Una visita al campo de concentración
de Gaza
El nazismo del siglo XXI
Por Agustín Velloso (*)
Tlaxcala, 07/08/08
1. Noticias de la entrada a la
Franja de Gaza en julio de 2008
Cuando uno se aproxima al puesto
fronterizo de Erez para entrar en Gaza desde el norte de
Palestina, o sea lo que ahora es Israel, advierte
inmediatamente un campo de concentración incluso si nunca
antes ha visto los que permanecen convertidos en museos y
centros educativos o los que aparecen en documentales y
fotografías.
Hace unos años la misma zona se
asemejaba más a un puesto fronterizo entre dos países
enemistados. Una ametralladora pesada instalada en un
promontorio, manejada por un soldado perteneciente al ejército
de ocupación israelí, apuntaba hacia el lado palestino. Un
grupo de soldados con actitud desganada controlaba el paso
de una zona a otra en una garita de mala muerte, mientras
otros grupos observaban desde sus puestos listos para
cualquier eventualidad. Más adelante, tras caminar un rato
por una especie de tierra de nadie, aparecía otra garita
desvencijada, donde unos soldados palestinos controlaban el
paso. Al fondo, varios taxis esperaban para llevar al
viajero a su destino.
El paso era incómodo, desagradable y
atemorizador, además de que los israelíes hacían lo
posible para que un mero trámite fuese un castigo, pero hoy
es aún peor. Por supuesto que los palestinos que tenían
permiso para trabajar en Israel como mano de obra barata
padecían ya entonces a diario el racismo y la arbitrariedad
de los soldados de ocupación israelíes. Éstos les hacían
pasar buena parte de la madrugada en colas interminables a
las que fueron añadiendo diversos elementos de
deshumanización, como corredores aptos solamente para el
paso de ganado, cacheos y otros procedimientos de registro
denigrantes, mecanismos electrónicos pagados por los
propios controlados, exclusión arbitraria de personas
fichadas, imposición de cierres, etc.
Hoy no queda nada de aquello porque,
salvo casos contados con los dedos de una mano, lisa y
llanamente ya no hay paso para los palestinos. Punto final.
En la lógica sionista no basta con no darles permiso para
pasar a Israel por el norte y el este, donde miles perdieron
sus tierras y casas cuando fueron expulsados en 1948, sino
que tampoco les dejan salir por el sur, sencillamente
cruzando la frontera con Egipto, ni por el oeste, puesto que
a través del mar Mediterráneo lo tienen prohibido, ni por
el aire porque está igualmente prohibido, a pesar de que no
tienen ni barcos ni aviones para hacerlo y de que el
aeropuerto –pagado casi por completo con dinero español–
fue destruido por las bombas de la aviación israelí.
Un zeppelín militar de inocente color
blanco se mece lentamente en el aire por encima del muro que
rodea Gaza, controlando que ningún infeliz se mueva más
allá de lo establecido por los guardianes del campo o
realice algún movimiento sospechoso.
El muro de hormigón armado impresiona
por su altura, grosor e inacabable longitud, pero más aún
porque muestra que a pesar de los juicios de Nuremberg y la
Declaración Universal de Derechos Humanos, que presagiaban
una nueva era para el mundo libre de crímenes de guerra y
contra la humanidad, hoy hay cemento de sobra para que
Israel construya un campo de concentración en la Franja de
Gaza (38 kilómetros de largo por 12 de ancho en su parte más
extensa) en el que encierra a un millón y medio de
personas, mientras que éstas no lo pueden obtener para
construir sus casas porque Israel lo impide mediante el
bloqueo al que somete al campo.
Varios militares o agentes de policía
de paisano con una más que mediana metralleta en ristre,
procuran dejar bien claro con sus paseos rasantes alrededor
de la decena escasa de personas que esperan bajo un sol de
justicia frente a una garita en mitad del descampado que
rodea la zona edificada, que es mejor que no se muevan de su
sitio. Al cabo de un largo rato de espera, a través de
megafonía, la soldado que está instalada en la garita
blindada les da el paso al recinto.
Se trata de una nave industrial de una
altura inusual con aire acondicionado y varias garitas en su
interior, de las que sobran todas menos una porque no hay tráfico
de personas que las haga necesarias. Se produce una nueva
espera que tiene su lógica a pesar de la inexistencia de
movimiento.
En la mentalidad sionista es esencial
que todo el que no colabore con el sistema pague por ello.
Ni siquiera hace falta ser un enemigo declarado del mismo.
En este caso, los visitantes vienen de un Estado con buenas
relaciones de todo tipo con Israel, o sea, el Reino de España,
muestran sus documentos en regla, van completamente
desarmados, disponen de la coordinación previa por parte
del consulado español en Jerusalén con las autoridades
israelíes, tienen billete de avión de vuelta a su país,
dinero para su mantenimiento y un objetivo humanitario
declarado que cumplir que dura exactamente tres días con
sus correspondientes noches.
La razón de que la policía de
fronteras israelí en Erez haga pasar un mal rato a los
extranjeros, es que a los sionistas no les hace mucha ilusión
la llegada de testigos al campo de concentración, pues eso
y no otra cosa son los extranjeros que llegan a Erez con
intención de pasar adelante (los israelíes tienen
prohibido el paso). Puede que le nieguen a uno la entrada,
para lo que no hace falta una justificación razonable.
Basta por ejemplo con manifestar alguna solidaridad con los
palestinos, ser un activista por los derechos humanos, estar
en una lista negra, tener apellidos de origen árabe o que
resulten sospechosos, etc.
Se trata de desanimar a los visitantes
como sea. Si la vista del muro, las metralletas peripatéticas
y la espera bajo el sol no lo consiguen (obviamente, pues
nadie va hasta allí para disfrutar del ambiente), entonces
se les somete a interrogatorio. El interrogador habla
sentado por megafonía tras un cristal blindado y el
interrogado lo hace de pie frente a la garita.
Es importante que el individuo se
sienta incómodo, asustado, culpable, desorientado y sobre
todo impotente ante el funcionamiento del campo. Contra lo
que puede parecer a primera vista existe una lógica en ese
funcionamiento, aunque no sea una lógica humana por así
decir. El fin es poner nervioso al entrevistado, que se
equivoque en alguna respuesta. A veces las preguntas se
repiten una y otra vez y cuando el fallo sucede entonces
aumentan la presión y consiguen que la persona cometa
nuevos errores y que les facilite así una excusa para que
no la dejen pasar: un dato sospechoso a juicio de los
soldados, una mala contestación fruto de la presión, una
contradicción tras varias respuestas a la misma pregunta,
etc.
Nadie se dirige a los visitantes ni se
les informa del procedimiento a seguir. Pasa el tiempo, no
se mueve nada. Uno decide por fin acercarse a la garita,
pero es devuelto al grupo. No entra ni sale absolutamente
nadie, no hay nada de actividad salvo el paseo enérgico de
los soldados con sus metralletas.
Por fin, llaman para que se acerquen de
uno en uno. Las preguntas varían de lo razonable a lo cómico:
¿qué va a hacer en Gaza? ¿ha estado antes en Israel? ¿habla
ruso? ¿tiene carné de conducir? ¿cuántos pasaportes
tiene? ¿cómo se llama su jefe? Desde el elevado piso
superior cámaras y personal de vigilancia graban y observan
a los visitantes sin ser vistos. Posteriormente hay que
pasar de uno en uno a través de un estrecho torno de barras
metálicas que se puede bloquear a voluntad del personal de
servicio, una o dos puertas blindadas más que se abren por
control remoto y –siempre bajo cámaras de vigilancia–
se abandona el recinto para ingresar en un corredor metálico
y cruzar definitivamente el muro de hormigón hacia el lado
palestino.
El cruce de Gaza a Israel es igual
salvo que se añade una parada de algunos segundos en una
especie de cámara anti–explosivos que se ajusta al cuerpo
como un ataúd y en la que hay que colocarse en un lugar
concreto con las piernas abiertas y los brazos en alto y
separados. Una especie de cinta o cinturón vertical electrónico
da una vuelta completa alrededor del cuerpo tantas veces
como sea necesario para dejar satisfecho al soldado que está
en el piso superior de que la persona no supone ninguna
amenaza.
Es un procedimiento tan impresionante
como estúpido, ya que los soldados saben perfectamente de
antemano quiénes son los visitantes y qué hacen en Gaza,
ya que han entrado con la documentación revisada
previamente por las autoridades españolas e israelíes, eso
sin contar con que no ha habido jamás casos de ciudadanos
europeos en misión oficial o humanitaria que hayan atacado
al cuarto ejército más poderoso del mundo.
2. Sonrisas de alegría al entrar en
Gaza desolada
Una vez se ha conseguido pasar a Gaza
se experimenta una sensación de alegría. Aunque se entra
en un campo de concentración, cuyo control tienen los
sionistas, resulta reconfortante no verlos por unos días,
algo de lo que no se libran los visitantes a Cisjordania
debido a los más de 500 puestos de control esparcidos por
el territorio y a las incursiones diarias a ciudades y
pueblos palestinos bajo la ocupación.
La humillación que se les inflige al
dejar patente que si se cruza
el mar de punta a punta no es para visitar la “única
democracia en Oriente Medio”, sino para pasar de largo
cuanto antes y estar junto a sus víctimas, los internos,
compartiendo por unos días la durísima vida que se les
impone, produce ciertamente mucha satisfacción.
También se conforta el espíritu al
comprobar que han pasado muchos años desde el inicio del
proyecto sionista y que tanta represión, castigo e
injusticia contra los palestinos, no han conseguido que
desaparezcan ni que el resto del mundo los culpabilice por
resistir o los desprecie por considerarlos seres inferiores
como hacen los sionistas.
El aspecto de desolación que ofrece la
vista al dejar el corredor techado es máximo. Restos de
construcciones destruidas o parcialmente derrumbadas,
amasijos de hierros, montículos de escombros, silencio,
arena, polvo por doquier y una temperatura asfixiante. De
pronto aparece un grupo de palestinos que se ofrecen a
transportar el equipaje a mano o en sus espaldas a cambio de
unas monedas. Aún quedan 500 metros a pleno sol para llegar
al puesto palestino. Es la distancia de seguridad impuesta
por Israel y que explica la presencia de los restos que
salpican la explanada que se extiende hasta el horizonte
rota únicamente por el muro imponente: los israelíes
destruyen todo lo que consideran contrario a sus intereses y
que perturba sus propósitos.
Son miles las casas y edificios
palestinos arrasados, en ocasiones con sus habitantes
dentro, para dejar un terreno expedito para las operaciones
militares, para despejarlo por las omnipresentes razones de
seguridad, para que los colonos no tengan que soportar la
presencia de palestinos a su alrededor, principalmente para
que éstos sepan que su vida y sus bienes no valen nada, que
están por completo a disposición de los sionistas, seres
superiores, miembros del pueblo elegido por Dios, a quienes
se debe satisfacer por encima de todo y de todos: Israel über
alles.
El Comité Israelí Contra la Demolición
de Casas (ICAHD por sus siglas en inglés) anunció el 11 de
octubre de 2007 que el gobierno israelí ha demolido más de
18.000 casas palestinas desde que empezó la ocupación de
Cisjordania y Gaza en 1967. Añade que pueblos enteros de
beduinos han sido arrasados varias veces debido a que sus
habitantes los reconstruyen mal que bien cuando se marchan
las excavadoras sionistas y los soldados que les dan
protección. Concluye que “las políticas israelíes están
diseñadas para limitar el número de palestinos viviendo en
áreas que se destinan para las colonias o en sus
alrededores.”
Amnistía Internacional recuerda en su
página web el 11 de marzo pasado: “Las autoridades israelíes
llevan muchos años aplicando una política de demolición
de casas discriminatoria, permitiendo, por un lado, que se
construyan decenas de asentamientos israelíes en el
territorio palestino ocupado, en flagrante violación del
derecho internacional, al tiempo que confisca las tierras
palestinas, niega a la población palestina el permiso para
edificar y destruye sus casas. La tierra desocupada a menudo
se utiliza para levantar asentamientos israelíes ilegales.
El derecho internacional prohíbe a las potencias ocupantes
levantar asentamientos para sus propios ciudadanos y
ciudadanas en los territorios que ocupan.”
Si se compara con España, 18.000
viviendas para unos 4 millones de palestinos dan unas
180.000 para unos 40. ¿Se quedarían los españoles quietos
ante la destrucción ilegal de este patrimonio y ante sus
inhumanas consecuencias: otras tantas familias a la calle y
en la pobreza?
Los que con poco conocimiento y menos
conciencia se refieren a los palestinos como extremistas y
terroristas, harían bien en reflexionar sobre el hecho de
que esa destrucción viene acompañada de miles de muertos
palestinos a manos del ejército israelí de ocupación, de
miles de secuestrados palestinos en cárceles de Israel, de
millones de euros en pérdidas palestinas a causa de los
continuos ataques, bloqueos, robos y un sinnúmero de
acciones violentas por parte de Israel contra personas
indefensas y abandonadas por la comunidad internacional, más
preocupada por el velo y otras manifestaciones de lo que
consideran extremismo musulmán que por la ley
internacional.
Hoy, con el beneplácito y el dinero de
la “comunidad internacional” (eufemismo para referirse
al grupo de estados cómplices del terrorismo de Israel), el
paso de Erez se ha convertido en la entrada a un campo de
concentración en pleno siglo XXI. Para ello no ha hecho
falta renunciar al Proceso de Paz entre Israel y los
palestinos, que ya ha cumplido 15 años, ni a la Carta
Universal de los Derechos Humanos, que ya tiene 60, ni
deshacerse de las Naciones Unidas (ONU).
¿Quizás ocurre esto porque han pasado
tantos años desde su establecimiento, sus miembros han
olvidado que se destinó “a reafirmar la fe en los
derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor
de la persona humana” (Preámbulo de la Carta)? ¿Quizás
porque el mundo se enfrenta a la amenaza del terrorismo
islamista? Claro que no, es que los campos de concentración
sionistas en el siglo XXI, a diferencia de los nazis del
siglo XX, cuesta mucho ocultarlos a Internet y a Aljazeera.
Hoy resulta más difícil llevar a cabo
la expulsión étnica y el genocidio de un pueblo. La
expulsión de una población ha de hacerse por medio de la
“transferencia voluntaria” y el genocidio ha de aparecer
bajo la forma de una “guerra civil” en los territorios.
Es preciso cortar los medios de vida a los palestinos para
que abandonen la tierra donde se les asfixia
y es preciso enfrentar a unos con otros para que las
balas proporcionadas por Estados Unidos sean disparadas por
los propios palestinos.
Cualquier acción por parte de Israel
que contribuya a esos objetivos ha de darse a conocer al
mundo como una acción de salvaguarda de la paz, de defensa
de la seguridad de Israel, de lucha contra el terrorismo, de
fortalecimiento del proceso de paz. Joseph Goebbels no podría
hacerlo mejor.
Ha bastado con que Israel, uno de los
países más delincuentes del mundo, con el apoyo
incondicional de Estados Unidos, el principal delincuente,
desarrolle sus políticas sionistas, para que un millón y
medio de palestinos –la mitad de la población de la
Franja es menor de edad– se vean privados de sus derechos
humanos y se conviertan sin comerlo ni beberlo en internos
de un campo de concentración a merced de sus carceleros.
Donde impera Israel no existe la ley humanitaria
internacional, la protección a la infancia, el derecho a la
salud, a la alimentación, a la educación, a la justicia, a
la vida misma.
3. El nazismo revive en Israel con
el apoyo de la comunidad internacional
Mientras en Europa y Estados Unidos
valientes defensores de los derechos de la mujer disponen de
los periódicos más influyentes y los programas de televisión
de mayor audiencia para clamar contra el uso del velo por
parte de las mujeres musulmanas, no se les escucha clamar
contra el Estado que niega el paso de medicamentos y
suministros hospitalarios necesarios a la Franja, con la
consecuencia de que algunas parturientas y sus hijos mueren
durante el parto y otras dan a luz en el mismo puesto
control en condiciones inapropiadas porque no son
autorizadas a salir de Gaza.
El periódico israelí Haaretz publica
en su edición de Internet del 4 de abril de 2008 la
siguiente declaración de la Organización Mundial de la
Salud (OMS): “Israel ha negado el paso a más enfermos
palestinos en busca de tratamiento desde que Hamas se hizo
con el control de la Franja y varios mueren innecesariamente
cada mes.”
Según cifras de la OMS, 1627 pacientes
de Gaza han visto denegadas sus solicitudes de tratamiento
en 2007, es decir, ha habido un aumento respecto de los
aproximadamente 470 que fueron rechazados en 2006.
A fecha de hoy (4 de agosto de 2008)
225 enfermos palestinos han muerto en Gaza desde que se
inició el bloqueo, bien porque no han podido disponer de
los suministros médicos necesarios al estar limitada al máximo
su importación, bien porque no se les ha permitido viajar a
hospitales de Cisjordania, Israel y Egipto en busca del
tratamiento que no existe en Gaza.
El pasado día uno de agosto murió un
niño de tres meses, Ahmed Abu Amra, que sufría una
enfermedad cardiaca, porque a sus padres se les denegó el
permiso para facilitarle tratamiento en Israel. Otros cuatro
adultos fallecieron en las mismas 24 horas, nuevamente
porque Israel no les dio permiso para tratarse fuera de la
Franja los cánceres que tenían. Si se compara esta cifra
con la que habría en España de darse las mismas
condiciones, pongamos un bloqueo por parte de Francia,
resulta que unos 7.000 españoles habrían fallecido.
Entonces ¿quién pensaría en Francia
como la patria de la liberté, égalité y fraternité? ¿quién
diría que Francia, con un nivel de vida superior, una
imagen democrática, moderna, laica, de progreso científico
y social puede someter impunemente a España a un bloqueo
semejante ante los ojos del mundo? No obstante, Israel se
las arregla para aparecer en la escena internacional no como
el Estado terrorista que es, sino como el único país
democrático y el más avanzado de Oriente Medio.
Los que en Europa ayudan a Israel
promoviendo esa imagen falsa son, faltaría más, demócratas
de pata negra e incluso progresistas e izquierdistas de toda
la vida. Son o han sido presidentes de gobierno, ministros,
defensores del pueblo, directores de medios de comunicación,
presidentes del Parlamento Europeo, secretarios generales de
la OTAN, altos representantes para la política exterior y
de seguridad común
de la Unión Europea, enviados especiales del Cuarteto en
Oriente Medio en nombre de la ONU, la UE, los Estados Unidos
y Rusia, altos funcionarios y diplomáticos.
Alguien preguntará: ¿pero no hay
cierta mejora por la reciente tregua entre Israel y Hamas?
La organización israelí Médicos por los Derechos Humanos
(PFHR por sus siglas en inglés) respondió el pasado 6 de
julio que: “a pesar del acuerdo entre Israel y Hamas (en
vigor desde el 21 de junio de 2008) no ha habido mejoras en
la política israelí hacia los pacientes de Gaza, la cual
incluso parece haber empeorado. A los impedimentos que
impone el servicio general de seguridad a las personas que
quieren salir de Gaza para recibir tratamiento médico, los
pacientes se enfrentan a mayores dificultades burocráticas
impuestas por el ejército, lo que les impide disfrutar de
su derecho a la salud.”
Las carencias a causa del bloqueo van más
allá de los suministros médicos y alcanzan a la alimentación,
al agua, a los materiales de construcción, a los repuestos
de productos básicos, a la energía, a materiales
educativos, en definitiva, a cualquier sector que se quiera
observar.
El Organismo de Obras Públicas y
Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de
Palestina en el Cercano Oriente, más conocido por sus
siglas en inglés, UNRWA, recibe apenas el 56 por ciento de
los recursos que necesita para atender a los refugiados y
por ello les aporta el 60 por ciento de la dieta diaria, la
cual no supera las recomendaciones occidentales en cuanto a
la alimentación de las personas.
Las escuelas están tan masificadas que
tienen que ofrecer dos turnos escolares cada día para no
dejar a ningún niño sin enseñanza básica. Unos alumnos
empiezan a las 8 de la mañana y salen a mediodía y otros
entran a esa hora y salen a las 4 de la tarde. No hay lugar
ni medios para actividades extraescolares, deportivas, ni de
otro tipo.
Como los medios son insuficientes, se
produce un colapso educativo y no hay forma de que la
insuficiente educación que reciben los jóvenes les prepare
para ser ciudadanos capaces de contribuir al progreso
material y moral de la sociedad. No solamente no estarán
bien capacitados en el terreno de las habilidades básicas,
sino que la enseñanza que reciben en el ámbito moral y político
es tan negativa que no permite abrigar esperanzas de que
consideren las relaciones pacíficas entre naciones, la
democracia, los derechos humanos, etc., como las opciones
adecuadas para guiar su conducta de adultos.
John Ging, el director de la UNRWA,
respondió el 23 de julio pasado a una pregunta que le
formulé en su oficina de la sede central en Gaza
sobre lo que hacen al respecto dos de los más
significados cargos políticos citados anteriormente: “He
invitado a Solana y a Blair para que vengan a Gaza y
conozcan personalmente la situación de los refugiados, pero
han desestimado la invitación”.
La penosa situación de un millón y
medio de palestinos encerrados en 360 kilómetros cuadrados,
donde son privados de sus derechos humanos, no resulta
suficiente para mover las conciencias de los máximos
responsables políticos occidentales y –como mínimo–
dar un paso tan sencillo como el de retirar su apoyo a la
política genocida de Israel en los territorios palestinos
ocupados. Bastaría incluso con empezar por exigirle que
respete la libre circulación de personas (categoría de
momento aplicable a los palestinos) si no hacia Israel, por
lo menos hacia el resto del mundo por tierra, mar y aire.
A John Ging parece hervirle la sangre
cuando a continuación recuerda que la UNRWA dispone de
10.000 empleados y 200 millones de dólares para clínicas,
escuelas y hogares, pero que Israel no permite ni siquiera
que la agencia desarrolle su labor humanitaria al
mantenerlos bloqueados. Él es diplomático y únicamente
puede presentar esas y otras cifras y decir que Solana y
Blair no le responden a sus llamadas. Los que no lo son
pueden decir sin temor a equivocarse que las acciones de
Israel son propias de un Estado nazi y que la falta de
acciones por parte de los dos altísimos representantes y
otros altísimos cómplices, los hacen también responsables
por omisión del estado inhumano en que se mantiene a los
palestinos.
John Ging es un irlandés valiente en
su actuación y claro en su discurso. No deja marchar al
visitante sin que se lleve una idea precisa de lo que ocurre
en la Franja de Gaza y sobre todo de por qué ocurre. “El
problema es un asunto de justicia, no de distribución de
paquetes de comida y medicinas a gente necesitada. Al no
haber un sistema mediante el cual Israel responda de sus
acciones, no existe la justicia”.
De sus palabras se deduce
inmediatamente que la responsabilidad recae no sólo en
Israel, sino en la comunidad internacional, que no hace uso
de la abundante legislación existente para terminar con una
situación en la que ciudadanos corrientes, la mitad de
ellos niños, son víctimas de las violaciones de las leyes
internacionales.
La consecuencia natural de esta situación
inacabable de violaciones de derechos fundamentales sin opción
de obtener justicia, anuncia, es un creciente sentimiento de
desesperación y violencia entre las víctimas.
No hay que olvidar, recuerda, que los palestinos han
escogido el camino de las conversaciones, han votado democrática
y limpiamente, han optado por la tregua y, sin embargo, su
situación no cambia como no sea a peor.
Ging concluye con un pronóstico que
cualquier persona que no acepte el racismo y el imperialismo
de Israel y los que le apoyan, comparte sin problema alguno:
“las políticas de Israel están incrementando la
hostilidad de los palestinos quizás hasta un punto de no
retorno. Además, los palestinos no van a marcharse, están
ahí y la demografía lo confirma.”
4. De Yabalia a Rafah: destrucción,
muerte y resistencia
Un taxi lleva a los visitantes hasta el
campo de refugiados de Yabalia, cuna de la Intifada que
empezó el 7 de diciembre de 1987. Tras callejear un rato
por algunos barrios del campo, que están saturados de
viviendas precarias, que carecen de infraestructuras y
equipamientos de saneamiento, transporte, educativos y de
otro tipo, llegan al hospital Al Awda, que quizás algo irónicamente
significa El Retorno. Allí les recibe personal directivo,
que les informa de la situación sanitaria de la Franja en
general y acerca del hospital en particular.
Es mejor abstenerse de visitar la sala
donde se guardan las fotografías de los heridos, mutilados
y muertos por los ataques del ejército de ocupación israelí,
a no ser que se tenga un interés profesional que lo
justifique o que se desee intensamente ser testigo –al
menos mediante documentos gráficos– de la barbarie de la
que es capaz el “ejército más moral del mundo”, según
la tradición hagiográfica de los israelíes.
Miles de palestinos con mutilaciones
horribles, heridas inimaginables, cuerpos quemados e inválidos
de por vida desmienten la versión de los gobernantes israelíes
en espera de que sean citados a declarar por un tribunal
encargado de juzgar los crímenes contra la humanidad que se
han cometido en Palestina, Líbano y otros países.
Ese día no habrá escasez de testigos
a la vista de la cifra de víctimas causadas por los ataques
israelíes: 12.261 palestinos han resultado heridos por el
ejército de ocupación israelí solamente desde que empezó
la Intifada de Al Aqsa el 29 de septiembre de 2000 hasta
mayo de 2008. Para obtener el total de víctimas del
sionismo, cifra muy superior, habría que añadir las víctimas
de la primera Intifada y las de anteriores agresiones en
forma de ataques concretos y de guerras. Una vez más, en
España la cifra correspondiente asciende a 122.610 personas
solamente en los últimos siete años.
El Centro Palestino de Derechos
Humanos, PCHR por sus siglas en inglés, tiene su sede en la
ciudad de Gaza, es una entidad consultiva del Consejo Económico
y Social de las Naciones Unidas y miembro de la Comisión
Internacional de Juristas con sede en Ginebra. Ofrece
abundante información sobre la larga lista de violaciones
de derechos humanos por parte de Israel en los Territorios
Ocupados que abarcan el uso de la tortura, la detención
arbitraria, la destrucción de propiedad palestina, los
ataques a los equipos médicos, las ejecuciones extra
judiciales, los ataques a civiles no implicados en
hostilidades, etc., etc.
Mientras el visitante intenta asimilar
una catarata de datos sangrientos, se ve incapaz de
responder a la pregunta ¿qué tiene que ver la
supuestamente sacrosanta seguridad de los israelíes con el
derecho a la salud de los palestinos?
Basam Naim, ministro de Sanidad del
gobierno de Hamas, recibe a los visitantes en su despacho,
donde les informa de los problemas causados por el bloqueo
internacional al sistema de salud. No obstante,
la información más interesante para unos
extranjeros que no son especialistas en cuestiones
sanitarias tiene que ver con la política antes que con la
medicina. Por ello aclara a los visitantes la confusión que
existe en Occidente sobre la situación de la Franja de
Gaza.
No es correcto considerar que Gaza es
una prisión, como algunos advierten en Europa, sino que es
un campo de concentración, porque los internos en prisiones
europeas reciben suficiente alimentación, cuidados médicos
adecuados, están libres de ataques militares y no se les
impide el ejercicio de otros derechos como el de la educación
por ejemplo. Todo esto tiene lugar en la Gaza ocupada por
Israel. Con otras palabras, el fin del campo es la limpieza
étnica, no solamente encerrar a los palestinos.
Añade otra reflexión importante: la
comunidad internacional, no solamente Israel, es también
responsable de la situación. Por rechazar los resultados de
las elecciones de 2006, que fueron limpias según
constataron los observadores internacionales, y además por
permitir que Israel viole continua y gravemente la ley
internacional. Tiene razón en su acusación el ministro
porque según la ley con la que se ha dotado esa comunidad,
cada país tiene la obligación de cumplirla y hacer que los
demás miembros la cumplan. Es decir, no basta con no violar
la ley, sino que hay que impedírselo al que lo hace.
En cuanto a los detalles concretos de
la actividad médica corriente bajo el bloqueo, el ministro
presenta un ejemplo que basta para poner de manifiesto la
crueldad de sus responsables. Suena el teléfono en un
centro hospitalario de guardia una noche cualquiera: ha
habido un ataque con misiles en el campo de refugiados de
Khan Younis, en la mitad sur de la Franja y hay que evacuar
a los heridos al hospital. El equipo médico no puede acudir
al lugar del suceso porque la ambulancia no tiene
combustible para llegar hasta allí.
Uno tiene la tentación, que resiste,
de señalar que quizás se puede considerar una mejora
respecto al pasado. Habida cuenta de que el ejército de
ocupación israelí ha atacado en diversas ocasiones a los
equipos médicos que acuden a auxiliar a los heridos, es
mejor que se queden en sus bases. Se trata de graves
violaciones calificadas como crímenes de guerra por la 4ª
Convención de Ginebra de 1949, relativa a la protección de
civiles en tiempos de guerra. Según el PCHR, varios
miembros del personal médico de Gaza han resultado muertos
por disparos de metralleta, de artillería y por misiles
realizados por militares del ejército israelí.
Todos los médicos, generales y
especialistas, se ven afectados por el bloqueo, ya que no se
les permite actualizar sus conocimientos mediante estancias
en centros extranjeros y tampoco recibir publicaciones
internacionales en la Franja, que de todos modos serían
demasiado caras para sus bolsillos. Lo peor es que la
comunidad internacional no sólo no pone fin a esta situación,
sino que ni siquiera envía equipos de especialistas durante
un tiempo a la Franja, para que traten los casos más difíciles:
algunos tipos de cáncer, enfermedades cardiacas, ortopedias
complicadas, etc.
Aunque la salud no es el único sector
social perjudicado gravemente por el bloqueo, ilustra muy
bien, sin necesidad de recorrer uno a uno los demás
sectores que también se ven afectados, que en realidad
Israel no se defiende de los palestinos, sino que quiere
acabar con ellos con la excusa de protegerse.
La salud es el primer derecho
fundamental sin el cual los demás no puede disfrutarse. Si
los palestinos no comen lo suficiente, si no se les permite
tratar las enfermedades adecuadamente, si las depuradoras de
agua no funcionan porque no hay combustible ni repuestos, si
las aguas residuales corren libremente hasta el mar y se
filtran por doquier al no poder ser tratadas por la misma
razón, si las condiciones sanitarias se deterioran, la vida
se convierte en una lucha por la supervivencia.
Los israelíes castigan cruelmente a
los palestinos por el mero hecho de ser palestinos. Se trata
de que acepten que no tienen futuro alguno y finalmente que
emigren “voluntariamente” a otros lugares donde la vida
no sea tan peligrosa y difícil.
Sólo el arraigado racismo sionista
puede explicar que Israel se empeñe en martirizar a
millones de palestinos que viven desde hace siglos en la
tierra de sus ancestros para que la abandonen y así poder
apropiársela. Es cierto que mueren miles, que millones
sufren, que el mundo consiente cuando no anima las políticas
israelíes, pero es suficiente con realizar una visita al
hospital Al Awda o a cualquier otro para comprobar que
decenas de niños palestinos nacen todos los días,
centenares cada mes.
La alta tasa de natalidad y la
resistencia sostenida a través de los años hacen que
Israel, además de ser un Estado terrorista, sea también un
Estado sin futuro. Desde su establecimiento hasta la
actualidad ha sido gobernado por colonialistas racistas, a
su vez sostenidos por los votos de sus habitantes y con la
cooperación de otros estados imperialistas.
Es mucho lo que han conseguido los
sionistas a sangre y fuego en los 60 años de la existencia
de Israel, pero no se acercan a su objetivo: un Estado judío
solamente para los judíos. Resulta que no sólo es un
Estado ilegal e inmoral, es inviable también.
(*) Agustín Velloso es profesor de
Ciencias de la Educación de la UNED en Madrid.
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