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Un palestino guía una vaca bajo un
túnel que
va desde Egipto hasta el Campo
de Refugiados de Rafah.
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Ahora están amenazados de morir
ahogados por la muralla que están construyendo el gobierno
egipcio. Nuestro corresponsal entrevista a los
contrabandistas que traen alimentos y repuestos un
territorio sitiado.
Ellos
son la verdadera resistencia. Son los pulmones de Gaza.
Cierto, misiles son transportados a través de estas vías
subterráneas, también cohetes Qassam, municiones para
rifles Kalashnikov y explosivos. Pero por mucho, lo que más
se transporta es la verdadera sangre vital de su minúsculo
y sitiado feudo islamita: carne fresca, naranjas,
chocolates, camisas, pantalones, juguetes, cigarros,
vestidos de novia, papel, motores de auto en piezas, baterías
para coche, hasta tapas de plástico para botellas. Los
hombres de los túneles de Gaza son bombardeados y mueren
cuando se derrumban sus propios conductos subterráneos y
ahora enfrentan una nueva muralla egipcia, e incluso el
miedo de morir ahogados. Bien pueden ser “terroristas”,
según la promiscua definición que los israelíes dan a
este término, que en estos días tiene escaso significado,
pero son héroes para los palestinos de Gaza. Tal vez,
incluso, para los ricos.
Pero
en estos momentos, Abdul Halim Mohsen está preocupado por
los egipcios. Sentado junto a una hoguera que chisporrotea
cerca de la entrada de su túnel mientras se calienta las
manos al fuego y respira el espeso humo azul cubierto con
una amplia carpa blanca. Estos elementos hacen que él y sus
compañeros de túnel proyecten sombras como las de un
cuadro de Rembrandt. Se ven sus perfiles, sus gruesos suéteres,
las flamas que contrastan con la oscuridad y en un rincón,
un generador que zumba.
“Nos
pueden inundar”
“Desde
luego que tengo miedo del muro egipcio”, dice Mohsen.
“Nos pueden inundar. Nos ahogaremos. ¿Cómo lograremos
vencer esto?”. Me muestra las palmas abiertas de sus manos
como diciendo: “Qué vamos a hacer”, gesto que muchos
palestinos hacen cuando hablan, con voces resignadas.
Los
túneles debajo de la frontera entre Gaza y Egipto son un
negocio, un juego profesional, y para las bombas israelíes
son un desafío más que un problema. Incluso hay una pequeña
vía de tren en uno de los subterráneos. El dinero hace que
las ruedas giren.
Fieles
a sus tratados con Israel y el Cuarteto para Medio Oriente
(famoso por la participación de Lord Blair de Kut Al
Amara), los egipcios anunciaron el mes pasado que construirán
un muro, ya que los muros son moneda corriente en Medio
Oriente últimamente, desde Kabul hasta Bagdad, pasando por
Cisjordania, con el fin de destruir y cerrar los “túneles”
de los “terroristas”. Organizaciones no gubernamentales
desestimaron el anuncio al afirmar que se trata de las
decoraciones a las que recurre Egipto para complacer a los
israelíes, lo que implica también complacer a Estados
Unidos, y aseguraron que el muro egipcio sólo tendrá una
profundidad de poco más de cinco metros, una medida muy
inferior a la de la profundidad de los túneles. Quizá los
constructores de estos pasadizos son pesimistas por
naturaleza, pero Mohsen se ve realmente alterado por la
iniciativa egipcia.
“Si
inundan los túneles, el peligro que corremos se incrementa.
Toma una hora salir del túnel a gatas. Cuando los israelíes
empiezan a bombardear nos amontonamos en el extremo egipcio
del conducto, porque ellos no se arriesgan a que una de sus
bombas caiga en territorio de Egipto. Pero si los egipcios
nos detienen quedaremos atrapados y el túnel se derrumbará”,
señala.
Me
quedo pensando en ello, especialmente cuando Abu Wadieh nos
invita a mirar dentro de la bóveda cavernosa que se abre en
un rincón de la carpa. No es un simple hoyo en la tierra,
sino un túnel sólido construido con piedra y ladrillo de
cinco metros de alto y 28 de profundidad, al punto que
apenas alcanzo a ver los diminutos brazos de los hombres que
a lo lejos apiñan costales de fruta en un gancho que corre
a lo largo de un cable de casi un kilómetro. El generador
trae a la superficie la gruesa cuerda de la que penden los
costales que son recibidos por los brazos abiertos de otros
compañeros. Estos hombres saben su trabajo. Todos dicen no
tener interés alguno en política, desde luego, y afirman
no usar el túnel para transportar armas. Oh, no, por
supuesto.
Un
camión de carga cubierto con una lona trae a un escuadrón
de hombres que empiezan a cargar el vehículo con frutas,
vegetales y botellas de coca cola egipcia. Mohsen me asegura
que trabajaría como ingeniero de la construcción si
hubiera paz y reprime una risa. El ya conocía este tipo de
túneles antes de ver, hace mucho, una película en que
prisioneros de guerra cavan un túnel para huir de un campo
de prisioneros alemán. ¡Claro, El gran escape! Richard
Attenborough, James Garner y Steve McQueen, y las vías
subterráneas que los sacan de Stalag. Esto explica la
calidad profesional del túnel y de sus vías, si bien
prefiero no recordarle a Mohsen lo que le ocurrió a
Attenborough.
Pero
esto no es cosa de risa. ONG estiman que Hamas se cobra 15
por ciento de las ganancias que obtienen los hombres de los
túneles, lo cual deja a esa augusta institución,
considerada escoria por Israel, Estados Unidos y Europa
desde que tuvieron la temeridad de ganar las elecciones en
2006, con una ganancia anual de 225 millones de dólares.
Así,
mientras el mundo bloquea Gaza y condenaron a un millón y
medio de almas a la penuria y casi a la inanición, Hamas se
surte de concreto, materiales de construcción, hierro y
armas con sus recursos.
Mientras
la Unión Europea cobardemente impide que civiles palestinos
compren cemento para reconstruir sus hogares después del baño
de sangre ocurrido en Gaza porque Hamas puede usarlo para
construir bunkers, Hamas obtiene cemento suficiente para
construir una ciudad de bunkers y mezquitas, sin mencionar
los edificios que ha erigido justo enfrente al puesto de
tropas israelíes en el paso de Erez.
En
otras palabras, los túneles son lo que mantiene con vida a
Gaza. Los palestinos pobres tienen que ser alimentados por
la Organización de Naciones Unidas. Por lo tanto, los pasos
subterráneos representan no sólo las arterias entre Gaza,
sino que son símbolo de la masiva hipocresía
internacional.
Abu
Wadieh, quien tiene a 35 hombres trabajando dentro y encima
del túnel de Mohsen, está de pie junto a la hoguera; su
kuffiah envuelve apretadamente su cabeza como si fuera un
casco de obrero. Se frota las manos por el frío del
invierno que se cuela dentro de la tienda, al tiempo que el
camión lleno de bienes parte hacia la ciudad de Gaza.
“Temo
que los hombres se vayan si hay otra guerra”, dice.
“Pero son expertos. Saben lo que tienen que hacer.”
A sólo
cien metros de distancia, la cubierta amarilla de una
perforadora egipcia se yergue en el horizonte y se ve el
comienzo de una muralla gris. Detrás de él ondea una
bandera egipcia encima de una torre de observación donde
soldados árabes egipcios y sus hermanos árabes palestinos
mantienen sitiado el tiradero de basura que es Gaza.