La lección del maestro
Por Guillermo Pessoa Socialismo o Barbarie (revista) Nº
17/18, noviembre 2004
A propósito de Lenin. Política y
subjetividad en el capitalismo tardío.
Zizek,
Slavoj. Atuel-Parusía. Buenos Aires,
2004. 190 pags.
Zizek,
quien este año estuvo en Argentina con motivo de la Feria del libro,
es doctor en Filosofía de la Universidad de Ljubljana (Eslovenia) y
dicta clases en casas de estudios de París, Michigan y Columbia,
entre otras. Para el público argentino es un viejo conocido, ya que
sus trabajos se conocen aquí desde los 90: El sublime objeto de
la ideología, Porque no saben lo que hacen y Mirando el
sesgo son sólo algunos de ellos.
Algunas
aclaraciones previas para lectores que desconocen su obra: éste
realiza la fusión (algo que Oscar Masotta ya había intentado aquí)
entre el marxismo en clave hegeliana y la obra de Lacan, es
especialista en estudios culturales y en teoría estética con un
conocimiento exhaustivo del arte cinematográfico; aspectos todos que
se hallan presentes casi recurrentemente en sus escritos.
Políticamente se define como socialista –incluso fue candidato a
presidente en su país–
aunque con una influencia del pensamiento de Badiou y Laclau
(ver su Prólogo a Porque no saben...) con quienes en este
trabajo va a tener un distanciamiento. Ya veremos oportunamente en
qué consiste el mismo.
Como lo
anuncia su contratapa, el trabajo que nos ocupa es una reelaboración
de textos que realizó cuando condujo un grupo de estudio en Alemania
durante el 2001, sobre la vida y obra de Lenin. Lo que convierte en
una verdadera rara avis al mismo, es la reivindicación del
pensamiento y accionar del líder de la revolución rusa, realizada
desde el ámbito intelectual y más precisamente académico. Como el
propio autor señala: “La primera reacción pública ante la idea de
reactualizar a Lenin es, por supuesto, un ataque de risa sarcástica:
hoy Marx está bien, incluso en Wall Street hay gente que lo ama
(...) pero Lenin: ¡no, no puede ser en serio!” (p. 11). Veamos
sucintamente en qué consiste dicha reactualización.
Tomaremos
algunos ejes que consideramos importantes, siguiendo, por una
cuestión de comodidad, el propio ordenamiento del texto. Ya en la
Introducción, Zizek rompe lanzas contra el que es un
“lugar común” en la crítica a Lenin y a la revolución de Octubre: la
afirmación de que ésta es la conspiración de unos pocos, en una
especie de putch armado. Allí afirma: “Lenin tuvo éxito porque su
apelación, esquivando la nomenklatura del partido, encontró eco en
lo que estaríamos tentados en llamar la micropolítica
revolucionaria: la increíble explosión de democracia en las bases
mismas, de comités locales que emergían alrededor de las grandes
ciudades de Rusia e, ignorando la autoridad del gobierno ‘legítimo’,
tomaban las cosas en sus manos. Ésta es la historia no contada de la
Revolución de Octubre, el anverso del mito del grupo diminuto de
despiadados activistas revolucionarios que realizaron un golpe de
Estado” (p. 15). Pensamos, como socialistas
revolucionarios, que nunca será suficiente la reiteración de dicho
postulado: la revolución expresa procesos reales, vivos; que
comprenden a la mayoría
de los sectores explotados, cuando éstos han decidido “tomar las
cosas en sus manos”. Que dicho proceso necesite de una dirección no
es de ninguna manera contradictorio. Existe una interacción
dialéctica entre ambos factores. El autor “lee” correctamente a
Lenin en cuanto a esto refiere y “desarma” así, uno de los bastiones
más añejos –y persistentes– del antileninismo.
El
capítulo “El derecho a la verdad” comienza con una crítica a
Habermas, en cuanto a que en su desmedida apología de la modernidad,
que incluye al mundo actual,
olvida señalar que ésta, bajo la apariencia de múltiples
opciones, en realidad expresa la ausencia de verdaderas opciones.
Lenin también tiene algo que decir en relación con esto. Como
buen marxista sabía distinguir entre apariencia y esencia, no
olvidando que la última se muestra –necesariamente– a través de la
primera. Eso le permite arribar a la verdad, que no se halla
desligada de lo político. El esloveno lo dice así: “el primer
aspecto del legado de Lenin a ser reinventado hoy es la política de
la verdad, excluida tanto por la democracia política liberal como
por el ‘totalitarismo’. La democracia, por supuesto, es el reino de
los sofistas: sólo hay opiniones, cualquier referencia de un agente
político a alguna verdad última se denuncia como ‘totalitaria’. Sin
embargo, lo que los regímenes ‘totalitarios’ imponen es también un
mero semblante de verdad: una Enseñanza arbitraria cuya función es
simplemente legitimar las decisiones pragmáticas de los gobernantes.
Vivimos en la era posmoderna, en la que los reclamos de verdad como
tales son desdeñados (...) Lo que tenemos en lugar de la verdad
universal es una multitud de perspectivas” (p. 29).
En el
capítulo siguiente, “Revisión del materialismo”, se intenta
dilucidar como en el dirigente bolchevique se confirma aquella
aseveración gnoseológica que señala que “el conocimiento es una
construcción”. Desde Materialismo y empiriocriticismo hasta
su lectura de la Lógica de Hegel en Suiza (como recuerda, siguiendo
a Rees, el artículo de R. Sáenz sobre el tema en SoB 15) hay que
superar la mera teoría del reflejo para arribar a una
comprensión más acabada de la realidad, que nunca es enteramente
“objetiva”. Como se dice más adelante: “La ‘verdad’ requiere de
un esfuerzo en el que tenemos que luchar contra nuestra tendencia
‘espontánea’” (p. 34). Esto le permite concluir que aun
el Lenin del Qué hacer difiere del que era hasta allí su
maestro, Karl Kautsky. Para éste, los intelectuales, desde “fuera”
de la lucha de clases, aportan la ciencia; en cambio, para el
primero, aquéllos deben introducir conciencia por hallarse
“fuera” de la lucha económica. Por eso deduce que “Cuando Lenin
dice: ‘la teoría marxista es omnipotente porque es verdadera’, todo
depende de cómo entendemos ‘verdad’ aquí: ¿es la de un ‘conocimiento
objetivo’ neutral, o la verdad de un sujeto comprometido?” (p. 39).
En un
intento de unir lo anterior a su amado Lacan, señala que lo que hace
necesaria la existencia de una externalidad (el partido, el
analista) para arribar a la conciencia adecuada, es que ésta
no surge espontáneamente; muy por el contrario, se halla “preñada”de
confusión y sentido común construido por la propia clase dominante,
con lo cual dicha externalidad - como mediación - se torna imprescindible:
“También es aquí que debe introducirse la importante
distinción dialéctica entre la figura fundante de un movimiento y la
figura que posteriormente formalizó ese movimiento: Lenin no sólo
‘tradujo adecuadamente la teoría marxista a la práctica política’ el
más bien ‘formalizó’a Marx, por la vía de definir al Partido como la
forma política de su intervención histórica, del mismo modo que San
Pablo ‘formalizó’ a Cristo, y Lacan ‘formalizó’ a Freud” (p.
44). La crítica implícita a toda forma de “autonomismo” es evidente
y a nuestro juicio otro mérito no menor de este trabajo.
Todas las
actualizaciones que siguen –y las polémicas con otras corrientes
intelectuales– están de
alguna manera contenidas en las tres primeras partes del texto. En
un ligero repaso, mencionemos: la crítica mordaz para aquellos que
ven un antagonismo entre el Qué hacer y El Estado y la
revolución, pero que en verdad, “olvidan” algo fundamental:
“esta oposición tiene sus límites: la premisa clave de ‘El
Estado...’ es que no se puede ‘democratizar’ totalmente el Estado,
que éste ‘como tal’, en su noción misma, es una dictadura de una
clase sobre la otra; la conclusión lógica de esta premisa es que, en
la medida en que todavía estamos dentro del dominio del Estado,
estamos legitimados para ejercer el terror violento, ya que, dentro
de este dominio, toda democracia es un fraude” (p. 45). Otros
desarrollos más que sugerentes se hallan en su combate contra la
llamada “política pura” y quienes la encarnan, mientras dicen
sostener cierto paradigma leninista. Dejemos que el propio
Zizek lo explique:
“El
llamado de Badiou a reapropiarse de Lenin es más ambiguo de lo que
puede parecer: a lo que apunta efectivamente es nada menos que al
abandono de la concepción clave de Marx, de que la lucha política es
un espectáculo que, para ser descifrado, tiene que ser reenviado a
la esfera de la economía(...) Esta ‘política pura’, más jacobina que
marxista, comparte con su gran oponente, los Estudios Culturales
anglosajones y su enfoque en la lucha por el reconocimiento, la
degradación de la esfera de la economía. Es decir que todas las
nuevas teorías francesas (o de orientación francesa) de lo Político,
desde Balibar a Ranciere, y de Badiou a Laclau y Mouffe, se orientan
- para ponerlo en los términos filosóficos tradicionales - a la
reducción de la esfera de la economía (de la producción material) a
una esfera ‘óntica’ privada de dignidad ‘ontológica’. (...) La
relación entre la economía y la política es finalmente la de la
conocida paradoja visual de ‘las dos caras del jarrón’: cualquiera
ve sólo una de las dos caras de un jarrón, nunca ve las dos: hay que
hacer una elección” (pp. 99-100)
Y como
dice líneas más adelante, en la comprensión y en el intento de
resolución de este problema, reside, otra vez, “la grandeza de
Lenin”. Toda su praxis política (producto y productora de su teoría)
es la batalla contra las expresiones unilaterales y por ende
escindidas, de la totalidad de lo real: el economicismo por
un lado, y la “política
pura” o politicismo, por el otro. Por eso le recuerda a
Badiou que el límite de la democracia es el Estado, la ilusión
democrática es que el proceso democrático puede controlar este
exceso del Estado y que esto sirva también de advertencia al
movimiento antiglobalización. En su lucha, solamente con la
reivindicación de un anticapitalismo difuso, no alcanza; menos aún
si éste se viste con el ropaje precapitalista, de la mano de
artistas nostálgicos (menciona a Handke, entre otros). Es
hora, pues, de problematizar la democracia, con vistas,
precisamente, a superarla (en el más fiel sentido hegeliano: como
anulación y conservación) y eso solamente lo puede realizar un
socialismo a escala planetaria.
Temáticas
y problemas como la ideología y la propia construcción de
hegemonía, la interpretación en el “inconsciente político” de
los sucesos del 11-S y su relación con los medios y la industria
hollywoodense, son aspectos que también aborda el trabajo, si bien
no tienen una relación tan estrecha con el objetivo principal del mismo. Su punto más
flojo, creemos, remite a la valoración del otro gran protagonista de
la revolución bolchevique, León Trotsky. Incluso esto se patentiza
cuando al intentar comprender el surgimiento del estalinismo –al
que, correctamente, se visualiza como completamente diferente
al llamado leninismo– se apela más a criterios mitad psicológicos y
mitad superestructurales en general que a condicionantes
socioeconómicos que son mucho más fuertes como criterio de
producción y explicación del fenómeno (véanse pp. 91-94 y la
conclusión). Aquí la citada paradoja del jarrón parece
adueñarse del filósofo europeo.
Esta
somera síntesis de A propósito de Lenin nos lleva a afirmar,
en conclusión, que es un libro de obligada lectura para todos
aquellos que empiezan a protagonizar un enfrentamiento global contra
el capitalismo, en su etapa de decadencia y senilidad. Precisamente
porque ésta no lleva automáticamente a la muerte del
mismo, es necesario “armarse” intelectual y políticamente.
En ese sentido, la
reactualización de Lenin, incorporando los cambios y situaciones
nuevas que se produjeron desde su tiempo –aunque como se afirma en
el texto, la centralidad de la clase trabajadora como sujeto de
transformación sigue vigente–
es más que pertinente. Zizek lo formula como una serie de
tareas bien precisas:
“El
problema ahora es estrictamente leninista. En resumen, sin la forma
del partido, el movimiento permanece atrapado en el círculo vicioso
de la ‘resistencia’, una de las grandes trampas de la política
‘postmoderna’, que gusta oponer la resistencia al poder ‘buena’ a la
toma revolucionaria del poder ‘mala’ (...) La lección clave
leninista hoy es: la política sin la forma orgánica del Partido es
la política sin política, de manera que la respuesta a aquellos que
simplemente simpatizan con los (bastante bien nombrados como)
‘Nuevos Movimientos Sociales’, es la misma respuesta que dieron los
jacobinos a los girondinos: ¡Ustedes quieren la revolución sin
revolución! El asedio al que estamos sometidos hoy es que hay dos
caminos abiertos para el compromiso socio-político: o jugar el juego
del sistema, comprometerse en la ‘larga marcha a través de las
instituciones’, o comprometerse en los nuevos movimientos sociales,
desde el feminismo hasta el antirracismo, pasando por la ecología.
Y, de nuevo, el límite de estos movimientos es que ellos no son políticos, en el sentido del
Universal Singular: son sólo ‘movimientos para un solo problema’,
carecen de la dimensión de la universalidad, es decir, no se
relacionan a la totalidad social (...) La apuesta crucial de la
lucha política hoy es: ¿cuál de las dos viejas posiciones
principales, los conservadores o la ‘izquierda moderada’, tendrá
éxito en presentarse como la encarnación del espíritu de la verdad
post-ideológica, contra la otra parte rechazada como ‘todavía
capturada en los viejos espectros ideológicos’”
(pp. 134-140).
La tarea
es, entonces, reactualizar los “viejos espectros ideológicos”, aun
conscientes de nuestras múltiples limitaciones. Es, ni más ni menos,
que lo que ya afirmara el propio Lenin: el proletariado lucha por
el socialismo y contra sus propias debilidades. El texto de
Zizek, con sus aportes y sus pasajes polémicos, ayuda a emprender
esa odisea.
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A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18 |
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