Incursiones para sepultar la paz
Por Claudio KatzEnviado por el autor, 17/01/09
La agresión contra Gaza provoca
horror. Refugiados aniquilados en una escuela de la ONU, cadáveres
de niños alineados, familias acribilladas por buscar
alimento, tiros al blanco sobre una masa indefensa,
bombardeos a mansalva, fósforo blanco, 1160 muertos y 5200
heridos en tres semanas.
Semejante matanza no es un daño
colateral, ni una reacción desproporcionada. Se han
demolido escuelas, universidades, mezquitas, guarderías,
hospitales y depósitos de socorro internacional para
someter a los palestinos. El objetivo es bloquear cualquier
posibilidad de paz para reforzar la ocupación, con treguas
unilaterales que anticipan nuevas incursiones.
Justificaciones
Los pretextos esgrimidos por
Israel para perpetrar esta masacre tienen la misma
credibilidad, que las armas de destrucción masiva
inventadas por Bush para atacar Irak. Los cohetes ni
siquiera rasguñaron a la fortaleza que custodia un ejército
monumental. Las víctimas ocasionadas por esa artillería
casera fueron irrisorias en comparación al infierno de
asesinatos que consuman los ocupantes.
Desde que Hamas triunfó en
impecables elecciones Israel tendió un cerco para privar a
Gaza de alimentos, combustible y electricidad. Acentuó el
encierro de un millón y medio de personas que sobreviven
entre la basura y las aguas servidas. Con hambre y oscuridad
se reforzó un campo de concentración controlado desde seis
puestos fronterizos.
Israel preparó durante mucho
tiempo el escarmiento y rompió la tregua cuando ultimó los
detalles del ataque. No toleró el fracaso del complot para
desplazar a Hamas y la persistencia de cierto funcionamiento
civil en una sociedad acosada. Como la anexión de un
territorio minúsculo y superpoblado se tornó inviable
retiró a sus colonos y redobló el terror.
Israel repite el libreto de todos
los colonialistas. Porta la bandera de la civilización
contra los nativos y esgrime derechos de defensa, que
ocultan su rol opresor. Ciertos analistas igualmente
contraponen la democracia moderna del estado hebreo con el
retrógrado totalitarismo que impera en Gaza.
Pero olvidan que la invasión
actual se concretó para desconocer un triunfo de Hamas, en
comicios ponderados por todos los observadores
internacionales. En la democracia de Apartheid que rige en
Israel se discute con total libertad, cuál es la mejor
forma de vulnerar derechos en los territorios ocupados.
Quiénes exaltan la tolerancia
religiosa vigente en ese país frente al cerrado islamismo
del Hamas suelen olvidar el carácter confesional del estado
judío.
También omiten el fundamento bíblico, utilizado para
justificar la extensión del territorio a los sagrados límites
de Samaria y Judea. En cambio es un misterio cuál sería el
alcance de las restricciones coránicas impuestas por las
autoridades electas de Gaza. Las bombas han impedido la
eventual vigencia de esas disposiciones.
¿Dos culpables?
Israel afirma que busca la paz
mediante la formación de dos estados, pero desmiente en la
práctica ese enunciado. Con el auspicio de Estados Unidos y
Europa propicia desde hace años una negociación ficticia
(Oslo, Madrid, Anápolis), que no contempla ninguna devolución
de territorios.
El futuro de Jerusalén, los
derechos de los refugiados o el fin de los asentamientos han
quedado fuera de esas tratativas, mientras que la implantación
de 470.000 colonos en Cisjordania anula cualquier formación
de un estado palestino. La expropiación de tierras, el robo
del agua y la creación de rutas exclusivas obstruyen por
completo esa posibilidad. La erección de un muro de ocho
metros ha transformado, además, a las viejas ciudades de la
zona en guetos incomunicados. Los nuevos mandantes del lugar
han resucitado el Bantustán de Sudáfrica.
Esta obstrucción del proyecto de
dos estados es totalmente ignorada por quiénes atribuyen la
continuidad del conflicto a los “extremistas de ambos
bandos”. Con una teoría de los dos demonios acusan a
Hamas de provocar la guerra y a Israel de responder en forma
desmedida.
Pero con este criterio de
neutralidad habría que equiparar también a los marines con
los vietnamitas, a los paracaidistas franceses con la
resistencia argelina y a los realistas españoles con los
criollos americanos. Asignando la misma responsabilidad a
las víctimas y a los victimarios resulta imposible
comprender las situaciones coloniales.
El doloroso legado del holocausto
es frecuentemente utilizado para acallar la denuncia de un
estado militarista que humilla a los pueblos vecinos. Esta
censura se ejerce identificando al judaísmo con el sionismo
e Israel, o interpretando cualquier crítica como un acto de
antisemitismo. En realidad esos tres conceptos difieren
significativamente.
El judaísmo es una religión,
una cultura o una tradición de un pueblo diseminado por
muchos países, cuya permanencia como segmento diferenciado
ha variado en cada época y región. Israel es un estado
construido con la explícita preeminencia de los hebreos,
pero actualmente incluye varios grupos desconectados de ese
origen. El sionismo es una ideología de apropiación
colonial basada en fundamentos milenarios y pragmáticos.
Estas diferencias permiten
distinguir las posturas anti–judías, anti–sionistas y
anti–israelíes. La primera actitud es racista, la segunda
anticolonialista y la tercera no presenta un significado nítido.
Al igual que el antinorteamericanismo solo expresa un genérico
rechazo de la opresión imperialista.
Colonialismo tardío
El sionismo retomó del
colonialismo clásico la anexión territorial, la democracia
de exclusión, el despojo de otra comunidad y el mito de la
tierra vacía. Pero desde la guerra de los seis días (1967)
quedó integrado a la estructura interior del imperialismo
norteamericano y asumió un rol singular, como peón geopolítico
de esa potencia en Medio Oriente. Por esta razón
cuenta con un inédito nivel de armamento, financiación
y cobertura diplomática.
La masacre de Gaza ha corroborado
esa protección. Estados Unidos aguardó los resultados de
la matanza, mientras vetaba en las Naciones Unidos cualquier
limitación a los crímenes que proscribe esa organización.
También los medios de comunicación del establishment
norteamericano saludaron la aniquilación de los palestinos,
cuyas muertes siguen cotizando muy bajo. Basta imaginar cómo
hubiera ardido la prensa mundial si un millar de israelíes
hubieran muerto, para notar cómo funciona este doble patrón
de cobertura de los fallecimientos.
La sangría tampoco alteró las
vacaciones de Obama. El nuevo presidente envió múltiples
señales de lealtad al sionismo, aunque el incendio de Gaza
obstruya su ansiado viraje hacia el multilateralismo.
La simbiosis con Estados Unidos
diferencia a Israel del Apartheid sudafricano y torna
improbable la repetición del proceso que condujo a
desmontar esa estructura. Mientras cuente con la protección
norteamericana, Israel seguirá actuando como un
conquistador brutal.
Pero esta conducta refuerza una lógica
de genocidio que tiene poca viabilidad en un período
signado por la descolonización y el rechazo del racismo. Al
comienzo del siglo XXI ya no es factible repetir el
exterminio que sufrieron los amerindios, la esclavización
que padecieron los africanos o el destierro masivo que
predominaba en la Antigüedad.
Israel surgió desplazando a los
palestinos, que tuvieron vetado el retorno a su tierra por
escapar de una guerra (1947–49). Este despojo fue posible
por el clima de reparación internacional hacia los judíos
que sucedió al holocausto. Pero la confiscación por
abandono no pudo repetirse en 1967, ya que la población
aprendió la lección de los refugiados y se quedó en sus
hogares. Con esta permanencia comenzó una resistencia de
los palestinos, que Israel ha respondido subiendo la apuesta
del terrorismo de estado.
Este salvajismo potencia la furia
de una generación árabe dispuesta al sacrificio heroico.
Pero también crea una situación sin salida para los
ocupantes en Gaza. Un eventual derrocamiento de Hamas tornaría
ingobernable a ese territorio y aumentaría la presión de
los refugiados sobre la frontera egipcia. La destrucción de
los túneles –que abastecen de armas, alimentos y
combustible a la franja– podría agravar el desastre
humanitario.
La prolongación del operativo
también incrementa la posibilidad de bajas, que Israel
necesita evitar para revertir la derrotada sufrida en el Líbano.
Ese temido antecedente induce al trío gobernante (Omert,
Livni, Barak) a discutir acaloradamente cuál será el próximo
paso.
Pero en cualquier opción de
mayor ofensiva o cese temporal de las hostilidades persistirá
la línea directriz de periódicas incursiones militares, ya
verificada en Beirut (1982), Ramalá (2002) y el Líbano
(2006). Todas las administraciones israelíes recrean ese
torrente sangre para perpetuar el colonialismo.
Actualmente prevalece un amplio
margen interno para la carnicería. Todas las encuestas
indican aprobación a la matanza e incluso se ha desatado
una competencia electoral por la primacía del más
sanguinario. Laboristas y conservadores mercadean la vida de
los palestinos entre una masa de votantes que ha girado a la
derecha.
Pero lo ocurrido en el Líbano
también demuestra que el número de caídos altera ese
triunfalismo. Las marchas de repudio a la invasión y la
desobediencia de muchos reservistas al alistamiento podrían
erosionar esa borrachera belicista. La opinión pública
israelí recepta, además, una creciente comparación
internacional de su ejército con los nazis. Esa analogía
es muy dolorosa y puede suscitar un sentimiento de vergüenza.
Heroísmo y sumisión
El apoyo activo de los palestinos
a la resistencia en Gaza es un enigma indescifrable para los
invasores. Por eso describen a los combatientes como fanáticos
descerebrados que se protegen con escudos humanos. La lucha
en este destruido territorio se desarrolla en condiciones
terribles y con un limitado soporte de movilizaciones en
Cisjordania. Pero esta escandalosa desigualdad de los
enfrentamientos ha sido la norma de los últimos 60 años.
En este lapso los palestinos no
lograron recuperar sus tierras, ni construir su estado, pero
conquistaron la legitimidad de su demanda. Israel no ha
podido impedir este avance. La primera Intifada (1987)
erosionó los mitos del sionismo y el segundo levantamiento
(2000) impuso la discusión de las exigencias de los
sublevados. Nadie puede ignorarlos, ni borrarlos del
escenario internacional.
Dentro del movimiento palestino
se ha ensanchado la brecha que separa a los resistentes de
los sumisos. Mahmoud Abbas reforzó esta segunda postura al
culpar a Hamas de la agresión y aceptar de inmediato los términos
de rendición que fijó Israel. Esta actitud corona varios años
de subordinación de la Autoridad Palestina al ocupante.
Desde que aceptó negociar un estado inexistente, ese
liderazgo concedió todo a cambio de nada.
La vieja elite de la OLP se ha
transformado en un grupo social privilegiado y corrupto, que
maneja un millonario presupuesto aportado por los potentados
del mundo árabe. Esta conducta profundiza su desprestigio e
impulsa a los palestinos a remodelar su movimiento sobre
nuevos pilares.
¿Destrucción del Estado de
Israel?
El fin de la ocupación de Gaza y
Cisjordania es la condición de cualquier solución al
conflicto. Pero el problema persistirá, mientras funcione
la maquinaria anexionista del sionismo. Este dispositivo
promueve el reemplazo de pobladores originarios por
inmigrantes seleccionados, en función de criterios étnicos.
Este mecanismo imposibilita la igualdad de derechos y la
coexistencia de dos comunidades.
La autodeterminación nacional de
los palestinos es la prioridad, pero no podrá concretarse
convocando a destruir el estado de los israelíes. Este
llamado fue una reacción defensiva inicial contra al
despojo, que implicaba la erradicación política del
sionismo y no la eliminación física de los judíos. Pero
es un enunciado que ha perdido vigencia y se malinterpreta
con facilidad.
Aunque Israel se construyó
confiscando a los habitantes del lugar, al cabo de varias décadas
ha forjado una nacionalidad propia que no puede abolirse. Se
ha conformado un nuevo grupo nacional, tanto en el plano
objetivo (lengua, territorio, economía común), como
subjetivo (cultura compartida, conciencia de sector
diferenciado).
La paz será lograda mediante el
reconocimiento mutuo de palestinos e israelíes, una vez
desmantelados los dispositivos coloniales del sionismo. Sólo
este camino pondrá fin a la sangría, abriendo la
perspectiva de dos estados reales, formas federativas
binacionales o la mejor opción: un estado único, laico y
democrático.
Polvorín árabe
La masacre de Gaza se consumó
con el visto bueno del gobierno turco, la monarquía
jordana, los jeques sauditas y la semidictadura egipcia. Los
sátrapas del mundo árabe combinaron el silencio prudente
con la explícita complicidad. Mantuvieron las relaciones
diplomáticas con Israel como si nada hubiera pasado.
Pero la conducta del gobierno
egipcio superó todo lo conocido. Cerró la válvula de
escape de Rafa, coordinó el cerco con los agresores, bloqueó
el socorro humanitario y hasta autorizó la violación de su
espacio aéreo. El alto mando conocía todos los detalles
del ataque y no presentó ninguna objeción.
En la mesa de negociaciones
Egipto actúa como vocero de Estados Unidos. Exige el
desarme de Hamas y la desactivación de los túneles. Esta
postura profundiza su alineamiento pro–imperialista. Los
gobernantes de ese país ya no buscan domesticar la
resistencia de los palestinos por medios políticos,
financieros o militares. Directamente avalan la
desarticulación de ese movimiento.
Egipto complementa en el plano
diplomático la acción armada de Israel y el financiamiento
saudita de Occidente. Las pruebas de sumisión a Estados
Unidos son tan abrumadoras, que un sector del Departamento
de Estado promueve transferir a Gaza a una administración
egipcia.
Pero el régimen del presidente
vitalicio Mubarak puede terminar como otras marionetas de
Estados Unidos. Lo ocurrido con el Sha de Irán es un
precedente a tomar en cuenta. Las crecientes manifestaciones
–que la policía invariablemente apalea– están creando
un polvorín en el principal país de la región.
La lucha de los palestinos
persiste como una pesadilla para las clases dominantes del
mundo árabe. Su viejo temor a una convergencia de este
movimiento con las demandas sociales de todos los oprimidos
se ha incrementado. Este pánico refuerza un alineamiento
con Israel, que ensancha el abismo entre las elites y los
pueblos de Medio Oriente.
Solidaridad mundial
La masacre de Gaza ha
conmocionado al mundo y las manifestaciones superan
ampliamente la reacción internacional del 2006 frente a los
bombardeos del Líbano. Las multitudes que protestan en
Madrid, Londres, Bruselas, Berlín y Paris han neutralizado
las minoritarias contramarchas pro–israelíes.
Esta acción callejera puede
inclinar la balanza política contra los agresores,
cualquiera sean los resultados de su operación militar. Es
muy visible quiénes son los culpables de la sangría y
muchas voces exigen juzgar los crímenes cometidos, en
tribunales internacionales. También se multiplican las
iniciativas para enviar socorro humanitario y organizar un
boicot de académicos y médicos contra el invasor.
En América Latina se ha
profundizado la simpatía hacia la causa de los palestinos.
Tanto Chávez como Evo Morales adoptaron la acertada decisión
de expulsar a los embajadores de Israel. Estas reacciones
ilustran los puntos de contacto que vinculan al nacionalismo
antiimperialista latinoamericano y árabe.
Argentina es una pieza clave de
este escenario por la fuerte presencia de comunidades árabes
y judías. Ambas colectividades han coexistido en armonía,
a pesar del impacto legado por los atentados a la embajada
de Israel y la AMIA. Las marchas a favor de Palestina son
claramente mayoritarias, en un clima de hostilidad hacia los
dirigentes sionistas que justifican el crimen de Gaza.
También provoca rechazo la
descarada presión de los diplomáticos israelíes para
arrancar pronunciamientos oficiales de condena a Hamas. En
las calles se pide lo contrario: envío de auxilio
humanitario a Gaza y ruptura del convenio Israel–MERCOSUR.
Argentina sintoniza con el repudio mundial a una política
de matanzas que pretende sepultar la paz en Medio Oriente.
17–01–09.
Bibliografía
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www.kanaanonline.org
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Desarrollamos esta caracterización en: Katz Claudio,
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“Ahora soy plenamente israelí”, Clarín,
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“El general Omar Suleiman –mano derecha de Mubarak–
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6–1–09.
Un ejemplo en: AMIA–DAIA–OSA– Comunicado, “La
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