta de Al-Assad fue un levantamiento progresivo, parte de la “primavera” que se está viviendo en el mundo árabe. Sin embargo, en este caso como también actualmente el de Egipto y anteriormente el de Libia, la militarización del conflicto no fue un paso progresivo, una “radicalización” como la leyeron muchas corrientes del trotskismo internacionalmente marcadas por un ridículo análisis mecánico y “objetivista” de los procesos de la lucha de clases (ver polémica en esta misma edición).

Su efecto real fue, más bien, quitarle toda proyección independiente y no sectaria al proceso de rebelión popular, y entregarle la dirección a un conjunto de formaciones que defienden intereses ajenos a los de los explotados y oprimidos. En ella operan formaciones laicas (en verdad, sunnitas “moderadas”) pero también islamistas rabiosas, con diferentes afiliaciones. Algunas monopolizadas por Al-Qaeda o grupos salafistas financiados desde Arabia Saudita y otros estados del Golfo, otras por la Hermandad Musulmana con centro en Egipto (ahora de capa caída), otras sostenidas desde Turquía por EEUU y el gobierno turco de Erdogan (que se encuentra reprimiendo su propia rebelión popular), otras por los separatistas armenios… y así de seguido.

Todo esto hizo el juego a la dictadura, porque acabó con el impulso inicial de las protestas populares de demandas democráticas junto con un expreso rechazo a las divisiones sectario-religiosas y/o de nacionalidades.

Por su parte, la dictadura lo aprovechó para hacer un chantaje a las numerosas comunidades minoritarias religiosas o nacionales, y también a los sectores moderados y/o laicos de la mayoría sunnita: “o me apoyan o vienen estos bárbaros  islamistas y salafistas”. Al-Assad se presenta como “el mal menor”. Este chantaje ha tenido cierto éxito y explica socialmente las dificultades para derrotarlo.

Esto  ha ido  llevando el proceso a un callejón sin salida donde ningún bando aparece claramente como progresivo y da excusas al imperialismo para intervenir: ¡si hasta es un hecho que la susodicha resistencia pide a gritos el bombardeo de Obama!

De ahí que la transformación de la rebelión popular en guerra civil no haya sido un desarrollo progresivo de la misma. El proceso exige la irrupción independiente de las masas sirias: la aparición de sectores de la juventud estudiantil y la clase obrera como sujetos independientes, que ofrezcan un tercer actor en la contienda. Esto que, con todas sus limitaciones, ha sucedido en Egipto, aún no ha ocurrido en Siria.

Sin embargo, lamentablemente, esto es muchísimo más fácil decirlo a que ocurra. La guerra civil ha acentuado la fragmentación comunitario-religiosa y cuando ese reflejo identitario es el que domina, los conflictos se sustancian no de una manera, aunque sea indirecta, “clasista”, sino con los rasgos “fratricidas” que estamos señalando.


[1] Las guerras de agresión requieren legitimidad y consenso en la propia población. La población de estos países no resisten (desde Vietnam) las guerras y sus costos: los muertos. La contradicción esta en que sin muertos, no hay posibilidad de sustanciar ninguna guerra. De ahí toda esta teorización de los ataques quirúrgicos y demás, que no pueden tapar la situación de debilidad relativa del imperialismo.