Una reunión celebrada ayer
entre el primer ministro palestino Salam Fayyad y el vicecanciller israelí
Danny Ayalon terminó abruptamente. La disputa surgió cuando el viceministro
de Relaciones Exteriores israelí exigió que en el resumen de la reunión se
hiciera referencia a la noción de "dos Estados para dos pueblos",
en lugar de solamente "dos Estados".
"Quería que [en el acta
de la reunión] figurara como mínimo [la expresión] ‘dos Estados para dos
pueblos’. Quise saber qué es lo que pretendían. ¿Un Estado palestino y un
Estado binacional, u otro Estado palestino?", explicó a Ynet el
viceministro israelí. “Les dejé claro que quedaríamos fuera de la foto si
en el resumen no figuraba [la frase] ‘dos Estados para dos pueblos’".
El primer ministro palestino
no pudo aceptar la exigencia israelí por muchas razones: Israel está situado
en la Palestina histórica. Nació mediante el robo y la limpieza étnica.
Sigue estando ahí mediante el robo. Al menos una quinta parte de los
habitantes de Israel son palestinos. Y por si eso fuera poco, ningún
negociador palestino permitirá jamás que se ignore la cuestión de los
refugiados, y con motivo: el derecho al retorno sigue siendo el meollo de la
causa palestina.
Curiosamente, en el contexto
de la solución de los dos Estados, un Estado palestino sería definido geográficamente:
sería un Estado de ciudadanos y sería también una amalgama civilizada de
diferentes etnias y religiones. Israel, por el contrario, sería una creación
orientada racialmente: sería un Estado judío en el que los judíos ocuparían
la cúspide. Me pregunto qué razón podría tener nadie en la comunidad
internacional para apoyar esa solución o un Estado semejante. Sin embargo, no
me sorprendió leer en Ynet que Tony Blair, que participó en la primera parte
de la reunión de ayer, "apoyó la postura israelí". Supongo que
tras arrastrarnos a todos a una guerra religiosa sin fin, Blair ha
desarrollado una afinidad con los argumentos judeocéntricos y con la forma de
pensar sionista. Al fin y al cabo, no olvidemos que fueron el sionista señor
Levy y los Amigos Laboristas de Israel (Labour Friends of Israel) los que
financiaron su partido cuando inició la guerra contra Irak.
Tampoco debe sorprendernos
que las rondas de conversaciones en curso no lleven a ninguna parte. De hecho,
dado que el sionismo no incluye preceptos políticos pacíficos, el conflicto
entre Israel y Palestina no puede ser resuelto mediante las actuales
conversaciones de paz ni mediante ningún tipo de resolución dominada por la
visión sionista del mundo. El Estado judío se ve a sí mismo como el
renacimiento de la nación israelita bíblica, lo cual significa en la práctica
un desastroso conflicto sin fin. Este conflicto es probablemente la mayor
amenaza para la paz mundial, pero sin duda es trágico también para los
israelíes que están naciendo en una realidad condenada, determinada por una
historia bíblica fantástica.
En la reunión, Ayalon dijo
que "Israel seguirá apoyando la economía palestina, incluso sin su
consentimiento”, pero también señaló que "han de tenerse en cuenta
también las necesidades de seguridad de Israel". En lugar de guiarse por
un sincero deseo de paz y por un espíritu de reconciliación, los
responsables de la política israelí han abrazado la filosofía del palo y la
zanahoria: ofrecen una combinación de "premios" y
"castigos" para inducir a los palestinos a “comportarse
servilmente". A los palestinos les están ofreciendo constantemente
migajas, mientras que el ejército israelí permanece listo para desatar en
cualquier momento su poder mortal. Básicamente, lo que los israelíes están
haciendo es comprar tiempo. Sin embargo, al hacerlo, es obvio que están
sacrificando su futuro. No es ningún secreto que todo lo que los palestinos
necesitan para ganar es eso: tiempo.
La "solución de los dos
Estados" es una idea vana y ya va siendo hora de que la comunidad
internacional deje de malgastar energías tratando de lograr esa solución.
Los hechos sobre el terreno son claros, como Daniel McGowan expresó
claramente hace unos meses:
"Lo que realmente existe
dentro de las fronteras controladas actualmente por Israel (que comprenden el
Israel anterior al 67, Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán) es un único
Estado. Cuenta con una única red eléctrica, un único sistema de agua, una
moneda única, un sistema principal de carreteras, un servicio postal y una
frontera exterior. Los bienes y las personas que entran en ese Estado de facto
lo hacen a través de puertos, aeropuertos y un número limitado de entradas.
Los certificados de embarque y los pasaportes son controlados y sellados por
los funcionarios de este Estado único".
De momento, ese Estado único
recibe el nombre de Israel. Se trata de un Estado dominado ideológicamente
por el racismo judío y alimentado prácticamente por el supremacismo talmúdico.
Sin embargo, eso cambiará. Contra todo pronóstico, a pesar del poder nuclear
israelí, de los grupos de presión judíos de todo el mundo, de los aviones
F–35 Stealth y del entusiasmo del Viceministro de Relaciones Exteriores
israelí, Israel se convertirá en un Estado de ciudadanos, y cuando eso
ocurra su nombre será Palestina.
(*)
Gilad Atzmon es músico, escritor y activista ex judío, nacido en Israel y
autoexiliado en Gran Bretaña, desde donde defiende la causa de la liberación
del pueblo palestino. Su sitio web es http://www.gilad.co.uk/.
La farsa
diplomática
“Relanzamiento del proceso
de paz”, “recuperación de las conversaciones directas”, “vuelta a la
mesa de negociaciones”… Palabras familiares que han vuelto a los medios.
El 2 de septiembre, el presidente palestino Mahmud Abbas y el Primer ministro
israelí Benyamin Netanyahu se han reunido en Washington, bajo la batuta de
Hilary Clinton. Esta reunión ha sido presentada como la primera de un nuevo
“ciclo de negociaciones”, que supuestamente pondrá las bases de un
“acuerdo–marco”, que permita llegar a un “arreglo definitivo” del
conflicto que opone a Israel con los palestinos. Nada menos. ¿Quíén puede
razonablemente pensar que esta nueva farsa diplomática pueda llegar a buen
puerto?
Hace ya 20 años que el
discurso sobre el “proceso de paz” se puso en marcha. En aquel momento,
unas negociaciones secretas iban a terminar en los acuerdos llamados de Oslo y
en el apretón de manos, en septiembre de 1993, entre Ytzahk Rabin y Yasser
Arafat en el jardín de la Casa Blanca. Una nueva era iba a abrirse, decían.
Pero esos acuerdos no mejoraron en ningún caso las condiciones de vida de los
palestinos y, al contrario, permitieron a Israel reforzar su dominio sobre los
territorios ocupados a la vez que transformaba al núcleo dirigente del
movimiento nacional palestino en un subtratante de la ocupación. Ninguna
cuestión crucial fue arreglada, y en septiembre de 2000 la población
palestina se levantó de nuevo para hacer oír sus reivindicaciones.
Diez y siete años más
tarde, es surrealista considerar que las reuniones Abbas–Netanyahu puedan
“desbloquear” la situación. El número de colonos se ha más que
triplicado. Un muro de más de 700 km ha reducido los “territorios
palestinos” a enclaves cercados por las tropas israelíes. El gobierno
israelí actual es el más a la derecha de la historia del país y Netanyahu
ha anunciado ya que no hará ninguna concesión ni sobre Jerusalén, ni sobre
los refugiados, y que Israel se quedará con el control sobre el valle del
Jordán.
Mahmud Abbas, cuyo mandato se
acabó hace ahora diez y ocho meses, no es en ningún caso representativo de
la población palestina y de sus aspiraciones. La firma de un documento con
Netanyahu constituiría su enésimo, y probablemente último, acto de traición.
En cuanto a los Estados Unidos, es sencillamente indecente considerar que
puedan ser un árbitro entre las dos partes. Juegan más bien el papel de
seleccionador, cuando no de capitán, de uno de los dos equipos.
Si añadimos que Hamas,
primera fuerza política palestina en las últimas elecciones, está excluido
de las discusiones, se comprenderá que las gesticulaciones diplomáticas no
son sino una cortina de humo para permitir al estado de Israel proseguir su
política de hechos consumados e imponer, a medio plazo, un “arreglo” que
le favorezca solo a él, negando los derechos de los palestinos.
Nuestras miradas deben por
tanto volverse hacia quienes continúan movilizándose en los territorios
palestinos y llaman a las poblaciones del mundo entero a movilizarse para
aislar al estado de apartheid a través de la campaña BDS (Boicot,
Desinversiones, Sanciones).