No hay una descripción de la
política que se pueda hacer con más rigor a la Autoridad Nacional Palestina
(ANP) de Ramala que la de entrega total, la entrega a la voluntad de Israel,
la renuncia a la ilusión de un proceso de negociación, la renuncia a las
fronteras o a la ilusión de ellas, la entrega a la presión internacional. No
hay un rayo de luz en el equilibrio de poder, ni en la tensión entre
Washington y Tel Aviv, ni en la exposición continua de la política de Israel
ante la opinión pública occidental, ni en el movimiento de los pueblos árabes
y palestino. La Autoridad Palestina dispara sobre sus pies.
El deseo de vuelta a la vida
entre palestinos y árabes a través de las negociaciones aumentó incluso
antes de que Obama ganase las elecciones presidenciales. El camino de Anápolis
había sufrido una muerte clínica en los últimos meses de la Administración
Bush, cuando quedó de manifiesto que no iba cambiar la posición del gobierno
de Olmert y que no había ninguna esperanza de hacer ningún progreso
significativo en las negociaciones. El problema es que el gobierno de la AP,
representada por el presidente Abbas y el primer ministro Salam Fallad, su
sombra, habían establecido su opción de negociar dejando de lado cualquier
otra, independientemente de las consideraciones políticas o estratégicas. Así,
habían convertido la victoria de Obama en la esperanza de Abbas, su primer
ministro y sus patrocinadores árabes.
Aparentemente, lo dicho por
Obama, en secreto y en público, era diferente a lo habitual o, al menos,
diferente de lo de Bush. No había nada [en su discurso] que sugiriese el
reconocimiento de los derechos palestinos, pero lo que hubo fue suficiente
para dar la impresión de que el candidato demócrata iba en serio a la hora
de impulsar las negociaciones, poner fin a la política de colonización y a
las olas guerreras y de violencia e inestabilidad en Oriente Medio que habían
terminado en un desastre para EEUU, por un lado, y para el mundo, por otro.
Preparándose para ello, [Obama]
tomó los mandos del operativo de seguridad en la Ribera Occidental [Cisjordania]
para controlar a todos los sospechosos de apoyar a la resistencia y El Cairo
puso todo su peso detrás del proyecto de reconciliación palestino. La
Administración Obama lanzó una importante campaña de relaciones públicas,
destinada originalmente a EEUU y a la opinión pública árabe y musulmán,
representada en la carta de Ankara y el discurso en la Universidad de El
Cairo. En paralelo a esta campaña de relaciones públicas encargó a uno de
los más veteranos políticos, George Mitchell, el compromiso de reactivar las
conversaciones de paz árabe–israelíes y la vía palestina en particular.
Mitchell no sólo tuvo un gran éxito en poner fin al conflicto en Irlanda del
Norte, sino también tuvo un significativo papel en algunos acuerdos con los
palestinos en medio de la segunda intifada durante el primer mandato de Bush.
La Administración Obama, y no el gobierno de Abbas, decidió aplazar la
exigencia de condiciones para iniciar las negociaciones. Es evidente que
Mitchell –que había observado la gravedad de la continuación de la expansión
de los asentamientos judíos para [la declaración del] Estado palestino–
representaba los esfuerzos de paz de la administración anterior y ha desempeñado
un papel clave en la nueva cuestión de que los asentamientos con el corazón
del proceso de paz.
Sin embargo, ni Obama, ni la
AP ni los países árabes han podido imponer ni una solución, ni siquiera un
pausa, [en este tema de los asentamientos] al gobierno israelí encabezado por
Netanyahu, en alianza con los deseos de Lieberman. Y el principal perjudicado
aquí es la Administración de Obama. Su primer año ha estado centrado en
tratar de aprobar su plan para reformar el sistema de salud de los EEUU, que
era su primera y más importante promesa de su programa electoral. Obama sabe
que sin una solución en este ámbito estaba condenado al fracaso, incluso
antes de las elecciones presidenciales. Y sin un fortalecimiento de su situación
interna, ningún presidente estadounidense, no importa cuán hábil sea, puede
llevar iniciativas de peso en política exterior.
Pero incluso en el plano de
las prioridades de política exterior, como la guerra en Afganistán y el
expediente nuclear iraní, el ritmo de la Administración Obama se enfrenta a
numerosos obstáculos, que no estaban en las cuentas del presidente y sus
asesores. En Afganistán, Obama ha aceptado el fraude electoral y la
supervivencia de Karzai en el cargo [de presidente] sin estar convencido de la
utilidad de su presencia [en la presidencia], mientras que los talibanes
fueron lanzando una tras otra ofensivas que oponían en riesgo [a Karzai] y
obligó a aumentar las fuerzas de EEUU de forma notoria, sin saber exactamente
cuál va a ser el resultado de esta medida. En cuanto a la cuestión nuclear
iraní, la Administración Obama ha mantenido la confusión sobre la adopción
de un ataque militar, y soportar consecuencias no deseadas e impredecibles, o
simplemente imponer nuevas sanciones, que no están claras dada la renuencia
de China y de la Federación Rusa, así como su eficacia a largo plazo.
Como otros en el mundo,
Netanyahu leyó las dificultades que afronta Obama, interna y externamente. A
pesar de la aprobación del estado hebreo, su existencia y superioridad y la
relación estratégica con EEUU, Netanyahu no tiene ninguna motivación para
responder a las demandas de EEUU. El gobierno de Netanyahu ha hecho pública
su decisión de declarar que la mezquita de Abraham forma parte del patrimonio
judío, sin respuesta en el mundo islámico a excepción de una declaración
de protesta del primer ministro de Turquía. Luego vino la apertura de una
sinagoga junto a la mezquita de Al–Aqsa y la decisión de planificar la
construcción de otra en el barrio. Y luego el anuncio de medidas para
construir miles de viviendas en la zona de Jerusalén, sobre la base de que
Netanyahu se había comprometido a avanzar en la suspensión de los
asentamientos en la Ribera Occidental pero no en el Gran Jerusalén. Esta
serie de decisiones llevó a una explosión de manifestaciones provocativas de
Israel en la ciudad de Jerusalén y la escalada de la ira popular palestina en
Palestina y el extranjero, como El Cairo, Estambul y Yakarta.
Netanyahu tuvo falta de visión
por un lado y miedo al colapso de su gobierno de coalición, por otro. El
enfrentamiento con el gobierno de Obama, en lugar de tratar de reconducirlo,
se agudizó anunciando la construcción de un nuevo edificio en Jerusalén
durante la llegada del vicepresidente al estado judío en un esfuerzo por
poner en marcha nuevas negociaciones entre palestinos e israelíes. En este
caso, parecía como si el gobierno de Netanyahu no sólo insultase a la
administración de EEUU sino que reformulase la relación con Washington, como
si el estado judío fuese quien domina y EEUU sólo fuese un suplemento en
Oriente Medio. Esta política, que en el pasado dio a una reacción
extremadamente violenta de James Baker, ministro de Relaciones Exteriores de
Bush padre, mientras preparaba las conversaciones para la Conferencia de
Madrid, fue similar a la de Bill Clinton con el propio Netanyahu en las
conversaciones de Wye River y es necesario que genere una respuesta apropiada
por parte de la Administración Obama. Aunque él mismo [Obama] no pueda
entrar en el debate, la respuesta fue de Hillary Clinton, próxima a Israel, y
el general Petraeus, comandante del Comando Central USA y responsable de la
estrategia militar de EEUu en el Oriente Medio.
En un momento en que la AP
encontró una serie de acontecimientos positivos, actuó de forma dogmática e
injustificada, política y moralmente, acentuando la política represiva hacia
su propio pueblo. Durante los dos últimos años, tuvo la suerte de que la
simpatía hacia se el Estado judío se redujo de una manera significativa, y
sin precedentes, en la opinión pública occidental, hasta el hecho de perder
casi totalmente su alianza con Turquía. La crisis en la relación EEUU–Israel
y la necesidad de que los países árabes e islámicos comprendan la política
de EEUU en Afganistán e Irán, junto al hecho de que la calle palestina parecía
dispuesta a luchar en otra batalla contra las políticas del gobierno de
Netanyahu lo ponían fácil. La puesta en marcha de las manifestaciones en
Jerusalén, Hebrón, Naplusa y otras [ciudades] podía haber sido vista por la
AP como el estallido de una nueva sublevación o, al menos, como un agente de
presión sobre el gobierno de Netanyahu para mejorar la posición en las
negociaciones. O, simplemente, como un argumento para reforzar la posición de
la Administración de Obama.
Pero Abbas Y Fayyad sólo están
comprometidos con la política de represión y sólo parecen estar dispuestos
a reconsiderar el tema al final del proceso. Pero si no se puede utilizar esta
herramienta en los primeros años de Obama para avanzar en las negociaciones
¿cuándo se puede?
La tensión entre EEUU e
Israel es real y grave, pero no va a desalentar la decisión israelí de
construir en Jerusalén. Detener la política de una imposición abrumadora de
mayoría judía, la del Likud, pero también apoyada por todos los partidos
[en Jerusalén] frente a la presencia árabe e islámica no se va a lograr tan
fácil sin presión. Netanyahu tendrá que pedir disculpas a Obama por la
provocación y humillación al vicepresidente Biden, pero no retrocederá en
la ampliación de los asentamientos en Jerusalén. La Administración Obama,
incluso antes de la reciente crisis, había reducido las expectativas de lo
que puede lograrse por la vía de las negociaciones.
Es probable que el logro de
la paz en Oriente Medio ya no ocupe una posición primordial en la jerarquía
de prioridades –por debajo de América Latina– excepto en la medida
prevista de la aparición de EEUU para garantizar la continuación de las
negociaciones para dar cobertura a la política en Afganistán y el expediente
nuclear iraní.
(*)
Bashir Musa Nafi es escritor e investigador en historia moderna.