Activistas
y parlamentarios sudafricanos espantados ante el régimen
segregacionista israelí
Peor
que el Apartheid
Por
Gideon Levy
Haaretz,
17/07/08
Rebelión,
18/07/08
Traducido
por LB
Pensé
que se sentirían como en casa en los callejones del
campamento de refugiados de Balata, en la cashba y en el
puesto de control de Hawara. Pero dijeron que no hay
comparación: para ellos el régimen de ocupación israelí
es peor que cualquier cosa que hayan conocido en Sudáfrica
bajo el régimen del apartheid. Esta semana visitaron Israel
21 activistas pro derechos humanos procedentes de Sudáfrica.
Entre ellos había miembros del Congreso Nacional Africano
de Nelson Mandela. Al menos uno de ellos tomó parte en la
lucha armada y al menos dos fueron encarcelados. Había dos
magistrados de la Corte Suprema Sudafricana, una ex
viceministra, miembros del Parlamento, abogados, escritores
y periodistas. Blancos y negros, cerca de la mitad de ellos
judíos que se hallan actualmente en conflicto con las
actitudes conservadoras de la comunidad judía de su país.
Algunos de ellos han estado aquí antes, para otros es su
primera visita.
Durante
cinco días realizaron una visita no convencional a Israel:
no visitaron Sderot, ni el ejército israelí, ni el
Ministerio de Relaciones Exteriores, pero sí Yad Vashem, el
Memorial del Holocausto, y celebraron una reunión con el
Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dorit Beinisch.
Pasaron la mayor parte de su tiempo en los territorios
ocupados, allí donde prácticamente nunca va ningún
invitado oficial, lugares que la mayoría de los propios
israelíes procuran evitar.
El
lunes visitaron Nablús, la ciudad más aprisionada de
Cisjordania. De Hawara a la cashba, de la cashba a Balata,
de la Tumba de José al monasterio del pozo de Jacob.
Viajaron desde Jerusalén a Nablús por la autopista 60,
observando la aldeas palestinas encercadas que no tienen
acceso a la carretera principal y contemplando las
"carreteras para los indígenas" que pasan por
debajo de la carretera para uso de los judíos. Miraban y
guardaban silencio. Bajo el régimen de apartheid no había
carreteras segregadas. Atravesaron el puesto de control de
Hawara en silencio: ellos jamás conocieron semejantes
barreras.
Jody
Kollapen, que fue jefe de Abogados por los Derechos Humanos
durante el régimen del apartheid, observa en silencio.
Contempla el "torniquete" en el que masas de
palestinos permanecen atascadas de camino a sus trabajos, o
de visita a sus familiares o en ruta al hospital. La
activista israelí por la paz Neta Golan, que vivió durante
varios años en la ciudad sitiada, explica que los israelíes
sólo autorizan al 1% de los habitantes a abandonar la
ciudad en coche, lo que convierte a los privilegiados en
sospechosos de colaboracionismo con Israel. Nozizwe
Madlala–Routledge, ex viceministra de Defensa y de Sanidad
y actualmente miembro del Parlamento Sudafricano, una figura
venerada en su país, contempla a una persona enferma a la
que transportan de un lado a otro del puesto de control en
una camilla y se queda atónita: "¿Privar a las
personas de atención médica? Por Dios, las personas mueren
a causa de eso", dice con voz apagada.
Los
guías turísticos –activistas palestinos– explican que
los israelíes mantienen sellada la ciudad de Nablús
mediante seis puestos de control. Hasta 2005 uno de ellos
estaba abierto. "Los puestos de control tienen,
supuestamente, fines de seguridad, pero cualquier persona
que quiera realizar un ataque no tiene más que pagar los 2
euros que cuesta un taxi y viajar por las carreteras de
circunvalación o caminar por las colinas.
El
verdadero objetivo es hacer la vida difícil a los
habitantes. La población civil sufre", dice Said Abu
Hijla, profesor en la Universidad Al–Najah de Nablús.
En
el autobús hice migas con mis dos vecinos: Andrew
Feinstein, hijo de supervivientes del Holocausto casado con
una musulmana de Bangladesh y que sirvió seis años como
diputado del CNA, y Nathan Gefen, cuyo compañero es musulmán
y que en su juventud fue miembro del movimiento derechista
Betar. Gefen participa activamente en el Comité contra el
SIDA de su país, asolado por esa enfermedad.
"Miren
a izquierda y derecha", dice la guía a través de un
altavoz, "en la cima de cada colina, en Gerizim y Ebal,
hay un puesto avanzado del ejército israelí que nos
observa". Aquí pueden ver agujeros de bala en la pared
de una escuela, eso es la Tumba de José, vigilada por un
grupo de policías palestinos armados. Aquí había un
puesto de control, y aquí es donde los israelíes mataron a
tiros a una transeúnte hace dos años. El edificio
gubernamental que había aquí los israelíes lo
bombardearon y destruyeron con aviones de combate F–16. En
la Segunda Intifada los israelíes mataron a un millar de
vecinos de Nablús, 90 de ellos en la Operación Muro
Defensivo (más muertos que en Jenin). Hace dos semanas, el
día en el que entró en vigor la tregua de la Franja de
Gaza, los israelíes cometieron lo que por el momento son
sus dos últimos asesinatos aquí. Ayer por la noche los
soldados israelíes volvieron a entrar y detuvieron a más
gente.
Ha
llovido mucho desde la última vez que los turistas
visitaron este lugar. Ahora hay una novedad: los
innumerables carteles de homenaje que tapizan las paredes
para conmemorar a los caídos han sido sustituidos por
monumentos de mármol y placas de metal en todos los
rincones de la cashba.
"No
tire el papel en el inodoro, porque tenemos escasez de
agua", les dicen a los invitados en las oficinas del
Comité Popular de la Cashba, situadas en lo alto de un
espectacular y antiguo edificio de piedra. La ex
viceministra toma asiento a la cabecera de una mesa detrás
de la cual cuelgan los retratos de Yasser Arafat, Abu Jihad
y Marwan Barghouti –el líder del Tanzim encarcelado por
los israelíes. Los representantes de los vecinos de la
cashba describen las penurias que tienen que soportar. El
90% de los niños del barrio antiguo sufren de anemia y
malnutrición, la situación económica es calamitosa, las
incursiones nocturnas israelíes continúan y algunos
habitantes no están autorizados a abandonar la ciudad bajo
ningún concepto. Salimos a dar un paseo por el sendero de
devastación causado por el ejército israelí en los últimos
años.
Edwin
Cameron, juez del Tribunal Supremo de Apelación, dice a sus
anfitriones: "Vinimos aquí ayunos de conocimiento y
anhelamos saber. Estamos conmocionados por lo que hemos
visto hasta ahora. Está claro para nosotros que la situación
aquí es intolerable". En un cartel pegado en una pared
exterior se ve la fotografía de un hombre que pasó 34 años
en una cárcel israelí. Mandela estuvo encarcelado siete años
menos. Uno de los miembros judíos de la delegación está
dispuesto a decir que la comparación con el apartheid es
muy pertinente y que los israelíes son más eficaces que
los sudafricanos a la hora de aplicar el régimen de
separación de razas. Si dijera todo eso públicamente sería
atacado por los miembros de la comunidad judía, afirma.
Bajo
una higuera situada en el centro de la cashba uno de los
activistas palestinos explica: "Los soldados israelíes
son cobardes. Por eso se abrieron paso con bulldozers. Al
hacerlo mataron con las excavadoras a tres generaciones de
una misma familia, la familia Shubi". Aquí está el
monumento de piedra erigido en honor de la familia: el
abuelo, dos tías, la madre y dos niños. Sobre la piedra
figuran inscritas las siguientes palabras: "Nunca
olvidaremos, nunca perdonaremos".
No
menos hermoso que el famoso cementerio parisino Père–Lachaise,
el cementerio central de Nablús descansa a la sombra de un
gran bosque de pinos. Entre los cientos de lápidas destacan
las de las víctimas de la Intifada. Aquí está la tumba
reciente de un muchacho al que los israelíes mataron hace
unas semanas en el puesto de control de Hawara. Los
sudafricanos caminan silenciosamente entre las tumbas,
deteniéndose ante la sepultura de la madre de nuestro guía,
Abu Hijla. Los israelíes la acribillaron con 15 balazos.
"Te prometemos que no nos rendiremos", escribieron
sus hijos en la lápida de la mujer que era conocida como
"la madre de los pobres."
El
almuerzo tiene lugar en un hotel de la ciudad. Habla
Madlala–Routledge: "Es difícil para mí describir lo
que estoy sintiendo. Lo que veo aquí es peor que lo que
nosotros sufrimos. Pero me animo al comprobar que también
aquí hay gente valiente. Queremos apoyarles en su lucha por
todos los medios posibles. Hay un buen número de judíos en
nuestra delegación y estamos muy orgullosos de que sean
ellos los que nos hayan traído aquí. Ellos están
demostrando su compromiso para apoyarlos a ustedes. En
nuestro país fuimos capaces de unir todas las fuerzas en
una sola lucha, y hubo blancos valientes, incluidos judíos,
que se sumaron al combate. Espero que podamos ver a más judíos
israelíes unirse a su lucha".
Fue
viceministra de defensa entre 1999 y 2004. En 1987 pasó algún
tiempo en la cárcel. Más tarde le pregunté de qué manera
la situación aquí es peor que el apartheid. "El
control absoluto de la vida de las personas, la falta de
libertad de movimientos, la omnipresencia del ejército, la
separación total y la sistemática destrucción que hemos
visto".
Madlala–Routledge
piensa que la lucha contra la ocupación aquí no está
teniendo éxito a causa del apoyo de USA a Israel. No ocurría
lo mismo con el apartheid, a cuya destrucción contribuyeron
las sanciones internacionales. Aquí la ideología racista
se ve reforzada también por la religión, cosa que no ocurría
en Sudáfrica. "El discurso sobre la 'tierra prometida'
y el 'pueblo elegido' añade al racismo una dimensión
religiosa que nosotros no teníamos".
Igualmente
duras son las observaciones realizadas por el editor en jefe
del Sunday Times de Sudáfrica, Mondli Makhanya, de 38 años.
"Cuando observas desde lejos sabes que las cosas están
mal, pero no sabes hasta qué punto. No hay nada que pueda
prepararte para enfrentarte al mal que hemos visto aquí. En
cierto sentido, esto es peor, peor, peor que todo lo que
nosotros tuvimos que soportar. Los niveles de apartheid,
racismo y brutalidad son peores que en el peor período del
apartheid.
El
régimen del apartheid consideraba a los negros como seres
inferiores; no creo que los israelíes vean a los palestinos
como seres humanos en absoluto. ¿Cómo puede un cerebro
humano maquinar esta separación total, las carreteras
segregadas, los puestos de control? Lo que nosotros tuvimos
que pasar fue terrible, terrible, terrible, y sin embargo,
no hay comparación. Esto es más terrible aún. Además,
nosotros sabíamos que aquello se acabaría algún día. Aquí
no hay fin a la vista. El final del túnel es más negro que
un tizón.
Bajo
el apartheid los blancos y los negros se reunían en
determinados lugares. Los israelíes y los palestinos ya no
se juntan nunca. La separación es total. Tengo la impresión
de que a los israelíes les gustaría que los palestinos
desapareciesen. Nunca hubo nada de eso en nuestro caso. Los
blancos no querían que los negros desaparecieran. Vi a los
colonos en Silwan [al Este de Jerusalén]: gente que quiere
expulsar a otras personas de su propia tierra".
Después
caminamos en silencio a través de los callejones de Balata,
el mayor campamento de refugiados de Cisjordania, un lugar
que hace 60 años estaba destinado a ser un refugio temporal
para 5.000 refugiados y donde hoy viven 26.000. En los
oscuros callejones, de la anchura de una persona delgada,
prevalecía un silencio opresivo. Todo el mundo estaba
absorto en sus pensamientos y sólo la voz del almuédano
rompió la quietud.
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