Tendencias
de la situación mundial
Por
Roberto Ramírez
Tercera parte
4.
LOS PRINCIPALES CENTROS MUNDIALES DE LAS LUCHAS POLÍTICAS Y SOCIALES
En
estos momentos el “núcleo” de la situación mundial es el
interrogante de adónde irá a parar el fracaso de la aventura
hegemonista del imperialismo yanqui, fracaso que fue
principalmente determinado por el otro hecho fundamental que
subrayamos al principio: la eclosión de una multiplicidad de
expresiones de protesta, resistencia y luchas, que en algunos
casos han llegado a configurar grandes rebeliones nacionales y
sociales.
Este
fenómeno se desarrolla con enormes diferencias de ubicación
geográfica, sujetos sociales y políticos, formas de
lucha, organizaciones, programas, direcciones
e ideologías, aunque también en ese conjunto, en algunas
regiones, como América latina y Europa occidental, comienza desde
hace tiempo a advertirse la vuelta a escena de la clase trabajadora.
Aquí se expresan y se mezclan tanto el enfrentamiento directo o
indirecto al ataque hegemonista lanzado por EEUU, como los reclamos
generales de las masas, en una etapa donde del capitalismo no da
mayores concesiones. Pero, al mismo tiempo, en relación a este último
aspecto, en algunas regiones y países también se está haciendo
políticamente difícil continuar con neoliberalismo puro y duro de
los 90, como lo exigirían las determinaciones puramente “económicas”.
Este
último hecho, se combina con ya la mencionada crisis de
subjetividad, que tiene su centro en la crisis de alternativas
al capitalismo; es decir, que en la conciencia de las masas
trabajadoras y populares aún no se ha restablecido la perspectiva
de terminar con el capitalismo y reemplazarlo otro sistema, el
socialismo. Las masas luchan, pero generalmente sin
alternativas reales.
La
resultante de estos factores –exigencias económicas brutales
de “competitividad”, dificultades políticas crecientes de
continuar con ese neoliberalismo “puro y duro” y crisis de
alternativas al capitalismo– ha generando un amplio espacio político
para distintas corrientes que prometen la magia de mejorar la
situación de las masas... pero sin ir tomar medidas anticapitalistas
de fondo. En este vasto espacio político, crecen vigorosamente
las más diversas variantes de nuevos y viejos reformismos, y otras
corrientes con soluciones más o menos “mágicas”, adecuadas a las
tradiciones ideológicas de cada caso. []
Esto, a nivel económico-social, por regla general no va más allá de
un “reformismo de la miseria”: es decir, un asistencialismo
para paliar la indigencia, pero que no revierte el reparto cada vez
más desigual del ingreso ni las tendencias a la polarización social,
instaladas mundialmente desde los 80. Para lograr eso, habría que
trastrocar la configuración neoliberal de las economías nacional y
mundial. Y eso exigiría medidas anticapitalistas.
Pero
la crisis de alternativas no opera sólo a nivel económico-social,
sino también en la esfera política. Esto da un fuerza considerable
al mecanismo del “mal menor”. La ausencia de una alternativa
global creíble, tanto a nivel político como económico-social, da
amplios márgenes para los engañosos mecanismos de “lo posible” y
el “mal menor”, y los efectos desproporcionados que logran
insignificantes concesiones políticas y/o económicas. []
Este
panorama mundial de las luchas sociales y políticas es extremadamente
desigual y complejo. Sus “desigualdades” no son
meramente “cuantitativas” –es decir del grado de
desarrollo de movimientos y luchas–, sino también de las “cualidades”
que en cada caso se combinan en concreto. Dentro de este cuadro tan
complejo y variado, aparecen tres centros (o más bien regiones)
principales de las luchas sociales y políticas.
Uno
es Iraq y Medio Oriente, de trascendencia obvia para el destino
final de la aventura hegemonista del imperialismo yanqui. El otro es
la Unión Europea, que atraviesa una crisis económica y política,
y en la cual, alrededor de Francia, se desarrolla la resistencia a la
liquidación de las conquistas y concesiones de posguerra, y la
institucionalización definitiva de lasa normas neoliberales.
Asimismo, Europa occidental sigue siendo la región de mayor
desarrollo de los llamados “movimientos altermundistas”, así como
también de importantes movilizaciones, especialmente en el Reino
Unido, contra la guerra de Irak. Por último, América Latina –y en
especial Sudamérica– que ha venido presentando las situaciones más
avanzadas de la lucha de clases y, al mismo tiempo, de las trampas
del reformismo sin reformas.
4.1.
Iraq y Medio Oriente: los combates más heroicos y los peores
embrollos ideológicos y políticos
Por
supuesto, está fuera de los alcances de este texto un análisis
exhaustivo de Iraq y Medio Oriente. Aquí nos vamos a limitar a
examinar cómo se presentan en su caso, los parámetros políticos
generales que mencionamos.
Como
ya hemos señalado, tanto por motivos económicos (las mayores
reservas mundiales de hidrocarburos) y geopolíticos (su ubicación en
relación a Europa, Asia y África, su carácter de centro geográfico
e histórico del Islam) el dominio del Medio Oriente es clave para
cualquier imperialismo que aspire a la hegemonía mundial.
En
los años 30, Estados Unidos desembarcó con sus petroleras en la recién
formada Arabia Saudita. En 1936, la Arabian Standard Oil Company
–luego transformada en Arabian American Oil Company (ARAMCO)–
perforó el primer yacimiento y en 1938 ya estaba en marcha la
producción comercial. Pero con eso no sólo nacía una realidad
económica sino también política y geopolítica.
El “Reino de Arabia Saudita” acababa de constituirse en 1932. La
dupla monarquía saudí + ARAMCO puso el primer pilar del dominio del
imperialismo yanqui en la región, que en ese entonces estaba
mayormente repartida en colonias británicas (los territorios de
Egipto, Palestina, Jordania e Irak) y francesas (Líbano y Siria).
Bajo el ala del águila estadounidense, Arabia Saudita surgió como el
nuevo modelo de coloniaje en la región: un estado formalmente
“independiente”, con un régimen brutal y ultrareaccionario, y una
clase dirigente socia-vasalla de EEUU.
Pero
fue sólo después de la Segunda Guerra Mundial de 1939-45 que Estados
Unidos se instalaría plenamente en la región, desplazando a los
imperialismos europeos en retirada. Fue también en esos momentos que
se constituyó, en 1948, el que sería el otro (y principal) pilar de
su dominio en la región: el Estado de Israel.
Israel,
y la relación singular que establece con EEUU especialmente desde la
década del 60, va a ser hasta hoy uno de los determinantes geopolíticos
fundamentales de la región.
Ya
hemos analizado, en el capítulo correspondiente a EEUU, el carácter
de “enclave colonial” de Israel, pero que se presenta en
una forma sui generis, ya que se desarrolla en una época
distinta a la del florecimiento de los viejos imperios coloniales
europeos. También destacamos que esta forma de colonización se
construye desplazando y expulsando a la población
originaria.
La
colonización iniciada por los sionistas en Palestina después de la
Primera Guerra Mundial bajo auspicio británico (Palestina, arrebatada
a los turcos, había pasado a formar parte del Imperio) adoptó
necesariamente esa forma. El “hilo conductor” de la
colonización sionista, desde antes de la constitución de Israel y,
luego, bajo todos los gobiernos de “izquierda” o de “derecha”,
ha sido siempre el mismo: la expulsión de la población originaria
palestina, para el asentamiento de más colonizadores. No por
casualidad, este largo proceso de “limpieza étnica” ha ido
desembocando en algo similar a la Sudáfrica del apartheid: el encierro
de la población originaria en “bantustanes” cada vez más
reducidos y fragmentados: el mayor en la Franja de Gaza, y otros
menores en Cisjordania. A ese rosario de guetos, rodeados de un muro
de cemento de ... metros de altura que se extiende por ... kilómetros,
se pretende ahora bautizar como “Estado Palestino”.
Ascenso
y decadencia del nacionalismo burgués
Pero
después de la Segunda Guerra Mundial no sólo se creó y desarrolló
el Estado de Israel. En verdad el centro de las escena en la región
lo ocuparon los grandes movimientos de masas para sacudirse el yugo
de la dominación colonial o sus remanentes (como las monarquías
títeres de Egipto e Irak). Política e ideológicamente se
desarrollaron dos corrientes. Una, ampliamente mayoritaria, el nacionalismo
burgués o pequeñoburgués. Otras corrientes, minoritarias pero
no insignificantes, fueron las de izquierda, pero con la
característica de que el espacio del marxismo sería ocupado casi en
un 100% por los partidos comunistas subordinados a Moscú.
La
corriente nacionalista que establecería un modelo para el mundo árabe
y el resto del Tercer Mundo fue la del coronel Nasser en Egipto, que
en 1952, con otros oficiales del Ejército, encabezó la revolución
que destronó al rey Faruk, un títere de Inglaterra. Pero en verdad
el proceso más profundo fue la revolución iniciada en Irak en 1955,
con el derrocamiento y ejecución del rey Faisal. En ese largo
desarrollo se registró una destacada actuación del movimiento obrero
y de la izquierda, como no se dio en otros países de la región.
Pero
la izquierda y los luchadores obreros intervenían en estos ricos
procesos revolucionarios con una cadena al pie. Los partidos
comunistas –que ocupaban prácticamente todo el espacio de la
izquierda– seguían la línea dictada por Moscú: apoyar siempre
a las direcciones nacionalistas burguesas o a sus presuntas “alas
izquierdas”. Esto llevó a una combinación de catástrofes. En
primer lugar, desarmaba totalmente a la izquierda y al activismo
obrero cuando las direcciones nacionalistas terminaban girando,
inevitablemente, a la derecha... y desatando brutales represiones.
Pero,
en segundo lugar, el efecto más grave y a largo plazo se produjo
cuando el nacionalismo burgués fue entrando en bancarrota y perdiendo
el inicial apoyo entusiasta de las masas populares. Frente a la
desilusión con el nacionalismo que estaba en el poder en esos países
–una decepción que ya era arrolladora en los 80–, no existían
alternativas a la izquierda. Los partidos comunistas nunca se habían
presentado como alternativa, sino como sostenedores más o menos “críticos”
o más o menos incondicionales de las corrientes y gobiernos
nacionalistas. Lo determinante para los partidos comunistas era en
qué medida el gobierno nacionalista de turno se aliaba a Moscú
contra Occidente. Todo se subordinaba a los juegos diplomáticos y
la política de estado de la burocracia soviética.
El
fracaso del nacionalismo burgués tuvo varios aspectos que hoy tienen
vivas consecuencias. En primer lugar, fracasó miserablemente en la
tarea fundamental de unir a la nación árabe y demás pueblos de
Medio Oriente. El nasserismo levantó esa bandera progresiva y
llegó a constituirse la República Árabe Unida (RAU), con Egipto,
Siria y Yémen. Pero el choque de los intereses particulares burocráticos
y burgueses de cada país terminaron rápidamente con la RAU.
El
nacionalismo aplicó medidas progresivas de modernización del estado
y la sociedad, estableciendo el carácter secular del estado y
la legislación, la igualdad jurídica (aunque no real) de la mujer,
la alfabetización masiva, etc. Sin embargo, estas medidas, en el
marco del intento de desarrollar un capitalismo “nacional”,
finalmente no se tradujeron en una mayor igualdad, ni tampoco en la
reabsorción plena de las fracturas étnicas, tribales, regionales y
sectario-religiosas que cruzaban desde hace siglos estas sociedades.
En
casi todos esos países, el triunfo del nacionalismo había sido sinónimo
de la llegada al poder de sectores de la oficialidad del ejército.
Aunque el proceso en los tres principales países –Egipto, Siria e
Irak– tuvo diferencias importantes, el fin del colonialismo inglés
y francés significó también un proceso de transformación de las
clases privilegiadas en esos países. Sectores más o menos
importantes que habían vivido a la sombra del poder colonial fueron a
veces barridos. El rol de una burguesía nacional fue asumido
inicialmente por el nuevo estado y su “columna vertebral”, la
oficialidad del ejército. Casi sin excepción, todas las figuras políticas
que se fueron sucediendo a la cabeza de los estados, fueron militares.
Constituyeron regímenes bonapartistas, dictatoriales, donde
combinaban el sistema de “partido único” –caricatura
nacionalista burguesa del modelo stalinista– con el papel central de
la burocracia militar.
Aunque
todos estos movimientos nacionalistas se proclamaban “socialistas”
–el partido de Nasser se llamaba Unión Socialista, y en Siria e
Irak terminan gobernando dos ramas del Ba’ath (Partido Socialista
del Renacimiento Árabe)–, su proyecto económico-social se mantuvo
completamente en los marcos del nacional-desarrollismo y del
capitalismo de estado, más o menos dominante según los casos. Al
mismo tiempo, el ejercicio del poder por la oficialidad de las fuerzas
armadas, abrió las puertas del enriquecimiento individual y familiar
de estos sectores, generalmente de origen popular. Así el
“socialismo” nasserista y del Ba’ath acaban generando nuevos
sectores burgueses. Esto introduce presiones sociales cada vez mayores
para girar todo a la derecha.
El
surgimiento de nuevos sectores burgueses y privilegiados se relaciona
con el hecho que señalamos, de que el nacionalismo no sólo fue
incapaz de unificar a la nación árabe y los pueblos de Medio Oriente
sino que tampoco pudo reabsorber las fracturas étnicas, tribales,
regionales y sectario-religiosas, heredadas del pasado. Bajo esas
diversas fachadas, las delimitaciones de las sociedades
precapitalistas encubrían relaciones de dominio y explotación. La
transición al capitalismo no las disuelve automáticamente. Por el
contrario, a veces puede exacerbarlas, porque las nuevas
relaciones de dominio/explotación se pueden montar en parte sobre las
viejas delimitaciones. Así, en los regímenes nacionalistas se dio el
hecho de que el poder y el enriquecimiento corrieron principalmente
por algunos de esos viejos canales, mientras que la postergación y la
pobreza se volcaban sobre otros.
Los
regímenes nacionalistas, al secularizar el estado y la legislación,
establecían una “igualdad” formal que aparentemente
borraba esas antiguas diferencias: todos eran ciudadanos “iguales”
del mismo estado. Pero esto, en buena parte, quedaba como una mera
“ficción jurídica”. Y cuando algún sector trataba de avanzar
con algún reclamo particular, la respuesta solía ser brutalmente
represiva. Las masacres de Sadam Husein contra kurdos y shiítas no
han sido una excepción en Medio Oriente. Sólo han recibido más
publicidad (tardía) en los medios occidentales. Pero esos mismos
medios ocultan, por ejemplo, que el régimen proyanqui de Egipto da el
mismo tratamiento a los pueblos del sur, del Alto Nilo.
Esto
hoy es plenamente aprovechado por el imperialismo yanqui e Israel,
tanto en Irak como en todo Medio Oriente. Su política es que los
pueblos de Medio Oriente se despedacen en peleas y venganzas como las
de cristianos versus musulmanes, árabes versus kurdos, iraníes
(persas) versus árabes, sunnitas versus shiítas, etc., etc. Al mismo
tiempo, maniobran con las respectivas elites para chantajearlas,
someterlas y/o cooptarlas.
A
fines de los 70 y plenamente en los 80, el nacional-desarrollismo y el
capitalismo de estado se van agotando. Esto genera diversas respuestas
que implican la bancarrota final del proyecto nacionalista. En Egipto,
el aparato de estado y la burguesía se pasan con armas y bagajes al
campo de EEUU y firman la paz con Israel. En Irak, en 1979 llega Sadam
al poder, se pone al servicio de EEUU y en 1980 desata una guerra
fratricida de ocho años contra Irán.
Pero
el vacío ideológico y político que fue dejando el fracaso del
nacionalismo no sería cubierto por fuerzas a su izquierda, sino
principalmente a su derecha: las corrientes llamadas
“islamistas” o del “Islam político”. “La era islamista...
entre el comienzo de los años 70 y el fin del siglo XX... ha
constituido, en gran medida, una fase de negación de la época
anterior: la del nacionalismo”. []
El siglo XXI se inició en Medio Oriente con la presencia de este
importante actor ideológico-político.
El
“Islam político”: un fenómeno complejo y contradictorio, pero
cuya resultante es reaccionaria
La
propaganda yanqui-sionista ha impuesto en Occidente una caricatura
infame de los pueblos árabes y, en general, de los que profesan
mayoritariamente la religión del Islam (que hoy son muchos más que
los árabes). Tan bárbaros como fanáticos, necesitan del garrote
occidental, esgrimido por EEUU e Israel, para que se civilicen un
poco, abandonen el “terrorismo”, y aprendan a vivir en
“democracia” (es decir, sometidos al capitalismo neoliberal).
Esta
nueva versión en el siglo XXI de “la carga del hombre blanco” se
expresa no sólo en esperpentos ideológicos de derecha como el
mentado “choque de civilizaciones”. La generalización de la
“islamofobia”, tanto en EEUU como en Europa, tiene también
versiones “de izquierda” o “progresistas”. Uno de sus
caballitos de batalla preferidos es presentar la cosa desde el punto
de vista de la defensa de los derechos de la mujer. En algunos países,
como Francia, se invoca también el sacrosanto “laicismo”.
Las
versiones “progres” de la cruzada antiislámica tienen a veces
lamentables reflejos hasta en las corrientes marxistas
revolucionarias. Así, ante los atentados del 11 de septiembre, todo
un sector del trotskismo francés respondió poniendo prácticamente
un signo igual entre la guerra mundial iniciada por el principal
imperialismo para erigir un imperio colonial en Medio Oriente y
establecer una absoluta hegemonía global, con los atentados de un
grupo político-militar que se reclama islamista.
Es,
entonces, desde esta posición de tajante rechazo a la
“islamofobia” de moda (tanto la de derecha como la “progre”)
que intentamos una breve evaluación de uno de los fenómenos políticos
más importantes de comienzos del siglo XXI, que son los movimientos
islamistas o el llamado “Islam político”.
Lo
primero es advertir que la propaganda occidental simplifica burdamente
todo. Presenta al Islam (en cuanto religión y/o comunidad religiosa)
y al “islamismo” o “Islam político” como algo homogéneo,
son todos iguales. Es la clásica “mirada” colonialista, para la
cual todos los chinos (o todos los negros, o todos los “indios”)
son iguales. Esto viene de lejos. El gran intelectual palestino Edward
Said analizó en “Orientalismo”, un libro que ya es un clásico,
esta visión “esencialista”, tanto del “Oriente” como de sus
pueblos y fenómenos religiosos y culturales; una visión
“esencialista” que ya tiene siglos.
En
verdad el Islam, así como los pueblos donde predomina esa religión,
forman un conjunto tanto o más heterogéneo que los que
engloba el cristianismo. Esta heterogeneidad se presenta tanto
en la esfera del Islam en cuanto religión, como en las corrientes políticas
que se reclaman “islámicas”.
El
cristianismo ha sido referencia para un arcoiris de posiciones políticas.
Algo parecido, aunque no exactamente igual, sucede con el Islam. La
referencia al Islam es reclamada desde la dudosa Al-Qaeda hasta
partidos similares a los demócrata cristianos europeos. Por supuesto,
es imposible aquí trazar este cuadro completo y su aun más compleja
evolución. Aquí sólo vamos a referirnos a algunas corrientes
fundamentales, porque tienen incidencia en el campo de batalla central
de estos momentos, Irak.
Antes
de su irrupción masiva de los 80, los movimientos “islamistas”
tienen una larga historia o “prehistoria”, que puede remontarse a
principios del siglo XX o incluso antes. Pero esa irrupción masiva de
los 70 y 80 tiene como referencia a dos grandes acontecimientos
simultáneos: 1) la revolución de 1979 en Irán contra la
monarquía pro occidental del Sha Reza Palevhi, que después de
una larga lucha interna terminaría imponiendo el régimen teocrático
de la República Islámica, encabezado inicialmente por el ayatola
Jomeini; 2) la ocupación soviética de Afganistán, en
diciembre del mismo año de 1979, que desencadenó a una movilización
internacional de “yihadistas” []
desde Marruecos a Pakistán para apoyar la resistencia afgana. Allí,
comenzaría su carrera el famoso Osama Bin Laden, como agente de la
petromonarquía de Arabia Saudita (que financiaba la movida islámica)...
y también como vínculo de la CIA, que proporcionaba armas e
instructores a los “luchadores de la libertad” a través de la
dictadura militar de Pakistán. Esta doble “marca de origen”
ilustra por sí misma la complejidad del fenómeno del Islam
político y sus increíbles zigzagueos.
La
corriente islamista de credo shiíta, encabezada por Jomeini, que logró
copar la gran revolución de Irán, reprimiendo sanguinariamente al
movimiento obrero y a la izquierda, desarrolló al mismo tiempo un
fuerte enfrentamiento con Estados Unidos, que encomendó entonces a su
agente en esos años, Sadam Husein, que le hiciera la guerra. Hoy,
EEUU y el régimen clerical-teocrático de Irán no han terminado de
hacer las paces, y hay una fuerte tensión, entre otros motivos (o
pretextos) por la posibilidad de que Teherán llegue a hacerse con
armas atómicas. Un motivo adicional (y probablemente más auténtico)
es que en Irán, además de petróleo, se han revelado notables
reservas de gas, que han despertado el apetito occidental
Sin
embargo, en Irak, esa misma corriente islamista shiíta pro-iraní, es
hoy uno de los principales puntales del gobierno títere de EEUU.
Sin ese apoyo de un amplio sector islamista, todo el plan de
“transición” para establecer un régimen vasallo y permitir una
salida “digna” de EEUU, se desplomaría. Este tinglado colonial
está sostenido por el ayatolla Alí Sistani, la máxima jerarquía
religiosa de la shía en Irak y, a nivel político, por el Supremo
Consejo para Revolución Islámica en Iraq, un partido formado
clandestinamente en los tiempos de Sadam, que fue impulsado desde Irán
para hacerle oposición durante la guerra de 1980-88.
Este
“Supremo Consejo para Revolución Islámica” propone como modelo
el régimen clerical-teocrático de Irán y sus lazos con Teherán son
públicos y notorios. Esto no le ha impedido ponerse al servicio del
ocupante. Y esos servicios no son sólo políticos. Su milicia
privada, la Brigada Badr, reúne unos 5.000 facinerosos dedicados a
cometer asesinatos, violaciones y saqueos, y aterrorizar a la población
sunnita y a los shiíes adversarios de la ocupación.
El
recorrido de la otra gran corriente islamista, pero de credo sunnita,
que tiene como punto de partida Afganistán, no es menos tortuoso. La
corriente llamada “salafista yihadista” [] comenzó combatiendo la
ocupación soviética con el auspicio de Arabia Saudita y Estados
Unidos. La CIA daba las armas, los sauditas el dinero y el cine de
Hollywood exaltaba a los muhayidin que peleaban contra al
“Imperio del Mal” soviético. En esos días no eran
“terroristas”, sino “luchadores por la libertad”.
Y
ese apoyo no sólo fue para que hicieran la guerra por cuenta de
Estados Unidos. La CIA y los petrodólares sauditas promovieron, a
través de la dictadura militar de Pakistán, la “islamización”
de ese estado (que era de tradición secular) como antídoto del
nacionalismo y del marxismo. Para eso, proliferaron las escuelas coránicas,
tanto para los niños pakistaníes como para los refugiados afganos.
De allí saldrían los talibán (talib = alumno)...
Pero
diez años después, se produciría un giro notable. La retirada soviética
en Afganistán (1989), pero sobre todo la Guerra del Golfo (1991)
contra Irak (con el establecimiento de tropas estadounidenses en
Arabia Saudita), produjeron una ruptura e hicieron que un amplio
sector de esta corriente “cambiara de hombro el fusil”. En febrero
de 1998 apareció la fatwa “Yihad contra judíos y
cruzados”, manifiesto firmado por Bin Laden y otros líderes
islamistas de Egipto, Pakistán y Bangladesh, que constituía una
declaración de guerra. Sin embargo, aunque Estados Unidos apareció
sustituyendo a la Unión Soviética como enemigo, el balance político
de esta corriente islamista no es en modo alguno positivo.
En
primer lugar, plantea la lucha en los mismos términos que,
desde el polo opuesto, lo hacen los más reaccionarios ideólogos del
imperialismo. Es el esquema simétrico al del “choque de
civilizaciones”. El combate no es contra las burguesías
imperialistas de EEUU, Europa, etc., sino que está planteado en términos
religiosos: es una lucha contra “la alianza judeo-cristiana
que está ocupando la tierra sagrada del Islam”, para enfrentar
“la feroz campaña judeo-cristiana contra el mundo musulmán”. []
Por
supuesto, el problema no es de orden “teórico-ideológico”.
Infinidad de veces en la historia se han generado movimientos
progresivos que han tenido toda clase de falsas ideologías. El
problema es que de estas concepciones se derivan políticas y
acciones que terminan siendo funcionales a EEUU y a los enemigos que
dicen combatir.
Los
ataques terroristas, tanto en EEUU y Europa como los llevan adelante
en Irak contra la población shiíta, se encuadran dentro estas
concepciones. Además de las consideraciones humanistas que se pueden
hacer sobre estas acciones terroristas, el hecho político es que son absolutamente
contraproducentes. Políticamente, para lo único que han servido
es para alinear a los trabajadores y el pueblo detrás de sus
gobernantes imperialistas. Sin el 11 de septiembre, difícilmente Bush
hubiese podido lanzarse a la invasión y ocupación de Afganistán e
Irak.
Bajo
la categoría común de “cristianos” (o “judíos”) se
borran todas las diferencias de clase. Se pone un signo igual
entre los trabajadores y el pueblo y sus burguesías y gobiernos
imperialistas. En
la lucha contra el imperialismo y, en general, contra la explotación
y los ataques que lleva adelante contra los países de la periferia,
la única estrategia válida es la de buscar la alianza entre las
masas del Tercer Mundo, y los trabajadores y sectores populares de los
propios países imperialistas. Fue esa combinación la que logró
derrotar al imperialismo yanqui en Vietnam. ¡Imaginemos lo que
hubiese pasado, si la política de los vietnamitas hubiese sido la de
poner bombas en Nueva York!
Iguales
o peores son las consecuencias de las acciones de estas corrientes en
el mismo Irak. Un grave problema para el triunfo de la Resistencia es
la política colaboracionista de un sector importante de los
dirigentes religiosos y políticos shiítas. La respuesta islamista
son los coches-bombas y otros atentados indiscriminados contra la
población shií. La política del imperialismo es la exacerbar los
enfrentamientos sectario-religiosos y/o étnicos y estas corrientes
islamistas –pero de credo sunnita– entran con todo en ese juego.
Esto
es tan escandalosamente funcional a la política del imperialismo,
que muchos analistas ponen en duda las historias de Al-Qaeda y hasta
la existencia de los fantasmales Bin Laden y Al-Zarqaui, y se
preguntan si no son una confección del Mossad y la CIA. []
Por
supuesto no sería la primera vez en la historia que el terrorismo es
manipulado por los gobiernos y servicios. En el caso de Irak, ha
habido varios incidentes donde han aparecido claramente sus huellas
digitales. [] Sin embargo, hay que
descartar las concepciones de tipo conspirativo. Las corrientes
islamistas en general y las que se dedican al terrorismo en particular
son un hecho ideológico-político, que tiene bases sociales.
No lo puede “fabricar” ninguna conspiración (aunque puede ser
parcialmente manipulable).
Su
génesis tiene que ver con la bancarrota del nacionalismo y la ausencia
de una alternativa socialista, en medio de una crisis de esas
sociedades bajo el impacto de los ataques brutales del imperialismo,
las injusticias y arbitrariedades de sus regímenes y la miseria de la
mayor parte de las poblaciones. La
crisis de subjetividad en el Medio Oriente se expresa en embrollos
ideológicos y políticos nada progresivos. Esto tiene influencia
directa sobre el curso de la más importante lucha regional y
mundial: la resistencia del pueblo iraquí.
Irak: la derrota del proyecto hegemonista de
Bush no implica automáticamente una salida progresiva para los
trabajadores y las masas iraquíes y del Medio Oriente
Considerado
a nivel mundial, el proyecto “hegemonista” de Bush ha naufragado.
Se ha demostrado inviable, aunque no haya experimentado todavía
en Irak y Medio Oriente una ruidosa y humillante derrota al estilo de
Vietnam en 1975. Esto, por supuesto, es de enorme importancia,
y se expresa como dijimos en una crisis de hegemonía que se
refleja también en América Latina y otros continentes.
Pero
al mismo tiempo, las evaluaciones deben ser equilibradas. Esto,
por supuesto, no significa la debacle del imperialismo norteamericano,
ni nada que se le parezca. La consecuencia fundamental es que el
“orden” (o, más bien, “desorden”) mundial posMuro de Berlín
no ha podido desembocar en la configuración de un Imperio global
estadounidense absolutamente hegemónico, como era el Proyecto –con
matices algo delirantes– del Nuevo Siglo Norteamericano, que marcó
la línea de la administración Bush. Pero, si las circunstancias lo
permiten, el imperialismo yanqui volverá a la carga, como sucedió
después de Vietnam. Esta es la lógica histórica del imperialismo.
Pero
hoy, con el rabo entre las piernas, EEUU se ha visto obligado a
retroceder del papel de Superman al más modesto de “primus inter
pares”, tratando de negociar acuerdos con Europa y volviendo a
presentar los expedientes en la ventanilla de la ONU. Pero, al hacer
eso, a Bush no le ha ido del todo mal. Hoy los gobiernos
europeos –no sólo su incondicional Blair, sino también sus mayores
“críticos”, como Zapatero y Chirac– sostienen en lo
esencial el plan para que EEUU pueda saldar el desastre de Irak al
menor costo posible. Y, sobre todo, ellos y los demás bandidos de la
ONU apoyan y legalizan el gobierno títere de Bagdad y sus farsas
electorales. Hoy día ha quedado casi totalmente archivada la
pelea EEUU versus Francia-Alemania, que marcó el inicio de la invasión
a Irak. Ahora predomina el acuerdo en montar un régimen
vasallo, con una parodia de formas “democráticas” (como las
“elecciones” donde se vota con la pistola en nuca), que permita
una retirada “digna” de EEUU, y sobre todo, que facilite a las
petroleras occidentales operar sin sobresaltos en Irak. Y esos países
no se limitan a votar en la ONU: España y Alemania entrenan tropas
del gobierno títere.
La
otra cara de esta moneda, es que la heroica resistencia iraquí está
aislada internacionalmente. Y dentro de Irak no se ha podido
tampoco conformar un frente único para el combate a los ocupantes y
sus fantoches iraquíes.
En
estos aspectos, la situación es distinta a la de Vietnam. Todos los
gobiernos europeos y del resto de mundo –aunque no apoyen a EEUU–
clasifican indiscriminadamente a los resistentes como
“terroristas”. En cuanto a los gobiernos árabes, la mayoría
compite en quién es más servil a Washington. Por su parte, el régimen
clerical-teocrático que gobierna Irán, y que mantiene serios
enfrentamientos con EEUU y la Unión Europea, viene jugando sin
embargo un papel siniestro y traidor en relación a Irak. Como
ya explicamos, ha sido, desde el exterior, un colaborador decisivo,
en el plan de recambio aplicado por EEUU, luego que se derrumbara su
primer proyecto de establecer un gobierno militar-colonial sine die.
Después
de este fracaso, EEUU apeló al “viejo truco” colonialista que no
ha perdido eficacia: exacerbar las diferencias étnicas y/o
religioso-sectarias. Uno de las operaciones favoritas del
imperialismo, ya desde los buenos tiempos del Imperio Británico, ha
sido la de hacer pasar a primer plano, en los pueblos sojuzgados, las
referencias sectario-religiosas, étnicas, tribales, localistas, etc.
En el caso concreto de Irak, el objetivo es destruir la identidad
nacional, fragmentándola en una división sectario-religiosa (chiíes
versus sunníes) y otra división étnica (árabes versus
kurdos). Así, la domesticada prensa estadounidense, ya da por sentado
que no existen iraquíes: sólo hay sunnitas, chiítas y kurdos.
Esta
operación parece haber tenido un cierto éxito, aunque desde
aquí es imposible aún medirlo con precisión. El plan maestro
es la “federalización” de Irak que implica de hecho la
balcanización en tres estados. Esto se ve favorecido por la
geografía de las principales reservas de crudo, situadas
respectivamente al sur y al norte, sin nada en el centro del país,
donde se encuentra la capital, Bagdad. La nueva “Constitución”,
redactada bajo las órdenes del virrey norteamericano en Bagdad,
“federaliza” los ingresos del petróleo. De esa manera, EEUU ha
podido comprar el apoyo a la Constitución colonial del ayatola
Sistani, que encabeza el clero shiíta del sur del país y de
formaciones políticas afines. La misma operación se ha realizado con
las corruptas pandillas de los dos partidos burgueses kurdos que se
disputan el botín en el norte. []
Pero
el imperialismo ha podido llevar adelante estas maniobras porque
encontró un terreno real en qué apoyarse. En relación al
pasado, ya señalamos el fracaso del nacionalismo burgués árabe
(e iraquí) en superar y reabsorber antiguas fronteras étnicas,
religiosas y tribales, herencias que frecuentemente también
marcaban relaciones de opresión y explotación. El régimen de Sadam
Housein tuvo un tratamiento brutal de estos problemas. Pero
lamentablemente no se trata sólo de hechos del pasado. Ya vimos como el
terrorismo sectario de las corrientes islamistas contribuye a la
maniobra de balcanizar Irak, fragmentándolo a través de líneas
religiosas y étnicas.
Sin
embargo, este plan imperialista aún no se ha consumado. La
comunidad shiíta está dividida. Un amplio sector conducido por Sadr
y que tiene su fuerte en Bagdad, no coincide en el apoyo al gobierno títere
y ha llegado a chocar esporádicamente con los ocupantes. Y una cosa
es lo que acuerdan por arriba con los ocupantes las elites shiíta y
kurda, y otra los procesos que pueden desarrollarse por abajo.
Mientras tanto, las presiones por el retiro de las tropas crecen en
EEUU. Pero, con razón, Washington teme que si se retira por completo
o si reduce substancialmente el número de tropas, el nuevo “Ejército
iraquí” puede desplomarse, como sucedió con el de Vietnam del Sur.
Ha comenzado una carrera contra el tiempo.
Este
temor es el eje de las actuales discusiones en Washington, temores que
deben reflejar un conocimiento de la situación en Irak mayor de la
que podemos tener desde aquí. Y esto puede resumirse así: “No
podemos quedarnos por mucho tiempo: ¿pero podemos irnos? ¿o todo se
vendrá abajo?”
En
los mismos círculos norteamericanos donde hace dos o tres años se
discutía la organización del “nuevo Imperio Romano” y se
proclamaba que “la Pax Americana vino para quedarse sobre los campos
petrolíferos”, []
hoy se debaten cosas muy distintas. Entonces, se proyectaba la
organización de un gobierno colonial encabezado por un general
yanqui... ¡por lo menos por una década! Ahora, el principal artículo
de Foreing Affairs de noviembre tiene un titular que lo dice todo: “Irak:
Aprendiendo las lecciones de Vietnam”. []
El órgano extraoficial de los halcones del Departamento de Estado
examina ahora el problema de cómo irse cuanto antes, sin que meses
después todo se derrumbe.
4.2.
La crisis de la Unión Europea y la resistencia a la liquidación de
las conquistas de posguerra
Europa,
más concretamente Europa occidental, constituye otra de las regiones
donde se desarrollan luchas políticas y sociales de importancia. Y
donde además, en algunos países, las corrientes marxistas
revolucionarias tienen una presencia objetiva, como es el caso
principalmente del Reino Unido y de Francia.
Aquí,
por supuesto, no pretendemos hacer un análisis de la situación
europea. Esta cuestión, de suma importancia, no es sin embargo el eje
de este texto. Pero es necesario señalar brevemente dos o tres
problemas, porque tienen relevancia política mundial.
Es
un lugar común hablar de la crisis económica (de
estancamiento) de las primeras economías de Europa continental
(Alemania, Francia e Italia) y de la crisis política de la Unión
Europea, cuyo expresión más dramática (pero no la única) fue el
masivo rechazo del proyecto de “Tratado Constitucional” en el
referéndum francés de mayo del 2005.
Ambas
crisis están estrechamente vinculadas. Las burguesía de
Alemania (centro de la economía europea) y el resto de los
capitalistas de la UE tienen la “solución”: dar el “gran
salto adelante” en el proceso de liquidar los todavía enormes
remanentes del “Estado de bienestar social”, que tuvo en
Alemania en particular y en Europa occidental en general sus
expresiones más avanzadas.
El
“Tratado Constitucional” rechazado en el referéndum francés era
un minucioso catálogo de principios, disposiciones y medidas para
ayudar a producir, desde arriba, una “revolución copernicana” en
las relaciones entre las clases. Establecía que, de ahora en más,
era el principio de la “competitividad” el que iba a regir
clara y abiertamente la vida europea. El “compromiso social” de
posguerra quedaba constitucionalmente sepultado.
Para
salir de la crisis, entonces, el capitalismo alemán, francés y
europeo tiene un programa. Podríamos resumirlo diciendo que su ideal
sería reducir a la clase trabajadora europea –principalmente de
Alemania y Francia– a la condición de derrota y retroceso social de
los trabajadores norteamericanos. Es la ideal para garantizar la
“competitividad”. []
Más que “competitividad”, el centro de la pelea es forzar una
drástica redistribución del ingreso de los asalariados a los
capitalistas. El principal blanco para eso es el ataque al
“salario social”.
Ese
ha sido el eje político del gobierno de Chirac y de sus sucesivos
ministros en Francia. Sin embargo, la clase trabajadora francesa ha
demostrado ser un hueso duro de roer. Desde hace 10 años, con alzas y
bajas, ha tratado defenderse, aunque ha perdido terreno. Al mismo
tiempo ha venido desgastando a los sucesivos equipos políticos de la
burguesía, en estos momentos, el de la “derecha” (que se viene
turnado con la “izquierda”)... para ir en el mismo sentido
general. En los últimos meses, se han desarrollado importantes
movilizaciones generales y también de algunas duras luchas que ha
escapado al control de las burocracias.
Uno
de estas importantes luchas fue la huelga y toma de los ferries que
hacen la ruta a Córcega, para impedir su privatización. Este
movimiento derivó en un serio choque con la represión desatada por
el gobierno de Chirac-Villepin, que motivó la solidaridad de amplios
sectores de la población.
En
el mismo mes de octubre, se desarrolló una de las huelgas generales y
movilizaciones más importantes de los últimos tiempos. Un rasgo
importante fue la participación y el apoyo de los sectores de
trabajadores privados, desde hace mucho tiempo venían mucho más atrás
en el terreno de las luchas.
Con
el triunfo del NO a la constitución neoliberal europea, el desempleo,
la degradación del ambiente y, en general, la falta de perspectivas
se nota una pérdida de confianza de las masas en el capitalismo.
Asimismo
Francia ha sido el centro del estallido social de la población
proveniente de la emigración, un problema que toca en mayor o menor
medida a gran parte de Europa. Una parte minoritaria de la población
de las ex colonias francesas y europeas (o más bien de sus
descendientes) vive hoy en las ex metrópolis. La estancada economía
europea los condena a la exclusión y la marginalidad o, en el mejor
de los casos, a empleos miserables. En estas poblaciones provenientes
de la emigración (pero que hoy en su mayoría son ciudadanos de
segunda o tercera generación) se prolonga la situación colonial.
Esta
situación particular plantea un gran desafío, tanto a la extrema
izquierda como a los luchadores obreros. De hecho, la clase
trabajadora no sólo en Francia sino también en la mayoría de los países
de Europa está dividida a lo largo de esas líneas étnicas.
Esto es aprovechado por la burguesía y los gobiernos, para envenenar
con el racismo y la islamofobia a una parte importante de los
trabajadores y la clase media: la culpa de desempleo, la
“inseguridad” y el desastre social no la tiene el capitalismo...
sino los descendientes de la emigración.
Pero
la unidad de la clase trabajadora no puede plantearse en abstracto,
como lo hace lamentablemente parte de extrema izquierda francesa. Sólo
se puede luchar realmente por esa unidad, asumiendo entre sus
reivindicaciones centrales las esos sectores, que son los más
oprimidos y explotados de la clase trabajadora.
Alemania,
el centro económico de Europa, aparece, en comparación con Francia,
como un territorio de “paz social”. Sin embargo, allí la
burguesía está preparando una “prueba de fuerza” con la clase
trabajadora, cuyos resultados van a tener consecuencias
continentales. La “gran coalición” (democristianos + socialdemócratas)
ha sido formada trabajosamente luego de las elecciones que no dieron
una rotunda victoria a la candidata de derecha, Angela
Merkel, como esperaba la
burguesía. Merkel se ha postulado expresamente a cumplir en
Alemania el papel de Margaret Thatcher: es decir, a pasar la
aplanadora sobre los trabajadores alemanes, como hicieron en los 80
con los británicos.
Sin
embargo, la situación no es la misma. Los resultados de las
elecciones reflejan un amplio sector que se opone. La disciplinada
socialdemocracia increíblemente se ha dividido. Un nuevo partido
–el Linkspartei–,
formado por la conjunción de la “izquierda” socialdemócrata
(Lafontaine) y ex PC de Alemania oriental, obtuvo un sorprendente 10%
de los votos. No son, por supuesto, “anticapitalistas”. Pero sus
votos (e incluso los de los mismos socialdemócratas) reflejan que un
amplio sector obrero y popular rechaza las (contra)reformas
neoliberales tardías de la Margaret Thatcher alemana. El gran
interrogante es si esto se va a traducir en una oposición activa,
“a la francesa”.
En
Gran Bretaña se desarrolla otra crisis particular: la caída en
“cámara lenta” de Tony Blair, el incondicional escudero
europeo de George W. Bush. El Reino Unido no tiene en estos momentos
los apuros económicos continentales. Allí la crisis es más bien política
y se desarrolla como parte (menor y subordinada) del fracaso de la
aventura imperialista norteamericana. El movimiento de oposición a la
guerra en estos años ha sido de gran envergadura. Su última gran
movilización, durante la cumbre de Escocia, fue frustrada en parte,
por los atentados en el metro de Londres. Sin embargo, estos atentados
no lograron reanimar, como se esperaba, la farsa de la “guerra
antiterrorista”. Blair no ha podido hacer aprobar su proyecto de
legislación represiva, deja planteado un signo de interrogación
sobre su permanencia en el gobierno.
En
esta situación, el marxismo revolucionario europeo, se enfrenta a
oportunidades... y peligros. La formación de un agrupamiento
reformista pero a la izquierda de la social democracia en Alemania, la
“resurrección” del PS francés, con alas importantes como la de
Fabius que votaron por el No a la Constitución europea, etc., son
otros tantos factores que presionan sobre los marxistas
revolucionarios. La crisis de alternativas permite a estas formaciones
políticas “recrearse”. El gran debate es cómo desarrollar
alternativas independientes de la burguesía y de las
mediaciones reformistas “de izquierda”, al estilo del Linkspartei
y de Rifundazione Comunista de Italia.
4.3.
América Latina y Sudamérica: las situaciones más avanzadas de la
lucha de clases, las trampas del reformismo y el replanteo del
socialismo del siglo XXI
América
Latina, y especialmente Sudamérica, es la región donde se presentan las
situaciones más avanzadas de la lucha de clases. Y también donde
las corrientes de la izquierda en general y del marxismo
revolucionario en particular, sin ser aún de masas, tienen en varios
países una fuerte presencia en la vanguardia y un indudable protagonismo
encabezando importantes luchas obreras y sociales.
Después
de África, América Latina es el continente en que han sido más
graves las consecuencias sociales de la globalización y la
configuración neoliberal del capitalismo. Pero también es donde,
como respuesta a esos desastres, se han producido varios rebeliones y
profundas crisis en los regímenes de democracia burguesa colonial,
que son la norma en la región.
En
este contexto, América Latina, y particularmente en su mitad sur es
posiblemente donde más se desarrolló el fenómeno político mundial
que señalamos la principio de este capítulo. Las catástrofes económico
sociales, el descontento, las protestas y rebeliones, por un lado, y
la crisis de la alternativa socialista, por el otro, han generando un
amplio espacio político para distintas corrientes que prometen
cambios dentro de los marcos del capitalismo. Estamos en período
lleno de mediaciones, de gran peso de los reformismos, y en
nuestro continente pesa cada vez más este fenómeno
“centroizquierdista”.
Sin
embargo, han comenzado a actuar tendencias contrarias.
Sobre todo a nivel de la vanguardia, vuelven a replantearse los debates
estratégicos de trascender el capitalismo, la transición al
socialismo, la disyuntiva de reforma o revolución, etc. Desde
Venezuela, el debate del socialismo ha tomado una repercusión aun más
amplia.
Junto
con estos desarrollos políticos, también se percibe en el continente
un fenómeno social de no menor importancia: la vuelta a escena de
sectores de la clase trabajadora.
La
encrucijada estructural de América Latina
Las
convulsiones que se produjeron en varios países latinoamericanos
–como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina– y que dieron el
“tono” a los primeros años del siglo XXI se desarrollaron en el
marco de una difícil situación del continente por las
transformaciones de la globalización y la imposición del llamado
Consenso de Washington, un decálogo neoliberal puro y duro que,
gracias a la colaboración prácticamente incondicional de las burguesías
latinoamericanas, se aplicó con más profundidad que en otras
regiones del mundo.
El
fenomenal endeudamiento y la nueva división mundial del trabajo, por
un lado, y el desmonte de cualquier barrera defensiva, por el otro,
condujeron no sólo a un caída generalizada de la economía
sino también a una explosión de miseria y a una ampliación
de la brecha que las separa de los países centrales, y que se
transformó en abismo.
“América
Latina retrocedió en todos los terrenos. Perdió relevancia
industrial, decayó su participación en el comercio internacional y
fue desplazada por el Sudeste Asiático cómo principal destino periférico
de las inversiones extranjeras. La brecha que separa a la región de
los países desarrollados se amplió visiblemente. En 1978 el ingreso
per capita en las naciones centrales superaba en cinco veces a los países
más avanzados de la zona y en 12 veces a los más retrasados. Pero en
1999 estas diferencias se habían ampliado a 7 y 30 veces,
respectivamente.
“[...]Estas
transformaciones aumentaron el desempleo, redujeron los salarios y
provocaron una terrorífica expansión de la pobreza. De acuerdos a
mediciones que difieren en la definición de ‘pobre’, la miseria
afecta en Latinoamérica a un número que oscila entre 150 y 224
millones de personas. Esta magnitud se ubica por encima del porcentaje
prevaleciente antes del comienzo de la crisis de los 80.” [
Esta catástrofe social se aceleró en los 90.
Así,
al iniciarse el siglo XXI, la situación de América Latina estaba
signada, como señala el mismo autor citado, por “cuatro
desequilibrios”: “La explosiva combinación de endeudamiento
externo, especialización exportadora en productos de baja elaboración,
intercambio comercial deficitario y erosión del poder adquisitivo
desencadena las periódicas turbulencias de la economía
latinoamericana.” (Katz, cit.)
Esto
parece haber variado algo. Por ejemplo, hoy las principales economías
latinoamericanas []
están creciendo (aunque a ritmos muy desiguales) y sobre todo
se registran superávits (algunos importantes) en el comercio
exterior. Sin embargo, esto no significa que haya cambiado ni
mejorado cualitativamente su inserción estructural en la economía
mundial. Las razones de la actual “mejoría” son, en primer
lugar, consecuencia de la coyuntura mundial que puede variar en plazos
relativamente cortos (lo que para las vulnerables y dependientes
economías latinoamericanas se traduce invariable en estallidos y
convulsiones) En segundo lugar (y no lo menos importante), se ha
producido una “adaptación” de las economías regionales al fin de
las condiciones que marcaron la borrachera de privatizaciones e
ingreso de capitales de los primeros años de la década del 90. Esto
hay que tenerlo en cuenta porque, en algunos países, ha implicado
ciertos cambios en relación al neoliberalismo salvaje de los primeros
tramos de los 90.
Como
es sabido, la década del 80 es conocida como la “década perdida”
de América Latina, por el estancamiento de las economías y las
primeras crisis de la deuda externa. Durante la primera mitad de los
90, con el pretexto de remediar la crisis de la “década perdida”,
se aplicaron en todas partes aunque desigualmente las recetas del
“Consenso de Washington”. Eso significó, como dijimos, cambios en
la esfera de la producción y de la inserción de cada país en la
división internacional del trabajo.
Durante
los primeros años de la década del 90, todo pareció andar sobre
ruedas. Aunque con grandes desigualdades entre los diferentes países,
las “aperturas” y privatizaciones atrajeron una oleada tanto de
inversiones directas como de préstamos e inversiones “de cartera”
(compras de acciones y otros valores en las bolsas). Fueron años de
“dinero fácil”, para los gobiernos y gran parte de las burguesías
de la región.
Esto
permitió a muchos países, entre ellos Argentina y Brasil, sostener
la “estabilidad de la moneda” incluso con una sobrevaluación en
relación al dólar (Argentina, en la forma extrema de la
convertibilidad), y al mismo tiempo darse el lujo de mantener déficits
de la Balanza de Bienes y Servicios (importar más de lo que se
exporta en bienes y servicios) y déficits del presupuesto del Estado.
La mayor parte de los países pasó así a depender en mayor o menor
medida del flujo de capitales del exterior. Esto produjo, entre otras
consecuencias desastrosas, un crecimiento veloz del endeudamiento,
haciendo que la Deuda Externa Bruta Total latinoamericana llegara a su
cúspide de 767 mil millones en 1998. (CPAL,
cit., Cap I, p. 41)
Ya
desde mediados de los 90, las cosas comenzaron a complicarse. El
problema de fondo es que en la división mundial del trabajo impuesta
por la globalización, América Latina, si bien no se precipitó al
pozo de África, tampoco logró la performance de China y otros países
de Asia. La ola de inversiones directas fue en buena parte a las
empresas públicas privatizadas y no a sectores que implicaran mejorar
substancialmente la inserción en el mercado mundial. Tampoco el
capital “nacional”, en gran medida fusionado, subsidiario,
asociado o subcontratista de las corporaciones transnacionales, se
encaminó en ese sentido. La “apertura” arrasó con muchos
sectores calificados de “ineficientes”, pero no los reemplazó en
la misma medida por otros “competitivos” en el mercado mundial. Al
mismo tiempo, dejó millones de desocupados, lo que agravó la miseria
mientras supuestamente “crecía la economía”.
La
renuncia de las burguesías latinoamericanas a cualquier proyecto de
industrialización autónoma e integral, la liquidación de buena
parte de la industria sustitutiva de importaciones y la adopción del
modelo de armaduría-montaje conectado mundialmente, ha sido la
principal causa de que la tasa de
desempleo en las ciudades latinoamericanas casi se duplicó
desde 1994 al 2002. []
A
medida que se fueron agotando las empresas estatales a privatizar o
las empresas privadas “nacionales” a adquirir, la rueda empezó a
girar en sentido opuesto. Ya no era cuestión de recibir inversiones
directas o de cartera, sino de enviar ganancias al exterior de las
inversiones ya realizadas. Al mismo tiempo, crecía el servicio
de la deuda. En el comercio exterior también las cosas se iban
complicando, por la sobrevaluación de las monedas locales en relación
al dólar que practicaban muchos países de la región, cuyos extremos
fueron la convertibilidad de Argentina o la dolarización de Ecuador.
Y en esos años, a su vez, el dólar se había sobrevaluado en relación
al yen y las monedas europeas. Todo eso contribuía a restar
competitividad a las exportaciones latinoamericanas.
Otro
factor grave fue que desde 1998 al 2002 los países no petroleros de
América Latina habían sufrido un deterioro de los términos del
intercambio (relación entre los precios de los productos de exportación
y los que se importan) del 14,9%. Y además, desde 1997 al 2002,
Latinoamérica padeció una caída absoluta del 25% de los precios de
sus productos básicos no petroleros. (CEPAL, cit., Cap. II, 1., p. 10
y 11)
Por
esos y otros motivos –las crisis de 1997 del Sudeste de Asia y el
default de Rusia en 1998, la amenaza de un colapso de Brasil el mismo
año, el imán de la “burbuja” de Wall Street de 1995 al 2000,
etc.) llevaron a un “no va más”. Los gobiernos y las burguesías
latinoamericanas no podían seguir con el mecanismo de cubrir los
distintos déficits con más emisión de deuda y/o inversiones
directas del exterior o de cartera.
Del
dólar barato, el remate de las empresas públicas, los déficits
comerciales y fiscales, y el crecimientos galopante del endeudamiento
externo, se fue pasando al dólar caro, a las devaluaciones de las
monedas sudamericanas, a los superávits fiscales y del comercio
exterior, logrado mediante el aumento de las exportaciones pero
sobre todo gracias a la caída de las importaciones por la depresión
del consumo popular. Esto último es ahora un factor clave: las
divisas ya no ingresan tanto por inversiones del exterior y emisión
de deuda, sino por el descenso relativo de las importaciones gracias a
la miseria generalizada y el aumento más o menos importante de las
exportaciones relacionado con las devaluaciones.
Así,
Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, etc. registran no sólo superávits
comerciales sino también excedentes fiscales inéditos. El
estado impone una severa restricción del gasto público que va al
pago de la deuda. El campeón de este nuevo esquema del siglo XXI
es Lula, con récords de supéravit primario superiores al 5% del PBI.
No es necesario aclarar las consecuencias de esto en el empleo y el
salario, y en los sistemas de educación, salud y seguridad social. La
otra cara de la moneda de todo esto ha sido la fenomenal transferencia
de riqueza de América Latina a los países centrales, desde que a
finales de los 70 se levantó el telón de la era neoliberal con el
crecimiento vertiginoso de la deuda y sus servicios.
En
síntesis: es la “economía de la miseria”, donde el
crecimiento económico coyuntural no se refleja en una disminución
equivalente de la pobreza y la indigencia.
Por
último, dentro de estas transformaciones generales, hay que destacar
que también se producen desarrollos desiguales, que tienen
consecuencias sociales. Surgen o se recrean ramas de la producción
y los servicios que implican el desarrollo de nuevos sectores
de trabajadores asalariados. De esa manera va apareciendo,
especialmente en los países más desarrollados, una nueva clase
trabajadora.
La crisis de hegemonía del imperialismo yanqui en la región y la
“integración sudamericana”
Los
problemas económicos, las protestas y rebeliones a lo largo del
continente, la pérdida de consenso y legitimidad del neoliberalismo y
sobre todo el desastre en que está desembocando a escala mundial la
aventura “superimperialista” de Bush, se han combinado para
producir una crisis de la hegemonía del imperialismo yanqui en la
región.
Esto
tiene múltiples expresiones, que no se limitan a la aparición de una
nueva experiencia del nacionalismo burgués en el siglo XXI, con Chávez
que desafía abierta y públicamente a Bush. Sin embargo, basta
recordar que hace apenas diez años eran los Menem y los Fujimori
los que daban el tono de los gobiernos latinoamericanos.
Expresiones
de esta crisis de hegemonía las hemos visto, por arriba, en las últimas
reuniones “cumbres” de EEUU con los países latinoamericanos (como
la de Monterrey (200 ) y sobre todo la reciente de Mar del Plata),
pero también más en general, con las dificultades de Washington para
lograr la implementación del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas)
En
Mar del Plata, Bush protagonizó un hecho inédito en esas
“reuniones interamericanas”. Palabra más, palabra menos, el
Departamento de Estado siempre ha logrado hacer aprobar textos y
declaraciones “unánimes”. Y si algo por el momento “no
pasaba”, tenía por lo menos el buen tino de no proponerlo... y
luego proseguía el trabajo de “ablande” sobre los no muy rebeldes
gobiernos del Sur.
En
Mar del Plata, Bush (directamente y a través de su títere Fox)
protagonizó un incidente que refleja el pantano en que está
metido... y los inútiles manotadas que hace para salir. Después de
convenir que no se trataría el tema del ALCA por no haber acuerdo,
Bush pensó evidentemente que atropellando podría imponer una
definición favorable. El resultado no pudo ser más contraproducente:
por primera vez, sus súbditos latinoamericanos le dijeron no al
Emperador del Mundo.
El
ALCA es una pieza clave en las relaciones del imperialismo yanqui con
su “patio trasero” latinoamericano. Ya describimos los problemas
económicos de EEUU y el hecho de sólo con América Latina
consigue superávits en el comercio exterior. El adalid de la
“competitividad” neoliberal no es muy competitivo que digamos.
Estados
Unidos necesita desesperadamente aumentar sus ingresos “genuinos”
para depender menos de la entrada de capitales, sobre todo vía
endeudamiento. Esto implica ante todo más ventas de productos
estadounidenses en el mercado mundial, pero también significa avanzar
en otros rubros no menos suculentos, como las cuestiones de las garantías
y dividendos de los capitales norteamericanos en el exterior, la venta
de servicios, los ingresos por propiedad intelectual-patentes, las
garantías del cobro de las deudas financieras, etc. Todo eso va en el
paquete del ALCA. Los productos competitivos de EEUU no deben
encontrar trabas para colocarse a buenos precios, y al mismo
tiempo le conviene dificultar el ingreso de los que puedan competir
en el mercado interno (por ejemplo, productos agrícolas).
Con
el ALCA, EEUU trata de valerse del dominio semicolonial que ejerce en
América Latina, para profundizar su dependencia y convertirla en el coto
de caza exclusivo de sus corporaciones. Como dijo Colin Powell, ex
secretario de Estado de Bush, “nuestro objetivo es garantizar para
las empresas norteamericanas el control de un territorio que se
extiende desde el Ártico hasta la Antártida y el libre acceso
—sin ninguna clase de obstáculos— de nuestros productos,
servicios, tecnologías y capitales a todo el hemisferio”. [
¡Más claro, agua!
Pero
esto encuentra obstáculos en los intereses de sectores de las burguesías
latinoamericanas. El “libre comercio”, según lo entiende Estados
Unidos (y el resto de los países centrales), es una calle que va en
un sólo sentido: del Norte al Sur. EEUU no está dispuesto a dejar de
subsidiar, por ejemplo, su producción agrícola.
El
desastroso resultado de la primera y gran experiencia de “libre
comercio” –el NAFTA , de México con EEUU y Canadá– es también
un alerta para el resto de América Latina. México no se convertido
en “otra China” respecto a EEUU. La “maquila” –palabra
mexicana que se “globalizó” para designar el modelo de armaduría-montaje conectado internacionalmente– no significa
de ninguna manera la industrialización que está logrando China. Y
ahora, hasta eso ha entrado en crisis y las maquilas comienzan también
a plantearse el traslado a China.
EEUU,
ante las dificultades de lograr el ALCA, intenta avanzar gradualmente
por vía de Tratados de Libre Comercio (TLCs), que firma con gobierno
más dóciles. Pero mientras no logre hacer entrar a Brasil, Argentina
y Venezuela, habrá avanzado muy poco.
En
esta situación, desde diversos sectores, se plantea la alternativa de
la “integración sudamericana”. Chávez, con el ALBA,
aparece como el gestor decidido de eso. Ahora Venezuela adhiere al
Mercosur y, con ese paso, todo el “progresismo” latinoamericano
habla de la formación de un bloque independiente y de una integración
económica que nos liberaría del yugo norteamericano e imperialista
en general.
Esto,
desde ya, es pura charlatanería. Ninguna integración en serio
sudamericana (o latinoamericana) puede hacerse bajo la férula de los
actuales “grupos económicos”, que dominan las respectivas economías
nacionales de nuestros países, ni tampoco bajo al dirección de los
gobiernos que responden a esas burguesías. La razones son muy
simples. Salvo el caso excepcional de Venezuela (donde todo está
dominado por la gran empresa petrolera estatal, PDVSA), en el resto de
los países la mayor parte de la producción, las finanzas y el
comercio está en manos o de multinacionales o de empresas
estrechamente asociadas a ellas. El caso más escandaloso es el de
Argentina, que tiene casi las tres cuartas partes de su PBI producido
por empresas en esas condiciones.
“La
expectativa chavista de contagiar el espíritu bolivariano a los
gobiernos de centroizquierda [Kirchner, Lula, Tabaré...] choca con un
obstáculo estructural: las clases dominantes de la región preservan
la conformación centrípeta que históricamente bloqueó su
asociación... y mantienen con las metrópolis más negocios que
con sus vecinos de Sudamérica.” []
La
integración económica sud y latinoamericana es una necesidad cada
vez más apremiante. Es la única salida de fondo a la catástrofe
económico-social de la región. Pero esto no puede venir de la mano
de las miserables burguesías latinoamericanas, vendidas al
imperialismo y al capital extranjero desde su mismo nacimiento, desde
la independencia de España y Portugal. Esta salida sólo puede venir
de la mano de la clase trabajadora, en alianza con todos los
explotados y oprimidos. Ésa es la única expectativa realista: lo
otro, es soñar despiertos.
Sólo
un bloque de las clase trabajadora, en alianza con los campesinos y
las clases medias empobrecidas podría imponer mediante la lucha la única
integración posible: una federación de estados socialistas de América
Latina.
¿La
hora de los reformismos y las mediaciones? Dos tendencias
contradictorias y el relanzamiento de los debates estratégicos:
capitalismo, anticapitalismo, socialismo; reforma o revolución; papel
de la clase trabajadora y partido
Salvo
excepciones, como la de la segura reelección de Uribe en Colombia, lo
que está predominando en América Latina es una variedad de
gobiernos y movimientos políticos que se presentan como “de
izquierda” y/o “progresistas”. La muy posible victoria de
Evo Morales en Bolivia y el año próximo del PRD en México, serían
nuevas muestras de esta tendencia.
Bajo
esta denominación hay sin embargo una variedad de posiciones y
situaciones políticas: y estas diferencias no son sólo de grados o
“matices”. Van desde Chávez –que mantiene un enfrentamiento
duro y real con EEUU e internamente impulsa ciertas reformas
favorables a los sectores más pobres–, hasta los casos de Lula y
Tabaré Vázquez, que aplican al pie de la letra (y a veces más allá)
los dictados del FMI y el capital financiero, y a lo sumo practican un
asistencialismo miserable. Kirchner, y posiblemente Evo Morales, con
situaciones internas más comprometidas, y sin ubicarse de ninguna
manera como Chávez, desarrollan sin embargo una retórica algo más
“nacionalista” y “progre” que los mandatarios de Brasilia y
Montevideo.
Ya
señalamos que es en nuestro continente, y particularmente en Sudamérica,
donde más se ha venido desarrollando el fenómeno político mundial
que señalamos a lo largo de este artículo: las calamidades sociales,
el descontento, las protestas y rebeliones, por un lado, y la crisis
de una alternativa socialista frente al capitalismo (y de otra forma
de poder político frente a la democracia burguesa), por el otro,
ofrecen un amplio espacio para distintas corrientes que prometen
mejoras dentro de los marcos del capitalismo y la democracia burguesa.
Estamos en un período lleno de mediaciones, y es en América
Latina donde más nítidamente se percibe este fenómeno.
Y
estas mediaciones no son fáciles de superar, incluso cuando la
llegada al gobierno de estas corrientes permite comprobar a las masas
no sólo que nada cambia en lo esencial, sino que además la estafa es
indignante.
Así
sucede con el gobierno del PT en Brasil, que era el gran
experimento de alcances mundiales del “reformismo del siglo XXI”.
Pocas veces se han visto al principio tantas expectativas en las masas
y, al final, un espectáculo como el de la corrupción del gobierno
petista. Sin embargo, el PT, si se mantiene lo que indican las
encuestas, es probable que logre ganar las presidenciales del 2006 y
reelegir a Lula... o estar cerca de eso. Por un lado, las grandes
masas no ven todavía que sea posible una alternativa anticapitalista
y socialista a la izquierda del PT; por el otro lado, respecto a la
opción a la derecha –Serra del PSDB– piensan que sería igual o
peor que Lula. []
Entonces,
el PT, como partido que una vez agrupó a casi toda la vanguardia
obrera y popular, y a grandes sectores de masas, está muerto.
Pero su cadáver sigue repleto de votos, por una combinación
de la crisis de la alternativa socialista al capitalismo y el
mecanismo del “mal menor”. Esto que sucede con el PT no es sólo
una “excepcionalidad brasileña”. Se presenta con distintas formas
en diferentes países (en Europa, está detrás de la “resurrección”
electoral del PS francés; en Argentina, de los sucesivos
“reciclajes” del peronismo, etc.).
Esto
tiene que ver con un hecho que en mayor o menor medida también se
percibe en muchos países. En los últimos años, los socialistas
revolucionarios y otros sectores más o menos radicales hemos estado
frecuentemente al frente de importantes luchas y de grandes
movimientos sociales. Pero nuestra influencia política sobre
sectores de masas es generalmente mucho menor que el peso
de los movimientos que encabezamos. Hay una brecha nada fácil
de salvar.
Uno
de los innumerables ejemplos lo tenemos en estos momentos en Bolivia.
Es muy probable que Evo Morales gane las elecciones. Y su presidencia será
el producto (mediado y contradictorio) de las dos grandes rebeliones,
la de octubre de 2003 y la de mayo/junio de 2005.
Sin
embargo, la paradoja es que Evo tuvo poco que ver con esas
rebeliones que (indirectamente) lo pueden elevar a la presidencia.
Y, cuando intervino su política fue esencialmente para desmontarlas
en función de la defensa de la “democracia” y de la vía
electoral-parlamentaria La vanguardia que encabezó ambas rebeliones
sociales, los llamados “radicales” –los luchadores de la Fejuve,
la COR, la Federación Minera, la COB, etc.– quedaron totalmente al
margen de las elecciones. Si, en vez de retroceder, se hubiese
concretado el proyectado “Instrumento Político de los
Trabajadores” –proyecto planteado por algunos sectores de la
Federación Minera–, hubiese sido un gran paso adelante para
presentar una alternativa independiente y de clase. Pero desde ya que
sólo habría logrado un número pequeños de votos...
Sin
embargo, al mismo tiempo que actúa claramente esa tendencia –la que
hace pesar la crisis de la alternativa socialista– también
comienzan a percibirse tendencias de signo opuesto. Esto tiene
dos manifestaciones principales:
1)
Un flujo de fondo, una corriente más “profunda”, que tiende a
desarrollar procesos de recomposición del movimiento obrero y de
los trabajadores asalariados en general. Esto tiene las más
diversas expresiones, como la UNT de Venezuela, el surgimiento de
Conlutas en Brasil, el desarrollo de las nuevas direcciones y
organismos combativos y clasistas que vienen dirigiendo últimamente
los principales conflictos en Argentina, etc.
2)
La tendencia en la vanguardia de las luchas y de esos procesos de
recomposición a adoptar posiciones políticas más a la izquierda.
Estas
contra-tendencias son las que vuelven a poner otra vez sobre
el tapete los debates estratégicos. Es decir, el debate de cómo
ir más allá del capitalismo, el debate de la necesidad y
posibilidad de otro sistema, el socialismo. E
inevitablemente anexo, está el debate de reforma o revolución;
es decir, de cómo romper con el capitalismo e iniciar la transición
a otro sistema social. El desastre de Lula y otras corrientes
similares la plantean objetivamente a la vanguardia. Vuelve asimismo
otro gran tema estratégico: ¿qué sujetos sociales pueden
cumplir esas tareas? Y por último también se replantea la cuestión
del partido.
Como
parte importante de esta reaparición, en las condiciones del siglo
XXI, de estos debates estratégicos, está la cuestión del
“socialismo” que plantea Chávez. Como veremos luego, esto no va más
allá de un parcial capitalismo de estado que distribuya con algo más
de “justicia” la renta petrolera, principalmente mediante un
asistencialismo a gran escala. No hay esto, realmente, ni un gramo de
socialismo. Pero es trascendental que en un sector de las masas
latinoamericanas comience a replantearse el tema del socialismo.
Como
parte de estas contra-tendencias,
hay que anotar igualmente otro hecho de suma importancia. Las
mediaciones reformistas son ampliamente mayoritarias e, incluso, hasta
se “recrean” relativamente después de sus crisis (como quizás
suceda con el PT). Sin embargo, el otro hecho es que, simultáneamente,
a la izquierda de ellas, comienzan a aparecer otras corrientes
en disidencia. O sea, corrientes que las pelean desde su flanco
izquierdo.
Esto
constituye un fenómeno objetivo, aunque muy heterogéneo, y
que trasciende la relativa fuerza (o debilidad) de quienes las
componen. Así, la crisis con el PT en Brasil llevó a la constitución
del P-SoL, que ante todo expresa ese fenómeno objetivo. En
Venezuela, a la izquierda del chavismo “oficial”, ha nacido el PRS
(Partido Revolución y Socialismo), encabezado por caracterizados
dirigentes de la nueva central obrera, la UNT (Unión Nacional de
Trabajadores). En México, el zapatismo, trata salir de la crisis y la
marginación de Chiapas, para intentar la conformación de un nuevo
movimiento a la izquierda del PRD, aunque controlado verticalmente por
Marcos (que sigue con el desastroso lema de “no pelear por tomar el
poder” y con la fracasada visión posmoderna de una sociedad donde
no existen clases sociales). En Bolivia, lamentablemente, en lo
inmediato, se frustró la conformación del Instrumento Político de
los Trabajadores, que estaba siendo promovido desde la Federación
Minera, y que habría constituido una opción a la izquierda del MAS.
Sin embargo, después de las elecciones, si sube al gobierno Evo
Morales, el proyecto del IPT , tarde o temprano, se va a replantear.
Con
sólo pasar revista a este importante fenómeno –tendencias
objetivas al surgimiento de corrientes a la izquierda del reformismo–,
salta a la vista su heterogeneidad y las características peculiares
que asume en cada país. En ese sentido, no va a ser viable intentar
establecer modelos o “fotocopias” válidas para todos los países
–como algunos compañeros intentan hacer con el P-SoL, por
ejemplo–.
Sin
embargo, descartando la idea de hacer “fotocopias”, esto plantea
en la vanguardia latinoamericana y en las corrientes socialistas
revolucionarias un trascendental debate: ¿alrededor de qué ejes
delimitadores y fundacionales hay que luchar por agrupar políticamente
a la vanguardia que, con mayor o menor claridad y conciencia, tiende a
ubicarse a la izquierda de los reformistas?
Esta
discusión está más desarrollada en otro artículo de esta revista.
[]
Pero aquí digamos que es necesario descartar los conceptos gaseosos,
tales como “izquierda radical” o “defensa de los intereses
populares”. Asimismo el término de “antineoliberal” hoy
significa poco y nada. Nadie puede medir el grado de “radicalismo”
(que además puede variar de un día al otro) y en cuanto al
“antineoliberalismo”, no debe quedar ya en América Latina un político
que se defina como “neoliberal” (aunque esté al servicio
incondicional de la burguesía). Ni Lula ni Tabaré se dicen
neoliberales, por ejemplo.
Para
los marxistas sólo puede haber un criterio nítido de diferenciación.
Y ese criterio es de clase. Es decir, si se está o no por la independencia
de clase, por la más absoluta independencia de la clase
trabajadora y sus organizaciones de todo sector patronal. Es sobre
esos cimientos sociales sólidos que hay que asentar la construcción
política de alternativas a la izquierda de las grandes corrientes
reformistas.
Esto
se relaciona con otro elemento que está actuando en la realidad. Y es
que la clase trabajadora está, poco a poco y desigualmente, volviendo
a escena . En buena medida se trata de una nueva clase
trabajadora, tanto por juventud de sus integrantes como por los
sectores de la producción y los servicios en las que hoy existe.
También, paralelamente a ese proceso de vuelta a escena de los
trabajadores, se han venido desinflando los mitos sobre los
“nuevos sujetos sociales” desarrollados en los 90. []
De la misma manera, sin haber de ningún modo desaparecido de escena,
el “autonomismo”, como corriente política alternativa al
reformismo y al marxismo revolucionario, ha quedado también en baja.
La
conclusión es que ninguno de esos movimientos sociales ha podido
reemplazar la centralidad de la clase trabajadora urbana y en especial
del proletariado industrial en los países más desarrollados. Con
todos los cambios de la globalización, esa centralidad estructural
se mantiene. Si esa centralidad estructural no logra
traducirse en movilización social y hegemonía política,
ningún movimiento de sectores socialmente marginales (sin
tierra de Brasil, desempleados de Argentina, comunarios de Bolivia,
indígenas de Chiapas, etc.), por más progresivo que sea, podrá
sustituir esa carencia.
Pero
el hecho es que, como decíamos, poco a poco, una nueva clase
trabajadora está volviendo a escena. Esto tiene, como
apuntamos, su base en los cambios estructurales y también en recambios
generacionales. En las luchas y movilizaciones del nuevo siglo se
está reflejando eso.
Es
falso, por ejemplo, que las rebeliones de Bolivia hayan sido
estallidos puramente “indígenas”. El centro insurreccional ha
sido en las dos ocasiones la comuna proletaria de El Alto,
cuyos habitantes son, a su vez, originarios. Por supuesto, esa combinación
no se puede ignorar. Pero en ella es fundamental el carácter de trabajadores
de los luchadores alteños. Asimismo, en las jornadas de mayo y junio,
los mineros bolivianos volvieron a cumplir un rol fundamental. En la
última rebelión de Ecuador que echó a Palacio, no fueron los indígenas
de la CONAIE los que asumieron el papel principal sino las masas
urbanas... y lo que volcó la balanza fue la salida a la calle de los
trabajadores de los barrios periféricos... En Argentina, en el centro
de las luchas ya claramente no están los piqueteros sino los
trabajadores ocupados. Los conflictos en el Subte (metro), de los
hospitales, de Aerolíneas, etc., han tenido una gran repercusión pública.
Y, por primera vez en años, los conflictos en los sectores privados
han superado a los del sector estatal. En este año en Panamá, un
gran movimiento de huelga generalizada durante varios días obligó al
gobierno a dar marcha atrás en sus planes de reformas neoliberales.
En Venezuela, Chávez se ha apoyado principalmente en las masas de los
barrios más pobres de Caracas y otras ciudades. Pero, dentro del
proceso revolucionario venezolano, la recomposición alrededor de la
UNT vuelve a poner al movimiento obrero sobre el tapete, lo que se ha
venido expresando en diversas luchas, recuperación de empresas
cerradas, etc. Todo esto es aún muy desigual y muchas veces
“confuso”, en el sentido que se presenta combinado con otras
expresiones sociales de luchas y movimientos. Pero es un síntoma cada
vez más claro de la tendencia que señalamos.
Esto
se relaciona con la respuesta a la pregunta que antes planteamos: ¿con
qué ejes delimitadores hay que luchar para agrupar políticamente
a la vanguardia? ¿Con qué proyecto? ¡Alrededor de partidos o
movimientos de la clase trabajadora! Sólo contando con su propio
instrumento político –absolutamente independiente, separado
y distinto de todas las corrientes burgueses de derecha o de
“izquierda”– la clase trabajadora podrá agrupar a su alrededor
el más amplio bloque de todos los explotados y oprimidos (las
clases medias empobrecidas, las masas excluidas y en la miseria, los
pueblos originarios, los campesinos, etc.).
Tanto
la experiencia de las revoluciones del siglo XX como ahora de las
luchas y rebeliones con que despunta el siglo XXI, nos dicen que la
lucha por el socialismo, por la revolución socialista, sólo puede
plantearse desde la movilización y la hegemonía de la clase
trabajadora.
Entonces,
hoy la gran tarea es ganar a la vanguardia, a los activistas
obreros y sociales, para luchar por esa perspectiva política y
para impulsar ese estratégico proceso de recomposición. Esa
es la tarea central de este período “preparatorio”.
Por
último, es necesario aventar una falsa discusión. A veces se suele
contraponer esta tarea central e inmediata del período, la tarea de ganar
a la vanguardia, a la lucha por conquistar influencia en
sectores de masas. En ese tren, se suele pontificar solemnemente
contra los peligros del “vanguardismo”... algo que no tiene nada
que ver con la cuestión que planteamos.
Se trata de una falsa disyuntiva porque si no
conquistamos políticamente a la mayor parte de la vanguardia, tampoco
vamos a poder ganar influencia orgánica en sectores de
masas. ¡Jamás en la historia se ha logrado esto sin lo otro! A lo
sumo, por alguna combinación fortuita de circunstancias, puede ser
posible tener una cuota de simpatía (electoral o de otro tipo)
en sectores de masas. [ Pero la experiencia dice
que las relaciones “simpáticas” con sectores de masas sino se
transforman en orgánicas, suelen ser “la flor de un día”.
Y relación orgánica significa gente de carne y hueso
que la establezca (la vanguardia) y organismos de distinto carácter
y “nivel” (partidos, movimientos, organizaciones de sectores de
masas, etc.).
Venezuela:
¿socialismo o nacionalismo burgués en el siglo XXI?
Para
el relanzamiento de la idea y de la lucha por el socialismo, el debate
acerca del “socialismo del siglo XXI” lanzado por Chávez, resulta
útil. Como decíamos, ha resonado como un campanazo cuyo
sonido está llegando mucho más allá de las fronteras de Venezuela.
Que apenas a quince años de la caída del muro de Berlín y la
disolución de la Unión Soviética vuelva al ruedo el tema del
socialismo, es un acontecimiento trascendental.
Pero
ese mismo hecho nos exige una evaluación precisa del proyecto
chavista, lo que incluye tanto la misma situación de Venezuela, como
las líneas generales de la propuesta de Chávez.
Ya
señalamos que Chávez es el único de los nuevos gobiernos de
“izquierda” latinoamericanos que tiene un enfrentamiento real
con el imperialismo yanqui. Y, lo que es más importante, hoy
Venezuela, aparte de Cuba, tiene un grado de independencia
cualitativamente superior al del resto de los estados y gobiernos
latinoamericanos, incluyendo al supuesto “antiimperialista”
Kirchner. Y desde ya que defendemos incondicionalmente a
Venezuela (al igual que a Cuba) de los ataques del imperialismo
yanqui.
Pero,
a partir de aquí, debemos decir claramente que lo de Chávez no es
un proyecto socialista. Un compañero del PRS de Venezuela, lo
caracteriza bastante bien:
“Ciertamente
lo que Chávez está planteando como “socialismo” tiene patas
cortas. En realidad es una especie de capitalismo donde prevalecería
la colaboración de clases; de lo que se trataría entonces es de
lograr una supuesta e imposible ‘función social’ del capital,
simultáneamente con una hipotética distribución más democrática
de la riqueza.
“El
socialismo que propone el presidente es una quimera irrealizable que,
en ningún lugar del mundo se ha materializado jamás y, por el
contrario, ha llevado a la derrota. El capital existe para
reproducirse ilimitadamente, no tiene corazón ni patria y no busca
satisfacer necesidades, sino garantizar una tasa creciente de
ganancias. Por otra parte, los intereses de los patronos no pueden
convivir con los intereses de los trabajadores, son absolutamente
antagónicos.
“Pero
más allá de estas flagrantes limitaciones, la propuesta del
presidente ha sido asumida con interés por la mayoría del pueblo y
los trabajadores. Como ya ha sucedido previamente con otros
planteamientos de Chávez, el pueblo se toma en serio sus propuestas,
las interpreta al calor del proceso revolucionario y las amplifica en
función de darle respuesta a sus necesidades inmediatas. []
Chávez,
en verdad, lo que está planteando no es “el socialismo en el siglo
XXI”, sino el nacionalismo burgués del siglo XXI. En el siglo
XX, casi todas las experiencias más “avanzadas” de
nacionalismo en el Tercer Mundo se llamaron a sí mismas,
“socialistas”. Nasser en Egipto, Nehru en la India y hasta (a
veces) Perón en la Argentina, hablaron de “socialismo”. No es una
lección menor de la lucha de clases del siglo XX, que de estos
“socialismos” no quedó nada.
Para
el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el siglo XXI es
esencial tener en cuenta las lecciones del siglo XX, en dos grandes órdenes:
el de los estados como la ex URSS, China, etc. y el de los
nacionalismos del Tercer Mundo que se dijeron “socialistas”. Y la
conclusión es que no puede hablarse de marchar al socialismo, sino a
partir del poder consciente y democráticamente autodeterminado de
los trabajadores. Por supuesto, no es eso lo que Chávez
propone. En la propuesta de Chávez no hay lugar para ese poder
democrático de la clase trabajadora, pero sí un amplio espacio para
los empresarios y capitalistas “nacionales” y “patrióticos”.
Es
de una importancia estratégica que los marxistas
revolucionarios latinoamericanos tengamos esto bien claro.
5.
A MODO DE FINAL
En
este trabajo hemos desarrollado un bosquejo a grandes trazos de la situación
internacional y de sus precedentes (es decir, de las líneas
generales de desarrollo que han desbocado en el presente).
Pensamos
que es necesario desenvolver esta pintura, este intento de comprensión
más global, precisamente para poder dar un marco al análisis
y desarrollo posterior de dos temas más concretos y específicos... y
también más trascendentales. El primero, es el proceso en curso de recomposición
del movimiento obrero y de la clase trabajadora en general. El
segundo, es el de la recomposición del socialismo revolucionario
y los desafíos que hoy enfrenta.
Entonces,
al llegar a aquí, no cerramos ni finalizamos nada, sino que señalamos
hacia la continuación en esos dos nuevos capítulos
estrechamente relacionados: la recomposición de los movimientos de la
clase trabajadora y de los marxista revolucionarios.
Notas:
.-
Aunque se da dentro de un fenómeno mucho más complejo que
analizaremos a continuación, las ilusiones en sectores de masas
del mundo islámico de alcanzar una mayor justicia social mediante
la imposición al estado y a la sociedad civil de la shari'a
(conjunto de prescripciones que regulan la vida de los creyentes),
es una variante de esta búsqueda de soluciones utópicas (que en
este caso es aprovechada con un sentido ultra reaccionario).
.-
En estos momentos, podemos citar dos ejemplos de trascendencia
mundial de la eficacia de estos mecanismos de “lo posible”, el
“mal menor” y el poder de las concesiones insignificantes.
Uno, es la “retirada” de Israel de la Franja de Gaza y su
transferencia a la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esto, en
verdad, es sólo un paso más en la política de encerrar a los
palestinos en un puñado de guetos o “bantustanes”, pero ha
sido presentado como un gran triunfo, especialmente por la
corrompida burocracia de la ANP, encargada de administrar el
orden... y los fondos de esos infames guetos. El otro ejemplo del
momento es Bolivia. Después de los estallidos volcánicos de mayo
y junio, se marcha tranquilamente a las elecciones, donde lo más
probable es que se imponga Evo Morales, que sintetiza esa política
ilusoria que promete mejorar las cosas sin salirse un milímetro
del capitalismo.
.-
Giles Kepel, “Jihad - Expansion et déclin de
l’islamisme”, Gallimard, Paris, 2000, pág. 16.
.-
La palabra yihad, comúnmente es mal traducida como
“guerra santa”, con toda la carga antiislámica que eso
comporta. Yihad significa esfuerzo que debe hacer el
creyente, y que puede ser de todo tipo, intelectual, moral físico,
etc. Dentro de esa generalidad está lo de luchar en legítima
defensa. De yihad deriva muhayid, "el que se
esfuerza en el camino de Alá", y su plural, muhayidin.
.-
“El término ‘salafismo’ designa una escuela de pensamiento
nacida en la segunda mitad del siglo XIX, que promueve, en reacción
a la propagación de las ideas europeas, el retorno a la tradición
de los ‘ancestros piadosos’ (salaf, en árabe).”
(Kepel, cit. pág 336). A fines del siglo XX, este tradicionalismo
o “integrismo” salafista se une a la idea de la prioridad de
la “yihad” contra los enemigos del Islam, primero la URSS y,
luego de la retirada de Afganistán (1989) y de la Guerra del
Golfo (1991), los Estados Unidos.
.-
Osama
Bin Laden, “Talks Exclusively to Nida'ul Islam about the New
Powder Keg in the Middle East”, Nida'ul
Islam magazine, oct/nov 1996.
.-
La historia muestra numerosos casos de manipulaciones de
organizaciones terroristas por los gobiernos y sus servicios.
Trotsky, en relación al famoso caso de Evno Azev, que dirigía la
principal organización terrorista de Rusia –la Organización de
Combate del Partido Socialrevolucionario– y era al mismo tiempo
agente de Ojrana, escribió un texto muy agudo, explicando por qué
las organizaciones terroristas son las más fáciles de infiltrar
y manipular por la policía y los gobiernos. Pero, al mismo
tiempo, Trotsky no construía ninguna teoría conspirativa. El
terrorismo de los SR era una corriente ideológica y política con
una bases sociales específicas.
.-
El más escandaloso, y que recorrió la prensa mundial, fue el de
los dos agentes británicos disfrazados de árabes, atrapados por
la policía en Basora, cuando iban a detonar un coche-bomba entre
una multitud de shiítas. Esto provocó luego un ataque del Ejército
británico a la comisaría donde estaban detenidos ambos agentes
para rescatarlos.
.-
Ver Adel Samara, “Cómo la élite shií esquivó a la
democracia y el nacionalismo árabe”,
www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 27/11/05.
.-
Fouad Ajami, "The Sentry's Solitude - Pax Americana in the
Arab World”, Foreign Affairs, Nov/dic 2001.
.-
Melvin
R. Laird, autor del principal artículo “Iraq: Learning the
Lessons of Vietnam” (Foreign
Affairs,
nov 2005) fue Secretario de Defensa con Nixon, y como tal organizó
la poco gloriosa retirada de Vietnam. Ahora aconseja a sus
sucesores cómo hacer para no tener los mismos resultados.
.-
En verdad Europa, y específicamente Alemania, siguen siendo más
“competitivas” de lo que sus capitalistas agitan histéricamente
en la prensa... y en las campañas electorales de sus políticos.
La “competitividad” tiene una medida objetiva: las
exportaciones. Alemania, por ejemplo, aumentó el volumen de sus
exportaciones un 16% entre 2000 y 2004... mientras su demanda
interna bajaba un 1%. (Datos de Michel Husson, "Sur la
crise européenne", interview pour Epohi, 16/06/05). De
todos modos, el relativo deterioro de la “competitividad”
tiene que ver no tanto con los “exagerados privilegios” de los
trabajadores alemanes y europeos, sino con la situación de EEUU
que ha devaluado el dólar un 40% en relación al euro, para
tratar de paliar su déficit comercial. Naturalmente los
capitalistas europeos pretenden que sean los trabajadores los que
paguen esos platos rotos.
.-
Claudio Katz, “Las
nuevas turbulencias de la economía latinoamericana”,
COMPLETAR REFERENCIA.
.-
En estas consideraciones dejamos de lado el caso excepcional de
Venezuela. Por tratarse de una economía que en su relación con
el mercado mundial se basa casi exclusivamente en el petróleo,
sus ciclos están decisivamente influidos por las oscilaciones del
crudo.
.-
CEPAL, “Estudio Económico de América Latina 2002-2003”,
Cap. I, p. 44.
.-
Citado en “Cumbre de Monterrey: Una reunión de crisis”, Socialismo
o Barbarie, periódico, PONER FECHA.
.-
Claudio Katz, “Centroizquierda, nacionalismo y socialismo”,
20/02/05.
.-
Hechos como éste revelan la simpleza del análisis que suelen
hacer muchos sectores del marxismo revolucionario, que en el caso
de Brasil se nota, entre otros, en el PSTU. Por una equivocada
analogía con otras situaciones históricas, muchos creen que el
desengaño de las masas con una dirección traidora (como la de
Lula), casi automáticamente las hacer girar a la izquierda. Es
como si las masas tuviesen un mecanismo, por el cual siempre van a
pensar: “éste me defraudó; que pase el que sigue... por la
izquierda.” Así, el PSTU esperaba que la frustración con el PT
iba a lanzar en sus brazos a grandes sectores de masas, que
inevitablemente al romper con Lula girarían a la izquierda... y
se dirigirían directamente a ellos. Los compañeros tienen en la
cabeza (pero como una analogía sacada de su contexto histórico),
el vuelco político cada vez mayor hacia la izquierda de las masas
rusas de febrero a octubre de 1917. Pero no se toman el trabajo de
analizar los diferentes contextos mundiales y nacionales. Como,
por ejemplo, que las masas en 1917 en términos generales eran
parte de un movimientos socialista masivo... y hoy en cambio en
ese aspecto tienen una confusión descomunal. Las enseñanzas de
los revolucionarios del 17 son una de las herencias más valiosas
para los marxistas del siglo XXI... pero siempre que las
consideremos como “materialistas históricos”, sin hacer de
los “febreros” y “octubres” categorías metafísicas.
.-
Ver de Marcelo Yunes, "Seminario Internacional del PSOL -
Desafíos y realineamientos en el marxismo revolucionario".
.-
En América Latina, desde mediados de los 80 y durante gran parte
de los 90, los movimientos obreros se retrajeron por una combinación
de graves derrotas, de transformaciones estructurales
que modificaron orgánicamente a la clase trabajadora y de traiciones
de las burocracias sindicales y las direcciones políticas
afines (PT en Brasil, MNR en Bolivia, burocracias peronistas en
Argentina, etc.) El centro de la escena de las luchas
latinoamericanas empezó a ser ocupado por “movimientos
sociales” diversos, algunos preexistentes, otros recién
surgidos: movimientos campesinos y/o indigenistas en Bolivia, Perú
y Ecuador, movimientos de desocupados (“piqueteros”) en
Argentina, movimientos por la vivienda en Uruguay y el caso
mundialmente más famoso, el MST de Brasil.
Es indiscutible el
carácter progresivo de estos movimientos sociales político-reivindicativos
y de sus luchas. Pero sobre ellos se elaboraron diversas mitologías,
como por ejemplo, el fin del proletariado y en general de las
clases, sustituidos por “identidades”, etc., etc. En el curso
de las luchas de estos últimos años, estos movimientos revelaron
toda su fuerza, pero también todos sus puntos débiles –entre
ellos, y no el menor, la facilidad para ser cooptados por
los gobiernos, especialmente los de “centro-izquierda”, como
sucedió en Brasil con el MST, en Ecuador con la CONAIE, en
Argentina con un sector del movimiento piquetero, etc.
.-
Un caso actual es, por ejemplo, en Brasil la simpatía electoral
que según las encuestas tendría Heloísa Helena y posiblemente
otras figuras del P-SoL. Al provenir de la ruptura de un partido
reformista de masas, ruptura que tuvo una importante
repercusión, estos compañeros traen una cuota de simpatía
electoral entre sectores más o menos amplios. Esto es positivo.
Sin embargo, infinidad de experiencias –entre ellas, por
ejemplo, la de Hugo Blanco en Perú– enseñan que si esto en un
cierto plazo no se transforma en orgánico, simplemente se disipa.
O presiona en el sentido de desarrollar toda suerte de
adaptaciones al electoralismo democrático-burgués.
.-
Miguel Ángel Hernández A., “El debate sobre el socialismo y
la profundización de la revolución”, reproducido en
Socialismo o Barbarie, periódico, 02/12/05.
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