Presentamos un largo extracto de un capítulo de un trabajo inédito sobre este poeta y ensayista argentino que lleva el título de Luis Franco, un intelectual oculto. Avatares de una batalla cultural. Consideramos valioso el rescate documentado y apasionado de un artista tan notable por su calidad literaria como por su compromiso revolucionario, que le acarreó el desdén y el silencio del establishment cultural argentino.
Historia, estética y revolución
La obra ensayística de Luis Franco
Por Guillermo Parson
“Antes
se creía que el autor hacía su obra como Jehová hizo el mundo. Hoy
sospechamos que una sociedad determinada, en un momento histórico
dado, hace su literatura a través del escritor”. (Pequeño
diccionario de la desobediencia)
La desaparición física de Franco acaecida en 1988
coincidió con el auge mediático de las corrientes posmodernas y su
intento - no con poco éxito - de lograr cierta hegemonía ideológica
a nivel mundial, acentuado aún más luego de la caída del muro de
Berlín y el “socialismo real”. Nada más alejado de recurrentes
aseveraciones como fin de los grandes relatos, culminación
de la historia (bajo la égida de la democracia representativa
burguesa) o desaparición del sujeto, que la vasta obra del
poeta de Suma. La cultura posmoderna con su estética
“pastiche” y la exorcización del concepto de totalidad - acorde
al “homicidio” del sujeto - no puede acoger una literatura que
hace de la praxis humana su razón de ser y no se sumerge en el
lodazal avalorativo de significante y significado.[1] Franco entonces
formaría parte –para esa cofradía– de los intelectuales de la
sospecha como gustan definir a sus antagonistas políticos, estéticos
y éticos:
Es el de Luis Franco, como artista y como hombre, un único
caso en nuestras letras. Tal vez para ubicarlo pudiéramos afirmar que
es el antiintelectual por definición, si por intelectual entendemos
la idea tradicionalmente aceptada de un profesional del intelecto que
asume, por la jerarquía social de su trabajo, una función que lo
exime de todo compromiso con su tierra y con su tiempo. Como si dijéramos
un presunto puro cerebro sin manos, alienado de la vida y con la sola
preocupación de su oficio que amenaza convertirlo de hombre en
abstracción”.[2]
El propio Franco gustaba definirse de la siguiente forma: “Diré
pues –no sé si con orgullo– que soy el único escritor argentino,
o de cualquier parte, que vivió del trabajo de sus manos”. Y también
se atrevió con una descripción de cómo debería actuar el
intelectual: “Que este técnico del pensamiento y la palabra
creadora a la vez, está obligado a huir de todo compromiso con el
gran público y las minorías selectas, con los pasatistas y los
utopistas, con Dios y con el Diablo, con la Casa Blanca y el dorado
Kremlin, no menos que con la tercera posición”.[3] El único compromiso
de éste es con el pueblo trabajador y la revolución social, aunque
sea al precio de chocar con el lugar común del gran público
y los poderes de turno; pero también de los diletantes que
fluctúan entre el grito contestatario y el puesto oficial, como de
los rebeldes intransigentes que se pasan la vida –cual alma
bella hegeliana– sin mancharse las manos en el fango de lo real.
¿Qué es lo que torna a dicha obra “antipática”, no
solamente a los poderes y saberes institucionalizados, sino –igual o
más aún– a corrientes y sectores políticos que a priori se
supondría convergen con sus posturas y principios? Fundamentalmente
el marxismo que leyó y practicó en su obra.[4] Él solía
recordar –como cuenta su única biógrafa– que cierta vez al
hablar en un centro anarquista, un asistente exclamó: “¡Pero cómo
puede ser marxista este hombre!”. El marxismo que tenía en la
cabeza el autor de la expresión, era el del viejo PS o el del ya más
que estalinizado Partido Comunista. Para descifrarlo, recorramos
brevemente lo más sustancioso de dicha producción artístico-historiográfica.
Lo primero que se observa en la misma - no podría ser de
otra manera - es la fuerza propia del estilo. Es la pluma de un
literato que cuando más hiere es cuando utiliza la metáfora para
estigmatizar privilegios, engaños, verdades que se presentan como
eternas tal cual “pirámides de Egipto”. Y si bien aquí también
hay una tradición inequívoca que lo precede (el Marx de los trabajos
sobre Francia o el Trotsky historiador de la revolución rusa)
pensamos que hay un referente preciso donde ubicarlo: Paul Lafargue.
No creemos que a Franco le hubiese molestado dicha comparación.
Lenin en el discurso fúnebre sobre el yerno de Marx, definía a éste
como uno de los difusores más dotados y profundos del marxismo y esto
se debía a que sus ideas eran expuestas brillantemente y en forma
pedagógica a la gran masa obrera. Agregamos nosotros que la más de
las veces esto ocurrió contra y a pesar de las corrientes oficiales
socialistas y sus manuales positivo-evolucionistas.
El parangón pues, es claro. Franco además (y más grave aún)
tuvo que lidiar con la “literatura” estalinista y con la inmensa
pléyade de socialistas adocenados y domesticados. Repasemos: Revisión
de los griegos guarda una estrecha relación con El derecho a
la pereza lafarguiano en su desprecio por el trabajo compulsivo y
la aurora creativa que el “ocio” promete a la criatura humana. La Biografía
Sacra de Franco, verdadera biblia pagana y panteísta, entronca
raigalmente con el pequeño texto-conferencia del socialista francés
titulada ¿Por qué cree en Dios la burguesía?. Pero la
coincidencia mayor, insistimos, está dada porque ambos son magníficos
propagandistas obreros –no hace falta aclarar la distancia que
existe entre este calificativo y el mero mote de panfletista– por lo
cual es perfectamente entendible la tendencia a silenciarlo, el
rechazo a publicarlo o reeditarlo. A dicha actividad la denominamos política
cultural. Recordemos a Gramsci quien señalaba: “Crear una nueva
cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos
‘originales’; significa también, y especialmente, difundir
verdades ya descubiertas, ‘socializarlas’, por así decir,
convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de coordinación
y de orden intelectual y moral”.[5] La producción franquiana
expresa magníficamente esa concepción.
Dicha obra manifiesta su propio derrotero político-filosófico-intelectual:
del bucolismo inicial celebrado por Lugones y Borges a la revolución
socialista como verdadera superación del hombre. Veamos
someramente aquel tránsito.
América Inicial
En América Inicial, que obtuvo el premio Jockey
Club al mejor libro del año 1931 y cuyo subtítulo es Arco,
parábolas y otras curvas, las primeras lecturas e influencias están
bien presentes: Thoreau, Whitman, Nietzsche (en especial este último)
de quien toma la forma aforística y dialóguica. La intención es
contraponer la América del Sur con la septentrional y al definir
socialmente a aquélla habla de la “supervivencia del feudalismo
agrario de España”, tierra de promisión fundamentalmente por su
juventud. Aquí el análisis sigue casi linealmente al primer
Ingenieros que a la vez “bebe” de la fuente sarmientina.
Pero como ya dijimos, la mayor influencia es la del autor de
“Aurora”. La prédica de una educación para la vida, el aspecto
apolíneo necesario para toda civilización que se precie de tal y una
crítica a la democracia “a secas” son claros ejemplos: “Creo
que ninguna democracia puede justificarse si no es capaz de crear su
propia aristocracia. Y no una casta, cerrada o no, aclaremos, sino un
rango (...) sustentada por la única jerarquía verdadera: la del espíritu”.[6]
No olvidemos el contexto: en la mayoría del mundo capitalista, la
democracia burguesa se halla cuestionada e incluso presenció ya la
llegada al poder de las bandas fascistas y el ocaso de aquélla. Pero
en Franco, su paganismo implícito, la crítica mordaz hacia la
jerarquía eclesiástica y militar junto a la denuncia del parasitismo
de los sectores del dinero –en definitiva sus lecturas y charlas
libertarias– lo alejan de cualquier acercamiento a los postulados
mussolinianos.
Lo mejor del texto es cuando hace un repaso por diversos
artistas y va enunciando –asistemáticamente– su concepción del
arte: éste no debe ser ornamental, ni tampoco estupefaciente o
sonajero de la vida, sino expresión de aquélla. Por eso el elogio a
Whitman “poeta de la vida y de la auténtica democracia”, a
Maupassant quien pese a algunas tecniquerías comprende que “el arte
no es un testaferro de la naturaleza, sino el príncipe encantador que
la cautiva y redime, no el realismo de feria sino el realismo psicológico
es lo único que debe contar para el artista. Todo arte esencial es
lirismo”, a Proust de quien dirá: “Este niño ambigua y
monstruosamente lúcido, es más realista que todos los maestros del
realismo”.[7] O en párrafos de gran belleza cuando esgrime unas proposiciones
sobre la poesía señala: “Ni el poeta ni las cosas son la poesía
, sino que ella nace de sus sagradas nupcias. Y así es misterio de
amor. Y el poeta es todo el hombre, el purificador del mundo, y el
maestro de todos los amores, esta criatura de ingenuidad y
profundidad, sabiamente armoniosa y auténticamente salvaje”.[8]
Encontramos también virulentas críticas al deporte, el
diario y el cinema, todos perpetuadores de la alienación del
hombre, algo que recuerda las críticas de “La Protesta” de
principios de siglo, junto a una mordaz denuncia al positivismo y sus
sostenedores cuando afirma: “Como infartar en las cabezas de lagarto
de nuestros positivistas la sospecha de que un cuento que aletea
nuestro entusiasmo e irisa nuestra fantasía, o un poema que acrisola
nuestra sensibilidad y nos inventa un corazón de dios son tan útiles
, por lo menos, como una demostración matemática o una lección de
geografía”.[9] Aspecto que lo vincula al peruano Mariátegui, sobre
quien justamente escribirá hacia el final del libro, a propósito de
su reciente fallecimiento:
“Ha muerto cuando comenzaba a ser indispensable (...) José
Carlos Mariátegui, hombre doloroso y puro, cuerpo agostado y corazón
caudaloso, frente de plata y voluntad de diamante, intelectual que
difiere de los otros misteriosamente como el radium de los demás
metales. !Qué fervor de justicia, de armonía y de luz! (...) No
abdicará ese corazón tripulado de porvenir que remonta todos los
corazones libres; no abdicará esa pluma más recta que todas las
espadas, más fecunda que los arados”.[10]
Pero en donde se resume la concepción que recorre todo su
trabajo es en aquel fragmento en el que expone cuál es la tarea para
el hombre americano actual: “Nada se hará con el más
prodigioso perfeccionamiento mecánico, con nuevas revoluciones,
con conferencias pacifistas, con prospectos electorales. Todo debe
venir de adentro a afuera. La tarea fundamental del que quiera
llamarse un hombre, es enfrentarse consigo mismo, acorralar su alma,
luchar con ella cuerpo a cuerpo. Y quedará quito de mezquindad y
vanidad. Entonces, podrá enfrentarse al mundo y vencerlo (...) No de
idólatras de cualquier dios falso: el Estado, la Iglesia, el
Progreso, el Fascismo, el Comunismo. Y como es natural - porque son de
belleza las voces caudales de la humanidad - su alma irá amaneciendo
en la voz de sus poetas. Hojas de hierba es el primer evangelio
del hombre nuevo”. (Subrayados nuestros).[11]
La libertad es lo axial –algo que recorrerá toda su
obra– pero ésta se plantea primero en el propio yo interior del
hombre para después sí, consumarla en el mundo exterior. Entre
individuo y sociedad parece existir un muro tapiado. La falta de
comprensión de las relaciones socio económicas que castran la
libertad de aquél –alienándolo– , convierten a ésta en un
postulado abstracto. La libertad pasa a ser entonces una vuelta a la
mera naturalidad. No es casual pues, que sea la poesía de Whitman el primer
evangelio del hombre nuevo. El bucolismo de la propuesta
–algo que ya está más que presente como vimos en el primer capítulo,
en su poesía– no sólo reniega del desarrollo técnico (al que en
trabajos posteriores verá como presupuesto de la libertad), sino de
la diplomacia y la moral vigente en general y lo que es peor... de la revolución.
Pensamos que la lectura de Marx –no ya solamente vía Mariátegui–
que comenzará a realizar hacia los treinta, modificará esta visión.
Ésta no anulará la vigencia de Hojas de hierba sino que la
complementará, y precisamente en esta unión-superación se hallará
el marxismo no osificado y rico que Franco desarrollará en
toda su producción ensayística.
El
General Paz y los dos caudillajes
El General Paz y los dos caudillajes
el primer trabajo historiográfico de nuestro autor, se publica dos años
después que América inicial. Es un texto bellamente escrito:
son las palabras de un poeta radiografiando contextos sociales y
personalidades. La pintura de Belgrano en el primer capítulo como la
del propio Paz en los posteriores es policroma en matices y facetas.
El análisis si bien tiene la matriz del “Facundo” bien presente,
es complementada con los aportes recién adquiridos del materialismo
histórico y en especial de la “Teoría científica de la historia y
la política argentina” de Juan B. Justo citada en la bibliografía.
El proceso histórico es visto a través de la acción de sujetos
(individuales y colectivos) enmarcados en una “guerra de clases”
que tiene como protagonistas a los caudillajes porteño y el de
un más que heterogéneo interior. La dicotomía que expresa en las
primeras páginas recorre como un hilo rojo todo el texto:
“En el Río de la Plata, los más arriesgados, con la
fiebre del neófito, proponen una democracia romántica, como tenía
que ser. En efecto, son gente de universidad, de tienda o de cuartel,
gente cerradamente urbana, cuando no porteña, es decir, saturada de
los privilegios virreinales de Buenos Aires. No conocen
–desprecian– el campo y la gente de campo, y por desgracia las
nueve décimas partes de la realidad americana es eso: campaña. Desde
el primer día el conflicto se acusa irreductible entre la ciudad de
los blancos opulentos y su negrada, ese Buenos Aires donde el europeo
‘cree hallarse en París’, y las desaforadas campañas donde un
hombre casi sin vestido ni necesidades espolea su instinto de libertad
hacia lo salvaje”.[12]
Pero dicha contradicción sólo podrá resolvérsela, superándola.
Ambos polos se necesitan mutuamente (aquí la figura de Hudson parece
encarnar dicha “fusión”) si la tarea es conformar una nación que
–siguiendo cierto evolucionismo sarmientino/justista– se asemeje a
las que como los EEUU están dando vida. Los caudillajes,
entendidos como “direcciones políticas” de ambos sectores pecan
según el texto de incomprensión cabal de los términos del problema:
“Una guerra de clases, sin duda, aunque parezca una de guerra de
razas. Es claro que ella no tarda en descarriarse, para dar lugar, sin
mayor esfuerzo, al pleito entre el caudillaje doctoral y militar de
las ciudades y el caudillaje ecuestre. Virreinalismo y
feudalismo”.[13] Lo nuevo del análisis –en relación por ejemplo
con el que hiciera Ingenieros que también utiliza los pares:
virreinato porteño e interior feudal– es que aquí el sujeto social
de la emancipación reside en la campaña. “Aquel gran movimiento de
insurrección campesina” –como lo llamará en un momento, aunque
equipare a Artigas sin más con López, Quiroga o el propio Rosas–
tiene como enemigo a la alianza porteña (urdida entre revendedores,
estancieros y doctores) y el comercio británico: “Cuando poco después
el gobernador Ferré quiera oponerse a la importación de los frutos
que el país produce, no viendo la razón de que ‘nuestros paisanos
se pongan ponchos ingleses’, el doctor García la dará la clave
mayor de la historia patria: !es peligrosa cualquier medida contra la
nación acreedora!”.[14]
Franco aquí se distancia de todas las corrientes historiográficas
existentes. De la liberal como de la justista que continuarán los
primeros historiadores del Partido Comunista, que si bien entienden el
conflicto en clave “desarrollo capitalista vs atraso feudal”
adhieren a la línea Mayo/Caseros –con la consiguiente reivindicación
de determinados sujetos sociales– en su totalidad. Las incipientes
corrientes nacionalistas –y en esa década verán la luz los
trabajos de Scalabrini Ortiz, por ejemplo– denuncian el rol de Gran
Bretaña desde los orígenes de la emancipación española, pero su
falta de comprensión del propio desarrollo de la política y economía
mundiales los lleva a no diferenciar entre las montoneras –sujetos
de la insurrección campesina– y sus conductores: para ellas, ambos
conforman la “nación” en ciernes. En el autor catamarqueño las
lecturas de Trotsky, con su teoría del desarrollo desigual y
combinado a nivel planetario, lo convencen que las burguesías o
protoburguesías locales, llegadas “tarde” al concierto de países
capitalistas se convierten en clase subalterna a escala mundial y las
inhabilita para rol emancipador o “modernizador” alguno.
Ante dicho diagnóstico, la figura de Paz es la de aquél que
no expresando orgánicamente a ninguno de los dos sectores y alianzas
en pugna, puede convertirse en quien las resuma y supere. Su abandono
del unitarismo porteño, la negativa a escindir a Corrientes y Entre Ríos
cuando pudo haberlo realizado y su catadura moral (de gran relieve en
el texto) lo postulan para dicha tarea. Sin embargo, determinadas
características lo invalidan para poder llevarla a cabo: “... pese
a su enorme buena voluntad, él también pecó contra su tierra,
contra el destino oculto o manifiesto de las cosas. Por herencia, por
hábito, por superstición de educación o rango, él no pudo sentir a
fondo, es decir, comprender al gaucho; no alcanzó, sin duda, la
intimidad de su pueblo. Las palabras la plebe, la clase baja, los
paisanos, suenan un poco en él a cosas de la distancia. Que el
proto-caudillo Artigas, el proto-gaucho López, y Rosas, y Urquiza y
los otros, explotaron y diezmaron al paisano argentino, convenido;
pero estuvieron con él, usando su lenguaje y sus hábitos”.[15] En
esto reside su “tragedia” que es la de la sociedad toda
–caracterización que luego tomará Peña, quien no se comprendería
sin este antecedente– y como toda obra histórica, escrita desde un
presente preciso (estamos en plena vigencia del Pacto Roca-Runciman)
“lee” el pasado con esa clave de interrogación y respuesta.
Si bien América inicial no es un ensayo historiográfico,
hay en este trabajo una superación en cuanto a las limitaciones que
veíamos en la propuesta de aquél. La aparición del sujeto haciendo
la historia –en condiciones que ya les fueron dadas– y ésta
desarrollándose a través de la “guerra de clases” como él la
denomina, así lo dejan ver. Por eso no es casualidad que el El
general Paz se cierre con la siguiente afirmación: “El hombre
verdadero tiene fatalmente que sentirse por encima de los otros; pero
esto no ha de traerle engreimiento porque siente también que su raíz
es común y que no puede aislarse, pues sólo apoyándose en los demás
hombres logrará su desarrollo cabal. Su gloria estará en servir a
los hombres y su máxima libertad en libertarlos. Y el fracaso de uno
o de otro – muchedumbre y héroe– suele estar en no reconocerse
mutuamente”.[16] Whitman empieza a aunarse con Marx, pero habrán de
soldarse todavía más en su próxima obra ensayística.
Hudson
a caballo
Hudson a caballo
(1956) es uno sus libros más bellos, un lustro posterior a otro gran
trabajo sobre el inglés: el que escribiera Ezequiel Martinez Estrada.
Publicado originalmente por la pequeña Editorial Alpe, conoce una
reedición a comienzos de los setenta por La Pléyade-Siglo XX. El
libro lleva una dedicatoria al escritor Enrique Banchs –de breve
pero importante obra– al que cataloga de “más claro poeta del
castellano moderno”. Éste había saludado calurosamente uno de los
primeros trabajos poéticos del catamarqueño, no tenemos noticias de
encuentros personales entre ellos (Banchs morirá en 1968). Aquí Franco
se muestra como lo que es: un verdadero artista. El libro alterna
la descripción milimétrica de la Pampa en toda su variedad, con la
conceptualización histórica y una prosa que en ningún momento
abandona lo poético. Quizá el Hudson real no se atenga, punto por
punto, a lo que el texto afirma, pero el Hudson de Franco
rebosa literatura –o sea, vida, según los cánones franquianos–
en grado superlativo.
El canto celebratorio a la naturaleza es hondo y sentido. El
bucolismo –que, como sabemos, nunca ha abandonado– se corporiza en
la Pampa y en un “gringo”, gaucho por adopción. Y quien dice la
Pampa, dice ombú: “Árbol único. El nómade se detuvo y fijó allí
su casa, inducido por él. Sus hojas acerbas pueden clarificar la
sangre del hombre. El pampero y los insectos lo respetan. Árbol
sagrado. Nadie ha visto un ombú adolescente o seco. Él está donde
está, al parecer, desde siempre y para siempre”.[17] Páginas más
adelante le enmienda la plana a Hegel –magnífico reinventor de la
dialéctica según su propia definición– pero que falla al ubicar
al reino animal (y la naturaleza toda) por debajo del hombre e incluso
se torna torpemente eurocéntrico al desechar in toto al
continente americano. La infancia de Hudson le parece un magnífico
ejemplo de lo contrario:
“Sólo la más bárbara de las supersticiones –la que
concibe la cultura como negación de la Naturaleza– puede ignorar qué
privilegio divino es el de la infancia en el campo, es decir, en la
cuna natural del hombre. Sólo que el privilegio de los hijos de
Hudson es mayor: el hogar, con los libros y la noble pedagogía viva
del padre y de la madre, significa el bien de la cultura, mientras,
golpeando los umbrales mismos, está la Naturaleza con su vigor y su
dulzura, con su ostensible salvajez y su escondida sabiduría”.[18]
Los cuadros que realiza sobre una columna de caballos
–“espectáculo mayor”, lo llama– , como del canto y baile de
los pájaros –“rítmico y acrobático”– son continuadores de
aquellos bellos pasajes de Biografías animales pero con más
riqueza visual. Hará suyo el axioma hudsoniano: “prefiero verlos en
una fuente listos para ser ingeridos y no encerrados en una jaula” y
elevará a principio filosófico-gnoseológico tan irredento
escenario: “No puede afirmarse a cierra ojos que el animal sea
inferior al hombre. Se acerca uno más a la verdad diciendo que la
inteligencia grande de la Naturaleza se reparte en los seres animados
bajo la forma de instinto y bajo la forma de razón, y que si el
hombre es siempre más racionalmente inteligente, el animal es más
genialmente instintivo”.[19] El conocimiento que él advierte en
Hudson sobre los animales no es el de la pura ciencia, merodeada por
nociones abstractas; sino por el contrario, dirá que la “suya es
una actividad circular y total: intelectiva, afectiva, psicológica y
estética, que no desconecta a la criatura de su medio nativo y su
libertad natural porque son su alma misma”.
Es claro que esta cosmovisión franquiana puede ser harto polémica.
Creemos encontrar una explicación plausible (incluso como veremos
luego, la misma no es invariable): además de hombre criado en
contacto medular con la naturaleza –y con los libros– Franco
escribe sabiendo que tiene que remar contra la corriente. El auge de
la sociedad de consumo, torna a ésta todopoderosa y a ello hay que
oponerle también resistencia. La técnica y la razón –más que
necesarios en el devenir humano y artífices de la lucha contra las
lagañas medievales– pueden volverse contra sus propios creadores,
alienándolos bajo una nueva forma. Poner el acento en lo natural
–mera positividad según la expresión hegeliana– lo acerca por
momentos al Franco enteramente bucolista y nietzscheano
de textos como América Inicial, pero como dijimos, se debe más
que nada a la “pelea” que mantiene con concepciones académicas e
incluso populares que afloran en el período.
Es por ello que en estos primeros capítulos, parece olvidar
que el hombre es siempre negatividad. Que romper y a la vez no
desprenderse del todo de la naturaleza es nuestro esplendor y nuestra
catástrofe. Será el trabajo la acción formativa en nuestro devenir
sujetos. El lenguaje –hijo directo de dicho proceso– es lo que nos
emancipa hasta cierto grado de las pesadas obligaciones de nuestra
biología, y nos permite abstraernos del mundo (lo que incluye, para
este propósito, nuestros cuerpos), y así transformarlo o destruirlo.
Pensamos que sólo un animal lingüístico puede tener historia, en
oposición a imaginarse un zángano como siendo siempre la misma
maldita cosa una y otra vez. La existencia humana es por tanto,
excitante pero precaria, mientras que la carrera de un zángano es
tediosa pero segura.[20]
El bucolismo de Hudson al ser un panteísmo embebido del amor
a la libertad y la vida lo alejan de todo fetichismo religioso:
“pudo jactarse desde su temprana adolescencia de haberse librado del
fetichismo religioso y en general de las supersticiones canonizadas de
la gente, fueran ellas tonsuradas o intonsas (...) La criatura humana,
pues, tendrá que enfrentarse siempre a la eternidad y el infinito,
pero no anularse ante ellos. Venerará siempre religiosamente el
misterio y la maravilla sagrada, pero sintiendo que ningún más
allá cae fuera del universo o del hombre”.[21] Y mucho
tendrá que ver en ello ese gran educador: el arte, que apelando a la
sensibilidad y la emotividad pueden enseñar más que una decena de
salmos bíblicos. Su siempre presente Whitman, ya lo había dicho con
palabras que Franco hace suyas: “el sacerdote se va, el
literato sagrado llega”.
La segunda mitad de los 50 –corrientes revisionistas y
nacional populistas mediante– es prolífica en el ensalzamiento del
gaucho (algo que en verdad comienza un poco antes) pero la más de las
veces ahistorizadas y convirtiendo a aquél en militante de una
”causa nacional” que creemos inexistente. Franco por el
contrario, siguiendo los relatos de Hudson y retomando lo señalado en
anteriores obras, lo pintará de manera un tanto diferente: “Es el
hermano de Robinson Crusoe, el hombre que puede vivir semanas o años
solitario en un islote desierto, poblándolo con su actividad
innumerable como enteramente capaz y probándose capaz de bastarse a sí
mismo. Y eso, naturalmente, implica el desarrollo, más o menos
completo de su personalidad. El poder ser él todo para sí mismo, el
ser él mismo su amo y servidor (sin la mengua del esclavo ni la del
explotador de esclavos) le da una independencia de espíritu y una
libertad de ademanes que son, sin duda, lo más en la obligación espléndida
de ser un hombre”.[22]
Pero como sabemos, el bucolismo se ha integrado con la visión
marxista del desarrollo histórico, algo que figura en el debe de ese
gran sentidor que fue el autor de “Allá lejos y hace tiempo”. En
éste la descripción de las relaciones sociales que se están
conformando en la pampa húmeda –como en el Brasil– tiene la
fuerza de la denuncia y la indignación que muchas veces es atribuida
a características propias de la educación (escuelas asesinas de
la mente) y la formación del ocasional latifundista, pero sin una
comprensión del proceso histórico que dicho comportamiento expresa.
Cuando realiza una visita a la Inglaterra victoriana, las impresiones
que de allí saca (aquí el señor de muchas tierras e innumerables
rebaños se sienta a platicar con el asalariado pastor, pobre y
descalzo... sin que los separe ningún sentimiento de clase), le
merecen al catamarqueño las siguientes palabras no exentas de crítica:
“Es decir, el buen Hudson comparte una ilusión filistea y
un infundio infinitamente farisaico. En Inglaterra conocerá en carne
en carne y alma la miseria como pocos, pero se resignará estoicamente
(mero gaucho en esto también) sin insertar su dolor en el de las
clases oprimidas. Se apartará pudorosamente del evangelio
cristiano-industrial, pero igualmente del espíritu de liberación que
se vuelve contra aquél”.[23] (...) “Tampoco llegará a ver que el
mal no está en la máquina y la técnica sino en que ellas potencian
desmesuradamente hoy el poder de los negreros de siempre, y que, al
contrario, gracias a las máquinas, la liberación del trabajo humano,
y con ella la del espíritu, se convierte ya en la más alta y veraz
promesa para mañana”.[24]
El último capítulo, “El gran pan en la Pampa”,
es un magnífico cierre coral para el texto. Las variaciones que se
observan en relación a los primeros capítulos, atestiguan lo dicho
por Correas cuando afirmaba que este es un trabajo escrito
fragmentariamente a lo largo de por lo menos la última década. La
definición de Hudson como ateo religioso y devoto de la
divinidad del Gran Todo, creyente de la inmortalidad universal y por
ende apologista de la vida; podrían calzarle perfectamente a su
figura y obra. Pero ¿cuáles son las pequeñas correcciones a las que
hacíamos referencia? Dejemos hablar al texto:
“Hudson no busca el último misterio más allá de la
Naturaleza, sino a través de ella y en el seno de ella; para él
lo sobrenatural existe, pero también es Naturaleza. Para él lo
zoológico no contradice lo humano: lo más primitivo evoluciona
espiritualizándose. Siente lo externo y lo interno como una unidad
indivisible: y sólo ella puede llamarse vida. Por eso el camino del
conocimiento vivo –y no hay otro– es un camino de unidad
integradora”.[25]
Lo más primitivo evoluciona espiritualizándose.
Aquí está Hegel de cuerpo entero. Y Marx también. No olvidemos que
éste le adjudicaba como gran mérito a su antecesor el de ubicar al
trabajo –aunque sólo visto positivamente– como mediador en la
acción formativa-cultural del hombre, transformando a la naturaleza y
transformándose a sí mismo: unidad integradora como dice el
texto. Pero como el trabajo en la sociedad capitalista –y no otra,
como sabemos, es la de Hudson– es mera actividad alienada y
reificada, de lo que se trata es aprovechar el avance tecnológico
como presupuesto de una sociedad realmente humana; en la cual tengamos
el derecho a la pereza para allí sí, trabajar en forma lúdica
y ateniéndonos a la belleza como ya decía el joven y el viejo Marx.
El progreso logrado en el ámbito natural para que no se vuelva una
ominosa regresión, tiene que ir acompañado de un no menor
trastrocamiento del mundo social. Ese es el hermosísimo mensaje final
del libro:
“Trabajar, trabajar y trabajar para ganarse la vida, y
por ganarse la vida, perder de vivir. ¿Qué ganó la civilización?
Poca cosa sería ella si se redujese, como parece, a esas meras
ventajas materiales que apenas si lo son. No se trata de proponer la
vuelta al bosque, sino la renuncia a los desvitalizantes artificios
del gran progreso; a esas cortinas nunca bastante opacas para que el
sol no entre a nuestros muebles y pisos (...)
Sí, el hombre es historia natural, pero también es...
historia humana. Y Hudson apenas parece advertirlo. Que el hombre de
hoy no espere ya ser salvado desde lo alto, se explica. Pero el hombre
como tal, comenzó en tanto supo mostrarse capaz de superar la mera
historia natural. Y quien cree en el progreso de la Naturaleza por
selección natural está obligado a creer en la evolución progresiva
de la historia, esto es, en la capacidad del hombre para superar sus
propias incongruencias, derrotando a sus amos invisibles y visibles
–burlándose del azar y la fatalidad– y ser su propio Redentor. Y
dicho está con ello que su sabiduría y su virtud no pueden ser ya
meramente las de la Naturaleza: tienen que ser típicamente
humanas”.[26]
Biografía
Patria
Biografía Patria
–cuyo
subtítulo es Visión retrospectiva y crítica del reciente pasado
argentino– ve la luz en la Argentina que comienza a vivir el período
frondicista desarrollista, con todas las ilusiones que sectores de la
intelectualidad profesaban hacia éste. Contemporáneo (con el cual
polemiza implícitamente como ya veremos) de Revolución y
contrarrevolución en la Argentina de su otrora discípulo
Abelardo Ramos, es publicado por la editorial Stilcograf de los
hermanos José y Gregorio Stilman, que editaban también la revista
cultural Gaceta Literaria. Franco ya es colaborador de Estrategia,
en la cual aparecieron en forma de artículos fragmentos del texto.
Hacia el final del trabajo reconoce su deuda para con investigadores
como Daniel Guerin, Eric Weil, Silvio Frondizi y su compañero Milcíades
Peña, por citar algunos.
El texto en sus primeros capítulos (“La demorada agonía
capitalista”, “La monarquía mundial del dólar” y “South
America”) desmitifica un puntal de dicho “enamoramiento”
frondicista: aquél que postula un desarrollo independiente de la mano
de las respectivas burguesías sudamericanas o tercermundistas. Lo
mismo para las ideas y proyectos que la mayoría de la izquierda parecía
respetar a pie juntillas: la colaboración de clases y la coexistencia
pacífica. Y aquí encontramos otro aspecto importantísimo para
comprender qué “marxismo” leyó Franco. Para él, el autor de El
Capital superó –esto es, anuló y conservó– el viejo
materialismo mecanicista y el aún más antiguo idealismo filosófico
en el ya citado concepto de praxis. No otra cosa señala ese breve
texto cardinal que son las Tesis sobre Feuerbach. ¿Que esto es
un mero juego de palabras, sin importancia político-práctico alguna?
Haberlo creído –y presentado conscientemente así– fue una de las
tragedias del denominado Diamat del pasado siglo:
“Marx era algo más que el gran buzo de la economía
capitalista, el radiógrafo de la sociedad moderna: era el revelador
del subconsciente económico de la historia. Tomó en sus manos la
dialéctica de Hegel (admirable, pero no viable, puesto que parte de
lo absoluto) y la hizo partir de la realidad viva, obligando a la
mente humana, como Kepler o Darwin, a un viraje de 180 grados (...)
Relevó la tradición de los historiadores ptolomeicos por la concepción
copernicana de la historia cuyo demiurgo es la lucha de clases. ¿Materialismo?
No, sino una síntesis superadora del idealismo y el materialismo
estancos. Frente a la actitud meramente especulativa (de speculos,
espejo) de las filosofías tradicionales, la suya implicó una actitud
no sólo existencial, sino agonal: una filosofía cuyo jardín de
Academo es el mundo sudoroso y sangriento de los hombres”.[27]
Para poder comprender el pasado reciente argentino, Franco
lo inserta en totalidades concretas más vastas: América y el mundo
todo. Para ello, debe tener bien en claro que la coyuntura
internacional expresa un momento del despliegue del capitalismo
planetario: “El orden capitalista, instaurado sobre la explotación
del hombre por el hombre, está muriendo ante nuestros ojos, por la
hipertrofia de sus propias incongruencias. En la lucha a ultranza de
sus distintos grupos representativos por la consecución de sus
mercados y de materias primas –la caza mayor de dividendo– el
imperialismo conspira mortalmente contra sí propio sin poder
evitarlo. A la hora que corre, sus monstruosos privilegios sólo
pueden ser defendidos por métodos monstruosos, aunque ello significa
cavar su propia fosa. Fatalmente, irrefragablemente, tiene que ir a la
guerra –a una guerra de Juicio Final– porque ella está en sus
propias entrañas, rigiendo toda su fisiología”.[28]
Una de las respuestas que fracciones de la clase dominante
dan ante ese cuadro de situación, es el fascismo. Caracterizar dicho
régimen, es de vital importancia entonces, máxime si se tiene en
cuenta que la izquierda argentina, casi en su totalidad, definió de
esta manera el surgimiento del fenómeno peronista hacia mediados de
los cuarenta. Franco señala lo siguiente:
“Con su regresión paladina a la más épica brutalidad,
con todos sus horrores externos e internos, la del fascismo,
ostensible o secreta, es la única actitud que le resta al régimen
capitalista ante su propia condena. El fascismo, de fuente y psiquis
pequeño burguesa, trata de armonizar las dos clases polarmente
opuestas: gran burguesía y proletariado; de ahí que sea, política y
económicamente, en el terreno de la doctrina, un remendón. Como tal
doctrina, frente a la realidad, es un corcho en el torrente. ¿No
terminó el nietzscheano señor Mussolini por buscar los favores de
esa madame Recamier en menopausia que es la iglesia católica?
El Estado corporativo, único lado más o menos tangible del doctrinal
fascista, es la conciliación arcádica entre patronos y obreros,
gracias a la virtud disuasoria del aceite de ricino y el manganello.
Los obreros pierden el derecho a la huelga y al de mover la boca;
sus sindicatos son sustituidos por corporaciones con jefes nombrados
por... Mussolini. ¿Qué mucho si los salarios terminan por reducirse
al 50 por ciento?”.[29]
Y la izquierda a la cual se vincula Franco –ideológica
y orgánicamente– tiene algunos referentes y una estrategia política
del cual éste se dice deudor: la práctica del proletariado ruso y su
organización antes de lo que él mismo llama reacción
termidoriana encarnada por Stalin: “El proletariado de San
Petersburgo y Moscú era el más profundo y alerta de Europa. ¿Qué
mucho pues, que haya sido el primero en reconocer a Marx? ¿Qué mucho
que haya logrado engendrar en su seno, con Lenin y Trotsky, un tipo inédito
de caudillo, en su soberana ecuación de acción y pensamiento, y
totalmente emancipado de prejuicios seculares y cotidianos: dos
hombres contemporáneos de lo venidero a fuerza de ser de hoy y no de
ayer: dos libertadores de verdad”.[30] El inmenso arsenal de
injurias, calumnias –sin mengua de algunos errores del bolchevismo,
entendibles dentro del marco de realización de una experiencia inédita–
de la propaganda capitalista se disparó con mayor eficacia que sus ejércitos.
Él se encarga de recordar esto con suma puntillosidad. También en
ese primer capítulo hay un vibrante análisis y balance de la guerra
civil española y de lo que creía era una capitulación de la
izquierda (socialista, comunista e incluso anarquista) al ingresar al
gobierno republicano:
“(...) el Frente Popular capitoneado por los agentes del
Kremlin, que implicaba la renuncia del proletariado español a su política
de clase, es decir, revolucionaria, en homenaje a su alianza con las
burguesías pequeñas y media. Había que salvar primero a la república,
aunque como le dijera un suboficial del frente al poeta-aviador Jef
Last, esa vieja puta es la república burguesa. Todo ello trajo
como consecuencia la hecatombe de lo mejor del pueblo español y la cárcel
o el yugo para el resto”.[31]
En La monarquía mundial del dólar, lo que allí se
afirma –aún en forma más exacerbada– continúa teniendo una
vigencia insoslayable. Bajo el manto “democrático” los
monopolios, expresión bizarra de la propiedad privada capitalista,
conspiran contra toda mejora humana y nos llevan a la barbarie más
profunda. A riesgo de abusar con la trascripción de citas, nos
permitimos la que sigue por la contundencia y la no menor belleza irónica
que conlleva:
“El gran capital sabe más pedagogía que Ignacio de Loyola
y Pestalozzi. Así, pues, manejados por él, el cine, el deporte, la
radio y la literatura de libracos y revistas cumplen a maravilla el plan
preestablecido de detener la edad mental del hombre de hoy en el
horizonte infantil, a fin de que nutrido y embriagado por
nimiedades agigantadas (foxtrots, cocktails, aventuras del
Oeste, epopeyas gangsteriles, divorcios y sueldos de estrellas de
Hollywood, orto y declinación de los astros del ring) se abstenga ascéticamente
de informarse sobre la biografía de los ogros que viven de su sangre,
su sudor y sus lágrimas.
“¿Que el gran capital conspira contra el progreso y la
cultura? ¡Cómo! ¿No funda y financia universidades, pensiones e
institutos científicos, colegios de huérfanos, hospitales de
lisiados de guerra? Sí, pero todo lo hace, desde luego,
para servir de propaganda a la propia máquina con que oprime el
mundo, pero primordialmente para esquivar el pago de impuestos.
El señor don Juan de Robres
con caridad sin igual
hizo este santo hospital,
pero antes hizo los pobres
“En lugar de Robres dígase Morgan, Rockefeller, Mellon.
(...) Naturalmente, los monopolios son los tutores oficiosos de la
democracia y naturalmente controlan, con la misma eficiencia y
facilidad que cualquiera de sus actividades económicas, la actividad
del Estado. Nada puede escapar a quienes están por encima de los
hombres como el Destino griego. El Estado para ellos es uno de sus
directorios.
“En primer lugar pueden elaborar la opinión pública y el
credo político de la masa electora con la eficacia con la que
elaboran cualquiera de sus productos industriales. Recuérdese que los
mayores instrumentos de propaganda –cine, radiodifusión, prensa,
pseudoliteratura– son en sí mismos empresas industriales y con su
poder insondable de catequización y engaño íntegramente en manos
del gran capital truecan a éste en monarca de la opinión pública.
“¿Se quiere llevar a las pacíficas masas a una guerra en
el otro extremo del mundo, mostrar la entraña negra del hitlerismo o
del estalinismo, hundir una candidatura presidencial, levantar otra,
presentar como empresa libertaria el enyugamiento de Guatemala?
Cuarenta días y cuarenta noches de diluvio publicitario y el milagro
está hecho”.[32]
Téngase en cuenta que aún no existían los grandes
multimedios de comunicación. Sin embargo, ya Franco podía reírse a
tambor batiente del proclamado “periodismo independiente”. Él y
el olvido de su obra por dichos medios, son clara muestra de ello. La
crudeza del diagnóstico no le impide –como siempre en sus ensayos
históricos– apuntar a la solución. Desde las propias entrañas de
la bestia imperial se está conformando la sociedad nueva. La base
material que le ha permitido a los diversos gobiernos norteamericanos
cierta calidad de vida a su gigantesco proletariado –del cual el
texto narra su organización sindical, en especial en los años 30–
es la clave para ver que éste “no haya logrado aún constituir su
propio partido político, y persista en anularse a sí mismo bifurcándose
a la zaga de los dos grandes partidos de la burguesía nacional”. Su
mirada penetrante pone el dedo en la llaga en más de un mito.
Corrigiendo a sus admirados Sarmiento y Martí –con la salvedad, ya
mencionada, que actuaron casi un siglo antes– observa que la
“arcadia” de la pequeña propiedad farmer y de la negación
de todo progreso técnico, es sólo eso: un mito. Al mejor estilo
lafarguiano, contrariando lo afirmado por John Steinbeck –entre
muchos otros– señala:
“Pero como el autor no insertó el fenómeno en el proceso
de la historia, no pudo dar ninguna salida. Más aún: parece echar
toda la culpa, reaccionariamente, a la industrialización a
ultranza, sin advertir que las estupendas técnicas agrícolas de
hoy, al potenciar altamente la producción, son el gran factor de la
liberación inminente y serán mañana su pedestal sagrado (...) Este
sueño viejo es hoy sólo una pesadilla, y como toda pesadilla, traída
por una opresión real. Sueño perverso después de todo, ya que
espera inveterar la granja arcádica prescindiendo del capitalismo, es
decir, de la historia”.[33]
No menos mordaz es el desenmascaramiento de la pretendida
liberación de los negros. La libertad sin acceso a la tierra y a los
medios de subsistencia es mera formalidad, amén de la discriminación
oprobiosa que sufren en los más diversos ámbitos (desde una plaza pública
al sufragio electoral). No sin antes recordar que una gran pequeño
burguesía negra “detenta en sus manos el oro, la iglesia, la prensa
y parte del poder social de la comunidad de color y tiene ya todas las
taras de la pequeña burguesía blanca: odio a todo cambio social, a
la sindicalización obrera, a la lucha de clases, y que naturalmente
predica la sumisión de las espaldas negras al gran capital blanco”.
Por eso no duda en la advertencia: nada se logrará si ambas –clase
obrera blanca y negra– no confluyen, se organizan y constituyen un
frente único que se convierta en una amenaza para la supervivencia de
la Meca capitalista.
En “South America” realiza un paralelo entre la
experiencia del gobierno de Vargas en Brasil y el peronismo argentino.
Señala que la época es propicia para que individuos y fracciones más
o menos burguesas y reaccionarias –según sus propias palabras–
vean la conveniencia de bregar por la reforma social y hasta
por la movilización obrera. Esto provocará roces que llevan al
enfrentamiento hasta físico con los sectores nativos dominantes y el
propio imperialismo. Al ser países semicoloniales, siguiendo la clásica
definición de Lenin –en boga nuevamente al momento de escribirse el
libro, con distintas valoraciones como las efectuadas por la CEPAL, el
mismo peronismo, la posterior teoría de la dependencia, etc.–, el
tema del nacionalismo cobra otra vez actualidad. Franco escribe allí
que:
“El llamado nacionalismo (en el Brasil como en cualquier
parte) es señeramente contradictorio. Por un lado su lema cardinal es
el desarrollo de las fuentes y energías nativas, como el único medio
de llegar a la independencia nacional anhelada; por el otro, para dar
un comienzo de realización a semejante programa, se reputa
imprescindible la ayuda del capital extranjero, pues las clases
dirigentes no se sienten con vocación de aventuras patrióticas, esto
es, de arriesgar un mínimo de sus privilegios en pro del futuro del
país. Por otra parte ya se sabe que el capital imperialista fomenta
el desarrollo industrial del país sometido a él sólo a cambio de
enyugar su economía a los intereses del dólar”.[34]
Y ese capital imperialista –como Guatemala en aquel momento
o Venezuela en la actualidad lo confirman– no tolera gobiernos que
aunque más no sea tibiamente, no se supediten a sus feroces dictados.
Por eso, aún atentando contra ciertos resquicios de la democracia
formal, gobiernos como el varguismo o el de Perón (no así el de
Yrigoyen, al que condenaba in toto), son progresivos y el golpe
que viene a derribarlos presagia males mucho mayores para las fuerzas
sociales en las cuales éstos se sostienen (proletariado, campesinado,
franjas de la pequeño burguesía). Franco una vez más lo dice con
apasionada claridad:
“Eso es precisamente lo que los impenitentes feligreses de
la democracia burguesa se empeñan en no ver: que Washington declara nazi
o comunista a toda dictadura o gobierno latinoamericano que no
acate sus imposiciones, y democrático si se somete; igualmente
que ante la tradicional claudicación proimperialista de nuestros
gobiernos democráticos, los movimientos de reivindicación proletaria
y de resistencia al imperialismo, asumen más o menos obligadamente la
forma de dictadura, que, si cumple sus fines, resulta mucho más
popular y progresiva que nuestras democracias capitalistas”.[35]
El análisis de la experiencia peronista y su relación con
los sectores obreros recoge el arsenal teórico del marxismo clásico
lo que le permite caracterizar acertadamente a éste como bonapartista
y señalar los límites insalvables de la particular alianza de clase
que aquél representaba (cf. el capítulo “Hitlerismo, bradenismo y
peronismo”). En un párrafo de extrema lucidez, señala en relación
a la actuación de Perón desde la Secretaría de Trabajo: “Sintiéndose
solas, las masas trabajadoras se dejaron captar fácilmente por el
hombre considerado por sus adversarios un puro demagogo de tipo nazi,
pero que al revés de los nazis, liquidadores de sindicatos, había
emprendido la realización de una obra que –pese a los gigantescos
errores y menguas de su autor– lo ponía ya por encima de todos los
políticos de su tiempo: la vasta sindicalización del proletariado”.
Esto le permite catalogar al 17 de octubre de 1945 como un hecho en
donde la preparación demagógica de las masas por el novel coronel se
combina con un auténtico pronunciamiento proletario ¿Qué no se pedía
el trastrocamiento del régimen social? Pues claro que no, pero
movilizarse por objetivos reformistas, muchas veces resulta traumático
para fracciones del bloque dominante (o a éste en su totalidad) con
lo cual es un despropósito – teórico y político– confundirlo
con una acción “lumpen y contrarrevolucionaria” como escribía
toda la izquierda argentina (y algunos todavía persistían en dicha
caracterización aún en 1958!).
Franco no ignora los vicios del propio Perón y su
elenco gobernante. Durante páginas enteras parece repetir –lo cual
no es más que una constatación empírica– el sonsonete liberal (y
justista/ghioldista) sobre dicha característica, pero su visión al
ser totalizante, le permite percibir los aspectos contradictorios que
éste posee:
“Perón ha enseñado a las masas el método y las ventajas
del contacto general de codos dentro de ellas, y si ha frenado su
iniciativa y ha oscurecido su conciencia y voluntad revolucionarias,
les ha despertado la noción de su valer y de su fuerza como no intentó
hacerlo hasta ahora ninguno de nuestros iscariotes partidos de
izquierda. Las dos versiones más acreditadas y opuestas sobre Perón
son, pues, falsas de toda falsedad. Su misión y función no fueron
las de agitar artificialmente la lucha de clases y dividir la
familia argentina. Tampoco las de un apóstol de las
reivindicaciones proletarias. Por encima de todo Perón se sirvió a sí
mismo al usar de peaña a la clase obrera y sirvió a toda la clase
poseyente al frenar y canalizar la fuerza revolucionaria del
proletariado, difiriéndole algunas concesiones impostergables,
voceando y perpetrando sobornos y engaños, sometiéndola a una
dirección burocrática y policíaca y castrándola del derecho a la
huelga (...) Pese a la opinión de ciertos marxistas de vuelo gallináceo,
el peronismo no fue una revolución, sino una aventura oportunista y
reformista”.[36]
La figura de Evita –a la que le dedica un capítulo: “La
esposa del profeta Oseas”– le parece resumir más que la de su
marido, los juicios unilaterales con los que aquél era calificado. Ni
“resentida social y desclasada sin principios” como sostenía el
ideario liberal, ni portadora de una estatura semejante a una Rosa
Luxemburg criolla, como cierto marxismo reconvertido al peronismo
escribía sin empacho. Incluso su renuncia a la vicepresidencia
(vetada por el propio Perón, el ejército y la iglesia) como su
posterior desaparición, son una derrota y un retroceso de la clase
obrera que ella expresaba y sintetizaba dentro del gobierno
bonapartista.[37] Esta característica del gobierno queda patentizada
para el texto, cuando la actitud de Perón ante el golpe de 1955:
negativa a armar a la CGT, a expropiar a los expropiadores del agro,
subasta de sotanas –como él lo denomina–, a formar milicias
populares, etc. El acierto del texto es monumental: la Libertadora y
el gobierno Frondizi (también “libertador”) sólo traen miseria y
retroceso social y político para las masas trabajadoras. El capítulo
titulado “Júpiter, los cacos y la picana” es un magnífico
recorrido por las lacras de la “fusiladora”, y se cierra haciendo
referencia a Operación Masacre y los fusilamientos de 1956,
“brillantemente descriptos por R. Walsch” (sic).
En
“Los Brahamanes del agro” como en “Industrialización
encadenada” se intenta una aproximación a la explicación del
surgimiento, características y vinculaciones internacionales de
nuestra clase dominante –algo que su recién conocido Milcíades Peña
desarrollará hasta su muerte en 1965 y, en fecha mucho más
posterior, Jorge Sábato– y su conformación (o no) como clase auténticamente
nacional:
“En nuestra Argentina como en el resto de los países
atrasados o sin industria nativa, el capital industrial fue y va formándose
con las superganancias agropecuarias o mercantiles, cuando no es un
parásito venido de afuera. En cualquier caso la incipiente industria
criolla se dejó absorber gustosa por el capital imperialista. Nace
estrechamente ligada al campo, advierte Dorfman. Nace como un
subproducto de las actividades ganadera y agrícola y vive
umbilicalmente ligada a ellas. No nos extrañe pues, que las mayores
empresas industriales con o sin disfraz argentino –CADE, SIAM, Fármaco
Argentino, Duperial, Tamet, Catita. La Cantábrica, General Electric–
estén vinculadas fraternalmente a empresas agropecuarias”.[38]
Nuestra burguesía agraria e industrial, nace –como el
toro– con dos cuernos, uno apostado en cada sector productivo y en
indisoluble dependencia del capital foráneo. La industrialización
–que la hubo, incluso antes del peronismo– es hija de una balanza
comercial favorable (producto del agro) que permite el inicio
ascendente del ciclo económico, hasta que el campo amenace con frenar
sus inversiones –perjudicado por el surgimiento de ciertas
industrias que consideran artificiales y subvencionadas por el estado,
aquí sí peronista– y el ciclo comienza su curva descendente:
“[La industria argentina] Apareció en el alba de los grandes
monopolios como un poderoso apéndice suyo. Este destino económico
prefigura ya su destino político: nuestra burguesía, agente y
consocia del imperialismo, no puede volverse contra él porque sería
un rapto suicida (...) Comenzar como pequeñas empresas puramente
argentinas –metales, textiles, ferroviarias, petróleo, cerveza,
papel– y rematar como grandes empresas coasociadas y sometidas al
capital foráneo: ese fue el destino general de nuestros más beneméritos
grupos industriales. A medida que se iban volviendo más poderosos se
iban trocando en meras lunas de algún gran planeta financiero
internacional”.[39]
Esa
clase dominante debe ser también dirigente. Por ello crea y recrea
una política cultural. El capítulo “La gendarmería de la pluma”
da cuenta de ese fenómeno: instituciones, academias, literatos,
periodistas con manto “sacrosanto”; desde ya, la iglesia y aún la
izquierda que se constituye como ladera del régimen, son los
guardianes del consenso. ¿No hay excepciones? Claro que sí, pero
pagan su precio: el olvido o la persecución político-ideológica.
Reivindica a Roberto Arlt, tiempo antes que desde el propio Partido
Comunista se empiece a discutir y revalorizar su figura.
Los dos capítulos finales son de recapitulación –como se
denomina uno de ellos– y de propuesta política (“¿Y ahora?”).
En el primero de ellos, el análisis se resiente con cierto
unilateralismo en la explicación del surgimiento del peronismo:
ubicarlo como expresión de viejos sectores del bloque dominante,
supeditado al imperialismo inglés (lo que explicaría su “antinorteamericanismo”)
caracterización que continuará Peña en uno de sus trabajos clásicos,
no se muestra tan consistente y parece perder de vista otros
elementos. La correcta aseveración en cuanto a que el golpe de
Lonardi viene a sancionar una nueva relación de fuerzas en desmedro
fundamentalmente de la clase obrera, lo lleva a postular que había
que oponerse a él - sin dejar de cuestionar la “inconsecuencia”
del propio Perón para resistirlo - al mismo tiempo que le enrostra a
la mayoría de la izquierda su rol servil de “ladera del nuevo régimen”.
En una analogía con el reciente contexto internacional, señala:
“A fin de cuentas ocurrió entre nosotros lo que en la
Italia de Mateotti, en la Alemania de Ebert y la España de Azaña:
como los organismos políticos que acaudillan al proletariado no se
atreven a iniciar la revolución (es decir, a dar la batalla contra la
burguesía capitalista) las vanguardias del viejo régimen hacen la
contrarrevolución acogotadora con el nombre de... revolución
libertadora”.[40]
En palabras que lo diferencian de más de un izquierdista
apresurado – y que el período que abren los “azos” del 69
confirmaron plenamente– advierte:
“El odio de la burguesía grande, media y chica a Perón
provenía en buena parte de un error de perspectiva: lo tomaban por un
auténtico líder obrero y revolucionario. Esa tirria era tirria
engendrada por el temor a la clase proletaria (...) La Libertadora se
ha hecho fundamentalmente para eliminar la gravitación del
proletariado en la vida social y política argentina”. La
furibunda crítica –máxime teniendo en cuenta el momento– que le
realiza al frondicismo y a su proyecto de desarrollo de neta matriz
cepaliana o sea, la de atribuir el atraso latinoamericano a la falta
de modernización, a la necesidad de más capitalismo viendo solamente
diferencias de grado entre la periferia y las metrópolis, con su
llamado a la unión de los sectores nacionales para llevar a cabo
dicho plan; encuentra en el texto profundas y clarividentes palabras
de condena: “Más, por cierto, que tamaño programa no podrá
ejecutarse, tal vez ni en su comienzo, sin belicosos desencuentros
entre la unión sagrada explotadora capitaneada por el gobierno y la
clase obrera capitaneada por el hambre. Y por cierto también que esa
apresurada congregación de puercoespines que es el frondicismo, dada
la agudeza de sus propias púas, tampoco logrará mantener
indefinidamente su unión fraternal. Por otra parte, la proletarización
progresiva de la pequeña burguesía –aquí como en cualquier
parte– agravará el conflicto. Huelgas crecientes y represiones
crecientes en brutalidad se esbozan en el horizonte”.[41]
El proletariado deberá dar cuenta de dicho proceso y actuar
en consecuencia. Su instinto ya lo presiente –Franco en esto es
mucho más optimista que su amigo Peña, como el final de la cita
anterior lo demuestra–, pero a éste hay que combinarlo con un
conocimiento de la situación y un grado de conciencia que requiere
mayor elaboración. Y en ella, trabajos como Biografía Patria
son un eslabón más que importante. En la producción de Franco todo
análisis histórico está ligado a una tarea crítico-práctica, el
libro se cierra con una admonición tan vigente hoy como entonces:
“Organización de un frente único obrero contra la patronal de
adentro y de afuera, es decir, de un Partido Obrero Revolucionario con
su política de clase, o sea absolutamente independiente de los
partidos burgueses, comprendidos los pseudosocialistas y
pseudomarxistas”.[42] En él, entonces, la revolución está unida a
la autoorganización de las masas y ésta a la forma partido. Que
dicha forma requiere una permanente crítica y cuestionamiento no
disminuye en un ápice su real y perentoria necesidad.
Pequeño
diccionario de la desobediencia
El estilo aforístico también lo cuenta entre sus cultores.
Sus infinitos dardos a la moral burguesa y todo el inmaculado cinismo
de la sociedad de clases, toman estatura de gigante en un trabajo cuyo
título es toda una definición: Pequeño diccionario de la
desobediencia. En sus primeras páginas, una magnífica aseveración
histórica-filosófica recuerda: “La dialéctica, aplicada a la
historia humana, significa la unidad del idealismo y del materialismo,
es decir, la superación de ambos. El hombre aparece al fin como lo
que es: el incansable obrero y arquitecto de sí mismo. Se supera,
pues, la mutilación antifilosófica de la filosofía tradicional,
puramente contemplativa: actitud de sacerdote o profesor frente al
hombre que es esencialmente un obrador y un luchador. Cuanto más
abstracta, elevada y sublime es una filosofía, es menos filosófica
porque está más alejada del hombre real y actuante”.[43]
Si uno quisiera ubicar una obra en la cual esté todo Franco,
pensamos que sería ésta. Prosa poética, análisis científico,
diagnóstico y resolución del presente histórico en un lenguaje, que
no por llano deja de ser gravitantemente profundo; lo convierten en un
clásico del género. Leído hoy a cuarenta y cinco años de escrito,
mientras pensadores que se dicen marxistas, descreen de la existencia
de imperialismo alguno y presentan su ideal de hombre, mirando hacia
el medioevo, conserva su fresca actualidad: “¿Francisco de Asís? Sí,
una de las almas más maravillosamente receptivas y comunicativas.
Pero su amor era pura compasión. Su fraternidad no era viril ni enseñaba
la lucha. No había amor por lo que vale más sobre la tierra: el
destino ascendente del hombre”.[44] El capítulo “Antología
Sacra” es una reescritura del texto de casi dos años atrás. El
acercamiento al fenómeno religioso –con una fuerte impronta del célebre
La rama dorada de Frazer– junto a un vasto conocimiento y
manejo de la Biblia, Tomás de Aquino, Spinoza y Feuerbach, lo hacen
de lectura obligatoria a todo aquel estudioso del tema. Además un
repaso por las primitivas civilizaciones, orientales y precolombinas,
junto a la apología de la griega-jónica como síntesis perfecta de
la comunión de cuerpo y alma; conforman un cuadro de honda belleza.
Otro mérito del libro es que en medio del auge de la
recomposición capitalista de posguerra, con las visiones
triunfalistas de sus apologistas como las escépticas de algunos de
sus críticos (recordar a Marcuse y su hombre unidimensional con la
visión de una clase obrera ganada por la sociedad de consumo), o de
aquellos que aún en el Tercer Mundo creen que la solución pasa por
la modernización, o sea, más capitalismo encerrado en sus fronteras
nacionales; éste señala:
“El capitalismo con su prodigioso desarrollo industrial,
comercial y técnico ha unificado el mundo. Los nacionalismos,
progresivos en el siglo pasado, son hoy, con sus aduanas, sus
diplomacias y sus ejércitos, la peor conspiración contra el futuro.
La expansión de las fuerzas productoras ha creado una economía
mundial que ha roto el marco de las economías nacionales y ha
suprimido de hecho las fronteras patrias. Ese sentido tienen las
guerras de hoy o matches entre los distintos grupos imperialistas,
cada uno de los cuales, para no ser tragado por los otros, busca
tragarse la bola del mundo. Las luchas imperialistas destruirán el
mundo porque en verdad luchan contra la historia. No hay más salvación
para la sociedad humana de hoy que la unificación de todos los países,
no partiendo de la prédica budista, evangélica o del gandhismo, sino
de la planificación mundial de la economía”.[45]
Pero esa crítica lúcida y mordaz al capitalismo no obnubila
su visión en relación a las dictaduras burocráticas de la URSS y
Europa del Este, a las cuales les endilga lacras, muchas veces tan
oprobiosas como la de los regímenes de propiedad privada. Su reactivo
ante este cuadro no es la “revolución de los directores” que
postulan Burnham y otros, que abjurando de la dialéctica, terminan en
análisis superficiales y respuestas inviables; sino lo que ya entrevé
la cita anterior: planificación mundial socialista de la economía
con vistas a la sociedad sin clases.
Los capítulos dedicados al arte y la estética en general se
condicen con todo lo anterior. El arte guarda relación con la
sociedad de la cual es expresión, pero la misma no es mecánica ni
lineal. Huir de todo normativismo estético, lo lleva a admirar –y
aquí no hace otra cosa que seguir a sus maestros– a los gigantes
del pasado como Shakespeare, Cervantes o Stendhal; como diferenciarse
de admoniciones tipo Proletkult quienes postulaban un arte
proletario, algo que luego el estalinismo convirtió en razón de
estado: “¿Literatura proletaria? No, literatura para coadyuvar a la
desproletarización del proletariado... Naturalmente, la nueva
literatura saldrá menos de un cambio de técnica o de tema, que de
una nueva relación del hombre consigo mismo y con el mundo, es decir,
con su destino”.[46] Nuevamente la conjunción –para algunos herética–
de Marx, Nietzsche y Whitman conforman la tríada de la cual no podrán
prescindir el hombre y la sociedad futuras: el mandato irrevocable de
la trasmutación de todos los valores.
Un capítulo dedicado a la mujer y su posición de doble
oprimida en la sociedad de clases, preanuncia su Hembra humana
mientras que en Trabajo y lucha de clases retoma su siempre
vigente denuncia que la “cultura del trabajo” es la más
formidable arma ideológica en manos del capitalismo para intentar
perpetuar la esclavitud asalariada, y que la lucha de clases deberá
culminar –a riesgo de acabar con la propia especie humana– en una
sociedad que tenga como presupuesto de una vida más plena el mayor
tiempo libre posible, consecuencia del gigantesco desarrollo tecnológico.
Por eso el Pequeño diccionario... se cierra con un aforismo
que cual danza dialéctica de unidad de los contrarios enlaza vida y
muerte en un contrapunto por más poético:
“El individuo
humano debe comprender de algún modo que él es algo mas que su yo
perecedero: que su ser individual es parte de su ser total, y que
luchar por enriquecer e intensificar su ser es el único modo de
luchar contra la muerte”.[47]
En 1960 se edita una antología de Sarmiento con un prólogo
suyo.[48] Más allá de lo estrictamente puntual que refiere al
personaje central, en él observamos un presupuesto que recorre el
mismo y que es a la vez, ético y metodológico: la valoración de la
praxis como elemento constitutivo y constituyente del ser humano. La
referencia implícita a la famosa undécima tesis marxiana es clara.
El hombre y la historia no son la mera resultante de la mecánica de
fuerzas naturales –menos aún de Dios alguno– sino un colaborador
activo de aquélla que termina decidiendo su propia suerte. Como
siempre ocurre, lo expresará con palabras de un hondo sentido poético:
“El hombre sólo puede conocer el mundo –que no es una estatua
sino un proceso– interviniendo en éste. O sea, para obrar sobre la
realidad hay que entenderla, pero no se la entiende realmente si no se
obra sobre ella”.
Esquilo
y Shakespeare
Esquilo y Shakespeare
(1980) es un trabajo de relativa corta extensión pero de una
profundidad y belleza únicas. Este hombre de 82 años es capaz de una
obra que de alguna manera reúne toda la anterior, como en ese tercer
período beethoveniano en donde el gran artista contenía y superaba
la ya magnífica producción precedente. Hay una introducción en la
cual –autor, como sabemos, conocedor
de Hegel y de Lukács– dilucida la relación existente entre la estética
y el marco social que la (de) limita. El griego (así como antes había
sucedido con Homero) representa lo mejor de la tradición de la Hélade.
El fuego sagrado de Prometeo es la llama que siempre deberá esgrimir
el hombre contra todos los oscurantismos que insisten en ponerlo de
rodillas. Sólo dicha civilización y el siglo V podían haber
producido tamaña obra. Y será precisamente el alemán quien mejor lo
advirtiera a comienzos del siglo XIX. Franco, quien como
sabemos ya ha escrito sobre los griegos, enfatiza:
“El espíritu griego es también naturaleza, pero
naturaleza humanizada, esto es, redimida por el espíritu. Los dioses
lo son de la naturaleza y del espíritu a la vez, como Apolo, dios del
sol, pero también de la iluminación interna (...) Sin esas luchas
sociales, más homéricas que la Ilíada, no hubiera aparecido la
democracia, es decir la libertad política y espiritual –aunque
mutilada– de la Hélade, numen del helenismo”.[49]
La epopeya del fuego en Prometeo, remite al más profundo de
los filósofos antiguos: Heráclito de Efeso, para quien aquél es el
demiurgo de la realidad; y el héroe de Esquilo al traerlo desde el
cielo a la tierra (clara reminiscencia feuerbachiana) libera al hombre
del temor a la muerte y le arrebata el conocimiento a los dioses. Será
nuevamente Nietzsche quien le sirva de guía en la revalorización helénica.
Como ya lo comprendían también Marx, Whitman y Thoreau (todos
“hijos de la verdadera libertad”) el arte griego, en su hondura y
belleza, expresa que en el hombre conviven tanto la razón, como la
sensibilidad y el instinto en un tenso y dialéctico equilibrio. Y
todo eso sin olvidar que la Grecia Clásica llevaba en sí una de las
lacras mayores del homo sapiens:
“Si la esclavitud fue una inevitabilidad en el itinerario
del hombre histórico (como el incesto o la antropofagia) no carguemos
demasiado la romana a los griegos. Si hoy ya no es del caso tapar o
disimular sus menguas, menos deben callarse estas dos preguntas. ¿Se
liberaron las demás civilizaciones (sin excluir la nuestra hasta el
siglo XIX) de esa apelación a lo inhumano llamada esclavitud? No, por
cierto. Ahora bien, ¿logró alguna otra como ella la autonomía del
pensamiento crítico y de la sensibilidad en lo más intenso y vario
de su gama y libró su guerra más homérica para emancipar al hombre
de sus amos celestiales y terrenales? Tampoco”.[50]
Cuando pasa revista a Shakespeare no duda en calificarlo de
genio. Aclarando que en él se da la superación del sentido
común que lo eleva por sobre sus contemporáneos, pero a la vez, debiéndole
mucho a los hombres del pueblo en una interacción permanente (no habría
obra shakesperiana sin infinidad de autores menores que lo
precedieron y sin Jonson o Marlowe, por citar sólo algunos). Hijo de
la naturaleza y de no pocas miserias humanas (su padre era carnicero)
comprendió mejor que nadie en su tiempo –en donde el teatro era
realmente popular pese al encorsetamiento isabelino– que “si hay
tarea humana en la que el fin justifica los medios es el arte. La
ciencia tiene escalera, el arte alas. En Shakespeare lo ideal y lo
real se juntan como la mano derecha y la mano izquierda. Inspirándose
en la Naturaleza y la Historia, sus dos musas, se esfuerza en crear
por segunda vez al hombre”. Otro sí decimos: en la actualidad una
voz ineludible –cuando de Shakespeare se trata– es la del crítico
Harold Bloom. La hermenéutica que éste realiza sobre el británico
tiene aspectos comunes con la del argentino:
“Todo el propósito de este ensayo es señalar que a través
de los personajes de sus dramas (latientes y respirantes hasta devenir
símbolos de las multiformes pasiones humanas) y a través de sus
pensamientos de mayor calado y sus imágenes de mayor horizonte,
Shakespeare se mueve revolucionariamente en pro no sólo de la
misericordia sino de la justicia, es decir de la belleza ética.
Recordemos de paso sólo que sus principales heroínas femeninas
–Julieta, Ofelia, Cordelia, Desdémona, modelos de hermosura, pero
también de nobleza y pureza– son sacrificadas por la mezquindad o
la estupidez masculina”.[51]
Que
Falstaff, ese noble de Las alegres comadres de Windsor
y perfecto bufón de sí mismo, es el vivo compendio de todos los
lugares comunes que en el mundo han sido. Que Macbeth es el más
hermoso de los poemas sobre el infierno y el mejor tratado sobre la
fenomenología del crimen político, o mejor “de la estrategia de
toda política de clase”. Que en Hamlet todos nos vemos
reconocidos pues allí los extremos de la voluntad y la fantasía, la
lucidez y la locura, el hacer y el no hacer se debaten agonalmente,
como propio de la esencia humana (si se pudiese hablar de ésta). O
que Rey Lear presagia una de las posibilidades que se le abren
a la historia del hombre: burlarse de la moral y la ética de toda
sociedad de clases, como tarea prioritaria para su emancipación. Todo
ello, como dice Franco, ubica a Shakespeare entre los más grandes
artistas que conoció la humanidad (él advierte que hubo que esperar
hasta Dostoievski para que alumbre un escritor semejante)
y fundamentalmente porque su “preocupación capital, en sus
dramas mayores, desde Hamlet en adelante, es de juro la deshumanización
del hombre” y como no puede ser de otra manera, éste tiene una
tarea esencial:
“Cuando un pueblo produce un gran poeta no es para que lo
ignore, lo desprecie o lo adule, sino para que éste lo despierte y le
enseñe a limpiarse las legañas de la tradición canonizada (...)
Pues ser simple e integralmente un hombre –no un carozo de ángel,
ni un héroe con espada ejecutiva– es para Shakespeare la grande
hazaña humana, sin olvidar que ello significa la ecuación de lo
individual y lo social: el amor a sí mismo a través del amor a los
otros. Shakespeare es el más sabio de los hombres porque es siempre
el rey de los cuerdos en un mundo capitaneado por la irracionalidad
hoy como ayer”.[52]
No faltaron marxistas de trocha angosta que descalificaron al
autor de “Romeo y Julieta”, aduciendo su probable monarquismo y
apego medieval; olvidando supinamente la autonomía relativa que el
arte –quizá la mayor esfera donde ocurre esto– guarda con lo
social. Franco les respondía así: “Alguien podrá argüir
que Shakespeare fue –según lo que cree saberse– un pequeño burgués
no libre del todo de prejuicios feudales, y a lo que puede inferirse
de “Troilo y Crésida”, era un conservador y por ende dispuesto a
convalidar los privilegios tradicionales. Poco importa. Ningún hombre
tiene clara conciencia de su profundidad, y como todos los grandes
genios, Shakespeare llevaba en sí la añoranza del porvenir”.[53]
Pero también supo ponerse en guardia contra aquellos esteticistas que
también - paradójicamente - ignoraban la grandeza del hijo de
Stratford :
“Sabía ver debajo del agua y advirtió sin error que en
almas eclipsadas por la sed de riqueza y poder la naturaleza humana se
seca de raíz. Podemos apelar al pudor humano de un bandolero, un
contrabandista, un trapero o una prostituta, y quizá encontremos oídos,
pero pecaríamos de bobos si esperamos hallar un gota de piedad humana
en cualquiera de los concesionarios del gran poder antisocial”.[54]
Final
Un sucinto balance luego de este recorrido por su obra ensayística,
nos hace concluir (y reafirmar) que Franco llevó a cabo de
forma espléndida una política cultural, siendo un magnífico socializador
de verdades –descubiertas pero ocultas, al decir de Gramsci–
cuando ésta tuvo por centro el trabajo historiográfico. Para ello
(sin ser un historiador profesional) empleó una metodología que
consideramos –recordar lo afirmado por el primer Lukács [55]– ortodoxamente
marxista. A saber: la desconfianza hacia el conocimiento por la vía
de la mera inmediatez (método caro al positivismo), el análisis
regido por conceptos cargados con múltiples determinaciones, o sea,
de mayor concreción (metafísica para los adoradores de la empiria) y
el “hábito” de enmarcar un proceso particular dentro de una
totalidad abierta, que por el hecho de ser tal, termina con la escisión
entre política y economía (propia del pensamiento burgués y de
ciertos marxismos vulgares); por citar los aspectos más
sobresalientes.
Y en cuanto al ensayo no directamente histórico, a su prosa
única, siempre irónica y filosa pero nunca exenta de poesía, le
cabe lo mismo que lo que él le asignaba a Shakespeare: cuando un
pueblo produce un gran poeta no es para que lo ignore, lo desprecie o
lo adule, sino para que éste lo despierte y le enseñe a limpiarse
las legañas de la tradición canonizada.
La lucha para terminar con el fetichismo y la reificación (o
sea el proceso social por el cual las cosas se convierten en sujeto y
éstos se objetualizan) planteó en ella la necesidad de reconstituir
al sujeto como tal. Éste –que no es otro que la clase que vive de
alquilar “libremente” su fuerza de trabajo– deberá dar cuenta
de esto si no quiere terminar definitivamente en la barbarie: sabiendo
que al emanciparse, emancipará a la humanidad toda. Nada más actual
entonces para la Argentina y el mundo del siglo XXI. Con su
acostumbrada fuerza y belleza, lo expresó con meridiana precisión:
“Pese al juicio despectivo o negativo de los rabinos de la
sociología burguesa –y de los socialistas y otros obreristas de su
laya que lustran con sus ya ralas melenas las botas de los generales,
o de los radicales persignándose antes de besar las nalgas sagradas
de los obispos– la clase obrera argentina de hoy, que se ha mostrado
capaz de sobrenadar a la presión gigantesca de todos los sectores
coaligados de la reacción y la rutina, esa clase ha dado las mejores
garantías de que sabrá encontrar su propio camino, es decir, el
camino de avance de la sociedad entera”.[56]
Notas:
1 Para un análisis del posmodernismo, recomendamos
especialmente: Callinicos, A: Contra el posmodernismo. Una crítica
marxista. El Áncora Editores, Bogotá, 1993 y también Eagleton,
T: Las ilusiones del posmodernismo. Editorial Paidós, Buenos
Aires, 1999. De la producción local sobe el tema, un texto poco
conocido pero muy recomendable es el de Rush, A: Latinoamérica y
el síntoma posmoderno. Universidad Nacional de Tucumán, 1998.
2 Moreno, L: Insurrección del poema. Un hombre de letras
y oficios en “Poesía de Luis Franco”. Eudeba, Buenos Aires,
1964 p. 5.
3. Penelas, C: Conversaciones con Luis Franco. Buenos
Aires, Torres Aguero Editor, 1978 p. 59.
4 “Para mí , como para cualquier intérprete de buen ojo y
buena fe, Marx no vino a exaltar los valores materiales del hombre
sino a revelar el secreto de por qué ellos lo tenían maniatado, o
sea, a facilitar la transformación del hombre puramente económico,
en un ser integralmente humano. Sólo que para ello debía decidirse a
una lucha más que homérica contra todos los recios intereses
materiales y antisociales disfrazados con vestiduras sublimes:
patriotismo, moral, filantropía, destino celestial”. Citado en
Correas, B: Luis Franco. Ediciones Culturales Argentinas,
Buenos Aires, 1962 pp.30-1.
5
Gramsci, A: El materialismo histórico y la filosofía
de Benedetto Croce. Nueva Visión, Buenos Aires, 1997, p. 9.
6 Franco, L: América inicial. Ed. Babel, Bs As, 1931 pp 20-21
7 Franco, L: Ob. Cit, pp 186-201.
8 Franco, L: Ob. Cit, pp 51-2.
9 Franco, L: Ob. Cit, p 92.
10 Franco, L: Ob. Cit, pp 203-4.
11 Franco, L: Ob. Cit, pp 30-1.
12 Franco, L: El general Paz y los dos caudillajes.
Ediciones Solar, Bs As, 1984, p 37.
13 Franco, L: Ob, cit, p 43.
14 Franco, L: Ob, cit, p 62.
15 Franco, L: Ob, cit, p 205. La reciente novela de Andrés
Rivera “Ese manco Paz” (Alfaguara, Buenos Aires, 2003) sigue en
gran parte esta matriz argumentativa.
16 Franco, L: Ob, cit, p 206.
17 Franco, L: Hudson a caballo. Editorial La Pléyade,
Buenos Aire, 1972, p.10.
18 Franco, L: Ob, cit, pp. 11-12.
19 Franco, L: Ob, cit, p. 45.
20 Aquí seguimos lo desarrollado por Terry Eagleton en
varios pasajes de su ya citado trabajo Las ilusiones del
posmodernismo. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1999.
21 Franco, L: Ob, cit, p. 136.
22 Franco, L: Ob, cit, p. 157.
23 Franco, L: Ob. cit. pp. 173-7.
24 Franco, L: Ob.
cit. P.187.
25 Franco, L: Ob.
cit. p.241.
26 Franco, L: Ob. cit. pp. 246-9.
27 Franco, L: Biografía Patria. Editorial
Stilcograf, Buenos Aires, 1958, p. 10.
28 Franco, L: Ob, cit, p. 15.
29 Franco, L: Ob, cit, p. 16.
30 Franco, L: Ob, cit, p. 14
31 Franco, L: Ob, cit, p. 22.
32 Franco, L: Ob, cit, pp. 29-30.
33 Franco, L: Ob, cit, p. 42. Afirmación que coincide punto
a punto con el pensamiento de Trotsky: “Sobre esta nueva base tecnológica
y económica, la personalidad humana, liberada de la necesidad
humillante de llenarse la barriga, alcanzará la plena madurez.
Podemos anticipar que entonces el trabajo manual se desarrollará en
el contexto más elevado de la sociedad socialista; más no como una
tarea semiesclava, sino como arte, con ayuda del poder científico y técnico.
Los reaccionarios sueñan con conservar el artesano actual. Por regla
general, disfrazan este objetivo tras la máscara de las
consideraciones estéticas. En realidad, tratan de prolongar la vida
de la pequeña burguesía, utilizada por el gran capital como base
social. A veces estos caballeros tratan de ocultarse tras la fraseología
socialista. Es sabido que esas tendencias nutrieron al
fascismo, que ha exaltado al artesano, adulado a la pequeña burguesía
y al campesinado, los ha alineado contra el proletariado y convertido
en sus tropas de choque al servicio del capital financiero”. “En
respuesta a Selden Rodman” en Escritos, Tomo VIII, Vol 3. Editorial
Pluma, Bogotá, 1977.
34 Franco, L: Ob, cit, p. 60. Si echamos un somero vistazo
por la actualidad, comprobaremos que dicho párrafo es confirmado
palmariamente por ésta: según datos oficiales del INDEC, hay 110 mil
millones de dólares de argentinos en el exterior; casi nueve veces
las reservas del Banco Central y dos tercios de la deuda pública
local. Lo más notable es que de esa “millonada”, casi 87 mil
millones corresponden a inversión líquida, es decir, bonos,
plazos fijos, acciones o cajas de seguridad. Un solo dato: las casas
de veraneo de nuestra burguesía nacional ascienden a 6.219 millones
de dólares; casi cuatro veces más de lo que gastó el Estado durante
todo el año 2004 en Educación y Salud juntos! Agradezco la información
estadística al amigo Marcelo Yunes.
35 Franco, L: Ob, cit, p. 69.
36 Franco, L: Ob, cit, pp. 135 y 154.
37 Como ya habíamos señalado, aquí hay una crítica implícita
a su conocido Abelardo Ramos que expresaba sin ambages su apoyo total
al peronismo desde un marxismo (y hasta trotkismo) nacional. Además,
casi una década después de Biografía patria, apareció el
que sería una especie de best seller de cierta pequeño burguesía
otrora rabiosamente antiperonista. Me refiero a Eva Perón ¿aventurera
o militante? Sebreli, Juan José. Siglo XX, 1966. El mismo guarda
una fuerte deuda intelectual con el texto del catamarqueño, que no es
reconocida, pese a que se lo cita en la bibliografía utilizada.
38 Franco, L: Ob, cit, pp. 224-5.
39 Franco, L: Ob, cit, pp. 236 y 243. Ese proceso de
concentración y extranjerización de la industria y la economía
argentina seguirá su curva ascendente en coyunturas posteriores a las
que recorre el texto: durante el Onganiato, como bajo la última
dictadura militar y fundamentalmente en los noventa, este proceso
cobra rasgos sobresalientes. Según varios artículos del Clarín
Económico del año 2003, de las 500 empresas líderes de la
Argentina, 325 (casi dos tercios) son extranjeras, y de las 30 más
importantes sólo 5 pertenecen a capitalistas argentinos. El 70% de
las ventas del país al exterior están bajo el control de empresas
foráneas, que ya controlaban el 55% en 1993, en un fenómeno que aún
en plena globalización, conoce pocos antecedentes mundiales en cuanto
a su magnitud.
40 Franco, L: Ob, cit, p. 268.
41 Franco, L: Ob, cit, pp. 269-70 y 284.
42 Franco, L: Ob, cit, p. 288.
43 Franco, L: Pequeño diccionario de la desobediencia.
Editorial Americalee, Bs As, 1959, p. 11.
44 Franco, L: Ob, cit, p. 19. El pensador aludido es Toni
Negri, que en su obra “Imperio”, escrita en colaboración con M.
Hardt, reivindica y postula la obra de Francisco de Asis como praxis a
seguir por la “multitud”, nuevo sujeto del acaecer social.
45 Franco, L: Ob, cit, p. 99.
46 Franco, L: Ob, cit, p. 154.
47 Franco, L: Ob, cit, p. 280.
48 Domingo Faustino Sarmiento, Textos Fundamentales.
Selección de Luis Franco y Ovidio Omar Amaya. Fabril Editora.
Buenos Aires, 1960.
49 Franco, L: Esquilo y Shakespeare. Buenos Aires, pp.
24-6.
50 Franco, L: Ob, cit, p. 70.
51
Cfr: Bloom, H: Shakespeare y la invención de lo humano.
Editorial Norma, Bogotá, 2000. Este particular crítico, que cuando
se ensaña con la visión marxista del arte a la que acusa de
“reflejista”, en realidad está recusando al marxismo vulgar en
sus múltiples expresiones ; apoyándose en Borges (y aquí la
coincidencia es triple, además de que el autor de Ficciones
también vertía conceptos similares a los de Franco cuando se refería
a Whitman, Hudson o Sarmiento) señala que “Nadie fue más hombre
que Shakespeare, que a la manera de Proteo pudo agotar las apariencias
del ser, de su época y de las épocas futuras”.
52 Franco, L: Ob, cit, pp. 112 y 119.
53 Franco, L: Ob, cit, p. 91.
54 Franco, L: Ob, cit, p. 110.
55 “En cuestiones de marxismo, la ortodoxia se refiere
exclusivamente al método”. Lukács, G: “¿Qué es marxismo
ortodoxo”, en Historia y conciencia de clase, Grijalbo,
Barcelona, 1972.
56 Franco, L: Biografía
patria. Editorial Stilcograf, Buenos Aires, p. 287.
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