Brasil:
Un debate necesario para los luchadores y la izquierda
¿Qué
hacer frente a la crisis política e institucional?
Praxis,
corriente marxista revolucionaria del PSOL
Como
una sucesión de mazazos sobre la conciencia (y la paciencia) de
millones, la población asiste a una diaria renovación de las
denuncias de corrupción contra altísimos funcionarios del
parlamento, del gobierno, del PT y sus aliados e incluso de la oposición,
como vemos ahora en las denuncias según las cuales también el PSDB
[el partido del ex presidente F. H. Cardoso] en Minas Gerais recibía
dinero de las cajas que administraba nada menos que Marcos Valério.
En
esta situación, recae una inmensa responsabilidad sobre los
luchadores de la clase trabajadora, del estudiantado y los movimientos
sociales, y, especialmente, sobre los militantes de la izquierda
socialista. Es que además en esta crisis –al mismo tiempo que se
expone toda la podredumbre de la «democracia» de los ricos y sus
sirvientes «de izquierda»– se desarrollan dos rasgos peligrosos:
1)
Después de su desencadenamiento, no se ha producido una irrupción
del movimiento de masas, de los trabajadores y los sectores
populares, levantando sus reclamos y sobre todo luchando por una
salida propia e independiente. La crisis se sigue desarrollando
«en las alturas», y los trabajadores y el pueblo sólo son
espectadores de ella, por la televisión o los diarios. Los únicos
que «tienen la palabra» son los parlamentarios, los ministros, el
presidente, los dirigentes políticos –o sea, los implicados en su
gran mayoría en los esquemas de corrupción– y también la «gran
prensa» y las redes de televisión al servicio del gran capital.
Esto
abre las puertas a que todo «acabe en pizza», esto es, que
finalmente se «cierre» la crisis mediante acuerdos antidemocráticos
realizados no sólo a espaldas del pueblo, sino contra él. Que se
vuelva a la «normalidad» después de una «limpieza» de los más
comprometidos. Cambiarán los personajes, pero en el fondo las cosas
seguirán igual. De esa manera, el Poder Ejecutivo y el parlamento
podrán retomar la agenda que le exigen sus patrones: avanzar en las (contra)reformas
neoliberales (laboral, sindical, etc.). En síntesis: que todo se
resuelva en los marcos del régimen y a su conveniencia, y
no por fuera y en contra de él.
2)
Otro problema que suma un obstáculo adicional para la intervención
del movimiento de masas en la crisis es que no existe una respuesta
unificada de la vanguardia ante la crisis institucional. No se han
establecido genuinos organismos de frente único o por lo menos de
unidad de acción ante la crisis por parte de los activistas del
movimiento obrero y social, y sobre todo de las corrientes de
izquierda. Movilizaciones como la de Brasilia del 17 de agosto son
acciones positivas, pero sólo de vanguardia y esporádicas. No tienen
continuidad ni son parte de un plan de acción ni de un esfuerzo
unitario de la vanguardia para tratar de poner en movimiento a
sectores de masas, única forma de intervenir real y positivamente en
la crisis.
A
estas responsabilidades nacionales se agrega también una gran
responsabilidad internacional e internacionalista.
En
primer lugar, Brasil se suma al cuadro regional de inestabilidad
política con gobiernos que amenazan no terminar su mandato o
quedan maltrechos en medio de su mandato. En América Latina, las «democracias»
capitalistas (y coloniales) están en serios problemas como
herramienta de dominio estable de las burguesías locales y el
imperialismo. Que ahora se agregue Brasil representa un salto en esas
dificultades.
Pero
la mayor importancia mundial de esta crisis es que el gobierno Lula y
el PT encarnaron, a los ojos de amplios sectores de masas y de la
centroizquierda reformista de todo el mundo, el proyecto político de un
capitalismo «distinto», con «rostro humano», diferente al
capitalismo «neoliberal» y «salvaje». En efecto, en todo el
planeta, los reformistas sin reformas, los burócratas sindicales que
tratan de pasar por «progresistas», las ONGs y la más amplia fauna
de oportunistas proclamaron que el gobierno de Lula y el PT iba a
hacer realidad el lema del Foro Social Mundial, de que «otro mundo es
posible»... dentro del capitalismo y del régimen democrático–burgués.
Se trata de la bancarrota escandalosa y miserable del paradigma
internacional del reformismo del siglo XXI.
Por
todos estos motivos creemos que es necesario desarrollar un amplio,
democrático y fraternal debate sobre esta cuestión decisiva: ¿qué
debemos hacer frente a esta crisis? No se trata de un debate «académico»
sino de la política para luchar unidos por una salida independiente
y de clase, cuya clave es cómo lograr que las masas dejen de
ser los «convidados de piedra» de la crisis.
La
crisis del mensalão (los
pagos mensuales a diputados adictos) pone al desnudo al gobierno, al
PT y al parlamento burgués. En ese sentido, es muy educativa para las
masas. Pero, como sucede en todas las crisis políticas y sociales,
eso no significa que automáticamente tendrá un desenlace «por
la izquierda». Si las clases trabajadoras y populares no
intervienen movilizadas, algunas consecuencias inmediatas de la crisis
pueden ser desfavorables. Por ejemplo, que sectores importantes de
las masas sean ganados por el escepticismo y la pasividad, con la
creencia de que todo da igual, y nada se puede hacer porque nada se
puede cambiar. O que las alternativas creíbles ante el desastre
petista sean de derecha (algo que ya se expresó en las elecciones
municipales del año pasado).
Tres
crisis en una, pero por ahora «en las alturas»
El
mensalão puso en marcha una triple crisis: del gobierno
Lula, del PT y del parlamento. Aunque están
enlazadas, cada una tiene rasgos propios y hay también un desarrollo
desigual entre ellas. Las más profundas son las dos primeras. La
crisis del Poder Legislativo, aunque muy grave, se presenta, sin
embargo, más «mediada». Su combinación configura lo que se puede
calificar como una «crisis de legitimidad del régimen democrático–burgués»,
aunque con rasgos y límites peculiares, que lo diferencian de las que
hemos visto en el siglo XXI en otros países de nuestro continente.
En
primer lugar, el gobierno de Lula está en una profunda crisis,
aunque lo más posible es que llegue al fin de su mandato pero en carácter
de lo que en EEUU llaman un «pato rengo» («lame duck»). Es decir,
un gobierno que en su período final está profundamente debilitado,
casi vaciado de poder e iniciativas propias y como rehén de los
partidos y sectores sociales que poseen el verdadero poder.
Ésta
es, justamente, la salida elegida por la burguesía brasileña, las
multinacionales, los bancos y la oposición burguesa «seria», como
FHC y el PSDB: que Lula se quede en el cargo, condenado a
obedecer dócilmente los dictados de las fuerzas que le «perdonaron
la vida». Por eso Lula ha ratificado plenamente no sólo a Palocci,
sino al plan económico neoliberal que el ministro encarna. Además,
es sugestivo que Palocci –uno de las máximos corruptos del PT desde
mucho antes, desde cuando era prefecto de Riberão Preto– haya sido
relativamente preservado en las denuncias.
Digamos
de paso que esto demuestra cuán interesados son los plañidos de lo
queda de la «izquierda
petista», del PCdoB y de los burócratas de la CUT, la UNE y el MST,
de que Lula es víctima de un «plan de la derecha» para derribarlo.
En los hechos, hoy el sostén más sólido de Lula es el gran
capital.
La
defensa de Lula que hace esta gente no puede ser más hipócrita. Se
encubre con reclamos de «cambiar el rumbo económico». Pero ellos
saben que si antes de la crisis Lula no quería «cambiar» nada,
ahora, si sobrevive, no tiene margen para hacer nada que incomode a la
burguesía, el capital extranjero y los bancos (lo que, por otra
parte, no está en sus planes). En verdad, el sostén al gobierno de
esta «izquierda fisiológica» es incondicional. Ellos hablan de un
cambio de la línea económica, pero no ponen eso como condición para
seguir apoyando al gobierno.
En
segundo lugar, la crisis terminal no es sólo del gobierno Lula,
sino también del PT. Éste podrá, seguramente, seguir viviendo
como mero aparato electoral y clientelista, aunque más débil que
antes del mensalão. Pero como expresión, aun desfigurada, de
una experiencia política de las masas trabajadoras y populares, el PT
está acabado.
La
conversión social y política del PT se ha demostrado completa: del
partido obrero que fue en sus inicios pasó a ser un partido más del
régimen capitalista, totalmente asimilado a las instituciones y «políticas
de estado» de la burguesía en general y del capital financiero en
particular. Sin embargo, lo que la mayoría no imaginaba es que a ese
giro innegablemente procapitalista se le sumaría una bancarrota moral
(aunque esto era tan lógico como inevitable). Es que el PT, al mismo
tiempo que abandonaba hasta las más ínfimas reivindicaciones de los
trabajadores, hacía flamear en su reemplazo la bandera de «la ética
en la política». Pero el «modo petista de gobernar» resultó ser
el mensalão.
Durante
años, sectores de izquierda discutieron el carácter del PT y hasta
qué punto era posible intentar su «regeneración». Después de que
Lula subió al gobierno, la teoría de «partido en disputa» fue
paralela a la de «gobierno en disputa» para justificar la
permanencia en el campo oficialista y en el PT. El mensalão ha
dado el veredicto definitivo: toda experiencia progresiva y genuina
del movimiento de masas deberá procesarse por fuera del PT.
Los dirigentes de la «izquierda petista» que continúen allí
esgrimiendo el pretexto de «recuperarlo» no son más que farsantes,
cuya única y verdadera preocupación es cómo seguir ocupando
posiciones privilegiadas. En cuanto crean que para eso es más
conveniente mudarse a otra leyenda política, no vacilarán en irse,
como ya lo comienzan a hacer algunos.
Pero
el actual proceso es mucho más que la crisis de ese partido. Marca el
fin de un ciclo histórico del movimiento de masas y la izquierda,
durante décadas protagonizado no sólo por el PT sino también por la
CUT, el MST y la UNE, cuyos aparatos han salido en defensa
incondicional de Lula. En ese sentido, la crisis ha puesto de relieve
la necesidad de una profunda y amplia recomposición o refundación
del movimiento obrero y social. En verdad, esta recomposición del
movimiento político y social ya ha comenzado, pero aún se desarrolla
limitado a sectores minoritarios y de vanguardia.
La
tercera gran crisis es la del parlamento y, en general y muy
desigualmente, de los partidos y dirigencias políticas burguesas.
La
crisis de legitimidad del parlamento también es grave, pero en alguna
medida menor que las del gobierno y el PT. Aquí entra en juego el cómo
es vista la corrupción parlamentaria: si como un rasgo estructural o
como el problema moral de algunos (o muchos) «políticos corruptos».
Para la izquierda socialista, esto debería ser parte esencial de una
batalla político–educativa que no se está desarrollando bien ni a
fondo.
Lo
del mensalão ha mostrado cómo es el funcionamiento –en la
trastienda– de la otra gran institución de la «democracia
representativa»: el parlamento. Y en esto no existen diferencias
cualitativas sino de grado entre Brasil y los demás países con regímenes
democrático–burgueses. El máximo ejemplo mundial de venta de votos
de diputados y senadores son los Estados Unidos, donde por otra parte
está legalizada la profesión de lobbyist; es decir, de «comprador»
en este singular «libre mercado».
La
etapa neoliberal ha llevado al extremo este rasgo estructural
de la democracia burguesa. Contra lo que dicen las fábulas
neoliberales, hoy el papel del estado es mayor que nunca, y las
decisiones que toman los gobiernos y parlamentos juegan un rol
fundamental en aumentar o disminuir las ganancias de los bancos, las
multinacionales y los grandes grupos económicos.
A
eso se agrega el hecho de que en, Brasil y el resto del mundo, las
elecciones se han ido convirtiendo en un circo mediático, donde los
Duda Mendonça de todos los países manipulan a la «opinión pública»
gracias al absoluto monopolio capitalista de la TV y las radios. Así,
en todas las «democracias» burguesas, es decisivo cuántos millones,
cientos de millones o miles de millones tienen en el bolsillo los
candidatos para invertir en campañas electorales.
Esto
cierra el circuito de la «democracia» de los ricos. Por un lado,
bancos, multinacionales y grupos económicos que necesitan que el
gobierno y los «representantes del pueblo» decidan cosas a su favor.
Por el otro, las pandillas de políticos del régimen que necesitan
millones, tanto para enriquecerse como para lograr su elección o su
permanencia en el cargo. Así, la «democracia» burguesa es cada vez
más una mera forma cuyo contenido democrático real es
cada vez más escaso.
Es
necesario discutir esto con claridad, porque ni en el PSOL ni en la
izquierda en general se ha dado una respuesta clara y unánime a esta
cuestión. Por el contrario, hay una fuerte tendencia a las actitudes
«moralizantes». O sea, no denunciar la corrupción en las
instituciones del estado como un hecho estructural del
capitalismo en general y de su fase neoliberal en especial, sino como
una cuestión moral individual: que hay «corruptos» en el
parlamento, el Poder Ejecutivo, etc.
Por
supuesto, la política general de la burguesía para salir de la
crisis institucional se apoya en el equívoco de que la corrupción en
el estado es un problema moral individual. Así, se está impulsando
un operativo de depuración –o, mejor dicho, de «autodepuración»–,
cuyo objetivo es hacer recuperar la confianza en las instituciones.
Se trata de hacer creer a la gente que el problema lo constituye una
minoría de políticos y funcionarios corruptos –un problema ético
individual y no del régimen mismo– y, por sobre todo, que las
instituciones –tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo– son
capaces de «autodepurarse», a través de los propios mecanismos
del régimen (CPIs, comosiones de ética, etc.).
Así,
se presenta el accionar de las CPIs como el reaseguro de que los
parlamentarios «sanos» pondrán en evidencia a los parlamentarios «podridos»
(como Jefferson, Severino, etc.). Con otros procedimientos, se
desarrolla la misma farsa a nivel del Ejecutivo y del PT, mediante el
alejamiento de Dirceu, Delúbio, Genoino y otros chivos expiatorios.
Como dijo un medio paulista, en Brasilia funciona hoy el «Purgatorio»
de la política brasileña. Pero, según la mitología cristiana,
después de pasar por el Purgatorio, vamos al Cielo... ¡Ésa es hoy
la principal línea de la burguesía!
Parcialmente,
esto explica un fenómeno aparentemente contradictorio. Por un lado,
la burguesía está interesada en que las aguas se aquieten y –por
lo menos hasta ahora– que Lula sea preservado. Por otro lado, los
grandes medios siguen dando resonancia a las denuncias de corrupción.
Las clases dirigentes han comprendido que varias instituciones claves
de su régimen de dominación –principalmente el Ejecutivo, las Cámaras
y los partidos– están profundamente deslegitimadas. Es
necesario que pasen por el Purgatorio de las CPIs para tratar de
recuperar algo de legitimidad.
Ha
sido quizás la jerarquía de la Iglesia –institución
contrarrevolucionaria con siglos de experiencia– la que mejor
sintetizó esta política. Así, en agosto pasado, el cardenal Geraldo
Majella Agnelo, presidente de la Conferencia Nacional de Obispos,
subrayó que los católicos «no harán coro» a los que defienden el
alejamiento del presidente Lula. Pero subrayó: «Queremos que todos
los problemas sean investigados». Para el secretario general de la
CNBB, el obispo Pedro Scherer, la gran preocupación de la Iglesia es
la «pérdida de credibilidad de aquellos que tienen la obligación de
gobernar el país». Para el alto dignatario católico, «es preciso
restablecer la confianza del pueblo en el Congreso para que no se
llegue a la falsa conclusión de que todos los políticos son
corruptos». O sea: saquemos a los políticos que han sido
sorprendidos in fraganti, para hacer creer que los restantes
son ángeles y que el Congreso y las instituciones recuperen su cuota
perdida de «credibilidad».
Efectivamente,
como dicen los obispos, esta es una crisis de «credibilidad» o, con
más precisión, de legitimidad del gobierno y del régimen.
Pero esta definición general no es suficiente.
En
este siglo XXI se vienen sucediendo crisis políticas más o menos
graves en el continente latinoamericano. Pero la de Brasil, hasta
ahora, no es como las que hemos visto en Bolivia, Argentina, Ecuador,
Venezuela, etc. No se trata sólo de que no ha caído Lula. Lo
importante es que Lula no ha sido derribado o amenazado de
derrocamiento porque las masas no han intervenido movilizadas en la
crisis. No han habido rebeliones o por lo menos grandes
movilizaciones como las que derribaron gobiernos en Bolivia, Argentina
y Ecuador, o los repusieron derrotando un golpe de estado, como en
Venezuela. Tampoco huelgas y fuertes movimientos como los que
recientemente pusieron de rodillas al gobierno de Panamá, obligándolo
a dar marcha atrás en las (contra)reformas neoliberales. Esta
contradicción (y esta ausencia) es la clave fundamental de la
situación política nacional.
Entonces,
la crisis del régimen tiene hasta ahora, como rasgo principal, no una
rebelión o por lo menos movilizaciones desde abajo, sino «sólo»
una pérdida de «credibilidad» o «legitimidad» de las
instituciones, que además es desigual según se trate del gobierno,
el PT y otros partidos, o el parlamento.
Sin
embargo, esta crisis de legitimidad es seria. Para medirla, es útil
otra comparación, en este caso, con la crisis que hace más de una década
derribó a Collor de Mello. Paradójicamente, varios de sus rasgos se
presentan invertidos en relación a la actual. Cuando la crisis de
Collor, se desarrolló una vasta movilización de masas, mientras que
hoy eso no sucede aún. Pero ahora, contradictoriamente, la pérdida
de legitimidad de las instituciones es cualitativamente superior.
O, mejor dicho, con Collor, más que una crisis de legitimidad del régimen
y de sus instituciones, se produjo un descrédito personal del
presidente.
Efectivamente,
la crisis se concentró casi exclusivamente en su persona y en su
personal (con el pintoresco P.C. Farias a la cabeza). Ni siquiera
afectó a todo el Poder Ejecutivo, lo que permitió la fácil sucesión
de Itamar, que cerró la crisis. El parlamento no apareció en esos
momentos como una cueva de malandrines, sino como el augusto tribunal
que juzga a un personaje política, geográfica y socialmente marginal,
que había llegado a la presidencia casi por casualidad. Los
principales partidos, comenzando por el PT, no fueron mayormente
afectados. Finalmente las instituciones del régimen salieron
relativamente fortalecidas de la prueba. Esto fue un factor no
menor para que luego FHC pudiese pasar fácilmente la aplanadora
neoliberal.
Hoy
es muy distinto. Aunque con bastantes desigualdades, el descrédito
abarca tanto al Poder Ejecutivo como al Legislativo y a los partidos
(encabezados por el PT). Si la actual pérdida de legitimidad se
combinara con movilizaciones como las de 1993, se abriría una situación
cualitativamente más grave para el régimen.
La
situación del movimiento de masas y de la vanguardia
Hemos
señalado que el problema clave de la situación política nacional
consiste en que esta crisis comenzó y sigue desarrollándose «en las
alturas». Continúa sin estar mediada por irrupciones del movimiento
de masas, como ha sucedido recientemente en otros países del
continente o como pasó aquí en 1992/93 con Collor. Esto nos exige un
somero análisis de este hecho y sus causas. Cualquier política y
consignas que se formulen deben tener esto primordialmente en cuenta.
Creemos
que este hecho no tiene una sola y exclusiva causa, sino que existe
una combinación de motivos.
En
primer lugar, los «movimientos sociales» constituidos o renovados
durante lo que podemos llamar el «ciclo PT» –el movimiento de los
trabajadores asalariados organizado en la CUT y sus sindicatos, el MST
en sectores del campo y el estudiantil de la UNE– pasaron en la última
década por distintos y desiguales procesos que tuvieron sin embargo
un resultado parecido: el de diferentes combinaciones de elementos de derrotas
por la base y de burocratización y cooptación de sus aparatos
dirigentes.
Es
importante comprender que éste no ha sido un fenómeno solamente «brasileño».
Los últimos años de la década del 80 y los primeros de los 90
fueron, en América Latina y el resto del mundo, tiempos de derrotas
generalizadas de los movimientos sociales y especialmente en los
movimientos de los obreros y trabajadores urbanos. Fueron también los
años donde las (contra)reformas neoliberales asolaron América Latina
y el mundo entero.
En
el movimiento obrero, por ejemplo, la derrota de la huelga petrolera
de 1994 marca aquí el inicio de un período de retroceso y
desmovilización del que el movimiento obrero aún no ha logrado
salir. Mientras eso sucedía por abajo, por arriba se producía un
salto cualitativo en la burocratización, la cooptación de los
dirigentes sindicales petistas y el «ascenso social» de muchos de
ellos. El fabuloso negocio de los fondos de pensión y otros por el
estilo generó el fenómeno del sindicalista–empresario, del que
Gushiken va a ser el paradigma. Ahora, de las investigaciones
parlamentarias comienzan a surgir datos de las sumas multimillonarias
que fueron a los bolsillos de estos sectores mediante maniobras en la
compra y venta de acciones por los fondos de pensión.
Simultáneamente,
la principal función de las direcciones sindicales dejó de ser la de
encabezar los reclamos de clase trabajadora –aunque sea de modo «reformista»
y sindicalista–, para ocuparse en cambio de la participación en las
cámaras de negociación, cámaras sectoriales, etc., en estrecha integración
con el estado y las organizaciones patronales. La llegada del PT
al gobierno federal no hizo más que coronar este proceso
degenerativo, que estaba en curso desde mucho antes. Se ha llegado al
colmo de que el ministro de Trabajo, Marinho, es al mismo tiempo el
titular de la CUT.
Asimismo,
en esos años, los cambios de la globalización y los efectos de las (contra)reformas
neoliberales produjeron transformaciones importantes de la misma
clase trabajadora y de las relaciones laborales, cambios que no
favorecen las posibilidades de su movilización porque tienden a
atomizarla y desorganizarla. Para peor, las organizaciones sindicales
(dirigidas por esas burocracias en pleno proceso de cooptación y «ascenso
social») no trataron de adecuarse para enfrentar esas
transformaciones. La consecuencia es que una nueva clase
trabajadora –que ha crecido especialmente en los servicios pero
también en nuevos sectores productivos– ha quedado en su mayoría por
fuera de toda organización, atomizada y en la informalidad.
El
estudiantado, por su parte, nunca volvió a desplegarse en un
movimiento como el de los tiempos de Collor. En la superestructura del
movimiento estudiantil se enraizó una burocracia no menos nefasta y
corrupta que la de la CUT pero,
en este caso, mayoritariamente no del PT sino del PCdoB.
El
MST, en los 90, apareció como una alternativa de lucha frente al
retroceso de los movimientos urbanos obreros y estudiantiles. Y éste
no fue un fenómeno exclusivamente brasileño. En toda América
Latina, algunos movimientos «sociales» aparecían en la vanguardia
de las luchas, mientras los movimientos obreros y sindicales
tradicionales se retraían. Alrededor de este hecho real se elaboraron
las teorías más fantasiosas. Se presentó a estos movimientos como
la superación histórica tanto de los «anticuados» movimientos
obreros y sindicales como de los no menos «anticuados» partidos. El
MST se constituyó en el paradigma mundial de esta fabulación.
El
gobierno Lula vino a ser también un test definitorio en relación al
MST, y sobre todo su burocracia dirigente. La conducta del aparato
encabezado por Stédile fue similar a los de la CUT y la UNE. Aunque
Lula ha estado por detrás de Cardoso en materia de «reforma agraria»,
tanto la burocracia del MST como los sectores más privilegiados que
ella representa –los productores ya asentados– se someten al
gobierno, en primer lugar porque dependen estrechamente de las
subvenciones que reciben del estado.
Todo
esto se ha expresado en una conducta común de esta Santísima
Trinidad burocrática CUT–UNE–MST. Primero, apoyaron por acción u
omisión la profundización de las (contra)reformas neoliberales,
comenzando por la reforma previsional y el sometimiento a una política
económica al servicio del capital financiero y del pago de deuda
externa. Sus «críticas» son pura hipocresía, porque al mismo
tiempo no rompen con Lula ni intentan movilizar contra sus medidas
antiobreras y antipopulares.
Ahora,
redoblando esos argumentos, se han alineado en defensa de la corrupta
pandilla del Planalto, con la fábula de la «conspiración de la
derecha». Los aparatos de la CUT, la UNE y el MST han sido, entonces,
un factor de fundamental importancia para bloquear la entrada
en escena de las masas trabajadoras, estudiantiles y populares en la
crisis institucional.
Sin
embargo, sería una simplificación (que hacen muchas corrientes de
izquierda, entre ellas el PSTU) la de reducir a este problema
«de dirección» las complejas dificultades para poner en marcha una
movilización general y política de las masas trabajadoras,
estudiantiles y populares frente a la crisis. Después de todo, los
procesos de rebeliones en otros países latinoamericanos no se
realizaron con los aparatos burocráticos a la cabeza, sino desbordándolos.
Por otra parte, varias luchas obreras y populares de los últimos años,
demuestran que también aquí la gente es capaz de hacer eso. Pero
esto no ha sucedido en relación a la crisis institucional.
Así,
en los últimos tiempos se han dado algunas luchas significativas que
pasaron por encima de las direcciones burocráticas y traidoras, como
la gran huelga bancaria del 2004 o la del Correo en San Pablo. También,
en algunas ciudades, las movilizaciones principalmente juveniles
contra las tarifas del transporte han sido importantes, y tampoco las
ha convocado ni encuadrado ningún aparato. Pero estos procesos no sólo
no se han generalizado, sino que lo más importante es que no
han tomado el carácter claramente político de las rebeliones y
de otras luchas que han sido frecuentes en el resto del continente.
Asimismo,
los millones que salieron a la calle a celebrar la llegada de Lula a
la presidencia –algo inédito en anteriores cambios de gobierno–
no lo hicieron organizados por los aparatos petistas ni bajo sus órdenes.
No eran indiferentes a los grandes acontecimientos políticos, y además
ningún aparato vino a decirles que debían salir. ¿Por qué por lo
menos un sector de esas masas no sale ahora a protestar?
Creemos,
entonces, que hay otros factores que también influyen en ese sentido,
junto al obstáculo inmenso de los aparatos burocráticos de la CUT,
UNE y MST.
Aquí
entran en juego los problemas de la subjetividad de las masas
que votaron a Lula con la esperanza de cambios favorables. No había
expectativas enormes, ni menos aún de cambios revolucionarios. Pero
se creía que, con Lula presidente, estaría gobernando, por primera
vez en la historia de Brasil, «uno de los nuestros», y que por lo
tanto haría mucho a nuestro favor.
Esto
se inscribe en el entrecruzamiento de dos fenómenos mundiales que aquí
se expresaron con características propias con el ascenso del PT al
gobierno. Por un lado, las masas trabajadoras y populares no han
superado la crisis de la alternativa socialista al capitalismo
que dejó en herencia el derrumbe del falso «socialismo» burocrático.
Pero, por el otro, el capitalismo en su versión neoliberal ha ido
produciendo tales desastres que rápidamente fue perdiendo legitimidad
y, sobre todo, comenzó a enfrentar una creciente resistencia,
con procesos de lucha que en América Latina han tenido su expresiones
más avanzadas en las rebeliones populares en varios países. Esta
contradicción asumió aquí formas singulares, que se encarnaron en
la llegada del PT al poder.
En
el ascenso del PT al gobierno se combinaron en la subjetividad de las
masas ambos elementos: la firme esperanza de salir con Lula del
infierno neoliberal, pero, por supuesto, sin la perspectiva ni las
intenciones de ir más allá del capitalismo (ni del régimen
«democrático»).
Ahora,
la tremenda decepción con el PT ha tenido resultados complejos y
contradictorios en la subjetividad de las masas y de la
vanguardia.
Por
un lado, la bancarrota política y moral del PT (y de los aparatos que
lo apoyan), ha abierto un proceso de recomposición al nivel de la
vanguardia, tanto a nivel político partidario (con la formación
del PSOL y el relativo fortalecimiento del PSTU)
como también del «movimiento social», afectando a las
organizaciones de masas como la CUT, la UNE y el MST, que fueron parte
fundamental del «ciclo PT», abierto hace 25 años. Esto tiene una
trascendencia histórica y es extraordinariamente progresivo.
Son los primeros pasos hacia una necesaria refundación del
movimiento social en su conjunto, que ha sido en buena medida
destruido por esa combinación de derrotas por abajo y burocratización
y cooptación por arriba, que ya señalamos.
Pero,
por el otro lado, esta recomposición política, sindical y de los
movimientos sociales apenas está en sus pasos iniciales. Aún
es esencialmente un fenómeno de vanguardia, sobre todo en el terreno
orgánico y de la movilización, que son los decisivos en la lucha de
clases. El casi único reflejo en sectores (minoritarios) de masas de
esta recomposición es la intención de voto presidencial por Heloísa
Helena, que según ciertas encuestas llega casi al 10% en los grandes
centros urbanos. Esto es muy significativo como síntoma, pero
no es orgánico: es sólo una simpatía electoral (es decir,
por sí misma, pasiva). Por lo tanto, no se traduce directamente en
ninguna forma de organización ni menos de movilización (aunque podría
ser un factor importante para lograr eso).
La
misma vanguardia, aunque se esté incorporando a ella una nueva
generación juvenil, está lejos de tener dimensiones proporcionales a
la magnitud colosal de la clase trabajadora asalariada –la mayor de
América Latina–, el estudiantado universitario y secundario y otros
sectores populares. Aunque militantes de corrientes de izquierda
opositoras al PT ocupan cargos en las comisiones directivas de una
minoría de sindicatos, esto no significa que la vanguardia esté en
capacidad de movilizar a esas bases, y mucho menos por cuestiones políticas.
Aquí además se añade un problema histórico del movimiento obrero
brasileño: la extrema debilidad o la total inexistencia de estructuras
sindicales de base (shop stewards, comités de empresa, delegados,
etc.), que juegan un papel clave en los movimientos obreros y
sindicales de otros países europeos o latinoamericanos, tanto para la
movilización como para desarrollar corrientes antiburocráticas.
Entonces, la mayoría de las veces, entre la directiva del sindicato y
las bases de trabajadores hay un vacío; no existen estructuras orgánicas.
La
formación de Conlutas ha sido un paso muy importante y
progresivo de la recomposición, pero es contraproducente exagerar sus
fuerzas reales, como hace la dirección del PSTU. Conlutas sólo
agrupa a un pequeñísimo número de sindicatos en relación a los
miles que aún están en la CUT. Y si contamos el número de miembros,
las proporciones son mucho más desfavorables. A eso hay que agregar
que Conlutas, como tal, sólo es capaz de impulsar movilizaciones de
la vanguardia, como las marchas a Brasilia, y actos al nivel estadual,
etc. Pero no tiene fuerzas para determinar por sí misma huelgas u
otras luchas de las bases trabajadoras, ni siquiera del puñado de
sindicatos que formalmente dirige.
Si
en la vanguardia se viene desarrollado un proceso muy progresivo de
ruptura con el PT y sus aparatos, y al mismo tiempo de recomposición
política y sindical, en las masas los resultados de la bancarrota del
PT son, como ya dijimos, mucho más contradictorios.
Por
supuesto, la enorme frustración por el desastre del gobierno Lula y
del PT ha sido un revulsivo terrible para las decenas de millones que
confiaron en Lula. Pero aquí las consecuencias son diversas y
desiguales, y no han conducido inmediatamente a la entrada en acción
de sectores de masas, aunque en algunos sectores más o menos amplios
se perciben «procesos moleculares» que podrían ser preparatorios
de luchas.
Lo
que vaya a suceder dependerá también (aunque no exclusivamente) de
la acción de los sectores de vanguardia sobre el movimiento de masas.
La política que desarrolle la vanguardia puede ayudar a que sectores
de masas se pongan en movimiento o puede ser un obstáculo para eso.
¿Pero
cómo se presenta este «abanico» de respuestas en las masas
trabajadoras y populares? En primer lugar, ya antes del mensalão,
el PT ya había perdido en buena medida lo que fue su «base histórico–fundacional»
de masas: sectores de la clase obrera industrial pero sobre todo del
funcionariado público, bancarios, trabajadores de la educación,
estudiantes, intelectualidad «progresista», clase media «ilustrada»,
etc.
Al
mismo tiempo que fue perdiendo su base social–electoral histórica,
el PT –mediante una política clientelista y asistencialista de
larga tradición en Brasil– fue ganando otra base de votantes en
sectores más pobres, pero también mucho más marginales y atrasados
políticamente. Esto se desarrolló sobre
todo fuera de las grandes ciudades, como se reflejó en las
elecciones municipales del 2004. Al hacer esto desde el gobierno, Lula
y el PT no fueron muy originales: es la política aconsejada por el
Banco Mundial y que aplican gran parte de los gobiernos del Tercer
Mundo: asistencialismo barato para los más miserables (para ganar una
base político–electoral clientelista y prevenir estallidos
sociales) y duros ataques a los trabajadores asalariados y a la mayoría
de las clases medias.
Como
decíamos, esa «metamorfosis» de la base político–electoral del
PT ha sido anterior al mensalão. Cuando el escándalo impacta
sobre las masas, también se reflejan ésas y otras diferenciaciones.
Según las encuestas que se hacen en la perspectiva de las elecciones
presidenciales del año próximo, Lula está perdiendo apoyo
vertiginosamente, pero todavía conserva un importante caudal que le
permitiría disputar la reelección, aunque ya por escaso margen. Pero
en los sectores más atrasados políticamente y más marginales geográfica
y socialmente, Lula cuenta aún con millones de votos.
En
cambio, el impacto sobre los sectores asalariados y de clase media «ilustrada»
que habían sido la base histórica del PT, el mensalão fue un
golpe brutal, que aceleró o consumó un proceso de ruptura que
ya estaba en curso. Pero, sobre estos sectores sociales y políticos,
la consecuencia de esto no ha sido inmediata y automáticamente la de
ponerlos en movimiento.
Como
rasgo más general se generó un estado deliberativo, una
especie de «estado de asamblea», pero atomizado y no encauzado orgánicamente
bajo forma alguna. Esto se presenta combinado con sentimientos de
enorme descontento, no sólo por la corrupción del gobierno y el PT
en particular y de los «políticos» en general, sino también por reclamos
económico–sociales. Es que estos sectores de masas que fueron
la base histórica del PT son los que han resultado más perjudicados
por la política económica de Lula–Palocci. El atraso salarial, el
desempleo, el deterioro de las relaciones laborales y la reforma
previsional son parte de una larga lista de golpes y agravios
infligidos por quien decía que iba ser «su» gobierno.
Pero,
a partir de esos rasgos más generales, las reacciones han sido
dispares. Por un lado, el mensalão ha significado una escuela
acelerada de politización para vastos sectores de las masas,
sobre todo en relación con el parlamento, el PT y los viejos políticos,
respecto de los cuales crecen los sentimientos de rechazo. Pero, por
otro lado, en una parte muy importante de esos sectores, se ha
generado también, como primera reacción, un profundo escepticismo.
Aquí se expresa, por un lado, un aspecto progresivo de descreimiento
y ruptura, sobre todo con el PT; pero por otro lado, si esto se
encauza y consolida como el escepticismo de que «todos son iguales»
y «no se puede hacer nada», el resultado es la pasividad.
Esto
se relaciona también con el hecho de que, mayoritariamente, estos
sectores, al mismo tiempo que han adquirido ese sano descreimiento en
el régimen democrático–burgués, tampoco ven salidas por fuera del
régimen. Estrechamente relacionado con la no intervención –hasta
ahora– del movimiento de masas en la crisis política, es el hecho
de que no existe hoy en la conciencia mayoritaria de las masas un
horizonte de salida a la crisis por fuera de las instituciones
burguesas que ya conocen: las elecciones y el parlamento. El
escepticismo en muchos se genera porque, al mismo tiempo que no se ve
salida por fuera del régimen, se percibe a sus instituciones,
partidos y líderes como irremediablemente podridos. Lo único que
puede romper este círculo vicioso es que algún sector de masas salga
a la calle, y abra así una nueva perspectiva.
Aunque
distorsionadamente, por tratarse de encuestas electorales, estos fenómenos
aparecen reflejados en algunas de ellas. Así, con el título de «El
voto nulo amenaza a la política», Jornal do Brasil
(21–8–05) publicó una encuesta del Instituto Brasileiro de
Pesquisa Social en el Estado de Rio de Janeiro, con un resultado «inquietante».
Un 63,9% de los consultados no cree en Lula. Un 25,4% dice que anulará
el voto en 2006, y otro 6% dice que votará en blanco (resultados 2002
en Rio: 4,3% y 1,8% respectivamente, ¡lo que representa un aumento
del 400%!). De los que votarán positivamente, un 31,5% dice que votará
a candidatos nuevos (lo que representa un 46% de los votos válidos).
La suma de votos a candidatos nuevos, nulos y blancos alcanza el 63%,
y sólo un 17% piensa votar a los mismos candidatos, con un 25% de
indecisos. Estos datos, aun con la necesaria relativización, reflejan
esos fenómenos en la subjetividad que apuntábamos.
El
problema político clave es, entonces, qué podemos hacer los
luchadores de la clase trabajadora y de la izquierda para ayudar a que
se movilicen los sectores de masas que están reflexionando y
aprendiendo de la bancarrota política y moral de sus (ex) «representantes».
Si a partir de esta «escuela» que ha sido el mensalão, un
sector del movimiento de masas interviniese en la crisis, entonces
cambiaría totalmente la situación política nacional. Si esto no se
logra, existe el peligro de una salida «por la derecha» a la crisis,
especialmente por vía de las elecciones del año próximo. Y eso será
así aunque candidaturas de izquierda, como la de Heloisa Helena,
logren millones de votos en las presidenciales del 2006.
Esto
pone ante una inmensa responsabilidad tanto a los partidos que se
reclaman socialistas como también a las direcciones del movimiento
sindical, estudiantil y social, de que no se venderán ni corromperán.
Por supuesto, no decimos que una política correcta pueda automáticamente
y por sí misma lograr eso. Pero puede ayudar decisivamente o,
por el contrario, constituirse en un grave obstáculo para esa
necesaria irrupción. Creemos que para esa política el primer punto
es la cuestión del frente único.
La
necesidad del frente único y sus problemas
El
movimiento de masas en general y el movimiento obrero en particular aún
no han salido a las calles de manera ostensible, y esa ausencia ha
sido uno de los factores determinantes en el desarrollo de la crisis
política.
La
falta de una alternativa política clara de la izquierda socialista y
revolucionaria, junto con la brutal crisis de subjetividad existente,
expresan claramente el momento actual, es decir, que ninguna de las
organizaciones de izquierda tiene peso de masas como para imponer una
salida desde el campo de los trabajadores que puedan materializarse en
movilizaciones de masas. En este
sentido, la táctica de frente único es más necesaria que
nunca, y toda política que no tenga en cuenta la necesidad de
unir al conjunto de los luchadores le hace un flaco favor a la lucha
de la clase trabajadora.
Está
planteada como necesidad para el avance del movimiento la más amplia
unidad de los que quieren luchar contra el gobierno, contra el
capitalismo y el neoliberalismo y por el socialismo. Para impulsar,
masificar y dar continuidad al movimiento de masas está planteada en
el orden del día una política consecuente de frente único. Esto es,
es necesario hacer todos los esfuerzos para que los que quieren luchar
contra el gobierno desde el punto de vista de la clase trabajadora se
unan para desarrollar acciones conjuntas, y también crear foros o
frentes capaces de organizar a todos los luchadores. En este sentido,
las políticas de cuño ultimatista terminan yendo en contra
del proceso de recomposición del movimiento de los trabajadores.
Los
problemas vienen desde el comienzo mismo del proceso de recomposición
de la izquierda y los movimientos sociales, después de asumir Lula la
presidencia.
En
ese momento se frustró la posibilidad de reunir a casi toda la
vanguardia en una sola organización política socialista... y hoy eso
se está pagando caro en varios sentidos. Estaba planteada la
confluencia de los sectores que comenzaba a romper con el PT al calor
de la lucha contra la reforma previsional con otras corrientes,
principalmente el PSTU, que se habían desarrollado en la última década
por fuera de él. Sin embargo, este proceso fue abortado,
primordialmente por responsabilidad de la dirección del PSTU.
Ésta
pretendió hegemonizar el proyectado «nuevo partido» mediante ultimátums
administrativos, como el de exigir «centralismo democrático» a
plazo fijo, cosa que estaba por fuera de la realidad. Es que un
agrupamiento político que uniese a la vanguardia de oposición al PT
sólo podía ser inicialmente un partido–movimiento, un frente único
de corrientes, grupos regionales e individuos revolucionarios y
centristas que se orientaban hacia la izquierda. Este frente podía
constituir un polo de atracción al que se incorporarían miles de
activistas del movimiento obrero y social. La «decantación» de esto
en sentido revolucionario sólo podía ser el resultado de una
paciente labor pedagógica sobre esa vanguardia de debates políticos
frente a los acontecimientos relevantes de la lucha de clases. Lógicamente,
los plazos y modalidades de este proceso no podían estar escritos a
priori en ningún calendario. La dirección del PSTU pretendió
resolver con ultimátums organizativos este complejo y difícil desafío
político.
Así,
el ciclo «post PT» se inició con la lamentable división de la
vanguardia en dos agrupamientos políticos: PSOL y PSTU. Esto ha
tenido consecuencias muy negativas para ambos y, lo que es peor, para
la recomposición a nivel del movimiento obrero y social.
Su
evidente fracaso en el terreno de la recomposición política no hizo
reflexionar a la dirección del PSTU. Por el contrario, decidió «huir
hacia adelante». Ha desarrollado la nada original teoría –común a
todas las sectas– de ser los únicos socialistas revolucionarios no
sólo de Brasil sino también prácticamente del mundo entero. [1]
Pero
esta división de la recomposición política determinó también
graves problemas para el PSOL, en primer lugar, un enorme peso del
electoralismo en su seno, lo que plantea peligros distintos
pero no menos graves que la deriva ultrasectaria del PSTU. Más
adelante analizaremos más en detalle esta cuestión. Pero ahora señalemos
que la respuesta al sectarismo extremo del PSTU no es tampoco, por
parte de la Ejecutiva del PSOL, una política de frente único para la
movilización de masas.
El
problema de que la recomposición política se inició con la división
PSOL–PSTU tiene consecuencias perjudiciales en el movimiento social.
La
constitución de Conlutas ha sido un paso muy importante y positivo a
nivel del movimiento sindical y social,
del cual participamos desde el primer momento, como lo han hecho también
parte de las corrientes enroladas en el PSOL. Sin embargo, este avance
importante (pero muy parcial y sobre todo minoritario) está amenazado
por la pretensión del PSTU de que Conlutas no sólo resuelve por sí
sola el problema del frente único, sino que puede constituirse de
hecho como otra central obrera frente a la CUT.
Es
evidente que no es posible soñar con una «recuperación» o «regeneración»
de la CUT. Además, como lo indica la experiencia histórica de Brasil
y el resto del mundo, cada ciclo del movimiento obrero ha llevado
generalmente a la constitución de nuevas centrales. Hay que trabajar
en la perspectiva de una recomposición o refundación del movimiento
obrero, que incluirá, cuando las relaciones de fuerza lo permitan, la
constitución de una nueva central. Y esto debemos explicarlo con
claridad a los luchadores sindicales, para que no perdamos el tiempo
intentando «salvar a la CUT» Pero
una cosa es tener en cuenta esta perspectiva histórica y estratégica,
y otra cosa es pretender resolver esto ya mismo mediante «decretos»
y ultimátums, por los cuales una fracción de la vanguardia, muy
pequeña en relación a las bases trabajadoras y al resto de los
activistas sindicales, les ordena salir ya de la CUT y entrar a
Conlutas. Y si no obedecen, los excomulga y rompe toda relación de
frente único con ellos.
Esto
es lo que hace el PSTU, que «decreta» que no puede haber unidad de
acción con quien no haya roto con la CUT, sin importarle el problema
de que la inmensa mayoría sigue en esa central burocrática. ¡Y
sostienen esto, además, cuando el conjunto del movimiento obrero está
desmovilizado!
De
esa forma, Zé Maria, dirigente sindical del PSTU, decreta que: «La
construcción de nuevas alternativas está teniendo lugar por fuera de
la CUT. No es verdad que para luchar por la unidad de los trabajadores
da lo mismo estar dentro que fuera de la central (...) para unificar
la lucha de los trabajadores,
es necesario romper con el brazo
del gobierno en el movimento sindical» (sitio web del PSTU,
13–9–05). Esto lo dice Zé Maria para negar la participación del
PSTU en el movimiento de las Assembléias Populares e de Esquerda,
porque allí hay sectores que permanecen en la CUT.
Es
decir que, para Zé Maria y el PSTU, sólo es posible construir unidad
con aquellos que ya salieron de la CUT (y que ya estén
necesariamente en Conlutas), operando con una lógica formal aristotélica
antimarxista: la CUT es progobierno; por lo tanto, todos lo que están
en la CUT son progobierno.
El
problema es que la realidad es viva y se expresa de diversas maneras.
Supongamos que el PSTU tenga razón y que todo lo que sea de izquierda
esté en Conlutas; si así fuera, la situación de la clase
trabajadora brasileña es mucho peor de lo que suponemos, dado que el
mismo texto del propio Zé Maria ofrece algunas pistas sobre lo que es
hoy Conlutas: «Conlutas se viene afirmando en todo el país como un
polo unitario de luchas, reuniendo en su interior 180 sindicatos
y varios movimientos sociales» (resaltado nuestro).
Ahora
bien, en un país como el nuestro, creer que todo lo que es de
izquierda está organizado en 180 sindicatos es, como mínimo,
desproporcionado. Sólo la CUT tiene 3.262 sindicatos afiliados, con 7.433.553 miembros
y una base representada de 22.036.180 (datos oficiales de la CUT). [3]
Nos parece que los 180 sindicatos agrupados en el interior de Conlutas,
por más importantes que sean, son una pequeña minoría, y que el
grueso de los trabajadores no se encuentran aún en Conlutas sino en
la CUT y demás centrales sindicales, lo que plantea la táctica de
frente único como de fundamental importancia para la movilización de
los trabajadores, única posibilidad de dar una salida clasista a la
crisis.
Nos
parece que el problema es otro. Desgraciadamente, la dirección del
PSTU elabora su política sin tener en cuenta los intereses de la
clase trabajadora, sino el interés único y exclusivo de su propia
construcción, inclusive con criterios aparatistas. Al querer
transformar a Conlutas en una nueva central sindical, aborta la
posibilidad de que se transfome en un verdadero instrumento de frente
único y de organización de la clase trabajadora, dando pasos a su
superestructuración. Nuestra posición es la opuesta: estamos por la
construcción de Conlutas, pero, al revés de la postura del PSTU, no
creemos que esta organización se superponga a otras formas de
organización que la clase pueda construir. Y en todas ellas actuamos
con una bandera clara: la de la unidad sin autoproclamaciones ni ultimátums.
Esto
se plantea ahora en relación a la conformación de las Assembléias
Populares e de Esquerda. Como esta iniciativa se da sin el control del
aparato del PSTU, entonces ha decidido no participar y boicotearlas.
Como hemos visto, su argumento es que en las Assembléias Populares
intervienen sectores que aún siguen dentro de la CUT y que la
organización de la clase trabajadora brasileña se da sólo por
dentro de Conlutas.
La
decisión de los compañeros de no participar de las Assembléias
Populares e de Esquerda es un grave error. Es una decisión
tomada desde sus mezquinos intereses de aparato–secta, y no desde la
principal necesidad actual de la clase trabajadora brasileira: la del
frente único para movilizarse.
Estamos
solamente en los inicios del proceso de recomposición, en los que la
clase trabajadora aún no ha entrado en escena. Por eso tenemos que
tener toda la paciencia del mundo con aquellos que quieren luchar. La
combinación de la lucha contra el gobierno y sus políticas con un
paciente debate entre los luchadores puede indicar los caminos a
recorrer en lo que se refiere a la organización política y sindical
de los trabajadores. En síntesis: es imprescindible desarrollar una
política de frente único entre Conlutas, las Assembléias y todos
los sectores que sigan en la CUT y que quieran luchar por las
reivindicaciones de los trabajadores y enfrentar al gobierno.
Pero
esta proyección de la división política PSTU–PSOL en la
vanguardia, en el movimiento obrero, estudiantil y social no es sólo
responsabilidad de los dirigentes del PSTU. Por parte de las
corrientes mayoritarias que ocupan la Ejecutiva del PSOL tampoco
hay una respuesta correcta a esta situación. Es decir, no
enfrentan al sectarismo de la dirección del PSTU con una política
consecuente de frente único. Aplican, en el fondo, una política «simétrica»
aunque con formas distintas, principalmente «ignorando» al PSTU.
Esto está facilitado porque esa organización está muy mal vista
por el resto de los activistas sindicales y estudiantiles, que
encuentran insoportables sus conductas aparatistas y burocráticas.
¿Luchar
por una salida dentro del régimen o de ruptura con el régimen?
Junto
con estos problemas y dificultades para responder a la crisis con una
irrupción de las masas trabajadoras, se plantea la cuestión de qué
salida proponemos desde el campo socialista. Este es otro tema
importante para el debate en la vanguardia.
El
PSTU, en su «Manifiesto a los participantes del acto del 17 de
agosto», plantea como principales consignas: «¡Fuera todos!»,
«¡Por la construcción de una huelga general!», «¡Por un gobierno
verdaderamente de los trabajadores, sin patrones y apoyado en la
movilización de masas para romper con el capitalismo!», «¡Por un
Brasil socialista!»
Entre
el «¡Fuera todos!» y el «¡Brasil socialista!», el PSTU propone
una serie de demandas correctas, tales como «Abajo la política económica
del gobierno y el FMI, anulación de la reforma previsional comprada
con el mensalão, amplia reforma agraria», etc.
Una
primera observación es que comenzar proponiendo como consigna inicial
«Fuera todos!» –copiando la célebre demanda de las rebeliones de
otros países latinoamericanos– es una abstracción que desdibuja el
centro concreto de atención de las masas brasileñas, que aún no es
«todos», sino el gobierno Lula y el Congreso. Por esos motivos, y
teniendo en cuenta que estamos en una situación muy diferente,
creemos que para empalmar con el rechazo concreto al gobierno y el
parlamento es mejor plantear directamente «¡Fuera Lula y el Congreso
corrupto!».
Sin
embargo, el principal inconveniente que vemos a la propuesta del PSTU
no es ése. En su programa para la crisis institucional no tiene en
cuenta un hecho fundamental, que ya señalamos: que si bien, por un
lado, el mensalão ha motivado un profundo descreimiento
de las masas en el gobierno y el parlamento (y una crisis de
legitimidad del régimen), por el otro, las masas no ven
alternativas por fuera de la democracia burguesa. [4]
Se
trata de una contradicción real que no podemos ignorar. Esto exige
levantar demandas democráticas que, al mismo tiempo, vayan
contra el régimen; es decir, que sean transicionales. Por
ejemplo, la de una Asamblea Constituyente impuesta y conformada por
la movilización de los trabajadores y las masas populares.
El
actual régimen político en crisis –la original versión brasileña
de la «democracia» colonial y de los ricos que impera en el
continente latinoamericano– es, al mismo tiempo, un régimen
profundamente antidemocrático. Esto ha sido así desde su mismo
origen. La Constituyente que marcó la transición del régimen
militar a la «democracia» fue en sí misma una farsa, hasta desde un
punto de vista democrático–burgués consecuente. Todo fue producto
de acuerdos por arriba, que han sido una constante de la historia
brasileña desde la transición de la colonia al Imperio hasta hoy.
Todo se ha «cocinado» en las alturas, sin «rupturas» que hayan
sido producto de la movilización de las masas.
Por
supuesto, no decimos que los demás regímenes del continente sean
modelos de «participación» democrática, pero aquí este rasgo oligárquico,
común a las democracias coloniales del sur, es particularmente
notable.
Después
de la dictadura militar, entramos en el que supuestamente es el período
más «democrático» de 500 años de historia brasileña. Sin
embargo, en esta etapa aparentemente «superdemocrática» ningún
problema importante que afectara gravemente al pueblo –como la
esclavitud de la deuda o las (contra)reformas neoliberales– fue
debatido ni consultado democráticamente. Hay un sentimiento correcto
y generalizado de que en este régimen todo se decide a espaldas de la
gente común, de las masas populares; es decir, de la inmensa mayoría
de los ciudadanos... y de sus intereses.
En
resumen: las masas aún no ven (ni podrían ver, porque no están
movilizadas) más allá del horizonte de la democracia burguesa; pero
al mismo tiempo van llegando a la convicción de que todo está muy
mal y que esta «democracia» es una basura.
Para
luchar por una salida de ruptura con el actual régimen, vemos
entonces importante aprovechar esa contradicción. Esto implica, como
decía Trotsky, «una agitación violenta bajo las consignas de la más
extrema y decisiva democracia». Para eso habría que debatir una
formulación precisa de la consigna de Asamblea Constituyente, para
que sea una demanda democrática radical y, al mismo tiempo, por
fuera y en contra del actual régimen.
Asimismo,
pensamos que la consigna de «¡Fuera Lula y el Congreso corrupto!»
debe ir estrechamente acompañada con la agitación de demandas
inmediatas, que respondan a los más graves problemas de los
trabajadores y las masas populares, como los referentes al salario,
el empleo, la tierra, el presupuesto de la enseñanza
y de las universidades, la anulación de las privatizaciones
y las reformas neoliberales (como la previsional), la cuestión de
la deuda, etc.
Por
su parte, desde la Ejecutiva Nacional del PSOL también se ha
planteado una propuesta general de salida a la crisis política. Esta
se expone en la «Resolución Política» del 18–8–05.
Podríamos
decir que si la propuesta del PSTU no toma para nada en cuenta el
decisivo problema democrático, la posición de la Ejecutiva del PSOL
es una adaptación completa al actual régimen democrático–burgués.
Ninguna de las medidas que propone apunta transicionalmente en el
sentido de una ruptura con el régimen. Todas y cada una de ellas son
simplemente mecanismos no sólo muy poco democráticos, sino también completamente
en los marcos del actual régimen.
La
Resolución constituye una mezcla de dos posiciones surgidas en la
Ejecutiva. Una de ellas, la propuesta por la CST, por medio de la
carta de Silvia Santos «El PSOL y la crisis política» (6–7–05),
donde se plantea hacer campaña por un «referéndum revocatorio como
pasó en Venezuela: que el pueblo decida votando sí o no si quiere
que el presidente y los parlamentarios concluyan sus mandatos en
diciembre de 2006». La otra se expresó en el documento de Roberto
Robaina y Pedro Fuentes, del MES, «Aprovechar la crisis para luchar
por una ruptura democrática y anticapitalista» (26–7–05). Allí
la propuesta central es «anticipar las elecciones».
Finalmente,
la Resolución une las dos propuestas en la siguiente fórmula: «El
PSOL defiende... la consulta directa a la población a través de un
plebiscito nacional para que el pueblo decida por la anticipación o
no de las elecciones de 2006... La posición del PSOL ante esta cuestión
es por la anticipación de las elecciones, bajo nuevas reglas».
Por
supuesto, esto no constituye ninguna «ruptura democrática», como
proclama el título del documento del MES. No es «ruptura» porque lo
que se propone no produce ni un rasguño al régimen. Todo
corre por los carriles del régimen, a través de sus mecanismos y sus
instituciones. Pero lo peor es que tampoco es consecuentemente «democrática».
Los plebiscitos y referéndums donde se vota «sí o no» son las
instituciones clásicas del bonapartismo, no de la democracia «radical».
[5]
Generalmente ponen al pueblo frente a falsas disyuntivas, para llevar
a la gente a optar por «el mal menor». Aunque en algunas
circunstancias pueden ser utilizados positivamente, no es éste el
caso de la actual crisis política. Como sucede generalmente en los
plebiscitos bonapartistas, en el «sí» y en el «no» se mezclarían
las más diversas motivaciones de izquierda y derecha. Por el «no»
podrían votar desde los que quieren la destitución de Lula por sus
traiciones a los trabajadores hasta las peores pandillas políticas
burguesas apresuradas para llenar el vacío que deja el derrumbe del
PT. El «sí» abre el peligro de confusiones no menores.
Pero
lo peor de todo este referéndum es que sería una verdadera estafa
hacer creer a la gente que, adelantando unos meses las elecciones,
algo cambiaría a su favor.
A
la propuesta de «anticipación de las elecciones» se le agrega «bajo
nuevas reglas». Pero en la Resolución no se dice cuáles serían
esas «nuevas reglas», ni cómo se impondrían en unas elecciones que
se realizarían absolutamente en los marcos del régimen. [6]
La única diferencia real es de calendario: en vez de votar en octubre
del 2006, lo haríamos varios meses antes.
Pero
hacer eje en ese enredo de «que se hagan elecciones, para ver si se
adelantan las elecciones», tiene otra consecuencia muy negativa. Con
eso se renuncia a agitar con absoluta claridad que Lula y el Congreso
corrupto deben irse. Y hoy eso es lo más simple, concreto y
comprensible que podemos plantear en la agitación y que nos haría
empalmar con los sectores que repudian más profundamente al gobierno
y al régimen corrupto.
Por
más vueltas que le demos, una «ruptura democrática» sólo puede
hacerse realidad... rompiendo con el régimen. O sea peleando por una
salida por fuera y en contra de él. Esto es lo que no hace la
«Resolución Política» del 18/08/05.
La
ausencia de movilización de masas determina que todas las propuestas
que están sobre la mesa, aparezcan como igualmente abstractas. Sin
ese factor real, aparecen como igualmente «imposibles» el «¡Fuera
todos!» del PSTU, la «anticipación de las elecciones» de la
Ejecutiva del PSOL o una Constituyente verdaderamente democrática,
producto de la movilización de las masas.
Sin
embargo, eso no quita importancia al debate de las salidas a la
crisis. No es lo mismo optar por una u otra. Antes de que se
desarrolle la movilización por una demanda, suele mediar un período
de propaganda en la vanguardia y de agitación en sectores
de masas. Si la movilización no se produce –y eso en buena
medida no depende sólo de nosotros–, la cosa quedará allí, en un
estadio meramente educativo. Pero que estemos aún en esa etapa no
significa que debamos «educar» a los trabajadores y al pueblo en
flagrantes mentiras, en perspectivas absolutamente falsas, como la de
que algo cambiaría con una «anticipación de las elecciones». Con
eso no se lograría el más mínimo avance democrático.
Por
último, pensamos que estas cuestiones se dan en el marco de un
problema más global, que está como «telón de fondo» en los
debates de la vanguardia. Efectivamente, la ausencia de movilización
hace que aún estemos lejos de una «ruptura». Pero esto hace sacar a
muchos la conclusión de que, entonces, hay que ser «realistas» y no
plantear consignas ni propuestas por fuera del régimen.
Creemos
que eso es muy equivocado. Hay una crisis del régimen, y tienen razón
quienes la caracterizan como «una crisis sistémica».
¡Pero, entonces, hay que obrar en consecuencia! Se ha abierto una
gran oportunidad para cuestionar y atacar al régimen, oportunidad
que es nuestro deber aprovechar si somos verdaderamente
anticapitalistas y socialistas. Este ataque implica, entre otras
cosas, proponer (verdaderas) consignas de ruptura.
Como
ya dijimos, mientras aún no se den movilizaciones, nuestros ataques
van a desarrollarse a nivel de la propaganda y la agitación. Pero
esto es de una gran importancia, porque tiene un valor preparatorio
para cuando lleguen momentos de acción de masas. Si hoy –con la
excusa de que las masas no están en la calle– lo que
propagandizamos y agitamos es sólo actuar en los marcos de este
podrido régimen de la «democracia» colonial y de los ricos, mañana,
cuando irrumpan las movilizaciones, no vamos a cambiar de carril. Y lo
peor será que los activistas y sectores de masas influenciados por
nosotros van a tender a reaccionar recitando el catecismo reformista y
oportunista de costumbre. ¿Ésta no es acaso una de las lecciones que
hay que sacar de los largos años de educación de la vanguardia y de
las masas en el más podrido reformismo y electoralismo, que es el
gran legado del PT? Lamentablemente, la peor herencia petista es ésa,
y no la de la corrupción y el mensalão. ¡Sí! ¡La peor
herencia del PT es haber educado en el cretinismo parlamentario a toda
una generación!
El
proyecto del PSOL: ¿un PT «que dé certo» [8]
o un gran partido democrático, socialista y de clase?
Esto
nos lleva, finalmente, a una cuestión fundamental: la recomposición
política. A nuestro modo de ver, éste es el elemento más dinámico.
La realidad ha demostrado el gran acierto que fue la constitución del
PSOL. Después de la expulsión del PT de los llamados
“parlamentarios radicales”, se constituyó en un importante
instrumento de aglutinamiento de la izquierda socialista.
Aunque
limitado, el PSOL ha dado pasos importantes en el sentido de
consolidarse como referencia política para amplios sectores de la
clase trabajadora. Como una de las corrientes internas del PSOL,
tenemos empeñados nuestros esfuerzos militantes en su construcción.
Y hemos dado, junto con los compañeros con los cuales formamos Luta
Socialista []
En
verdad, el PSOL no es un fenómeno único en la izquierda
latinoamericana. Su génesis está ligada al proceso de victorias
electorales de partidos llamados de “centro–izquierda”, donde
Lula y el PT son una de sus mayores expresiones. En varios países
latinoamericanos, en el último período, se conformaron gobiernos
donde las corrientes típicas de la izquierda reformista subieron al
poder, y desde allí aplican el conocido recetario neoliberal. Ese
pasaje sin mediación al campo de la burguesía, por parte de
direcciones y organizaciones históricas del movimiento, ha abierto
espacios que dan origen a diversos fenómenos políticos, generalmente
en la forma de coaliciones de distintas corrientes e individuos.
Así,
en Venezuela, a la izquierda de los partidos oficiales de Chávez se
ha constituido el PRS, que reúne a importantes dirigentes obreros; en
Bolivia se ha iniciado un proceso accidentado, que si tuvieses éxito
podría llevar a la constitución de un Instrumento Político de los
Trabajadores bajo el auspicio de los sindicatos combativos, que se
ubica a la izquierda del MAS de Evo Morales; en México, el zapatismo,
después del rotundo fracaso de su aislamiento en Chiapas, ha salido a
promover una corriente nacional a la izquierda del PRD, etc.
El
PSOL surge entonces como una coalición que se ubica en el espacio
dejado a la izquierda por la bancarrota política del PT, que, como ya
analizamos, es parte de un fenómeno de trascendencia mundial, por el
hecho de haber sido Brasil una especie de laboratorio internacional de
la idea de que «otro mundo es posible». La vanguardia mundial miró
hacia nuestro país con la esperanza de que este otro mundo podría
ser construido aquí. Esta misma vanguardia ahora se pregunta cuál
fue el error, porque el partido y el gobierno que habían nacido como
“predestinados” para construir ese otro mundo posible, se
transformaron en los más fieles seguidores de los modelos económicos
y políticos de la burguesía mundial.
Por
eso, teniendo en cuenta esta experiencia de alcances mundiales que fue
el PT, decimos: ¡un PT “que dê certo” (que resulte bien) no
es posible! ¡Tenemos que construir el PSOL como partido clasista,
realmente democrático y socialista!
Como
ya señalamos, el PSOL desde su fundación ha cumplido un rol bastante
progresivo en la reorganización de la izquierda brasileña, y ha sido
acompañado por grandes sectores de la izquierda mundial, como lo
demostró la amplia participación en el Seminario Internacional
realizado en Río de Janeiro en agosto.
Pero,
como reza el dicho popular, no todo es un mar de rosas. Ell PSOL porta
en su interior contradicciones que, si no se resuelven, pueden llegar
a comprometer su carácter progresivo.
A
nuestro modo de ver, parte importante la dirección del partido tiene
como proyecto político la construcción de un PT «que dê certo»
(que ande bien, que no se corrompa). Un partido que, para sumar a
todos, no tenga una definición ideológica claramente por el
socialismo y la revolución, ni una forma de organización interna
asentada sobre núcleos de base, ni que privilegie la lucha directa de
la clase trabajadora. Un partido que recuerde los tiempos dorados del
PT en sus orígenes.
Por
eso, aunque en forma sintética, es necesario hacer un balance de lo
que fue el PT. El PT de los 80 se construyó con un carácter de
confrontación con el régimen militar, en repudio a las alianzas políticas
policlasistas y rechazando, aunque en forma confusa, la lucha
institucional como prioritaria. Pero la contradicción de este período
es que el PT va a definir su programa político a partir de una fuerte
influencia del atraso en la conciencia de las masas y del limitado
proyecto sindical–religioso de sus principales dirigentes y
organizaciones.
Al
encuadrarse en los límites de la espontaneidad de las masas y en el
estricto horizonte de un proyecto reformista, el PT se subordinó a la
ideología burguesa. Este elemento, –la subordinación a la ideología
burguesa– lo llevó, en los años 90, después de las derrotas
sindicales de esa década, principalmente la derrota de la huelga de
los petroleros en 1995, a una completa rendición ante la ideología
del posibilismo.
Uno
de los elementos de esta rendición ideológica es que ya en 1987 el
programa del PT centra su lucha en las cuestiones democrático–burguesas,
olvidándose totalmente de la lucha por el socialismo, además de
encarar las tareas inmediatas democráticas como tareas independientes
de la transición socialista. Siguiendo en esta perspectiva, el PT va
diluyendo cada vez más su supuesta estrategia, volviéndose cada vez
más “víctima” de un tacticismo sin medidas, subordinando toda su
acción a la lucha institucional.
Así,
se hace evidente que el total abandono del socialismo y del marxismo
llevó a ese partido a sucumbir delante de las ideologías y las prácticas
burguesas. Para sus ideólogos, la lucha de clases dejó de ser una
categoría fundamental, como explicación y guía para la acción política.
Y el estado burgués fue elevado al máximo de la organización política.
Esta total capitulación teórica y política hicieron que ese partido
llegase a donde llegó.
Este
pequeño balance se hace necesario, pues nos parece que parte de la
dirección del PSOL está cometiendo el mismo error del PT. Para la
mayoría de la dirección del PSOL, el problema del PT habría sido un
desvío o una traición de sus dirigentes, corrompidos y degenerados.
Por lo tanto, se trata de construir “un PT que ande bien”, que no
falle. O sea, que no se corrompa, que no degenere ni traicione a la
clase trabajadora. Indicios de estas intenciones infelizmente no
faltan. Las resoluciones de la Ejecutiva Nacional, criticadas
anteriormente, van en ese sentido. Más inquietante aún es la política
de alianzas que podría desarrollarse en las próximas elecciones del
2006.
No
somos anarquistas. No desestimamos la necesidad de dar respuestas tácticas
a todos los procesos de disputa de la conciencia de las masas, que están
en curso en la sociedad capitalista. Nuestra preocupación, sin
embargo, es aprovechar en un sentido revolucionario la actual crisis
de legitimidad del régimen en Brasil. Eso no significa que estemos en
contra de intervenir en las elecciones o que las veamos como una
actividad sin importancia. Precisamente por ser tan importante, nos
oponemos frontalmente a la posibilidad de que el PSOL pierda, en ese
terreno, su perfil anticapitalista, repitiendo lo que fue el camino de
desastre del PT: el tacticismo de las alianzas con el único objetivo
de lograr votos. Una línea que rompió todas las fronteras políticas
estratégicas y de clase}.
Desde
ya, defendemos la construcción de un frente electoral de izquierda,
compuesto por el PSOL, el PSTU y el PCB, que presente un programa
–fruto de un amplio debate en los sindicatos, las universidades y
los movimientos sociales– de ruptura con el régimen, que apoye en
las luchas en curso y levante las banderas que atiendan a las
necesidades inmediatas de la clase trabajadora, que puedan abrir el
camino para el socialismo. O sea, un programa transicional.
Notas:
[1].–
Esta visión sectaria elevada a teoría universal puede leerse en
«Um vendaval oportunista corre o mundo», Opinião Socialista,
26/05/04.
[2].–
Site de Conlutas: www.conlutas.org.br.
[3].–
Site de la CUT: www.cut.org.br.
[4].–
Es curiosa la comparación entre la política del PSTU cuando la
crisis de Collor y la actual. En esos momentos, en que se producían
grandes movilizaciones de masas, se limitó a plantear ¡Fuera
Collor! ¡Elecciones ya! O sea, un programa absolutamente en
los marcos del régimen. No tenía tampoco la más mínima política
ni consignas para que esa movilización de masas se desarrollara
por cauces independientes de los aparatos y las direcciones
reformistas y burguesas. Ahora, en la presente crisis, cuando las
masas no están movilizadas, su programa no plantea ninguna
consigna democrática sino que salta del «¡Fuera todos!» al «Brasil
socialista» sin transición alguna.
[5].–
La institución histórica clásica de la democracia burguesa más
«radical» es la llamada «asamblea nacional» o «asamblea
constituyente». Los plebiscitos y referéndums fueron instituidos
por los regímenes bonapartistas y autoritarios para lograr
legitimidad mediante el voto popular.
[6].–
Efectivamente, la Resolución no dice en qué consisten esas
misteriosas «nuevas reglas», que convertirían a la fraudulentas
y tramposas elecciones del régimen en una «ruptura democrática».
Por su parte, el documento de Robaina y Pedro Fuentes, «Aprovechar
la crisis para luchar por una ruptura democrática y
anticapitalista» explica algo más esto. Las «nuevas reglas»
son tres: 1) «legalidad del PSOL»; 2) «prohibición de
financiamento privado»; 3) «derecho de las organizaciones
sociales y populares a presentar candidatos». La primera «nueva
regla» ya está lograda. El «derecho de las organizaciones
sociales y populares a presentar candidatos» sería algo
progresivo, pero no puede decirse que con eso vaya a cambiar mucho
el panorama, en primer lugar por la misma situación del
movimiento social que ya analizamos. En cuanto a la «prohibición
de financiamento privado» en la época de los doleiros y
de las cuentas en los paraísos fiscales, suena tan realista como
las exhortaciones del Papa a no tener sexo antes del matrimonio.
Es significativo que no se mencione, por ejemplo, unas de las
pocas medidas que cambiarían realmente las «reglas del juego»:
la expropiación y/o el control obrero y popular de los medios
de comunicación, ante todo televisión y radios. Mientras eso
no sea así, las elecciones, con o sin «financiamiento privado»,
serán un circo mediático, donde la Red Globo y otros
capitalistas billonarios tendrán un peso decisivo.
[7].–
Silvia Santos, «El PSOL y la crisis política – Una contribución
al debate», julio 2005.
[8].–
Expresión que puede traducirse aproximadamente como un PT «que
haga las cosas bien», es decir, que no se corrompa.
[9].
Luta Socialista es una coalición de varios compañeros de
diversos estados, que se alían en el interior del PSOL en defensa
del carácter clasista, democrático y socialista.
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