Palestina

Rabinos sionistas subvencionados por el Gobierno israelí explican que se puede dar
muerte a niños “gentiles” si sus padres son "malvados"

Cuando matar bebés es legítimo... si son palestinos

Por Juan Miguel Muñoz
Corresponsal en Jerusalén
El País, Madrid, 19/11/09

Hace un mes varios soldados israelíes celebraron su graduación y estamparon su mensaje en una pancarta: "El batallón Shimshom no evacuará Homesh". Ese batallón pertenece a la brigada Kfir del Ejército israelí, desplegada en el territorio palestino de Cisjordania. Y Homesh es una colonia al noroeste de Nablus, desmantelada en agosto de 2005 y a la que han regresado varios fanáticos con intención de reconstruirla.

El lunes, otros seis militares imitaron a sus colegas en armas en otro acto en una base al sur de Hebrón. "La Brigada Nahshon tampoco evacúa". Son jóvenes que estudian en Hesder Yeshivas, las 62 escuelas que combinan estudios militares con el aprendizaje de la Torá. En alguna de ellas, alzadas en los asentamientos, se imparten lecciones escabrosas.

El Gobierno israelí insiste en que toda incitación contra Israel debe ser atajada de raíz si los palestinos desean algún día vivir en un Estado independiente. La Autoridad Palestina se puso manos a la obra hace pocos años y ha recibido el aplauso del Gobierno de Estados Unidos por sus esfuerzos en los colegios. Hoy día, funcionarios del Ejecutivo palestino reciben con 24 horas de antelación los sermones que los imanes pronunciarán los viernes, y los templos se cierran una vez acabada la oración.

Ya no se permite que los islamistas, perseguidos con denuedo, utilicen las mezquitas a su antojo para instigar el desprecio al judío. "Los espías abundan en cada rezo. La gente no se atreve a comentar nada con desconocidos", asegura Issa, un treintañero de un pueblo lindante con Jerusalén. En Gaza, estrangulada desde hace tres años y regida por Hamás, la historia es diferente: los niños maman el odio. En las mencionadas yeshivas se difunde también, y con dinero público, un odio atávico, aunque, naturalmente, la diana es el árabe.

¿Y qué enseñan en la yeshiva de Yitzhar los rabinos Yitzhak Shapira y Yosef Elitzur? Que en determinados supuestos, y la laxitud produce vértigo, se puede matar a niños gentiles. Para estos rabinos, paladines del sionismo religioso, el árabe, el cristiano –todo gentil– es un ser inferior, a menudo peligroso, y siempre alguien digno de desconfianza.

¿En que circunstancias se puede matar a bebés? "Porque su presencia puede promover los asesinatos. Existe una razón para dañar a los niños si está claro que crecerán para hacernos daño... Está permitido dañar a los hijos de un líder para presionarle con el fin de que no actúe malvadamente... Hemos visto en la Halaja [ley religiosa judía] que incluso existe causa para matar a los bebes de gentiles que no violan las siete leyes otorgadas por Dios a Noé por la futura amenaza que causarán si son criados por gente malvada como sus padres", han escrito Shapira y Elitzur en su libro La Torá del Rey: leyes sobre la vida y la muerte entre los judíos y las naciones". Se ha vendido con éxito en Mercaz Harav, una yeshiva de Jerusalén que es el buque insignia del sionismo religioso.

El lunes, el diario Haaretz informaba de que la yeshiva dirigida por Shapira recibió fondos del Estado por valor de 150.000 shekels (27.000 euros) desde 2007. El Ministerio de Educación, según la ONG israelí Yesh Din, aportó otro millón de shekels (180.000 euros) entre 2006 y el año siguiente. El Ejecutivo hebreo ni siquiera se plantea sanciones pecuniarias.

Shapira y Elitzur animan a sus alumnos a hacer caso omiso de las leyes civiles de su propio país. "No se necesita una decisión del Estado para permitir el derramamiento de sangre de quienes pertenecen al imperio malvado. Incluso los individuos atacados por la soberanía del mal pueden tomar represalias", escriben. La distinción entre soldados y civiles en tiempo de guerra es asunto poco relevante. "El principal esfuerzo de la guerra debe destinarse a quienes intentan matar, pero cualquiera que es miembro de la nación enemiga es considerado un enemigo".

Son un buen puñado los rabinos que llevan décadas esparciendo semejante ideología. Durante la guerra de Gaza, el invierno pasado, se distribuyeron panfletos entre la tropa en los que se instaba a no mostrar piedad con el enemigo. El rabino jefe del Ejército, Avichai Rontzki, insistió la semana pasada en la inclemencia que debe adornar a los militares en el campo de batalla. Al Gobierno de Benjamín Netanyahu no le preocupan demasiado estas proclamas de los barbudos rabinos. Sí el desacato de los uniformados que advierten su disposición a incumplir órdenes de sus mandos. "Rechazar una orden", aseguró el martes, "significa la quiebra del Estado. No debe ocurrir, y haremos todo lo posible para poner fin a la desobediencia". Ya ha habido casos en que la policía, y no el Ejército, se ha hecho cargo de la evacuación de cientos de colonos.

Eliezer Melamed, rabino de la colonia de Bracha, una de las más combativas en el acoso a los pueblos árabes vecinos, en las inmediaciones de Nablus, no parece dispuesto a ceder. Acaba de publicar Revivim, un libro en el que explica: "Una sencilla ley de la Halaja precisa que está prohibido para cualquier persona, soldado u oficial, participar en el estrictamente prohibido acto de expulsión de judíos de sus casas y en la entrega de cualquier porción de la Tierra de Israel al enemigo. Quien viola este precepto, viola varios mandamientos de la Torá".

A juicio de Melamed, "la mayoría de los oficiales superiores están contaminados por la política". De una ventaja disfrutan los militares que rechazan cumplir una orden por motivos ideológicos. Por cada día que permanecen en una prisión militar –suelen ser condenados a 30 días de cárcel– reciben de una ONG israelí 1.000 shekels (unos 190 euros). Algunos jefes militares han salido a la palestra para asegurar que los alumnos de las Hesder Yeshivas son excelentes soldados, y la asociación que agrupa a las 62 escuelas talmúdicas también afirma que las amenazas de incumplir las supuestas órdenes de evacuación de colonos –muchos de ellos sirven en filas precisamente en Cisjordania– son excepcionales. No lo son tanto. Y muy poco se hace para parar los pies a esos rabinos desaforados.

A este caldo de cultivo de la xenofobia acuden gustosos personajes como el ciudadano israelí de origen estadounidense Yaakov Teitel. Procesado por el asesinato de dos palestinos en los años noventa y por tropelías de toda índole contra policías israelíes, profesores universitarios u homosexuales, declaraba ufano en el juicio que acaba de abrirse en su contra: "Sin duda, Dios está satisfecho conmigo".