La
necesidad del boicot cultural a Israel
Por Ilan Pappé (*)
The Electronic
Intifada, 23/06/09
Rebelión,
25/06/09
Traducido
por Beatriz Morales Bastos
Si
hay algo nuevo en la interminable historia de Palestina es
el claro cambio que se han producido en la opinión pública
en el Reino Unido. Recuerdo que vine a estas islas en 1980,
cuando el apoyo a la causa palestina estaba confinado a la
izquierda y, dentro de ella, a una sección y a una
corriente ideológica muy particular. El trauma
post–Holocausto y el complejo de culpabilidad, los
intereses económicos y militares, y la farsa de Israel como
la única democracia en Oriente Medio contribuyó todo ello
a proporcionar inmunidad al Estado de Israel. Muy pocas
personas cambiaron de idea, según parece, ante un Estado
que había desposeído a la mitad de la población palestina
originaria, demolido la mitad de sus ciudades y pueblos,
discriminado a la minoría de esta población originaria que
vivía dentro de los límites de sus fronteras por medio de
un sistema de apartheid y dividido en enclaves a dos
millones y medio de ellos en una dura y opresiva ocupación
militar.
Casi
30 años después parece que se han eliminado todos estos
filtros y cataratas en los ojos. La magnitud de la limpieza
étnica de 1948 es bien conocida, se deja constancia del
sufrimiento de los palestinos en los territorios ocupados e
incluso el presidente de Estados Unidos lo describe como
insoportable e inhumano. De forma similar, se observa
diariamente la destrucción y despoblación de la zona del
gran Jerusalén y se reprende y condena frecuentemente la
naturaleza racista de las políticas respecto a los
palestinos en Israel.
Naciones
Unidas describe la realidad de hoy, en 2009, como una “catástrofe
humana”. Los sectores conscientes y concienciados de la
sociedad británica saben muy bien quién causa y quién
produce esta catástrofe. Ya no se relaciona con
circunstancias ambiguas o con el “conflicto”, sino que
es claramente considera el resultado de las políticas
israelíes a los largo de los años. Cuando se le preguntó
al Arzobispo Desmond Tutu qué reacción había tenido
cuando visitó los territorios ocupados, señaló con
tristeza que era peor que la de la del apartheid. Sabía de
qué hablaba.
Como
en el caso de Sudáfrica, estas personas decentes, ya sea
individualmente o como miembros de organizaciones, expresan
su indignación ante la opresión, colonización, limpieza
étnica y hambruna continuas en Palestina. Buscan maneras de
demostrar su protesta y algunos incluso esperan convencer a
su gobierno de que cambie su vieja política de indiferencia
e inacción ante la continua destrucción de Palestina y de
los y las palestinas. Muchos de ellos son judíos, ya que
muchas de estas atrocidades se han hecho en su nombre de
acuerdo con la lógica de la ideología sionista, y unos
pocos de ellos son veteranos de luchas civiles anteriores en
su país por causas similares a lo largo y ancho de este
mundo. Ya no están confinados a un partido político y
provienen de todos los ámbitos de la vida.
Por
el momento, el gobierno británico no ha cambiado. También
fue pasivo cuando el movimiento anti–apartheid en este país
le pidió que impusiera sanciones a Sudáfrica. Fueron
necesarias varias décadas para que este activismo desde
abajo llegara al más alto nivel político. En el caso de
Palestina cuesta más tiempo: la culpa por el Holocausto,
los relatos históricos y las distorsiones contemporáneas
de Israel como una democracia que busca la paz y de los
palestinos como los eternos terroristas islámicos
bloquearon el flujo del impulso popular. Pero está
empezando a encontrar su lugar y su presencia, a pesar de la
acusación hecha a toda demanda de este tipo de ser anti–semítica
y a pesar de la demonización del Islam y de los árabes. El
tercer sector, este vínculo importante entre los civiles y
las agencias gubernamentales, nos ha mostrado el camino: un
sindicato tras otro, un grupo profesional tras otro han
enviado todos ellos recientemente un mensaje claro: ya está
bien. Se ha hecho en nombre de la decencia, de la moralidad
humana y del compromiso civil básico de no permanecer de
brazos cruzados ante las atrocidades del tipo de las que
Israel ha cometido y sigue cometiendo contra el pueblo
palestino.
En
los últimos ocho años la política criminal israelí se
intensificó y los activistas palestinos buscaban nuevas
maneras de hacerle frente. Las probaron todas, la lucha
armada, la guerra de guerrilla, el terrorismo y la
diplomacia: no funcionó ninguna. Y, sin embargo, no se
rinden y ahora proponen una estrategia no violenta, la del
boicot, desinversión y sanciones. Con estos medios quieren
persuadir a los gobiernos occidentales de salvar de una catástrofe
y de un baño de sangre inminentes no sólo a ellos sino, irónicamente,
también a los judíos en Israel. Esta estrategia generó el
llamamiento al boicot cultural a Israel. Cualquier ámbito
de la existencia palestina expresa esta petición: la
sociedad civil bajo la ocupación y los palestinos bajo
Israel. La apoyan los refugiados palestinos y la encabezan
miembros de las comunidades de los palestinos en el exilio.
Llega en el momento preciso y ofrece a individuos y
organizaciones en el Reino Unido una manera de expresar su
indignación ante las políticas israelíes y, al mismo
tiempo, una vía de participación en la presión global al
gobierno para que cambie su política de proporcionar
inmunidad a la impunidad.
Es
desconcertante que, por el momento, este cambio en la opinión
pública no haya tenido impacto en la política, pero de
nuevo tenemos que recordar los tortuosos caminos que tuvo
que recorrer la campaña contra el apartheid [sudafricano]
antes de convertirse en política. También merece la pena
recordar que dos valientes mujeres de Dublín, que tenían
el duro trabajo de cajeras de supermercado, fueron las únicas
que se negaron a vender productos sudafricanos. Veintinueve
años después, los británicos se unieron a los demás en
la imposición de sanciones a Sudáfrica.
Así,
mientras los gobiernos dudan por razones cínicas, por temor
a ser acusados de anti–semitismo o quizá debido a
inhibiciones islamofóbicas, los ciudadanos y los activistas
hace cuanto está en su mano, simbólica y físicamente,
para informar, protestar y denunciar. Tienen una campaña más
organizada, la del boicot cultural, o pueden unirse a sus
sindicatos en la política coordinada de presión. También
puede utilizar su nombre o su prestigio para indicarnos a
todos nosotros que las personas decentes de este mundo no
pueden apoyar lo que hace y significa Israel. No saben si su
acción producirá un cambio inmediato ni si tendrán la
suerte de ver el cambio en el lapso de sus vidas. Pero en su
propio libro personal de quiénes son y de qué hicieron en
sus vidas, y ante el severo ojo de la valoración histórica
se les incluirá junto con todos aquellos que no
permanecieron indiferentes cuando la inhumanidad bramaba
disfrazada de democracia en sus propios países o en
cualquier otro lugar.
Por
otra parte, los ciudadanos de este país, especialmente los
famosos, que continúan difundiendo, con bastante frecuencia
por ignorancia o por razones bastante más siniestras, la fábula
de Israel como una sociedad culta occidental o como “la única
democracia en Oriente Medio” no sólo están equivocados
en relación a los hechos. Proporcionan inmunidad a una de
las mayores atrocidades de nuestro tiempo. Algunos de ellos
nos piden que dejemos la cultura fuera de nuestras acciones
políticas. Este enfoque de la cultura y la vida académica
israelí como entidades diferentes del ejército, la ocupación
y la destrucción es moralmente corrupta y lógicamente
caduca. Un día, finalmente, la indignación desde abajo,
incluyendo en el propio Israel, producirá una nueva política;
la actual administración estadounidense ya está dando las
primeras muestras de ello. La historia no vio con buenos
ojos a los directores de cine que colaboraron con el senador
estadounidense Joseph McCarthy en los años cincuenta o
apoyaron el apartheid. Adoptará una actitud similar con
aquellos que ahora callan acerca de Palestina.
Un
excelente caso al respecto se reveló el mes pasado en
Edimburgo. El director de cine Ken Loach dirigió una campaña
contra las relaciones oficiales y financieras que tenía el
festival de cine de la ciudad con la embajada israelí.
El
sentido de esta postura era transmitir el mensaje de que
esta embajada no sólo representa a los directores de cine
de Israel, sino también a sus generales que habían
masacrado al pueblo de Gaza, a sus torturadores que
torturaran a los palestinos y las palestinas en las cárceles,
a sus jueces que envían sin juicio a la cárcel a 10.000
palestinos (la mitad de los cuales son menores), a sus
racistas alcaldes que quieren expulsar a los árabes de sus
ciudades, a sus arquitectos que construyen muros para
encerrar a las personas e impedirles que acudan a sus
campos, escuelas, cines y oficinas, y a sus políticos que
crean una y otra vez estrategias para completar la limpieza
étnica de Palestina que iniciaron en 1948. Ken Loach
consideró que la única manera de boicotear el festival en
su conjunto sería situar a sus directores en un sentido y
perspectiva moral. Tenía razón, así que lo hizo porque el
caso está nítidamente definido y la acción es tan simple
y tan pura.
No
es sorprendente que se oyeran voces en contra. Ésta es una
batalla que está en curso y no se ganará fácilmente.
Mientras escribo estas líneas conmemoramos 42 años de
ocupación israelí, la más larga y una de las más crueles
de los tiempos modernos. Pero el tiempo también ha generado
la lucidez necesaria para tomar estas decisiones. Esta es la
razón por la que la acción de Ken Loach fue efectiva
inmediatamente; la próxima vez ni siquiera será necesaria.
Uno de sus críticos trató de señalar el hecho de que hay
personas en Israel a las que les gustan las películas de
Ken Loach, por lo tanto, lo que él hacía era un tanto
ingrato.
Puedo
asegurar que aquellos de nosotros en Israel que vemos las
película de Loach también somos quienes aplaudimos su
valentía y, a diferencia de este crítico, no creemos que
esto sea un acto similar a pedir la destrucción de Israel
sino, más bien, la única manera de salvar a los judíos y
a los árabes que viven ahí.
Pero,
en todo caso, es difícil tomar estas críticas en serio
cuando van acompañadas de la descripción de Palestina como
una entidad terrorista y de Israel como una democracia como
Gran Bretaña. La mayoría de nosotros en el Reino Unido
estamos lejos de esta necedad propagandísticas y estamos
preparados para el cambio. Ahora estamos esperando a que el
gobierno de estas islas haga lo mismo.
(*)
Ilan Pappe es un historiador israelí exilado en Reino Unido
y director del Departamento de Historia de la Universidad de
Exeter.
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