India
Una
aproximación a su realidad
Por Chris Harman
Segunda
parte
Fascismo y comunalismo
La
elevación del BJP a un papel dominante en la política India en la última
década llevó a toda clase de personas a buscar las similitudes con
el fascismo europeo. Pero la palabra “fascismo” suele usarse de
manera demasiado ligera como un insulto para cualquier gobierno que a
uno no le gusta. Esto es un obstáculo para el análisis serio que se
necesita para combatirlo de manera efectiva.
El
fascismo no es simplemente un conjunto de prejuicios reaccionarios
racistas, comunalistas o chauvinistas. La mayor parte de los partidos
políticos capitalistas usuales incursionan en ellos a fin de ganar
votos y consolidar su dominio (por ejemplo, el Partido Conservador en
el Reino Unido, o el propio partido del Congreso en varios momentos
durante los 80). El fascismo se diferencia de todo eso en que busca
fomentar esos prejuicios de modo de establecer una dominación política
y social total, eliminando en el proceso a toda organización
independiente de los trabajadores, campesinos y otros grupos
oprimidos.
Por
lo general se origina con aventureros políticos como Mussolini
personajes semidesquiciados como Hitler, que intentan construir
organizaciones extraparlamentarias de masas capaces de imponer su
voluntad en todas las esferas de la vida social. La principal capa
social que utilizan para esto es la pequeña burguesía: pequeños
empresarios, comerciantes, cuentapropistas, graduados universitarios
sin trabajo. Todos ellos sufren las crisis endémicas del capitalismo
pero temen y desprecian a la clase trabajadora que está debajo de
ellos tanto como sufren por causa de los muy ricos que están por
encima de ellos. Estos grupos suelen sentir que sufren la competencia
de minorías étnicas o religiosas; los fascistas predican la
“pureza” nacional, racial o religiosa en un intento de dirigir su
bronca y frustración contra esas minorías, junto con desarrollar
entre ellos el odio por las organizaciones de la clase trabajadora.
Si
el fascismo puede construir una base de masas entre estas capas puede
lograr ejercer influencia entre sectores de la clase trabajadora,
especialmente los que no tienen tradición de organización
independiente de clase, como los que trabajan en pequeños
establecimientos o están desocupados hace tiempo, así como entre
capas pobres más amplias.
Por
lo general hay capitalistas que se identifican con el mensaje fascista
desde el comienzo. Pero los sectores importantes del capitalismo rara
vez depositan su fe en el fascismo en las etapas iniciales de éste,
dado que en la medida en que el sistema no enfrente crisis muy serias
entienden que pueden mantener el control de la sociedad a través de
medios “pacíficos”: sus medios de comunicación, partidos
parlamentarios domesticados y dirigentes sindicales dóciles.
Normalmente temen que un embate directo de los fascistas por su
programa completo detone grandes conflictos sociales que pueden ser
onerosos en términos de beneficios
Pero
una vez que un poderoso movimiento fascista existe, provee un arma que
a la que el capitalismo puede recurrir si está seriamente amenazado
por una crisis económica o social. Porque las organizaciones de masas
del fascismo son capaces de penetrar todas las esferas de la vida
social y, una vez que trabajan en conjunto con las fuerzas del estado,
de destruir las organizaciones obreras y populares en una forma que no
puede hacerlo ningún gobierno autoritario basado únicamente en las
fuerzas del estado.
Así,
en Italia, de mediados de 1920 a mediados de 1922, la clase dominante
utilizó a los fascistas como un contrapeso a la izquierda y para
atacar las organizaciones obreras y campesinas, a la vez que mantenía
en el poder a gobiernos parlamentarios de derecha. Del mismo modo,
entre 1929 y fines de 1932, la gran patronal alemana usó a los nazis
como contrapeso a las organizaciones obreras, permitiendo así a los
gobiernos autoritarios de derecha lanzar ataques graduales sobre las
condiciones de los trabajadores, mientras que ocasionalmente incluso
tomaba acciones simbólicas contra los nazis.
Pero
entonces, en uno y otro caso, se alcanzó un punto en que sectores
clave de la gran patronal y el estado decidieron que su única salida
a su crisis política y económica era entregar el pleno poder a los
fascistas. Así, el rey y los principales partidos burgueses le
entregaron el poder a los fascistas en Italia en 1922, y las cabezas
del ejército y la gran patronal acordaron con Hitler que tomara el
poder en enero de 1933. Hasta ese momento habían visto a las bandas
pequeño burguesas fascistas como un perro rabioso que podía
utilizarse para aterrorizar e intimidar al movimiento obrero. Pero no
se arriesgaron a darle el poder al perro rabioso hasta que no vieron
otra solución a sus problemas.
El
fascismo, un movimiento cuya base de masas es la pequeña burguesía,
no podía conquistar el poder sin la aprobación de la gran patronal y
el estado (cuando Hitler lo intentó en 1923, sufrió una derrota
humillante). Sólo enfrentada a una devastadora crisis política y
económica o social puede la gran patronal acceder a esto. El éxito
del fascismo depende, entonces, de la conjunción de un movimiento
pequeño burgués construido desde abajo y una decisión tomada desde
arriba por la clase dominante. Si falta uno de estos factores, los
intentos de establecer un estado fascista fracasan.
El
fascismo como movimiento depende de un continuo impulso hacia adelante
para hacer olvidar a sus miembros los intereses económicos y sociales
que podrían llevarlos a entablar luchas junto con los trabajadores y
las minorías por un mundo mejor. Como dijo Hitler, “el hombre pequeño
se siente un gusano, pero lo integramos a un movimiento que lo hace
sentirse parte de un gran dragón”. Pero es muy difícil conservar
el impulso de este movimiento si se lo mantiene a mucha distancia del
poder durante largo tiempo. Comienzan a aparecer las divisiones entre
los que están tentados de aceptar los frutos de la influencia
parlamentaria normal y los impacientes por la confrontación directa.
Estos
problemas afligieron a Mussolini y Hitler durante los períodos
relativamente cortos en los que tuvieron que sostener el movimiento
sin tomar el poder. Son proporcionalmente mayores para los que dirigen
hoy al RSS, el BJP y el VHP. Existen suficientes pequeños burgueses
desesperados, incluso en la “India brillante” de 2004, como para
darle al RSS una fuerza extraparlamentaria de masas que dice tener dos
millones de miembros. Pero para que el BJP pudiera acceder al gobierno
tomó distancia de los sueños de violencia comunal que motivan a
muchos de sus partidarios más activos.
El
capitalismo indio puede aceptar sin miramientos horrendas masacres
comunales en Mumbai o Gujarat una vez cada diez años. Puede también
recibir con beneplácito sus efectos en cuanto a sostener el odio
religioso que lo ayuda a dividir y reinar. Pero no quiere que todo el
subcontinente esté en llamas, y sabe que aún hay formas de
organización popular capaces de oponer resistencia masiva si se los
pone contra la pared.
Una
vez en el gobierno, el BJP intentó asumir el rol que había cumplido
el Congreso en cuanto a integrar a toda la sociedad India tras los
grandes capitalistas, y lo hizo a la vez que alentaba el
neoliberalismo y le decía a los ricos que se enriquecieran de manera
aún más ostentosa. El Congreso trataba de reconciliar a los pobres
con el capitalismo a través del lenguaje del “socialismo” y el
“combate a la pobreza”. El BJP esperaba lograr esto mismo mediante
la agitación comunalista que enfrentaba a un sector de los pobres
contra otro. Pero no podía ir tan lejos en esa dirección como para
desatar un desorden generalizado que la gran patronal no quería en
ese momento.
Terminó
quedando a mitad de camino. Su entusiasmo por la prosperidad de los
ricos le enajenó el apoyo de decenas de millones de pobres, y el
freno puesto a sus propios activistas lo llevó a una creciente
animadversión interna. Ram Madhav, el vocero nacional del RSS, dijo
que durante la campaña electoral “muchos voluntarios del RSS fueron
a la huelga porque creían que el BJP había olvidado sus raíces”. [1]
La
pérdida del poder condujo a fuertes disputas en el seno de la alianza
RSS-BJP-VHP en cuanto a cuáles fueron los errores. Por un lado, hubo
acusaciones de traición a la agenda chauvinista hindú; por el otro,
llamados a no hacer naufragar el barco de lo que aún es el segundo
mayor partido político de la India. Pero esto no significa que la
derecha comunalista vaya a desintegrarse y desaparecer. De hecho, es
muy probable que haga un giro hacia el punto de vista del Ayodhya y el
Gujarat de incitar a la matanza comunal como forma de fortalecer su
base..
El
RSS y el BJP surgieron a partir de la incapacidad del Congreso para
satisfacer los intereses divergentes de la sociedad india. Y esta
incapacidad es ahora mayor que antes. La victoria electoral del
Congreso no provino de un masivo flujo de votantes propios sino como
resultado de una serie de acuerdos con y promesas a diversos partidos
regionales. Las políticas de la
coalición de gobierno dependerán del sempiterno chantaje y negociación
entre los partidos (y entre los intereses regionales dentro del propio
Congreso). El hecho de que haya obtenido una victoria no elimina la
corrupción y la decadencia que han venido corroyendo sus estructuras
en las últimas tres décadas.
Lo
que es más importante, Sonia Gandhi salió a hacer bonitos discursos
sobre los pobres, pero no cuestionó nunca ni una palabra de la agenda
neoliberal. Esa agenda creará descontento con el Congreso tal como lo
hizo con el BJP. Y ahora que están en la oposición, los cuadros del
RSS se sentirán libres como para hacer cuanto puedan para desviar ese
descontento en dirección del odio comunal. Si serán o no capaces de
lograrlo dependerá no de los políticos corruptos que dominan la
maquinaria del Congreso sino de la capacidad de la izquierda para
intervenir con una agenda completamente diferente.
La izquierda
El
ascenso del bloque RSS-BJP-VHP no fue sólo un producto de la
decadencia política del Congreso. También fue ayudado por la confusión,
las divisiones y las crisis en la izquierda.
Históricamente,
la izquierda India fue hegemonizada por la tradición comunista. Tras
la Segunda Guerra Mundial, del ala izquierda del Congreso surgió un
Partido Socialista. En ciertos momentos logró tener alguna presencia
en zonas del centro-norte de India, y algunas de sus personalidades (Jayaprakash
Narayan, George Fernandez) tuvieron importancia política. Pero el ala
Nehru del Congreso –con la que estaban de acuerdo en muchos
puntos– la eclipsó en los 50 y comienzos de los 60, y desde
entonces sus activistas quedaron absorbidos en los partidos seculares
que surgieron de los gobiernos de coalición de los 70 y los 80. [3]
En
cambio, la tradición comunista fue una fuerza independiente desde al
menos comienzos de los 30. Jugó un papel importante en las luchas
sindicales de ese período, actuó como ala izquierda en el movimiento
por la independencia a fines de los 30, ganó decenas de miles de
miembros durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió levantamientos
campesinos a fines de los 40 y dominó los gobiernos estaduales de
Bengala Occidental y Kerala durante buena parte de la segunda mitad
del siglo XX.
Esta
tradición siempre ha estado marcada por dos características. La
primera, un alto nivel de compromiso, seriedad y preparación para el
autosacrificio. Fue esto lo que posibilitó a un movimiento que comenzó
esencialmente entre los intelectuales de clase media alta echar raíces
en sectores importantes de la clase trabajadora y dirigir bouts de
insurgencia campesina. La segunda, sin embargo, ha sido el predominio
–ideológico y organizativo– del modelo estalinista. Incluso hoy
hay un retrato de Stalin en las paredes del local central del Partido
Comunista (Marxista) de Bengala occidental, donde está a cargo del
gobierno estadual. [4]
El
resultado ha sido una serie de errores tácticos y estratégicos
desastrosos, de los cuales los más importantes fueron probablemente
la oposición al movimiento contra el dominio británico Fuera de
India, dirigido por el Congreso, y la adopción de la teoría de las
“dos naciones” que justificó la partición de 1947 [entre India y
Pakistán. MY]. Estos errores se derivaban
de intervención en la liberación local y en las luchas de clase
ajustada a la política exterior de la URSS, y tuvieron el efecto de
separar al partido de los mejores elementos del movimiento de liberación
en su fase final, así como un debilitamiento de la influencia del
partido en dos lugares clave, la clase obrera de Bombay y el núcleo
territorial hindiparlante del norte de India. Y esta debilidad
persiste hasta el día de hoy.
A
estos errores siguió otro, aparentemente en la dirección opuesta. Al
estallar la Guerra Fría en 1948, la URSS les dijo a los partidos
comunistas de todo el mundo que hicieran un pronunciado giro a la
izquierda. En India esto significó el intento de organizar huelgas de
masas y levantamientos campesinos contra el gobierno del Congreso, el
cual, tras la reciente lucha por la independencia, tenía masivo apoyo
popular. En el estado de Hyderabad, donde los comunistas habían
construido una base de masas mediante la lucha contra el gobierno despótico
del Nizam bajo el régimen del rajá [principal autoridad política
durante el dominio británico. MY] se alzaron en armas contra el ejército
indio que lo había echado, con un enorme costo para quienes los
apoyaban.
Como
en otros lugares del mundo, estos errores socavaron el apoyo al
partido en sectores más amplios. Pero la identificación con la Unión
Soviética mantuvo unidos a los cuadros partidarios, y los giros
permanentes tuvieron incluso el efecto de aumentar su sentido de
lealtad y autosacrificio. Además, la política soviética en los 50
les facilitó mucho más las cosas. Los dirigentes soviéticos
ensalzaron a Nehru en la medida en que éste seguía una política de
“no alineamiento” en la Guerra Fría y de recurrir a expertos
rusos y lazos comerciales con la URSS para poner en pie una estructura
industrial india. Había una extendida simpatía por la URSS en círculos
intelectuales y en la burguesía, que el Partido Comunista supo
aprovechar para aumentar su influencia. Había una especie de mezcla
confusa entre las ideas del centro y la izquierda del Congreso, por un
lado, y el Partido Comunista, por el otro, y el PC pudo identificarse
con el estado indio y exaltar el nacionalismo indio como un supuesto
contra el imperialismo, contra sus “títeres” en Pakistán y
contra sus amenazas hacia la URSS.
Todo
esto, no obstante, pronto sería totalmente desbaratado. La polémica
entre Rusia y China arruinó la ilusión de un solo bloque progresivo
y “socialista” con el que India podía alinearse parcialmente.
Entonces estalló un conflicto bélico limítrofe entre India y China,
y Rusia proveyó cazabombarderos MIG para que India los utilice contra
la China “socialista”.
La
lógica de la línea partidaria de la década anterior había sido
apoyar a Rusia (y al estado indio). Pero esto ya era demasiado para
muchos militantes que se habían sumado al partido debido a su retórica
revolucionaria, y que veían a la revolución china como señalando el
camino a India. El partido se partió en dos en 1964, y durante los
quince años siguientes las dos mitades sostuvieron posiciones
diametralmente opuestas sobre las cuestiones importantes de política
local. Y la ruptura del partido fue seguida de divisiones en todos los
organizaciones que dirigía: sindicatos, organizaciones estudiantiles,
frentes culturales.
Uno
de los factores tras la ruptura fue la forma organizativa monolíticamente
estalinista, que no permitía ningún debate razonado, democrático y
científico entre los militantes alrededor de temas importantes. Así
como venía la línea partidaria de arriba hacia abajo en la URSS y
China, así ocurría en el PC indio. Cualquier dirigente que no
siguiera alguno de los súbitos cambios de línea se convertía en una
“no-persona”, al punto de desaparecer de las historias oficiales
del partido. De modo que cuando la dirección en su conjunto se partió
en dos, en vez de un debate lo que hubo fue la formación de dos
partidos comunistas rivales, cada cual con su propia estructura
estalinista.
El
impacto del estalinismo no fue solo en lo organizacional. Condujo
también a una incapacidad para analizar lo que estaba sucediendo en
una sociedad India que cambiaba vertiginosamente bajo el impacto de la
independencia y la acumulación capitalista. El estalinismo
internacionalmente necesitaba cualquier “teoría” de desarrollo
económico y político nacional que encajara con un esquema impuesto
desde afuera. De allí la esterilidad en todas partes del mundo de los
intentos marxistas influenciados por el estalinismo para analizar lo
que ocurría en el presente. En India o en el reino Unido, marxistas
influidos por los comunistas podían hacer trabajos notables sobre el
pasado distante: en Gran Bretaña, sobre el campesinado medieval o
sobre la Guerra Civil inglesa; en India, los trabajos de Romila Thapar
sobre la India de la antigüedad y los de Irfan Habib sobre los períodos
mogul y medieval. Pero los escritos sobre el presente eran de una
aridez inconcebible.
El
estalinismo había decretado que el atraso económico de India
implicaba que era parte del mundo “feudal” y “semicolonial”,
por lo que tenía que atravesar una etapa “nacional democrática”.
Los trabajadores tenían un rol que cumplir, pero la lucha por su
propio poder debía esperar a que se completara la etapa presente. Y
eso sólo podía suceder si se aliaban con sectores “progresivos”
de la burguesía.
La
formula no le calzaba a India en absoluto, dado que la burguesía había
logrado su independencia de Gran Bretaña y podía, a través del
gobierno del Congreso, promover la acumulación de capital conforme a
sus intereses propios, no los extranjeros ni los feudales. Pero esta
formula vacía le venía muy bien a los patrocinadores rusos (y luego
chinos) de los partidos comunistas nacionales. Podían calificar a
cualquier agrupación burguesa, sin importar cuán reaccionaria fuera,
como “progresiva” siempre que estuviera en favor de hacer acuerdos
diplomáticos con la URSS, y le ordenaban a los comunistas locales
aliarse con ella. Cuando la influencia directa de Rusia y China
disminuyó –como lo hizo en el curso de los 60 y los 70– los
dirigentes locales tuvieron más margen en cuanto a lo que podían
hacer. Pero la teoría seguía incitándolos a mirar hacia los aliados
burgueses, y no había nada que los previniera de hacerlo de la manera
más arbitraria, atendiendo a consideraciones electorales de corto
plazo. Esto los condujo de una adhesión a la política rusa que se
basaba en algún principio, aunque desastroso, a alianzas
completamente oportunistas con otras fuerzas políticas indias.
Para
los comunistas prosoviéticos –que mantuvieron el viejo nombre de
PCI– esto significó una permanente orientación hacia el Congreso,
sobre la base de que era un gobierno “nacional democrático” que
luchaba contra las fuerzas feudales en el país y contra el
imperialismo en el extranjero. De modo que cuando la emergencia
dictada por Indira Gandhi en 1975 llevó al encarcelamiento de
dirigentes políticos y sindicales (incluyendo los del otro PC), el
PCI apoyó esto como una medida “progresiva”.
El
otro sector de la ruptura, que tomó el nombre de Partido Comunista de
la India (Marxista), o PCM, veía al Congreso como la representación
de las fuerzas feudales y monopólicas en alianza con el imperialismo.
Hacía falta hacer alianzas con otras clases, incluyendo sectores de
la burguesía, para combatir al Congreso de modo de llegar a la etapa
“nacional democrática”. Por ende, sus dirigentes fueron
encarcelados durante el estado de emergencia de 1975 y buscó alianzas
con dirigentes de otros partidos para luchar por la “democracia”
contra Indira Gandhi. La postura del PCM lo hizo apoyarse más que el
PCI en la acción de masas. Pero, a pesar de todos sus ataques al
“revisionismo” del PCI, estaba bien preparado para depositar su fe
en la política parlamentaria y en formar una coalición de gobierno
en Bengala Occidental con un sector disidente del Congreso a pocos años
de la división.
Allí
donde los comunistas formaron gobiernos estaduales (en Kerala y
Tripura, así como en Bengala), utilizaron la formula de “lucha
democrática nacional contra el feudalismo y el imperialismo” para
justificar programas de reformas mínimas: reformas agrarias que
beneficiaron a los grandes campesinos y granjeros capitalistas tanto
como a los campesinos pobres, modernización de la infraestructura,
expansión de la educación, ciertos derechos sindicales. Pero el otro
lado de esto fue el hecho de que trabajaron dentro de los límites
establecidos por el poder económico capitalista. El resultado es que
tomaron una ruta bien conocida para aquellos que hemos conocido al
“viejo laborismo” o a los gobiernos socialdemócratas
tradicionales en Occidente: decirle a su propia base que tenían que
hacer “sacrificios” a fin de equilibrar las finanzas del estado.
Cuando estuve en Calcuta en 1987 presencié una huelga en los
hospitales; el PCM se opuso a la huelga porque enfrentaba a un
gobierno “progresivo”, ¡pero apoyaba una huelga idéntica contra
el gobierno del Congreso en Dehli!
Con
el transcurrir del tiempo, aumentó la presión para evitar que los
trabajadores ingresen a la lucha y para hacer acuerdos con el capital.
El actual jefe de ministros de Bengala occidental, Buddhadev
Bhattarcharjee, puede decir al Financial Times que “nuestra máxima
prioridad es crear nuevos empleos. El partido reconoce que las compañías
multinacionales juegan un papel preponderante”. El diario informa
que “el partido finalmente se ha convencido de que la agitación
laboral es mala para las inversiones”. [6]
Esto
parece estar produciendo una reacción entre muchos activistas similar
a la acontecida cuando el giro del viejo laborismo al nuevo laborismo
en el Reino Unido: están perplejos ante lo que está pasando y no
saben bien cómo responder. En Kerala, la edición Thiruvananthapuram
del The New Indian Express publicó una serie de artículos
titulada “Los reformistas versus la línea dura” acerca de las
discusiones dentro del PCM estadual. De un lado están los que buscan
emular el embrace de la globalización de Bengala Occidental; del
otro, los defensores de la vieja ortodoxia –muy contentos de lanzar
frases sobre el “dinero de la CIA”–, y parece haber al menos
algunos que quieren cuestionar ambas posturas.
En
la práctica, en los últimos 25 años ha habido una convergencia
entre los dos partidos, aunque las antiguas divisiones entre las dos
direcciones han evitado una fusión. Ambos han apoyado al estado indio
en la confrontación militar con Pakistán, bajo el disfraz de
“resistir al imperialismo” –aunque se abstuvieron de respaldar
la opción nuclear– y recurren a argumentos similares para rechazar
la autodeterminación para el pueblo de Cachemira. Y ambos han
utilizado la teoría “etapista” para justificar alianzas
electorales con una u otra coalición de partidos burgueses, aunque
esto no les haya ayudado mucho a construirse más allá de Kerala y
Bengala Occidental. En la práctica, esto significó que en los 80
vieran al Congreso como el enemigo principal y formaran alianzas
electorales con los sectores que se separaban de él y con partidos
regionales. A partir de los 90 el significado fue ver como enemigo
principal al BJP e intentar establecer una especie de alianza laxa con
todos los partidos “seculares”, incluido el Congreso, en un
“frente anticomunalista”. En las elecciones de este año, los
comunistas de ambos partidos hicieron campaña por la burguesía
“secular” salvo en sus propios bastiones, donde se unieron detrás
de candidatos del “Frente de Izquierda”.
Aunque
los PCs se han negado a sumarse formalmente al gobierno nacional,
parece seguro que lo apoyarán. El secretario general del PCM,
Harkishen Singh Surjeet, declaró a la prensa que “todos los que
luchan contra el BJP deben unirse y colaborar con el gobierno”.
No obstante, la perspectiva de que los diputados comunistas ayuden a
mantener al gobierno del Congreso en el poder no debiera crear mucho
entusiasmo en las filas partidarias, porque el Congreso no ha
abandonado en modo alguno su romance con el neoliberalismo. De hecho,
sus dirigentes justifican el trabajo común con el Frente de Izquierda
remitiéndose a las concesiones al neoliberalismo, con privatizaciones
y el coqueteo con multinacionales, a cargo del propio gobierno de
Bengala Occidental dirigido por los comunistas.
Los
dos partidos comunistas ganaron 16 bancas en la elección, que le dio
al “bloque de izquierda” 67 bancas. Pero esa ganancia se concentró
en sus antiguos puntos fuertes de Bengala Occidental y Kerala, donde
los avances fueron a expensas del Congreso. Es improbable que esta
alegría de corto plazo elimine la sensación de crisis entre los
activistas del restante 90 por ciento del país, donde los partidos
están más débiles que nunca, envejecidos y faltos del dinamismo que
supieron desplegar. Una y otra vez la gente se pregunta: “¿Por qué
es que el RSS puede motivar a sus cuadros a asumir el trabajo y los
riesgos de propagar su mensaje y nosotros no? Pareciera como si
hubieran aprendido de nosotros lo que significa ser activista, y que
nosotros lo hayamos olvidado”.
Esa
sensación de crisis empeora con el colapso de las antiguas ilusiones
en la URSS y China que mucha gente solía tener. Para la mayor parte
de Europa Occidental, esas ilusiones se esfumaron por etapas, con
grandes crisis en los partidos em 1956, 1968 y en la época de la
invasión rusa a Afganistán en 1979. El resultado fue la existencia
de pujantes e influyentes corrientes marxistas de “nueva
izquierda” mucho antes de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el
colapso de la URSS en 1991.
En
India, en cambio, la colaboración con la URSS por parte de los
sucesivos gobiernos implicó que las vagas simpatías con los países
supuestamente “socialistas” fueran muy fuertes en sectores mucho más
amplios que los ligados a los partidos comunistas, lo que hacía más
fácil para ellos sostener que toda crítica era
“contrarrevolucionaria”. El PCM, por ejemplo, llegó a felicitar a
la dirección China por haber aplastado las protestas de la Plaza
Tienanmen. Todo esto hizo que el colapso fuera mucho más devastador
para la moral que en otras partes. Fue como si la desilusión que había
goteado en los partidos occidentales durante 33 años inundara al
comunismo indio de un día para el otro. Algunos miembros del partido
sintieron que la obra d toda su vida se había deshecho; muchos otros
se preguntaban si todo había valido la pena. Un miembro del PCI que
todavía tiene su carné partidario me contó de una broma que
circulaba entre los militantes: “Menos mal que no tomamos el poder,
porque ahora estaríamos muertos”. No es de extrañar que les
resulte difícil a estos partidos motivar a la gente como lo hacían
antes.
Hay
una tercera corriente del comunismo indio que aún retiene parte de su
viejo activismo, compuesta de dispares grupos
“marxistas-leninistas” (ML) originados en rupturas del PCM en
cuanto éste tomó el camino a fines de los 60 y le dio la espalda a
la táctica guerrillera preconizada por China en esa época. Alentada
por la radicalización de 1968 y el período posterior, la juventud ML
se lanzó a crear centros de insurgencia entre los campesinos.
Lucharon heroicamente –y muchos murieron– mientras muchos de los
cuadros del PCI y el PCM encontraban cómodos nichos para ellos dentro
del sistema.
Pero
el activismo ML estaba equivocado. Se basaba, al igual que las
posiciones del PCI y el PCM, en un análisis estalinista, importado en
este caso de China. En la visión de los militantes ML, China había
avanzado al socialismo a través de una etapa “nacional democrática”
de lucha contra el feudalismo en el campo, e India tenía que seguir
el mismo camino. Cuando estalló una rebelión campesina en el
distrito de Naxalbari, en el norte de Bengala, miles de estudiantes se
fueron al campo para intentar fomentar rebeliones similares (de allí
el mote de “Naxalitas”) atacando a los terratenientes y a los
dirigentes de las aldeas. La estrategia resultó desastrosa. Los
terratenientes y dirigentes de aldea podían confiar por lo general en
que los campesinos permanecieran pasivos mientras ellos lanzaban
sangrientos contraataques contra los estudiantes. Y un intento de
llevar la lucha del campo a “la ciudad” llevó a sangrientos
enfrentamientos en las calles de Calcuta entre los grupos ML y la
policía (incluyendo policías que estaba en el PCM), en los cuales
los grupos ML llevaban invariablemente la peor parte.
Los
ML no fueron aplastados del todo. Algunos de sus miembros encontraron
una base de sustentación entre trabajadores sin tierra y pueblo
tribales en las regiones empobrecidas de Bihar y Andhra Pradesh. A
estos grupos les tocaba ser víctimas de la violencia física por
parte de escuadrones armados de campesinos grandes y propietarios que
salían a mantenerlos en su lugar. Los grupos ML les proveyeron medios
para la autodefensa, creando condiciones en las que los oprimidos
ganaron autoconfianza y dignidad, y empezaron a prestar atención a al
menos parte del discurso político de los ML. Sin embargo, este
activismo no iba a golpear nunca los principales centros del
capitalismo indio en las ciudades y en las regiones agrícolas más
ricas. Podía resultarle irritante, como una mosca posada en un brazo,
pero no iba a dañarlo en ningún sentido significativo, porque la
clase dominante india no era en modo alguno tan débil, dividida y
humillada como la de China durante más de una década de ocupación
japonesa de buena parte de su territorio. Y la gran masa del
campesinado indio no tenía interés en abandonar su parcela de
tierra, por pequeña que fuere, para incorporarse a levantamientos
guerrilleros.
El
activismo ML resultó a su manera tan frustrante como el reformismo y
la construcción de alianzas electorales por parte del PCI y el PCM.
Exigía enormes esfuerzos a cambio de muy pobres resultados. Un
subproducto de esta frustración fueron las continuas divisiones (me
informaron que hay más de 40 “Partidos Comunistas” en la India),
todas ellas con su propia forma estalinista de organización de arriba
hacia abajo y enfrentamientos físicos entre sus brazos armados. Otro
subproducto fue para algunos el aprovechamiento de su base de apoyo
local para dedicarse a la actividad electoral. Y, como en el caso de
los PCs grandes, utilizar los éxitos electorales para formar
coaliciones con sectores “progresivos” de la burguesía.
Los
grupos ML no están de ninguna manera inmunes a la crisis más amplia
de la izquierda India y al hecho de repensar la teoría y la
estrategia al que ésta lleva. Algunos muestran signos de apertura a
nuevas ideas inimaginables hace unos pocos años (una voluntad de
tener discusiones fraternales con activistas extranjeros de tradición
trotskista, por ejemplo), y en la práctica están levantando algunas
cuestiones urbanas y rurales.
Pero
no llegarán muy lejos a menos que rompan con tres características:
el no reconocer explícitamente que India es un país capitalista
importante, independiente y de rango medio; el apoyarse en formas
estalinistas y burocráticas de organización que sofocan la discusión
científica sobre táctica y estrategia y causa desacuerdos que
resultan en divisiones innecesarias, y el no entender que tanto las
corrientes reformistas como las revolucionarias surgen dentro de
luchas reales y que los revolucionarios deben probar la superioridad
de su política a través del frente único.
En
resumen, tanto los grupos ML como los miembros del PCI y el PCM sufren
de una sobredosis de Stalin y Mao y necesitan el antídoto de Lenin,
Luxemburgo y Trotsky. Eso no resolverá automáticamente los problemas
teóricos y prácticos que enfrenta la izquierda india, pero los hará
apuntar en la dirección correcta.
Ninguna
discusión de resistencia al sistema puede evitar referirse a las ONGs
(organizaciones no gubernamentales). Éstas se han multiplicado en la
India, como en otras partes del mundo, a una enorme velocidad en las
últimas dos décadas, y ha sido motivo de mucha disputa en la
izquierda la cuestión de cómo tratarlas. Por un lado, están
aquellos que, especialmente en Occidente, las ven como aliados automáticos
en la lucha contra el sistema. En el libro No Logo de Naomi
Klein son presentadas como parte de la “multitud” ['swarm']
que va a paralizar el poder de las corporaciones, y hay quienes van más
allá, hasta presentarlas como una nueva forma de organización democrática
desde debajo de la “sociedad civil”. Por otro lado, hay muchos
activistas con experiencia en el Tercer Mundo que critican a las ONGs
por usar el dinero que consiguen de las fundaciones, gobiernos e
instituciones de beneficencia occidentales para acercarse a las
luchas, cooptar a su dirección y luego estrechar su terreno de acción
de modo de que trabajen en los marcos del actual sistema, no contra él.
[8]
Las
disputas surgen debido a que el ascenso de las ONGs es un fenómeno
contradictorio. Un subproducto de la difusión del neoliberalismo es
que los gobiernos alientan conscientemente que agentes voluntarios
reemplacen al estado en la provisión de servicios. Se ha llegado al
punto de que en Mozambique las ONGs manejan todo el sistema de
transportes, y en Afganistán, como cuenta Conor Foley, del Consejo
Noruego de Refugiados, “asumen responsabilidad por funciones de tipo
estatal como la provisión de servicios públicos, salud y educación”.
En India, miles de ONGs ocupan el espacio en la provisión de
servicios básicos que el estado nacional o local ya no logra proveer,
y usan palabras como “empowerment” [concepto usado en marketing
que remite a dar capacidad de decisión a los niveles inferiores. Trad.]
que generan la apariencia de que están haciendo mejor las cosas, en
vez de emparchar las rajaduras a medida que las cosas empeoran.
Pero
la proliferación de ONGs tiene también otro origen: la crisis de la
izquierda. En India, como en muchos otros lugares, el desencanto con
la vieja izquierda, sobre todo después de la desintegración del
bloque del Este, llevó a muchos de sus miembros a abandonar toda idea
de una confrontación total con el sistema mundial y dieron un giro a
las campañas por un tema específico [single-issue]. El
crecimiento masivo de las ONGs empalma perfectamente con este giro. Le
permitió a muchos preservar la antigua noción de “servir al
pueblo” bajo nuevas formas (y percibir un salario mientras lo
hacen). De allí la forma en que gente que había sido incondicional
de la extrema izquierda maneja ONGs y atrae hacia ellas a muchos de
los jóvenes más idealistas y dinámicos que en otro momento se habrían
interesado por la izquierda. Se encargan de temas que las
organizaciones de izquierda ya no tienen la capacidad o la voluntad de
agitar y a veces son los únicos que ayudan a organizar a los
trabajadores, campesinos y pobres en muchas localidades.
Esto
no elimina las características negativas de las ONGs. A medida que la
extensión del neoliberalismo reducía siempre más las posibilidades
de reformas mediante la agitación de temas específicos, se incrementó
la presión sobre los asalariados de tiempo completo de las ONGs para
que se volvieran mediadores que reconciliaran al pueblo con el
sistema. Pero esta tendencia ha producido corrientes que se oponen.
Muchos activistas de las ONGs, y especialmente los grupos de base que
ellos organizan, no quieren ir en esa dirección. Algunos han empezado
a ver la necesidad de ir más allá de las campañas específicas si
es que quieren obtener aunque más no sea pequeños triunfos.
La
diferenciación no es completa, ni de hecho puede serlo, dado el modo
mismo en que las ONGs se organizan y recaudan fondos. Sus activistas
organizan a la gente y la conducen a la lucha, pero luego, con
demasiada frecuencia, le ponen un freno a toda militancia que exceda
esa lucha por temor de que vaya más allá de los marcos de las ONGs.
Amplían la visión de la gente hasta cierto punto, y luego de tratan
de evitar que se amplíe aún más.
Pero
esto no justifica que la izquierda simplemente le dé la espalda a las
campañas de estas ONGs. Después de todo, no son las únicas
instituciones que organizan a la gente para reclamar al sistema por
reformas, pero tratando de hacerlo en una forma estrechamente
controlada que desaliente la lucha militante en confrontación contra
el sistema en su conjunto. Los
sindicatos
también lo hacen. Ellos también tienen una capa privilegiada de
funcionarios de tiempo completo que intentar separar a los nuevos
activistas de las bases y cooptarlos en su propia esquema. La
respuesta de una izquierda genuina no puede ser simplemente desechar
sin más esas estructuras. Es necesario evitar la trampa de depositar
fe en ellas, enredarse en sus aparatos y tener parte en sus
privilegios. Pero también es necesario responder a ellas de manera táctica.
Esto significa trabajar codo a codo con ellos en frentes únicos que
lancen a la gente a una actividad que choque con muchas de las
concepciones reformistas corporizadas en las estructuras oficiales.
La izquierda y el
RSS-BJP
El
error clásico tanto de la socialdemocracia como del Partido Comunista
en Italia y Alemania fue no lograr ver la diferencia entre las formas
fascista y parlamentaria de dominio capitalista. En Italia, el
dirigente comunista de principios de los años 20, Amadeo Bordiga, decía
que dado que el fascismo y la democracia burguesa eran formas de
dominio burgués, era importante no combatirlas de manera diferente.
Mientras tanto, el ala derecha de la socialdemocracia decía que los
fascistas no constituían una amenaza seria. Fue sólo cuando Antonio
Gramsci, influenciado por las discusiones con Lenin y Trotsky, empezó
a hacer planteos diferentes a los de Bordiga que la izquierda comenzó
a entender la necesidad de métodos especiales para combatir al
fascismo.
En
Alemania, los socialdemócratas argumentaban que debido a que las
condiciones eran diferentes a las de Italia el fascismo no podía
llegar al poder, e incluso con Hitler en el gobierno decían que iba a
respetar la constitución. El Partido Comunista, bajo los dictados de
Stalin en Moscú, veía al fascismo como una amenaza, pero decía que
esa amenaza tomaba tanto formas socialdemócratas como hitleristas.
Por lo que en vez de ver el ascenso de los nazis como lo central,
llamaban “fascistas” a los gobiernos anteriores a la llegada de
los nazis al poder, y de este modo dificultaron la tarea de ganar a
los trabajadores para combatir esa llegada al poder.
Contra
esto, una cantidad de críticos, de los cuales el más importante y el
más perspicaz era el exiliado León Trotsky, plantearon la diferencia
central existente entre las formas “normales” de dominio burgués
y el fascismo. Debido a que el fascismo está basado sobre una masa
pequeña burguesa que influye sobre los obreros y campesinos, una vez
que actúa junto con las fuerzas del estado puede erradicar toda
resistencia de una forma en que un gobierno normal no es capaz. De
esto Trotsky extrajo la conclusión de que para combatir al fascismo,
el sector más combativo de la clase obrera, organizado en ese momento
por el Partido Comunista, tenía que llamar a la acción unificada a
los dirigentes políticos y sindicales de los sectores de trabajadores
menos militantes, organizados en Alemania por la socialdemocracia
reformista.
Lamentablemente,
la larga influencia de las ideas estalinistas en la India implica que
la mayor parte de los textos de Trotsky sobre esta cuestión son
desconocidos en el país. De modo que ha habido una larga tradición
de una absoluta falta de comprensión de lo que es el fascismo. En un
período a comienzos de los 70 el PCM caracterizó al Congreso como
“semifascista”; unos años después el PCI apoyaba el estado de
emergencia de Indira Gandhi con el argumento de que estaba enfrentando
al peligro “fascista”. El resultado hoy es una carencia absoluta
de cualquier tipo de análisis serio sobre la relación entre
comunalismo y fascismo y sobre las contradicciones del proyecto RSS-BJP.
Los
diferentes sectores de la izquierda India están en peligro de cometer
exactamente los mismos errores que los cometidos en Italia y Alemania
en los años de entreguerras. Por un lado, están los que depositan su
fe en las coaliciones electorales de los partidos parlamentarios del
sistema para detener al BJP. Por el otro, están los que no ven la
necesidad de hacer campañas por verdaderos frentes únicos de todas
las organizaciones verdaderamente populares –los sindicatos, las
distintas organizaciones comunistas, las organizaciones dalits–
para frenar al RSS, el BJP y el VHP cada vez que toman las calles. [9]
La clase trabajadora y el campesinado
India
sigue siendo abrumadoramente rural. A diferencia de los países
latinoamericanos más importantes (México, Brasil, Argentina,
Venezuela, Chile) la mayoría de la población (cerca del 70 por
ciento) aún vive en el campo, y alrededor del 60 por ciento de la
fuerza laboral se emplea en la agricultura. La clase trabajadora es
una minoría de la población, alrededor del 20 por ciento. Y la clase
obrera industrial es aún menor: el total del sector formal en las
empresas medianas y grandes llega a sólo el 7 por ciento de la fuerza
laboral.
No
obstante, la clase obrera industrial ocupa un rol estratégico.
Produce aproximadamente la misma cantidad de producto nacional que
masas agrarias mucho mayores. Está concentrada alrededor de los núcleos
de comunicaciones y de poder estatal del país. En su mayoría está
alfabetizada (por lo general al menos en dos idiomas) y tiene
conciencia de los hechos que acontecen más allá del entorno
inmediato del barrio. Tiene tradiciones de lucha que se remontan, en
ciertos sectores clave, a un siglo o más, con redes de activistas que
corporizan esas tradiciones. Y ha mostrado en el pasado que sus luchas
pueden tener un impacto político inmenso, como ocurrió con la ola de
huelgas en Bengala Occidental en los 60, la huelga nacional
ferroviaria de 1974 y la huelga textil de un año de duración en
Bombay en 1982-1983.
Como
ocurre con la clase trabajadora en el resto del mundo, mientras está
quieta es fácil que la gente olvide que existe. Pero cuando sale a la
lucha desafía el mecanismo central que hace funcionar al capitalismo:
la producción de valor y de plusvalor.
No
pasamos hoy por un gran período de luchas. Si se viaja por el país
se encuentran en cada localidad informes de huelgas pequeñas, y a
veces de huelgas grandes de un día de duración, como la reciente y
fuerte protesta de 3 millones contra leyes laborales restrictivas.
Pero hay poca sensación de una erupción unificada del descontento, o
de que se esté preparando una tormenta. La razón es que, también
aquí como en todas partes, las últimas décadas han sido de luchas
defensivas parciales, de algunas derrotas importantes y de una
extendida desmoralización, que se suma a la desmoralización que
muchos activistas sintieron con el colapso de la URSS y el ascenso de
la derecha comunalista.
La
última generación de luchas obreras sufrió dos grandes derrotas: la
huelga ferroviaria de 1974 y la huelga textil de 1982-1983. Como
sabemos muy bien en el Reino Unido, el recuerdo de un sector
importante de trabajadores (en Bombay, 250.000) en huelga durante más
de un año y luego obligados a volver al trabajo derrotas es
desalentador para los de todas las demás industrias, y ese desaliento
puede durar muchos años.
La
racionalización y reestructuración masivas de la industria tuvieron
lugar tras esas derrotas. De hecho, la fuerza laboral en el sector
industrial formal está en descenso. En este año se vieron las
primeras incorporaciones masivas en los ferrocarriles en dos décadas
(¡se postularon 740.000 personas para 20.000 puestos en los grados más
bajos del escalafón!). La patronal utilizó la derrota de la huelga
textil para golpear a la fuerza laboral, y desde entonces han cerrado
muchas de las grandes fábricas. Donde hay expansión del empleo
industrial es por lo general en el sector informal, con la producción
textil, por ejemplo, avanzando a modernos telares mecánicos
instalados en pequeños lugares de trabajo que emplean a un puñado de
trabajadores.
Las
leyes laborales indias se suman al problema, ya que alientan que los
sindicatos en el sector formal se apoyen disposiciones legales para su
reconocimiento y el derecho a negociar. Es perfectamente posible para
un sindicato con muy poco apoyo conseguir ese derecho y aferrarse a él
a pesar de no hacer prácticamente nada con sus miembros. De modo que
el sindicato reconocido oficialmente en la industria textil de Bombay
a comienzos de los 80 se opuso a la huelga y ayudó a organizar a los
carneros, aun cuando casi toda la fuerza de trabajo se unió a la
huelga. Un resultado de este marco legal es que los sindicatos ponen
mucho acento en usar el derecho y los abogados para intentar lograr
reconocimiento, y los abogados suelen tener los cargos más elevados
en los sindicatos.
El
enfoque aparatista de diversos partidos, incluyendo los de izquierda,
empeora las cosas. Cada partido intenta formar su propio sindicato,
que compite por el reconocimiento en oposición a los otros y crea así
una fragmentación del movimiento en su conjunto que hace más difícil
transformar los éxitos que provienen de grandes movilizaciones en
organizaciones fuertes y sostenidas al nivel de los establecimientos.
Finalmente,
está la cuestión de la composición general de la población urbana.
Junto con las grandes estructuras laborales del sector formal, donde
los trabajadores tienen estos limitados derecho a la organización
sindical, hay una creciente masa de pequeños establecimientos donde
carecen de ellos y son presa fácil de las amenazas y la prepotencia
patronal. En los últimos años el empleo en tales lugares de trabajo
ha crecido, mientras que en el sector formal ha caído de un 10 a un 7
por ciento del total. En principio que no hay nada que impida la
organización en los pequeños establecimientos. La historia del
capitalismo tiene muchos ejemplos en los que trabajadores de
establecimientos pequeños y sin derechos formales legales son
llevados a la lucha y crean fuertes organizaciones. Pero conformar los
núcleos de activistas capaces de iniciar la lucha en esos lugares
requiere dinamismo, dedicación y autoconfianza, cualidades que la
izquierda india ha venido perdiendo en los últimos veinte años.
También exige de la comprensión de que, debido a que India es una
sociedad plenamente capitalista, la clase obrera es central para el
cambio. Pero esta comprensión falta en varios de los sectores más
dinámicos y esforzados de la izquierda.
Ambos
sectores de la clase trabajadora están inmersos en una masa urbana
mucho mayor de cuentapropistas, desempleados pequeños negocios que
dependen del trabajo familiar. Esta masa, en la que se mezclan los
sectores más pobres de la pequeña burguesía con el
lumpenproletariado, exhiben por lo general una conciencia muy
diferente a la de los trabajadores de las empresas medianas y grandes.
No está estructurada por su posición en la producción de forma de
estar prestos a participar en acciones colectivas. A veces pueden ser
inducidos a tomar las calles, pero se pueden mover con la misma
facilidad hacia la confrontación comunalista, como en la época de
Ayodhya, como hacia la confrontación de clase. Y en tiempos
“normales”, cuando hay un bajo nivel de lucha de clases, ejerce
una enorme presión psicológica sobre los trabajadores del sector
informal, y a través de ellos también en los del sector formal, de
modo que sectores de trabajadores puedan ser arrastrados con facilidad
cuando las olas de agitación comunal barren la ciudad.
Vale
la pena recordar, sin embargo, que cuando el núcleo de la clase
obrera sale a la lucha por sus propios objetivos, tiene la capacidad
de arrastrar tras de sí a buena parte de la masa urbana, como ocurrió
durante la huelga de Bombay en 1982-1983, y de dejar a la derecha
comunal con muy poca influencia sobre los acontecimientos.
Así
como ocurrió en el pasado puede volver a ocurrir. Porque los
activistas de la clase trabajadora pueden estar desmoralizados, pero
su clase no ha perdido la capacidad de luchar. La racionalización y
reestructuración capitalistas tienen el efecto de debilitar los
viejos centros de la resistencia. Esto es lo que muchos quieren decir
cuando hablan de que la globalización hace las cosas más difíciles.
Pero la racionalización y la reestructuración significan también
que crecen nuevas industrias y nuevas concentraciones de trabajadores
a la vez que las viejas entran en declinación. Y pronto o tarde,
estos nuevos grupos de trabajadores comienzan a descubrir que tienen
el poder de cuestionar la subordinación de sus vidas a la ciega búsqueda
de la ganancia. Sus triunfos pueden empezar a revertir el estado de ánimo
entre grupos más amplios de trabajadores, devolviéndoles la
confianza en la lucha. De golpe, toda la bronca acumulada a lo largo
del período de derrotas puede hallar expresión colectiva y sacudir
el dominio capitalista en sus puntos clave, en sus grandes ciudades.
Hemos presenciado esto con los levantamientos repentinos que echaron a
los gobiernos en lugares como Ecuador, Argentina y Bolivia en los últimos
años. No hay razón por la que no vayamos a ver de Nuevo cosas
parecidas en la India en los próximos años. Pero el resultado final
de tales luchas no está predeterminado. Dependerá de si hay redes de
revolucionarios en el seno de la clase trabajadora tratando de
orientarlos en una dirección socialista revolucionaria. Y eso a su
vez dependerá de si la izquierda india hoy existente logra
organizarse y espabilarse.
Si
la clase trabajadora es la clave estratégica para desafiar al
capitalismo indio, la masa de campesinos debe ser su aliado estratégico.
Nadie puede dudar de las penurias de la gran mayoría de los
campesinos bajo el actual sistema. El consumo ha venido cayendo, en
ves de crecer, en franjas enteras de la India rural. Un 37 por ciento
de los hogares campesinos trabajan menos de un acre [0,4 hectáreas],
y otro 25 por ciento no más de dos acres.
Muchos sólo logran sobrevivir en los años de malas cosechas
asumiendo deudas que no pueden pagar y viven así con temor a perder
su tierra. Por debajo de ellos, un 10 por ciento o más de la población
se compone de trabajadores sin tierra, muchos de ellos con trabajos
temporarios en los que suelen estar sujetos al maltrato físico por
parte de quienes los explotan. Como resultado de esto, existen dos
movimientos característicos y recurrentes de protesta rural:
movimientos del campesinado en su conjunto, reclamando una baja de los
precios de los fertilizantes, créditos baratos y precios más altos
para sus productos, y movimientos de campesinos sin tierra, contra los
salarios bajos y el maltrato y por parcelas de tierra.
Pero
tales movimientos no tienen, por sí mismos, el potencial para
cuestionar el poder estatal y las relaciones capitalistas de producción
en su totalidad. Los movimientos de los sin tierra son de minorías en
cada área (no movimientos del campesinado en su conjunto contra las
exacciones feudales o por la división de los estamentos feudales), y
suelen encontrar la resistencia de muchos campesinos con tierra (que
utilizan en parte trabajo contratado), así como de los terratenientes
más grandes. En consecuencia, tienen por lo general un carácter
defensivo, aun cuando recurren a la violencia para la autodefensa. En
cuanto a los movimientos de los campesinos con tierra, por lo general
tienen lugar por temas que benefician tanto a los granjeros
capitalistas como a los poseedores de parcelas medianas, como es el
caso del costo de los fertilizantes y los precios sostén. Con mucha
frecuencia son los granjeros capitalistas quienes se ponen a la cabeza
de los movimientos, dado que tienen más recursos que la masa de pequeños
y medianos campesinos. De modo que tienden a dominar los panchayats
locales –consejos de aldea y de distrito– y a dirigir los partidos
que obtienen votos como resultado de la agitación campesina.
Hay
una tendencia en la izquierda anticapitalista internacional y en el
comunismo indio a ver a los movimientos campesinos de una manera romántica.
Pero abandonados a sí mismos, no rompen automáticamente con el
capitalismo, y aquellos que en la izquierda hacen de estos movimientos
el centro estratégico de su agitación, pueden fácilmente terminar
siendo arrastrados por las fuerzas del capitalismo rural, en vez de
alejar a las masas campesinas de él. La precondición para un
movimiento campesino que rompa con los capitalistas rurales es las
luchas de los trabajadores aporten un foco anticapitalista que levante
la perspectiva de una organización completamente distinta de la
sociedad.
Por
ultimo, hay otros grupos oprimidos que deberían ser aliados naturales
de la clase trabajadora, especialmente los dalits y los pueblos
tribales. Desde principios de los años 50 existe legislación que
prohíbe medidas formales de discriminación y que estipula que un
cierto porcentaje de los empleos estatales sea “reservado” a
aquellos a los que se menciona como los “castas bajo programas [scheduled]”.
Unos pocos “intocables” han logrado incluso acceder a altas
posiciones. Pero para la mayoría de los 150 millones de dalit
y de los 70 millones de personas pertenecientes a los pueblos tribales
la realidad cotidiana de discriminación, humillación, pobreza y
abuso aún persiste.
El
desarrollo económico puede incluso empeorar las cosas. En el campo,
la presión que ejerce el mercado sobre decenas de millones de pequeños
granjeros los hace querer bajar las costos laborales, lo que aumenta
la carga sobre sus trabajadores dalits. A medida que los pobres
arremeten contra los muy pobres, se ponen en juego los viejos
prejuicios y lealtades de casta. De ahí el fuerte aumento en los últimos
30 años de la “violencia de casta”, que por lo general significa
el asesinato de dalits por parte de las organizaciones de las
castas mediana y alta. Y a medida que muchos escapan de la pobreza
rural yendo a las ciudades, los lazos de casta adquieren mucha
importancia a la hora de saber dónde conseguir puestos de trabajo y a
quién pedírselos. Los que provienen de los grupos históricamente
alfabetizados, sobre todo los brahmines, están en mejor posición
para conseguir los puestos administrativos y profesionales más
elevados.
Los que hacían el trabajo pesado en el campo encuentran pocas
oportunidades en la ciudad aparte de esos mismos trabajos pesados.
Pero
hay algo más que acompaña la siempre creciente penetración del
campo por las relaciones capitalistas de mercado y el flujo de gente
hacia la ciudad: una creciente falta de voluntad para soportar la
opresión. El rechazo por parte de las castas “intocables” a las
ideologías que justifican su opresión data de varios siglos, y los
movimientos que buscan acabar con la opresión datan de al menos un
siglo y medio. Pero dado que representan solo una sexta parte de la
población, ha sido difícil para cualquiera de ellos encontrar la
forma de alcanzar este objetivo.
Algunos
se han concentrado en pelear por reformas dentro de la sociedad,
especialmente luchando por garantizar que les sea “reservada” una
parte de los empleos estatales a todos los niveles. Pero, tal como
ocurre con la “discriminación positiva” hacia los negros en EEUU,
aunque esto permite el avance de una minoría, deja a la gran mayoría
a cargo de los empleos más serviles y sujeta al acoso diario por
parte de los que están por encima de ellos y de la policía. Una
segunda visión ha sido tratar de utilizar el peso electoral de los dalits
para forzar reformas. Pero su condición de minoría hace que no
puedan lograr nada sin aliados electorales. Frecuentemente, esto
significaba –y en muchas regiones aún significa– apoyarse en la máquina
clientelar del Congreso. Pero por más de una década también ha
significado la existencia de un partido basado en los dalits,
el BSP (Bahujan Samaj Party), en el estado más grande, Uttar Pradesh.
En 1994 formó una alianza electoral victoriosa con el partido de las
castas medias, el SP, lo que daba la impresión de ser una alianza de
los sectores más explotados, los pequeños campesinos y los sin
tierra. Pero pronto quedó claro que se trataba de una alianza de políticos
que buscaban pequeños beneficios en el marco existente. En tanto los
pobres siguieron peleando contra los muy pobres por las migajas del
sistema, la coalición se derrumbó. Luego, par mantener en
funcionamiento la maquinaria política, los dirigentes del BSP
formaron una coalición con los peores enemigos de todos los
oprimidos, el BJP, dominado por la casta superior.
El
enfoque de los PCs ha sido plantear que el futuro de los dalits
reside en la lucha de clases por reformas, uniendo a la gran mayoría
de los dalits –obreros, trabajadores agrícolas o pobres de
las ciudades– con los miembros de las otras castas cuya situación
económica es la misma o similar. Pero en tanto que la capacidad de
reformas de los gobiernos comunistas en Kerala y Bengala Occidental
está cada vez más constreñida por las presiones del sistema global,
no han sido capaces de derrotar a todas las fuerzas que mantienen a
los dalits en el último peldaño. Los activistas dalits
se quejan de que en esos estados, como en todos los demás lugares,
los mejores empleos siguen en manos de los miembros de las castas
superiores, mientras que los ex “intocables” siguen llevando a
cabo las tareas más sucias y serviles. Bien podrían terminar
desconfiando de la izquierda tanto como desconfían del BJP.
Los
grupos marxistas-leninistas (ML) han logrado ganar el apoyo de los dalits
en algunas áreas rurales, como parte de su enfoque general de dar
protección armada contra los ataques de los terratenientes y los
granjeros capitalistas contra los trabajadores sin tierra. Pero las
acciones de una minoría de la población en algunas de las regiones más
atrasadas del país no pueden por sí mismas destruir el conjunto de
la estructura de opresión que agobia a los dalits en toda
India. De hecho, ni siquiera pudieron evitar que casi el 40 por ciento
de los dalits votara por el BJP en Madhya Pradesh, un estado en
el que los ML habían logrado cierto éxito.
La
participación en gran escala de grupos dalits en el Foro
Social Mundial de Mumbai en enero de 2004 fue un signo muy importante
de que una de las capas más oprimidas del subcontinente se está
agitando. Pero el entusiasmo por el dinamismo de ese movimiento no
debiera llevar a ignorar la forma en que ha renunciado al debate en
reiteradas ocasiones, sobre todo en lo tocante a la disputa sobre
reforma y revolución. Y también plantea la cuestión de qué clase
tiene el poder de golpear al capitalismo indio en donde realmente le
duele, en el corazón de su aparato productivo. Los dalits, en
tanto trabajadores en la agricultura y en la construcción, son una
parte importante de la clase obrera. Pero no pueden emanciparse a
menos que logren obtener el apoyo de sectores más amplios de esa
clase para su propia resistencia a la opresión.
Los
dalits, en tanto son la minoría más oprimida, pueden quedar
atrapados con facilidad en combatir sólo a los que están
inmediatamente por encima de ellos, en una forma que le hará el juego
a los que están a la cabeza del conjunto del sistema. Para poder
emanciparse, deben ser parte de un proyecto de emancipación de todos
los explotados y oprimidos. Esto no significa ignorar sus propios
reclamos, sino que esas demandas nunca podrán asegurarse a menos que
grupos más amplios de trabajadores y campesinos se lancen a la lucha
por derribar el capitalismo indio en su totalidad
¿Qué hacer?
Dos
cosas me impactaron mucho en mis recientes viajes a la India. La
primera, que la izquierda India está perpleja y semiparalizada por el
colapso de las viejas certezas estalinistas; la segunda, que tiene el
potencial como para reagruparse, reorientarse y empezar a resistir.
Todavía hay muchos miles de viejos activistas con una vida de lucha
detrás. Y el Foro Social Mundial de Mumbai en enero de 2004 mostró
que existe potencial para reclutar una nueva generación de jóvenes
activistas.
La
fuerza de la izquierda debiera residir en los mismas cosas que
debilitan al RSS-BJP-VHP. En cada lugar del país hay infinidad de
luchas contra aspectos del sistema que, aunque casi siempre son pequeñas,
plantean cuestiones de clase de una forma que atraviesan el discurso
chauvinista hindú del bloque RSS y crea posibilidades de solidaridad
transversal a las divisiones comunales.
Pero
la izquierda no puede relacionarse con estas luchas y ofrecer una
salida a la sociedad en su conjunto a menos que se sobreponga al peso
muerto de su propio pasado, en particular los métodos de organización
y formas de análisis estalinistas.
Tiene
que haber una comprensión de que el colapso de la URSS no significa
el fin de la esperanza para la izquierda. Por el contrario, ha
despejado el camino para un renacimiento de la izquierda con el
movimiento anticapitalista después de Seattle y luego con las más
grandes manifestaciones contra la guerra que se hayan visto en el
mundo. Al mismo tiempo, hemos presenciado una serie de levantamientos
populares que han derrocado tres gobiernos latinoamericanos (Ecuador,
Argentina y Bolivia) en tres años, Como a fines de los 60, algo de
este espíritu de revuelta tendrá un impacto en los jóvenes del
continente. De hecho, ya aparecieron los primeros signos de eso en
Mumbai.
Tiene
que haber una clarificación sistemática delas ideas de izquierda:
sobre la naturaleza capitalita de la India, sobre qué estaba mal en
la URSS y China, sobre la naturaleza de la amenaza comunalista y su
relación con el fascismo. Esto no puede tener lugar sin una mirada a
tradiciones teóricas revolucionarias que son apenas conocidas en el
subcontinente, especialmente la de León Trotsky, que la Tendencia
Socialista Internacional y otros han intentado utilizar críticamente
para comprender el sistema mundial de hoy.
Debe
reconocerse que no se detendrán los avances de la derecha comunalista
apoyándose en el Congreso o en los demás partidos burgueses
“seculares”. Los gobiernos que llegaron al poder mediante la
negociación con los partidos comunistas no frenaron el avance del BJP
en 1989-1991 o a mediados de los 90. Un gobierno del Congreso apoyado
de manera incluso no explícita por los comunistas tampoco lo hará
hoy. Cuanto más quede asociada la izquierda a un gobierno así, más
podrán el RSS y el BJP quedar como los defensores de los pobres
contra él.
Hay
que romper con la idea de que el reformismo en dos o tres estados
marca el camino, en una época en que las presiones del sistema
mundial obligan a los gobiernos reformistas a adoptar medidas
neoliberales a expensas de sus propios partidarios.
Por
ultimo, hay que romper con las formas burocráticas y autoritarias de
organización heredadas del estalinismo, que implican que las
organizaciones de tradición comunista no saben cómo llevar adelante
debates políticos importantes entre ellas y con otras corrientes y a
la vez unirse alrededor de temas específicos en los que están de
acuerdo (como frenar la agitación de la derecha comunalista). Si el
RSS y el Shiv Sena pueden unirse parea lanzar pogroms contra las minorías
religiosas, entonces el PCI, el PCM, los ML, los sindicatos de
izquierda, las organizaciones dalits y las mejores ONGs
activistas tendrían que poder unirse para luchar contra los pogroms.
Debe
haber discusiones importantes y necesarias sobre las orientaciones
parlamentaristas del PCI y el PCM, el guerrillerismo de los ML, el
separatismo de algunas organizaciones dalits y la tendencia de
las ONGs a cooptar y despolitizar a los dirigentes de las luchas
locales. Pero la izquierda seria no puede resolver esas disputas si le
da la espalda a los activistas influenciados por otras agrupaciones.
La
acumulación y la industrialización no pueden tener lugar en un país
capitalista atrasado como la India sin dejar tras de sí enormes
bolsones de pobreza, sin crear un inmenso trastorno en las vidas de
cientos de millones de personas y sin causar recurrentes estallidos de
descontento. El intento del RSS, el BJP y el VHP de utilizar este
descontento para imponer su programa reaccionario por la vía
electoral por el momento se ha frenado. Pero se recuperará de este
revés, como lo hizo en los 90, si el único obstáculo que enfrenta
es un movimiento “secular” dominado por fuerzas comprometidas con
los intereses del capitalismo indio. Los nuevos ministros del Congreso
ya se están apresurando a tranquilizar a los mercados financieros en
el sentido de que van a adoptar la filosofía de la clase alta:
“enriquézcanse rápido”, tal como lo hicieron los ministros del
BJP a los que reemplazaron. Y en tanto maniobren entre ellos y con sus
socios de coalición por los frutos del poder, volverán al viejo
juego del Congreso de oponer uno contra otro a los agrupamientos
religiosos, regionales y de casta. Un gobierno así no puede
constituir una verdadera barrera al resurgir del RSS-BJP. La tarea de
la izquierda no es apoyar a ese gobierno –mucho menos incorporarse a
él–, sino crear un polo independiente para la izquierda capaz de
canalizar el descontento en una lucha por una genuina alternativa al
sistema.
Notas:
[1].-
Citado en el Financial Times, 14-5-2004.
[2].-
De hecho, la votación total del Congreso estuvo cerca de un 2 por
ciento por debajo porque tuvo menos candidatos que antes de modo
de darles a estos aliados mayor espacio electoral. Véase
www.indian-elections.com
[3].-
A uno de los mayores partidos de base regional en el
nuevo parlamento, el Samajwadi Party, se lo llama a veces
socialista, pero en realidad su base son las castas granjeras
medianas de Uttar Pradesh y promueve los intereses de los
campesinos más ricos.
[4].-
Según el Financial Times, 13-4-2004.
[5].-
Esto no era simplemente una cuestión de ajustar la táctica
al sentimiento propakistaní de muchos musulmanes, sino sobre todo
de alentar ese sentimiento. Ver, por ejemplo, A. I. Singh, cit.,
p. 128.
[6].-
Citado en Financial Times, 13-4-2004.
[7].-
The Hindu,
15-5-2004.
[8].-
Ver una clara presentación de este argumento en J.
Petras, “Imperialism and NGOs in Latin America”, Monthly
Review, vol. 49, no 7 (diciembre 1997).
[9].-
Como escribe Achin Vanaik, “en relación con la
cuestión de Ayodhya la izquierda tradicional no organizó en ningún
momento contra movilizaciones, y la izquierda tenía los cuadros,
la base y la capacidad, ya que no la voluntad, para hacerlo”. The
Furies of Indian Communalism (London, 1997), p. 333.
[10].-
Ver dos cálculos ligeramente diferentes de la quiebra
de los hogares rurales sobre la base de propiedad rural en J.
Mehta, “Changing Agrarian Structure”, y Songh, “Agriculture”,
en Alternative Survey Group, cit., pp. 33 y 38.
[11].-
Pero debe recordarse que casta no es clase, y que
muchos brahmines terminan en empleos administrativos de sueldos
bajos o incluso en el desempleo estructural.
[12].-
Para la situación de los dalits en Kerala y
Bengala Occidental, ver O. Mendelsohn y M. Vicziany, The
Untouchables (New Delhi, 2000), pp. 169 y 210-211.
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