El
Israel postsionista: las reglas han cambiado (II)
Por
Assaf Adiv
Challenge,
Nº
106, nov/dic 2007
CEPRID,
09/03/08
Traducción de Pablo Carbajosa
La
primera parte de este artículo puede verse en www.socialismo-o-barbarie.org/palestina_nueva/080224_a_elisraelpostsionista.htm
2. El derrumbamiento del
viejo régimen de partidos
Un rasgo destacado del nuevo régimen
de Israel es el debilitamiento de los dos partidos
tradicionales, el Laborista y el Likud, y el surgimiento de
Kadima. En las elecciones de 2006, los laboristas
consiguieron 19 escaños y el Likud sólo 12 en un
parlamento, la Knesset, de 120. Por otra parte, el Kadima,
sin historia, ideología o configuración, consiguió 29 y
formó gobierno.
El
Partido Laborista, consumido desde adentro
La nueva burguesía israelí, una vez
salida del cascarón del Estado, acabó con el monopolio del
Mapai (Laborista). En 1977, los representantes de esta nueva
clase crearon un partido llamado Dash, entre cuyos
dirigentes se contaba Stef Wertheimer y el arqueólogo Yigal
Yadin. Dash consiguió el apoyo de la élite económica.
Tras hacerse con 15 escaños, se unió a la coalición del
Likud. Por primera vez en la historia de Israel, el
Laborismo acabó en la oposición.
Unos 17 años más tarde, el Partido
Laborista sufrió un golpe igualmente desastroso en su seno.
Había controlado desde siempre el Histadrut, que a su vez
controlaba el mayor y más sólido fondo de salud de Israel.
Para tener seguro de salud, los israelíes debían afiliarse
al Histadrut y pagar en él sus cuotas. Esta ligazón
proporcionaba al Laborismo una fuente garantizada de fuerza
electoral e ingresos. Hacia 1994, el sindicato contaba con 8
millones de miembros. No obstante, en ese año, dos jóvenes
laboristas, Haim Ramon y Amir Peretz, rompieron con el
partido y formaron una nueva lista que optaba a dirigir el
Histadrut. Su idea consistía en despojarse de la vieja
imagen de la federación. Sorprendentemente, su iniciativa
tuvo éxito. Al asumir el control, acordaron separar el
fondo de salud de la afiliación sindical. Esta última
disminuyó velozmente a medio millón para el año 2000, con
el correspondiente descenso en los ingresos.
¿Por qué razón iban a socavar su
propio partido dos militantes laboristas? El Laborismo
estaba entonces dividido entre dos campos, uno dirigido por
el primer ministro Yitzhak Rabin, y el otro por Shimon
Peres. El campo de Rabin representaba a la nueva burguesía,
para la que la relación obligatoria entre el sindicato y el
fondo de salud resultaba anticuada, insular y antidemocrática;
en dos palabras: nada occidental. Además, el Histadrut
constituía la base del poder de su rival, Peres. El
debilitamiento del Histadrut puede haber sido concebido como
un servicio a Rabin. En cualquier caso, la nueva burguesía
se salió con la suya. Ni el Histadrut ni los laboristas se
han recuperado desde entonces.
Cuando Amir Peretz volvió al
Laborismo en 2005 y sorprendió de nuevo a todos haciéndose
con el liderazgo, se produjo una escisión devastadora:
Shimon Peres, veterano dirigente del partido, lo abandonó
junto a sus seguidores y se unió a Kadima.
La escisión del Likud y el
ascenso del Kadima
La visión del Gran Israel, base
ideológica del Herut/Likud, se disolvió con la elección
de Binyamin Netanyahu como primer ministro en 1996.En
aquella época existía el consenso en el sector de negocios
israelí de la importancia de la paz como condición previa
del desarrollo económico. Esto llevó al gobierno de
Netanyahu a continuar el proceso de Oslo, reconociendo tácitamente
que los viejos conceptos del Likud habían quedado
obsoletos. El conflicto siguió latente en el partido
durante una década, hasta que Sharon se decidió por la
desconexión de Gaza.
Considerado el padre de los
asentamientos, Sharon había sido el supremo halcón del
Likud. Hacia el final de la segunda Intifada, sin embargo,
había llegado a la convicción de que, dada la falta de un
socio palestino para la paz, Israel haría bien en retirarse
de Gaza y desmantelar sus asentamientos en la zona. Señaló
a la opinión pública su disposición a sacrificar cosas
que consideraba sagradas. Había encontrado algo más santo
aún: el favor del nuevo sector de negocios y su renovada
clase media.
Unos meses después de la desconexión,
Sharon decidió crear el Kadima, llevándose consigo figuras
claves del Likud y el Laborismo. Su nuevo partido atrajo a
buena parte de la clase media. Con Ehud Olmert, que tomó
las riendas tras el grave ataque que incapacitó a Sharon,
el Kadima constituye una combinación de los pragmáticos
del Likud y el Laborismo. Su principal preocupación
consiste en adaptar a Israel al nuevo orden global. No
obstante, sin el carisma de Sharon, no puede llenar el vacío
de su liderazgo. No se trata de simplemente de suerte. El
nuevo partido sintetiza el Israel postsionista: máxima
flexibilidad política y falta de principios sociales. Su única
finalidad estriba en perpetuar el status quo en beneficio de
la clase media, que desea una tierra en la que -en palabras
de Olmert- "sea divertido vivir" (Haaretz, 10 de
marzo de 2006).
3. El Ejército se adapta a
las nuevas reglas
La Fuerza de Defensa Israelí (FDI)
era y sigue siendo un pilar fundamental de Israel, y los
soldados, su grupo más respetado. El régimen globalizado
de las últimas dos décadas ha agitado a esta institución,
afectando a su organización, su composición demográfica y
su influencia.
El
"Ejército del Pueblo" ya no existe
Muchos trabajos de investigación
llegan a la conclusión de que el Ejército de Israel ya no
es un ejército del pueblo, y que el país ha perdido por
tanto un núcleo de cohesión y fortaleza. Los
investigadores también están de acuerdo en que los cambios
son imparables. Lo cierto es que muchos jóvenes israelíes
ya no están dispuestos a dedicar largos años al servicio
militar.
En su libro, "De Ejército
del Pueblo a Ejército de la periferia" (Carmel
Press [en hebreo], 2007), el Dr. Yagil Levy define las
principales razones del cambio. Lo primero y más importante
es que el Ejército ha fracasado una y otra vez a la hora de
conseguir una victoria decisiva en el campo de batalla al
modo de 1967 (la llamada "Guerra de los Seis Días"
se ha convertido en el modelo de victoria). La segunda razón
tiene que ver con los cambios políticos y de clase
descritos más arriba, que han substituido los valores
sionistas-nacionalistas por la ambición del éxito
personal, estimada económicamente.
De acuerdo con Levy, la guerra de
1967 supuso una línea divisoria. El consiguiente auge económico
creó por vez primera una amplia clase media que no tenía
ganas de sacrificarse. "Este nuevo materialismo",
escribe Levy en la página 54, "socavó varios valores
profundamente anclados del Estado colectivo y centralizado,
en favor de una nueva jerarquía de valores, esencialmente
individualistas. Paradójicamente, por tanto, el militarismo
"hinchó" al materialismo hasta llevarlo a su
punto más elevado. Así pues, el grupo que aprovechó los réditos
militares -la clase media laica ashkenazi-, mostraba una
disposición cada vez menor a sobrellevar su coste".
Bajo las reglas del nuevo
capitalismo, y en consonancia con las demandas del capital
global, el Ejército se ha visto obligado a examinar sus
gastos recurriendo a criterios económicos. Como
consecuencia, se ha producido una reducción de las llamadas
a los reservistas, que constituyen un apartado muy caro.
Hasta 1985, los israelíes emplearon 10 millones de días
anuales en tareas de reserva. Para 2001, la cifra se había
reducido a 3,8 millones (Levy, pág. 69).
La
nueva composición del ejército
También se han producido cambios en
la composición de la oficialidad y el escalón de mando.
Durante más de treinta años, la élite ashkenazi, que
provenía de la costa y los kibbutzim, mantenía una posición
central. Hoy en las unidades de élite, vemos cada vez más
gente de la periferia, a la que el servicio militar ofrece
cierto grado de movilidad social. Un vistazo a la
pertenencia étnica y de clase del cuerpo de oficiales y las
unidades de élite revela en las últimas dos décadas un
aumento en la proporción de mizrahies (orientales),
colonos, inmigrantes soviéticos y etíopes.
Levy compara las bajas de la primera
guerra del Líbano (1982) con las de la Intifada del 2000.
Concluye que son grupos anteriormente marginales los que hoy
pagan el precio más alto. De los 120 soldados israelíes
muertos en el reciente conflicto del Líbano, por ejemplo, sólo
tres procedían de Tel Aviv. El comandante de Estado Mayor
Eleazar Stern criticó tras la guerra a la gente de Tel
Aviv, acusándoles de no hacerse cargo de su parte en el
esfuerzo bélico (Levy, pág. 153).
Los
que evitan el reclutamiento
En el año 2007, los comandantes de
la FDI decidieron publicar los datos sobre movilización,
que mostraban que un cuarto de la juventud que llega a los
18 años esquiva totalmente al Ejército. La mitad es
exceptuada al tratarse de estudiantes de yeshivas (escuelas
rabínicas), un grupo más pequeño lo es por razones de
historial penal, y el resto por razones médicas o psicológicas.
Como respuesta a ello, el Jefe de Estado Mayor, Gabi
Ashkenazi anunció que los israelíes deben "hacer que
enrojezcan de vergüenza quienes evitan el
alistamiento".
Hay un sentimiento general no
obstante, de que debido a que el Ejército ha perdido su
posición social, esta campaña de movilización está
destinada a fracasar. Por ende, las cifras publicadas no son
nuevas. La página en red de “New Profile”, que presta
ayuda a los objetores de consciencia, informaba hace cuatro
años de que además del 20% que nunca es reclutado, otro
20% no completa su servicio militar
(http://www.newprofile.org).
En suma, la fatiga causada por el
conflicto, el deseo de normalidad y el crecimiento de grupos
que se oponen a la ocupación, además del deseo de la nueva
burguesía de unirse a la economía global, han llevado al
declive de la influencia militar en la vida política y
social.
4. La "burbuja" de
Tel Aviv y el dogma sionista
La imagen del nuevo Israel se
clarifica cuando contemplamos el perfil urbano de Tel Aviv,
que se ha llenado en las últimas dos décadas de
rascacielos y edificios de apartamentos. Los principales
bancos y multinacionales del mundo han abierto oficinas en
la ciudad. Han surgido restaurantes, y hay cafés y clubes
nocturnos por doquier.
La metrópolis comercial es tan
occidental como pueda serlo una ciudad.En otros lugares de
Israel, sin embargo, se acrecienta la pobreza. Los ancianos
en la miseria, los inválidos, desempleados y enfermos no
van a aparecer en el nuevo orden del día israelí. La
distancia entre Tel Aviv y la periferia nunca había sido
tan grande.
La distancia entre ricos y pobres es
un rasgo de la actual realidad. De ser una sociedad marcada
por un alto grado de igualdad, Israel ha pasado a estar
entre los países más desiguales de Occidente. Las masas
pobres se encuentran, como siempre, entre los árabes y los
ulraortodoxos, pero no sólo. La pobreza afecta hoy al 20%
de la población. Entre los pobres (es decir, la gente con
menos de la mitad de la renta media) hay 162.000 familias en
las que al menos un miembro tiene trabajo (Yediot Aharonot,
4 de septiembre de 2007).
El nuevo período de capitalismo de
libre mercado en Israel ha sido testigo de la transformación
de las relaciones laborales. Anteriormente, la economía tenía
un alto grado de sindicación (el 85 %), que garantizaba la
seguridad en el empleo, salarios justos y prestaciones
sociales entre las que se contaban los planes de pensiones.
Hoy, los derechos laborales han sido pisoteados. Durante los
últimos 15 años, Israel ha permitido la importación de más
de 300.000 trabajadores extranjeros en condiciones de
semiesclavitud. Florecieron las empresas de personal y
aparecieron contratistas a cientos, que explotaban a los
extranjeros con la anuencia del gobierno (véase "Breaking
of Organized Labor in Israel" , Challenge 98.
El ascenso de los niveles de vida en
Israel ha sido espectacular. El PIB per cápita aumentó de
5.585 dólares en 1980 a más de 20.000 hoy en día. Pero
los frutos de este crecimiento siguen estando en lo alto del
árbol. Los gestores de las compañías presentes en la
Bolsa israelí ganan 21 veces más que el salario medio.
Desconexión,
McWorld y Yijad judía
En The Globalization of Israel,
mencionado más arriba, Uri Ram define la contraposición
entre los dos polos sociales como la de la clase media, que
trata de unirse a Occidente, y las periferias, que viven en
un mundo mental que es nacionalista y mesiánico. Es la
contraposición, afirma, entre el McWorld en Tel Aviv y
Yijad en Jerusalén
El enfrentamiento entre estos dos
extremos se produjo durante la desconexión de Gaza. A pesar
de la inquietud de que la operación condujera a un
conflicto civil en Israel, la posición del McWorld salió
ganando. El Ejército, que había expulsado a los colonos,
preservó, pese a todo, su unidad, y con la salvedad de unos
pocos objetores por la derecha, los soldados cumplieron las
órdenes. Sharon consiguió una aprobación generalizada,
que transformó en capital político creando el Kadima.
Un
nuevo tipo de guerra en el Líbano
El nuevo Israel, fusionado con la
economía global, llevó a cabo la guerra del Líbano en
2006. La guerra se condujo de un modo que se adecuara a su
carácter. El consenso internacional respecto a las acciones
de Israel se hace comprensible cuando recordamos el enorme
compromiso del capital israelí con los centros dominantes
del capital mundial, puesto que Israel no actuó
unilateralmente en esta guerra. En cada momento tuvo en
cuenta a sus inversores extranjeros.
A pesar de lo que se dice
habitualmente, que el gobierno de Olmert fracasó en el Líbano,
lo cierto es que un año más tarde ha logrado crear la
coalición más amplia que ha visto Israel en 17 años.
Militarmente, considera la guerra una victoria táctica.
De acuerdo con estudios recientes,
los analistas militares confirman los frutos recogidos por Israel. En primer
lugar, Hizbolá se ha alejado de la frontera. En segundo,
han mejorado las relaciones con los países árabes suníes
(Arabia Saudita, Egipto y Jordania). Y tercero, ha ganado
impulso el movimiento decidido a aislar Irán y se han
fortalecido los lazos de Israel con Europa Occidental.
A buen seguro, muchos censuraron al
gobierno por abandonar a los pobres de Galilea al fuego
enemigo. Pero la crítica no se tradujo en un impulso político
que pudiera producir un cambio. A los ojos de quienes poseen
influencia política, lo más importante era que la economía
había seguido funcionando durante la guerra. Mientras los
galileos se apiñaban en los refugios, siempre y cuando los
tuvieran (lo que no era el caso de los árabes galileos), se
firmaban acuerdos millonarios, subía el mercado bursátil y
los habitantes de Tel Aviv se tomaban su café con leche.
El comportamiento del gobierno después
de la guerra, y sobre todo su decisión de alterar el
presupuesto de 2007 expresaba su resolución de mostrar que
todo seguía como de costumbre. Esto significaba apartarse
de ciertas promesas, sobre todo, la de reparar los
perjuicios infligidos a los más débiles por Netanyahu
desde su puesto de Ministro de Finanzas. Amir Peretz había
conducido al Partido Laborista a la coalición de Olmert basándose
en la fuerza de estas promesas. Acabada la guerra, y sin
pestañear, el mismo gobierno -incluyendo a los Laboristas-
aumentó el presupuesto de Defensa a expensas de los
programas sociales, manteniendo firme el freno de la
disciplina presupuestaria. Con esta acción se mostró a los
inversores extranjeros que el gobierno de Israel era estable
y sólido.
5. Conclusión: La necesidad de una
estrategia realista de cambio
La crisis de Israel refleja su posición
fronteriza entre el Occidente desarrollado y el mundo islámico,
lo que contrasta con la situación de Europa y los Estados
Unidos. Tel Aviv está a sólo 50 kilómetros de Nablús.
Con esta proximidad, el país sufre
una escisión de personalidad. Adopta un estilo de vida
occidental mientras insufla dinero y vidas al proyecto
sionista. Trata de presentar una faz ilustrada mientras
encierra a los palestinos detrás de muros y puestos de
control.
Quienes no consiguen interpretar la
nueva realidad inventan programas y lemas que ya no resultan
relevantes. Es lo que le sucede a Hamás, que pretendía al
comienzo de la Intifada de 2000, que los atentados con bomba
de los suicidas pondrían de rodillas a la entidad sionista
en cinco años. De forma parecida, Hassan Nasrallah,
dirigente de Hizbolá, comparaba recientemente la fuerza de
Israel con la de una tela de araña.
Estas valoraciones son estratégicamente
erróneas. Ciertamente, dan cuentade las grietas que han
aparecido en los cimientos de Israel y la pérdida de
confianza en su liderazgo. Interpretan asimismo
correctamente la frustración árabe en general ante el
imperialismo norteamericano, una frustración que atrae
nuevos miembros hacia Hamás y Hizbolá.
Pero la alternativa islámica no
ofrece a los pobres ninguna esperanza práctica. Además,
estos partidos no llegan a comprender que Israel está lejos
de derrumbarse, puesto que ha acumulado poder gracias a su
fusión con el capitalismo occidental. No se dan cuenta de
que Israel sirve con éxito de plataforma a su propia clase
media.
La guerra del Líbano de 2006 reflejó
una diferencia crucial entre Israel y Hizbolá. Demostró
que Israel opera de acuerdo con una estrategia, que pone la
estabilidad económica primero; que forja alianzas con
estados lo mismo árabes que occidentales, y colabora con
ambos a fin de aislar a Hizbolá e Irán. La guerra mostró,
por el contrario, que Hizbolá actuaba sin una estrategia
clara, basando sus acciones en falsos supuestos carentes de
horizonte político.
Dada la integración de Israel en el
sistema capitalista global, podemos dudar de que las
apelaciones a un boicot resulten realistas. Para ser eficaz,
el boicot tendría que dirigirse no sólo contra Israel sino
contra el conjunto de países con los que se entrelaza,
entre ellos los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y
Japón. ¿Quién quedaría para llevar a cabo el boicot?
Por lo que se refiere a la izquierda
israelí, continúa -al igual que el gobierno de Kadima y
los laboristas- buscando la salvación en Washington. Esta
izquierda carece de solución para la pobreza que aflige a
buena parte de su sociedad. Carece de alternativa política
a la que impulsa Olmert.
Si queremos luchar de modo eficaz,
sin aislar nuestra lucha de la realidad, hace falta un
enfoque diferente. Sabemos que algunas alternativas al
capitalismo han resultado ser dañinas y destructivas. El
desafío estriba en proponer una alternativa progresista. Si
interpretamos la nueva realidad correctamente, como hemos
intentado hacer aquí, estaremos mejor preparados para el
difícil periodo que se avecina.
A la vista de estos cambios, nuestro
partido, la Organización de Acción Democrática
(ODA-Da'am), ha tenido que adaptar su programa a las nuevas
realidades. La sociedad israelí sufre los mismos problemas
que sus semejantes occidentales. Para llevar a cabo la
transformación hemos de organizar una nueva base social,
compuesta por todos aquellos israelíes y árabes que han
sido marginados por ese capitalismo despojado de lindezas.
ODA pone el interés de los
trabajadores por delante del interés nacional. Propone un
programa destinado a devolver la capacidad de negociación a
los trabajadores. Construye nuevos puentes entre activistas
árabes y judíos que comparten la idea de una sociedad
socialista igualitaria. Su perspectiva internacionalista
gana relevancia en un momento en que la burguesía israelí
se ha desprendido del patriotismo, prefiriendo explotar a
los trabajadores a costa de la solidaridad sionista.
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