Gaza:
la Solución Final ralentizada
Por
Agustín Velloso (*)
CEPRID, 26/11/07
Gaza,
domingo, 11 de noviembre de 2007.– Hacia las cuatro de la
mañana el empresario farmacéutico Salim Madani se
encuentra en Sufa, el único paso fronterizo de la Franja de
Gaza que el gobierno de Israel abre muy de vez en cuando.
Hace catorce días que espera que un camión cargado de
medicinas para su distribución en la Franja, detenido en el
lado israelí, obtenga permiso de ese gobierno para
descargarlas en otro camión dispuesto a recibirlas en el
lado palestino, en Jan Yunis.
Hace muchos
meses que enfermos palestinos mueren porque muchos otros
camiones no son autorizados para transportar medicinas –ni
otros productos básicos– a la prisión de Gaza. Los niños
mártires Mohammad Turk, Mohammad Helow y Shaban Lulu, son
tres de los centenares de palestinos fallecidos en los últimos
tiempos por los efectos del bloqueo israelí e
internacional.
El hospital
de la ciudad de Gaza Shifa’a informó el 5 de septiembre
de 2006 que los tres menores fallecieron a causa de
complicaciones renales que no pudieron ser tratadas por la
falta de medicinas apropiadas. El Director General de
Emergencias del Ministerio de Sanidad advirtió entonces del
peligro de muerte al que se enfrentaban seiscientos niños más
afectados por insuficiencias renales.
Desde esa
fecha, en realidad desde que Israel ocupó Palestina, salta
a la vista que niños, ancianos, mujeres y hombres
palestinos corren un riesgo cierto de perder su tierra, su
casa, su medio de vida y hasta la vida misma, por el mero
hecho de no ser judíos.
También
desde esa fecha es claro que el resto de naciones no quiere
poner fin a este genocidio a cámara lenta, sino que por el
contrario ha decidido contribuir de diversas formas a que
Israel lleve a cabo su propia Solución Final en Palestina:
dándole armas, dinero, apoyo político y castigando a los
palestinos de Gaza con un boicot que clama al cielo por su
crueldad.
Aquí, en
España, el 12 de septiembre de 2007, mientras que la
Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la
ONU (OCAH) hacía pública la cifra de muertos palestinos
bajo las balas y misiles israelíes (4878, 969 de ellos niños),
en un acto imaginable en un psicópata como Hannibal Lecter,
se otorgó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia
al Museo del Holocausto de Jerusalén, “recuerdo vivo de
una gran tragedia histórica, por su tenaz labor para
promover, entre las actuales y futuras generaciones, y desde
esa memoria, la superación del odio, del racismo y de la
intolerancia” (sic).
Salim,
harto de esperar para nada, está a punto de volverse a
casa, un día más, cuando observa que otro camión aparece
en el lugar que debía ocupar el suyo. Extrañado, decide
quedarse. Varios trabajadores llevan a cabo con rapidez el
traspaso de la mercancía del camión que la trae a través
de territorio israelí al camión que la recibe en el lado
palestino, sistema obligatorio implantado por Israel para
dificultar al máximo la vida a los palestinos.
¿Otras
medicinas, quizás comida, quizás productos de primera
necesidad, alguna mercancía urgente? Nada de eso, sino
pancartas, banderas, banderines, camisetas y gorras a
millares para su uso en la manifestación del día 11.
Gracias a
la política de Solución Final ralentizada, en la Franja de
Gaza falta de todo y no se recibe casi nada. Además, el
paso de Sufa, según el informe nº 50 de nueve de noviembre
de 2007 de la OCAH, “carece de la infraestructura
apropiada para la distribución de alimentos y medicinas”
y “ha permanecido abierto seis días de los nueve que tenía
previsto hacerlo desde el último informe, el nº 49, de dos
de octubre”.
Con términos
menos técnicos pero de forma más acorde con la realidad,
lo que en realidad dice la OCAH es que los israelíes dejan
que la comida perecedera se estropee y se pudra, al tiempo
que las medicinas caducan y así las “bestias de dos
patas” (o sea, los palestinos en lenguaje de la ONU)
enferman por falta de vitaminas y elementos esenciales para
una vida sana y no encuentran remedio en medicinas que
resultan ineficaces.
De vuelta
en la ciudad de Gaza Salim sale a la calle donde ve pasar a
miles de manifestantes con el estómago vacío y la cabeza
llena de falsas ilusiones. Unos pocos, sin embargo, con el
estómago y la cartera más satisfechos que los de la gran
mayoría, planean reconducir el plan A, el de conmemorar el
fallecimiento de Arafat hace tres años, hacia el plan B,
provocar a las fuerzas de seguridad y organizar un grave
altercado. Es preciso añadir en cada ocasión propicia un
problema más a la larga y pesada lista que el mundo entero
arroja a las espaldas de Hamas con el fin de derrotarlo a
los puntos, una vez reconocido de forma implícita que es
demasiado fuerte para hacerlo por KO.
Hay que
agotar y confundir a las masas, hambrientas y desesperadas,
para que crean que es Hamas, partido al que votaron
masivamente hace casi dos años, el obstáculo hacia el pan
y la tranquilidad que se les niega, aunque no en Gaza, sino
en Israel, Estados Unidos y la Unión Europea.
Mientras
Salim observa lo que ocurre y fuma un cigarrillo, se
pregunta en silencio por qué una gran manifestación para
recordar a Arafat pudo haberse organizado el año pasado, o
el anterior, pero ha sido este año. Por su parte Abu Mazen
y otros colaboradores dan consignas para sacar provecho de
la misma. A pesar de la reunión de la víspera entre Fatah
y Hamas, por debajo se prepara una nueva acción contraria
al gobierno de Hamas, pero sobre todo, contraria a la causa
palestina.
Unos
insultos y amenazas aquí, unas pedradas y unos tiros allí,
son suficientes para que la olla en ebullición que es Gaza
explote sin remedio. El equilibrio social y mental de su
población no puede ser más frágil tras el castigo
recibido en los últimos años y una provocación oportuna
es todo lo que se necesita para destruirlo.
La
ingeniosa política israelí en Palestina, que consiste en ralentizar
la Solución Final de los nazis, es fácilmente
observable. La previsión, no obstante, es que los propios
palestinos la aceleren con una guerra fraticida. Para ello
cuentan con un puñado de colaboradores, con cientos de
miles de desesperados y con un grupo de cómplices que la
apoyan e incluso la premian.
(*)
Agustín Velloso es profesor de Ciencias de la Educación de
la UNED en Madrid. Mail: avelloso@edu.uned.es
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