La
decisión de comportarse en Ginebra como la AP –la
Autoridad Palestina “Made-in-Oslo”– ha sido una
prolongación de la ocupación israelí y el último clavo
en el ataúd de la solidaridad internacional con la causa
palestina en su sentido habitual. Las personas que tomaron
esta decisión lo sabían. La solidaridad internacional se
sintió confundida por los interrogantes que suscitaban los
Acuerdos de Oslo, un tratado concertado con el poder
ocupante antes de tener una solución a la vista. ¿Continuaba
la lucha de liberación mientras la ocupación seguía en su
sitio? ¿O es que el proceso de Oslo significaba que los
asuntos descansaban en la capacidad de “las dos partes”
para llegar a un acuerdo? Aunque el movimiento de
solidaridad resurgió un poco con la segunda Intifada, la
querella palestina y el comportamiento de la AP hacia la
guerra en Gaza la sumió de nuevo en la confusión. Aun así,
fragmentados y desordenados como estaban, todas las
organizaciones y movimientos populares y semipopulares de
base hicieron lo posible por respaldar a los palestinos, por
divididos que estén, tras el ataque israelí contra Gaza.
El Informe Goldstone ha sido el resultado de esta
iniciativa. Pero ahora, después del 2 de octubre en
Ginebra, ¿quién va a demostrar su solidaridad con los
palestinos?, ¿cómo lo haría? y ¿por qué debería
hacerlo?
Los
representantes palestinos que declararon en Ginebra que iban
a retirar su apoyo al Informe Goldstone no se comportaron
como si los palestinos necesitaran el mayor apoyo posible,
sino como si fueran parte del orden internacional. La
solidaridad de base avergüenza a dichos funcionarios, no se
ajusta a la imagen que tienen de sí mismos. Están allí
con los de la Casa Blanca, y ¿quién precisa de la
solidaridad popular cuando eres huésped del presidente de
Estados Unidos? Además, el movimiento de solidaridad puede
ser a veces más un enemigo que un amigo. Este movimiento
apoya al pueblo de Gaza, por ejemplo, mientras que los
funcionarios palestinos en cuestión están del otro lado
del bloqueo, haciendo lo posible por impedir cualquier
iniciativa que pudiera dar una ventaja a sus adversarios políticos
palestinos. Estos funcionarios se despidieron del movimiento
de liberación hace ya algún tiempo. “¡Hasta la vista,
movimiento de liberación!” dijeron mucho antes de que la
liberación fuera siquiera un atisbo en el horizonte, en un
giro dolorosamente evidente para todos aquellos que tengan
ojos y oídos. Sin embargo, su conducta en Ginebra, vino
como el adieu definitivo e imposible de ignorar al espíritu
y la lógica de la liberación y a los movimientos de
solidaridad.
El
conjunto y la esencia de la causa palestina se han perdido
entre los detalles de las maniobras políticas y la letra
menuda del proceso de solución que predominan en las
noticias. Este es precisamente el problema que los medios de
comunicación responsables y comprometidos con la
objetividad deben superar.
La
escena internacional en la era de Obama está llena de
acciones políticas más orientadas a poner en marcha el
proceso de paz que a alcanzar una paz justa. Por supuesto
que podríamos ver una conferencia de paz en el plazo de
tres meses, según algunos funcionarios árabes, que traiga
de vuelta las glorias de Camp David II, aunque sin Arafat,
que se negó a renunciar a Jerusalén, pero con Netanyahu.
Pero podemos confiar en que este último rechace las
propuestas que Arafat rechazó y algunas más, dado que es
un israelí muy patriota. Tampoco debemos esperar que el
actual gobierno de Washington se aparte de las normas
establecidas por sus predecesores para el llamado proceso de
paz. El gobierno de Obama puede ser el producto del fracaso
de las políticas de los neoconservadores, incluido el
abandono de la exportación de la democracia y el
reconocimiento del fracaso de la expedición iraquí. Sin
embargo, la situación de los estados árabes es tal que serían
incapaces de explotar la debilidad de este gobierno en política
exterior. E incluso si pudieran, los gobiernos del “eje
moderado” no están interesados en entrar en una batalla
sobre Palestina, con la felicidad que los embarga tras la
llegada de un gobierno que ha abandonado la retórica de la
exportación de la democracia y los derechos humanos.
Al
parecer, algunos funcionarios árabes vieron aquí una
oportunidad de presionar a Washington para que diera marcha
atrás en su insistencia en la congelación de la expansión
de los asentamientos israelíes y se centrase en reactivar
las negociaciones para una solución duradera, aparentemente
sobre la base de que, en cualquier caso, la cuestión de los
asentamientos se resolvería en este marco. Pero ni siquiera
en Iraq, el eslabón más débil de la política exterior
norteamericana, el orden árabe oficial no es capaz de
traducir esta debilidad, producto de los logros alcanzados
por la resistencia árabe, en una política árabe que
garantice que los intereses y las causas árabes tengan un
lugar preferente en la agenda de las negociaciones entre
EE.UU., Irán y Turquía. Así pues, con respecto a lo que,
en un despliegue de imaginación oriental, se refieren los
árabes cuando hablan de presiones de EE.UU. sobre Israel,
Washington sigue fiel a la vieja rutina. La sustancia del
vaivén diplomático de Mitchell puede resumirse en tres
puntos: persuadir a los árabes para que tomen iniciativas
de buena voluntad hacia la normalización de las relaciones
con Israel; obtener asistencia árabe para la financiación
de la Autoridad Palestina, financiada principalmente por
Europa; y garantizar que los árabes están oficial y
firmemente en contra de quienes detentan el poder en Gaza.
A
través de estas acciones, la administración de Obama
espera terminar lo que Bush y Clinton dejaron inconcluso, es
decir, convencer a Israel y el mundo árabe de que
conviertan la propuesta de Estado palestino en un “paquete
de negociación” completo. El “paquete” aquí es el
establecimiento de un Estado palestino a cambio de que los
árabes renuncien al derecho de retorno para los refugiados
palestinos y la exigencia de que Israel se retire de todos
los territorios que ocupó en junio de 1967, incluida
Jerusalén Oriental. Para los árabes, la conclusión de
este acuerdo no sólo significaría abandonar la causa
palestina, tal como se ha entendido históricamente, sino
también la línea de base de la iniciativa de paz árabe.
Israel, por su parte, ha abrazado esta fórmula desde la época
de Sharon. Desde entonces, ha centrado sus esfuerzos en
comprimir el Estado propuesto en un pedazo de tierra tan
pequeño como sea posible y con tan pocos derechos de
soberanía como sea posible. Con este fin, se está
aprovechando de la renuncia por parte de la Autoridad
Palestina y el orden oficial árabe de todos los
instrumentos de gestión de conflictos, aparte de su formato
de negociación, con el fin de imponer una “paz” de
facto sobre el terreno, (en la que los patrones y
condiciones de vida de las personas, entre ellas los cortes
de carreteras y demás, se conviertan en las principales
consideraciones), y se está explotando el concepto de
“solución de dos Estados” con el fin de presionar para
el reconocimiento árabe del carácter judío de Israel, lo
que implícitamente significará el abandono del derecho de
retorno, el reconocimiento retroactivo del sionismo, y un
reconocimiento retroactivo de que Israel ha estado histórica
y moralmente en lo correcto, y que los árabes han estado
histórica y moralmente equivocados.
Mientras
tanto, el nuevo gobierno de EE.UU. interpreta la melodía de
exigir un alto a los asentamientos israelíes; por su parte,
los árabes, incluidos los palestinos, se han hecho eco del
estribillo. Sería útil recordar aquí que en la historia
de la construcción de asentamientos, los periodos en los
que la construcción ha sido más prolífica han sido los
periodos en los que se proclamó una congelación de los
asentamientos. Cualquiera que esté familiarizado con Israel
y la forma en que opera, sabe que la planificación y la
construcción es una actividad central de un Estado fundado
en la planificación y la construcción. La planificación
se realiza con más de 20 años de antelación. Cualquier
congelación que implique la exención de los proyectos de
construcción con permisos obtenidos antes de la congelación,
autoriza de hecho la continuación de la construcción
durante otros 20 años.
En
todo caso, el gobierno israelí actual no podría ni
siquiera aceptar una congelación formal, por cuanto, a
diferencia de su predecesor, su estabilidad se basa en
fuerzas políticas que sostienen que la mera declaración de
una congelación, por fraudulenta que sea, es un compromiso
moral. Israel, en opinión de la ultraderecha, debe
proclamar su legítimo derecho a ampliar sus asentamientos,
en vez de hacerlo furtivamente. El debate en Israel no ha
sido sobre la congelación (ya que nunca hubo o podría
haberla realmente), sino sobre si procede o no declarar una
congelación. Que los medios de comunicación árabes hagan
el juego y por su parte mantengan la opinión pública árabe
atenta a los detalles del tema de la congelación de los
asentamientos es realmente lamentable y desastroso, ya que
oscurece el hecho de que la construcción de asentamientos
está avanzando a todo vapor, especialmente en estos
momentos en Jerusalén Oriental, y que el bloqueo de Gaza
sigue siendo tan firme como siempre y es poco más que una
continuación de la guerra de diciembre-enero por otros
medios.
Volviendo
al meollo del asunto cuya implementación choca con las
ambiciones de Israel, ¿qué pasa con el derecho de retorno?
Por encima de todo, debemos destacar que el derecho de
retorno no emana de una resolución internacional, y que el
pueblo palestino y árabe cree en este derecho incluso sin
una resolución que lo sancione oficialmente, aunque de
hecho esta resolución existe. Es imposible obtener el
derecho de retorno a través de un acuerdo con Israel, y sólo
se podrá conseguir tras una derrota israelí lograda en el
contexto del combate árabe-sionista. Por lo tanto, si los
árabes abandonan la lucha, incluso la estrategia de lucha,
entonces están efectivamente renunciando al derecho de
retorno. Aunque la Organización para la Liberación de
Palestina siga existiendo como organización militante, e
incluso si la Autoridad Palestina sigue siendo una autoridad
que opera de acuerdo con la lógica de la liberación, no
habrán podido obtener el derecho de retorno en la mesa de
negociación con Israel por la sencilla razón de que Israel
considera este derecho como una negación de sí mismo. Tal
vez por esta razón, muchos árabes se han alejado de la retórica
de ganar el derecho de retorno a través de una victoria
sobre Israel y han pasado a la retórica de la negativa a
naturalizar a los refugiados palestinos en el contexto del
proceso de negociación. Además, como ha sucedido en la práctica,
el rechazo de la naturalización frecuentemente equivale a
decir: “No a la naturalización en este país, pero si
otros países quieren darles la ciudadanía es asunto de
ellos.”
De
hecho, es una posición racista que, como el sectarismo y el
faccionalismo, es contraria a la afiliación a una identidad
árabe única. El rechazo del concepto de naturalización en
los países que han hecho la paz con Israel, sin incluir el
principio del derecho de retorno en el acuerdo de paz, y en
los países que confían en un eventual acuerdo de paz para
recuperar las tierras que Israel ocupó en 1967 y años
posteriores, no dará lugar al derecho de retorno. ¿Consideran
estos países que el asunto debía dejarse en manos del
gobierno Abbas-Fayyad? Seguramente no, ya que en términos
prácticos la AP renunció al derecho de retorno hace mucho
tiempo, y aunque no lo hubiera hecho no podría imponerlo en
el contexto de su relación con Israel. Así pues, deben ser
que estos países consideran que el derecho de retorno es un
asunto que debe negociarse no entre ellos e Israel, sino
entre los palestinos que residen en estos países e Israel.
El único resultado lógico sería la incitación racista
contra los refugiados palestinos en estos países, que se
ajustaría así a la difusión de la mentalidad sectaria,
provinciana y tribal en la cultura política de las
sociedades árabes y sus regímenes en el poder.
¿Cómo
puede ser una “paquete de negociación” la creación de
un estado palestino? Es evidente que aquí debemos entrar en
el reino árabe-americano de la imaginación, con
independencia de la posición israelí. En el imaginario de
Washington, los dictados del realismo llevarán a los árabes
a aceptar un intercambio de tierras en vez de un regreso de
Israel a las fronteras de 1967. Además, considera que unas
“soluciones creativas” para los lugares santos resolverán
el problema de Jerusalén sin que Israel se tenga que
retirar de la parte árabe de la ciudad. En cuanto a la
cuestión de los refugiados, ésta se resuelve automáticamente
mediante la existencia de un Estado que convierta a los
refugiados palestinos en ciudadanos residentes en el
extranjero y con pasaporte palestino. Aunque, de acuerdo con
esta imaginación pragmática, muchos problemas quedan
pendientes, la situación jurídica de los refugiados se
habrá resuelto sin necesidad de recurrir al derecho de
retorno o la naturalización.
Este
es el reto ahora. La sordidez que se está desplegando en
Ginebra y Nueva York tiene más ávidos servidores, para los
que el fin justifica los medios, que en ningún otro momento
anterior. Estos servidores prefieren verse a sí mismos como
parte integrante del orden internacional. Ya no están fuera
de él, como militantes revolucionarios, ni tampoco están
al margen, como Arafat durante la Intifada y el período
post-Oslo. Y mediante su mera pertenencia al orden
internacional, se imaginan, tendrán éxito en su búsqueda
de un Estado. Aquí encontramos la fuente del desprecio por
lo que los movimientos de liberación en general consideran
el corazón de su misión: la movilización del mundo contra
los crímenes de la ocupación extranjera con la esperanza
de contener la mano de las fuerzas de ocupación, como mínimo.
También aquí encontramos motivos para abandonar la idea de
conflicto con el Estado colonialista. Se ven a sí mismos
como iguales de ese Estado, lo que les da derecho a utilizar
los mismos términos e idéntico lenguaje pragmático, y
restar importancia a la invocación de la justicia y el
respeto de los derechos humanos, como hicieron de manera tan
flagrante en la votación sobre el Informe Goldstone, en
Ginebra.
Son
financieramente corruptos; se coordinan con la potencia de
ocupación en asuntos de seguridad; crean una entidad
represiva de gobernación, con una milicia encargada de
sacar a palos de la cabeza de la gente la idea misma de
solidaridad, y participan en un cruel bloqueo económico
contra un gran parte de sus compatriotas palestinos. De
hecho, actúan con arreglo a la naturaleza y el espíritu de
un orden internacional que miente sobre los crímenes de
guerra. No sirve de nada ni siquiera intentar llegar hasta
gente así porque te dirán que ellos estaban en la misma
posición y consideran que han madurado, no como tú a quien
te ven como un ingenuo. Pertenecen a una generación que tenía
un movimiento de liberación, pero al que han infectado con
su propia decadencia antes de que pudiera conducir a un
Estado. En esto han demostrado no tener rival.
(*) Azmi Bishara es palestino, con
ciudadanía israelí. Ex miembro del Knesset, parlamento
israelí, por el partido Balad, se vio forzado a abandonar
Israel por ser objeto de persecución política.
(**)
S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística.