Palestina

La generación de la Nakba

Por Ziad Abbas
The Electronic Intifada, 10/03/08
Tlaxcala, 11/03/2008
Traducido por  Nadia Hasan. Revisado por Caty R.

El autor junto al Muro del
Apartheid

Este año se cumplen 60 años de la Nakba (la catástrofe). 60 años desde que los palestinos nos convertimos en refugiados. Más de 6 millones de refugiados palestinos siguen viviendo lejos de sus aldeas, pueblos y ciudades, como resultado de la invasión sionista que los expulsó de su patria en 1948. Varias generaciones han nacido, han crecido y han muerto en campamentos de refugiados, mientras la comunidad internacional continúa ignorando los derechos políticos de los refugiados palestinos.

Lo que más me entristece como refugiado –he nacido y crecido en un campamento y lucho para no morir en uno– es que la generación de la Nakba está muriendo. Sólo quedan unas pocas personas en el campamento que recuerdan las experiencias de sus vidas en las aldeas que nos arrebataron. Sólo quedan unos pocos que pueden contarnos cómo fue ser expulsados, obligados a vivir en una tienda en un campamento de refugiados. Parte de mi trabajo en proyectos mediáticos y de historia oral en el Centro Comunitario y Cultural Ibdaa, en el campamento de refugiados de Dheisheh, consiste en entrevistar a las personas, recolectar historias y componer la Historia que todavía sigue indocumentada, para que cuando las personas mueran sus memorias e historias no mueran con ellas.

Este año, el sexagésimo, vine a terminar mis estudios a Estados Unidos y a completar mi aprendizaje trabajando con Middle East Children's Alliance. Antes de venir me propuse hacer todo lo posible para concienciar a los estadounidenses sobre la Nakba y plantear el problema de lo que han significado estos sesenta años para el pueblo palestino. Desde que estoy aquí he podido comprobar que los estadounidenses están ocupados; muchos trabajan doble jornada; sus mentes están ocupadas con sus preocupaciones cotidianas. A muchas personas no les importa, no tienen tiempo para prestar atención, o simplemente no quieren saber qué pasa en Palestina, en Iraq, o en el resto del mundo. Esto me recuerda lo que me dijo mi tío Mahmud justo antes de irme.

Mi tío Mahmud es de la generación de la Nakba. Actualmente tiene 78 años y ha vivido durante 60 en el campamento de refugiados de Dheisheh. Tenía 18 cuando fue expulsado de la aldea de Jirash, ubicada al oeste de Jerusalén y que actualmente está despoblada, convertida por el gobierno israelí en una reserva nacional. Mi tío está enfermo. No puede moverse ni caminar.

Fui a visitarlo al campamento antes de irme de Palestina, ya que estaba preocupado porque durante mi estancia en Estados Unidos él pudiera morir. Le dije que iba a Estados Unidos para estudiar y que me llevaba una de las llaves de la familia. Me preguntó por qué y le respondí que para mostrársela a los estadounidenses, para explicarles que teníamos casas, que teníamos aldeas, para explicarles que todavía tenemos las llaves de nuestras casas a pesar de que fueron destruidas hace 60 años y que nosotros aún tenemos derechos sobre la tierra.

Mi tío hizo una pausa y luego dijo sarcásticamente: «¿Qué estadounidenses?», «¿A quién le importamos en Estados Unidos?». Le dije que, en vista que el gobierno estadounidense apoya la ocupación israelí, es importante que el pueblo sepa nuestra situación y nuestros derechos políticos. Me dijo: «He vivido en este campamento de refugiados durante 60 años. He visto gente de todas partes del mundo, incluidos estadounidenses, que han venido a visitarnos, pero no ha cambiado nada. Seguimos en el campamento». Mi tío cree que a la gente no le importa el sufrimiento de los refugiados palestinos o nuestro deseo de volver a nuestros hogares.

Mi tío fue el primero que me llevó a nuestra aldea –destruida– , Zakariah, y a la de mi madre, también destruida, Jirash. Fue él quien me enseñó la historia de lo que pasó en 1948. Fue él quien me acompañó cada vez que recorrí el campamento con delegaciones de Estados Unidos, de Europa, e incluso estudiantes israelíes. Fue él quien les explicó la historia de la Nakba.

En su aldea mi tío era un campesino, pero después, al convertirse en refugiado, dejó de serlo. Cuando él y su familia cerraron la puerta de su casa se llevaron la llave, ya que pensaban que podrían volver unos pocos días después, cuando la violencia llegara a su fin. En el campamento, mi tío no quiso construir otro piso sobre su casa a pesar de que la familia seguía creciendo. Insistía en que esa casa era temporal, que muy pronto podría volver a su hogar en la aldea.

Durante su vida en el campamento ha visto cómo los asentamientos israelíes se han tragado Palestina, ha visto la construcción de muros y prisiones y ha visto muchos asesinatos. Perdió a su hijo durante la primera Intifada en 1989. En ese momento el campamento de Dheisheh se convirtió en una prisión, con una barrera de 8 metros de alto rodeándolo y sólo una vía de escape. Hoy toda Palestina se ha convertido en una prisión. Mi tío Mahmud ha vivido toda su vida adulta en una prisión.

El mes pasado, el presidente de Estados Unidos George W. Bush visitó Palestina para algunas negociaciones de último hora antes de abandonar la Casa Blanca. Pasó muy cerca de mi campamento cuando visitó la Iglesia de la Natividad en Belén. Una vez más negó el derecho al retorno de los refugiados palestinos.

No es consciente de lo profundo que es el compromiso de los refugiados palestinos con este derecho. Nunca conoció a mi tío o a los cientos de niños que aprendieron de sus abuelos la fortaleza y el compromiso con el derecho al retorno. La generación de mi tío ha entregado las llaves a la nueva generación, que se las entregará a la siguiente. Mi madre falleció hace 20 años. Me pidió que cuando volvamos a la aldea entierre sus restos allí.

Los de la generación de la Nakba que todavía siguen con nosotros finalmente están partiendo. En vez de soñar con vivir en su patria, sueñan con que los entierren en ella. Sus hijos, como yo y la nueva generación, los niños que nacieron aquí, juegan y bailan en las calles de este campamento; y hoy cargan con las pesadas llaves de sus hogares, con la lucha por sus derechos y con el sueño de volver a casa.