Socialismo o Barbarie
N° 19

India

Una aproximación a su realidad

Por Chris Harman

Segunda parte

Fascismo y comunalismo

La elevación del BJP a un papel dominante en la política India en la última década llevó a toda clase de personas a buscar las similitudes con el fascismo europeo. Pero la palabra “fascismo” suele usarse de manera demasiado ligera como un insulto para cualquier gobierno que a uno no le gusta. Esto es un obstáculo para el análisis serio que se necesita para combatirlo de manera efectiva.

El fascismo no es simplemente un conjunto de prejuicios reaccionarios racistas, comunalistas o chauvinistas. La mayor parte de los partidos políticos capitalistas usuales incursionan en ellos a fin de ganar votos y consolidar su dominio (por ejemplo, el Partido Conservador en el Reino Unido, o el propio partido del Congreso en varios momentos durante los 80). El fascismo se diferencia de todo eso en que busca fomentar esos prejuicios de modo de establecer una dominación política y social total, eliminando en el proceso a toda organización independiente de los trabajadores, campesinos y otros grupos oprimidos.

Por lo general se origina con aventureros políticos como Mussolini personajes semidesquiciados como Hitler, que intentan construir organizaciones extraparlamentarias de masas capaces de imponer su voluntad en todas las esferas de la vida social. La principal capa social que utilizan para esto es la pequeña burguesía: pequeños empresarios, comerciantes, cuentapropistas, graduados universitarios sin trabajo. Todos ellos sufren las crisis endémicas del capitalismo pero temen y desprecian a la clase trabajadora que está debajo de ellos tanto como sufren por causa de los muy ricos que están por encima de ellos. Estos grupos suelen sentir que sufren la competencia de minorías étnicas o religiosas; los fascistas predican la “pureza” nacional, racial o religiosa en un intento de dirigir su bronca y frustración contra esas minorías, junto con desarrollar entre ellos el odio por las organizaciones de la clase trabajadora.

Si el fascismo puede construir una base de masas entre estas capas puede lograr ejercer influencia entre sectores de la clase trabajadora, especialmente los que no tienen tradición de organización independiente de clase, como los que trabajan en pequeños establecimientos o están desocupados hace tiempo, así como entre capas pobres más amplias.

Por lo general hay capitalistas que se identifican con el mensaje fascista desde el comienzo. Pero los sectores importantes del capitalismo rara vez depositan su fe en el fascismo en las etapas iniciales de éste, dado que en la medida en que el sistema no enfrente crisis muy serias entienden que pueden mantener el control de la sociedad a través de medios “pacíficos”: sus medios de comunicación, partidos parlamentarios domesticados y dirigentes sindicales dóciles. Normalmente temen que un embate directo de los fascistas por su programa completo detone grandes conflictos sociales que pueden ser onerosos en términos de beneficios

Pero una vez que un poderoso movimiento fascista existe, provee un arma que a la que el capitalismo puede recurrir si está seriamente amenazado por una crisis económica o social. Porque las organizaciones de masas del fascismo son capaces de penetrar todas las esferas de la vida social y, una vez que trabajan en conjunto con las fuerzas del estado, de destruir las organizaciones obreras y populares en una forma que no puede hacerlo ningún gobierno autoritario basado únicamente en las fuerzas del estado.

Así, en Italia, de mediados de 1920 a mediados de 1922, la clase dominante utilizó a los fascistas como un contrapeso a la izquierda y para atacar las organizaciones obreras y campesinas, a la vez que mantenía en el poder a gobiernos parlamentarios de derecha. Del mismo modo, entre 1929 y fines de 1932, la gran patronal alemana usó a los nazis como contrapeso a las organizaciones obreras, permitiendo así a los gobiernos autoritarios de derecha lanzar ataques graduales sobre las condiciones de los trabajadores, mientras que ocasionalmente incluso tomaba acciones simbólicas contra los nazis.

Pero entonces, en uno y otro caso, se alcanzó un punto en que sectores clave de la gran patronal y el estado decidieron que su única salida a su crisis política y económica era entregar el pleno poder a los fascistas. Así, el rey y los principales partidos burgueses le entregaron el poder a los fascistas en Italia en 1922, y las cabezas del ejército y la gran patronal acordaron con Hitler que tomara el poder en enero de 1933. Hasta ese momento habían visto a las bandas pequeño burguesas fascistas como un perro rabioso que podía utilizarse para aterrorizar e intimidar al movimiento obrero. Pero no se arriesgaron a darle el poder al perro rabioso hasta que no vieron otra solución a sus problemas.

El fascismo, un movimiento cuya base de masas es la pequeña burguesía, no podía conquistar el poder sin la aprobación de la gran patronal y el estado (cuando Hitler lo intentó en 1923, sufrió una derrota humillante). Sólo enfrentada a una devastadora crisis política y económica o social puede la gran patronal acceder a esto. El éxito del fascismo depende, entonces, de la conjunción de un movimiento pequeño burgués construido desde abajo y una decisión tomada desde arriba por la clase dominante. Si falta uno de estos factores, los intentos de establecer un estado fascista fracasan.

El fascismo como movimiento depende de un continuo impulso hacia adelante para hacer olvidar a sus miembros los intereses económicos y sociales que podrían llevarlos a entablar luchas junto con los trabajadores y las minorías por un mundo mejor. Como dijo Hitler, “el hombre pequeño se siente un gusano, pero lo integramos a un movimiento que lo hace sentirse parte de un gran dragón”. Pero es muy difícil conservar el impulso de este movimiento si se lo mantiene a mucha distancia del poder durante largo tiempo. Comienzan a aparecer las divisiones entre los que están tentados de aceptar los frutos de la influencia parlamentaria normal y los impacientes por la confrontación directa.

Estos problemas afligieron a Mussolini y Hitler durante los períodos relativamente cortos en los que tuvieron que sostener el movimiento sin tomar el poder. Son proporcionalmente mayores para los que dirigen hoy al RSS, el BJP y el VHP. Existen suficientes pequeños burgueses desesperados, incluso en la “India brillante” de 2004, como para darle al RSS una fuerza extraparlamentaria de masas que dice tener dos millones de miembros. Pero para que el BJP pudiera acceder al gobierno tomó distancia de los sueños de violencia comunal que motivan a muchos de sus partidarios más activos.

El capitalismo indio puede aceptar sin miramientos horrendas masacres comunales en Mumbai o Gujarat una vez cada diez años. Puede también recibir con beneplácito sus efectos en cuanto a sostener el odio religioso que lo ayuda a dividir y reinar. Pero no quiere que todo el subcontinente esté en llamas, y sabe que aún hay formas de organización popular capaces de oponer resistencia masiva si se los pone contra la pared.

Una vez en el gobierno, el BJP intentó asumir el rol que había cumplido el Congreso en cuanto a integrar a toda la sociedad India tras los grandes capitalistas, y lo hizo a la vez que alentaba el neoliberalismo y le decía a los ricos que se enriquecieran de manera aún más ostentosa. El Congreso trataba de reconciliar a los pobres con el capitalismo a través del lenguaje del “socialismo” y el “combate a la pobreza”. El BJP esperaba lograr esto mismo mediante la agitación comunalista que enfrentaba a un sector de los pobres contra otro. Pero no podía ir tan lejos en esa dirección como para desatar un desorden generalizado que la gran patronal no quería en ese momento.

Terminó quedando a mitad de camino. Su entusiasmo por la prosperidad de los ricos le enajenó el apoyo de decenas de millones de pobres, y el freno puesto a sus propios activistas lo llevó a una creciente animadversión interna. Ram Madhav, el vocero nacional del RSS, dijo que durante la campaña electoral “muchos voluntarios del RSS fueron a la huelga porque creían que el BJP había olvidado sus raíces”. [1]

La pérdida del poder condujo a fuertes disputas en el seno de la alianza RSS-BJP-VHP en cuanto a cuáles fueron los errores. Por un lado, hubo acusaciones de traición a la agenda chauvinista hindú; por el otro, llamados a no hacer naufragar el barco de lo que aún es el segundo mayor partido político de la India. Pero esto no significa que la derecha comunalista vaya a desintegrarse y desaparecer. De hecho, es muy probable que haga un giro hacia el punto de vista del Ayodhya y el Gujarat de incitar a la matanza comunal como forma de fortalecer su base..

El RSS y el BJP surgieron a partir de la incapacidad del Congreso para satisfacer los intereses divergentes de la sociedad india. Y esta incapacidad es ahora mayor que antes. La victoria electoral del Congreso no provino de un masivo flujo de votantes propios sino como resultado de una serie de acuerdos con y promesas a diversos partidos regionales. [2] Las políticas de la coalición de gobierno dependerán del sempiterno chantaje y negociación entre los partidos (y entre los intereses regionales dentro del propio Congreso). El hecho de que haya obtenido una victoria no elimina la corrupción y la decadencia que han venido corroyendo sus estructuras en las últimas tres décadas.

Lo que es más importante, Sonia Gandhi salió a hacer bonitos discursos sobre los pobres, pero no cuestionó nunca ni una palabra de la agenda neoliberal. Esa agenda creará descontento con el Congreso tal como lo hizo con el BJP. Y ahora que están en la oposición, los cuadros del RSS se sentirán libres como para hacer cuanto puedan para desviar ese descontento en dirección del odio comunal. Si serán o no capaces de lograrlo dependerá no de los políticos corruptos que dominan la maquinaria del Congreso sino de la capacidad de la izquierda para intervenir con una agenda completamente diferente.

La izquierda

El ascenso del bloque RSS-BJP-VHP no fue sólo un producto de la decadencia política del Congreso. También fue ayudado por la confusión, las divisiones y las crisis en la izquierda.

Históricamente, la izquierda India fue hegemonizada por la tradición comunista. Tras la Segunda Guerra Mundial, del ala izquierda del Congreso surgió un Partido Socialista. En ciertos momentos logró tener alguna presencia en zonas del centro-norte de India, y algunas de sus personalidades (Jayaprakash Narayan, George Fernandez) tuvieron importancia política. Pero el ala Nehru del Congreso –con la que estaban de acuerdo en muchos puntos– la eclipsó en los 50 y comienzos de los 60, y desde entonces sus activistas quedaron absorbidos en los partidos seculares que surgieron de los gobiernos de coalición de los 70 y los 80. [3]

En cambio, la tradición comunista fue una fuerza independiente desde al menos comienzos de los 30. Jugó un papel importante en las luchas sindicales de ese período, actuó como ala izquierda en el movimiento por la independencia a fines de los 30, ganó decenas de miles de miembros durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió levantamientos campesinos a fines de los 40 y dominó los gobiernos estaduales de Bengala Occidental y Kerala durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX.

Esta tradición siempre ha estado marcada por dos características. La primera, un alto nivel de compromiso, seriedad y preparación para el autosacrificio. Fue esto lo que posibilitó a un movimiento que comenzó esencialmente entre los intelectuales de clase media alta echar raíces en sectores importantes de la clase trabajadora y dirigir bouts de insurgencia campesina. La segunda, sin embargo, ha sido el predominio –ideológico y organizativo– del modelo estalinista. Incluso hoy hay un retrato de Stalin en las paredes del local central del Partido Comunista (Marxista) de Bengala occidental, donde está a cargo del gobierno estadual. [4]

El resultado ha sido una serie de errores tácticos y estratégicos desastrosos, de los cuales los más importantes fueron probablemente la oposición al movimiento contra el dominio británico Fuera de India, dirigido por el Congreso, y la adopción de la teoría de las “dos naciones” que justificó la partición de 1947 [entre India y Pakistán. MY]. [5] Estos errores se derivaban de intervención en la liberación local y en las luchas de clase ajustada a la política exterior de la URSS, y tuvieron el efecto de separar al partido de los mejores elementos del movimiento de liberación en su fase final, así como un debilitamiento de la influencia del partido en dos lugares clave, la clase obrera de Bombay y el núcleo territorial hindiparlante del norte de India. Y esta debilidad persiste hasta el día de hoy.

A estos errores siguió otro, aparentemente en la dirección opuesta. Al estallar la Guerra Fría en 1948, la URSS les dijo a los partidos comunistas de todo el mundo que hicieran un pronunciado giro a la izquierda. En India esto significó el intento de organizar huelgas de masas y levantamientos campesinos contra el gobierno del Congreso, el cual, tras la reciente lucha por la independencia, tenía masivo apoyo popular. En el estado de Hyderabad, donde los comunistas habían construido una base de masas mediante la lucha contra el gobierno despótico del Nizam bajo el régimen del rajá [principal autoridad política durante el dominio británico. MY] se alzaron en armas contra el ejército indio que lo había echado, con un enorme costo para quienes los apoyaban.

Como en otros lugares del mundo, estos errores socavaron el apoyo al partido en sectores más amplios. Pero la identificación con la Unión Soviética mantuvo unidos a los cuadros partidarios, y los giros permanentes tuvieron incluso el efecto de aumentar su sentido de lealtad y autosacrificio. Además, la política soviética en los 50 les facilitó mucho más las cosas. Los dirigentes soviéticos ensalzaron a Nehru en la medida en que éste seguía una política de “no alineamiento” en la Guerra Fría y de recurrir a expertos rusos y lazos comerciales con la URSS para poner en pie una estructura industrial india. Había una extendida simpatía por la URSS en círculos intelectuales y en la burguesía, que el Partido Comunista supo aprovechar para aumentar su influencia. Había una especie de mezcla confusa entre las ideas del centro y la izquierda del Congreso, por un lado, y el Partido Comunista, por el otro, y el PC pudo identificarse con el estado indio y exaltar el nacionalismo indio como un supuesto contra el imperialismo, contra sus “títeres” en Pakistán y contra sus amenazas hacia la URSS.

Todo esto, no obstante, pronto sería totalmente desbaratado. La polémica entre Rusia y China arruinó la ilusión de un solo bloque progresivo y “socialista” con el que India podía alinearse parcialmente. Entonces estalló un conflicto bélico limítrofe entre India y China, y Rusia proveyó cazabombarderos MIG para que India los utilice contra la China “socialista”.

La lógica de la línea partidaria de la década anterior había sido apoyar a Rusia (y al estado indio). Pero esto ya era demasiado para muchos militantes que se habían sumado al partido debido a su retórica revolucionaria, y que veían a la revolución china como señalando el camino a India. El partido se partió en dos en 1964, y durante los quince años siguientes las dos mitades sostuvieron posiciones diametralmente opuestas sobre las cuestiones importantes de política local. Y la ruptura del partido fue seguida de divisiones en todos los organizaciones que dirigía: sindicatos, organizaciones estudiantiles, frentes culturales.

Uno de los factores tras la ruptura fue la forma organizativa monolíticamente estalinista, que no permitía ningún debate razonado, democrático y científico entre los militantes alrededor de temas importantes. Así como venía la línea partidaria de arriba hacia abajo en la URSS y China, así ocurría en el PC indio. Cualquier dirigente que no siguiera alguno de los súbitos cambios de línea se convertía en una “no-persona”, al punto de desaparecer de las historias oficiales del partido. De modo que cuando la dirección en su conjunto se partió en dos, en vez de un debate lo que hubo fue la formación de dos partidos comunistas rivales, cada cual con su propia estructura estalinista.

El impacto del estalinismo no fue solo en lo organizacional. Condujo también a una incapacidad para analizar lo que estaba sucediendo en una sociedad India que cambiaba vertiginosamente bajo el impacto de la independencia y la acumulación capitalista. El estalinismo internacionalmente necesitaba cualquier “teoría” de desarrollo económico y político nacional que encajara con un esquema impuesto desde afuera. De allí la esterilidad en todas partes del mundo de los intentos marxistas influenciados por el estalinismo para analizar lo que ocurría en el presente. En India o en el reino Unido, marxistas influidos por los comunistas podían hacer trabajos notables sobre el pasado distante: en Gran Bretaña, sobre el campesinado medieval o sobre la Guerra Civil inglesa; en India, los trabajos de Romila Thapar sobre la India de la antigüedad y los de Irfan Habib sobre los períodos mogul y medieval. Pero los escritos sobre el presente eran de una aridez inconcebible.

El estalinismo había decretado que el atraso económico de India implicaba que era parte del mundo “feudal” y “semicolonial”, por lo que tenía que atravesar una etapa “nacional democrática”. Los trabajadores tenían un rol que cumplir, pero la lucha por su propio poder debía esperar a que se completara la etapa presente. Y eso sólo podía suceder si se aliaban con sectores “progresivos” de la burguesía.

La formula no le calzaba a India en absoluto, dado que la burguesía había logrado su independencia de Gran Bretaña y podía, a través del gobierno del Congreso, promover la acumulación de capital conforme a sus intereses propios, no los extranjeros ni los feudales. Pero esta formula vacía le venía muy bien a los patrocinadores rusos (y luego chinos) de los partidos comunistas nacionales. Podían calificar a cualquier agrupación burguesa, sin importar cuán reaccionaria fuera, como “progresiva” siempre que estuviera en favor de hacer acuerdos diplomáticos con la URSS, y le ordenaban a los comunistas locales aliarse con ella. Cuando la influencia directa de Rusia y China disminuyó –como lo hizo en el curso de los 60 y los 70– los dirigentes locales tuvieron más margen en cuanto a lo que podían hacer. Pero la teoría seguía incitándolos a mirar hacia los aliados burgueses, y no había nada que los previniera de hacerlo de la manera más arbitraria, atendiendo a consideraciones electorales de corto plazo. Esto los condujo de una adhesión a la política rusa que se basaba en algún principio, aunque desastroso, a alianzas completamente oportunistas con otras fuerzas políticas indias.

Para los comunistas prosoviéticos –que mantuvieron el viejo nombre de PCI– esto significó una permanente orientación hacia el Congreso, sobre la base de que era un gobierno “nacional democrático” que luchaba contra las fuerzas feudales en el país y contra el imperialismo en el extranjero. De modo que cuando la emergencia dictada por Indira Gandhi en 1975 llevó al encarcelamiento de dirigentes políticos y sindicales (incluyendo los del otro PC), el PCI apoyó esto como una medida “progresiva”.

El otro sector de la ruptura, que tomó el nombre de Partido Comunista de la India (Marxista), o PCM, veía al Congreso como la representación de las fuerzas feudales y monopólicas en alianza con el imperialismo. Hacía falta hacer alianzas con otras clases, incluyendo sectores de la burguesía, para combatir al Congreso de modo de llegar a la etapa “nacional democrática”. Por ende, sus dirigentes fueron encarcelados durante el estado de emergencia de 1975 y buscó alianzas con dirigentes de otros partidos para luchar por la “democracia” contra Indira Gandhi. La postura del PCM lo hizo apoyarse más que el PCI en la acción de masas. Pero, a pesar de todos sus ataques al “revisionismo” del PCI, estaba bien preparado para depositar su fe en la política parlamentaria y en formar una coalición de gobierno en Bengala Occidental con un sector disidente del Congreso a pocos años de la división.

Allí donde los comunistas formaron gobiernos estaduales (en Kerala y Tripura, así como en Bengala), utilizaron la formula de “lucha democrática nacional contra el feudalismo y el imperialismo” para justificar programas de reformas mínimas: reformas agrarias que beneficiaron a los grandes campesinos y granjeros capitalistas tanto como a los campesinos pobres, modernización de la infraestructura, expansión de la educación, ciertos derechos sindicales. Pero el otro lado de esto fue el hecho de que trabajaron dentro de los límites establecidos por el poder económico capitalista. El resultado es que tomaron una ruta bien conocida para aquellos que hemos conocido al “viejo laborismo” o a los gobiernos socialdemócratas tradicionales en Occidente: decirle a su propia base que tenían que hacer “sacrificios” a fin de equilibrar las finanzas del estado. Cuando estuve en Calcuta en 1987 presencié una huelga en los hospitales; el PCM se opuso a la huelga porque enfrentaba a un gobierno “progresivo”, ¡pero apoyaba una huelga idéntica contra el gobierno del Congreso en Dehli!

Con el transcurrir del tiempo, aumentó la presión para evitar que los trabajadores ingresen a la lucha y para hacer acuerdos con el capital. El actual jefe de ministros de Bengala occidental, Buddhadev Bhattarcharjee, puede decir al Financial Times que “nuestra máxima prioridad es crear nuevos empleos. El partido reconoce que las compañías multinacionales juegan un papel preponderante”. El diario informa que “el partido finalmente se ha convencido de que la agitación laboral es mala para las inversiones”. [6]

Esto parece estar produciendo una reacción entre muchos activistas similar a la acontecida cuando el giro del viejo laborismo al nuevo laborismo en el Reino Unido: están perplejos ante lo que está pasando y no saben bien cómo responder. En Kerala, la edición Thiruvananthapuram del The New Indian Express publicó una serie de artículos titulada “Los reformistas versus la línea dura” acerca de las discusiones dentro del PCM estadual. De un lado están los que buscan emular el embrace de la globalización de Bengala Occidental; del otro, los defensores de la vieja ortodoxia –muy contentos de lanzar frases sobre el “dinero de la CIA”–, y parece haber al menos algunos que quieren cuestionar ambas posturas.

En la práctica, en los últimos 25 años ha habido una convergencia entre los dos partidos, aunque las antiguas divisiones entre las dos direcciones han evitado una fusión. Ambos han apoyado al estado indio en la confrontación militar con Pakistán, bajo el disfraz de “resistir al imperialismo” –aunque se abstuvieron de respaldar la opción nuclear– y recurren a argumentos similares para rechazar la autodeterminación para el pueblo de Cachemira. Y ambos han utilizado la teoría “etapista” para justificar alianzas electorales con una u otra coalición de partidos burgueses, aunque esto no les haya ayudado mucho a construirse más allá de Kerala y Bengala Occidental. En la práctica, esto significó que en los 80 vieran al Congreso como el enemigo principal y formaran alianzas electorales con los sectores que se separaban de él y con partidos regionales. A partir de los 90 el significado fue ver como enemigo principal al BJP e intentar establecer una especie de alianza laxa con todos los partidos “seculares”, incluido el Congreso, en un “frente anticomunalista”. En las elecciones de este año, los comunistas de ambos partidos hicieron campaña por la burguesía “secular” salvo en sus propios bastiones, donde se unieron detrás de candidatos del “Frente de Izquierda”.

Aunque los PCs se han negado a sumarse formalmente al gobierno nacional, parece seguro que lo apoyarán. El secretario general del PCM, Harkishen Singh Surjeet, declaró a la prensa que “todos los que luchan contra el BJP deben unirse y colaborar con el gobierno”. [7] No obstante, la perspectiva de que los diputados comunistas ayuden a mantener al gobierno del Congreso en el poder no debiera crear mucho entusiasmo en las filas partidarias, porque el Congreso no ha abandonado en modo alguno su romance con el neoliberalismo. De hecho, sus dirigentes justifican el trabajo común con el Frente de Izquierda remitiéndose a las concesiones al neoliberalismo, con privatizaciones y el coqueteo con multinacionales, a cargo del propio gobierno de Bengala Occidental dirigido por los comunistas.

Los dos partidos comunistas ganaron 16 bancas en la elección, que le dio al “bloque de izquierda” 67 bancas. Pero esa ganancia se concentró en sus antiguos puntos fuertes de Bengala Occidental y Kerala, donde los avances fueron a expensas del Congreso. Es improbable que esta alegría de corto plazo elimine la sensación de crisis entre los activistas del restante 90 por ciento del país, donde los partidos están más débiles que nunca, envejecidos y faltos del dinamismo que supieron desplegar. Una y otra vez la gente se pregunta: “¿Por qué es que el RSS puede motivar a sus cuadros a asumir el trabajo y los riesgos de propagar su mensaje y nosotros no? Pareciera como si hubieran aprendido de nosotros lo que significa ser activista, y que nosotros lo hayamos olvidado”.

Esa sensación de crisis empeora con el colapso de las antiguas ilusiones en la URSS y China que mucha gente solía tener. Para la mayor parte de Europa Occidental, esas ilusiones se esfumaron por etapas, con grandes crisis en los partidos em 1956, 1968 y en la época de la invasión rusa a Afganistán en 1979. El resultado fue la existencia de pujantes e influyentes corrientes marxistas de “nueva izquierda” mucho antes de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la URSS en 1991.

En India, en cambio, la colaboración con la URSS por parte de los sucesivos gobiernos implicó que las vagas simpatías con los países supuestamente “socialistas” fueran muy fuertes en sectores mucho más amplios que los ligados a los partidos comunistas, lo que hacía más fácil para ellos sostener que toda crítica era “contrarrevolucionaria”. El PCM, por ejemplo, llegó a felicitar a la dirección China por haber aplastado las protestas de la Plaza Tienanmen. Todo esto hizo que el colapso fuera mucho más devastador para la moral que en otras partes. Fue como si la desilusión que había goteado en los partidos occidentales durante 33 años inundara al comunismo indio de un día para el otro. Algunos miembros del partido sintieron que la obra d toda su vida se había deshecho; muchos otros se preguntaban si todo había valido la pena. Un miembro del PCI que todavía tiene su carné partidario me contó de una broma que circulaba entre los militantes: “Menos mal que no tomamos el poder, porque ahora estaríamos muertos”. No es de extrañar que les resulte difícil a estos partidos motivar a la gente como lo hacían antes.

Hay una tercera corriente del comunismo indio que aún retiene parte de su viejo activismo, compuesta de dispares grupos “marxistas-leninistas” (ML) originados en rupturas del PCM en cuanto éste tomó el camino a fines de los 60 y le dio la espalda a la táctica guerrillera preconizada por China en esa época. Alentada por la radicalización de 1968 y el período posterior, la juventud ML se lanzó a crear centros de insurgencia entre los campesinos. Lucharon heroicamente –y muchos murieron– mientras muchos de los cuadros del PCI y el PCM encontraban cómodos nichos para ellos dentro del sistema.

Pero el activismo ML estaba equivocado. Se basaba, al igual que las posiciones del PCI y el PCM, en un análisis estalinista, importado en este caso de China. En la visión de los militantes ML, China había avanzado al socialismo a través de una etapa “nacional democrática” de lucha contra el feudalismo en el campo, e India tenía que seguir el mismo camino. Cuando estalló una rebelión campesina en el distrito de Naxalbari, en el norte de Bengala, miles de estudiantes se fueron al campo para intentar fomentar rebeliones similares (de allí el mote de “Naxalitas”) atacando a los terratenientes y a los dirigentes de las aldeas. La estrategia resultó desastrosa. Los terratenientes y dirigentes de aldea podían confiar por lo general en que los campesinos permanecieran pasivos mientras ellos lanzaban sangrientos contraataques contra los estudiantes. Y un intento de llevar la lucha del campo a “la ciudad” llevó a sangrientos enfrentamientos en las calles de Calcuta entre los grupos ML y la policía (incluyendo policías que estaba en el PCM), en los cuales los grupos ML llevaban invariablemente la peor parte.

Los ML no fueron aplastados del todo. Algunos de sus miembros encontraron una base de sustentación entre trabajadores sin tierra y pueblo tribales en las regiones empobrecidas de Bihar y Andhra Pradesh. A estos grupos les tocaba ser víctimas de la violencia física por parte de escuadrones armados de campesinos grandes y propietarios que salían a mantenerlos en su lugar. Los grupos ML les proveyeron medios para la autodefensa, creando condiciones en las que los oprimidos ganaron autoconfianza y dignidad, y empezaron a prestar atención a al menos parte del discurso político de los ML. Sin embargo, este activismo no iba a golpear nunca los principales centros del capitalismo indio en las ciudades y en las regiones agrícolas más ricas. Podía resultarle irritante, como una mosca posada en un brazo, pero no iba a dañarlo en ningún sentido significativo, porque la clase dominante india no era en modo alguno tan débil, dividida y humillada como la de China durante más de una década de ocupación japonesa de buena parte de su territorio. Y la gran masa del campesinado indio no tenía interés en abandonar su parcela de tierra, por pequeña que fuere, para incorporarse a levantamientos guerrilleros.

El activismo ML resultó a su manera tan frustrante como el reformismo y la construcción de alianzas electorales por parte del PCI y el PCM. Exigía enormes esfuerzos a cambio de muy pobres resultados. Un subproducto de esta frustración fueron las continuas divisiones (me informaron que hay más de 40 “Partidos Comunistas” en la India), todas ellas con su propia forma estalinista de organización de arriba hacia abajo y enfrentamientos físicos entre sus brazos armados. Otro subproducto fue para algunos el aprovechamiento de su base de apoyo local para dedicarse a la actividad electoral. Y, como en el caso de los PCs grandes, utilizar los éxitos electorales para formar coaliciones con sectores “progresivos” de la burguesía.

Los grupos ML no están de ninguna manera inmunes a la crisis más amplia de la izquierda India y al hecho de repensar la teoría y la estrategia al que ésta lleva. Algunos muestran signos de apertura a nuevas ideas inimaginables hace unos pocos años (una voluntad de tener discusiones fraternales con activistas extranjeros de tradición trotskista, por ejemplo), y en la práctica están levantando algunas cuestiones urbanas y rurales.

Pero no llegarán muy lejos a menos que rompan con tres características: el no reconocer explícitamente que India es un país capitalista importante, independiente y de rango medio; el apoyarse en formas estalinistas y burocráticas de organización que sofocan la discusión científica sobre táctica y estrategia y causa desacuerdos que resultan en divisiones innecesarias, y el no entender que tanto las corrientes reformistas como las revolucionarias surgen dentro de luchas reales y que los revolucionarios deben probar la superioridad de su política a través del frente único.

En resumen, tanto los grupos ML como los miembros del PCI y el PCM sufren de una sobredosis de Stalin y Mao y necesitan el antídoto de Lenin, Luxemburgo y Trotsky. Eso no resolverá automáticamente los problemas teóricos y prácticos que enfrenta la izquierda india, pero los hará apuntar en la dirección correcta.

Ninguna discusión de resistencia al sistema puede evitar referirse a las ONGs (organizaciones no gubernamentales). Éstas se han multiplicado en la India, como en otras partes del mundo, a una enorme velocidad en las últimas dos décadas, y ha sido motivo de mucha disputa en la izquierda la cuestión de cómo tratarlas. Por un lado, están aquellos que, especialmente en Occidente, las ven como aliados automáticos en la lucha contra el sistema. En el libro No Logo de Naomi Klein son presentadas como parte de la “multitud” ['swarm'] que va a paralizar el poder de las corporaciones, y hay quienes van más allá, hasta presentarlas como una nueva forma de organización democrática desde debajo de la “sociedad civil”. Por otro lado, hay muchos activistas con experiencia en el Tercer Mundo que critican a las ONGs por usar el dinero que consiguen de las fundaciones, gobiernos e instituciones de beneficencia occidentales para acercarse a las luchas, cooptar a su dirección y luego estrechar su terreno de acción de modo de que trabajen en los marcos del actual sistema, no contra él. [8]

Las disputas surgen debido a que el ascenso de las ONGs es un fenómeno contradictorio. Un subproducto de la difusión del neoliberalismo es que los gobiernos alientan conscientemente que agentes voluntarios reemplacen al estado en la provisión de servicios. Se ha llegado al punto de que en Mozambique las ONGs manejan todo el sistema de transportes, y en Afganistán, como cuenta Conor Foley, del Consejo Noruego de Refugiados, “asumen responsabilidad por funciones de tipo estatal como la provisión de servicios públicos, salud y educación”. En India, miles de ONGs ocupan el espacio en la provisión de servicios básicos que el estado nacional o local ya no logra proveer, y usan palabras como “empowerment” [concepto usado en marketing que remite a dar capacidad de decisión a los niveles inferiores. Trad.] que generan la apariencia de que están haciendo mejor las cosas, en vez de emparchar las rajaduras a medida que las cosas empeoran.

Pero la proliferación de ONGs tiene también otro origen: la crisis de la izquierda. En India, como en muchos otros lugares, el desencanto con la vieja izquierda, sobre todo después de la desintegración del bloque del Este, llevó a muchos de sus miembros a abandonar toda idea de una confrontación total con el sistema mundial y dieron un giro a las campañas por un tema específico [single-issue]. El crecimiento masivo de las ONGs empalma perfectamente con este giro. Le permitió a muchos preservar la antigua noción de “servir al pueblo” bajo nuevas formas (y percibir un salario mientras lo hacen). De allí la forma en que gente que había sido incondicional de la extrema izquierda maneja ONGs y atrae hacia ellas a muchos de los jóvenes más idealistas y dinámicos que en otro momento se habrían interesado por la izquierda. Se encargan de temas que las organizaciones de izquierda ya no tienen la capacidad o la voluntad de agitar y a veces son los únicos que ayudan a organizar a los trabajadores, campesinos y pobres en muchas localidades.

Esto no elimina las características negativas de las ONGs. A medida que la extensión del neoliberalismo reducía siempre más las posibilidades de reformas mediante la agitación de temas específicos, se incrementó la presión sobre los asalariados de tiempo completo de las ONGs para que se volvieran mediadores que reconciliaran al pueblo con el sistema. Pero esta tendencia ha producido corrientes que se oponen. Muchos activistas de las ONGs, y especialmente los grupos de base que ellos organizan, no quieren ir en esa dirección. Algunos han empezado a ver la necesidad de ir más allá de las campañas específicas si es que quieren obtener aunque más no sea pequeños triunfos.

La diferenciación no es completa, ni de hecho puede serlo, dado el modo mismo en que las ONGs se organizan y recaudan fondos. Sus activistas organizan a la gente y la conducen a la lucha, pero luego, con demasiada frecuencia, le ponen un freno a toda militancia que exceda esa lucha por temor de que vaya más allá de los marcos de las ONGs. Amplían la visión de la gente hasta cierto punto, y luego de tratan de evitar que se amplíe aún más.

Pero esto no justifica que la izquierda simplemente le dé la espalda a las campañas de estas ONGs. Después de todo, no son las únicas instituciones que organizan a la gente para reclamar al sistema por reformas, pero tratando de hacerlo en una forma estrechamente controlada que desaliente la lucha militante en confrontación contra el sistema en su conjunto. Los

sindicatos también lo hacen. Ellos también tienen una capa privilegiada de funcionarios de tiempo completo que intentar separar a los nuevos activistas de las bases y cooptarlos en su propia esquema. La respuesta de una izquierda genuina no puede ser simplemente desechar sin más esas estructuras. Es necesario evitar la trampa de depositar fe en ellas, enredarse en sus aparatos y tener parte en sus privilegios. Pero también es necesario responder a ellas de manera táctica. Esto significa trabajar codo a codo con ellos en frentes únicos que lancen a la gente a una actividad que choque con muchas de las concepciones reformistas corporizadas en las estructuras oficiales.

La izquierda y el RSS-BJP

El error clásico tanto de la socialdemocracia como del Partido Comunista en Italia y Alemania fue no lograr ver la diferencia entre las formas fascista y parlamentaria de dominio capitalista. En Italia, el dirigente comunista de principios de los años 20, Amadeo Bordiga, decía que dado que el fascismo y la democracia burguesa eran formas de dominio burgués, era importante no combatirlas de manera diferente. Mientras tanto, el ala derecha de la socialdemocracia decía que los fascistas no constituían una amenaza seria. Fue sólo cuando Antonio Gramsci, influenciado por las discusiones con Lenin y Trotsky, empezó a hacer planteos diferentes a los de Bordiga que la izquierda comenzó a entender la necesidad de métodos especiales para combatir al fascismo.

En Alemania, los socialdemócratas argumentaban que debido a que las condiciones eran diferentes a las de Italia el fascismo no podía llegar al poder, e incluso con Hitler en el gobierno decían que iba a respetar la constitución. El Partido Comunista, bajo los dictados de Stalin en Moscú, veía al fascismo como una amenaza, pero decía que esa amenaza tomaba tanto formas socialdemócratas como hitleristas. Por lo que en vez de ver el ascenso de los nazis como lo central, llamaban “fascistas” a los gobiernos anteriores a la llegada de los nazis al poder, y de este modo dificultaron la tarea de ganar a los trabajadores para combatir esa llegada al poder.

Contra esto, una cantidad de críticos, de los cuales el más importante y el más perspicaz era el exiliado León Trotsky, plantearon la diferencia central existente entre las formas “normales” de dominio burgués y el fascismo. Debido a que el fascismo está basado sobre una masa pequeña burguesa que influye sobre los obreros y campesinos, una vez que actúa junto con las fuerzas del estado puede erradicar toda resistencia de una forma en que un gobierno normal no es capaz. De esto Trotsky extrajo la conclusión de que para combatir al fascismo, el sector más combativo de la clase obrera, organizado en ese momento por el Partido Comunista, tenía que llamar a la acción unificada a los dirigentes políticos y sindicales de los sectores de trabajadores menos militantes, organizados en Alemania por la socialdemocracia reformista.

Lamentablemente, la larga influencia de las ideas estalinistas en la India implica que la mayor parte de los textos de Trotsky sobre esta cuestión son desconocidos en el país. De modo que ha habido una larga tradición de una absoluta falta de comprensión de lo que es el fascismo. En un período a comienzos de los 70 el PCM caracterizó al Congreso como “semifascista”; unos años después el PCI apoyaba el estado de emergencia de Indira Gandhi con el argumento de que estaba enfrentando al peligro “fascista”. El resultado hoy es una carencia absoluta de cualquier tipo de análisis serio sobre la relación entre comunalismo y fascismo y sobre las contradicciones del proyecto RSS-BJP.

Los diferentes sectores de la izquierda India están en peligro de cometer exactamente los mismos errores que los cometidos en Italia y Alemania en los años de entreguerras. Por un lado, están los que depositan su fe en las coaliciones electorales de los partidos parlamentarios del sistema para detener al BJP. Por el otro, están los que no ven la necesidad de hacer campañas por verdaderos frentes únicos de todas las organizaciones verdaderamente populares –los sindicatos, las distintas organizaciones comunistas, las organizaciones dalits– para frenar al RSS, el BJP y el VHP cada vez que toman las calles. [9]

La clase trabajadora y el campesinado

India sigue siendo abrumadoramente rural. A diferencia de los países latinoamericanos más importantes (México, Brasil, Argentina, Venezuela, Chile) la mayoría de la población (cerca del 70 por ciento) aún vive en el campo, y alrededor del 60 por ciento de la fuerza laboral se emplea en la agricultura. La clase trabajadora es una minoría de la población, alrededor del 20 por ciento. Y la clase obrera industrial es aún menor: el total del sector formal en las empresas medianas y grandes llega a sólo el 7 por ciento de la fuerza laboral.

No obstante, la clase obrera industrial ocupa un rol estratégico. Produce aproximadamente la misma cantidad de producto nacional que masas agrarias mucho mayores. Está concentrada alrededor de los núcleos de comunicaciones y de poder estatal del país. En su mayoría está alfabetizada (por lo general al menos en dos idiomas) y tiene conciencia de los hechos que acontecen más allá del entorno inmediato del barrio. Tiene tradiciones de lucha que se remontan, en ciertos sectores clave, a un siglo o más, con redes de activistas que corporizan esas tradiciones. Y ha mostrado en el pasado que sus luchas pueden tener un impacto político inmenso, como ocurrió con la ola de huelgas en Bengala Occidental en los 60, la huelga nacional ferroviaria de 1974 y la huelga textil de un año de duración en Bombay en 1982-1983.

Como ocurre con la clase trabajadora en el resto del mundo, mientras está quieta es fácil que la gente olvide que existe. Pero cuando sale a la lucha desafía el mecanismo central que hace funcionar al capitalismo: la producción de valor y de plusvalor.

No pasamos hoy por un gran período de luchas. Si se viaja por el país se encuentran en cada localidad informes de huelgas pequeñas, y a veces de huelgas grandes de un día de duración, como la reciente y fuerte protesta de 3 millones contra leyes laborales restrictivas. Pero hay poca sensación de una erupción unificada del descontento, o de que se esté preparando una tormenta. La razón es que, también aquí como en todas partes, las últimas décadas han sido de luchas defensivas parciales, de algunas derrotas importantes y de una extendida desmoralización, que se suma a la desmoralización que muchos activistas sintieron con el colapso de la URSS y el ascenso de la derecha comunalista.

La última generación de luchas obreras sufrió dos grandes derrotas: la huelga ferroviaria de 1974 y la huelga textil de 1982-1983. Como sabemos muy bien en el Reino Unido, el recuerdo de un sector importante de trabajadores (en Bombay, 250.000) en huelga durante más de un año y luego obligados a volver al trabajo derrotas es desalentador para los de todas las demás industrias, y ese desaliento puede durar muchos años.

La racionalización y reestructuración masivas de la industria tuvieron lugar tras esas derrotas. De hecho, la fuerza laboral en el sector industrial formal está en descenso. En este año se vieron las primeras incorporaciones masivas en los ferrocarriles en dos décadas (¡se postularon 740.000 personas para 20.000 puestos en los grados más bajos del escalafón!). La patronal utilizó la derrota de la huelga textil para golpear a la fuerza laboral, y desde entonces han cerrado muchas de las grandes fábricas. Donde hay expansión del empleo industrial es por lo general en el sector informal, con la producción textil, por ejemplo, avanzando a modernos telares mecánicos instalados en pequeños lugares de trabajo que emplean a un puñado de trabajadores.

Las leyes laborales indias se suman al problema, ya que alientan que los sindicatos en el sector formal se apoyen disposiciones legales para su reconocimiento y el derecho a negociar. Es perfectamente posible para un sindicato con muy poco apoyo conseguir ese derecho y aferrarse a él a pesar de no hacer prácticamente nada con sus miembros. De modo que el sindicato reconocido oficialmente en la industria textil de Bombay a comienzos de los 80 se opuso a la huelga y ayudó a organizar a los carneros, aun cuando casi toda la fuerza de trabajo se unió a la huelga. Un resultado de este marco legal es que los sindicatos ponen mucho acento en usar el derecho y los abogados para intentar lograr reconocimiento, y los abogados suelen tener los cargos más elevados en los sindicatos.

El enfoque aparatista de diversos partidos, incluyendo los de izquierda, empeora las cosas. Cada partido intenta formar su propio sindicato, que compite por el reconocimiento en oposición a los otros y crea así una fragmentación del movimiento en su conjunto que hace más difícil transformar los éxitos que provienen de grandes movilizaciones en organizaciones fuertes y sostenidas al nivel de los establecimientos.

Finalmente, está la cuestión de la composición general de la población urbana. Junto con las grandes estructuras laborales del sector formal, donde los trabajadores tienen estos limitados derecho a la organización sindical, hay una creciente masa de pequeños establecimientos donde carecen de ellos y son presa fácil de las amenazas y la prepotencia patronal. En los últimos años el empleo en tales lugares de trabajo ha crecido, mientras que en el sector formal ha caído de un 10 a un 7 por ciento del total. En principio que no hay nada que impida la organización en los pequeños establecimientos. La historia del capitalismo tiene muchos ejemplos en los que trabajadores de establecimientos pequeños y sin derechos formales legales son llevados a la lucha y crean fuertes organizaciones. Pero conformar los núcleos de activistas capaces de iniciar la lucha en esos lugares requiere dinamismo, dedicación y autoconfianza, cualidades que la izquierda india ha venido perdiendo en los últimos veinte años. También exige de la comprensión de que, debido a que India es una sociedad plenamente capitalista, la clase obrera es central para el cambio. Pero esta comprensión falta en varios de los sectores más dinámicos y esforzados de la izquierda.

Ambos sectores de la clase trabajadora están inmersos en una masa urbana mucho mayor de cuentapropistas, desempleados pequeños negocios que dependen del trabajo familiar. Esta masa, en la que se mezclan los sectores más pobres de la pequeña burguesía con el lumpenproletariado, exhiben por lo general una conciencia muy diferente a la de los trabajadores de las empresas medianas y grandes. No está estructurada por su posición en la producción de forma de estar prestos a participar en acciones colectivas. A veces pueden ser inducidos a tomar las calles, pero se pueden mover con la misma facilidad hacia la confrontación comunalista, como en la época de Ayodhya, como hacia la confrontación de clase. Y en tiempos “normales”, cuando hay un bajo nivel de lucha de clases, ejerce una enorme presión psicológica sobre los trabajadores del sector informal, y a través de ellos también en los del sector formal, de modo que sectores de trabajadores puedan ser arrastrados con facilidad cuando las olas de agitación comunal barren la ciudad.

Vale la pena recordar, sin embargo, que cuando el núcleo de la clase obrera sale a la lucha por sus propios objetivos, tiene la capacidad de arrastrar tras de sí a buena parte de la masa urbana, como ocurrió durante la huelga de Bombay en 1982-1983, y de dejar a la derecha comunal con muy poca influencia sobre los acontecimientos.

Así como ocurrió en el pasado puede volver a ocurrir. Porque los activistas de la clase trabajadora pueden estar desmoralizados, pero su clase no ha perdido la capacidad de luchar. La racionalización y reestructuración capitalistas tienen el efecto de debilitar los viejos centros de la resistencia. Esto es lo que muchos quieren decir cuando hablan de que la globalización hace las cosas más difíciles. Pero la racionalización y la reestructuración significan también que crecen nuevas industrias y nuevas concentraciones de trabajadores a la vez que las viejas entran en declinación. Y pronto o tarde, estos nuevos grupos de trabajadores comienzan a descubrir que tienen el poder de cuestionar la subordinación de sus vidas a la ciega búsqueda de la ganancia. Sus triunfos pueden empezar a revertir el estado de ánimo entre grupos más amplios de trabajadores, devolviéndoles la confianza en la lucha. De golpe, toda la bronca acumulada a lo largo del período de derrotas puede hallar expresión colectiva y sacudir el dominio capitalista en sus puntos clave, en sus grandes ciudades. Hemos presenciado esto con los levantamientos repentinos que echaron a los gobiernos en lugares como Ecuador, Argentina y Bolivia en los últimos años. No hay razón por la que no vayamos a ver de Nuevo cosas parecidas en la India en los próximos años. Pero el resultado final de tales luchas no está predeterminado. Dependerá de si hay redes de revolucionarios en el seno de la clase trabajadora tratando de orientarlos en una dirección socialista revolucionaria. Y eso a su vez dependerá de si la izquierda india hoy existente logra organizarse y espabilarse.

Si la clase trabajadora es la clave estratégica para desafiar al capitalismo indio, la masa de campesinos debe ser su aliado estratégico. Nadie puede dudar de las penurias de la gran mayoría de los campesinos bajo el actual sistema. El consumo ha venido cayendo, en ves de crecer, en franjas enteras de la India rural. Un 37 por ciento de los hogares campesinos trabajan menos de un acre [0,4 hectáreas], y otro 25 por ciento no más de dos acres. [10] Muchos sólo logran sobrevivir en los años de malas cosechas asumiendo deudas que no pueden pagar y viven así con temor a perder su tierra. Por debajo de ellos, un 10 por ciento o más de la población se compone de trabajadores sin tierra, muchos de ellos con trabajos temporarios en los que suelen estar sujetos al maltrato físico por parte de quienes los explotan. Como resultado de esto, existen dos movimientos característicos y recurrentes de protesta rural: movimientos del campesinado en su conjunto, reclamando una baja de los precios de los fertilizantes, créditos baratos y precios más altos para sus productos, y movimientos de campesinos sin tierra, contra los salarios bajos y el maltrato y por parcelas de tierra.

Pero tales movimientos no tienen, por sí mismos, el potencial para cuestionar el poder estatal y las relaciones capitalistas de producción en su totalidad. Los movimientos de los sin tierra son de minorías en cada área (no movimientos del campesinado en su conjunto contra las exacciones feudales o por la división de los estamentos feudales), y suelen encontrar la resistencia de muchos campesinos con tierra (que utilizan en parte trabajo contratado), así como de los terratenientes más grandes. En consecuencia, tienen por lo general un carácter defensivo, aun cuando recurren a la violencia para la autodefensa. En cuanto a los movimientos de los campesinos con tierra, por lo general tienen lugar por temas que benefician tanto a los granjeros capitalistas como a los poseedores de parcelas medianas, como es el caso del costo de los fertilizantes y los precios sostén. Con mucha frecuencia son los granjeros capitalistas quienes se ponen a la cabeza de los movimientos, dado que tienen más recursos que la masa de pequeños y medianos campesinos. De modo que tienden a dominar los panchayats locales –consejos de aldea y de distrito– y a dirigir los partidos que obtienen votos como resultado de la agitación campesina.

Hay una tendencia en la izquierda anticapitalista internacional y en el comunismo indio a ver a los movimientos campesinos de una manera romántica. Pero abandonados a sí mismos, no rompen automáticamente con el capitalismo, y aquellos que en la izquierda hacen de estos movimientos el centro estratégico de su agitación, pueden fácilmente terminar siendo arrastrados por las fuerzas del capitalismo rural, en vez de alejar a las masas campesinas de él. La precondición para un movimiento campesino que rompa con los capitalistas rurales es las luchas de los trabajadores aporten un foco anticapitalista que levante la perspectiva de una organización completamente distinta de la sociedad.

Por ultimo, hay otros grupos oprimidos que deberían ser aliados naturales de la clase trabajadora, especialmente los dalits y los pueblos tribales. Desde principios de los años 50 existe legislación que prohíbe medidas formales de discriminación y que estipula que un cierto porcentaje de los empleos estatales sea “reservado” a aquellos a los que se menciona como los “castas bajo programas [scheduled]”. Unos pocos “intocables” han logrado incluso acceder a altas posiciones. Pero para la mayoría de los 150 millones de dalit y de los 70 millones de personas pertenecientes a los pueblos tribales la realidad cotidiana de discriminación, humillación, pobreza y abuso aún persiste.

El desarrollo económico puede incluso empeorar las cosas. En el campo, la presión que ejerce el mercado sobre decenas de millones de pequeños granjeros los hace querer bajar las costos laborales, lo que aumenta la carga sobre sus trabajadores dalits. A medida que los pobres arremeten contra los muy pobres, se ponen en juego los viejos prejuicios y lealtades de casta. De ahí el fuerte aumento en los últimos 30 años de la “violencia de casta”, que por lo general significa el asesinato de dalits por parte de las organizaciones de las castas mediana y alta. Y a medida que muchos escapan de la pobreza rural yendo a las ciudades, los lazos de casta adquieren mucha importancia a la hora de saber dónde conseguir puestos de trabajo y a quién pedírselos. Los que provienen de los grupos históricamente alfabetizados, sobre todo los brahmines, están en mejor posición para conseguir los puestos administrativos y profesionales más elevados. [11] Los que hacían el trabajo pesado en el campo encuentran pocas oportunidades en la ciudad aparte de esos mismos trabajos pesados.

Pero hay algo más que acompaña la siempre creciente penetración del campo por las relaciones capitalistas de mercado y el flujo de gente hacia la ciudad: una creciente falta de voluntad para soportar la opresión. El rechazo por parte de las castas “intocables” a las ideologías que justifican su opresión data de varios siglos, y los movimientos que buscan acabar con la opresión datan de al menos un siglo y medio. Pero dado que representan solo una sexta parte de la población, ha sido difícil para cualquiera de ellos encontrar la forma de alcanzar este objetivo.

Algunos se han concentrado en pelear por reformas dentro de la sociedad, especialmente luchando por garantizar que les sea “reservada” una parte de los empleos estatales a todos los niveles. Pero, tal como ocurre con la “discriminación positiva” hacia los negros en EEUU, aunque esto permite el avance de una minoría, deja a la gran mayoría a cargo de los empleos más serviles y sujeta al acoso diario por parte de los que están por encima de ellos y de la policía. Una segunda visión ha sido tratar de utilizar el peso electoral de los dalits para forzar reformas. Pero su condición de minoría hace que no puedan lograr nada sin aliados electorales. Frecuentemente, esto significaba –y en muchas regiones aún significa– apoyarse en la máquina clientelar del Congreso. Pero por más de una década también ha significado la existencia de un partido basado en los dalits, el BSP (Bahujan Samaj Party), en el estado más grande, Uttar Pradesh. En 1994 formó una alianza electoral victoriosa con el partido de las castas medias, el SP, lo que daba la impresión de ser una alianza de los sectores más explotados, los pequeños campesinos y los sin tierra. Pero pronto quedó claro que se trataba de una alianza de políticos que buscaban pequeños beneficios en el marco existente. En tanto los pobres siguieron peleando contra los muy pobres por las migajas del sistema, la coalición se derrumbó. Luego, par mantener en funcionamiento la maquinaria política, los dirigentes del BSP formaron una coalición con los peores enemigos de todos los oprimidos, el BJP, dominado por la casta superior.

El enfoque de los PCs ha sido plantear que el futuro de los dalits reside en la lucha de clases por reformas, uniendo a la gran mayoría de los dalits –obreros, trabajadores agrícolas o pobres de las ciudades– con los miembros de las otras castas cuya situación económica es la misma o similar. Pero en tanto que la capacidad de reformas de los gobiernos comunistas en Kerala y Bengala Occidental está cada vez más constreñida por las presiones del sistema global, no han sido capaces de derrotar a todas las fuerzas que mantienen a los dalits en el último peldaño. [12] Los activistas dalits se quejan de que en esos estados, como en todos los demás lugares, los mejores empleos siguen en manos de los miembros de las castas superiores, mientras que los ex “intocables” siguen llevando a cabo las tareas más sucias y serviles. Bien podrían terminar desconfiando de la izquierda tanto como desconfían del BJP.

Los grupos marxistas-leninistas (ML) han logrado ganar el apoyo de los dalits en algunas áreas rurales, como parte de su enfoque general de dar protección armada contra los ataques de los terratenientes y los granjeros capitalistas contra los trabajadores sin tierra. Pero las acciones de una minoría de la población en algunas de las regiones más atrasadas del país no pueden por sí mismas destruir el conjunto de la estructura de opresión que agobia a los dalits en toda India. De hecho, ni siquiera pudieron evitar que casi el 40 por ciento de los dalits votara por el BJP en Madhya Pradesh, un estado en el que los ML habían logrado cierto éxito.

La participación en gran escala de grupos dalits en el Foro Social Mundial de Mumbai en enero de 2004 fue un signo muy importante de que una de las capas más oprimidas del subcontinente se está agitando. Pero el entusiasmo por el dinamismo de ese movimiento no debiera llevar a ignorar la forma en que ha renunciado al debate en reiteradas ocasiones, sobre todo en lo tocante a la disputa sobre reforma y revolución. Y también plantea la cuestión de qué clase tiene el poder de golpear al capitalismo indio en donde realmente le duele, en el corazón de su aparato productivo. Los dalits, en tanto trabajadores en la agricultura y en la construcción, son una parte importante de la clase obrera. Pero no pueden emanciparse a menos que logren obtener el apoyo de sectores más amplios de esa clase para su propia resistencia a la opresión.

Los dalits, en tanto son la minoría más oprimida, pueden quedar atrapados con facilidad en combatir sólo a los que están inmediatamente por encima de ellos, en una forma que le hará el juego a los que están a la cabeza del conjunto del sistema. Para poder emanciparse, deben ser parte de un proyecto de emancipación de todos los explotados y oprimidos. Esto no significa ignorar sus propios reclamos, sino que esas demandas nunca podrán asegurarse a menos que grupos más amplios de trabajadores y campesinos se lancen a la lucha por derribar el capitalismo indio en su totalidad

¿Qué hacer?

Dos cosas me impactaron mucho en mis recientes viajes a la India. La primera, que la izquierda India está perpleja y semiparalizada por el colapso de las viejas certezas estalinistas; la segunda, que tiene el potencial como para reagruparse, reorientarse y empezar a resistir. Todavía hay muchos miles de viejos activistas con una vida de lucha detrás. Y el Foro Social Mundial de Mumbai en enero de 2004 mostró que existe potencial para reclutar una nueva generación de jóvenes activistas.

La fuerza de la izquierda debiera residir en los mismas cosas que debilitan al RSS-BJP-VHP. En cada lugar del país hay infinidad de luchas contra aspectos del sistema que, aunque casi siempre son pequeñas, plantean cuestiones de clase de una forma que atraviesan el discurso chauvinista hindú del bloque RSS y crea posibilidades de solidaridad transversal a las divisiones comunales.

Pero la izquierda no puede relacionarse con estas luchas y ofrecer una salida a la sociedad en su conjunto a menos que se sobreponga al peso muerto de su propio pasado, en particular los métodos de organización y formas de análisis estalinistas.

Tiene que haber una comprensión de que el colapso de la URSS no significa el fin de la esperanza para la izquierda. Por el contrario, ha despejado el camino para un renacimiento de la izquierda con el movimiento anticapitalista después de Seattle y luego con las más grandes manifestaciones contra la guerra que se hayan visto en el mundo. Al mismo tiempo, hemos presenciado una serie de levantamientos populares que han derrocado tres gobiernos latinoamericanos (Ecuador, Argentina y Bolivia) en tres años, Como a fines de los 60, algo de este espíritu de revuelta tendrá un impacto en los jóvenes del continente. De hecho, ya aparecieron los primeros signos de eso en Mumbai.

Tiene que haber una clarificación sistemática delas ideas de izquierda: sobre la naturaleza capitalita de la India, sobre qué estaba mal en la URSS y China, sobre la naturaleza de la amenaza comunalista y su relación con el fascismo. Esto no puede tener lugar sin una mirada a tradiciones teóricas revolucionarias que son apenas conocidas en el subcontinente, especialmente la de León Trotsky, que la Tendencia Socialista Internacional y otros han intentado utilizar críticamente para comprender el sistema mundial de hoy.

Debe reconocerse que no se detendrán los avances de la derecha comunalista apoyándose en el Congreso o en los demás partidos burgueses “seculares”. Los gobiernos que llegaron al poder mediante la negociación con los partidos comunistas no frenaron el avance del BJP en 1989-1991 o a mediados de los 90. Un gobierno del Congreso apoyado de manera incluso no explícita por los comunistas tampoco lo hará hoy. Cuanto más quede asociada la izquierda a un gobierno así, más podrán el RSS y el BJP quedar como los defensores de los pobres contra él.

Hay que romper con la idea de que el reformismo en dos o tres estados marca el camino, en una época en que las presiones del sistema mundial obligan a los gobiernos reformistas a adoptar medidas neoliberales a expensas de sus propios partidarios.

Por ultimo, hay que romper con las formas burocráticas y autoritarias de organización heredadas del estalinismo, que implican que las organizaciones de tradición comunista no saben cómo llevar adelante debates políticos importantes entre ellas y con otras corrientes y a la vez unirse alrededor de temas específicos en los que están de acuerdo (como frenar la agitación de la derecha comunalista). Si el RSS y el Shiv Sena pueden unirse parea lanzar pogroms contra las minorías religiosas, entonces el PCI, el PCM, los ML, los sindicatos de izquierda, las organizaciones dalits y las mejores ONGs activistas tendrían que poder unirse para luchar contra los pogroms.

Debe haber discusiones importantes y necesarias sobre las orientaciones parlamentaristas del PCI y el PCM, el guerrillerismo de los ML, el separatismo de algunas organizaciones dalits y la tendencia de las ONGs a cooptar y despolitizar a los dirigentes de las luchas locales. Pero la izquierda seria no puede resolver esas disputas si le da la espalda a los activistas influenciados por otras agrupaciones.

La acumulación y la industrialización no pueden tener lugar en un país capitalista atrasado como la India sin dejar tras de sí enormes bolsones de pobreza, sin crear un inmenso trastorno en las vidas de cientos de millones de personas y sin causar recurrentes estallidos de descontento. El intento del RSS, el BJP y el VHP de utilizar este descontento para imponer su programa reaccionario por la vía electoral por el momento se ha frenado. Pero se recuperará de este revés, como lo hizo en los 90, si el único obstáculo que enfrenta es un movimiento “secular” dominado por fuerzas comprometidas con los intereses del capitalismo indio. Los nuevos ministros del Congreso ya se están apresurando a tranquilizar a los mercados financieros en el sentido de que van a adoptar la filosofía de la clase alta: “enriquézcanse rápido”, tal como lo hicieron los ministros del BJP a los que reemplazaron. Y en tanto maniobren entre ellos y con sus socios de coalición por los frutos del poder, volverán al viejo juego del Congreso de oponer uno contra otro a los agrupamientos religiosos, regionales y de casta. Un gobierno así no puede constituir una verdadera barrera al resurgir del RSS-BJP. La tarea de la izquierda no es apoyar a ese gobierno –mucho menos incorporarse a él–, sino crear un polo independiente para la izquierda capaz de canalizar el descontento en una lucha por una genuina alternativa al sistema.

Notas:


[1].- Citado en el Financial Times, 14-5-2004.

[2].- De hecho, la votación total del Congreso estuvo cerca de un 2 por ciento por debajo porque tuvo menos candidatos que antes de modo de darles a estos aliados mayor espacio electoral. Véase www.indian-elections.com

[3].- A uno de los mayores partidos de base regional en el nuevo parlamento, el Samajwadi Party, se lo llama a veces socialista, pero en realidad su base son las castas granjeras medianas de Uttar Pradesh y promueve los intereses de los campesinos más ricos.

[4].- Según el Financial Times, 13-4-2004.

[5].- Esto no era simplemente una cuestión de ajustar la táctica al sentimiento propakistaní de muchos musulmanes, sino sobre todo de alentar ese sentimiento. Ver, por ejemplo, A. I. Singh, cit., p. 128.

[6].- Citado en Financial Times, 13-4-2004.

[7].- The Hindu, 15-5-2004.

[8].- Ver una clara presentación de este argumento en J. Petras, “Imperialism and NGOs in Latin America”, Monthly Review, vol. 49, no 7 (diciembre 1997).

[9].- Como escribe Achin Vanaik, “en relación con la cuestión de Ayodhya la izquierda tradicional no organizó en ningún momento contra movilizaciones, y la izquierda tenía los cuadros, la base y la capacidad, ya que no la voluntad, para hacerlo”. The Furies of Indian Communalism (London, 1997), p. 333.

[10].- Ver dos cálculos ligeramente diferentes de la quiebra de los hogares rurales sobre la base de propiedad rural en J. Mehta, “Changing Agrarian Structure”, y Songh, “Agriculture”, en Alternative Survey Group, cit., pp. 33 y 38.

[11].- Pero debe recordarse que casta no es clase, y que muchos brahmines terminan en empleos administrativos de sueldos bajos o incluso en el desempleo estructural.

[12].- Para la situación de los dalits en Kerala y Bengala Occidental, ver O. Mendelsohn y M. Vicziany, The Untouchables (New Delhi, 2000), pp. 169 y 210-211.

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