Palestina

La entrega absoluta de la “Autoridad” Palestina

Por Bashir Musa Nafi (*)
Al Quds al–Arabi / CEPRID, 12/04/10
Traducido del árabe por Cristina Portales

No hay una descripción de la política que se pueda hacer con más rigor a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de Ramala que la de entrega total, la entrega a la voluntad de Israel, la renuncia a la ilusión de un proceso de negociación, la renuncia a las fronteras o a la ilusión de ellas, la entrega a la presión internacional. No hay un rayo de luz en el equilibrio de poder, ni en la tensión entre Washington y Tel Aviv, ni en la exposición continua de la política de Israel ante la opinión pública occidental, ni en el movimiento de los pueblos árabes y palestino. La Autoridad Palestina dispara sobre sus pies.

El deseo de vuelta a la vida entre palestinos y árabes a través de las negociaciones aumentó incluso antes de que Obama ganase las elecciones presidenciales. El camino de Anápolis había sufrido una muerte clínica en los últimos meses de la Administración Bush, cuando quedó de manifiesto que no iba cambiar la posición del gobierno de Olmert y que no había ninguna esperanza de hacer ningún progreso significativo en las negociaciones. El problema es que el gobierno de la AP, representada por el presidente Abbas y el primer ministro Salam Fallad, su sombra, habían establecido su opción de negociar dejando de lado cualquier otra, independientemente de las consideraciones políticas o estratégicas. Así, habían convertido la victoria de Obama en la esperanza de Abbas, su primer ministro y sus patrocinadores árabes.

Aparentemente, lo dicho por Obama, en secreto y en público, era diferente a lo habitual o, al menos, diferente de lo de Bush. No había nada [en su discurso] que sugiriese el reconocimiento de los derechos palestinos, pero lo que hubo fue suficiente para dar la impresión de que el candidato demócrata iba en serio a la hora de impulsar las negociaciones, poner fin a la política de colonización y a las olas guerreras y de violencia e inestabilidad en Oriente Medio que habían terminado en un desastre para EEUU, por un lado, y para el mundo, por otro.

Preparándose para ello, [Obama] tomó los mandos del operativo de seguridad en la Ribera Occidental [Cisjordania] para controlar a todos los sospechosos de apoyar a la resistencia y El Cairo puso todo su peso detrás del proyecto de reconciliación palestino. La Administración Obama lanzó una importante campaña de relaciones públicas, destinada originalmente a EEUU y a la opinión pública árabe y musulmán, representada en la carta de Ankara y el discurso en la Universidad de El Cairo. En paralelo a esta campaña de relaciones públicas encargó a uno de los más veteranos políticos, George Mitchell, el compromiso de reactivar las conversaciones de paz árabe–israelíes y la vía palestina en particular. Mitchell no sólo tuvo un gran éxito en poner fin al conflicto en Irlanda del Norte, sino también tuvo un significativo papel en algunos acuerdos con los palestinos en medio de la segunda intifada durante el primer mandato de Bush. La Administración Obama, y no el gobierno de Abbas, decidió aplazar la exigencia de condiciones para iniciar las negociaciones. Es evidente que Mitchell –que había observado la gravedad de la continuación de la expansión de los asentamientos judíos para [la declaración del] Estado palestino– representaba los esfuerzos de paz de la administración anterior y ha desempeñado un papel clave en la nueva cuestión de que los asentamientos con el corazón del proceso de paz.

Sin embargo, ni Obama, ni la AP ni los países árabes han podido imponer ni una solución, ni siquiera un pausa, [en este tema de los asentamientos] al gobierno israelí encabezado por Netanyahu, en alianza con los deseos de Lieberman. Y el principal perjudicado aquí es la Administración de Obama. Su primer año ha estado centrado en tratar de aprobar su plan para reformar el sistema de salud de los EEUU, que era su primera y más importante promesa de su programa electoral. Obama sabe que sin una solución en este ámbito estaba condenado al fracaso, incluso antes de las elecciones presidenciales. Y sin un fortalecimiento de su situación interna, ningún presidente estadounidense, no importa cuán hábil sea, puede llevar iniciativas de peso en política exterior.

Pero incluso en el plano de las prioridades de política exterior, como la guerra en Afganistán y el expediente nuclear iraní, el ritmo de la Administración Obama se enfrenta a numerosos obstáculos, que no estaban en las cuentas del presidente y sus asesores. En Afganistán, Obama ha aceptado el fraude electoral y la supervivencia de Karzai en el cargo [de presidente] sin estar convencido de la utilidad de su presencia [en la presidencia], mientras que los talibanes fueron lanzando una tras otra ofensivas que oponían en riesgo [a Karzai] y obligó a aumentar las fuerzas de EEUU de forma notoria, sin saber exactamente cuál va a ser el resultado de esta medida. En cuanto a la cuestión nuclear iraní, la Administración Obama ha mantenido la confusión sobre la adopción de un ataque militar, y soportar consecuencias no deseadas e impredecibles, o simplemente imponer nuevas sanciones, que no están claras dada la renuencia de China y de la Federación Rusa, así como su eficacia a largo plazo.

Como otros en el mundo, Netanyahu leyó las dificultades que afronta Obama, interna y externamente. A pesar de la aprobación del estado hebreo, su existencia y superioridad y la relación estratégica con EEUU, Netanyahu no tiene ninguna motivación para responder a las demandas de EEUU. El gobierno de Netanyahu ha hecho pública su decisión de declarar que la mezquita de Abraham forma parte del patrimonio judío, sin respuesta en el mundo islámico a excepción de una declaración de protesta del primer ministro de Turquía. Luego vino la apertura de una sinagoga junto a la mezquita de Al–Aqsa y la decisión de planificar la construcción de otra en el barrio. Y luego el anuncio de medidas para construir miles de viviendas en la zona de Jerusalén, sobre la base de que Netanyahu se había comprometido a avanzar en la suspensión de los asentamientos en la Ribera Occidental pero no en el Gran Jerusalén. Esta serie de decisiones llevó a una explosión de manifestaciones provocativas de Israel en la ciudad de Jerusalén y la escalada de la ira popular palestina en Palestina y el extranjero, como El Cairo, Estambul y Yakarta.

Netanyahu tuvo falta de visión por un lado y miedo al colapso de su gobierno de coalición, por otro. El enfrentamiento con el gobierno de Obama, en lugar de tratar de reconducirlo, se agudizó anunciando la construcción de un nuevo edificio en Jerusalén durante la llegada del vicepresidente al estado judío en un esfuerzo por poner en marcha nuevas negociaciones entre palestinos e israelíes. En este caso, parecía como si el gobierno de Netanyahu no sólo insultase a la administración de EEUU sino que reformulase la relación con Washington, como si el estado judío fuese quien domina y EEUU sólo fuese un suplemento en Oriente Medio. Esta política, que en el pasado dio a una reacción extremadamente violenta de James Baker, ministro de Relaciones Exteriores de Bush padre, mientras preparaba las conversaciones para la Conferencia de Madrid, fue similar a la de Bill Clinton con el propio Netanyahu en las conversaciones de Wye River y es necesario que genere una respuesta apropiada por parte de la Administración Obama. Aunque él mismo [Obama] no pueda entrar en el debate, la respuesta fue de Hillary Clinton, próxima a Israel, y el general Petraeus, comandante del Comando Central USA y responsable de la estrategia militar de EEUu en el Oriente Medio.

En un momento en que la AP encontró una serie de acontecimientos positivos, actuó de forma dogmática e injustificada, política y moralmente, acentuando la política represiva hacia su propio pueblo. Durante los dos últimos años, tuvo la suerte de que la simpatía hacia se el Estado judío se redujo de una manera significativa, y sin precedentes, en la opinión pública occidental, hasta el hecho de perder casi totalmente su alianza con Turquía. La crisis en la relación EEUU–Israel y la necesidad de que los países árabes e islámicos comprendan la política de EEUU en Afganistán e Irán, junto al hecho de que la calle palestina parecía dispuesta a luchar en otra batalla contra las políticas del gobierno de Netanyahu lo ponían fácil. La puesta en marcha de las manifestaciones en Jerusalén, Hebrón, Naplusa y otras [ciudades] podía haber sido vista por la AP como el estallido de una nueva sublevación o, al menos, como un agente de presión sobre el gobierno de Netanyahu para mejorar la posición en las negociaciones. O, simplemente, como un argumento para reforzar la posición de la Administración de Obama.

Pero Abbas Y Fayyad sólo están comprometidos con la política de represión y sólo parecen estar dispuestos a reconsiderar el tema al final del proceso. Pero si no se puede utilizar esta herramienta en los primeros años de Obama para avanzar en las negociaciones ¿cuándo se puede?

La tensión entre EEUU e Israel es real y grave, pero no va a desalentar la decisión israelí de construir en Jerusalén. Detener la política de una imposición abrumadora de mayoría judía, la del Likud, pero también apoyada por todos los partidos [en Jerusalén] frente a la presencia árabe e islámica no se va a lograr tan fácil sin presión. Netanyahu tendrá que pedir disculpas a Obama por la provocación y humillación al vicepresidente Biden, pero no retrocederá en la ampliación de los asentamientos en Jerusalén. La Administración Obama, incluso antes de la reciente crisis, había reducido las expectativas de lo que puede lograrse por la vía de las negociaciones.

Es probable que el logro de la paz en Oriente Medio ya no ocupe una posición primordial en la jerarquía de prioridades –por debajo de América Latina– excepto en la medida prevista de la aparición de EEUU para garantizar la continuación de las negociaciones para dar cobertura a la política en Afganistán y el expediente nuclear iraní.


(*) Bashir Musa Nafi es escritor e investigador en historia moderna.