"Nosotros nacimos aquí en la tierra ocupada. Y aquí
nos envejecemos. La ocupación está grabada en nuestros
cuerpos, en nuestras venas, en nuestros corazones, en lo que
pensamos, en lo que sentimos", señala Suheir, uno de
los cinco millones de refugiados palestinos.
"Actualmente todo el territorio palestino se puede
recorrer en menos de 3 horas", dice un joven que viaja
de Jenin, su ciudad natal, al norte de Jerusalén, rumbo a
Al - Khalil (Hebrón), al sur. "Esto es lo que nos
dejaron, todo lo demás lo tomó Israel. Nosotros nos
quedamos con unas poquitas ciudades y un poquito de tierra y
ellos se apoderaron de nuestras ciudades hermosas y gran
parte de nuestro territorio".
La Nakbah, palabra árabe que significa "la catástrofe",
que Israel sembró en 1948 despojó a los palestinos de sus
casas y de sus tierras. Las familias salieron de sus hogares
con las llaves en la mano pensando que después de la
guerra, en unos meses, quizás algunos años, regresarían a
su tierra. Perseguidos por el ejército muchas familias
llegaron a las montañas de Nablus. "Mi abuela estaba
embarazada de mi madre cuando tuvo que dejar su hogar.
Llegando a la montaña tuvo que parir en la cueva donde se
quedaron por un año. Así que ahí nació mi madre. Después
de unaño bajaron a la ciudad de Nablus y ahí, en un lugar
en las afueras, donde había milpas de maíz, se
construyeron tiendas de campaña para los refugiados que
llegaron desde muchas ciudades. Mi madre es de Jaffa. Mi
padre es de Haifa. Yo nací aquí, en el campo de refugiados
Balata. Aquí empezaron a vivir en las tiendas de campaña,
pues al principio pensaban que iban a regresar a sus hogares
rápido. Pero pues los años pasaban y ahí seguían. Así
que poco a poco empezaron a construir sus casas con material
sólido. Primero se hicieron casitas de un piso, pues al
principio se alojaban en Balata unas 5 mil personas.
Pero después estás familias tenían más hijos e hijas,
y ellas también se casaban y sus hijos tenían sus propios
hijos y así se alcanzó la cifra actual de más de 20 mil
habitantes en el mismo espacio que era el campamento de
refugiados en 1950. Es por eso que empezamos a construir más
pisos en nuestras casas y ya no son casas bajitas sino
edificios de muchos pisos. Ahora aquí en Balata hay de
todo. Escuela, clínica... y todo eso en un kilómetro
cuadrado", señala el joven Ahmad.
"Balata fue un lugar de mucha importancia en la
segunda Intifadah. Todas las familias aquí tienen muchos
hijos. La mía es de las más pequeñas, pues sólo somos 7
hermanos y hermanas. Dos familias que viven cerca de mi casa
están en competencia, y cuando una mujer de inmediato su
vecina también se embaraza. Una vez una de ellas tuvo
gemelos y luego la otra también tuvo gemelos. Esa es la
parte chistosa de las historias aquí. Pero hay una otra
parte muy triste. Esas familias perdieron a muchos de sus
hijos en la segunda Intifadah. Una familia de 17 hijos perdió
a 5 de ellos y uno más que se quedó paralizado, no se
puede mover ni hablar. Aquí tuvimos muchos mártires,
fueron asesinadas por el ejército israelí más de 200
personas".
Pasando por los callejones estrechos que hay en medio de
las casas, tan angostos que apenas cabe una persona, no se
deja de pensar como pueden tantas personas vivir en un
espacio tan limitado y por tantos años. "Aquí no hay
privacidad nunca", cuenta Ahmad mientras pasa por los
callejones saludando a sus vecinos. "También nos
cuidamos mucho entre nosotros, pero todo es muy difícil. En
las noches sigue llegando el ejército, nos saca de las
casas, nos arresta, tenemos muchos presos políticos
injustamente encarcelados en las cárceles de Israel".
La misma historia se repite en el otro campo de refugiados
Dheisheh, cerca de Belén. Aquí viven casi 12 mil personas.
Cuando ya no hubo más espacio muchas familias empezaron a
fincar al otro lado de la carretera lo que hoy ya es una
ciudad. "Mi hermano tiene 26 años y está en la cárcel
desde hace siete años, desde la segunda Intifadah. Le
dieron 35 años de sentencia. Sólo lo he visitado dos veces
en todo este tiempo. No me dejaron verlo más. Hace dos años
que no lo veo. La última vez que me vio se sorprendió
mucho, me dijo que pensaba que nunca me iba a ver de nuevo.
Ahí me contó como sufren en las cárceles, que los
torturan, los desnudan y les avientan agua, primero muy
caliente y luego muy fría. A mi hermano lo pusieron a
aislamiento estricto por tres meses y no tenía idea de lo
que estaba pasando afuera. Es que los guardias los provocan
y los hacen enfurecer. Así que mi hermano a veces pega a
los guardias y por eso lo encierran solo", señala
Ashraf.
"Estamos cansados con esa situación. Y tenemos rabia
y no sabemos que hacer. Sobrevivimos sólo para luchar.
Palestina es una cárcel grande. Puedes tener dinero, coche
pero aún así seguirás viviendo en una cárcel. Esa es la
injusticia más grande. Y también la ironía. Nosotros no
podemos viajar en nuestro territorio. Hay gente extranjera
que va por donde quiera y nosotros la preguntamos que como
es este lugar y el otro y que vieron allá. Es muy difícil
vivir así. Para todo tenemos que pedir permiso. Mira ahí
está montaña.
Ahí es donde hay agua. Ahora está llena de colonos y no
nos permiten tener agua, sólo nos dan un poquito."
El mapa de Cisjordania y de la Franja de Gaza está
amarrado con un cordón. Es la imagen de un preso, un preso
con muchas caras y de muchas edades. El cordón se forma de
un muro y vallas y ametralladoras y tanques y mentiras e
intereses. El cordón diario se está apretando y se hunde más
al cuerpo desgastado que alguna vez fue y, aunque menos,
sigue siendo Palestina. Mientras el cordón más se aprieta
las heridas sangran más y el dolor es tan grande que no hay
mar donde lavarlo.
La zozobra cotidiana
En Palestina no se puede calcular fácilmente la hora que
se necesitará para ir de un lugar a otro. Una distancia de
media hora se puede recorrer en una hora, en dos o más
dependiendo de muchos factores: si está bajo construcción
la carretera, si el camino es más largo de lo normal porque
el ejército israelí cortó el paso o si, al final, en el
checkpoint (punto de chequeo) se tienen que pasar por horas
una serie de humillaciones.
En todos esos casos siempre hay un soldado apuntando su
carabina hacia ti, hacia la anciana que se dirige a rezar a
la mezquita de Al - Aqsa, en Jerusalén, hacia la mujer que
va al mercado, al hombre que se encamina a su trabajo e
incluso hacia un niño de 12 años que se llama Nour (luz),
que tiene un hermano dos años menor que se llama Amir y
otras cuatro hermanas, al que su perro de tres años lo
rasguñó y ahora tira piedras hacia la carabina que apunta
a la hija de su hermana.
Hay una memoria histórica y colectiva muy viva en el
pueblo palestino. Memoria y nostalgia al mismo tiempo.
Pensar en el futuro es difícil, imaginar la vida cuesta
trabajo. En un mural en Dheisheh una mano escribe en la
pared: “Mi país es Palestina”.