Hamas
1988 – 2008
Entre
las negociaciones y la resistencia frente a Israel
Por
Agustín Velloso (*)
CEPRID,
09/03/08
En 2008 Hamas cumple veinte años de
vida política como Movimiento de Resistencia Islámico en
Palestina. Han sido dos décadas de lucha frente a la
ocupación israelí. Este movimiento, surgido del pueblo
palestino, tras décadas de muerte, robo y humillaciones, ha
tenido todo en su contra. En primer lugar a Israel, con el
ejército más poderoso de Oriente Medio, equipado a la última
y con armamento nuclear. En segundo lugar a los países
occidentales, que despreciando la ley internacional, se han
aliado con el ocupante. Finalmente a los regímenes árabes
más cercanos, que han abandonado a los palestinos a su
suerte.
A pesar de ello, Hamas ha ido
creciendo año a tras año desde su fundación en 1988 hasta
que en enero de 2006 ganó ampliamente las elecciones
habidas en los Territorios Ocupados. Se puede decir que este
reconocimiento popular es sobre todo la confirmación de que
el programa político de Hamas es el que los palestinos
quieren para acabar con la ocupación de su tierra por parte
de Israel.
También es un reconocimiento de su
impresionante hoja de servicios: resistencia frente a las
agresiones del ocupante, honradez en la gestión pública,
opción por los sectores sociales más necesitados y
voluntad de unidad nacional y política.
Por si esto fuera poco, Hamas se ha
dejado la vida literalmente a lo largo de los 7000 días que
han pasado desde el inicio de la primera Intifada: Ahmed
Yassin, Abdel Aziz Rantissi, Yahya Ayyash y muchos otros mártires,
sin olvidar los más recientes, los hijos de Mahmoud Zahar,
co–fundador y líder del movimiento entre ellos, y un
interminable etcétera. A éstos hay que añadir los miles
de presos en cárceles israelíes: dirigentes, diputados,
alcaldes, mujeres y niños incluidos. No hay que olvidar a
los cientos de perseguidos y torturados en las cárceles de
Abu Mazen.
Aunque es obvio que Hamas no tiene el
monopolio de la lucha nacional palestina, ni lo pretende,
los resultados de las elecciones de 2006, el decidido
seguimiento de la población a sus medidas, como se ha visto
en el asalto a la frontera de Rafah de hace unas semanas y
en la cadena humana contra el bloqueo de hace tres días,
además de la simpatía de las masas árabes, a pesar de la
represión de sus líderes, son realidades incontestables en
2008.
El pánico que ante esta manifestación
de potencia creciente experimenta Israel, así como sus
aliados, Estados Unidos, Europa y algunos países árabes,
es otra clara indicación del lugar que ocupa Hamas en el
conflicto palestino. El grupo de marionetas que aquellos
colocaron en Ramallah, encabezado por Abu Mazen, Saeb
Erekat, Nabil Shaath y otros, hace aguas desde que les
dieron una patada en el culo de Mohammed Dahlan el año
pasado en Gaza. El ministro de cultura acaba de dimitir y
los funcionarios de a pie maldicen al alardeado fichaje
proveniente del Banco Mundial que impuso Estados Unidos, el
primer ministro Salam Fayyad.
Que Gaza está perdida para la
Autoridad Palestina –y por tanto, para los intereses
sionistas– es evidente, que Cisjordania puede seguir este
camino en breve es lo que temen ahora los sionistas y sus
aliados. Todo el mérito es del pueblo palestino que se
sacrifica sin medida por su causa, elige como representantes
a los que actúan igualmente y desprecia a falsos socios de
la paz y supuestos honrados intermediarios.
Ya se ha dicho por qué Hamas ha
llegado hasta donde está. Hay que recordar que la base de
su política está en su Carta Fundacional, en la que entre
otras afirmaciones destaca la de que las negociaciones de
paz son inútiles, mera palabrería e incapaces de conseguir
los fines nacionales, mientras que la resistencia es el
camino hacia la liberación (18 de agosto de 1988).
La historia reciente de la causa
palestina muestra lo que las dos opciones han conseguido.
Los partidarios de las negociaciones con Israel, línea
abrazada por Arafat en sus últimos años de vida de vuelta
en los Territorios Ocupados, intensificada por Mahmoud Abbas
desde que lo sucedió en la presidencia, han visto el
incremento de los asentamientos israelíes, los muertos por
el ejército de ocupación, los presos en Israel, la
destrucción de infraestructura, casas y campos, en general
la miseria y el horror.
Por otro lado, la resistencia, como
en Líbano e Iraq, aunque no ha conseguido aún alcanzar la
plena liberación nacional, impide al ocupante –incluso
aunque es enormemente superior– alzarse con la victoria y
amenaza su poderío eficaz y constantemente. Además le mina
la moral mientras fortalece la propia y mantiene la dignidad
del pueblo oprimido en las condiciones más difíciles, sin
dejar de mostrar la injusticia e inhumanidad del agresor. De
paso señala a los observadores occidentales como cómplices
por su silencio y peor aún por el apoyo hacia el genocida.
También descubre la miseria moral de unas naciones
ilusamente satisfechas de su democracia, modernidad y
valores cristianos.
Israel, con sus nuevas matanzas de
Israel en Gaza de la última semana de febrero, que continúan
en la primera de marzo, hace una y otra vez lo que Estados
Unidos en Iraq: matar, oprimir, dividir, destruir, agredir
de mil maneras y sin fin. Esto no es más que la
consecuencia lógica de ocupar una nación, no hay ocupación
sin violencia.
Quizás Hamas ha pensado que los
veinte años de resistencia y el incremento de su fuerza política
le aconsejan un cambio de estrategia. Últimamente no sólo
algunos líderes árabes piden que se considere negociar con
el movimiento, sino que hasta el Parlamento Europeo se ha
manifestado en contra del aislarle (21 de febrero de 2008).
Esto no es producto de la generosidad
de unos y otros, desde luego, pero Hamas ha picado el
anzuelo y ha ofrecido repetidas veces una tregua a Israel a
la vez que ha hablado con terceros –países mediadores que
no son Estados Unidos– sobre un acuerdo de paz con el
agresor sionista. Esto, como han señalado anteriormente
avezados analistas del problema palestino y sabe Hamas, es
lo que más teme Israel.
La razón se entiende fácilmente: el
león no negocia con las gacelas: las mata y se las come
cuando y cuanto quiere. Como los leones no han oído hablar
de derechos animales y de la televisión, no tienen que
andar disimulando ante los demás animales de la selva y
convencerles de que las gacelas son terroristas muy
peligrosas y una grave amenaza para la vida de los leones.
Los judíos, que han acusado al mundo
entero de no mover un dedo cuando tenía lugar el genocidio
nazi en Europa en siglo XX, no están igualmente preocupados
por la pasividad de la comunidad internacional ante el
genocidio que llevan a cabo en Palestina y Líbano. El
viceministro israelí de defensa incluso acaba de amenazar
estos días desde la emisora de radio del ejército al millón
y medio de habitantes de Gaza con una Shoah (nombre que dan
los judíos al holocausto), algo prohibido por la ley
internacional y a todas luces un aviso de lo que aguarda a
los palestinos.
Israel, que habitualmente mata a un
par de palestinos diariamente, esta semana mata a veinte,
diez veces más por día, para provocar a Hamas, hacerle que
desista de sus llamamientos a la paz y emplee sus miserables
cohetes Quassam. Es sabido que éstos son muy bien
publicitados como misiles temibles por la propaganda
sionista dentro y fuera de Israel, aunque carecen de sistema
de guía y son incapaces de acercarse tras seis años de uso
a la cifra de víctimas de un solo ataque de la aviación
israelí sobre Gaza.
Hamas, que se apuntó un importante
éxito ante el mundo al echar abajo el muro de la frontera
de Rafah, añadió al tiempo una humillación más al
desmejorado gobierno de Olmert, que no se recupera del ridículo
que hizo con su guerra contra Líbano en 2006. Israel, como
le ocurre a Estados Unidos y a cualquier líder mafioso, no
puede consentir que sus víctimas le toreen impunemente. Sólo
faltaba que Hamas vaya por el mundo ofreciendo acuerdos de
paz a terceros y que éstos comuniquen luego a los cuatro
vientos que Israel no los acepta. El león tiene más que
ganar cuando mata gacelas que cuando negocia con ellas.
La mejor manera que tiene Israel de
evitar las negociaciones con Hamas es provocarle para que
desista de hacerlas y si el precio consiste en que el mundo
se entere una vez más de que Israel es capaz de matar
veinte o más palestinos diarios durante uno o dos meses, es
un buen precio. Ahí están los medios de comunicación para
echar un capote cuando haga falta, de forma que los cohetes
Qassam salen en primera página de los diarios, mientras que
los bebés palestinos se hacen pasar por muertos en
enfrentamientos con los soldados israelíes y Hamas figura
como una amenaza más del terrorismo internacional.
No es con ofertas de paz sin más
como los movimientos de liberación se hacen respetar. Para
que las llamadas a la negociación tengan efecto, algo
deseable y a lo que hay que aspirar, el agresor tiene que
pagar el precio de no tener en cuenta los derechos de la víctima.
Mientras el poderoso permanezca incontestado no tendrá
necesidad de negociar. Israel no tiene por qué negociar en
serio con los palestinos –ya vemos que las negociaciones
habituales le favorecen solamente a él– si la comunidad
internacional o las propias víctimas no le hacen pagar por
su ocupación y sus agresiones.
Éste es el triste estado de la
justicia en el mundo. Hamas, en representación del pueblo
palestino que le ha votado mayoritariamente, es quien ha de
decidir la política de liberación nacional que estime
oportuna. El deber de la comunidad internacional, la
responsable de mantener la legalidad internacional, debería
ser como mínimo respetar el derecho de los palestinos a la
resistencia contra la ocupación. El de los solidarios con
los palestinos, especialmente ante la falta de ese respeto y
el boicot a Gaza por un lado y los incesantes y monstruosos
crímenes de Israel por otro, es apoyar la resistencia de
Hamas en todo caso.
(*)
Agustín Velloso es profesor de Ciencias de la Educación de
la UNED en Madrid avellos@edu.uned.es
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