Al
Arich, cementerio de las esperanzas palestinas
Por
Michel Bôle Richard
Le
Monde /Tlaxcala, 29/01/08
Traducido por Caty R.
En
las calles del centro de Al Arich, ciudad costera de Egipto,
ha comenzado la «caza al palestino». En el zoco y las
calles adyacentes las fuerzas de la policía, uniformadas y
de paisano, perseguían el lunes 28 de enero a los
habitantes de la Franja de Gaza que erraban en busca de
alimentos y alojamiento desde la apertura de la frontera,
por la fuerza, el 23 de enero. Todos ellos han sido
embarcados en autocares y microbuses para ser reexpedidos a
la frontera. Es difícil escapar de las redadas por la
enorme presencia policial.
La
mayoría de las tiendas se han cerrado por orden de las
autoridades con el intento de secar el flujo continuo de
palestinos que llegan a hacer sus compras. «Eran como
langostas, lo desvalijaron todo. Algunos productos
desaparecieron», explica un comerciante. La mayoría de las
gasolineras ya no tienen combustible y hay colas
interminables ante las que todavía permanecen abiertas. Se
han prohibido las garrafas y los empleados de los surtidores
se pueden ganar una multa si contravienen las órdenes de no
servir a los palestinos.
«Hasta
en las panaderías se niegan a vendernos pan», dice uno de
ellos. «Los egipcios quieren estrangularnos después de que
los israelíes quisieron ahogarnos».
Al
Arich se ha convertido en la ciudad de la angustia para los
palestinos de Gaza. Después de burlar los puestos militares
que jalonan el camino principal por las pistas del desierto,
se han embarrancado en esta ciudad sitiada, convertida en el
puerto de una esperanza rota. Imposible ir más lejos.
Incluso las mercancías ya no llegan a este callejón sin
salida del Sinaí porque están bloqueadas en Ismailia por
decisión de las autoridades egipcias, con el intento de
detener el éxodo de un pueblo que aspira a un poco de oxígeno
y a adquirir productos de los que está privado por el
bloqueo israelí.
El
calvario continúa
Ciertamente
la frontera de Rafah está abierta desde el 23 de enero,
pero sólo se alejó 50 kilómetros. «Los muros de la prisión
sólo están un poco más lejos», como dice un estudiante
que lamenta la falta de solidaridad de los árabes.
Imposible encontrar una habitación en un hotel o en uno de
los innumerables chalés del paseo marítimo, vacíos en
esta estación del año. Se han dado órdenes de no alojar a
quienes regresan como refugiados. Duermen donde pueden e
intentan escapar de las fuerzas de seguridad escondiéndose.
Algunos han sido objeto de malos tratos. «Los habitantes
nos acusan de haber provocado la subida de los precios y nos
hacen responsables de la escasez, pero no es nuestra intención»,
protestan los palestinos exasperados. «Sólo queremos
abastecernos. Los comerciantes no tienen por qué quejarse.
¡No es una invasión!»
Al
Arich, el paraíso de la esperanza, se ha convertido en el
cementerio de las ilusiones. A la entrada de la ciudad,
varios miles de personas encontraron refugio en una calle,
convertida en el bulevar de la espera, y en dos mezquitas,
una para las mujeres y los niños y otra para los hombres,
ambas atascadas de maletas.
Allí
permanecen cientos de enfermos, estudiantes, residentes de
países extranjeros bloqueados en la Franja de Gaza desde la
toma del poder por Hamás el 15 de junio de 2007, que
creyeron que iban a poder recibir tratamiento médico,
proseguir sus estudios o reunirse con los suyos. Ningún
sello de salida, ninguna posibilidad de viajar a El Cairo.
Por
lo tanto están esperando, desde el 23 de enero, a que las
autoridades egipcias hagan un gesto. Muchos tienen los
pasaportes en regla, los documentos médicos necesarios,
permisos de residencia válidos en países extranjeros. Sólo
falta un sello egipcio para salir de la clasificación de
los ilegales.
«Sólo
quiero llegar al aeropuerto para viajar a Bélgica. Si no
voy perderé el segundo semestre después de haber perdido
el primero. ¿Por qué Hosni Mubarak (el presidente egipcio)
no nos da los permisos?» se inquieta Mohammed.
De
momento la policía los tolera. Pero allí no hay cobertura
suficiente para todo el mundo. Los enfermos deberían ser
hospitalizados. «Hará falta una rebelión, un muerto, para
que se preocupen por nuestra suerte», protesta Bassam,
corroído por un cáncer de páncreas.
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