Discurso
pronunciado por el músico y escritor Gilad Atzmon el sábado
1 de marzo de 2008 en Hampshire (Reino Unido)
Libertad
de expresión: el derecho a comparar Gaza
con Auschwitz
Por
Gilad Atzmon (*)
Peace Palestine, 06/03/08
Tlaxcala, 08/03/08
Traducido por Manuel Talens (**)
“Ellos
[los palestinos] se están buscando un holocausto mucho
mayor,
porque nosotros utilizaremos todo nuestro poderío para
defendernos”
Matan Vilnai, viceministro de Defensa israelí, 29 de
febrero de 2008
Está bien
claro que el viceministro de Defensa israelí no se sintió
nada incómodo al comparar a Israel con la Alemania nazi
cuando reveló el futuro genocida que le espera al pueblo
palestino, pero por algún motivo los medios occidentales
evitan poner el dedo en la llaga de dicha comparación. A
pesar de que los hechos se desarrollan ante nuestros ojos; a
pesar del hambre en Gaza; a pesar de que un alto funcionario
israelí admite las inclinaciones genocidas contra los
palestinos; a pesar de la intensificación de las matanzas,
todavía nos asusta admitir que Gaza es un campo de
concentración y que está a punto de convertirse en un
campo de la muerte. Por alguna extraña razón, muchos de
nosotros aún no han aceptado que en lo tocante al mal,
Israel es el campeón mundial de la inclemencia y la
venganza.
Libertad
y autoridad
En su
impagable texto On Liberty [Sobre la libertad], John Stuart
Mill se refirió a la tensión que siempre existe entre
libertad y autoridad. En otras palabras, libertad y hegemonía
están destinadas a oponerse. Sin embargo, la ideología
liberal igualitaria occidental está ahí para ofrecer una
salida política y alimentar el mito de que “autoridad”
y “libertad” pueden ser consideradas como las dos caras
de una misma moneda.
Hoy voy a
tratar de exponer con mayor detalle la dinámica estructural
del discurso liberal y los diferentes elementos que
salvaguardan la falsa imagen de la “libertad”, de la
“libertad de expresión” y de la “libertad de
pensamiento”. Trataré de demostrar que nuestra supuesta
“libertad” es en realidad lo que nos impide pensar libre
y éticamente. Como ven, he dicho “la imagen falsa de la
libertad”, y ello porque estoy convencido de que en lo
tocante al discurso liberal, la libertad no es más que una
simple imagen. En la práctica, no existe. La imagen de la
“libertad” está ahí para alimentar y mantener nuestra
buena conciencia y así poder enviar a nuestros soldados a
matar millones de personas en nombre de la “democracia”.
Libertad
de expresión y libertad de pensamiento
Me gustaría
empezar explicando la diferencia entre “libertad de
expresión” y “libertad de pensamiento”.
La libertad
de expresión es la libertad que uno tiene para exteriorizar
sus ideas. Si tenemos en cuenta que los seres humanos son
criaturas expresivas, no existe método alguno capaz de
garantizar que una voz disidente será silenciada. Como
hablar es innato a la naturaleza humana, cualquier intento
de reducir un derecho tan elemental resulta complicado: ¿Se
le prohíbe un libro a alguien? Lo distribuirá en
octavillas en la calle. ¿Se le confiscan las octavillas? Lo
subirá a internet. ¿Se le corta la electricidad, se le
confisca el ordenador? Se pondrá a gritarlo a voz en
cuello. ¿Se le corta la lengua? Asentirá con la cabeza
cuando otros repitan su manifiesto. La última opción es
cortarle la cabeza, pero entonces lo habrán convertido en
un mártir.
Los
liberales disponen de dos métodos para callar al disidente:
A. La
prohibición (mediante multa o encarcelamiento);
B. La
exclusión social.
Sin
embargo, es importante mencionar que, dentro del denominado
discurso liberal, cualquier intento de prohibir una idea o
una voz disconforme es contraproducente, pues pone en mal
lugar a la autoridad liberal y al sistema. Por eso mismo los
liberales tratan de implementar métodos sofisticados de
censura y de control del pensamiento que necesiten muy poca
intervención autoritaria. Como veremos de inmediato, en la
sociedad liberal la censura y el control del pensamiento se
suelen autoimponer.
Reducir la
libertad de expresión es muy difícil, pero reprimir la
libertad de pensamiento es casi imposible. La libertad de
pensamiento es la libertad de pensar, sentir, soñar,
recordar, olvidar, perdonar, amar y odiar.
Por difícil
que sea imponer el pensamiento a los demás, impedir que la
gente vea por sí misma la verdad es casi impracticable. Sin
embargo, existen métodos para reprimir y contener el
pensamiento intuitivo y la introspección ética.
Obviamente, me estoy refiriendo al sentimiento de culpa.
El
sentimiento de culpa, infligido principalmente a través de
axiomas expresados como “corrección política”, es el método
más eficaz para mantener a la sociedad o a cualquier
discurso en un estado de “autocontrol”. Convierte al
denominado individuo liberal en un ciudadano servil,
automoderado y obediente. Así, la autoridad se ahorra
cualquier intervención. Es el individuo liberal quien se
prohíbe a sí mismo la aceptación de las ideas en que se
basa la imagen igualitaria de la libertad y de la sociedad
universal.
Dicho lo
cual, es necesario aclarar que la pretensión liberal de que
busca la paz no impide que las sociedades liberales en
general –y la anglo–usamericana en particular– estén
en la actualidad involucradas en crímenes contra la
humanidad a una escala genocida. Por consiguiente, cuanto más
horroroso se vuelve Occidente, mayor es la brecha entre la
“libertad de pensamiento” y la “libertad de expresión”.
Esta brecha
puede convertirse fácilmente en una disonancia cognitiva,
que en muchos casos madura en una forma grave de apatía.
Suele decirse que “para que el mal prospere sólo hace
falta que la buena gente no haga nada”. Esto resume a la
perfección la apática negligencia de las masas
occidentales. No hay muchos que se preocupan por el
genocidio que en Iraq se está cometiendo en nuestro nombre
o por las matanzas en Palestina, que se están cometiendo
con el apoyo de nuestros gobiernos. ¿Por qué somos apáticos?
Porque cuando queremos ponernos en pie y decir lo que
sentimos, cuando queremos celebrar nuestra supuesta libertad
y comparar Gaza con Auschwitz o Bagdad con Dresde, algo
dentro de nosotros nos lo impide. No es ni el gobierno ni
las leyes ni cualquier otra forma de autoridad: es más bien
un diminuto y eficaz “microchip de culpabilidad”
autoinfligida, que funciona como vigilante en nombre de la
“corrección política”.
Trataré
ahora de seguir la evolución histórica y filosófica que
nos ha conducido desde la utopía igualitaria liberal hasta
la autocastración ética e intelectual actual.
El
principio del daño
John Stuart
Mill, el fundador del pensamiento liberal moderno, afirma
que cualquier doctrina debe poder enunciarse, por muy
inmoral que pueda resultarle a los demás. Ésta es,
obviamente, la expresión definitiva del pensamiento
liberal. Atribuye libertad absoluta de opinión y
sentimiento a todos los sujetos, prácticos o especulativos,
científicos, éticos, políticos, religiosos o teológicos.
Pero si
bien Mill refrendó la forma más completa de libertad de
expresión, sugirió que la única limitación a la libertad
era la interdicción del “daño a los demás”. Está
claro que resulta muy difícil defender la libertad de
expresión si ésta conduce a la transgresión de los
derechos ajenos. La pregunta que surge entonces es ésta: ¿Qué
tipos de discurso pueden causar daño? Mill distingue entre
el daño legítimo y el ilegítimo. Según él, solamente
cuando el discurso viola directa y claramente los derechos
ajenos puede limitarse. Pero entonces, ¿qué clase de
discurso puede causar tal violación?
Las
feministas, por ejemplo, han venido manteniendo que la
pornografía degrada, pone en peligro y daña las vidas de
las mujeres. Otro caso difícil es el discurso del odio. La
mayoría de las democracias liberales europeas han impuesto
limitaciones al discurso del odio. Pero es discutible si la
prohibición de la pornografía o del discurso del odio
puede basarse en el principio del daño tal como lo formuló
Mill. Habría que probar que tal discurso o tal imagen
infringen los derechos, directamente y en primer lugar.
Por ello,
el principio del daño de Mill es objeto de críticas, bien
por ser demasiado estrecho o demasiado ancho. Es demasiado
estrecho porque no logra defender el derecho del marginal.
Es demasiado ancho porque si se interpreta en toda su
amplitud puede conducir a una potencial abolición de casi
cualquier discurso político, religioso o socialmente
orientado.
El
principio de la ofensa y la libertad de expresión
Teniendo en
cuenta los defectos del “principio del daño”, no pasó
mucho tiempo antes de que surgiese un “principio de la
ofensa”, que puede definirse así: “La libertad de
expresión no debe limitarse, salvo si ofende a los demás”.
El
razonamiento básico que subyace al “principio de la
ofensa” es trivial. Está ahí para defender los derechos
del marginal y del débil. Está ahí para tapar el agujero
creado por el demasiado ancho principio del daño.
El
principio de la ofensa es muy eficaz a la hora de reducir la
pornografía y el discurso del odio. En rigor, tal como
sucede con la pornografía violenta, la ofensa causada por
una marcha nazi en un vecindario judío resulta inevitable
y, por eso, debe prohibirse. Sin embargo, al principio de la
ofensa se le puede criticar que sitúa el listón demasiado
bajo. En teoría, todo el mundo puede sentirse
“ofendido” por algo.
Los
grupos judíos de presión y el discurso liberal
No cabe
duda de que la utilización desmedida del principio de la
ofensa atribuye mucho poder político a algunos grupos de
presión marginales en general y judíos en particular.
Contando con la premisa del “principio de la ofensa”,
los activistas étnicos nacionalistas judíos afirman
sentirse ofendidos por cualquier forma de crítica al Estado
judío y al sionismo. Pero la cosa va mucho más lejos, pues
en la práctica no es sólo la crítica al sionismo y a
Israel lo que se nos exige que evitemos. Los izquierdistas
judíos insisten en que debemos evitar cualquier
cuestionamiento que tenga que ver con el proyecto nacional
judío, con la identidad judía e incluso con la historia
judía. En pocas palabras, al utilizar de forma desmedida el
principio de la ofensa, los líderes étnicos judíos, tanto
de la izquierda como de la derecha, han conseguido abolir la
posibilidad de cualquier crítica a la identidad y a la política
judías. Mediante el uso del principio de la ofensa, los
grupos judíos de presión de derecha, izquierda y centro se
han las arreglado para acallar cualquier crítica posible a
Israel y a sus crímenes contra los palestinos. Lo más
preocupante es que los activistas e intelectuales judíos de
izquierda exigen sin vergüenza alguna que se impida
cualquier crítica al grupo judío de presión en USA y Gran
Bretaña (el denominado Jewish Lobby).
Como puede
verse, el “principio de la ofensa” regula e incluso
sirve a los intereses de algunos notorios grupos sionistas y
judíos izquierdistas de presión en el corazón del
denominado Occidente democrático liberal. En la práctica,
un grupo de vigilantes nos somete mediante el terror y
limita nuestra libertad mediante un elástico mecanismo
mental que está ahí para reprimir nuestras ideas antes de
que maduren en una nueva percepción ética. La manipulación
establecida por la corrección política es el terreno
abonado de nuestra destrozada disonancia cognitiva. Es
exactamente ahí donde la libertad de expresión no
concuerda con la libertad de pensamiento.
Auschwitz
frente a Gaza a la luz de la corrección política
Tendemos a
aceptar que el principio de la ofensa debe proteger los
discursos marginales para que el sujeto marginal mantenga su
voz única. Obviamente, también aceptamos que dicho
principio debe ser aplicable a los muchos discursos
marginales judíos (religioso, nacionalista, trotskista,
etc.). Pero los grupos judíos de presión quieren mucho más
que eso, insisten en deslegitimizar cualquier referencia
intelectual al cabildeo sionista de sus grupos de presión y
al sionismo global en curso. Y, por si esto no fuera
suficiente, cualquier referencia a la historia judía
moderna está prohibida, a menos que la apruebe una
autoridad “sionista” kosherizada. Por muy extraño que
parezca, el Holocausto judío ha pasado a ser hoy,
intelectualmente, un acontecimiento metahistórico. Se trata
de un hecho del pasado que no admite escrutinio alguno, ya
sea de orden histórico, ideológico, teológico o sociológico.
De acuerdo
con el principio de la ofensa, los judíos pueden argüir
que cualquier forma de reflexión que ataña a su
sufrimiento anterior es “ofensiva e hiriente”. Pero uno
está en su derecho de exigir algunas explicaciones. ¿Cómo
es posible que una investigación histórica capaz de dar
lugar a versiones diferentes de acontecimientos del pasado
–que ocurrieron hace seis décadas y media– ofenda a
quienes viven hoy entre nosotros? Evidentemente, no es tarea
fácil sugerir una respuesta racional a dicha pregunta.
Está claro
que la investigación histórica no debería herir u ofender
ni al judío contemporáneo ni a cualquier otra persona. A
menos, por supuesto, que el Holocausto se utilice contra los
palestinos o contra aquellos a quienes se acusa de ser
“enemigos de Israel”. Tal como nos ha mostrado en fechas
recientes Matan Vilnai, el Estado judío no dudaría en
provocar un Holocausto entre los palestinos. Los israelíes
y sus partidarios no cesan de utilizar retóricamente el
holocausto, pero los grupos judíos de presión del mundo
entero harían lo imposible por impedir que quienes no somos
judíos comprendiésemos lo que significa el holocausto.
Estarían dispuestos a utilizar su poder devastador para que
no utilicemos el holocausto como herramienta crítica de la
barbarie israelí.
Como es fácil
de prever, la corrección política entra aquí en juego
para censurar la investigación histórica de la historia
judía y la comprensión adicional de la actual iniquidad
israelí. La corrección política está aquí para
impedirnos ver y expresar lo obvio, para impedirnos
comprender que la verdad –y la verdad histórica en
particular– son una noción elástica. Así, cabría
preguntar qué es exactamente la corrección política.
La corrección
política, para aquellos que no lo entiendan, es básicamente
una postura política que no admite la crítica política.
La corrección política es una postura que no puede
justificarse en términos racionales, filosóficos o políticos.
Está implantada como un juego de axiomas en el corazón del
discurso liberal. Funciona como un autoimpuesto regulador de
silencio alimentado por un sentimiento autoinfligido de
culpabilidad.
La corrección
política es, de hecho, la agresión más grosera a la
libertad de expresión, a la libertad de pensamiento y a la
libertad humana, pero manipuladoramente se expresa como la
encarnación definitiva de la libertad.
Por eso,
afirmo con todas mis fuerzas que la corrección política es
el peor enemigo de la libertad humana y que quienes regulan
tales axiomas sociales y los implantan en nuestro discurso
son los peores enemigos de la humanidad.
Afirmo con
todas mis fuerzas que como los palestinos se están
enfrentando a un terrorismo de Estado de corte nazi, el
discurso del holocausto y su significado les pertenece
cuanto menos en la misma medida que les pertenece a los judíos
o a cualquier otro.
Afirmo con
todas mis fuerzas que si los palestinos son, de hecho, las
últimas víctimas de Hitler, el holocausto y su significado
les pertenecen más que a nadie.
Teniendo en
cuenta lo anterior, la equiparación de Gaza con Auschwitz
es la única y correcta manera de avanzar. Cuestionar el
holocausto y su significado es lo que hoy y en el futuro
inmediato debe hacerse para liberar a la humanidad.
(*)
Gilad Atzmon es músico, escritor y activista ex judío,
nacido en Israel y autoexiliado en Gran Bretaña, desde
donde defiende la causa de la liberación del pueblo
palestino. Su sitio web es http://www.gilad.co.uk/.
(**)
El escritor español Manuel Talens y el dibujante belga Ben
Heine son miembros de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala, la
red de traductores por la diversidad lingüística. Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de
respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor,
al revisor y la fuente.
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