La
Nakba actual
Por
Jonathan Cook
Al Ahram Weekly, 15/05/08
Rebelión,
18/05/08
Traducido por Sinfo Fernández
Hemos
sido testigos de toda una semana de adulaciones y lisonjas
por parte de los líderes mundiales, de despliegues
ostentosos de fiereza militar y fiestas en la calle. Los
jefes de estado mundiales han estado rozándose con los
famosos para rendir homenaje al estado judío en su sesenta
cumpleaños a la vez que, según se ha informado, un millón
de israelíes se trasladaban a los bosques del país para
celebrar un pasatiempo nacional: la barbacoa.
Pero
las festividades de este año del Día de la Independencia
esconden tanto como evidencian. Las imágenes de alegría y
celebración que el mundo vio no mostraban la realidad de un
Israel profundamente dividido, compartido por dos pueblos
con recuerdos y demandas encontradas sobre la tierra.
Lejos
de las cámaras, una quinta parte de la población israelí
–más de un millón de ciudadanos palestinos– recordaban
la Nakba, la catástrofe que en 1948 sobrevino sobre
el pueblo palestino mientras el estado judío se construía
sobre las ruinas de su sociedad.
La
minoría palestina, al igual que ha estado haciendo durante
la última década, organizó un acto alternativo de
conmemoración: una comitiva de familias, muchos de ellos
refugiados de la guerra de 1948, hacia uno de los más de
400 pueblos palestinos arrasados por Israel en un monumental
acto de vandalismo de estado tras los combates. Destruyeron
los pueblos para impedir que los refugiados pudieran volver.
Pero
como indicador de lo lejos que Israel está de aceptar las
circunstancias de su creación, la policía israelí disolvió
a la fuerza la marcha de este año. Se dedicaron a aporrear
a indefensos manifestantes con bastones y arrojaron botes de
gases lacrimógenos y granadas de aturdimiento contra una
muchedumbre de familias con niños pequeños.
Mientras
la atención se centraba esta semana en la visita del
presidente de EEUU, George W. Bush, los israelíes de a pie
marcaban el Día de la Independencia una semana antes, en el
aniversario de la fundación de Israel según el calendario
hebreo.
El
abismo existente entre los dos Israel no fue en ninguna
parte tan patente como en las ciudades vecinas de Nazaret,
la capital real de la minoría palestina de Israel, y el
Alto Nazaret, una ciudad de inmigrantes judíos construida
en las tierras confiscadas a Nazaret hace medio siglo como
parte de un programa de “judaización”.
Las
celebraciones en el Alto Nazaret comenzaron con una exhibición
de fuegos artificiales, seguida al día siguiente de fiestas
callejeras, con banderas israelíes adornando los coches,
las casas privadas y las oficinas públicas. En Nazaret, en
contraste, el ambiente era sombrío. Las calles estaban vacías
y silenciosas, las tiendas cerradas y no se veía bandera
alguna.
Para
los palestinos que habitan dentro de Israel, como para sus
hermanos esparcidos por todo el mundo, el Día de la
Independencia de Israel representa el penoso recuerdo de la
tragedia personal y nacional acaecida en 1948, cuando
750.000 palestinos fueron expulsados y sus tierras ocupadas
para levantar allí un estado judío.
La
mayor parte de los refugiados viven actualmente en campos de
refugiados en los estados árabes vecinos, pero unos cuantos
permanecen dentro de Israel. En estos momentos, uno de cada
cuatro ciudadanos palestinos de Israel es un refugiado o un
descendiente de refugiados. No sólo se les ha negado el
derecho a volver siquiera a sus hogares, como a otros
refugiados, sino que muchos de ellos viven dolorosamente al
lado de sus antiguas comunidades.
Todo
lo concerniente a los pueblos destruidos ha sido reinventado
como comunidades exclusivamente judías o enterrado bajo el
follaje de programas de reforestación nacional supervisados
por el Fondo Nacional Judío y pagados por donaciones
caritativas de los judíos europeos y estadounidenses.
Durante
la guerra de 1948, la ciudad de Nazaret, una de las pocas
comunidades palestinas perdonadas, ofreció santuario a gran
número de refugiados que huían del avance de las fuerzas
israelíes. Una de las mayores barriadas–refugio es
Safafra, construida en lo alto de una colina que da sobre el
pueblo original de Saffuriya, el destino de la procesión de
la Nakba de este año.
Varios
miles de palestinos, ondeando banderas y cantando canciones
palestinas, marcharon a través de los campos de las afueras
de Nazaret hacia el bosque plantado en las tierras de labor
de Saffuriya. Iban con ellos muchos ancianos que aún podían
recordar su huida de sus pueblos en 1948, a los que se
unieron jóvenes familias para compartir el acto comunal de
recuerdo. Varias docenas de simpatizantes judíos israelíes
marchaban junto a ellos.
Pronto
hubo indicios de que iba a haber problemas. Mientras los
caminantes se dirigían hacia el manantial de Saffuriya, que
las autoridades judías habían cerrado con una valla metálica
hace unos cuantos años para impedir que sus habitantes
cogieran agua, se encontraron con una pequeña
contra–manifestación organizada por judíos israelíes de
extrema derecha. Se situaban sobre los campos del otro lado
de la carretera principal, a la entrada de lo que una vez
fue Saffuriya y ahora es una comunidad agrícola judía
llamada Zippori. Agitaron banderas israelíes y cantaron
canciones nacionalistas hebreas, mientras policías
antidisturbios se alineaban en el borde de la carretera que
separaba a las dos manifestaciones.
Tareq
Shehadeh, director de la Asociación para el Turismo y la
Cultura de Nazaret, cuyos padres fueron expulsados de
Saffuriya, dijo: “Había unos 50 manifestantes judíos a
los que se había permitido apoderarse del planificado
destino de nuestra marcha. Sus derechos acabaron automáticamente
con los nuestros, aunque nosotros fuéramos miles y ellos sólo
un puñado”.
La
policía se desplegó de espaldas a los manifestantes judíos
mientras se encaraban con la comitiva palestina. “Era como
si nos dijeran: ‘Estamos aquí sólo en beneficio de los
judíos, no de vosotros’”, dijo Shehadeh. “Era como un
recordatorio de que, en caso de necesitarlos, nos hallábamos
en un estado judío y éramos incluso menos bienvenidos de
lo normal cuando nos encontrábamos solos frente a ellos”.
Los
manifestantes se desviaron y se dirigieron colina arriba
hacia el bosque, hasta llegar a un claro donde los
refugiados palestinos contaron sus recuerdos.
Cuando
el evento terminó ya muy avanzada la tarde, los
manifestantes regresaron hacia la carretera principal para
coger sus coches. Según la versión policial, los jóvenes
palestinos bloquearon la carretera y arrojaron piedras
contra sus dotaciones, obligando a la policía a utilizar la
fuerza para restaurar el orden.
Docenas
de manifestantes resultaron heridos, incluidos mujeres y niños,
y dos miembros árabes de la Knesset acabaron ensangrentados
por los bastonazos de la policía. La policía montada cargó
contra la muchedumbre mientras disparaban granadas de
aturdimiento y gases lacrimógenos en dirección a los
campos por donde las familias cruzaban. Ocho jóvenes fueron
arrestados.
Shehaded,
que estaba cerca de los policías cuando empezaron los
problemas, y muchos manifestantes más, dicen que vieron cómo
extremistas judíos, situados detrás de la policía, les
lanzaban piedras. Declaran que un puñado de muchachos
palestinos les respondieron de la misma forma. Otros añaden
que fue una muchacha la que provocó a la policía ondeando
una bandera palestina.
“A
ninguno de los policías le interesaba detener a los judíos
que lanzaban piedras. Y además, si unos cuantos jóvenes
palestinos reaccionaron de la misma forma, persígueles y
arréstales, no envíes a la policía montada a cargar
contra una muchedumbre de familias con gases lacrimógenos y
granadas de aturdimiento. Fue una actuación totalmente
indiscriminada y temeraria”.
Nubes
de gas envolvieron a las familias que marchaban con mayor
lentitud mientras intentaban escapar con los niños hacia el
bosque para protegerlos.
Therese
Zbeidat, una nacional holandesa que estaba allí con su
marido palestino, Ali, y dos hijas adolescentes, Dina y
Awda, describió como “espantosa” la experiencia de su
familia y de otras familias a manos de la policía.
“Hasta
entonces era realmente un encuentro familiar. Cuando la
policía empezó a disparar los gases lacrimógenos, había
una pareja cerca de nosotros empujando hacia abajo un
cochecito de bebé por un camino pedregoso que llegaba hasta
la carretera. Una densa nube de gas nos envolvió. Le dije
al hombre que dejara el cochecito y corriera con el bebé
colina arriba tan rápido como pudiera”.
“Más
tarde volví a encontrarme con ellos y el bebé iba
vomitando medio asfixiado y con los ojitos muy mal. Se me
rompió el corazón. Había tantas familias con niños pequeños
y no medió provocación alguna para que la policía
cargara. Empezaron por nada”.
El
novio de 17 años de Awda, la hija de Teréese Zbeidat,
estaba entre los arrestados. “Era la primera vez que iba a
un evento nacionalista”, dijo. “Estaba con mi madre y
cuando empezamos a correr colina arriba para escapar de la
policía a caballo, ella tropezó y cayó. Corrió a
ayudarla y lo siguiente que vimos fue que un grupo de unos
diez policías disparaban botes de gases lacrimógenos
directamente contra él. Entonces le pusieron la keffiyah
(pañuelo palestino) alrededor del cuello y se lo llevaron
arrastrando. ¡Todo lo que estaba haciendo era ayudar a mi
madre!”.
Poco
después, Therese y sus hijas pensaron que se habían
salvado sólo para encontrarse de nuevo en medio de otra
carga policial que venía por otra dirección, esta vez con
la policía de a pie. Awda fue golpeada y tirada al suelo y
pateada, mientras Dina era amenazada por un policía que según
ella cuenta le dijo: “Te voy a romper la cabeza”.
“He
estado antes en varias manifestaciones en las que la policía
se puso muy desagradable”, dijo Therese, “pero lo que
pasó allí no lo había visto nunca. Esos niños pequeños,
algunos que ni siquiera andaban, en medio de todo ese caos
llorando y llamando a sus padres… ¡Qué forma de celebrar
el Día de la Independencia!”
Yafar
Farah, jefe del lobby político Mossawa, que estaba allí
con sus dos hijos pequeños, les encontró un lugar seguro
en el bosque y corrió colina abajo para ayudar a trasladar
a otros niños a un lugar seguro. Al día siguiente, acudió
a la vista de un tribunal en la cual la policía pedía que
los ocho jóvenes detenidos permanecieran retenidos durante
siete días más. Tres de ellos, incluido un periodista
local que había sido golpeado y al que la policía había
robado su cámara, fueron liberados una vez que el juez
contempló un video gravado por los manifestantes sobre la
confrontación. El novio de Awda, Saher, no estaba entre los
inmediatamente liberados.
Farah
dijo sobre los hechos del Día de la Independencia:
“Nuestra comunidad ha tenido prohibido durante décadas
recordar públicamente lo que como pueblo sufrimos durante
la Nakba. Nuestros profesores eran despedidos tan sólo
por mencionarlo. Pretendían que ignoráramos hasta que éramos
palestinos”.
“Además,
la policía israelí ha venido utilizando siempre la
violencia contra nosotros para enseñarnos cuál era nuestro
sitio. En octubre de 2000, al comienzo de la [segunda]
Intifada, 13 de nuestros jóvenes, desarmados, fueron
asesinados a tiros en una manifestación. Nadie ha rendido
cuentas por aquellos hechos”.
“A
pesar de todo, quisimos empezar a creer que Israel estaba
finalmente lo suficientemente maduro como para permitirnos
recordar nuestra tragedia nacional. Las familias vinieron
para enseñar a sus niños las ruinas de los pueblos para
que tuvieran conocimiento de sus orígenes. La comitiva se
convirtió en un acontecimiento memorable. La gente se sentía
segura asistiendo”.
“Pero
parece que estábamos equivocados. Pienso con todas mis
fuerzas que este ataque de la policía estaba planeado.
Pienso que a las autoridades israelíes les molestaba muchísimo
el éxito de las marchas y querían acabar con ellas”.
“Puede
que hayan ganado. ¿Qué padres llevarán a sus niños a la
marcha del próximo año sabiendo que serán atacados por
policías armados?”
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