Veintiseis prisioneros
palestinos incluidos en el ‘acuerdo Shalit’ ya estaban en prisión antes
de que Gilad Shalit hubiera nacido. Diez de los liberados han pasado en la cárcel
más tiempo que Nelson Mandela en la isla de Robben aunque ninguno de ellos es
conocido para el público no arabo parlante. Por el contrario, Gilad Shalit,
cinco años en cautiverio, es un nombre familiar en muchos países
occidentales: ciudadano honorífico en tres países, dispone de entrada en
Wikipedia traducida a veintitrés idiomas.
Mural
con fotos de los miles de prisioneros palestinos que el Estado
colonial-racista de Israel tiene en su cárceles
Si el intercambio de presos
anunciado el 11 de octubre de 2011 entre Hamas y el gobierno israelí se
aplica en su totalidad sin mayores incidentes, no hay duda de quién “ha
ganado” esta guerra de voluntades de cinco años: el acuerdo constituye una
gran victoria para Hamas y para las fuerzas políticas de la sociedad
palestina orientadas hacia la resistencia, a la vez que representa un
significativo retroceso de Israel y de sus históricas doctrinas de fuerza
coercitiva y rechazo contra el pueblo palestino y sus derechos.
No nos equivoquemos al respecto:
los logros tangibles y los precedentes históricos que contiene este acuerdo
rivalizan con – si no superan a– otros acuerdos recientes sobre presos.
Ello no quiere decir que el acuerdo haya cumplido todas las expectativas que
en él se han puesto. Tampoco hay que pasar por alto el alto precio que la
sociedad y las fuerzas políticas palestinas han pagado para hacerlo realidad.
Ni tampoco eludir las complejas concesiones que se han establecido para Hamas
en las condiciones finales para la liberación de ciertos presos. Teniendo
todo ello en cuenta, no obstante, este acuerdo debe ser reconocido como una
importante victoria de Hamas, y cualquier otra lectura de este cuadro de
resultados malinterpreta el elemental equilibrio de fuerzas entre los
palestinos y sus ocupantes en el contexto de la lucha para conseguir los
derechos palestinos.
¿Cómo interpretar el acuerdo
Shalit y valorar sus logros, o lo que sea, para el movimiento palestino? ¿Cuáles
son los criterios por los que este tipo de acuerdos pueden ser juzgados y
analizados en primera instancia? Con el fin de responder a estas preguntas y
apreciar más a fondo la dinámica en juego es necesario conocer bien el
contenido del acuerdo, del cual se puede establecer una evaluación más
firme.
Los
contenidos
Suponiendo que se lleve a cabo
con éxito la liberación de los presos basándose en la lista oficial de
detenidos publicada por ambas partes a medianoche del 16 de octubre de 2011,
la totalidad de este acuerdo es el siguiente:
A cambio de la liberación de
sargento del ejército israelí Gilad Shalit, que ha sido retenido por Hamas
desde el 25 de junio de 2006, Israel liberará a un total de 1.050 prisioneros
en tres etapas.
En realidad, la primera etapa de
la liberación tuvo lugar en septiembre de 2009, cuando Israel liberó a
veintitrés prisioneros a cambio de un video transmitido por Hamas que
indicaba una “señal de vida” de Shalit. Esos prisioneros incluyeron a 20
y a 3 hombres de los Altos del Golán ocupados por Israel.
Los restantes 1.027 prisioneros
acordados deben ser liberados en dos etapas. La primera y principal etapa, el
18 de octubre de 2011, verá la liberación por parte de Israel de 477 presos,
entre ellos 450 presos y veintisiete presas. Estos prisioneros fueron objeto
de las más feroces negociaciones, discutiéndose el destino de cada preso
mediante negociaciones indirectas entre las partes en conflicto, bajo la
mediación egipcia y anteriormente, alemana.
La segunda y última etapa del
acuerdo se llevará a cabo en dos meses, lo que implica la liberación de 550
prisioneros. Estos prisioneros serán liberados sobre la base de un conjunto
de criterios acordados por Hamas e Israel, haciendo valer el primero cierta
discrecionalidad en la selección de los nombres. En otras palabras, Israel no
puede detener a 550 personas un día y soltarlos al día siguiente diciendo
que ha cumplido con sus obligaciones.
Los presos liberados durante la
etapa primera y principal, y sobre los que limitamos nuestra discusión en
este momento, están sujetos a ciertas condiciones negociadas:
218 serán liberados a sus casas
sin ningún tipo de condiciones (incluyendo 133 a Gaza; 68 Cisjordania; 9 a
Jerusalén Oriental, 7 al interior de Israel, 1 a los Altos del Golán
ocupados por Israel, y 1 a Jordania);
204 serán deportados,
incluyendo 40 al extranjero; se ha rumoreado que serán enviados a Turquía,
Qatar, Siria y Jordania. De ellos, 164 serán llevados a Gaza, 18 de los
cuales podrán regresar a sus hogares en Cisjordania dentro de tres años;
55 serán liberados en el marco
de algún tipo de acuerdo de seguridad, cuya naturaleza aún no se ha revelado
completamente. Esto incluye a 49 de Cisjordania y a 6 de Jerusalén.
Siendo este el esquema elemental
del acuerdo, la “valoración” de los datos revela otros aspectos a
destacar.
La
“calidad” de los presos
Hamas ha conseguido con notable
éxito forzar a Israel a liberar a un gran número de presos sentenciados a
largas condenas. De hecho, 315 de los 477 presos liberados en la primera etapa
tenían condenas a cadena perpetua (310 hombres y 5 mujeres); 144 presos tenían
sentencias de más de diez años de duración; sólo 9 presos tienen condenas
de menos de diez años, y otros 9 presos tienen sentencias indeterminadas,
bien sean detenidos administrativos o pendientes de ser sentenciados.
El impresionante alcance de este
acuerdo se ilustra mejor con la suma del número total de años que elimina el
acuerdo, al menos sobre el papel.
De los 315 prisioneros que deben
ser liberados y que están condenados a cadena perpetua, un poco más de la
mitad (163) están condenados a múltiples sentencias de cadena perpetua
(entre 2 y 36). En total, todos ellos juntos, suman 926 sentencias de cadena
perpetua. Para hacerse una idea de cuánto supone en tiempo de cárcel, los
tribunales civiles israelíes establecen la “cadena perpetua” en
veinticinco años de prisión. Aparte de los pocos casos de palestinos que son
juzgados en estos tribunales –generalmente porque se trata de ciudadanos
israelíes– la mayoría de los presos palestinos no pueden recurrir a esta
interpretación de “cadena perpetua” porque son juzgados por tribunales
militares, donde la duración de la cadena perpetua es indefinida. Si la
interpretación de la cadena perpetua de un tribunal civil israelí
(veinticinco años) se aplica, sin embargo, a la cantidad de palestinos
condenados a cadena perpetua, la cifra de años que este acuerdo subvierte
alcanza los 23.150. Es necesario hacer hincapié en que la cifra es sólo
ilustrativa, ya que en todo caso, un prisionero no podría cumplir más de
tres de estas cadenas perpetuas (75 años) en el periodo de una vida. Por otra
parte, ya se han cumplido algunos años que obviamente no pueden ser
“borrados”.
Además de quienes cumplen
cadena de por vida, sin embargo, el número total de años de los que cumplen
largas penas de prisión pero no cadena perpetua, asciende a algo más de
4.585 años.
Si sumamos ambas cifras, el
acuerdo niega técnicamente la asombrosa cifra de 27.735 años. Y ello
contando únicamente a menos de la mitad del total de presos liberados
(aproximadamente el 45%).
Período de
encarcelamiento
El acuerdo Shalit contempla la
liberación de presos palestinos de los períodos históricos que se remontan
desde antes de la primera Intifada al período más reciente de la historia
palestina: 40 de los prisioneros fueron detenidos antes de la primera Intifada
(antes del 8 de diciembre de 1987); 112 lo fueron durante la primera intifada
(de diciembre de 1987 al 13 de septiembre de 1993); 81 lo fueron en los años
del “proceso de paz de Oslo” (de septiembre de 1997 al 28 de septiembre de
2000), y los restantes 244 fueron detenidos en la segunda Intifada (septiembre
de 2000 a la actualidad).
Orientación
política
Según los Servicios
Penitenciarios israelíes, la distribución política de los presos a liberar
es la siguiente: 307 presos son de Hamas, 99 de Fatah, 27 de Yihad Islámica,
y 24 del Frente Popular. El resto de los prisioneros proceden de facciones más
pequeñas (principalmente del Frente Democrático, de los Comités de
Resistencia Popular, y del Frente Popular–Comando General), o no están
vinculados a ningún grupo político.
La distribución
demográfica
Los prisioneros liberados
provienen de todas las ubicaciones geográficas dentro de la Palestina histórica,
incluyendo 289 de Cisjordania, 134 de la Franja de Gaza, 46 de Jerusalén
Oriental, y 8 de las comunidades palestinas del interior de Israel, entre
ellos 1de los Altos del Golán ocupados. Entre los cisjordanos hay una mujer
que residía en Jordania, y una segunda que es ucraniana pero que vive en
Cisjordania.
Análisis: la
capacidad
No se puede emitir un juicio
sobre el acuerdo Shalit desde el precipicio imparcial de la pureza moral o política,
sino que se tiene que partir más bien del reconocimiento del equilibrio de
fuerzas en juego que existe entre las partes contendientes y los antecedentes
históricos en sus relaciones. No existe un criterio absoluto para juzgar
estas cuestiones, dados los diferentes intereses y necesidades de cada parte
negociadora, sujetos a cambios en el tiempo como están y, para empezar, de
difícil cuantificación.
Por esa razón, para empezar a
analizar el acuerdo Shalit es útil entender que antes de la captura de Shalit,
Israel se negaba a reconocer a Hamas como una entidad política legítima; tal
no–reconocimiento se mantuvo a pesar de la victoria de Hamas en las
elecciones democráticas de 2006. Israel rechazó posteriormente toda
interacción formal con Hamas y alentó a otros países a que hicieran lo
mismo. Poco después de la captura de Shalit, la oficina del Primer ministro
de Israel, reiteró esa posición afirmando:
No habrá negociaciones para
liberar a prisioneros... El gobierno de Israel no cederá a la extorsión por
parte de la Autoridad Palestina y del gobierno de Hamas, los cuales están
dirigidos por organizaciones terroristas asesinas. La Autoridad Palestina
asume la plena responsabilidad por el bienestar de Gilad Shalit y su devolución
a Israel en buenas condiciones.
En este sentido, el mismo cierre
de un acuerdo con Hamas ha sido una importante concesión de Israel. Israel
buscó todas las maneras posibles de recuperar a Shalit sin tener que negociar
pero fracasó. Semanas después de la captura de Shalit, en una iniciativa
fallida por recuperarlo, la “Operación Lluvia de Verano” de Israel causó
más de 400 muertes palestinas. La masiva ofensiva israelí de la “Operación
Plomo Fundido” de diciembre de 2008 y enero de 2009, que dejó 1.400
palestinos muertos, también situó la recuperación de Shalit como el
objetivo central de la misión. El asedio de Gaza se ha seguido justificando
hasta hoy como necesario en el contexto de la prolongada detención de Shalit.
Todo ello formaba parte de una
estrategia israelí más amplia respecto a los palestinos que lleva implícita
no solo el rechazo histórico de todos los derechos políticos palestinos sino
una doctrina militar sobre el terreno que sostiene que “el poder hace el
derecho”, que Israel tiene un “largo brazo de la justicia”, y que Israel
“quemará la conciencia [palestina]” derrotándola.
Visto en este contexto, la
captura de Shalit y su detención de cinco años, y el último triunfo de la
negociación de Hamas para la liberación de prisioneros resultan aún más
impresionantes. El acuerdo representa que por primera vez una organización
palestina que capturó a un soldado israelí en territorio palestino ha podido
traducir esa captura en un acuerdo negociado con el gobierno israelí. Se esté
de acuerdo o en desacuerdo con esta táctica, no hay duda de que esta serie de
acontecimientos representan un avance significativo para la capacidad de la
resistencia armada del movimiento palestino, para su capacidad de organización,
su profesionalidad, su sigilo y su resistencia. No hay otra conclusión
posible en el contexto de Gaza, donde Israel y Egipto controlan su tránsito
terrestre; Israel controla y observa constantemente el territorio vía aérea,
por satélite y por mar, allí donde las ondas electromagnéticas y las redes
de telecomunicaciones también están bajo el dominio de Israel. Por otra
parte, Israel también cuenta con una importante red de colaboracionistas
palestinos en toda la zona. Tales son los medios conocidos de la dominación
israelí a lo largo de más de 360 kilómetros cuadrados de la
Franja de Gaza.
Todas estas capacidades tienen
que ver con el hecho de que se haya alcanzado un acuerdo, y no se refieren a
los logros sustanciales en las negociaciones propiamente dichas. Pero aquí
también, Hamas ha forzado impresionantes concesiones: ha roto la negativa
tradicional de Israel de liberar a supuestos “prisioneros con sangre en sus
manos”, y ha quebrado el rechazo de principio de Israel de liberar a presos
de la Palestina de 1948 (palestinos con ciudadanía israelí), así como a los
de Jerusalén Oriental. Para contextualizar estos dos últimos precedentes: en
todas las excarcelaciones anteriores negociadas con la Autoridad Palestina y
Hizbolá nunca se logró romper las firmes posiciones previas de Israel.
Además de establecer nuevos
precedentes en las negociaciones, en la selección de los presos por parte de
Hamas se destacan importantes dimensiones políticas que también deben
considerarse como un logro importante, en tanto que rechazan ciertos
principios de la praxis de Israel vis–à–vis el pueblo palestino.
La inclusión en el acuerdo de
presos de toda la Palestina geográfica, de la diáspora y de los Altos del
Golán representa un esfuerzo consciente por parte de Hamas para afirmar la
unidad del pueblo palestino y su conexión con la periferia árabe/musulmana.
Igualmente, la inclusión de presos de todo el espectro político palestino
afirma en el acuerdo la consecución nacional en oposición al faccionalismo.
La inclusión de presos de la época anterior a la primera Intifada hasta la
actualidad enfatiza también el carácter intergeneracional de la lucha
palestina, al tiempo que hace una crítica implícita al fracaso de los
acuerdos del “proceso de paz” de Oslo para liberar presos de los períodos
anteriores.
A pesar de que es complicado
comparar liberaciones de presos dada la naturaleza cambiante de los intereses
y de las necesidades en cada momento, baste con decir que Hamas ha logrado
tanto o más que muchos de los más conocidos acuerdos sobre [intercambio de]
presos llevados a cabo con Israel en los últimos 30 años: el intercambio de
prisioneros de 1985, entre el FPLP–Comando General e Israel vio a 1.150
prisioneros canjeados por 3 soldados israelíes vivos; en 2004 el trueque
entre Hizbolá e Israel implicó la liberación por parte de Israel de 431
prisioneros árabes e internacionales y 59 cadáveres por 1 soldado vivo y 3
muertos israelíes; el acuerdo entre Hizbolá e Israel de 2008 supuso el
intercambio de 204 prisioneros palestinos y libaneses por dos soldados israelíes
muertos. Todos los intercambios restantes fueron menos importantes
cuantitativa y “cualitativamente”. Puede ser ilustrativo señalar que el
primer intercambio de presos exitoso de Hizbolá con Israel significó el
intercambio de dos cadáveres israelíes y 19 miembros del Ejército del Sur
de Líbano por 123 cadáveres y 45 presos. El acuerdo Shalit ha sido el primer
intercambio con Hamas pero probablemente no será el último.
Críticas
El acuerdo Shalit no está
exento de críticas desde el lado palestino. Se pueden agrupar en tres categorías:
Expectativas no cumplidas: Hamas
y los otros dos grupos que intervinieron en la captura de Shalit (los Comités
de Resistencia Popular y el Ejército del Islam) mostraron inicialmente una
euforia rimbombante por la dimensión de su logro, que les llevó a ampliar
las expectativas en el seno de la sociedad palestina en relación a lo que
podría lograrse en un futuro acuerdo de intercambio de presos. No sólo se
esperaba que relevantes representantes políticos como Marwan Barguti, de
Fatah, y Ahmed Saadat, del FPLP, estuvieran en la lista, sino que el número
total de presos exigidos fue en un primer momento de 1.400. Por otra parte,
Hamas afirmó que todas las prisioneras serían puestas en libertad (9 parecen
haberse quedado fuera), y que todos los presos menores de edad serían
excarcelados (queda por ver si este criterio se cumplirá en la segunda etapa
del acuerdo).
Condiciones de la liberación:
El alto número de deportados (204), ya sean enviados al extranjero (40) o a
Gaza (164) ha sido criticado porque toca una fibra sensible en la sociedad
palestina. El exilio político ha sido sistemáticamente practicado por Israel
en los territorios ocupados desde 1967 como una forma de castigo, así como
para debilitar al movimiento nacional amputándolo de su dirección orgánica.
Que Hamas haya estado de acuerdo con la deportación, ya sea total o parcial,
y en tan gran número, ha generado la crítica de este movimiento como cómplice
de los objetivos estratégicos israelíes. Debido a la sensibilidad de esta
preocupación, Hamas ha hecho hincapié en que consultó con los presos el
tema de la deportación, al tiempo que ha dado a entender que todos los
deportados al extranjero podrán regresar a Gaza, al menos, a través de los
pasos fronterizos terrestres del territorio con Egipto. La cuestión de si
todos los prisioneros fueron consultados realmente sigue estando abierta;
parece probable que algunos prisioneros fueron consultados y otros no.
Oportunidad política: Hamas se
ha expuesto a la crítica en otros dos frentes con respecto al momento del
acuerdo. Al producirse apenas tres semanas después de la candidatura a
estatalidad palestina presentada por el presidente de la OLP, Mahmud Abbas, en
la ONU, Hamas ha sido criticado especialmente por parte de sectores de Fatah
por tratar de robar el “protagonismo” a Abbas. Además, el acuerdo se ha
producido también en el décimo primer día de una importante huelga de
hambre palestina en protesta por las condiciones de encarcelamiento, en
particular, por la política de aislamiento sostenido (hasta ocho años y más
en algunos casos). Los críticos argumentan que el intercambio de prisioneros
no lo ha tenido en cuenta y que ha habido una mala coordinación con la huelga
de hambre, al tiempo que el ambiente festivo del intercambio de prisioneros
como preludio se contradice con la seriedad exigida por la huelga de hambre.
Las partes interesadas argumentan incluso que la mala sincronización puede
contribuir a poner en peligro la vida de algunos de los huelguistas de hambre
o a romper la huelga antes de tiempo sin que se logren sus reivindicaciones.
Conclusiones
y consecuencias
Si bien la validez de estas críticas
se revelarán a través del tiempo, las consecuencias políticas del acuerdo
Shalit ya se pueden establecer: Hamas y su programa han sido
incuestionablemente reforzados por el acuerdo, lo que le permite mitigar
cualquier brecha de popularidad que pudiera haber surgido entre el movimiento
y su rival Fatah tras la [presentación de] la candidatura de estatalidad ante
la ONU de este último. Ello es debido a que Hamas podrá argumentar que
mientras Fatah hace discursos grandilocuentes en la ONU y se le da la
bienvenida en foros internacionales, su estrategia (la negociación política
con Israel) no ha conseguido alcanzar nunca una liberación sustancial de
presos, y por lo tanto, no se puede esperar que Fatah logre el objetivo mucho
más ambicioso de la estadidad. Hamas sostendrá que a pesar de su condición
de paria ante las potencias occidentales, el movimiento se ha mantenido firme
en su no reconocimiento de Israel y en su estrategia orientada a la
resistencia para lograr los derechos palestinos, y que al final ha obtenido
beneficios políticos y humanos tangibles, valiosos para el movimiento y para
su futuro.
Si el debate de estos temas es
realmente importante y necesario para el movimiento palestino y para sus
aliados, el verdadero legado político de este acuerdo podría ser más obvio
de lo que esta simplificada polaridad sugiere. Es decir, que para que
cualquier estrategia política seguida por los palestinos y por sus aliados
tenga éxito, tiene que ponerse fin a la enorme disparidad en la “valoración”
entre los pueblos y prisioneros de guerra palestinos e israelíes. Que se haya
podido negociar por un solo soldado israelí a cambio de más de un millar de
palestinos da qué pensar acerca de cómo es posible que local e
internacionalmente se de una situación en la que tal disparidad de valores
sea posible.
Para ilustrar esta diferencia,
baste con decir que 26 prisioneros palestinos incluidos en el acuerdo Shalit
ya estaban en prisión antes siquiera de que Gilad Shalit hubiera nacido,
habiendo cumplido el de sentencia más extensa –Nail Barguti– 34 años de
prisión. De hecho, 10 de los prisioneros palestinos que se espera sean
liberados por este acuerdo han pasado en la cárcel más tiempo que Nelson
Mandela en la isla de Robben, aunque ninguno de ellos es conocido para el público
no arabo parlante. Ninguno de ellos –Sami Yunis, Fuad al–Razim, Uzman
Musalah, Hasan Salama, Akram Mansur, Fajri Barguti, Ibrahim Yaber, Muhammad
Abu Hud'a, Nail Barguti, y Salim Kiyal– es objeto de una entrada en
Wikipedia, por ejemplo. Por el contrario, Gilad Shalit, que ha pasado cinco años
en cautiverio, es un nombre familiar en muchos países occidentales: ciudadano
honorífico en tres países, dispone de página en Wikipedia traducida a
veintitrés idiomas. La disparidad en la percepción, organización y
financiación entre la propaganda sionista y la organización palestina es
obvia, escandalosa y humillante. Este es el legado del racismo arraigado, de
las prácticas cómplices de los medios de comunicación, de las sistemáticas
campañas de deshumanización, de la dinámica asimétrica del poder colonial
y global, y de la desorganización e incompetencia de los proyectos políticos
y las prioridades. Sea cual sea la causa, la disparidad debe ser erradicada, y
rápido.
Que
este acuerdo de presos ilumine el camino hacia una tarea abandonada que
requiere ser atendida en el futuro próximo por los palestinos y por sus
aliados a fin de garantizar que nunca más el racismo y la desigualdad del
valor humano entre el colonizado y el colonizador puedan prevalecer por tanto
tiempo.