El
acuerdo de intercambio de presos concluido entre Israel y Hamas ha supuesto
alivio a miles de familias impacientes por que sus seres queridos volvieran a
casa. En medio de la prolongada y beligerante ocupación de Israel, somos
testigos de un singular momento de celebración unificada de Israel y
Palestina. Sin embargo, este acontecimiento, y la resultante fanfarria de los
medios, no deben distraer la atención de la trágica realidad subyacente.
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Gaza, un espectáculo normal - El campo de
concentración más grande del mundo, está sometido
a los continuos ataques
de Israel. Por supuesto ni a la ONU ni a la “comunidad internacional”
se le ocurre hacer ninguna “intervención humanitaria”.
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Los
problemas reales que exigen atención se centran en los 63 años de ocupación
beligerante de Israel y en la rutina de las violaciones del derecho
internacional perpetradas por las fuerzas de ocupación. El ejemplo más claro
de ello es el cierre absoluto impuesto por Israel a la Franja de Gaza.
Israel
inició por vez primera su política de cierre en la Franja de Gaza en 1991.
En los últimos años la reforzó progresivamente tras la elección del
presidente Abbas, la detención de Gilad Shalit y la toma de posesión [del
gobierno] por parte de Hamas de la Franja de Gaza. Hoy en día, el cierre es
absoluto.
1,8
millones de palestinos en Gaza están separados del resto de Palestina y del
mundo exterior. Esta asfixia económica y psicológica ha diezmado la economía
de Gaza, situando la dependencia, el desempleo, la pobreza y la ayuda a
niveles récord. Toda una generación ha quedado aislada y sin acceso al mundo
exterior.
Los
civiles se han colocado en el ojo del huracán. Las repetidas incursiones,
ataques y la ofensiva israelí en 2008-2009 contra la Franja de Gaza han ido
dirigidas contra la población civil: sus casas, sus bienes y sus medios de
subsistencia económica. Miles de casas y decenas de miles de hectáreas de
tierra agrícola han sido sistemáticamente arrasadas. Hoy en día, el 35% de
la tierra agrícola de Gaza está fuera del alcance de los agricultores,
aislada en una ilegal "zona de amortiguación" impuesta por Israel.
Mediante
su cierre, Israel ha atentado públicamente y sin rubor contra civiles, las
denominadas por el Derecho internacional humanitario "personas
protegidas".
Israel
se ha referido explícitamente a su política de cierre como una forma de
"guerra económica" diseñada para presionar a Hamas a través de la
población civil. Uno de los objetivos declarados del cierre ha sido la
liberación de Gilad Shalit, y la operación de los pasos fronterizos ha
estado vinculada a su situación.
El
cierre de la Franja de Gaza es, sin duda, ilegal. Es una forma de castigo
colectivo prohibido explícitamente por el Derecho internacional
consuetudinario y por el artículo 33 de la Cuarta Convención de Ginebra. Uno
no necesita ser abogado para entender la ilegalidad y la inhumanidad del
cierre. Es abiertamente y sin ambigüedades, ilegal, y los que participan en
su creación y su aplicación son responsables penalmente.
Hasta
la fecha, la comunidad internacional ha hecho la vista gorda frente a este
castigo colectivo. Se han emitido declaraciones anodinas que se refieren al
cierre como "insostenible". El resultado ha sido la
institucionalización de la ilegalidad. Mientras Tony Blair comprueba en la
actualidad las cuotas de café y mayonesa, 1,8 millones de personas siguen
siendo castigadas ilegalmente y viendo cómo se socava su propia dignidad.
Que
se intensifique y se perpetúe esta realidad implica que el imperio de la ley
está absolutamente ausente. La historia de la ocupación se ha caracterizado
por persistentes violaciones del Derecho internacional y por la total
impunidad por tales crímenes. Ni una sola vez un alto dirigente militar o político
israelí ha tenido que rendir cuentas de acuerdo con lo que claramente exige
el Derecho internacional.
Las
consecuencias han sido más violaciones del Derecho internacional y la
continuación del sufrimiento de civiles. La impunidad se ha vuelto tan
omnipresente y las violaciones del Derecho internacional tan rutinarias, que
hoy por hoy, Israel se siente cómodo admitiendo públicamente que su política
de cierre está dirigida contra la población civil.
Lo
que se requiere es la aplicación y el cumplimiento del Derecho internacional.
Esto no es una invención de Gaza o de Palestina. Se trata de un derecho
humano fundamental. También es una necesidad urgente: si se nos niega el
imperio de la ley, los palestinos estamos condenados a la ley de la selva.
Ello no constituye únicamente una violación de nuestros derechos humanos,
sino que allana el camino para un futuro sin justicia, sin paz y sin
seguridad.
Saludamos
la liberación de los presos, pero se trata de una medida puntual. 1.8
millones habitantes de Gaza permanecen encerrados en la cárcel a cielo
abierto más grande del mundo. La comunidad internacional no puede permitir
que continúe este delito. Los palestinos deben ser tratados como iguales y
sus derechos humanos deben ser respetados y protegidos.
El
pretexto de la detención de Shalit ya no existe como motivación (aberrante)
del cierre. La ilegalidad de este castigo colectivo ha sido confirmada por
todas las organizaciones de derechos humanos y por el Comité Internacional de
la Cruz Roja. No se trata de una cuestión política sino que atenta contra la
esencia de la humanidad que compartimos y exige una acción inmediata.
¡No
hay alternativa a la justicia!
(*)
Raji Sourani es director del Centro Palestino para los Derechos Humanos, con
sede en Gaza. Eyad Sarraj es psiquiatra palestino y fundador y director médico
del Programa Comunitario de Salud Mental de Gaza.