No
se exciten. No va a producirse nunca. ¿Hay realmente una
crisis en las relaciones entre Estados Unidos e Israel? Sí
y no. Sí, porque a la primera potencia mundial le trae sin
cuidado que su vicepresidente sea públicamente humillado
por un enano de una nación cuya población total es más
reducida que de la de Los Angeles. Y no, porque los políticos
elegidos que gobiernan, nominalmente, la primera potencia
mundial sienten un miedo cerval ante el lobby israelí en
EEUU. En esta ocasión, como siempre, el NO se llevó el
gato al agua. (Pueden encontrar una detallada narrativa al
respecto en el artículo de Jeffrey Blankfort, que en gran
parte ha servido de inspiración para estas líneas).
Consideren
la reacción de Biden el día después de que el Ministro
del Interior Eli Yishai, probablemente con conocimiento
previo de Netanyahu, anunció la programada construcción de
1.600 apartamentos –sólo para judíos– en Jerusalén
Oriental, justo en el momento en que Biden intentaba
insuflar algo de aliento en el “proceso de paz”. Como señala
en periódico israelí Haaretz, esas proyectadas 1.600
viviendas son parte de las 50.000 que ya hay planeado
levantar en la zona oriental de la ciudad.
Así
pues, ahí estaba el vicepresidente de los Estados Unidos de
América, con toda la dignidad herida de un hombre al que
acaban de volcarle un balde de aguas fecales en la cabeza y
que, en medio de su desconcierto, llegó a utilizar las
palabras “condena” e “Israel” en el mismo párrafo.
Al día siguiente, Biden se encaminó hacia la universidad
de Tel Aviv y fue y le confió a la audiencia que él es
sionista y que: “En toda mi carrera, Israel no sólo
estuvo siempre junto a mi corazón sino que ha sido el
centro de mi trabajo como Senador de EE.UU. y como
Vicepresidente de los Estados Unidos ahora”. Fíjense
bien: “el centro de mi trabajo”. La prensa
estadounidense evitó mencionar esa declaración.
Después,
Biden fue y repitió todas las mismas tonterías que soltó
en Jerusalén: “No hay espacio, eso es lo que el mundo
debe saber, que cada vez que se produce algún progreso, el
resto del mundo sabe que no hay absolutamente ningún
espacio entre Estados Unidos e Israel en lo que a seguridad
se refiere, ninguno. Ningún espacio. Esa fue la única
ocasión en que se consiguió avanzar”.
Por
supuesto, si es que puede identificarse algún
“progreso” en los últimos cuarenta años, algo que podría
ser bien discutible, fue sólo cuando un Presidente
estadounidense se atrevió a dejar la agenda brevemente a un
lado y se puso a lanzar una serie de amenazas, todas ellas
debidamente retiradas en cuando el Lobby se reagrupó y
comenzó a contraatacar.
Finalmente,
Biden se acercó furtivamente a la palabra “crisis”.
“Aprecio… la respuesta hoy de su Primer Ministro al
anunciar esta mañana que está poniendo en marcha un
proceso para impedir que se repitan ese tipo, ese tipo de
sucesos [sic], y que clarificara que el comienzo de la
construcción de este proyecto en particular llevará
probablemente varios años… Eso es importante, porque da
tiempo para que las negociaciones resuelvan eso, así como
otras cuestiones notables. Porque cuando se anunció yo
estaba en Cisjordania. Todo al mundo allí pensó que eso
implicaba la inmediata reanudación de la construcción de
1.600 nuevos apartamentos”.
Sí,
eso es exactamente lo que quiso decir, la reanudación de la
construcción de 1.600 apartamentos. Y como señala el periódico
israelí Haaretz, esos proyectados 1.600 apartamentos forman
parte de los 50.000 que ya hay planificados para la zona
oriental de la ciudad. Netanyahu ha dicho que eso no era
negociable, diga Washington lo que diga, por no hablar de lo
que pueda decir la lamentable Autoridad Palestina.
En
medio de los acongojados gritos de príncipes y emires árabes
porque la descarada conducta de Israel hacia Biden les ponía
mucho más difícil su traición a los palestinos, el asesor
político principal de Obama, David Axelrod, sin duda con
autorización de su jefe, dijo a NBC News que la conducta de
Israel no sólo era un “insulto” a los Estados Unidos
sino que “destruía” el proceso de paz en Oriente Medio.
Hillary
Clinton hizo saber que le había leído la cartilla a
Netanyahu por teléfono durante 43 minutos. Su portavoz
afirmó que había descrito las proyectadas viviendas en
Jerusalén Oriental como el envío de una “señal
profundamente negativa de la valoración que Israel concede
a las relaciones bilaterales y que eso iba en contra del espíritu
del viaje del vicepresidente” y que “esa acción había
socavado la confianza en el proceso de paz y en los
intereses estadounidenses”. Mientras tanto, el enviado
especial del Presidente, George Mitchell, cancelaba su gira
por la región.
Bien,
sí, podemos llamarlo crisis, pero no va a ser una crisis
muy prolongada. Obama no es el primer presidente que pierde
la paciencia con Israel por estropear los planes más
amplios del Tío Sam. Y la Sra. Clinton no es la primera
Secretaria de Estado que se pone a gritarle airadamente a
Tel Aviv por teléfono.
Blankfort,
historiador del Lobby, nos desgrana otras crisis, todas
ellas resueltas satisfactoriamente a favor de Israel. En
1975, el Presidente Gerald Ford y su Secretario de Estado
Henry Kissinger culparon públicamente a Israel por la
ruptura de negociaciones con Egipto sobre la retirada del
Sinaí. Ford dijo que iba a decirle al pueblo estadounidense
que había que reconsiderar las relaciones entre EE.UU. e
Israel. Empujados por el AIPAC [1], 76 senadores
estadounidenses firmaron una carta dirigida a Ford en la que
le decían que dejara en paz a Israel. Y eso fue lo que
hizo.
En
marzo de 1980 se obligó al Presidente Carter a presentar
excusas después de que el representante estadounidense ante
la ONU, Donald McHenry, votara a favor de una resolución
que condenaba la política de asentamientos de Israel en los
territorios ocupados, incluido Jerusalén Oriental, y pedía
a Israel que los desmantelara.
En
junio del mismo año, después de que Carter pidiera que se
detuvieran los asentamientos judíos y su Secretario de
Estado, Edmund Muskie, llamara obstáculo para la paz a los
asentamientos judíos, el Primer Ministro Menachem Begin
anunció planes para construir otros diez asentamientos más.
En
agosto de 1982, el día después de que Reagan solicitara
que Ariel Sharon pusiera fin al bombardeo de Beirut, Sharon
le respondió ordenando bombardear toda la ciudad,
precisamente a las 14,42 y a las 15,38 horas de la tarde,
coincidiendo con la votación en las Naciones Unidas de las
dos resoluciones que pedían que Israel se retirara de los
territorios ocupados.
En
marzo de 1991, el Secretario de Estado James Baker se quejó
ante el Congreso de que “Cada vez que he ido a Israel en
relación con el proceso de paz… me he encontrado con algún
anuncio de un nuevo asentamiento… Eso debilita nuestras
posibilidades en relación con un proceso de paz y nos pone
en grandes aprietos”. En 1990 estaba tan indignado con la
intransigencia de Israel sobre los asentamientos que cogió
y ofreció públicamente el número de teléfono de la
centralita de la Casa Blanca y les dijo a los israelíes:
“Cuando quieran hablar en serio de paz, llámennos”.
El
12 de septiembre de 1991 el Presidente George Bush padre
estaba tan furioso con el éxito del AIPAC a la hora de
conseguir los votos necesarios en ambas cámaras del
Congreso para que anularan su veto ante la petición de
Israel de 10.000 millones de dólares en garantías
crediticias, que declaró ante las cámaras de televisión:
“Estoy en contra de algunas fuerzas poderosas. Han
conseguido que unos mil miembros del lobby trabajen en el
Capitolio a favor de la otra parte. Y nosotros tan sólo
hemos conseguido un único tipo solitario”. Una encuesta
llevada a cabo inmediatamente después de estos hechos le
dio al presidente un 85% de aprobación. El Lobby parpadeó
pero no por mucho rato. No sólo consiguió al final las
garantías crediticias sino que los votantes judíos se
decantaron firmemente contra Bush en las elecciones de 1992,
un hecho que Bush hijo no olvidó nunca.
Como
Blankfort recuerda también, en enero de 2009 el ex Primer
Ministro israelí Ehud Olmert se jactó en público de haber
“avergonzado” a la Secretaria de Estado Condoleezza Rice
al conseguir que el Presidente Bush le impidiera en el último
momento votar a favor de una resolución de alto el fuego
por la que había estado trabajando durante varios días con
diplomáticos árabes y europeos en las Naciones Unidas.
Olmert
alardeó ante una audiencia israelí de haber sacado a Bush
del escenario durante un discurso para atender su llamada
cuando se enteró de la votación pendiente y exigió que el
Presidente se pusiera al teléfono.
“No
tengo problema alguno con lo que hizo Olmert”, dijo a
Forward Abraham Forman, director nacional de la Liga
Antidifamación. “Creo que el error fue hablar de eso en público”.
En
suma, como Stephen Green escribió hace un cuarto de siglo
en Taking Sides: America’s Secret Relations with Militant
Israel (Morrow, 1984): “Desde 1953, Israel, y los amigos
de Israel en EE.UU., han determinado las líneas generales
de la política estadounidense en la región, permitiéndose
que los presidentes estadounidenses pongan en práctica esa
política con diversos grados de entusiasmo y que se
ocuparan de las cuestiones tácticas”.
Hay
fuerzas poderosas en EE.UU. que desean que eso no sea así,
empezando por el ejército. Antes del viaje de Biden, nada
menos que un importante y muy admirado comandante, como el
General David Petraeus, escribió un memorando a la Junta de
Jefes de Estado Mayor, redoblando sus sentimientos en un
testimonio del pasado martes ante un Comité de Servicios
Armados del Senado estadounidense.
En
su preparada declaración al Congreso, Petraeus describió
el conflicto árabe–israelí como el primer “desafío
transversal a la seguridad y estabilidad” en el área de
responsabilidad del CENTCOM [AOR, por sus siglas en inglés].
“Las prolongadas hostilidades entre Israel y algunos de
sus vecinos presentan diversos desafíos a nuestra capacidad
para hacer avanzar nuestros intereses en el AOR”.
Petraeus
dijo entonces en el comité del Senado: “El conflicto
fomenta los sentimientos antiestadounidenses debido a la
percepción del favoritismo estadounidense por Israel. La
indignación árabe por la cuestión palestina limita la
fortaleza y profundidad de los socios de EEUU con los
gobiernos y pueblos en el AOR y debilita la legitimidad de
regímenes moderados del mundo árabe”. No hace mucho,
Mike Mullen, presidente de la Junta de Jefes, advirtió públicamente
a los israelíes que un ataque contra Irán sería “un
problema grande, grande, grande para nosotros”.
En
Israel, el muy leído Yediot Ahronoth informó que Biden, en
privado, se había hecho eco de los sentimientos de Petraeus,
diciéndole a Netanyhau que la conducta de Israel “estaba
empezando a ser peligrosa para nosotros”. “Lo que estáis
haciendo aquí”, parece ser que dijo Biden, “socava la
seguridad de las tropas que tenemos luchando en Iraq,
Afganistán y Pakistán. Nos pone en peligro a nosotros y
pone en peligro la paz regional”.
¿No
resultaría devastador para Israel que un político decidido
y capaz le acusara de estar poniendo en peligro las vidas de
los estadounidenses que combaten contra el terror en las líneas
del frente? Sí, lo sería. Si se hicieran encuestas
honestas, sin palabras engañosas, probablemente el político
que hiciera tal acusación conseguiría porcentajes de
aprobación tan altos, o más, que los de Bush padre en
1991.
Así
pues, ¿sería capaz el General Petraeus, asumiendo que se
embarque en la carrera política en 2012 o 2016, de dar ese
paso?
En
primer lugar, uno puede lanzar la hipótesis de que después
de su memorando y testimonio no pasará mucho tiempo antes
de que estemos leyendo alguna historia de investigaciones
sobre “cuestionables demandas”, asociadas con las
numerosas medallas del General Petraeus, quizá incluso se
hagan revelaciones sobre un estilo de prudencia a lo
Flashman en el campo de batalla.
En
segundo lugar, cualquier candidato republicano tiene que
cortejar a los ultracristianos republicanos, mostrarse
apasionado en la defensa de Israel, en virtud de la
programación doctrinal del Éxtasis final. En tercer lugar,
¿por qué ahuyentar todo el dinero judío que va a parar al
Partido Demócrata?
Como
Blankfort observa, poco antes de la primera vez que el
Presidente Obama se reunió con el Primer Ministro de
Israel, 76 senadores estadounidenses, dirigidos por
Christopher Dodd y Evan Bayh, más 330 miembros del
Congreso, enviaron al Presidente cartas redactadas por el
AIPAC en las que le pedían que no presionara al Primer
Ministro. El Congreso, no lo olviden, alentó la carnicería
israelí en Gaza y, por 334 votos frente a 36, condenó el
Informe Goldstone.
El
Partido Demócrata depende en muy gran medida de los
financieros políticos judíos más importantes, más del
60% de los contribuyentes de alto nivel, según Blankfort.
El AIPAC celebrará pronto su convención (en la cual Tony
Blair será una atracción menor). Allí irán todos los políticos
importantes a adular y rendir tributo. El 3 de junio de
2008, Obama, justo después de haberse finalmente impuesto
en la carrera por la nominación contra Hillary Clinton, se
dirigió al auditorio del AIPAC, una multitud de unas 7.000
personas, de la forma siguiente: “También utilizaremos
todos los elementos del potencial estadounidense para
presionar a Irán”, aseguró al AIPAC. “Haré cuanto esté
en mi poder para impedir que Irán consiga un arma nuclear.
Todo lo que esté en mi poder. Y con todo, quiero decir
todo”. Juró que nunca hablaría con Hamás, los
representantes elegidos por el pueblo palestino. Ante el
atronador aplauso, declaró: “Jerusalén seguirá siendo
la capital de Israel, y debe permanecer indivisa”. Al día
siguiente, los asesores de política exterior de Obama,
aterrados por su arrebato, hicieron algunas correcciones.
Uri
Avnery, el veterano escritor y activista por la paz israelí,
protestó furiosamente a raíz de esa última frase: “Y
ahora llega Obama y recupera del desguace el caduco eslogan
‘Jesusalén indivisa, la capital de Israel para toda la
Eternidad’. Desde Camp David, todos los gobiernos israelíes
han comprendido que ese mantra constituye un obstáculo
insuperable para cualquier proceso de paz… El miedo al
AIPAC es tan terrible que incluso este candidato, que
promete cambios en todas las cuestiones, no se atreve a
nada. En este asunto, acepta la peor de las rutinas al viejo
estilo de Washington. Está preparado para sacrificar los
intereses estadounidenses más básicos. Después de todo,
EE.UU. tiene un interés vital en conseguir una paz israelo–palestina
que le permita encontrar un camino hasta los corazones de
las masas árabes desde Iraq hasta Maruecos. Obama ha dañado
su imagen en el mundo musulmán y ha hipotecado su futuro,
si es que sale elegido presidente… Si se pega a ellos, una
vez elegido, se verá obligado a decir, en lo que se refiere
a la paz entre los dos pueblos de este país: ‘¡No, no
puedo!’.”
Por
eso, sí, la crisis se superará pronto y no, no hay una
nueva era en perspectiva en las relaciones entre Estados
Unidos e Israel.
(*)
Editor de CounterPunch.
N. de la T.:
[1] AIPAC: The
American Israel Public Affairs Committee. Principal
lobby pro israelí de EE UU.