Israel
rumbo a la locura
Por
José Steinsleger
La
Jornada, 11/02/09
En
los días previos a la asunción de Barack Obama, y los
zapatazos de los “globalizados” contra George W. Bush,
el “sionismo neocon” estadounidense apoyó la destrucción
de Gaza por interpósita entidad nacional y dio un paso al
costado. Sin embargo, sus ideólogos seguirán dominando el
Congreso imperial y los medios de comunicación, y viendo cómo
convertir a Obama en una suerte de neocon al cuadrado.
Es
posible que entre la crisis económica, la necesidad de
recomponer el liderazgo mundial y la deteriorada
credibilidad política puertas adentro demoren, por ahora,
la atención cuasi excluyente que los políticos de
Washington depararon a Israel en el primer decenio del
siglo.
Con
más de 200 bombas nucleares en sus arsenales, Israel
demostró una vez más el carácter virtualmente
indestructible de su poder militar. No obstante, le será
imposible revertir el creciente prestigio político de
Hezbolá (Líbano) y Hamas (Gaza). Porque no se requiere ser
iniciado o estar muy informado para entender que la fuerza
militar, por mucho que destruya y condicione, invariable e
históricamente acaba estrellándose contra los pueblos que
políticamente la resisten a conciencia.
Israel
arrasó con Gaza, mas no consiguió vulnerar el apoyo de su
pueblo al gobierno encabezado por Hamas. Se dice que Israel
descartaba tal posibilidad. ¿Cuál fue, entonces, el
objetivo final del matadero? Frente a la violencia extrema,
no es fácil ensayar interpretaciones “racionales”. Lo
único “racional”, y más o menos confirmado, es aceptar
que la violencia extrema se revierte contra sus ejecutores.
En Líbano
y Gaza, el Estado de Israel fue el gran perdedor, en un paso
más hacia la autodestrucción. Nadie, en sus cabales, puede
desconocer que el matadero de Gaza tuvo características
distintas a otros exterminios similares.
¿Crueldad?
¿Compasión? ¿Conciencia? En una serie de artículos
recopilados en La anarquía que viene (Ediciones B,
2000), el prolífico politólogo judeosionista
estadounidense Robert D. Kaplan (ideólogo de la “guerra
en sí” y asesor del presidente William Clinton en la
destrucción de Yugoslavia) marcó el rumbo a seguir
diciendo que “el genocidio es una patología del
modernismo, y especialmente de Estados modernos muy
centralizados”.
Autor
clave para entender la “racionalidad” del sionismo
neocon, Kaplan escribe: “El difunto judío de Bagdad Elie
Kedourie escribió que los judíos podían estar gozosamente
agradecidos al ‘derecho de conquista’, por parte del
imperio británico y de cualquier otro… porque toda su
historia les había enseñado que allí radica la
seguridad”. Kaplan no da vueltas: “por desgracia… la
protección contra el mal es más efectiva cuando se asume
que el ser humano es absoluta e intrínsecamente
perverso”.
Tal
ha sido la ideología de todos los gobernantes de Israel,
donde la “democracia” se dirime entre partidos
fundamentalistas y racistas de ultraderecha, derecha y
derecha “moderada” que, en esencia, lindan con lo
“irracional”.
Por
ejemplo, cuando en septiembre de 2007 el ruido mediático
mundial giraba en torno a la sublevación de los monjes
budistas en Myanmar (ex Birmania), la canciller de Israel
Tzipi Livni exhortó a que la dictadura militar “controle
su fuerza y se abstenga de dañar a los manifestantes”. Y
el primero de febrero pasado, cuando después de la total
destrucción de Gaza los cohetes artesanales de Hamas seguían
cayendo sobre Israel, Livni advirtió: “somos capaces de
volvernos locos”. En tanto, el premier Ehud Olmert
amenazaba con un ataque “desproporcionado” (sic).
El
profesor Michael Warschawksi, referente del movimiento
antisionista y ciudadano israelí, declaró a Gara,
periódico vasco: “Descubrir cómo hemos llegado hasta
este punto no es complicado. Lo difícil es saber cómo
cambiarlo. La política de la masacre acaba con las
posibilidades de existir para Israel, entendido como Estado
o sociedad”.
Paradójicamente,
si Israel fuese un país auténticamente democrático y
moderno, el “Estado judío” desaparecería. Y así, el
único país del mundo que carece de una Constitución la
tendría, dando lugar a un Estado moderno donde sus
habitantes puedan vivir en paz.
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