El gobierno de Fernando Lugo
se encuentra seriamente amenazado y las probabilidades de un “golpe
institucional”, pérfida invención para sacarse de encima presidentes
molestos como Zelaya en Honduras, se potenciaron en días recientes. La grave
enfermedad que lo afecta y el riguroso tratamiento a que se verá sometido
sirven en bandeja al desprestigiado Congreso paraguayo el pretexto para
destituirlo “legalmente”.
Si esto finalmente se
concreta se produciría una gravísima regresión política que pondría
abrupto fin a la primavera democrática vivida en los últimos dos años. Pese
a que la presidencia de Lugo carece de la voluntad transformadora de Chávez,
Morales o Correa y que su gestión se caracteriza por múltiples
incoherencias, la sola presencia de un personaje que desde el gobierno
proclame su identificación con los condenados de su tierra basta y sobra para
que la clase dominante local no vea la hora de sacárselo de encima, por
cualquier método.
Desde que asumió Lugo tuvo
que vérselas con la derecha más primitiva y corrupta de Sudamérica, lo cual
ya es mucho decir. Expresión política de una banda que ni siquiera merece el
nombre de oligarquía –la voz “cleptocracia” captura con más nitidez su
naturaleza–, esa derecha es un impresentable conjunto de rufianes que
construyeron sus grandes fortunas desangrando al país bajo la conducción del
“capo de tutti i capi”, el dictador Alfredo Stroessner.
Éste organizó el saqueo de
las tierras fiscales, el contrabando en gran escala y el tráfico de droga y
de personas, con la abierta complicidad de sucesivos gobiernos de Estados
Unidos, Israel y Taiwán, sumiendo a la población en el atraso, la ignorancia
y la extrema pobreza. Atraso e ignorancia que caracterizan adecuadamente a una
“cleptocracia” que todavía no reconoce al gobierno de la República
Popular China y sí lo hace con Taiwán, a cambio, claro está, de suculentos
sobornos o de “regalos” que se exhiben impúdicamente como, por ejemplo,
el nuevo edificio de la legislatura paraguaya.
No sólo eso: se trata de una
banda que justifica aquella venerable caracterización que en su época
realizara el ardiente Agustín de Hipona (antes de que la Iglesia lo
santificara convirtiéndolo en un ícono inexpresivo) sobre los estados, a los
que definía como una “conspiración de los ricos” para oprimir a los
pobres.
La inesperada elección de
Lugo vino a inmiscuirse inoportunamente en el corrupto rodaje que enriquecía
a la clase dominante a costa del permanente saqueo de la nación, todo lo cual
la arrojó a una desorbitada oposición cuyo ánimo destituyente empequeñece
el que exhiben algunos personajes de la derecha argentina.
Al igual que ocurre entre
nosotros, la derecha paraguaya es estructuralmente inepta para construir nada
que no sean sus turbios negocios: por eso creció a la sombra de un feroz
dictador y luego de la mano de gobiernos supuestamente democráticos que jamás
tuvieron la menor intención de desmontar esta infernal maquinaria del atraso
y la opresión.
El acendrado anticomunismo de
estos bandidos les permitió gozar de la protección norteamericana para su
pillaje; a cambio, cedieron dos grandes bases militares en Mariscal
Estigarribia y Pedro Juan Caballero, diseñadas para cerrar desde el Sur el
control territorial sobre la riquísima Amazonía establecido desde las siete
bases obtenidas en Colombia. Y cedieron también, y Lugo no supo impedirlo o
desmontarlo, el control de cerca de un 80 % del aparato estatal paraguayo a
manos de la USAID, favorecido por el sabotaje que la derecha realiza desde el
Congreso al no votar el presupuesto que necesita el país y, mucho menos,
modificar la escandalosamente regresiva legislación tributaria del Paraguay.
Desfinanciado hasta la
impotencia, los proyectos del gobierno deben realizarse con el dinero de
Estados Unidos, lo cual está a punto de convertir al país en un protectorado
norteamericano.
Lugo cuenta a su favor con un
alto grado de aceptación pública y con la convicción de las fuerzas
populares de que, pese a su desilusión con las vacilaciones y titubeos del
presidente, lo que le sucedería es muchísimo peor. El artífice de esta
operación es el propio vicepresidente, Federico Franco, coadyuvado por los
ministros del Interior y de Relaciones Exteriores, y sus promotores son la
embajadora estadounidense Liliana Ayalde –en cuya casa se celebran las
reuniones conspiratorias, con total descaro– y Aldo Zucolillo, dueño de un
emporio empresarial entre los cuales sobresale su ariete ideológico, el
diario ABC Color.
Este personaje tuvo una
destacada actuación como gestor del Plan Cóndor y tanto él como sus
hermanos fueron tropa de confianza de Stroessner, al punto que ambos solían
vacacionar juntos en Miami mientras urdían nuevos negociados a costa del
pueblo paraguayo. Para la SIP y muchos en Washington ese diario es un baluarte
de la democracia, cuando en realidad se trata de exactamente lo contrario: el
house organ de la mafia que se adueñó de Paraguay y vehículo principal de
la extorsión que efectúa para disciplinar a la clase política.
Bastó un editorial del ABC
Color para que al día siguiente el Senado postergara sine die el tratamiento
de la ratificación del Tratado constitutivo de la UNASUR. Y el sábado pasado
editorializó en contra de que el mismo órgano removiera con su voto positivo
el último obstáculo que se interpone a la plena incorporación de Venezuela
al MERCOSUR. Pese a la significativa ayuda que el presidente bolivariano le
presta a Paraguay –suministrando combustibles a precios por debajo del
mercado, entre otras cosas– este sicario ideológico del imperialismo exhortó
a los senadores a cerrarle el paso a Chávez.
El compadre y compinche de
Stroessner no le tembló el pulso para escribir que “no sin esfuerzo los
paraguayos nos hemos liberado del oprobioso yugo de un tirano sanguinario y
rapaz (¡Stroessner!) para permitir que otro, esta vez forastero, venga a
pretender someternos con su estilo político autocrático e intolerante”.
Este es el intelectual orgánico de la derecha que vela sus armas esperando
dar el zarpazo que la libre de la molesta presencia de Lugo y restablecer el
imperio del narcofascismo.