Paraguay,
entre Lula y la soya
Por
Raúl Zibechi
La Jornada, 07/11/08
La potente
movilización de los campesinos paraguayos está desnudando
serias contradicciones regionales y forzando al gobierno de
Fernando Lugo a definirse en torno a la prometida reforma
agraria. Con el ascenso de Lugo a la presidencia, los de
abajo sintieron que llegó la hora de comenzar a resolver
injusticias históricas y decidieron empezar a cobrarse la
factura. Hasta hoy la represión provocó un muerto y
decenas de heridos y detenidos.
Los
campesinos están ocupando tierras de los grandes
propietarios soyeros, gran parte brasileños, a los que se
denomina brasiguayos. En Paraguay la soya ha crecido de
forma exponencial, acercándose a los 3 millones de hectáreas
en la campaña 2007/2008, siendo el cuarto exportador
mundial. La contracara de la expansión soyera es la masiva
emigración campesina. En 1989, cuando cayó la dictadura de
Alfredo Stroessner, 60 por ciento de la población paraguaya
vivía en el campo. Hoy no llega a 40 por ciento.
Los grandes
soyeros brasileños se fueron instalando en Paraguay desde
la década de 1960, atraídos por el bajo precio de la
tierra y las facilidades otorgadas por la dictadura, y
trajeron también a “sus” peones desde el vecino Brasil.
Se calcula que hay alrededor de medio millón de
brasiguayos, 10 por ciento de la población del país. En
algunas zonas de los departamentos fronterizos, San Pedro,
Itapúa, Alto Paraná, Concepción, Amambay y Canindeyú, se
habla portugués y se comercia en reales. Aunque no hay
datos oficiales, se estima que hasta 80 por ciento de los
cultivos de soya están en manos de brasiguayos.
Las
ocupaciones de tierras de los campesinos, en particular de
la Organización de Lucha por la Tierra (OLT), en las que
participan militantes de otros movimientos, se focalizaron
en haciendas del brasiguayo Tranquilo Favero, propietario de
55 mil hectáreas y 30 silos en los departamentos de Alto
Paraná y Amambay. A fines de octubre 4 mil campesinos
derribaron alambradas y amenazan quemar silos. El rey de la
soya y sus colegas se quejaron ante la Asociación Rural y
el gobierno de Lugo, pero contaron con un poderoso aliado.
A
principios de octubre el gobierno de Luiz Inacio Lula da
Silva emitió el decreto 6.952 que reglamenta el Sistema
Nacional de Movilización, con el cual el gobierno del PT
pretende enfrentar una eventual “agresión extranjera”.
El decreto la define como “amenazas o actos lesivos a la
soberanía nacional, la integridad territorial, al pueblo
brasileño o a las instituciones nacionales, aunque no
signifiquen invasión del territorio nacional”.
El 17 de
octubre, 10 mil soldados brasileños iniciaron ejercicios
militares en la frontera con Paraguay. El gigantesco
despliegue militar formó parte de la Operación Frontera
Sur II, que durante una semana incluyó el despliegue de
aviones, tanques, barcos y la utilización de munición
real. La prensa de Asunción informó que la operación
contempla ejercicios como la ocupación de Itaipú y el
rescate de ciudadanos brasileños.
El gobierno
de Lugo llevó el tema a la Asamblea Permanente de la OEA,
donde insinuó que el operativo militar fue un “mensaje
sobre Itaipú” y aseguró que Brasil quiere negociar paz
para los soyeros por un pequeño aumento del precio de la
energía que le compra a Paraguay. Los gobiernos de Lugo y
Lula comenzaron una ronda de negociaciones trabadas en dos
puntos clave: Paraguay quiere recuperar la libre
disponibilidad de su energía y poder vender su excedente a
cualquier país, y quiere recibir algo más que el precio de
costo que establece el Tratado de Itaipú, cinco veces menor
que el precio de mercado.
El general
José Elito Carvalho Siqueira, jefe del Comando Militar del
Sur, explicó a la prensa las razones del operativo: “Ya
pasó la fase en que teníamos que esconder las cosas. Hoy
nosotros tenemos que demostrar que somos una potencia, y es
importante que nuestros vecinos lo sepan. No podemos dejar
de ejercitar y mostrar que somos fuertes, que estamos
presentes y tenemos capacidad de enfrentar cualquier
amenaza”. Una de las amenazas a las que aludió es una
posible ocupación de Itaipú por movimientos sociales, ya
que la represa abastece 20 por ciento de la energía que
consume Brasil.
Pero fue el
director de la revista militar DefensaNet, Kaiser Konrad,
quien tras entrevistar al general Carvalho explicó las
razones del despliegue: “La Operación Frontera Sur II
quiere pasar un mensaje al gobierno de Lugo, de que los
militares brasileños están atentos a la situación
enfrentada por los brasiguayos, que están sufriendo con las
invasiones de tierras y las amenazas de perder sus
propiedades legalmente adquiridas”.
Para
despejar cualquier duda sobre la actitud del gobierno de
Lula, el canciller Celso Amorim pidió al gobierno
paraguayo, sin rodeos, que controlara los “excesos”
contra los brasiguayos. En agosto un movimiento campesino
quemó una bandera brasileña en un asentamiento sin tierra,
reflejando un sentimiento muy extendido en Paraguay. No son
pocos en el país guaraní quienes sienten que la potencia
regional se comporta como si los pequeños países que la
rodean fueran su patio trasero.
De forma
simultánea, el gobierno de Rafael Correa expulsó de
Ecuador a la multinacional brasileña Odebrecht por violar
contratos, lo que llevó a Lula a salir en defensa de la
empresa fundada por su amigo Norberto Odebrecht, uno de los
principales contribuyentes en las campañas electorales del
PT.
Paraguay
atraviesa una encrucijada. Por primera vez luego de seis décadas
de gobiernos colorados puede superar la tutela de
Washington, realizar algunas reformas que limiten la
corrupción y mejorar las condiciones de vida de la población.
Pero no quiere caer en una nueva dependencia, ante un
poderoso vecino que es la potencia emergente de la región.
Los
movimientos están también ante un cruce de caminos.
Apoyaron a Lugo porque los defendió desde el obispado y
prometió reforma agraria. No están dispuestos a seguir
esperando. Mucho menos van a tolerar represión, como viene
sucediendo ante las ocupaciones en los dos últimos meses.
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