Obama
y Netanyahu
¿Dos
discursos contradictorios?
Por
Shmuel Amir (*)
Occupation
Magazine, 17/06/09
Tlaxcala,
14/07/09
Traducido
del hebreo por George Malent
Traducido
del inglés por Manuel Talens (**)
El
discurso que Netanyahu pronunció el 14 de junio de 2009 fue
considerado en Israel y en el mundo como una respuesta al de
Obama en El Cairo y, como tal, ha despertado un enorme interés.
El
contenido del discurso en sí mismo no se salió del guión
que han seguido, de una forma u otra, los anteriores
primeros ministros israelíes. El objetivo de tales
discursos ha consistido siempre en explicar al público de
Israel y del mundo que es imposible parar la ocupación, y
no porque Israel desee mantenerla ni continuar los
asentamientos –Dios nos libre–, sino por la actitud
negativa de los palestinos. Por supuesto, Israel desearía
retirarse de los territorios ocupados, pero los pérfidos
palestinos se lo impiden. De acuerdo con dicho esquema retórico,
Ehud Barak dijo que en Camp David quiso devolver casi todo a
los palestinos pero ellos no estuvieron de acuerdo. Es
verdad, también nosotros debemos establecer algunas
condiciones para la paz y para el fin de la ocupación, pero
tales exigencias son el mínimo necesario para preservar la
seguridad de nuestro Estado, “seguridad” que siempre ha
necesitado la anexión del territorio palestino.
Este
argumento reapareció en el discurso de Netanyahu cuando
afirmó “con valentía y honradez” (“puro autobombo”,
como suele decirse en yiddish) que estaba ofreciendo un
Estado palestino a los palestinos. Por supuesto, debía ser
un Estado desmilitarizado junto al nuestro, armado hasta los
dientes, y los palestinos deberán declarar su adhesión a
la Organización Sionista y reconocer a Israel como Estado
judío; Jerusalén permanecerá indivisa y no negociaremos
con Hamás (que es el gobierno legítimo). Netanyahu no
mencionó las fronteras de 1967 y tampoco el derecho al
retorno, ignoró también las proposiciones de paz de la
Liga Árabe. Y la palabra “ocupación” no brotó de sus
labios: únicamente habló de la “presencia” de nuestras
fuerzas armadas.
Netanyahu
rechazó de una manera que podría casi definirse como
brusca el llamamiento público de Obama para detener la
construcción de asentamientos: “Vamos a continuar
proveyendo las necesidades normales de los asentamientos”.
No
existe razón alguna para ponerse a discutir su proposición,
que carece de cualquier seriedad y, por supuesto, de
“valentía y honradez”. Las respuestas árabe y
palestina, con su enfático rechazo de las “generosas
ofertas” (de inmediato calificadas por los portavoces
israelíes como una negativa a iniciar conversaciones de
paz) eran de esperar.
Algo
menos previsibles fueron las respuestas positivas de algunos
en el bando pacifista israelí, que creyeron ver un pequeño
soplo de esperanza en el discurso de Netanyahu. El
presidente Barack Obama ni siquiera se molestó en
escucharlo, pues se fue a jugar al golf mientras Netanyahu
lo pronunciaba. Sin embargo, su primera reacción, según
informan los medios, fue que el discurso de Netanyahu era
“un paso adelante en la buena dirección”.
Tanto
los medios israelíes como los palestinos caracterizaron la
posición de Obama con respecto a Netanyahu como inflexible,
pues, según ellos, el presidente estadounidense ha adoptado
una línea dura con el primer ministro israelí. Al fin y al
cabo, ¿acaso no dijo en su discurso que pretendía alcanzar
la paz de forma “agresiva”? Un comentarista israelí
escribió que Netanyahu, en su discurso, “tuvo que aflojar
la soga estadounidense” [Yossi Verter, Haaretz, 15 de
junio de 2009: “Netanyahu speech Ahmed solely for Obama’s
ears” http://www.haaretz.com/hasen/spages/1093049.html].
¿Se
habrá creado un grave conflicto entre Israel y Estados
Unidos tras el discurso de Netanyahu, el cual, según Saeb
Erakat, “fue una bofetada a Obama”? A juzgar por la
reacción inicial de éste, no parece haber conflicto alguno
que amenace las relaciones entre ambos países. Pero se han
planteado varias cuestiones, entre ellas, ¿conocen
Netanyahu y su entorno algo que la ciudadanía desconoce
sobre las relaciones de Israel con Estados Unidos?
¿Será
que el perenne hincapié que suele hacer Estados Unidos de
la inalterable relación entre ambos países y de su
compromiso de “garantizar la seguridad de Israel” son
mucho más importantes de lo que imaginamos? ¿Y si hubiésemos
malinterpretado el discurso de Obama en El Cairo y, a causa
de ello, la izquierda se hubiese hecho ilusiones
injustificadas, mientras que la extrema derecha hubiera
respondido con un miedo exagerado?
¿Cuál
fue el objetivo del discurso, aplacar a esos que los
estadounidenses denominan “Estados árabes moderados” y
darles municiones contra los árabes extremistas por medio
de un lenguaje más agresivo contra Israel? ¿Y si el
objetivo del discurso no hubiera sido de ninguna manera
acercarnos a la paz ni acabar con la ocupación?
Veamos,
por ejemplo, la frase más dura del discurso de Obama: “Ya
va siendo hora de que cesen los asentamientos”. Ésa frase
fue recibida en todo el mundo como un giro completo en la
política estadounidense con respeto a Israel. Pero si se
analiza con otros ojos podría plantearse la cuestión de
por qué Obama escogió decir que los asentamientos deberían
“cesar” en vez de “ser desmantelados” o
“eliminados”.
¿Será
que no llegó a plantear del todo la exigencia de que la
ocupación se acabe y por eso dijo que los asentamientos
deben “cesar”? ¿Acaso no implica eso el reconocimiento
de los “bloques de asentamientos” que, por supuesto,
forman parte del plan de anexión de todas las propuestas de
paz israelíes? Tal como Washington nos indica, incluso el
enfático rechazo de Netanyahu ante la exigencia de cesar
los asentamientos es algo ya sujeto a “discusión”.
De
hecho, la enfática exigencia de que Israel cese sus
asentamientos contiene algo más que hipocresía y disimulo.
El discurso de Obama le deja a uno la impresión de que únicamente
Israel es responsable de los asentamientos. Pero ¿acaso es
concebible que el presidente de Estados Unidos ignore que
ningún gobierno israelí podría erigir ni siquiera un
asentamiento sin el acuerdo de Washington (y, en lo que a
nosotros respecta, no existe diferencia alguna entre si se
trata de algo explícito o sobreentendido).
Si
Obama hubiera sido honrado en su discurso, podría haber
dicho, “Vamos a retirar de inmediato nuestro apoyo a la
construcción de asentamientos. Nosotros, que los hemos
tolerado, lo hicimos contraviniendo el Derecho
Internacional. Hemos eludido cualquier discusión sobre el
asunto, hemos protegido a Israel al vetar cualquier condena
de Israel en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.”
Si
Obama hubiera pronunciado estas palabras habría dicho la
verdad al mismo tiempo que ponía las cartas sobre la mesa.
Pero en vez de ello prefirió hacerse pasar por un profeta
que predica la rectitud, como lo hizo en otras partes de su
discurso, en las que ocultó las motivaciones políticas
estadounidenses.
Pues,
por ejemplo, dijo que Estados Unidos no impondrá la paz a
ambas partes, que deberán decidir por sí mismas. ¿Acaso
desconoce Obama que ésa es precisamente la política de
Israel, perfectamente caracterizada en el discurso de
Netanyahu cuando exigió “negociaciones directas” con
los palestinos, a sabiendas de que con dicha táctica Israel
puede continuar subyugándolos hasta el infinito?
Vale
la pena señalar que en ningún momento de su discurso
propuso Obama ningún plan de paz o el cese de la ocupación.
No mencionó las fronteras de 1967, tampoco el problema de
los refugiados, menos aún la cuestión de Jerusalén como
capital de los dos pueblos ni la unidad entre los
palestinos. Por todo ello, dejó libre a Netanyahu para que
actúe como mejor le convenga.
La
parte más repugnante del discurso de Obama fue cuando afirmó
que la violencia de los palestinos debe cesar (pero no la de
los israelíes, ¡Dios nos libre!). Sobre todo después de
la “Operación Plomo Fundido”, que tuvo lugar después
de su elección a la presidencia y que él consintió con su
silencio.
Y,
de manera más general, qué decir de su rechazo de la
violencia, si proviene del hombre que preside la mayor
fuerza militar del mundo, con más de 700 bases en todo el
planeta, de un presidente que ya se las ha arreglado para
aumentar aún más el presupuesto militar de su país, para
posponer la retirada de Iraq e incrementar las acciones en
Afganistán. Resulta cuanto menos extraño. Y eso sin
mencionar el actual baño de sangre en Iraq ni las víctimas
desde el inicio de la guerra y la posterior ocupación,
cuyas estimaciones sobre los muertos y heridos hasta la
actualidad alcanzan entre medio millón y millón y medio.
Y, a
pesar de todo eso, Obama sigue hablando del cese de la
violencia. Nunca antes habíamos asistido a una hipocresía
semejante.
El
discurso de Obama señala el debilitamiento de la posición
de Estados Unidos en el mundo, en especial entre los Estados
árabes y musulmanes. Lejanos están los tiempos en que se
enviaban barcos de guerra para solucionar cualquier
conflicto contra el imperio. Incluso las grandes invasiones,
como las de Iraq y Afganistán, están resultando difíciles
de llevar a cabo. También es más difícil poner en marcha
acciones encubiertas como los asesinatos políticos y golpes
internos similares al derrocamiento de Allende en Chile o a
los atentados de Castro en Cuba o Mossadegh en Irán.
El
debilitamiento de Estados Unidos es el resultado de su
extenuación económica y del cambio en las relaciones de
poder en el mundo, junto con el fortalecimiento de China y
Rusia. Los movimientos nacionalistas musulmanes deben también
contarse entre los factores que están amortiguando la
hegemonía Estados Unidos. Incluso aquellos movimientos
nacionalistas que perdieron fuerza al transformarse de
laicos en religiosos siguen constituyendo una gran fuerza
hostil contra Estados Unidos.
El
imperio no teme la bomba nuclear iraní, sino la influencia
de Irán entre los diversos movimientos nacionalistas
antiyanquis. Obama sabe que los gobiernos árabes
“moderados” no gozan del apoyo de sus pueblos y son
vulnerables a dicha influencia.
Los
expertos de la Casa Blanca comprendieron muy bien que era
necesario distanciarse del legado de Bush, pero cambiar de
política, sólo de estilo; era necesario proceder a ciertos
cambios, incluso a expensas de Israel. Obama está preparado
para “hacer como” que cambia algo, pero ni siquiera se
le ocurre soñar en poner patas por alto esta relación
“inamovible”. En mi opinión, lo más que hará será
desmantelar algunos asentamientos y detener en cierta medida
su diseminación. Ese máximo, adornado con su estilo
particular, Obama lo presentará como un regalo a los
Estados árabes “moderados” con vistas a disminuir la
presión que los movimientos nacionalistas árabes ejercen
sobre ellos.
Sólo
Obama es capaz de hacerlo. En este sentido se lo puede
comparar con Churchill, quien dijo que no había sido
elegido para liquidar el imperio británico. Tampoco Obama
quiere liquidar el imperio estadounidense, sino más bien
conservarlo. Y no nos equivoquemos: sigue siendo el jefe del
imperialismo.
Por
eso, ambos discursos, el de Obama y el de Netanyahu, fueron
sólo un ejercicio de retórica. Los dos hombres saben muy
bien quién tiene que decidir. Obama podría haber evitado
el suyo para únicamente anunciarle al gobierno israelí que
si no se retira de todos los territorios tomaría ciertas
medidas. Pero no tiene la intención de hacerlo, porque
Israel es un factor importante en la campaña estratégica
estadounidense en Oriente Próximo. El margen de maniobra
entre ambos países es muy pequeño. Todo hace suponer que
Netanyahu sabe muy bien hasta qué punto, mucho mejor que
sus adversarios.
Y a
quienes habíamos depositado nuestras esperanzas de paz en
Obama y su gobierno no nos queda otro remedio que confesar
con tristeza que Estados Unidos es el problema, no la solución.
(*)
Publicista israelí.
(**)
Manuel Talens es miembro de Tlaxcala, la red de traductores
por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede
reproducir libremente a condición de respetar su integridad
y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
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