Los temores secretos de
Israel
Por
Haim Baram
Newstatesman, 15/05/08
Tlaxcala,
23/06/08
Traducido
por J.M., revisado por Caty R. (*)
La
nación que se ve a sí misma como la más incomprendida del
mundo, celebra su sexagésimo aniversario con una honda
aprensión sobre el futuro. Haim Baram habla de furia y
actitud defensiva profundamente ocultas entre sus políticos.
La relación diplomática entre Israel y Jordania mantiene
la tesis de la búsqueda de la paz en Oriente Próximo.
Israel enmarca su sexagésimo
aniversario en un clima de racismo creciente, intolerancia,
corrupción y militarismo. Una nación que siempre se ha
visto a sí misma como una de las más incomprendidas, ahora
es casi incapaz de entender el mundo fuera de sus fronteras.
El miedo y la ansiedad son las músicas de fondo de sus
celebraciones.
En el último decenio se
ha producido un agudo sentimiento antiárabe que encuentra
diferentes formas de expresión, desde sórdidos eslóganes
en acontecimientos deportivos («Muerte a los árabes»)
hasta un racismo flagrante y ataques a los parlamentarios árabes
por parte de los políticos de la derecha en la Knesset. En
ese ambiente es casi imposible para los ciudadanos árabes
(palestinos del 48 que se quedaron en Israel) identificarse
con el estado de Israel, a pesar de su estatuto jurídico de
ciudadanos de pleno derecho. Más aún, cada vez les resulta
más difícil proteger sus derechos civiles y expresarse
libre y públicamente.
Quien dude de la
profundidad de los sentimientos antiárabes, sólo tiene que
mirar en Internet. El 8 de mayo, el popular sitio Walla!
(asociado con el periódico Haaretz) me encargó que
escribiera una columna sobre el himno nacional de Israel, «Hatikva»
(esperanza). Haaretz también requirió a otro escritor para
que apoyase el himno. Mi participación consistía en
escribir contra dicho himno y proponer otro más adecuado.
Mi principal punto de
oposición son las palabras con las que comienza el himno:
«Mientras en lo profundo del corazón palpite un alma judía,
y dirigiéndose hacia el Oriente un ojo aviste a Sión…»,
que excluyen al millón largo de los ciudadanos árabes de
Israel. Los debates en Walla! duran alrededor de dos horas y
los anteriores, por ejemplo sobre asuntos económicos o la
evacuación de las colonias de Gaza, mostraron una mayoría
abrumadora de posturas derechistas. No obstante, el debate
sobre el himno excedió con mucho mis expectativas más
pesimistas.
En una hora aparecieron
481 comentarios, de los cuales 472 eran vehementemente antiárabes
y con muchas críticas a la denominada «hemorragia
izquierdista». Algunos de los comentarios eran simplemente
racistas, pero la mayoría eran nacionalistas y demostraban
un odio profundo hacia los ciudadanos árabes de Israel.
Estas expresiones ahora
son comunes. Si un parlamentario árabe de la Knesset (MK)
expresa su solidaridad con los palestinos sitiados en Gaza,
su comentario será escudriñado minuciosamente por los políticos
y periodistas judíos. Las acusaciones de traición son
cotidianas. Los estrictos reglamentos parlamentarios son
claramente discriminatorios en el tratamiento de las
propuestas que presentan los parlamentarios árabes. El ex
ministro ultraderechista Avigdor Liberman, trata
habitualmente a su colega árabe en el parlamento, el
diputado Ahmad Tibi, en un tono cada vez más brutal. Sobre
el propio Liberman pesan serias acusaciones de corrupción y
soborno y, mientras su procesamiento va llegando sin
remedio, recurre a un espeluznante y chillón lenguaje
acorde con su larga trayectoria de arengador de sus
electores rusoparlantes.
Amid sufre burlas y
hostilidades que van en aumento y la izquierda judía y un
puñado de liberales del centro intentan expresar sus
protestas. Los sionistas de centro se desvinculan del
problema antiárabe y afirman que no hay contradicción
entre la declaración de Israel de que es una democracia
liberal y el principio de la propia naturaleza del sionismo
israelí, que es superior y está por encima de las leyes de
igualdad y democracia. Otros sentimientos antiárabes surgen
de un nacionalismo equivocado, más que del racismo. Un
reputado economista de Tel Aviv comparó «el ferviente
patriotismo de Israel, acompañado de una feroz hostilidad
contra los árabes», con el sentimiento antialemán británico
anterior a la Gran Guerra.
«No es ‘racismo’ en
el sentido generalizado hacia toda la población árabe o
una visión de ellos como inferiores», me dijo. «Si los
israelíes y los palestinos estuvieran dispuestos a llegar a
un acuerdo de paz, el odio se evaporaría». Por deprimente
que parezca, ésta fue una de las declaraciones más
optimistas que escuché durante las celebraciones del
aniversario.
Este año, para celebrar
el día de la independencia, la televisión israelí emitió
un documental sobre los veteranos de la guerra del 48. Los
alineados y cosmopolitas productores y directores de
televisión inundaron nuestras pantallas con nauseabundos y
vergonzosos episodios de nostalgia. Sin embargo, este
documental era una joya. En la película, los veteranos,
algunos de ellos casi nonagenarios y en consecuencia frágiles
de salud, fueron conducidos a Eliat, una ciudad del sur de
Israel en las costas del Mar Rojo.
Todos habían participado
en la sangrienta toma de Eilat, que se hizo famosa hace 60 años
cuando en la hermosa bahía plantaron una bandera israelí
confeccionada y pintada a mano, ya que dicha ocupación
garantizaba el acceso de Israel al Mar Rojo.
En un momento señalado de
la película se les pidió su opinión sobre el Israel
actual: si llegó a cumplir las expectativas que tenían en
1948, si estaban satisfechos con la forma en que ha
evolucionado. Todos expresaron sus amargas desilusiones señalando
la corrupción generalizada, las acusaciones de soborno que
pesan sobre el primer ministro Ehud Olmert y el fracaso
colectivo de la nación para conseguir un acuerdo de paz con
los vecinos árabes, incluidos los palestinos.
El más elocuente de los
veteranos fue el general Abraham Adan, jefe del comando
durante la ocupación de Eilat y único alto oficial, además
de Ariel Sharon, que salió airoso de la desastrosa guerra
de Yom Kippur de 1973. Adan organizó el cruce del Canal de
Suez durante esa guerra traumática y siempre ha sostenido
que Sharon le arrebató la gloria que le correspondía por
derecho. Lúcido y claro a sus 89 años, Adan fue
contundente en su crítica.
«Israel ha cambiado a
peor», dijo el general. «La corrupción corroe el tejido
social y amenaza nuestra existencia. Soñábamos con una
sociedad con una moral diferente, más igualitaria».
Adan estaba expresando,
indudablemente, el sentir de muchos israelíes. Las
encuestas sucesivas de Yedioth Ahronoth, el periódico
israelí más popular, demuestran que la gran mayoría de
los israelíes no confían en los dirigentes y que están
profundamente desengañados de Olmert. Las acusaciones de
soborno son muchas y es casi seguro que el Primer Ministro
será procesado.
Conformistas
molestos
Los israelíes judíos son
conformistas en sus actitudes hacia las instituciones como
el himno o el ejército, pero cada vez son más conscientes
de la impotencia de sus gobernantes y, a veces, de su
malevolencia. El fracaso del ejército de Israel en la
segunda guerra contra Líbano en 2006, minó la confianza de
los israelíes de a pie: el beneficiario de la crisis fue el
ultraderechista partido Likud.
El 2 de mayo, el periódico
Haaretz entrevistó a Yaakov Weinroth, un respetado abogado
y marxista confeso. Según sus lectores inteligentes se trató
de una impresionante «hazaña» de este orador de la
anticorrupción (que sin embargo es el representante legal
de la mayoría de los políticos corruptos y de los
colonos). Weinroth habló largamente a favor de la justicia
social y sin embargo expresó su apoyo al líder neoliberal
del Likud, Benjamin Netanyahu. Estas contradicciones
confunden a la opinión pública y elevan la posición de
Netanyahu no sólo en los círculos intelectuales, sino
incluso entre las propias víctimas de sus políticas
sociales. La distorsión de la realidad no es privativa de
Israel, pero la soledad geopolítica del país agrava la
situación.
Posiblemente el ejemplo más
revelador de los temores de la nación y la desconfianza en
el mundo circundante se vio en la reciente reacción a las
críticas recibidas por el entrenador del Chelsea Football
Club, Avram Grant, en Inglaterra. Grant se ha convertido en
un curioso héroe de culto en su Israel natal. Aviad
Pohoryles, un comentador deportivo del Maariv, un periódico
popular en hebreo, aprovechó el inesperado triunfo del
Chelsea sobre el Liverpool como una ocasión para reprender
a los británicos por su supuesta actitud antiisraelí.
Afirmó que Inglaterra siempre ha mantenido una actitud
abiertamente antiisraelí en la política exterior: «Parte
de la falta de legitimidad de Grant deriva de la actitud
negativa hacia Israel. La presencia de Grant en Stamford
Bridge es una especie de respuesta a esas personas
desalmadas».
Pohoryless es un reputado
escritor de los más importantes, no es un colono ni tampoco
un derechista vehemente. Su profunda desconfianza hacia los
medios británicos y su reprobación de un periodista que
suele criticar el estilo del entrenamiento de Grant, le
lleva a insinuar que la crítica deportiva estaba fundada en
el antisemitismo y es típica de la antipatía de los británicos.
Hay una creencia ampliamente extendida de que cuando
occidente critica a Israel o cuando las organizaciones
mundiales de los derechos humanos protestan contra la
ocupación están revelando un profundo «tradicional
antisemitismo cristiano».
Muchos israelíes, incluso
los liberales y los de izquierdas, mantienen la
responsabilidad moral europea en el Holocausto, por la
participación o la indiferencia ante la aniquilación de
los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Sería un error
subestimar la profunda influencia que estas actitudes
ejercen sobre la política israelí.
(*)
J.M. y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión,
Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la
diversidad lingüística. Esta traducción se puede
reproducir libremente a condición de respetar su integridad
y mencionar al autor, a la traductora, a la revisora y la
fuente.
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