Puesto
que el objetivo de este seminario es concentrase sobre las
cuestiones israelo-árabe e israelo-palestina, lo mejor es
abordar el tema de la estrategia de los Estados Unidos bajo
este ángulo en particular. Porque, de un lado, no tenemos
suficiente tiempo como para una exposición general sobre
todo lo que hacen los Estados Unidos en la región, y, por
otro, porque ello no tendría en buena parte más que una
relación indirecta con el tema central de estas jornadas.
Pero estas cuestiones se entremezclan, como vais a ver.
El
punto de partida, si se quiere discutir sobre la estrategia
de los Estados Unidos en esta parte del mundo es definir, y
por tanto reconocer, sus móviles. ¿Qué anima a los
Estados Unidos en su intervención en la región?
El móvil
principal de la intervención de los Estados Unidos en esta
región del mundo, y esto remonta en líneas generales al
período posterior a la Primera Guerra mundial, es por
supuesto la cuestión del petróleo. El interés de los
Estados Unidos por esta parte del mundo está en relación
con su extraordinaria riqueza en recursos petroleros. No voy
a extenderme sobre ello, ya conocéis las cifras. Querría
simplemente subrayar que la cuestión del petróleo no se
reduce a una cuestión económica: no se trata aquí de un
“economicismo vulgar”.
La
cuestión del petróleo comprende ciertamente una dimensión
económica, dimensión que algunos tienen tendencia a
subestimar por rechazo del “economicismo vulgar”. De
hecho, la dimensión económica es muy importante, basta con
ver el lugar de las grandes compañías petroleras
americanas en la lista de las grandes firmas americanas en
general. Han figurado regularmente a la cabeza de la lista
en los últimos decenios, y a lo largo de todo el siglo XX ,
y están bien ancladas en ella con la evolución de los
precios del petróleo.
Hay
pues un peso considerable de los intereses petroleros en la
determinación de la política de los Estados Unidos. Dicho
de otra forma, el “lobby petrolero”, las compañías
petroleras, tienen un peso considerable en la política
exterior de los Estados Unidos, y esto tampoco es nuevo.
Cualquiera que estudie la política exterior de los Estados
Unidos puede constatarlo. Personajes como David Rockefeller,
cuya familia está fundada en la fortuna petrolera, han
jugado un papel central en la determinación de la política
exterior de los Estados Unidos. Instituciones tan
importantes en esta política como el Consejo de Relaciones
Exteriores (Council on Foreign Relations, que produce la
revista Foreign Affairs) vienen de ahí. Y a través de la
historia, a través de las presidencias americanas desde los
años 1920, se ve como una buena parte de la determinación
de la política exterior, en cualquier caso en lo que se
refiere a las regiones del mundo en relación con el petróleo,
ha sido debida a las compañías petroleras y a su
intervención ante el ejecutivo en Washington.
Pero,
y era ese mi punto de partida, la cuestión no se reduce
solo a este interés económico, que no representa más que
una parte, ciertamente central, del big bussines americano.
Más allá, y a causa de la naturaleza del petróleo, hay un
interés estratégico que concierne al conjunto del capital
americano y por tanto al conjunto del imperialismo americano
en tanto que mecanismo que determina una política.
La
cuestión del petróleo es estratégica entre todas: sabéis
todos hasta qué punto se ha convertido en un producto
estratégico primordial (y de forma creciente a partir de la
Primera Guerra Mundial que aceleró el paso del carbón al
petróleo). Esto ha empujado a los Estados Unidos a conceder
al Medio Oriente una importancia estratégica de primer
orden en su política mundial. El valor estratégico del
petróleo hace del control del acceso al petróleo una baza
estratégica mayor. La cuestión del acceso de los Estados
Unidos mismos al petróleo se ha ido haciendo cada vez más
importante a medida que se agotan las reservas petroleras
americanas, y consiguientemente a medida de la dependencia
creciente de los Estados Unidos respecto a importaciones de
petróleo. El umbral del 50% ha sido superado y los Estados
Unidos están en una lógica de dependencia creciente
respecto al petróleo exterior.
Pero
el acceso de los Estados Unidos mismos no es más que una
dimensión del problema, y la otra dimensión, tan
importante como esa, es el control del acceso de los demás.
De una parte el control del acceso al petróleo de sus
aliados, es decir de las potencias “vasallas”, de los
imperialismos que están en relación de vasallaje respecto
a los Estados Unidos. Este control permite a los Estados
Unidos aumentar la dependencia de estas potencias para con
ellos. De otra parte el control del acceso de los enemigos
potenciales, y esta cuestión ha ganado cada vez más
importancia en el último período histórico con el ascenso
de China. Anteriormente, en el tiempo de la bipolaridad, el
contrapeso mundial a los Estados Unidos era la Unión Soviética,
que ella misma era exportadora de petróleo y no tenía, por
tanto, problema de aprovisionamiento. Por el contrario,
estos últimos 20 años han visto el ascenso de China, que
depende enormemente de sus importaciones de energía: China
tiene poco petróleo, sobre todo vistas sus necesidades
crecientes debido a su crecimiento económico, y esta
dependencia no hace sino aumentar el valor estratégico de
la cuestión petrolera.
A
todo esto se pueden añadir otras consideraciones, siempre
ligadas al petróleo: por ejemplo en el plano económico.
Cuando los Estados Unidos se imponen como potencia soberana
en la región, se imponen respecto a sus aliados (Japón,
extremadamente dependiente de las importaciones petroleras,
más aún que China, o la Europa occidental). Pero también
de sus “protegidos locales": las monarquías
petroleras de la región. La más importante de ellas es el
reino saudita que, él solo, tiene la cuarta parte de las
reservas mundiales de petróleo y, por tanto, juega un papel
completamente determinante en el mercado petrolero. La
tutela de los Estados Unidos sobre el reino saudita es una
dimensión mayor de la cuestión, y se traduce también en
otro aspecto de importancia mayor para los Estados Unidos
desde hace más de 30 años: esos aliados, esas monarquías
petroleras reexportan los petrodólares en mayor parte hacia
los Estados Unidos, contribuyendo así al financiamiento por
el resto del mundo del imperialismo estadounidense. El
financiamiento del presupuesto federal americano tiene
diferentes mecanismos, siendo el más importante de entre
ellos la compra de bonos del tesoro.
Es
lo anterior lo que constituye desde un punto de vista
marxista, e incluso sencillamente realista, la única
explicación que se mantiene en pie en cuanto a la motivación
de lo que hacen los Estados Unidos, de su interés por esta
parte del mundo. Y es ahí donde interviene el debate sobre
la cuestión de Israel.
Como
sabéis probablemente, hay esquemáticamente dos puntos de
vista sobre la relación entre los Estados Unidos e Israel.
Un punto de vista que es el tradicional de la izquierda y
del movimiento antiimperialista, incluso el movimiento
antiimperialista árabe, de forma bastante clara –me
refiero por ejemplo a Nasser que a propósito de esto era
claro. Este punto de vista es considerar a Israel como un
“perro de guardia” –por utilizar una fórmula
lapidaria y muy corriente– de los intereses del
imperialismo americano en la región. O incluso de los
intereses del imperialismo en general, puesto que en el
momento en que este tipo de visión de Israel fue
desarrollado, los intereses que Israel servía no eran aún
de forma evidente los de los Estados Unidos. (Volveré sobre
el tema). Perro de guardia, pues, como lo que el propio
fundador del sionismo estatal, Theodore Herzl, había
planteado: “un puesto avanzado” de lo que él llamaba
“la civilización” en el corazón de “la barbarie”,
en el lenguaje del colonialismo. Y de hecho esta visión de
Israel como “puesto avanzado” del imperialismo mundial
es la visión tradicional del movimiento antiimperialista,
del nacionalismo antiimperialista de izquierdas, incluso más
allá. Así, en el momento de la guerra de 2006, el
secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, explicaba
en un discurso que para él las cosas estaban claras: Israel
trabajaba a cuenta de los Estados Unidos. En este tema, hay
un amplio abanico de tendencias que comparten este tipo de
análisis.
Y
luego hay otro análisis, siguiendo en la región: el que
tiende a presentar a Israel manipulando a los Estados
Unidos. Entonces bien evidentemente, si Israel manipula a
los Estados Unidos, es preciso una correa de transmisión:
son los “judíos”. Es una visión que coloca a Israel en
el centro y le imputa la política regional de los Estados
Unidos, con relentes de antisemitismo bastante evidentes.
Con este tipo de posición, están el conjunto de los regímenes
reaccionarios, monarquías u otros, de la región, y en
particular lo que dependen más de los Estados Unidos, así
como las ideologías de tipo integrista, los panislamismos
de tipo integrista obnubilados por una visión antisemita
del mundo. El objetivo central, en el caso de los regímenes
reaccionarios, es explicar que si los Estados Unidos apoyan
a Israel no es porque sean una potencia imperialista, sino a
causa del peso y del papel de los judíos, y de la
posibilidad de Israel de utilizar el “lobby judío” como
lo llaman. Con, como consecuencia política, la idea de que
los árabes deben contrarrestar esto cortejando a Washington
para intentar cambiar la política de los Estados Unidos,
para hacer de ella una política más favorable a los
intereses árabes. La función política de este tipo de
visión es bastante evidente.
Hemos
visto un debate similar desarrollarse en Occidente, incluso
dentro de los estados Unidos. Con el mismo tipo de
diferenciación: tradicionalmente la izquierda, los
antiimperialistas, en los Estados Unidos ven a Israel,
primero y ante todo, como un instrumento de su propio
imperialismo, instrumento utilizado por la élite del poder
americano, el “big bussines”, para servir a sus
intereses. Podríamos extendernos y explicar hasta qué
punto este instrumento es extremadamente productivo para los
Estados Unidos. Se sabe que Israel es el primer receptor de
la ayuda americana exterior, pero los tres mil millones de dólares
que los Estados Unidos dan a Israel anualmente son una gota
de agua en el océano en relación al presupuesto militar
americano, cuando el rendimiento de esta financiación es
incomparablemente más importante que el rendimiento
marginal de tres mil millones suplementarios añadidos a ese
presupuesto. Más o menos tres mil millones no cambian nada
en absoluto en las prestaciones militares de los Estados
Unidos; por el contrario, el papel que Israel juega en tanto
que fuerza militar aliada es absolutamente fundamental.
Hemos
visto recientemente desarrollarse un debate sobre la cuestión
del “lobby israelí”. Esta vez, los dos profesores que
han lanzado este debate no son en absoluto antisemitas. Hay
claramente un lobby proisraelí, y eso no es un fantasma
antisemita. Hay una existencia muy oficial –en un país
caracterizado por el sistema de lobbys– y no es
exclusivamente judío: hemos visto incluso estos últimos años
el ascenso del “sionismo cristiano”, es decir,
extremistas cristianos protestantes que por razones ideológicas
extravagantes son partidarios encarnecidos de Israel y del
extremismo israelí (hay incluso un predicador evangélico
que ha dicho que el coma de Sharon era un castigo de dios
por haber ordenado la retirada de Gaza…). Según la tesis
de Mearsheimer y Walt, el lobby proisraelí tendría un peso
demasiado elevado, demasiado importante en la política de
los Estados Unidos: ahí estaría el problema, y ello
explicaría porqué los Estados Unidos harían cosas que no
son de su interés nacional. Por supuesto, esta noción de
“interés nacional” es propia a un tipo de visión política
“realista”, y es una noción que no compartimos. Los dos
profesores en cuestión, que forman parte del establishment
americano y pertenecen a la corriente de los
“realistas”, habían construido su argumentario en el
momento en que el atascamiento de los Estados Unidos en Irak
se había hecho patente, explicando que era culpa de Israel
si los Estados Unidos habían invadido Irak, cuando hacerlo
no era algo de su interés.
Esto
ha sido ampliamente puesto en tela de juicio, incluso de
forma factual : se sabe bien ahora que Israel abogó, antes
de la invasión de Irak, a favor de que los Estados Unidos
atacaran más bien a Irán, argumentando que el enemigo
principal es Irán, mientras que Irak no era capaz de dañar
(salvo para quienes podían creer en serio en el mito de las
armas de destrucción masiva, pero Israel no era de ellos).
Por el contrario, Irán es considerado como el enemigo mayor
de Israel, y sigue siendo la prioridad desde el punto de
vista israelí. Y ahí se ven los límites de la
coincidencia, de la concordancia entre los intereses de los
Estados Unidos para quien Irak es un objetivo mayor por las
razones que he explicado, y los de Israel que tiene sus
propias consideraciones estratégicas. Tras la visión del
peso excesivo del “lobby israelí” hay una visión de la
política de los Estados Unidos: la democracia americana sería
el resultado de una concurrencia de múltiples lobbies, una
especie de mercado libre. Hay ahí todo un mito de la política
americana y de la democracia americana, en la que se inserta
esta visión, mientras que la visión de la izquierda está
centrada en la élite del poder, la clase poseyente y el
peso del “big bussines” en la política exterior de los
Estados Unidos.
Si
se observa la evolución histórica, es bastante evidente
que la historia ilustra una tesis y contradice la otra.
Consideremos la intervención de los Estados Unidos en la
región. Mucho antes del nacimiento de Israel el reino saudí
se había convertido en su principal aliado regional: esta
importancia concedida al reino saudita se tradujo en el
encuentro en 1944 entre Roosevelt, de camino a Yalta, y el
rey saudí, y por la construcción, en plena región petrolífera
saudita (por supuesto), de una base militar americana, que
era una de las principales bases militares de los Estados
Unidos en el exterior de su territorio tras la Segunda
Guerra Mundial. Los Estados Unidos, como la Unión soviética
y como el conjunto de las potencias mundiales, han apoyado
la creación del estado de Israel en 1947, pero con el apoyo
real y concreto al movimiento sionista, la Unión soviética
jugó un papel bastante mayor que los Estados Unidos, en lo
que se refiere a las entregas de armas en particular. Hablo
de los Estados Unidos en tanto que gobierno, no de las
organizaciones sionistas americanas que apoyaron
financieramente. Desde la guerra de 1948, los Estados Unidos
decretaron, durante varios años, un embargo sobre las
entregas de armas a los beligerantes. Es así como el
armamento sofisticado de Israel era proporcionado por
Francia (aviación, etc.). Se sabe por otra parte que el
acceso a lo nuclear por parte de Israel se hizo gracias a
Francia. Era pues el imperialismo francés el que tenía las
relaciones más estrechas con Israel. Las del imperialismo
británico lo eran menos, visto el pasivo entre Londres y el
movimiento sionista. Y cuando en 1956 tuvo lugar la agresión
tripartita franco-británica-israelí contra Egipto, tras la
nacionalización del canal de Suez, Israel intervino al lado
de esos dos imperialismos, mientras que los Estados Unidos,
al contrario, condenaban la agresión y dirigían incluso un
ultimátum a los tres países para que detuvieran los
combates y retiraran sus tropas.
Vemos
pues que la idea de un Israel que manipularía a los Estados
Unidos no cuadra pues con los hechos. A partir del comienzo
de los años 1960 se va a llevar a cabo un cambio importante
en la región: el ascenso del nacionalismo árabe, y el
“divorcio” casi definitivo, a partir de los años 1950,
entre ese nacionalismo y los Estados Unidos tras un período
de dudas. En los primeros años de la subida de Nasser al
poder, los Estados Unidos podían aún ser percibidos como
una potencia no colonial, como un país respetuoso de la
independencia de las naciones, pero esta percepción fue rápidamente
superada. El ascenso del nacionalismo árabe forzó a los
Estados Unidos a retirarse de su base saudí en 1962. Al
mismo tiempo, el ascenso de la influencia soviética en la
región a partir de 1955, con el comienzo de las entregas de
armas y la alianza bastante estrecha que el Egipto
nasseriano tejió con Moscú, va a reforzar
considerablemente el valor de Israel como aliado de los
Estados Unidos en la región. Es pues a partir de los años
1960 cuando Israel se convierte desde la óptica americana
en una baza estratégica mayor. A partir de 1966, los
Estados Unidos comienzan las entregas de armamento
sofisticado a Israel, y la guerra de 1967 (hay un trabajo
muy exhaustivo de Tom Segev, aparecido recientemente, que lo
muestra a las claras) es la primera guerra en la que Israel
sirve directamente los intereses de los Estados Unidos al
mismo tiempo que sus propios intereses. Y con el éxito que
conocemos. Lo que hace que tras 1967, Israel se haya
convertido en un aliado altamente apreciado en los Estados
Unidos. Se sabe que esta guerra de 1967 condujo, bastante rápidamente,
a un cambio radical en la región: la marginación de la
influencia soviética, la salida de Egipto fuera de la
esfera soviética a favor de los Estados Unidos bajo Sadat,
etc. Sin embargo, los Estados Unidos seguían acantonados en
el exterior de la región. En 1979, la revolución iraní va
a aparecer como una amenaza sin precedentes sobre la zona
petrolera, y para los Estados Unidos, en pleno “síndrome
de Vietnam” desde la retirada del Vietnam en 1973, la
importancia de Israel no ha hecho sino aumentar. Es que para
obtener luz verde del congreso para intervenir militarmente,
el ejecutivo americano tiene necesidad a menudo de mucho
tiempo, mientras que Israel es un puesto avanzado, capaz de
intervenir en cualquier momento.
Esta
situación prosigue hasta 1990, el año de la invasión de
Kuwait por Irak, año de vuelta –y de una vuelta bastante
más fuerte que antes de la partida– de los Estados Unidos
a la región, particularmente al territorio saudí. Con esta
vuelta, el valor estratégico de Israel para los Estados
Unidos disminuye. Y se ve inmediatamente, desde 1990-91 con
la orden dada a Israel de no responder al disparo de misiles
Scud irakís sobre su territorio, porque ello incomodaría a
los Estados Unidos, y hasta el pulso entre Washington y el
gobierno de Shamir para forzar a este último a participar
en la conferencia de Madrid en el otoño de 1991 y al
comienzo del “proceso de paz”.
Habiendo
los Estados Unidos adquirido una hegemonía sin precedentes
en la región, se plantean a partir de ahí como objetivo su
estabilización; lo que pasa forzosamente por un arreglo del
contencioso israelo-árabe. Se conoce la continuación: ello
va a producir Oslo, luego un atascamiento del proceso con al
mismo tiempo un ascenso de Irán. Con el fin de la guerra
Irak-Irán y el embargo impuesto sobre Irak tras 1991, el
hecho de que la neutralización mutua entre Irak e Irán
cesara, dado el estado en el que se encuentra Irak, dejaba
una completa libertad de acción a Irán. Esto realza el
interés de Israel como aliado, tanto más cuanto que con el
ascenso de Al Qaeda a partir de los años 1990, la presión
sobre el régimen saudí para que obtenga de nuevo la
retirada de las tropas americanas de su territorio –a
causa de la contradicción flagrante con la ideología
wahhabita que crea la presencia de tropas no musulmanas en
el país de los lugares santos del Islám– se hace cada
vez más fuerte.
Todo
esto restablece la importancia de Israel, que va aún a
aumentar tras el 11 de septiembre de 2001 y el comienzo de
la intervención militar de los Estados Unidos a escala
regional en 2003. El esfuerzo que esto representa para los
Estados Unidos sobre todo desde el punto de vista de los
efectivos, luego su atascamiento en Irak añadiéndose al
Afganistán, les hacen aparecer como incapaces de actuar en
caso de apertura de un tercer frente. En resumen, hay una
fluctuación del valor de Israel, no en sentido estratégico
–estratégicamente Israel sigue siendo una baza
esencial– sino en el sentido en que, por momentos, es el
aliado indispensable al que se mima, mientras que en otros
momentos, los Estados Unidos están en una posición en la
que pueden ejercer una presión sobre Israel, como en 1991.
La
cuestión que se plantea hoy es la siguiente : ¿estamos de
nuevo, tras la luz verde dada por la administración Bush a
Israel estos últimos años, en un período en el que se va
a ver un resurgimiento de las tensiones entre los Estados
Unidos e Israel bajo la nueva administración Obama?
Es
posible. No digo que sea probable, sino solo que es posible.
Tanto más cuanto que hay una especie de "gran
distanciamiento" que se está instalando entre una
administración que da fe sin embargo de una vuelta del péndulo,
por limitada que sea, en relación a la administración Bush
–pero eso es fácil visto que la administración Bush era
la más reaccionaria de la historia americana– y, al mismo
tiempo, el deslizamiento a la derecha que continúa en
Israel, y que produce un paisaje político aún más a la
derecha. Esto ha comenzado progresivamente hace 30 años, y
va de mal en peor, cuando se ven gentes abiertamente a favor
de una “limpieza étnica” del país conseguir el puesto
que tienen, y pasar incluso por delante de los fundadores
históricos del estado de Israel, la dirección histórica
del sionismo, es decir el partido llamado “laborista”.
Hay pues una “gran distancia”, a la que se añaden las
declaraciones de la nueva administración americana deseosa
de retomar el diálogo con Irán, consciente del daño
terrible producido a los intereses del imperialismo
americano por la administración Bush y la forma desastrosa
en que ha gestionado todo esto, y deseosa de enderezar la
situación. Esto podrá causar tensiones entre el gobierno
israelí y los Estados Unidos. Pero lo que seguirá siendo
determinante, es la posición militar de los Estados Unidos
en la región: mientras permanezcan atascados en Irak y
Afganistán, su margen de presión sobre Israel será mínimo.
Sin
embargo, y acabo con esto, creo que no tengo necesidad de
explicar aquí que cualesquiera que sean las tensiones que
pueden surgir, incluso si fueran comparables a las tensiones
relativamente fuertes de 1990-91, no estamos en presencia de
unos Estados Unidos que quisieran imponer a Israel una
“solución” aceptable desde el lado árabe. Hay
sencillamente la voluntad de obtener más moderación, de
cooperación por parte de Israel, pero siempre con el
objetivo de facilitar la tarea esencial de los Estados
Unidos en la región, es decir el control de la región, que
pasa por la distinción entre los aliados de los Estados
Unidos que hay que reforzar –de ahí el problema con
Israel que les debilita: basta con pensar en Mahmoud Abbas,
extremadamente debilitado por la actitud israelí– y los
enemigos de los Estados Unidos, que se trata de aplastar
–o comprar. Podrá pues haber tensiones, pero los enemigos
seguirán siendo los enemigos y el apoyo de los Estados
Unidos a Israel en este combate no cambiará. Por el
contrario, se podrán ver presiones en el sentido de una
actitud más conciliadora de Israel frente al concierto de
los regímenes árabes, y se ve por otra parte en estos
momentos una ofensiva saudita en regla en los medios, para
demandar a la nueva administración que cambie de dirección.