Palestina

Zozobra cotidiana en el territorio ante el hostigamiento israelí

“Mi país es Palestina”

Texto y fotos de Elpida Niku
DesInformémenos Nº 2, noviembre 2009

"Nosotros nacimos aquí en la tierra ocupada. Y aquí nos envejecemos. La ocupación está grabada en nuestros cuerpos, en nuestras venas, en nuestros corazones, en lo que pensamos, en lo que sentimos", señala Suheir, uno de los cinco millones de refugiados palestinos.

"Actualmente todo el territorio palestino se puede recorrer en menos de 3 horas", dice un joven que viaja de Jenin, su ciudad natal, al norte de Jerusalén, rumbo a Al - Khalil (Hebrón), al sur. "Esto es lo que nos dejaron, todo lo demás lo tomó Israel. Nosotros nos quedamos con unas poquitas ciudades y un poquito de tierra y ellos se apoderaron de nuestras ciudades hermosas y gran parte de nuestro territorio".

La Nakbah, palabra árabe que significa "la catástrofe", que Israel sembró en 1948 despojó a los palestinos de sus casas y de sus tierras. Las familias salieron de sus hogares con las llaves en la mano pensando que después de la guerra, en unos meses, quizás algunos años, regresarían a su tierra. Perseguidos por el ejército muchas familias llegaron a las montañas de Nablus. "Mi abuela estaba embarazada de mi madre cuando tuvo que dejar su hogar. Llegando a la montaña tuvo que parir en la cueva donde se quedaron por un año. Así que ahí nació mi madre. Después de unaño bajaron a la ciudad de Nablus y ahí, en un lugar en las afueras, donde había milpas de maíz, se construyeron tiendas de campaña para los refugiados que llegaron desde muchas ciudades. Mi madre es de Jaffa. Mi padre es de Haifa. Yo nací aquí, en el campo de refugiados Balata. Aquí empezaron a vivir en las tiendas de campaña, pues al principio pensaban que iban a regresar a sus hogares rápido. Pero pues los años pasaban y ahí seguían. Así que poco a poco empezaron a construir sus casas con material sólido. Primero se hicieron casitas de un piso, pues al principio se alojaban en Balata unas 5 mil personas.

Pero después estás familias tenían más hijos e hijas, y ellas también se casaban y sus hijos tenían sus propios hijos y así se alcanzó la cifra actual de más de 20 mil habitantes en el mismo espacio que era el campamento de refugiados en 1950. Es por eso que empezamos a construir más pisos en nuestras casas y ya no son casas bajitas sino edificios de muchos pisos. Ahora aquí en Balata hay de todo. Escuela, clínica... y todo eso en un kilómetro cuadrado", señala el joven Ahmad.

"Balata fue un lugar de mucha importancia en la segunda Intifadah. Todas las familias aquí tienen muchos hijos. La mía es de las más pequeñas, pues sólo somos 7 hermanos y hermanas. Dos familias que viven cerca de mi casa están en competencia, y cuando una mujer de inmediato su vecina también se embaraza. Una vez una de ellas tuvo gemelos y luego la otra también tuvo gemelos. Esa es la parte chistosa de las historias aquí. Pero hay una otra parte muy triste. Esas familias perdieron a muchos de sus hijos en la segunda Intifadah. Una familia de 17 hijos perdió a 5 de ellos y uno más que se quedó paralizado, no se puede mover ni hablar. Aquí tuvimos muchos mártires, fueron asesinadas por el ejército israelí más de 200 personas".

Pasando por los callejones estrechos que hay en medio de las casas, tan angostos que apenas cabe una persona, no se deja de pensar como pueden tantas personas vivir en un espacio tan limitado y por tantos años. "Aquí no hay privacidad nunca", cuenta Ahmad mientras pasa por los callejones saludando a sus vecinos. "También nos cuidamos mucho entre nosotros, pero todo es muy difícil. En las noches sigue llegando el ejército, nos saca de las casas, nos arresta, tenemos muchos presos políticos injustamente encarcelados en las cárceles de Israel".

La misma historia se repite en el otro campo de refugiados Dheisheh, cerca de Belén. Aquí viven casi 12 mil personas. Cuando ya no hubo más espacio muchas familias empezaron a fincar al otro lado de la carretera lo que hoy ya es una ciudad. "Mi hermano tiene 26 años y está en la cárcel desde hace siete años, desde la segunda Intifadah. Le dieron 35 años de sentencia. Sólo lo he visitado dos veces en todo este tiempo. No me dejaron verlo más. Hace dos años que no lo veo. La última vez que me vio se sorprendió mucho, me dijo que pensaba que nunca me iba a ver de nuevo. Ahí me contó como sufren en las cárceles, que los torturan, los desnudan y les avientan agua, primero muy caliente y luego muy fría. A mi hermano lo pusieron a aislamiento estricto por tres meses y no tenía idea de lo que estaba pasando afuera. Es que los guardias los provocan y los hacen enfurecer. Así que mi hermano a veces pega a los guardias y por eso lo encierran solo", señala Ashraf.

"Estamos cansados con esa situación. Y tenemos rabia y no sabemos que hacer. Sobrevivimos sólo para luchar. Palestina es una cárcel grande. Puedes tener dinero, coche pero aún así seguirás viviendo en una cárcel. Esa es la injusticia más grande. Y también la ironía. Nosotros no podemos viajar en nuestro territorio. Hay gente extranjera que va por donde quiera y nosotros la preguntamos que como es este lugar y el otro y que vieron allá. Es muy difícil vivir así. Para todo tenemos que pedir permiso. Mira ahí está montaña.

Ahí es donde hay agua. Ahora está llena de colonos y no nos permiten tener agua, sólo nos dan un poquito."

El mapa de Cisjordania y de la Franja de Gaza está amarrado con un cordón. Es la imagen de un preso, un preso con muchas caras y de muchas edades. El cordón se forma de un muro y vallas y ametralladoras y tanques y mentiras e intereses. El cordón diario se está apretando y se hunde más al cuerpo desgastado que alguna vez fue y, aunque menos, sigue siendo Palestina. Mientras el cordón más se aprieta las heridas sangran más y el dolor es tan grande que no hay mar donde lavarlo.

La zozobra cotidiana

En Palestina no se puede calcular fácilmente la hora que se necesitará para ir de un lugar a otro. Una distancia de media hora se puede recorrer en una hora, en dos o más dependiendo de muchos factores: si está bajo construcción la carretera, si el camino es más largo de lo normal porque el ejército israelí cortó el paso o si, al final, en el checkpoint (punto de chequeo) se tienen que pasar por horas una serie de humillaciones.

En todos esos casos siempre hay un soldado apuntando su carabina hacia ti, hacia la anciana que se dirige a rezar a la mezquita de Al - Aqsa, en Jerusalén, hacia la mujer que va al mercado, al hombre que se encamina a su trabajo e incluso hacia un niño de 12 años que se llama Nour (luz), que tiene un hermano dos años menor que se llama Amir y otras cuatro hermanas, al que su perro de tres años lo rasguñó y ahora tira piedras hacia la carabina que apunta a la hija de su hermana.

Hay una memoria histórica y colectiva muy viva en el pueblo palestino. Memoria y nostalgia al mismo tiempo. Pensar en el futuro es difícil, imaginar la vida cuesta trabajo. En un mural en Dheisheh una mano escribe en la pared: “Mi país es Palestina”.