Crisis Israel-EEUU

Palestina

Reflexiones sobre la próxima rebelión

Por Julien Salingue
Contretemps, marzo 2010
Vientos Sur, 24/03/10
Traducción de Alberto Nadal

Durante las últimas semanas, la cuestión palestina ha ocupado, en varias ocasiones, un primer plano de la escena mediática. Cuando escribimos estas líneas, dos acontecimientos cristalizan la atención: el mini escándalo diplomático consecutivo al anuncio por el Ministerio israelí de Interior, en plena visita del Vicepresidente de los Estados Unidos Joe Biden, de la construcción de 1600 nuevas viviendas en las colonias de Jerusalén; el reinicio de los enfrentamientos, en Jerusalén y en varias ciudades de Cisjordania, entre manifestantes palestinos, en su mayoría muy jóvenes, y fuerzas de seguridad israelíes.

Desfases

Hay quienes han parecido sorprendidos. ¿No se hablaba, desde hace varios meses, de una “calma”, propicia para el “reencarrilamiento del proceso negociado”?. El reinicio de las visitas de emisarios europeos y estadounidenses, ¿no dejaba suponer que al fin, el “proceso de paz” iba a poder reactivarse?. ¿No habían declarado los dos protagonistas (Autoridad Palestina y Gobierno israelí), cada uno por su parte, que estaban dispuestos a “hacer concesiones” con vistas a una “vuelta a la mesa de negociaciones”?. En fin, ¿no disfrutaba la población palestina de una “mejora de sus condiciones de vida”, elemento favorable para una “vuelta de la confianza” y para “discusiones con vistas a un acuerdo global”?

Los recientes acontecimientos han revelado hasta qué grado la retórica diplomática estaba en flagrante desfase con la realidad sobre el terreno y hasta qué punto la evolución de la situación en Israel y en los territorios palestinos estaban en total contradicción con lo que vehiculizan numerosos gobiernos y medios occidentales. Pues lo que se ha producido estas últimas semanas no es un accidente: los proyectos israelíes de colonización de Jerusalén Este y las manifestaciones palestinas no son patinazos que vendrían a contradecir una lógica de fondo “globalmente positiva”. Son, bien al contrario, las expresiones más visibles de las tendencias de fondo que actúan en Próximo Oriente.

Para comprender lo que se trama en estos momentos en Israel y en los territorios ocupados, es indispensable elevarse por encima del caos de los acontecimientos y reflexionar de nuevo sobre la naturaleza profunda del conflicto que opone a Israel con el pueblo palestino. No se trata evidentemente de decir que “nada cambia” y librarse de la actualidad, sino de analizar esta actualidad situándola en la historia del conflicto, a fin de percibir lo que nos revela en cuanto a las probables evoluciones de la cuestión palestina.

La ficción del “proceso de paz”

Teniendo las palabras un sentido, conviene interrogarse sobre la idea misma de “proceso de paz”, que vuelve una y otra vez como una cantinela en la actualidad próximo–oriental. En su acepción más corriente, el “proceso de paz israelo–palestino” se habría abierto a comienzos de los años 1990, y se habría materializado con la firma de los Acuerdos de Oslo (1993–94) que prometían, según numerosos comentaristas y diplomáticos, “el fin del conflicto israelo–palestino”. Este “proceso de paz” habría sido “interrumpido” en numerosas ocasiones, pero seguiría existiendo, suspendido por encima de los acontecimientos, esperando ser “relanzado”.

La realidad es bien diferente, y los palestinos nos lo han recordado en al menos dos ocasiones durante estos últimos 10 años. En septiembre de 2000 en primer lugar, cuando la población de Gaza y de Cisjordania se levantó para expresar su cólera contra la prosecución de la ocupación israelí, de la colonización y de la represión. En enero de 2006 luego, cuando los palestinos eligieron, en las elecciones legislativas, un parlamento ampliamente dominado por Hamas, organización política entonces abiertamente hostil al proceso negociado y que preconizaba la prosecución de la resistencia, incluida la armada, contra Israel.

¿Se habían vuelto locos los palestinos ?. No. Los palestinos, al contrario que los diplomáticos, viven en Palestina. Han visto cómo se doblaba el número de colonos implantados en Cisjordania y en Jerusalén entre 1993 y 2000. Han visto salir de tierra centenares de controles israelíes y decenas de carreteras reservadas a los colonos, que han subordinado el menor de sus desplazamientos a la buena voluntad de las autoridades israelíes. Han visto a Jerusalén cortada del resto de Cisjordania. Han visto la Banda de Gaza cortada del resto del mundo. Han visto, a partir de septiembre de 2000, una represión israelí sin precedentes, miles de casas destruidas, decenas de miles de detenciones, miles de muertos y decenas de miles de heridos. Han visto un muro, que les encierra en guettos. No han visto ni paz, ni proceso.

Los Acuerdos de Oslo: la ocupación por otros medios

“Desde el comienzo, se pueden identificar dos concepciones subyacentes al proceso de Oslo. La primera es que este proceso puede reducir el coste de la ocupación gracias a un régimen palestino fantoche, con Arafat en el papel del policía en jefe responsable de la seguridad de Israel. La otra es que el proceso debe desembocar en el hundimiento de Arafat y de la OLP. La humillación de Arafat, su capitulación cada vez más flagrante llevarán progresivamente a la pérdida de su apoyo popular. La OLP va a hundirse o a sucumbir a luchas internas. (…). Será más fácil de justificar la peor opresión cuando el enemigo sea una organización islamista fanática” /1.

Estas líneas, escritas en febrero de 1994 por la universitaria israelí Tanya Reinhart, parecen, a posteriori, proféticas. Pero Tanya Reinhart no tenía nada de vidente: había comprendido, antes que otros, lo que era realmente el proceso de Oslo. Cualquiera que lea de cerca los textos firmados a partir de 1993 se da cuenta de que se encuentra con algo muy diferente a “acuerdos de paz”. Las cuestiones esenciales como el futuro de Jerusalén, la suerte de los refugiados palestinos, las colonias israelíes… están ausentes de los acuerdos y son remitidas a hipotéticas “negociaciones sobre el estatuto final”. No se encuentra tampoco mención a la “retirada” del ejército israelí de los territorios ocupados, sino solo su “redistribución”.

Cualesquiera que hayan sido las intenciones o las ilusiones de los negociadores palestinos en cuanto a un hipotético “Estado palestino”, la verdad de Oslo está en otra parte: Israel, que ocupa entonces toda Palestina, se compromete a retirarse progresivamente de las mayores aglomeraciones palestinas y a confiar su gestión a una entidad administrativa concebida para ello, la Autoridad Palestina (AP). La AP debe tomar a su cargo la gestión de estas zonas y dar pruebas de que es capaz de mantener en ellas la calma, por medio en particular de una “poderosa fuerza de policía”/2. Todo “progreso” en el proceso negociado es subordinado a los “buenos resultados” de la AP en el terreno de la seguridad. La ocupación y la colonización prosiguen, y la AP está encargada de mantener el orden en la sociedad palestina. Es decir, el orden colonial /3.

Las contradicciones de Israel y del sionismo

Los Acuerdos de Oslo no fueron, en su lógica, más que la reactualización de un viejo proyecto israelí conocido bajo el nombre de "plan Allon". Por el nombre de un general laborista, este plan, sometido al primer ministro israelí Levi Ehskil en julio de 1967, pretendía responder a la nueva situación creada por la guerra de junio de 1967, al término de la cual Israel había conquistado, en particular, toda Palestina. Ygal Allon había identificado, antes que muchos otros, las contradicciones a las que Israel y el proyecto sionista se verían antes o después confrontados, y se proponía resolverlas lo más pragmáticamente posible.

Cuando al final del siglo XIX el joven movimiento sionista se fija como objetivo el establecimiento de un estado judío en Palestina, el 95% de los habitantes de este territorio son no judíos. Convencidos de que el antisemitismo europeo revela la imposibilidad para los judíos de cohabitar con las naciones europeas, los sionistas preconizan su partida hacia Palestina a fin de convertirse allí en mayoritarios y poder establecer allí su propio estado. El primer Congreso sionista (1897)ratifica pues el principio de la “colonización sistemática de Palestina”, en una época en que nacionalismo sobre base étnica y colonialismo tienen el viento de popa.

En noviembre de 1947 la ONU adoptaba el principio del “reparto de Palestina” entre un estado judío (55% del territorio) y un estado árabe (45%). Los judíos representaban entonces alrededor de un tercio de la población. Los ejércitos del nuevo estado de Israel van a conquistar militarmente numerosas regiones teóricamente atribuidas al estado árabe: en 1949, Israel controla el 78% de Palestina. A fin de preservar el carácter judío del estado, los no judíos son sistemáticamente expulsados: el 80% de los palestinos, es decir unas 800.000 personas, son obligados al exilio. No han podido volver jamás a sus tierras.

La guerra de 1967 fue una “Guerra de 1948 fallada”. Si la victoria militar israelí es indudable y si Israel controla el 100% de Palestina, esta vez los palestinos no se fueron. Sin embargo Israel pretende ser un estado “judío y democrático”: atribuir derechos a los palestinos, es renunciar al carácter judío del estado; no dárselos es renunciar a sus pretensiones democráticas. Allon propone, pues, abandonar las zonas palestinas más densamente pobladas atribuyéndoles una apariencia de autonomía a la vez que se conserva el control de lo esencial de los territorios conquistados: algunos islotes palestinos en medio de un océano israelí.

De la guerra de las piedras a la Intifada electoral

Es la filosofía del Plan Allon la que guía a los gobiernos israelíes en los años 1970 y 1980, incluso si retrasan todo lo posible el momento en que concederán algunos derechos a los palestinos. La primera Intifada (desencadenada a finales de 1987), levantamiento masivo y prolongado de la población de Cisjordania y de Gaza, cambia la situación. En el cambio de los años 1990 la cuestión palestina es un factor de inestabilidad en Medio Oriente, zona estratégica sobre la que los Estados Unidos quieren asegurar su dominio tras la caída de la URSS. La administración estadounidense obliga a Israel a negociar: son los Acuerdos de Oslo, que “ofrecen” a los palestinos… una apariencia de autonomía sobre las zonas más densamente pobladas.

Ytzak Rabin, a menudo presentado como alguien mediante el cual “habría podido llegar la paz”, era sin embargo muy claro: “El estado de Israel integrará la mayor parte de la Tierra de Israel en la época del mandato británico con, a su lado, una entidad palestina que será un hogar para la mayoría de los palestinos que viva en Cisjordania y Gaza. Queremos que esta entidad sea menos que un estado y que administre, de forma independiente, la vida de los palestinos que estarán bajo nuestra autoridad. Las fronteras del estado de Israel (…) estarán más allá de las líneas que existían antes de la Guerra de los 6 días. No volveremos a las líneas del 4 de junio de 1967” /4. Añadía más adelante que Israel se anexionaría la mayoría de las colonias y conservaría la soberanía sobre Jerusalén, su “capital una e indivisible”, y sobre el Valle del Jordán.

La población palestina constató rápidamente que Israel no tenía la intención de renunciar a controlar la casi totalidad de Palestina: la colonización se aceleró, las expulsiones se multiplicaron y los palestinos fueron cada vez más acantonados en zonas rodeadas por el ejército y las colonias. Mientras que la situación de la población se degradaba, una minoría de privilegiados, miembros o cercanos a la dirección de la nueva Autoridad Palestina, se enriqueció considerablemente y cooperó con Israel de forma ostensible en los terrenos de la seguridad y en el económico: en septiembre de 2000, los palestinos se levantaron de nuevo.

La “segunda Intifada” es aplastada por Israel, que además va a marginar a Yasser Arafat, considerado como demasiado reticente a firmar un acuerdo de rendición definitiva. Israel y los Estados Unidos favorecen la ascensión de Mahmoud Abbas (Abu Mazen) que participará, por ejemplo, en una cumbre con Bush y Sharon, en junio de 2003, mientras Arafat está encerrado en Ramalá. A la muerte del viejo dirigente, Abu Mazen es mal elegido Presidente de la Autoridad Palestina en enero de 2005 (participación relativamente débil, ausencia de candidato de Hamas). Al tener Abu Mazen necesidad de una legitimidad parlamentaria para hacer aceptar un acuerdo con Israel, se organizan elecciones legislativas en enero de 2006. La victoria de Hamas no tiene discusión: con su voto, la población muestra su rechazo a toda capitulación y su voluntad de continuar su lucha.

El fin del paréntesis de Oslo

La victoria de Hamas reveló el carácter totalmente irrealista del “proyecto Oslo”, entendido como la posibilidad de arreglar la cuestión palestina mediante la constitución de cantones administrados por un gobierno indígena que sería a la vez conciliador con Israel, legítimo y estable. Pero la “comunidad internacional” no quiso oír nada: boicot al gobierno de Hamas, apoyo al bloqueo israelí de Gaza, reconocimiento del “gobierno de urgencia” nombrado por Abu Mazen en Cisjordania… Los Estados Unidos y la Unión Europea continúan actuando como si una “vuelta a Oslo” fuera posible y deseable.

Sin embargo, como se ha visto, fué precisamente el “Proceso de paz” el que desembocó en la “segunda Intifada” y en la toma del poder por Hamas, entonces la única organización capaz de aliar a la vez el apoyo material a la población, la crítica del proceso negociado y una prosecución de la resistencia a Israel. Cuando algunos hablan de una indispensable “vuelta a la situación de antes de septiembre de 2000”, se tienen ganas de preguntarles si no fué precisamente “la situación de antes de septiembre de 2000” la que provocó… ¡el levantamiento de septiembre de 2000!

Las vacilaciones y gesticulaciones diplomáticas actuales traducen en realidad una constatación de fracaso. Todos van tomando progresivamente conciencia del fin del paréntesis de Oslo, y mientras algunos se encarnizan ciegamente en querer resucitar un cadáver, otros buscan soluciones alternativas: de la proclamación de un estado palestino sin fronteras a una administración jordana de los cantones palestinos, pasando por el envío de tropas de la ONU a Gaza, las ideas abundan, incluso las más fantasiosas. Esta prisa por “encontrar una solución” resulta en realidad de una comprensión, aunque sea parcial, de las dos lógicas realmente en marcha sobre el terreno: el refuerzo del dominio israelí sobre Cisjordania y Jerusalén; la removilización de la población palestina. Un cóctel explosivo.

El refuerzo del dominio israelí

Hablemos, en primer lugar, de Jerusalén. La atención se focaliza en la construcción de 1600 nuevas viviendas. ¿Y qué?. ¿Olvidados, los 200.000 colonos que viven en Jerusalén y su periferia?, ¿olvidadas las decenas de expulsiones y demoliciones de casas palestinas durante estos últimos meses?. Las 1.600 viviendas nuevas no son un accidente, se inscriben en una lógica asumida desde 1967: la judaización de Jerusalén y su aislamiento del resto de los territorios palestinos, para oponerse a cualquier reivindicación de soberanía palestina sobre la ciudad.

Hablemos, a continuación, de Cisjordania. Si el aflujo de las ayudas internacionales ha permitido a la Autoridad Palestina de Ramalá pagar a los funcionarios, es muy audaz hablar de una recuperación económica real. EL PIB palestino ha aumentado globalmente en 2009 pero sigue siendo inferior en un 35% al de 1999. Además, este aumento global disimula disparidades flagrantes: el sector de la construcción ha progresado, ciertamente, un 24%, pero la producción agrícola ha caído un 17%...

Además, el control israelí sobre Cisjordania no ha sido puesto en cuestión : “el aparato de control se ha hecho cada vez más sofisticado y eficaz en cuanto a su capacidad de afectar a todos los aspectos de la vida de los palestinos (..). El aparato de control comprende un sistema de permisos, obstáculos físicos (..), carreteras prohibidas, prohibiciones de entrada en grandes partes de Cisjordania (…). Ha transformado Cisjordania en un conjunto fragmentado de enclaves económicos y sociales aislados unos de otros”. Es el Banco Mundial quien lo dice, en un informe de 2010 /5.

En fin, desde el anuncio de una “congelación temporal” de la colonización en noviembre pasado, Israel ha autorizado la construcción de 3.600 viviendas, prosiguiendo una política que ha visto, el año pasado, el número de colonos instalados en Cisjordania aumentar el 4,9% mientras que el conjunto de la población israelí no crecía más que el 1,8%. Last but not least, el pasado 3 de marzo Netanyahu declaraba que incluso en caso de acuerdo con los palestinos, estaba excluido que Israel renunciara a su control sobre el valle del Jordán.

Hablemos, también, sobre Gaza. Bajo bloqueo, los gazauis viven una catástrofe económica y social sin precedentes. En el espacio de 2 años, el 95% de las empresas han cerrado y el 98% de los empleos del sector privado han sido destruidos. La lista de los productos prohibidos de importación es un catálogo interminable: libros, té, café, cerillas, velas, sémola, lapiceros, calzado, colchones, sábanas, tazas, instrumentos de música… La prohibición de importar cemento y productos químicos impide la reconstrucción de las infraestructuras destruidas en los bombardeos de 2008–2009, tanto de viviendas como de estaciones de depuración, con las consecuencias sanitarias que se pueden imaginar.

¿Hacia una tercera Intifada?

¿Cómo extrañarse, entonces, de que aumente la cólera entre los palestinos? Los recientes acontecimientos son la continuación de numerosas iniciativas que, aunque apenas tenga eco mediático, dan fe de una removilización de la población palestina. Entre otras: múltiples manifestaciones, en los pueblos de alrededor de Belén y de Hebrón, contra las extensiones de las colonias y las confiscaciones de tierras; manifestaciones semanales en los pueblos de Ni´lin y Bi´lin contra la construcción del Muro y las expropiaciones; 3.000 manifestantes en Jerusalén, el 6 de marzo, contra los proyectos de colonización y las expulsiones...

La represión contra esta removilización ha dado un salto cualitativo durante los últimos meses. Las manifestaciones han sido sistemáticamente dispersadas a golpe de gas lacrimógeno y de balas de caucho. El número de detenciones y de incursiones israelíes ha aumentado de forma espectacular desde el comienzo del año 2010. Las autoridades israelíes han decretado recientemente que los pueblos de Bi´lin y de Ni´lin, símbolos de la lucha popular y no violenta, tendrían en adelante el estatuto poco envidiable de “zonas militares cerradas” cada viernes (día de la manifestación), y ello por una duración de 6 meses.

¿Estamos al comienzo de una «tercera Intifada»? Es probablemente demasiado pronto para responder a esta cuestión, pero es sin embargo evidente que se han reunido numerosas condiciones para que una vez más los palestinos protesten de forma visible y masiva contra las suerte que se les ha reservado. Las divisiones actuales en el seno del Movimiento Nacional palestino y la débil estructuración política de la sociedad palestina, atomizada por los “años Oslo”, impiden considerar un levantamiento del mismo tipo que el de 1987. Se pueden, al contrario, esperar enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad palestinas de Cisjordania, supervisadas por el general estadounidense Keith Dayton, y los manifestantes.

Pero los palestinos de los territorios ocupados, y particularmente los más jóvenes (el 50% de la población palestina tiene menos de 15 años), no se dejarán intimidar por unos uniformes, sean palestinos o israelíes. Y es seguro que no se contentarán con “negociaciones indirectas”, que no tomen en consideración lo esencial (la ocupación de Cisjordania, el bloqueo de Gaza, Jerusalén, las colonias, la suerte de los refugiados, los presos), realizadas por un Mahmoud Abbas desacreditado e inaudible. Los acontecimientos de estos días lo indican claramente: nadie puede predecir con certeza en qué plazos, pero la población palestina se hará oír de nuevo.


Notas:

1.– Artículo de febrero de 1994, citado en T. Reinhart, Détruire la Palestine, éditions La Fabrique, 2002, p. 42.

2.– Declaración de principios sobre los acuerdos interinos de autogobierno (DOP), artículo 3.

3.– Para un análisis más detallado de los acuerdos de Oslo, ver mi artículo Retour sur… Les Accords d’Oslo en ligne en mi blog, http://juliensalingue.over–blog.com/

4.– Address to the Knesset by Prime Minister Rabin on the Israel–Palestinian Interim Agreement, 5 oct 1995, disponible (en inglés) en la página web del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí.

5.– Checkpoints and Barriers : Searching for Livelihoods in the West Bank and Gaza, disponible (en inglés) en la página web del Banco Mundial.