Crisis Israel-EEUU

“Queridos compatriotas, esta noche les voy a hablar francamente
de una fastidiosa y pequeña nación llamada Israel…”

¿Hay realmente una crisis en
las relaciones EEUU-Israel? 

Por Alexander Cockburn (*)
CounterPunch, 19/03/10
Rebelión, 22/03/10
Traducido por Sinfo Fernández

No se exciten. No va a producirse nunca. ¿Hay realmente una crisis en las relaciones entre Estados Unidos e Israel? Sí y no. Sí, porque a la primera potencia mundial le trae sin cuidado que su vicepresidente sea públicamente humillado por un enano de una nación cuya población total es más reducida que de la de Los Angeles. Y no, porque los políticos elegidos que gobiernan, nominalmente, la primera potencia mundial sienten un miedo cerval ante el lobby israelí en EEUU. En esta ocasión, como siempre, el NO se llevó el gato al agua. (Pueden encontrar una detallada narrativa al respecto en el artículo de Jeffrey Blankfort, que en gran parte ha servido de inspiración para estas líneas).

Consideren la reacción de Biden el día después de que el Ministro del Interior Eli Yishai, probablemente con conocimiento previo de Netanyahu, anunció la programada construcción de 1.600 apartamentos –sólo para judíos– en Jerusalén Oriental, justo en el momento en que Biden intentaba insuflar algo de aliento en el “proceso de paz”. Como señala en periódico israelí Haaretz, esas proyectadas 1.600 viviendas son parte de las 50.000 que ya hay planeado levantar en la zona oriental de la ciudad.

Así pues, ahí estaba el vicepresidente de los Estados Unidos de América, con toda la dignidad herida de un hombre al que acaban de volcarle un balde de aguas fecales en la cabeza y que, en medio de su desconcierto, llegó a utilizar las palabras “condena” e “Israel” en el mismo párrafo. Al día siguiente, Biden se encaminó hacia la universidad de Tel Aviv y fue y le confió a la audiencia que él es sionista y que: “En toda mi carrera, Israel no sólo estuvo siempre junto a mi corazón sino que ha sido el centro de mi trabajo como Senador de EE.UU. y como Vicepresidente de los Estados Unidos ahora”. Fíjense bien: “el centro de mi trabajo”. La prensa estadounidense evitó mencionar esa declaración.

Después, Biden fue y repitió todas las mismas tonterías que soltó en Jerusalén: “No hay espacio, eso es lo que el mundo debe saber, que cada vez que se produce algún progreso, el resto del mundo sabe que no hay absolutamente ningún espacio entre Estados Unidos e Israel en lo que a seguridad se refiere, ninguno. Ningún espacio. Esa fue la única ocasión en que se consiguió avanzar”.

Por supuesto, si es que puede identificarse algún “progreso” en los últimos cuarenta años, algo que podría ser bien discutible, fue sólo cuando un Presidente estadounidense se atrevió a dejar la agenda brevemente a un lado y se puso a lanzar una serie de amenazas, todas ellas debidamente retiradas en cuando el Lobby se reagrupó y comenzó a contraatacar.

Finalmente, Biden se acercó furtivamente a la palabra “crisis”. “Aprecio… la respuesta hoy de su Primer Ministro al anunciar esta mañana que está poniendo en marcha un proceso para impedir que se repitan ese tipo, ese tipo de sucesos [sic], y que clarificara que el comienzo de la construcción de este proyecto en particular llevará probablemente varios años… Eso es importante, porque da tiempo para que las negociaciones resuelvan eso, así como otras cuestiones notables. Porque cuando se anunció yo estaba en Cisjordania. Todo al mundo allí pensó que eso implicaba la inmediata reanudación de la construcción de 1.600 nuevos apartamentos”.

Sí, eso es exactamente lo que quiso decir, la reanudación de la construcción de 1.600 apartamentos. Y como señala el periódico israelí Haaretz, esos proyectados 1.600 apartamentos forman parte de los 50.000 que ya hay planificados para la zona oriental de la ciudad. Netanyahu ha dicho que eso no era negociable, diga Washington lo que diga, por no hablar de lo que pueda decir la lamentable Autoridad Palestina.

En medio de los acongojados gritos de príncipes y emires árabes porque la descarada conducta de Israel hacia Biden les ponía mucho más difícil su traición a los palestinos, el asesor político principal de Obama, David Axelrod, sin duda con autorización de su jefe, dijo a NBC News que la conducta de Israel no sólo era un “insulto” a los Estados Unidos sino que “destruía” el proceso de paz en Oriente Medio.

Hillary Clinton hizo saber que le había leído la cartilla a Netanyahu por teléfono durante 43 minutos. Su portavoz afirmó que había descrito las proyectadas viviendas en Jerusalén Oriental como el envío de una “señal profundamente negativa de la valoración que Israel concede a las relaciones bilaterales y que eso iba en contra del espíritu del viaje del vicepresidente” y que “esa acción había socavado la confianza en el proceso de paz y en los intereses estadounidenses”. Mientras tanto, el enviado especial del Presidente, George Mitchell, cancelaba su gira por la región.

Bien, sí, podemos llamarlo crisis, pero no va a ser una crisis muy prolongada. Obama no es el primer presidente que pierde la paciencia con Israel por estropear los planes más amplios del Tío Sam. Y la Sra. Clinton no es la primera Secretaria de Estado que se pone a gritarle airadamente a Tel Aviv por teléfono.

Blankfort, historiador del Lobby, nos desgrana otras crisis, todas ellas resueltas satisfactoriamente a favor de Israel. En 1975, el Presidente Gerald Ford y su Secretario de Estado Henry Kissinger culparon públicamente a Israel por la ruptura de negociaciones con Egipto sobre la retirada del Sinaí. Ford dijo que iba a decirle al pueblo estadounidense que había que reconsiderar las relaciones entre EE.UU. e Israel. Empujados por el AIPAC [1], 76 senadores estadounidenses firmaron una carta dirigida a Ford en la que le decían que dejara en paz a Israel. Y eso fue lo que hizo.

En marzo de 1980 se obligó al Presidente Carter a presentar excusas después de que el representante estadounidense ante la ONU, Donald McHenry, votara a favor de una resolución que condenaba la política de asentamientos de Israel en los territorios ocupados, incluido Jerusalén Oriental, y pedía a Israel que los desmantelara.

En junio del mismo año, después de que Carter pidiera que se detuvieran los asentamientos judíos y su Secretario de Estado, Edmund Muskie, llamara obstáculo para la paz a los asentamientos judíos, el Primer Ministro Menachem Begin anunció planes para construir otros diez asentamientos más.

En agosto de 1982, el día después de que Reagan solicitara que Ariel Sharon pusiera fin al bombardeo de Beirut, Sharon le respondió ordenando bombardear toda la ciudad, precisamente a las 14,42 y a las 15,38 horas de la tarde, coincidiendo con la votación en las Naciones Unidas de las dos resoluciones que pedían que Israel se retirara de los territorios ocupados.

En marzo de 1991, el Secretario de Estado James Baker se quejó ante el Congreso de que “Cada vez que he ido a Israel en relación con el proceso de paz… me he encontrado con algún anuncio de un nuevo asentamiento… Eso debilita nuestras posibilidades en relación con un proceso de paz y nos pone en grandes aprietos”. En 1990 estaba tan indignado con la intransigencia de Israel sobre los asentamientos que cogió y ofreció públicamente el número de teléfono de la centralita de la Casa Blanca y les dijo a los israelíes: “Cuando quieran hablar en serio de paz, llámennos”.

El 12 de septiembre de 1991 el Presidente George Bush padre estaba tan furioso con el éxito del AIPAC a la hora de conseguir los votos necesarios en ambas cámaras del Congreso para que anularan su veto ante la petición de Israel de 10.000 millones de dólares en garantías crediticias, que declaró ante las cámaras de televisión: “Estoy en contra de algunas fuerzas poderosas. Han conseguido que unos mil miembros del lobby trabajen en el Capitolio a favor de la otra parte. Y nosotros tan sólo hemos conseguido un único tipo solitario”. Una encuesta llevada a cabo inmediatamente después de estos hechos le dio al presidente un 85% de aprobación. El Lobby parpadeó pero no por mucho rato. No sólo consiguió al final las garantías crediticias sino que los votantes judíos se decantaron firmemente contra Bush en las elecciones de 1992, un hecho que Bush hijo no olvidó nunca.

Como Blankfort recuerda también, en enero de 2009 el ex Primer Ministro israelí Ehud Olmert se jactó en público de haber “avergonzado” a la Secretaria de Estado Condoleezza Rice al conseguir que el Presidente Bush le impidiera en el último momento votar a favor de una resolución de alto el fuego por la que había estado trabajando durante varios días con diplomáticos árabes y europeos en las Naciones Unidas.

Olmert alardeó ante una audiencia israelí de haber sacado a Bush del escenario durante un discurso para atender su llamada cuando se enteró de la votación pendiente y exigió que el Presidente se pusiera al teléfono.

“No tengo problema alguno con lo que hizo Olmert”, dijo a Forward Abraham Forman, director nacional de la Liga Antidifamación. “Creo que el error fue hablar de eso en público”.

En suma, como Stephen Green escribió hace un cuarto de siglo en Taking Sides: America’s Secret Relations with Militant Israel (Morrow, 1984): “Desde 1953, Israel, y los amigos de Israel en EE.UU., han determinado las líneas generales de la política estadounidense en la región, permitiéndose que los presidentes estadounidenses pongan en práctica esa política con diversos grados de entusiasmo y que se ocuparan de las cuestiones tácticas”.

Hay fuerzas poderosas en EE.UU. que desean que eso no sea así, empezando por el ejército. Antes del viaje de Biden, nada menos que un importante y muy admirado comandante, como el General David Petraeus, escribió un memorando a la Junta de Jefes de Estado Mayor, redoblando sus sentimientos en un testimonio del pasado martes ante un Comité de Servicios Armados del Senado estadounidense.

En su preparada declaración al Congreso, Petraeus describió el conflicto árabe–israelí como el primer “desafío transversal a la seguridad y estabilidad” en el área de responsabilidad del CENTCOM [AOR, por sus siglas en inglés]. “Las prolongadas hostilidades entre Israel y algunos de sus vecinos presentan diversos desafíos a nuestra capacidad para hacer avanzar nuestros intereses en el AOR”.

Petraeus dijo entonces en el comité del Senado: “El conflicto fomenta los sentimientos antiestadounidenses debido a la percepción del favoritismo estadounidense por Israel. La indignación árabe por la cuestión palestina limita la fortaleza y profundidad de los socios de EEUU con los gobiernos y pueblos en el AOR y debilita la legitimidad de regímenes moderados del mundo árabe”. No hace mucho, Mike Mullen, presidente de la Junta de Jefes, advirtió públicamente a los israelíes que un ataque contra Irán sería “un problema grande, grande, grande para nosotros”.

En Israel, el muy leído Yediot Ahronoth informó que Biden, en privado, se había hecho eco de los sentimientos de Petraeus, diciéndole a Netanyhau que la conducta de Israel “estaba empezando a ser peligrosa para nosotros”. “Lo que estáis haciendo aquí”, parece ser que dijo Biden, “socava la seguridad de las tropas que tenemos luchando en Iraq, Afganistán y Pakistán. Nos pone en peligro a nosotros y pone en peligro la paz regional”.

¿No resultaría devastador para Israel que un político decidido y capaz le acusara de estar poniendo en peligro las vidas de los estadounidenses que combaten contra el terror en las líneas del frente? Sí, lo sería. Si se hicieran encuestas honestas, sin palabras engañosas, probablemente el político que hiciera tal acusación conseguiría porcentajes de aprobación tan altos, o más, que los de Bush padre en 1991.

Así pues, ¿sería capaz el General Petraeus, asumiendo que se embarque en la carrera política en 2012 o 2016, de dar ese paso?

En primer lugar, uno puede lanzar la hipótesis de que después de su memorando y testimonio no pasará mucho tiempo antes de que estemos leyendo alguna historia de investigaciones sobre “cuestionables demandas”, asociadas con las numerosas medallas del General Petraeus, quizá incluso se hagan revelaciones sobre un estilo de prudencia a lo Flashman en el campo de batalla.

En segundo lugar, cualquier candidato republicano tiene que cortejar a los ultracristianos republicanos, mostrarse apasionado en la defensa de Israel, en virtud de la programación doctrinal del Éxtasis final. En tercer lugar, ¿por qué ahuyentar todo el dinero judío que va a parar al Partido Demócrata?

Como Blankfort observa, poco antes de la primera vez que el Presidente Obama se reunió con el Primer Ministro de Israel, 76 senadores estadounidenses, dirigidos por Christopher Dodd y Evan Bayh, más 330 miembros del Congreso, enviaron al Presidente cartas redactadas por el AIPAC en las que le pedían que no presionara al Primer Ministro. El Congreso, no lo olviden, alentó la carnicería israelí en Gaza y, por 334 votos frente a 36, condenó el Informe Goldstone.

El Partido Demócrata depende en muy gran medida de los financieros políticos judíos más importantes, más del 60% de los contribuyentes de alto nivel, según Blankfort. El AIPAC celebrará pronto su convención (en la cual Tony Blair será una atracción menor). Allí irán todos los políticos importantes a adular y rendir tributo. El 3 de junio de 2008, Obama, justo después de haberse finalmente impuesto en la carrera por la nominación contra Hillary Clinton, se dirigió al auditorio del AIPAC, una multitud de unas 7.000 personas, de la forma siguiente: “También utilizaremos todos los elementos del potencial estadounidense para presionar a Irán”, aseguró al AIPAC. “Haré cuanto esté en mi poder para impedir que Irán consiga un arma nuclear. Todo lo que esté en mi poder. Y con todo, quiero decir todo”. Juró que nunca hablaría con Hamás, los representantes elegidos por el pueblo palestino. Ante el atronador aplauso, declaró: “Jerusalén seguirá siendo la capital de Israel, y debe permanecer indivisa”. Al día siguiente, los asesores de política exterior de Obama, aterrados por su arrebato, hicieron algunas correcciones.

Uri Avnery, el veterano escritor y activista por la paz israelí, protestó furiosamente a raíz de esa última frase: “Y ahora llega Obama y recupera del desguace el caduco eslogan ‘Jesusalén indivisa, la capital de Israel para toda la Eternidad’. Desde Camp David, todos los gobiernos israelíes han comprendido que ese mantra constituye un obstáculo insuperable para cualquier proceso de paz… El miedo al AIPAC es tan terrible que incluso este candidato, que promete cambios en todas las cuestiones, no se atreve a nada. En este asunto, acepta la peor de las rutinas al viejo estilo de Washington. Está preparado para sacrificar los intereses estadounidenses más básicos. Después de todo, EE.UU. tiene un interés vital en conseguir una paz israelo–palestina que le permita encontrar un camino hasta los corazones de las masas árabes desde Iraq hasta Maruecos. Obama ha dañado su imagen en el mundo musulmán y ha hipotecado su futuro, si es que sale elegido presidente… Si se pega a ellos, una vez elegido, se verá obligado a decir, en lo que se refiere a la paz entre los dos pueblos de este país: ‘¡No, no puedo!’.”

Por eso, sí, la crisis se superará pronto y no, no hay una nueva era en perspectiva en las relaciones entre Estados Unidos e Israel.


(*) Editor de CounterPunch.

N. de la T.:

[1] AIPAC: The American Israel Public Affairs Committee. Principal lobby pro israelí de EE UU.