Socialismo o Barbarie
N° 19

Notas sobre la teoría de la revolución en el siglo XXI – parte III

China 1949: una revolución campesina anticapitalista

Por Roberto Sáenz

Parte 1

“La Historia no hace nada, no posee ninguna inmensa riqueza, no libra ninguna clase de luchas. El que hace todo esto, el que posee y lucha, es más bien el hombre, el hombre real, viviente; no es, digamos ‘la Historia’ la que utiliza al hombre como medio para labrar sus fines –como si se tratara de una persona aparente-, pues la Historia no es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos.Marx y Engels, La sagrada familia.[1]

Dando continuidad a nuestra elaboración sobre el balance de las revoluciones del siglo XX, en este trabajo haremos un repaso crítico de la más importante del siglo pasado luego de la rusa. Intentaremos tratar problemas antiguos bajo una luz nueva, partiendo de la consideración que el siglo XX fue un impresionante laboratorio de revoluciones sociales que ha dejando inmensas enseñanzas para el siglo XXI. Una riquísima experiencia acumulada sobre la que, en general, las corrientes revolucionarias no se han tomado la molestia de volver; una cantera repleta de lecciones estratégicas hacia el siglo XXI.

La revolución china de 1949 fue, en realidad, el cierre de una secuencia de tres revoluciones: la revolución burguesa antimonárquica de 1911 (que consagra la República), la revolución (abortada) propiamente obrera y socialista de 1925-27 y, finalmente, la revolución campesina anticapitalista de 1949. 

Está claro que nuestra apreciación se diferenciará respecto de las definiciones usuales en la izquierda en general (incluyendo aquí a la corriente maoísta[2]) y en el movimiento trotskista en particular, que ha tendido a verla como una revolución “obrera y socialista” o “campesina-socialista”. Asimismo disentimos globalmente de las corrientes que la han ubicado como una “revolución burguesa sui generis”, generadora de un tipo de “capitalismo de Estado”[3] y/o una sociedad “colectivista burocrática”.

No acordamos con las definiciones anteriores[4]: a nuestro modo de ver, es un hecho incontestable que se trató de una inmensa revolución campesina anticapitalista. Pero que, al mismo tiempo, no llegó a constituirse como revolución socialista, como resultado de los límites y la naturaleza distorsionada de las tareas llevadas a cabo que significó la total ausencia de la clase obrera en la misma y el encuadramiento burocrático. En este sentido, fue una revolución con rasgos comunes a otras de la segunda posguerra, más allá de que la revolución china fue sin duda la más trascendental de ese período.

De hecho, que la revolución anticapitalista china de 1949 configuró un “modelo” opuesto en casi todas sus condiciones y características a la rusa de 1917: por su localización agraria y no centralmente urbana; por la centralidad de un campesinado pequeño propietario o sin tierras y no del proletariado; por tener a su frente un partido ejército campesino y militar, no un partido basado sobre el proletariado urbano y la acción política de masas; por su perspectiva estrechamente nacional y no internacionalista como fue el caso de los bolcheviques.[5] Como señalara Theda Skocpol, “lo que la revolución rusa fue para la primera mitad del siglo XX, lo ha sido la revolución China para la segunda (...). El «modelo de Yenan» y «el campo contra la ciudad» han ofrecido nuevos ideales y modelos renovados para las esperanzas nacionalistas revolucionarias a mediados del siglo XX”.[6]

El contraste entre ambas revoluciones no puede ser mayor, y así lo señala el trotskista chino Peng Tu-Siu –en su Informe al 4º Congreso de la IV Internacional de noviembre de 1951– al dar cuenta del carácter extremadamente original y contradictorio del fenómeno: “El concepto tradicional de Trotsky, y que era la estrategia del trotskismo chino mantenida en los últimos 20 años, era la opuesta a la estrategia estalinista de conquistar las ciudades a través de las fuerzas armadas campesinas solamente (...). No era posible derrocar el régimen burgués confiando exclusivamente en el ejército campesino porque, bajo las actuales condiciones de la sociedad, el campo se subordina a la ciudad, y los campesinos deben desempeñar un papel decisivo solamente bajo dirección de la clase obrera. Pero el hecho que ahora enfrentamos es exactamente el contrario”.

Sin embargo, a comienzos del siglo XXI se están acumulando condiciones para el retorno a procesos revolucionarios más “clásicos”: es decir, que tengan en su centro a la nueva clase trabajadora en proceso de refundación-recomposición-reorganización. A eso apostamos y al servicio de esa perspectiva estratégica es que pretendemos poner la elaboración que venimos haciendo desde la corriente Socialismo o Barbarie Internacional.

Al respecto, lo notable ha sido que, a nivel de las otras corrientes del marxismo revolucionario, se ha vuelto a reflexionar realmente muy poco[7] sobre las consecuencias de estos procesos, que aportan elementos para entender el curso mismo de la revolución, la fase no capitalista de China e, incluso, la actual dinámica restauracionista del capitalismo.

En lo que sigue, intentaremos realizar un amplio repaso teórico de las condiciones y características de la revolución china, comenzando por algunos señalamientos de carácter histórico.

 

I. China a comienzos del siglo XX

 

A principios del siglo pasado China era una sociedad básicamente agraria, pero donde estaba en curso un proceso de incipiente industrialización. Del imperio manchú, última dinastía imperial “precapitalista”, sólo iba quedando la sombra, que se terminó de desplomar con la revolución burguesa de 1911. Entre ese año y 1949 se asistió a un interregno “nacionalista” y burgués, comandado por el Kuomintang. En el ínterin, aumentó cualitativamente la subordinación del país al capitalismo imperialista mundial y continuó el deterioro de una nación crecientemente ocupada por distintas potencias, en particular, a partir de 1931-7 y hasta 1945, por el imperialismo japonés.

Con la unidad nacional cuestionada desde el mismo año de una revolución burguesa en el fondo fallida, el tremendo sometimiento al imperialismo, simbolizado en el período 1842-1949, llamado el “siglo del tratado” –esto es, de expoliación imperialista y ocupación directa de ciudades y territorios– y una creciente crisis agraria, quedaban establecidas las tareas que la usuraria y parasitaria burguesía china de los “compradores” no fue capaz de resolver. Y que hasta cierto punto, fueron “resueltas” con la revolución campesina anticapitalista de 1949. Cabe entonces empezar por comprender el terreno sobre el cual se forjó la tercera revolución china, que explican en parte tanto sus alcances anticapitalistas como sus límites respecto de una dinámica auténticamente obrera y socialista.

China del norte, del sur, interior y costera

Para un somero repaso de las características generales e historia del país a comienzos del siglo XX nos apoyaremos en el trabajo de uno de los mayores especialistas contemporáneos en el país J. K. Fairbank China, una nueva historia (Barcelona, Andrés Bello, 1996). Es importante partir de fuentes confiables, porque la distancia geográfica, cultural e idiomática entre China y Occidente hace que incluso hoy el estudioso del Lejano Oriente deba aproximarse a esa realidad con la mediación de lo que se solía llamar “sinólogos”.

Fairbank da cuenta de la existencia de cuatro “macro-regiones” con agudos contrastes entre sí, características específicas y determinaciones particulares. Se trata de las regiones de la China del norte y del sur, marcadas por un campesinado en condiciones diversas en lo que hace al acceso a la tierra; la China costera, marcada por el comercio internacional y el emergente proletariado, y la China interior, marcada históricamente por poblaciones nómades. Citaremos in extenso:

“Nuestra idea acerca de la diversidad de China es primeramente visual. El viajero (...) suele identificar dos paisajes típicos: uno de China del Norte y otro de China del Sur. Sobre la seca llanura de China del Norte, al sur de Pekín, donde floreció por primera vez la civilización china, se puede apreciar durante el verano una infinita extensión de prados, interrumpidas por zonas de un verde aún más oscuro (...). El paisaje es muy similar al del Medio Oeste norteamericano de hace algunas décadas, en que las granjas con sus arboledas se encontraban separadas unas de otras aproximadamente por 800 metros. Sin embargo, donde la zona maicera norteamericana tiene una sola granja, en la llanura de China del Norte existe una aldea completa. Mientras la familia de un granjero norteamericano dispone sus barracas y graneros dispersos entre sus campos de Iowa o Illinois (a una distancia de 800 metros de sus vecinos), en China, una comunidad entera compuesta por varios cientos de personas vive en su aldea salpicada de árboles, a 800 metros de la aldeas vecinas. A pesar de su experiencia granjera, el pueblo norteamericano es incapaz de apreciar como la densidad de población sutilmente condiciona cada acto y pensamiento de un agricultor chino.

“En China del Sur, el cuadro es completamente distinto. Allí, durante la mayor parte del año, los arrozales están inundados; desde el aire sólo se distingue una gran superficie de agua. El terreno verde es escarpado, y las planas terrazas arroceras (en forma de media luna) se elevan hasta la cima de cada colina, descendiendo del mismo modo por el otro costado, terraza tras terraza en una sucesión infinita (...). Nadie puede volar sobre las verdes colinas escarpadas del sur sin preguntarse dónde viven los mil y tantos millones de personas de China, y qué comen: las vastas extensiones de montañas y valles no parecen muy cultivables ni estar más que escasamente pobladas. Esta impresión de un gigantesco paisaje vacío se ve reflejada estadísticamente en el cálculo de que seis séptimos de la población deben vivir en el único tercio de la tierra que es cultivable. La zona poblada de China corresponde aproximadamente a la mitad de la parte poblada de Estados Unidos, aunque posee cinco veces más habitantes (...). El área seca, de trigo y mijo de China del Norte y las húmedas zonas arroceras del sur se hallan divididas por una línea casi a medio camino entre el río Amarillo (Huang) y el Yangtsé, en el paralelo 33. La lluvia, el suelo, la temperatura y las diversas costumbres crean contrastes impresionantes entre estas dos regiones económicas.

“Los crudos inviernos continentales de China del Norte, parecidos a los del Medio Oeste norteamericano, restringen la temporada de cultivo a cerca de la mitad del año. En el extremo sur, en cambio, se cultiva todo el año y el arroz se recoge dos e incluso tres veces. Esto explica por qué la mayoría de los chinos vive en la región arrocera del sur, más fecunda (...).[8] Tanto en el norte como en el sur, los recursos naturales se complementan con el incansable esfuerzo humano, del cual la industria del abono de letrina es sólo una de sus formas más espectaculares: sin devolver los excrementos humanos –o fertilizantes químicos equivalentes– a la tierra, ninguna región de China podría producir suficientes cosechas para alimentar a su actual población” (Fairbank, pp. 26-27 y 33).

Aquí quedan planteados algunos elementos imprescindibles de ubicación respecto de las condiciones “naturales” y el terreno material sobre el que se desarrolló la revolución. Al mismo tiempo, nada más lejos de nuestra intención que adscribir al determinismo del tipo de los mencheviques rusos, según quienes, dado el atraso de un país, éste debía pasar, necesariamente, por una “fase de desarrollo burgués” antes de poder encarar la perspectiva de la revolución socialista. En nuestro concepto, el núcleo de la explicación de la revolución de 1949 no pasa por las condiciones económico-sociales generales, sino por sus características específicas socio-políticas. No obstante, el hecho de que la revolución haya provenido de lo más atrasado y no de lo más avanzado de la sociedad china de la época no dejaría de tener consecuencias negativas, que se exacerbarían ante el carácter nacionalista estrecho y no proletario-internacionalista de la corriente maoísta.[9]

Una sociedad agraria de incipiente industrialización

Hasta hoy, a comienzos del siglo XXI, la mayoría de la población china sigue viviendo en el campo. Sin duda, en la actualidad China es un país con un desigual pero alto grado de desarrollo industrial manufacturero, un “taller” de la economía capitalista mundializada (algo que retomaremos al final de este trabajo).

Pero a comienzos del siglo XX era un país predominantemente agrario en sus nueve décimas partes, que, no obstante, estaba comenzando un incipiente proceso de industrialización, que se aceleró como producto de las necesidades creadas por la I Guerra Mundial, tal como ocurrió en otras zonas coloniales del mundo.

En su mayoría, este incipiente desarrollo se concentró en las ciudades de la costa del sur de China, tales como Cantón, Shangai, Hong Kong y Hangking, sede del pequeño pero dinámico proletariado emergente en la década del 20. Junto con esto, en virtud de su subordinación creciente al mercado mundial –a pesar de la permanencia de características de “autosuficiencia” económica [10]–, de manera extremadamente desigual y combinada, China ya era una sociedad dominantemente capitalista, incluso en el campo. Sin embargo, desde el punto de vista poblacional en su conjunto, la sociedad china seguía siendo de radicación abrumadoramente agraria.

Dice J.K. Fairbank: “Las implicaciones sociales de la agricultura intensiva [en el uso de la fuerza de trabajo humana y el carácter de los cultivos arroceros. RS] se ven sobre todo reflejadas en la economía arrocera, la columna vertebral de la vida china en cualquier lugar del valle del Yangtsé y del sur del país (...). Buena parte de este proceso (la siembra y cosecha) aún se realiza manualmente: hileras de personas agachadas desde la cintura, y con las fangosas aguas de las terrazas hasta los tobillos, retroceden paso a paso efectuando dicha operación. Es lo que ocurre en los arrozales de todo un subcontinente y, ciertamente, se trata del mayor desgaste de fuerza muscular del mundo (...). Aquí la tierra tiene más valor que la mano de obra (...). Debido a la carencia tanto de tierra como de capital, el campesino chino se ha concentrado en un tipo de agricultura intensiva de gran rendimiento basada en la mano del hombre, y no en la agricultura altamente mecanizada” (Fairbank, p. 38).

No se habla sólo de circunstancias pasadas: por el contrario, Fairbank se está refiriendo a las condiciones todavía imperantes en el campo chino en la actualidad y que dan cuenta del fracaso respecto de un auténtico proceso de colectivización y socialización agraria de la producción, proceso que es un hecho que no tuvo lugar.

“La intensa aplicación de mano de obra y fertilizantes en pequeñas porciones de tierra ha tenido (...) sus repercusiones sociales, puesto que establece una dependencia recíproca entre la densa población y el uso intensivo del suelo, donde lo uno hace posible lo otro (...). Una vez establecida, esta economía siguió funcionando por inercia: el agotador trabajo de muchas manos se convirtió en la norma, y los esfuerzos inventivos par ahorrar mano de obra fueron la excepción (...) el pueblo campesino, que hoy continúa siendo la base de la sociedad china, todavía se compone de unidades familiares que permanecen de generación en generación y dependen del uso de ciertas posesiones de tierra. Cada morada familiar es una unidad social y económica. Sus miembros se ganan el sustento trabajando en sus tierras, y su nivel social lo adquieren por pertenecer a dicho hogar. El ciclo vital del individuo en un pueblo agricultor se halla estrechamente vinculado al ciclo estacional de una agricultura intensiva. La vida y la muerte de los campesinos sigue un ritmo que se compenetra con el crecimiento y el cultivo de las cosechas” (Fairbank, pp. 38 y 45).

Sin duda, en la China de hoy, la mayor parte del PBI se genera en las ciudades y las industrias. Pero, al mismo tiempo, es un hecho que, incluso en la actualidad, la mayor parte de la población vive en el campo. Con mucho mayor motivo, entonces, cuando la revolución de 1949. Allí asistimos a un sujeto social campesino que vivía mayoritariamente en las condiciones aquí descriptas: una clase campesina pequeña propietaria o que había sido despojada de sus tierras.[11]

Las ciudades del “Tratado”

En la costa sur del país (ciudades como Shanghai, Hong Kong y otras), estaban radicadas tradicionalmente las sedes del comercio exterior chino. Estas ciudades, desde finales de los años 40 del siglo XIX (luego de la derrota de China en la “guerra del opio”) habían quedado bajo control de las potencias imperialistas: se las llamaba ciudades bajo Tratado. Pero junto con su evidente sometimiento y expoliación, fueron los centros de una incipiente industrialización y un relativamente pequeño pero muy dinámico proletariado.

Este es el proletariado que protagonizó la revolución frustrada de 1925-27 y que dio lugar a la conocida controversia acerca del carácter de la revolución china. No sólo entre el trotskismo y el estalinismo, sino incluso en el seno de la Oposición de izquierda. Contra Evgeni Preobrajensky (eminente economista, miembro de la Oposición hasta su capitulación), León Trotsky defendió que la revolución china tendría una connotación “más directamente socialista” desde su mismo comienzo que la rusa, en la medida en que el país se encontraba más sometido que la Rusia de los últimos zares al control directo de la economía mundial capitalista-imperialista.

China era a comienzos del siglo XX, entonces, una sociedad agraria de incipiente industrialización, enormemente desigual pero crecientemente integrada y subordinada al giro del capitalismo-imperialista mundial. Una economía proto-capitalista colonial emergente, claramente dividida, económicamente hablando, en dos regiones: la de las ciudades costeras, orientadas hacia el exterior –a la que se debe sumar, bajo la ocupación japonesa, el importante desarrollo industrial en la región norteña de Manchuria–, y un campo mercantilizado pero volcado sobre sí mismo.

El dirigente trotskista Ernest Mandel realizó un sobrio análisis de las condiciones más generales de la revolución de 1949 (aunque con otros problemas de análisis que veremos más abajo). Marcaba los contrastes del desarrollo extremadamente desigual de la China de mediados del siglo XX: “Con 500 millones de habitantes en un continente vasto como Europa; población nómada viviendo al lado de un proletariado moderno; la lámpara de kerosén y los hidrocarburos de Rockefeller penetrando las más pequeñas ciudades del sur, mientras la moneda permanece desconocida en vastas regiones; esta es la China de hoy, un clásico ejemplo del desarrollo histórico combinado (...). La penetración del capital internacional industrializó una insignificante franja costera y una miríada de provincias del norte; en el resto del país, fue limitada a la destrucción de una producción artesanal de siglos y a la opresión de los campesinos bajo la carga de la usura. Entre el capital internacional y la masa de la población china emergió una clase de intermediarios, los «compradores», que viven de la ganancia comercial garantizada a ellos por los inversores extranjeros y su conversión en capital usurario”.[12]

Esta industrialización de una franja “insignificante” del país, sumada al carácter parasitario de la clase de los compradores, hace a los retardos en el desarrollo de una clase burguesa específicamente capitalista. Fairbank documenta esto de manera convincente, señalando que, incluso en medio de un muy importante desarrollo del comercio, el peso rural de la economía y el hecho de la complementación de las labores agrícolas campesinas con el desarrollo de una artesanía familiar fueron elementos inhibidores de un desarrollo capitalista sobre la base de una mano de obra asalariada libre.

A esto se le vino a sumar la estrecha relación entre los ricos de las localidades (los terratenientes) con el funcionariado del Estado y la sistemática opción por el acaparamiento de tierras y la usura, algo que medió hasta prácticamente comienzos del siglo XX la emergencia de una clase capitalista independiente, que de todos modos permaneció siempre raquítica. No es casual que por esto, bajo el mando del Kuomintang en las primeras décadas del siglo XX, la clase burguesa se dividiera entre la directamente vinculada al imperialismo y la capa “capitalista-burocrática”, es decir, aquellas industrias bajo la gestión directa del Estado nacionalista o del grupo de familias íntimamente ligado a él.

En este sentido, “la industria estaba «ruralizada» (...) o «familiarizada» (...); es decir, el trabajo artesanal de las mujeres campesinas producía artículos en forma más económica de lo que podían hacerlo las industrias de la ciudad o las hilanderías de seda (...). No se trataba tanto de un síntoma de capitalismo incipiente como del ingenio del agricultor chino para complementar su insuficiente ganancia debida a parcelas de tierra demasiado pequeñas (...) el capitalismo no pudo prosperar en China porque el mercader nunca fue capaz de independizarse del control de la nobleza terrateniente y de sus representantes en la burocracia. En la Europa feudal (...) los burgueses medievales lograron su independencia estableciendo comunidades urbanas separadas de los feudos (...). En China estas condiciones no se dieron (...) la clase de la nobleza –como un estrato de elite sobre la economía campesina– encontró su seguridad en la tierra y en el cargo, no en el comercio y la industria. Entre ellos, la nobleza y los funcionarios se encargaron de mantener a los mercaderes bajo control y contribuyendo a sus arcas, en lugar de establecer una economía separada” (Fairbank, pp. 212 y 222).

Es en estas condiciones que se explica el retraso del desarrollo capitalista y el hecho de que, en sus comienzos, éste estuviera ligado a las ciudades costeras abiertas al comercio internacional y sometidas a las potencias extranjeras. Pero retraso no significa inexistencia de este incipiente desarrollo a partir de comienzos del siglo XX: “Un mayor comercio hizo crecer los pueblos mercantiles dedicados al comercio y la industria (...). Particularmente en el delta del Yangtsé, estos pueblos recién establecidos fueron testigos de cómo los talleres artesanales comenzaron a utilizar la mano de obra sobre una base capitalista. La élite del pueblo estaba constituida por mercaderes, mientras que una fuerza laboral libre para desplazarse, comenzó a aparecer como un genuino proletariado, a menudo organizado en cuadrillas laborales administradas por contratistas jefes. Cada vez más campesinos abandonaban la actividad agrícola por la artesanía, mientras otros se dedicaban al emergente sector del transporte” (Fairbank, p. 218).

Según otro especialista en China, B. I. Schwartz, “el aspecto teórico de la línea de Trotsky está marcado por la insistencia de que los intereses de la burguesía en las áreas atrasadas no están diametralmente opuestas a aquellos de la burguesía imperialista. Por el contrario, sus intereses ya están estrechamente ligados a aquellos del imperialismo mundial. El imperialismo ya ha hecho de las «relaciones capitalistas» la relación económica dominante en la sociedad china, incluso en el campo” (El comunismo chino y el ascenso de Mao, p. 82).

Revolución desde las cuevas

En abierto contraste con las ciudades costeras y la China del sur del valle del Yangtsé (la región más desarrollada del país a partir del siglo XVII), la China del norte, sede del PCCh a lo largo de más de una década, había sido la cuna histórica del Imperio, pero hacía siglos que había caído en el atraso más extremo.

Fairbank describe así la región de Yenan: “Desde el neolítico hasta el presente, el pueblo de China del Norte ha construido viviendas en fosas o casas en cuevas sobre el fino y volátil suelo amarillo de los loes, que cubre cerca de 260.000 kilómetros cuadrados de la China del noroeste, hasta una profundidad de 45 metros o más. El loes tiende a resquebrajarse verticalmente, lo que resulta muy útil para este propósito. Cientos de miles de personas viven hasta hoy en cuevas construidas en los costados de los farallones de los loes” (Fairbank, p. 36).

Es en estas cuevas en las que se refugiaron y vivieron durante años (1937-45) Mao y su Ejército Rojo campesino tras llegar a Yenan luego de la “Larga marcha”.[13] Es necesario subrayar el enorme contraste entre ambas zonas del país: se trataba de una región apartada y de un inmenso atraso respecto de la región sur en su conjunto, por no hablar de las ciudades costeras, señaladas como sede del emergente proletariado y “naturalmente” orientadas hacia el cosmopolitismo. Hasta en este aspecto la revolución china de 1949 fue el “modelo” opuesto a la revolución rusa de 1917 (o a la propia revolución obrera frustrada de 1925-27).

Así lo destaca el conocido biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher: “El maoísmo, desde el principio, fue semejante al bolchevismo en dinamismo y vitalidad revolucionarias, pero se diferenció de él por su relativa estrechez de horizontes y por la falta de contacto directo con los desarrollos críticos del marxismo contemporáneo. Uno vacila al decirlo, pero lo cierto es que la revolución china, que por su ámbito, es la mayor revolución de la historia, fue dirigida por el más provinciano e «insular» de los partidos revolucionarios. Esta paradoja muestra en todo su relieve el poder inherente de la propia revolución”.[14]

No nos detendremos a discutir ahora el carácter “revolucionario” que le atribuye Deutscher al PCCh ni los alcances del poder “inherente de la revolución”; sí queremos subrayar los elementos que destaca. Estrechez nacional, provincianismo e insularidad, agravados por el abandono total del trabajo urbano y el desplazamiento a las zonas campesinas y agrarias más atrasadas y aisladas del país: ésta fue la forja de la corriente maoísta y su aspiración a una estrategia “agrarista”.[15]

En el mismo sentido, agrega Deutscher: “Como señaló Lenin, el bolchevismo seguía las huellas de varias generaciones de revolucionarios rusos que habían respirado el aire de la filosofía y del socialismo europeos. El comunismo chino no tiene semejantes antepasados. La arcaica estructura de la sociedad china y la autosuficiencia, profundamente arraigada, de su tradición cultural, eran impermeables a los fenómenos ideológicos europeos” (Deutscher, p. 125).

¿Qué consecuencias tuvieron estos factores a la hora de la revolución de 1949? ¿Qué problemas acarreó su desplazamiento desde las zonas urbanas proletarias más avanzadas y cosmopolitas del país a las zonas más atrasadas, aisladas y agrarias? ¿Qué implicancias tuvo la orientación “romántico / agrarista” de la corriente Mao respecto de la verdadera naturaleza social y política de la revolución de 1949? ¿Hasta qué punto la ausencia total del proletariado y de elementos orgánicos de autodeterminación campesina afectó el carácter de la revolución? Estas son algunas de las cuestiones que intentaremos develar en este trabajo.

Comunidad de mercado

Si de lo que se trata es de establecer la dinámica socio-política de la revolución de 1949, es importante dejar establecida la estructura social del campo y las pautas de la rebeldía campesina. Nos apoyaremos aquí en Fairbank, Skocpol y Schwartz, todos especialistas en China. Hacemos la salvedad de que, dado que ninguno de estos autores es marxista, queda a nuestro cargo la interpretación de los hechos en clave del materialismo histórico.

Hay que partir de dejar establecido el carácter de pequeño propietario y productor privado del campesino chino. “Para comprender cabalmente esta situación en su particular forma china, hemos de notar que la unidad básica de comunidad en la China tradicional no era la aldea individual (es decir, un puñado de residencias campesinas y/o parcelas individuales), sino la comunidad de mercado, compuesta por un núcleo de aldeas. Como ha escrito G. W. Skinner: «lo que puede llamarse plano básico de la sociedad china era esencialmente celular. Aparte de ciertas zonas remotas y escasamente colonizadas, el paisaje de la China rural estaba ocupado por sistemas celulares de forma aproximadamente hexagonal. El núcleo de cada célula era de aproximadamente 45.000 poblados de mercado (a mediados del siglo XIX), y su citoplasma puede verse, en primera instancia, como la zona mercantil del mercado del pueblo. El cuerpo de la célula –o sea, la zona inmediatamente dependiente del poblado– típicamente incluía de quince a veinticinco aldeas, habitual, pero no necesariamente nucleadas». Aun cuando residieran y trabajaran en aldeas aisladas, la comunidad de mercado era el mundo local de los campesinos. Allí vendían y compraban regularmente en los mercados periódicos, obtenían servicios de artesanos, préstamos, participaban en los ritos religiosos y encontraban parejas para casarse.

“Los ricos de la localidad, no los campesinos, aportaban directa o indirectamente la guía para las actividades sociales organizadas dentro de la comunidad del mercado y representaban a la localidad en sus interfases dentro de la sociedad en general. Los clanes y muchos tipos de asociaciones que reclutaban campesinos organizados por doquier con propósitos religiosos, educativos, benéficos o económicos tendían todos a basarse en las comunidades de mercado y eran administradas por los ricos. Especialmente en las localidades más prósperas y estratificadas internamente, los ricos organizaban y controlaban las milicias y otras organizaciones que, en realidad, funcionaban como canales de control popular y socorro a los pobres. Irónicamente, esto significó que los ricos, en las zonas con más altas tasas de tenencia, acaso eran los menos susceptibles a las revueltas campesinas locales, basadas en los clanes, contra sus privilegios. Pero lo mismo ocurrió por toda China: los ricos, al crear y encabezar las organizaciones locales, se ganaban o cooptaban a los campesinos, aumentando así su poder de negociación local en relación con los funcionarios imperiales, desviando de sí mismos la potencial hostilidad” (Skocpol, p. 242).

En estas condiciones, “donde los nexos de asociación, clientelas y cuasi parentesco pasaban por encima de las distinciones de clase entre los campesinos y los terratenientes de la China tradicional, los campesinos de las aldeas estaban en gran parte aislados y en competencia entre sí. Como lo ha dicho Fei Hsiao-tung: «por lo que hace a los campesinos, la organización social se detiene en el vecindario apenas organizado. En la estructura tradicional, los campesinos viven en pequeñas células que son las familias, sin poderosos nexos entre células». Salvo donde las organizaciones dirigidas por los ricos desempeñaron una función clave (por ejemplo, al construir y mantener obras de riego), la producción agrícola era administrada por familias individuales, básicamente nucleares. Estas familias habían de poseer o alquilar sus propias tierras y poseer o comprar su propio equipo y (en caso de ser necesario) trabajo suplementario. Las familias constantemente estaban maniobrando para adquirir más de sus vecinos, en un sistema en que los factores de producción podían comprarse y venderse, y donde los muy pobres podían ser completamente derrotados. No había tierras comunes para que los propios campesinos las administraran; si los clanes o las organizaciones poseían tierras, eran administradas a su vez por los ricos o sus asociados. Y los campesinos rara vez cooperaban desempeñando labores agrícolas, salvo sobre una base comercial-contractual. En suma, a menos que los campesinos chinos se organizaran bajo la égida de los ricos, solían permanecer en un aislamiento competitivo” (Skocpol, p. 243).

La comunidad de mercado, como centro nervioso del campo chino, es un elemento de inmensa importancia para comprender su estructura. Tradicionalmente, el campo chino había estado enormemente mercantilizado, así en las formaciones precapitalistas no se tratara de un campo ya capitalista. Sin embargo, en el siglo XX, y como había establecido León Trotsky, en la medida en que los ricos chinos iban formando cada vez más parte del giro del capitalismo mundial, la revolución agraria contra los terratenientes se trataba de una revolución “anticapitalista”.

A este respecto, Mandel retoma el análisis de Trotsky:

“La usura era la consecuencia directa de la exorbitante tasa de renta que impedía que los campesinos acumularan al menos un fondo de reserva. Ella se expandió considerablemente con la comercialización de la agricultura que ligaba el valor de las cosechas a las fluctuaciones del mercado mundial (...) El histórico desarrollo desigual de China encuentra su más fiel reflejo en el desigual desarrollo de la agricultura en las diferentes regiones de China (...). En el norte de China, los pequeños terratenientes predominan; en el sur, los arrendatarios constituyen la mayoría del campesinado (...). En 1936, el profesor Chen Han-seng estimaba que el 65% del campesinado chino o no posee tierras o posee tan pocas que no puede vivir de ellas.

“La agricultura china está de todos modos marcada por una fuerte diferenciación en la forma de pago de la renta agraria (...). Los propios terratenientes son ellos mismos muy diferentes. En el norte, viven en general en sus tierras; el capital va de la ciudad al campo; los mercaderes tienden a transformarse en terratenientes. Por el contrario, en el sur, el propietario generalmente vive en las ciudades e invierte las rentas que recibe en finanzas o industria. El capital va del campo a la ciudad. En ambos casos, sin embargo, la capitalización de la renta agraria nunca se realizó por la vía de la industrialización y mecanización de la agricultura, el mejoramiento de la tierra o el crecimiento de la productividad del trabajo. Se hizo bien sacándole tierras al campesino arruinado y parcelándolo para otros campesinos que lo trabajaban con los mismos arcaicos métodos, bien por intermedio de la usura (...). Esto explica el considerable retraso en el desarrollo de la agricultura en relación al crecimiento de la población” (La tercera revolución china, pp. 154 ss.).

En suma, el carácter mercantil y no comunal del trabajo de la tierra, la adquisición de los bienes y la mercantilización tan acentuada del campo chino hacían que lejos de encontrarse en “comunidad”, los campesinos chinos compitieran entre sí. Y allí donde había organizaciones comunes, a su frente, en los centros de las localidades, estaban los ricos. No había entonces elementos o tradición de comuna rural “colectivista”, ni, por tanto, organizaciones propias independientes o semi-independientes de los campesinos. Sobre esta realidad de atomización y competencia entre sí de los campesinos se vino a montar el PCCh.

La ausencia de tradición comunal

Cabe comenzar por aclarar los términos. Por “tradición comunal” nos referimos a casos como la “comuna rural rusa” tratada por Marx en su famoso intercambio de cartas con Vera Zasulich o, por ejemplo, a países del altiplano latinoamericano, donde se llevaba a cabo la producción de una manera en gran medida colectiva. Esto creaba (y crea) la base material de una serie de tradiciones políticas y sociales de “democracia primitiva” entre los campesinos, mayormente ausentes en China.

Establecer esto es importante, porque autores como Deutscher afirman algo livianamente la existencia de una tradición comunal en China: “Cuando Marx y Engels hablaron de la clase obrera como el agente del socialismo, dieron por supuesta, obviamente, la existencia de esta clase. Su idea no era pertinente para una sociedad preindustrial en la cual aquélla no existiera. Hay que señalar que ellos mismos subrayaron esta cuestión más de una vez, y que incluso admitieron la posibilidad de una revolución como la china; así, en su correspondencia con los narodnikis rusos en los años 1870 y 1880. Sabemos que los narodnikis consideraban que la fuerza revolucionaria rusa fundamental, la constituían los campesinos, pues entonces no existía en el país una clase obrera industrial. Esperaban que, al preservarse la obshchina, la comunidad rural, la Rusia de los mujiks encontraría su propia vía al socialismo y evitaría pasar por el desarrollo capitalista. Marx y Engels no rechazaron esta esperanza como infundada” (Deutscher, p. 152). Lo que evidentemente se le escapa a Deutscher, es que en China no había, ni económica ni políticamente, tradición de comuna rural, sino algo totalmente diferente, una tradición de “comunidades de mercado”. Éste fue un factor decisivo en el que se apoyó el PCCh para inhibir toda posible dinámica de auténtica revolución socialista agraria.

Para terminar de dar cuenta de las características de la comunidad de mercado, es necesario incorporar más determinaciones. Dice J. K. Fairbank: “En todo caso, normalmente la vida del campesino chino no se veía confinada a un sólo pueblo, sino más bien a un grupo de aldeas que formaban un área comercial. Esa figura puede observarse desde el aire: una estructura celular de comunidades mercantiles, cada una centrada en una aldea dedicada al comercio y rodeada por un anillo de aldeas satélites. El campo prerrevolucionario chino era un panal de estas áreas relativamente autosuficientes. Desde la aldea comercial partían senderos (...) en dirección a un primer anillo de alrededor de seis aldeas, continuando hasta un segundo anillo compuesto por unas doce aldeas. Cada una de estas cerca de dieciocho aldeas tenía quizá 75 casas, y en cada una de ellas vivía una familia de cinco personas en promedio (...). Ninguna de las aldeas se encontraba a más de 4 kilómetros de la aldea comercial (...). Formaban (...) una comunidad de aproximadamente 1.500 hogares o 7.500 personas. La aldea funcionaba con días fijos de mercado (...) en esta pulso del ciclo mercantil, una persona de cada familia podía dirigirse al mercado cada tres días (...). En diez años, un agricultor habría ido unas mil veces al mercado. Así, aunque las aldeas no eran autosuficientes, la gran comunidad del mercado constituía una unidad económica y todo un universo social” (Fairbank, pp.45-46).

Así, un elemento distintivo señalado por todos los historiadores serios de China es el carácter fuertemente mercantil del campo prerrevolucionario chino. Este intenso desarrollo “mercantil simple”[16] no necesariamente implicaba que el campo fuese capitalista, pero fue adquiriendo cada vez más este carácter, a partir del imbricamiento de los ricos de las localidades con el capitalismo mundial.

En el mismo sentido se orienta el análisis de Theda Skocpol: “La revolución china es, de común consenso, la revolución social más obviamente basada en los campesinos de las tres que hemos presentado en este libro (la francesa, la rusa y la china). Así pues, por sorprendente que pueda parecer, las estructuras políticas agrarias de clase y locales de la China del antiguo régimen (...) se parecían a las de Inglaterra y Prusia en ciertos aspectos clave. Analizando las estructuras agrarias chinas en una perspectiva comparada, nos pondremos en posición de comprender los diferentes ritmos y pautas del interregno revolucionario de China entre 1911 y 1949. Una revolución campesina contra los terratenientes a la postre ocurrió, como en Francia y en Rusia, pero los campesinos chinos carecían del tipo de solidaridad y autonomía que ya existía en sus estructuras y que permitieron a las revoluciones agrarias de Francia y Rusia surgir rápidamente y con relativa espontaneidad, en reacción al desplome de los gobierno centrales de los antiguos regímenes. En contraste, la revolución agraria china fue más prolongada; y para su consumación requirió que la conquista militar estableciera «zonas de base», dentro de las cuales pudieran ser creadas para los campesinos organizaciones colectivas y libertad del control directo de los terratenientes” (Skocpol, p. 240).

Se trata de un elemento de inmensa importancia para el decurso de la revolución: la ausencia en China de una tradición de acción y organización independiente de su población campesina. Si, desde antiguo, las organizaciones de las localidades eran copadas por las capas superiores de los ricos de las villas, en el proceso revolucionario estas organizaciones fueron copadas y/o cooptadas por el PCCh.

Esto mismo es lo que subraya una y otra vez Peng Shu-Tse en su Informe: “Este movimiento bajo el liderazgo del PCCh no sólo se negó a movilizar las masas trabajadoras, sino que incluso se abstuvo de llamar a las masas campesinas a organizarse, a pasar a la acción, a involucrarse en una lucha revolucionaria (echar a los terratenientes, distribuir la tierra, etc). Como muestran los hechos, el PCCh sólo se basó en la acción militar del ejército campesino en vez de la acción revolucionaria de las masas obreras y campesinas”.

Continuemos con el análisis de Skocpol:

“Como en la Francia del siglo XVIII y en la Rusia zarista después de la emancipación, la vida agraria en China había sido considerablemente modelada por las relaciones rentistas entre campesinos y terratenientes, aun cuando el grado de desigualdad de tenencia de la tierra fuese menor en China. Cerca del 40% de todas las tierras estaba alquilado, relativamente mucho más en el sur y menos en el norte [lo que marca un mayor desarrollo relativo proto-capitalista del campo en el sur que en el norte. RS]. Entre el 20 y el 30% de todas las familias campesinas alquilaban todas las tierras que trabajaban, y muchas tenían las partes alquiladas para suplementar sus propias pequeñas tenencias. Los terratenientes que no trabajaban ni vivían en las aldeas (aunque a menudo vivieran en los pueblos locales) poseían cerca de tres cuartas partes de las tierras alquiladas. Esto significa que poseían alrededor del 30% de las tierras en total, y tales tierras les producían rentas hasta del 50% de la cosecha. Por estos simples hechos acerca de la tenencia de la tierra, podríamos concluir que los terratenientes chinos eran considerablemente más débiles y los campesinos chinos considerablemente más fuertes que sus homólogos respectivos en Francia y en Rusia.

Pero no ocurrió así, ni en lo económico ni en lo sociopolítico. Es importante recordar que la clase acomodada china asignaba sus excedentes no sólo mediante alquileres de tierra. También obtenía ingresos mediante tasas de interés de usura en los préstamos a los productores campesinos, compartiendo los impuestos imperiales y las sobretasas locales, y exigiendo ciertas cantidades para organizar y dividir las organizaciones y los servicios locales (como clanes, sociedades confucianas, obras de riego, escuelas y milicias). De manera semejante, los impuestos imperiales eran una fuente de ingreso para las clases dominantes francesa y rusa, pero la usura y los diversos impuestos y cargos locales fueron formas de asignación de excedentes mucho más distintivas de los ricos chinos. A su vez, éstos reflejaron y dependieron del hecho de que, en agudo contraste con los señores franceses y los terratenientes rusos, los ricos chinos tenían una posición preponderantemente organizativa dentro de las comunidades locales. Su posición fue un tanto análoga, especialmente en sus consecuencias políticas sobre el campesinado, a la hegemonía local de la clase terrateniente inglesa y a los junkers prusianos” (Skocpol, p. 240-41).

Esto es, las organizaciones de los centros de las localidades, estaban políticamente copadas por los señores y no eran organizaciones propias de las comunidades campesinas, cuestión claramente distintiva a la tradición comunal rusa.

“Los campesinos chinos no tuvieron sus propias comunidades de aldea en oposición a los terratenientes. Y aun cuando eran pequeños terratenientes (...), los campesinos chinos, como sus desventurados homólogos ingleses y prusianos, carecían de nexos entre sí que pudiesen apoyar la solidaridad de la clase comunal contra los ricos. En cambio, los ricos nobles chinos dominaban las comunidades rurales locales de tales maneras que simplemente, favorecían la posición económica (por simple tenencia de la tierra) y mantenían a un campesinado fragmentado internamente bajo un firme control sociopolítico” (Skocpol, p. 241).

Es decir, la propia formación no comunal del campesinado chino (básicamente propietario y trabajador privado) hizo a la tradicional falta de elementos de agregación y organización comunes, elemento en que se montó el dominio de los ricos de las villas y, posteriormente, el propio encuadramiento del PCCh en el campo.

A una conclusión análoga llega el especialista chino en estudios agrarios Qin Hui, que compara las tradiciones rurales rusa y china: “La apuesta fuerte de Stolipin [a la privatización de las tierras] fracasó porque subestimó la cohesión moral de las comunidades aldeanas rusas, que se resistían a que las familias aisladas se «apartaran» de las prácticas de propiedad colectiva de la tierra (...) las comunidades aldeanas (...) tenían una tradición igualitaria muy fuerte, pero también autónoma que unía a todos los campesinos en una economía moral común. La colectivización soviética se demostró un desastre. En China, por otra parte, el partido tenía un fuerte arraigo en el campo, por lo que disfrutaba del respeto de los campesinos después de la liberación, mientras que las aldeas carecían del tipo de organización autónoma y colectiva que distinguía al mir [comuna] ruso (...). Más o menos coincido con esta descripción de las colectivizaciones rusa y china, aunque creo que en China la falta de instituciones autónomas aldeanas fue mucho más importante que la implantación del partido en el campo (...) precisamente porque los campesinos chinos carecían de lazos comunes, eran bastante incapaces de oponer una resistencia colectiva a la voluntad del Estado del tipo que enarboló la tradición del mir en Rusia. Para un estado autoritario fuerte, resulta mucho más fácil controlar un campo atomizado que uno comunizado” (en New Left Review, pp. 149-150). Ya volveremos sobre esto al analizar las afirmaciones sobre la supuesta existencia de formas orgánicas de democracia agraria en la revolución de 1949.

En todo caso, a nuestro modo de ver están claras las graves consecuencias que tuvo la ausencia de auténticas tradiciones comunales en cuanto a la definición  del carácter de la revolución china de 1949. Esta realidad histórica se entronca con los clásicos análisis de Marx sobre las dificultades de la agregación campesina y la facilidad del dominio bonapartista “popular” sobre esta base social, incluso en condiciones revolucionarias.

A esto cabe agregar un elemento idiosincrático chino: la “distinta relación de los seres humanos con la naturaleza constituye uno de los contrastes más sobresalientes entre la civilización oriental y la occidental: en ésta el hombre ha sido siempre protagonista (...). Para apreciar la magnitud de esta brecha sólo tenemos que comparar el cristianismo con la relativa impersonalidad del budismo. O comparar un paisaje Song – con sus diminutas figuras humanas empequeñecidas por peñascos y ríos– y un primitivo italiano, donde la naturaleza no es lo que interesa en primer término (...)  uno de los lugares comunes del saber popular chino es la absorción del individuo tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la colectividad social” (Fairbank, pp. 38 y 40).

Esta característica histórica –de manera subordinada, sin duda– también contribuyó a la “normalidad” de la ausencia de elementos de autodeterminación agraria en las zonas más atrasadas del campo chino, en las que era más marcada la impronta de la tradición confuciana. Esto es, las reglas ancestrales de disciplina familiar y hacia el Estado características de la sociedad china a lo largo del Imperio. No es casual que Chen Du-Xiu le diera tanta importancia a la lucha contra esta herencia de la hora de la fundación de la tradición socialista. Por supuesto, este elemento no puede ser interpretado en clave determinista: la revolución se debe llevar a cabo en las condiciones reales tal como son. Pero no se debe desconocer el peso de este tipo de elementos si no se los enfrenta de una manera consciente.

Pautas de la rebeldía campesina

Esto no quiere decir, claro está, que no hubiera en China tradición de rebeliones campesinas. Por el contrario: a lo largo de siglos, China había estado marcada por rebeliones que llegaron a ser inmensas y abarcar a millones de campesinos, desarrollándose por años, como fue el caso de la rebelión de los Taiping a mediados del siglo XIX, que ocupó un período de 15 años.

“Dadas las características de las comunidades locales, no resulta sorprendente que, en la última época imperial, la inquietud agraria pocas veces tomara la forma de ataques concertados de los campesinos contra los terratenientes dentro de sus comunidades (...) las formas más prevalecientes y mejor organizadas de rebelión agraria incluían ataques a los agentes oficiales del Estado imperial (...) especialmente, contra las «malas prácticas», como corrupción oficial, acaparamiento de granos y precios y rentas consideradas exorbitantes. Asimismo, las sociedades secretas no confucianas que trataban de reclutar a campesinos pobres frecuentemente elaboraron ideologías milenaristas, que presentaban sueños utópicos de justicia política e igualdad de acceso a la tierra.[17] Sin embargo, en materia de organización, todas las formas más sostenidas de revueltas basadas en los campesinos, más tarde o más temprano fueron dirigidas o infiltradas por no campesinos (...) frecuentemente fueron encabezadas por mercaderes o por presuntos letrados que no habían pasado los exámenes imperiales; es decir, por individuos en las márgenes de la riqueza (...). Los motines contra los impuestos o los funcionarios fueron dirigidos muy a menudo por los propios ricos de las localidades” (Skocpol, p. 245).

Nuevamente, constatamos la ausencia de un patrón de acción autónoma campesina. Es significativo que “sólo los ricos tenían las conexiones y los intereses que salvaban las brechas entre los poblados administrativos y los extensos campos poblados. En la cumbre de su poder, a mediados del siglo XIX, la rebelión Taiping estaba mostrando tendencias similares, aún cuando no lograra ganarse el apoyo de los ricos campesinos, fracaso que puede ayudar a explicar su derrota final. A lo largo de toda la historia de la China imperial, las quejas de los campesinos fueron combustibles de revueltas, especialmente de las rebeliones triunfantes, que simplemente revitalizaron el sistema existente, pues los campesinos carecían de la autonomía local, basada en la comunidad, para hacer que su resistencia fuera siquiera potencialmente revolucionaria (...).

“Mientras los terratenientes ingleses del siglo XVII y los prusianos del siglo XIX eran los amos de sectores agrarios que –aunque de diferentes maneras– estaban pasando con éxito a la producción capitalista, los ricos chinos formaban la clase dominante de una economía agraria significativamente comercializada, pero estancada en su desarrollo. Además, los ricos chinos no se hallaban sobre campesinos de clase media ni sobre labradores, sino sobre una masa de pequeños terratenientes, que en su mayoría tendrían mucho que ganar si las tierras de los ricos eran redistribuidas y quedaban abolidas las asignaciones de su excedentes (...)

“En contraste con los junkers prusianos, los ricos chinos (especialmente a partir de mediados del siglo XIX) se encontraban cada vez más en pugna con la monarquía y sus agentes burocráticos (...). Los ricos asentados en las localidades y las provincias desempeñaron un papel activo, haciendo caer la dinastía y desmantelando el Estado imperial en 1911 [esto es, en la revolución burguesa. RS] e inmediatamente después” (Skocpol, pp. 245-246).

Por otra parte, se hacen patentes las contradicciones que limitan su papel “revolucionario” procapitalista y le impiden ser consecuentes con sus tareas históricas planteadas: “A diferencia de la clase alta de los hacendados ingleses[18], los ricos chinos, históricamente, dependían de un Estado imperial centralizado y considerablemente burocrático. No había un Parlamento nacional que uniera a los representantes de la clase dominante de todas las diversas comunidades de mercado. Históricamente no se había desarrollado la sencilla conjunción del poder local y el nacional en un país tan vasto como China, con sus diversos niveles de administración que intervenían entre Pekín y cada localidad. En cambio, los ricos chinos, con raíces locales, se hallaban unidos en bases regionales sólo por su participación y cooperación con la burocracia imperial confuciana. De manera similar, sólo el unificado poder administrativo y coactivo del Estado imperial podía aportar cierto apoyo, a largo plazo, a la posición de clase dominante de los ricos” (Skocpol, p. 246).

La clase rica terrateniente proto-burguesa del campo chino, entonces,  no podía ser consecuente siquiera en el terreno de la revolución burguesa, en la medida en que estaba atada por mil hilos de dependencia con el pasado imperial chino y con el propio imperialismo europeo: “La ironía es que aun cuando los ricos chinos, durante el período que desembocó en 1911, habían tenido la capacidad y el interés de socavar el Estado imperial, una vez que ello ocurrió, se encontraron vulnerables, como clase, a toda fuerza política organizada extra-localmente que se revolviera a atacar su posición en el orden agrario” (Skocpol, p. 247). Es en este marco donde se coloca el rol que cumplió el PCCh en el campo.

El bandolerismo social

Sin embargo, había una tradición en el campo chino con ciertos elementos independientes: la tradición del “Haiducry” o bandidismo social. Luego veremos cómo Mao se sirve de y se apoya en esta tradición para poner en pie su “Ejército Rojo” de milicias campesinas.

“Tal fuerza antiterrateniente tampoco sería capaz de reclutar partidarios campesinos para una lucha contra los ricos terratenientes. Es cierto que los campesinos asentados, y con trabajo, serían difíciles de alcanzar al principio. Pero había un componente, del ciclo, a largo plazo, del declinar dinástico: la rebelión; y una renovación que requería una mayor autonomía insurreccionaría campesina, en lugar de procesos en las comunidades asentadas, o que envolvieran a estas. Durante los períodos de debilidad de la administración central y de deflación y catástrofe en la historia china –fenómenos que solían ocurrir juntos–, invariablemente floreció el «bandidismo social»” (Skocpol, p. 247).[19]

Se trata, claro está, de un fenómeno de los oprimidos, pero nada tenía que ver –como sujeto– con la clase obrera urbana: se trataba de un sector social distinto, proveniente y emergente de otra estructura social y otras tradiciones. Sobre esta base social se apoyó la emergencia del “maoísmo” como corriente particular dentro del PCCh, y que luego se haría hegemónica.

“Precisamente porque las relaciones agrarias chinas estaban considerablemente comercializadas, los campesinos no fueron a menudo protegidos por sus nexos comunales en la aldea contra las dislocaciones económicas. Durante los períodos del declinar económico, los campesinos más pobres, especialmente en las comunidades que no contaban con una élite local acomoda que les diera empleo, perdían su propiedad, su medio de vida y aun su familia, y se veían obligados a emigrar para evitar morir de inanición. Los emigrantes empobrecidos a menudo se reunieron como bandidos o contrabandistas que operaban en las «zonas limítrofes», en los bordes del imperio, o en las intersecciones de las fronteras provinciales, lugares donde estaban fuera del alcance de los ricos locales y del Estado imperial cuando no se encontraba en la plenitud de su vigor” (Skocpol, p. 247).

Eran, entonces, campesinos que, al ir quedándose sin el medio elemental de vida campesina, la tierra, se veían incluso obligados a vender a sus esposas e hijos como esclavos. Estos elementos, tal como luego fue el caso de la guerrilla de Mao, se ubicaban en los “intersticios” de la sociedad, en las zonas limítrofes donde no podía llegar el poder del Estado, fuera imperial o “nacionalista” en la primera mitad del siglo XX.

“Para sobrevivir o prosperar, los bandidos atacaban a las comunidades asentadas y, siempre que les fuera posible, especialmente a sus miembros más ricos; porque atacar a los ricos, llevaba al máximo los ingresos de los bandidos y también aumentaba las oportunidades de liberarse de ser capturados por las autoridades. Por tanto, en tal bandidismo social se expresó la lucha de clases, aún cuando fuera indirectamente y, a través de la historia, siempre efímeramente” (Skocpol, p. 248). Esto fue así, precisamente, hasta Mao. Luego veremos, con Schwarz, la especificidad de la corriente Mao y su opción estratégica por el campesinado. Pero sigamos con Skocpol:

“El siglo XIX y la primera mitad del XX constituyeron un período de decadencia dinástica e interregno político en China. Dificultades económicas, empobrecimiento de los campesinos, difusión del bandidismo social y violentos conflictos entre milicias locales; grupos de bandidos y señores de la guerra y/o ejércitos «ideológicos» caracterizaron todo el período (...). Como hemos visto, este período de decadencia del gobierno central se vio complicado de maneras nuevas por las intrusiones imperialistas occidentales y japonesa. Sin embargo, aunque el imperialismo dislocó y revolucionó la política nacional y de la clase dominante, no alteró básicamente la situación económica y política de la vasta mayoría de los campesinos y las comunidades rurales. Salvo en las cercanías de los «puertos del tratado», las principales vías navegables y la escasa red ferroviaria (construida después de 1880), las redes de mercado, agentes y pautas de cambio tradicionales no fueron desplazados por el moderno desarrollo económico. Los campesinos siguieron trabajando con técnicas tradicionales, cultivando básicamente cosechas de subsistencias y a vender para pagar su alquileres y sus impuestos” (Skocpol, p. 248). 

Esta es la situación que se da en el campo entre los años 1911 y 1949. La revolución burguesa de 1911 no cambia nada esencial de la vida campesina. Al respecto, “el Partido Comunista, operando en el marco de la fragmentación político-militar, a la postre consideró necesario tratar de fundir sus esfuerzos con las fuerzas del bandidismo social de base campesina para formar un «ejército rojo» capaz de tomar y conservar regiones que después administraría. Entonces, bajo la protección aportada por los militares comunistas y sus controles administrativos, la política local fue finalmente reorganizada de tal manera que permitiría a los campesinos la influencia colectiva contra los terratenientes de la que históricamente habían carecido. Una vez que esto ocurrió –como en el norte de China durante el decenio de 1940-9– los campesinos se levantaron violentamente contra los restos de la clase rica y destruyeron sus posiciones de clase y poder. Así, la contribución campesina a la revolución china se pareció mucho más a una respuesta movilizada a las iniciativas de la élite revolucionaria que las contribuciones de Francia y Rusia” (Skocpol, p. 250).

Quedan así establecidos los elementos de “encuadramiento” campesino por parte del PCCh, contra los análisis fantasiosos de la revolución china que se refieren a la “autodeterminación campesina”. Veremos esto más adelante.

 “Las razones de este aspecto movilizador de masas tuvieron poco que ver con la ideología revolucionaria y mucho con las «peculiaridades» (...) de la estructura sociopolítica agraria china. Tal estructura no permitía a los campesinos chinos establecidos la autonomía institucional y la solidaridad contra los terratenientes. Pero, en períodos de crisis político-económica, sí generó parias marginados, campesinos pobres, cuyas actividades exacerbaron la crisis y cuya existencia aportó un apoyo potencial a las rebeliones encabezadas por una élite, incluyendo, en el marco del siglo XX, un movimiento revolucionario. Así, las actividades de los comunistas chinos después de 1927 y su triunfo final en 1949 dependieron directamente de los potenciales insurreccionales y de los bloqueos a las revueltas campesinas autónomas que ya existían en el orden agrario chino” (Skocpol, p. 250).

Este “bloqueo” de los elementos de autodeterminación agraria y la fusión con las tradiciones de bandolerismo social dan elementos para explicar el rol del PCCh en la revolución de 1949 en conjunto con la inmensa importancia de su gravitación social hacia el “modelo” de la URSS estalinizada.

 

II. De la revolución de 1911 a la revolución de 1949

 

Como producto de la limitada revolución burguesa de 1911, la élite confuciana –letrados y funcionarios– se desintegró en tanto que cuerpo estructurado, administrativo nacional y cultural. En consecuencia, una vez caída la fachada de la autoridad imperial, el poder del Estado en China se fragmentó y atomizó en aquellos centros regionales, provinciales y locales en que había estado acumulándose durante decenios. Esto tuvo su especificidad a causa del papel de sus organizaciones militares de base regional, lo que dio lugar a un interregno hasta la revolución de 1949 caracterizado por el dominio de la política china por los “señores de la guerra”, provenientes de los estratos ricos de la clase dominante local.

Dado que los campesinos chinos en principio no se hallaban en una posición de levantarse colectiva y autónomamente contra los terratenientes, la disolución del sistema imperial en 1911 no creó directamente circunstancias favorables para la revuelta campesina. La base socioeconómica local de los ricos, sus tierras y su liderazgo en las organizaciones comunitarias no fueron socavadas. Esto muestra los límites de la revolución burguesa china de 1911, a la que Trotsky caracterizó como antimonárquica pero no antiimperialista, en la medida en que Sun Yat-Sen –a quien las masas chinas consideran el padre de la república burguesa– se apoyaba en el imperialismo japonés y contaba con el visto bueno del resto de las potencias imperialistas.

En el país se impuso el dominio de tales señores bajo la forma de agrupamientos político-militares independientes, cada uno de los cuales controlaba el territorio y explotaba las riquezas locales. Cada uno, como sistema, era similar a los demás; se diferenciaban, básicamente, en la escala. Como estos regímenes se encontraban en continua competencia entre sí, sus principales actividades eran la exacción de riquezas, el reclutamiento militar, las negociaciones con aliados potenciales y partidarios extranjeros y, desde luego, una violenta guerra civil larvada o abierta.

El escenario fue de fragmentación política y territorial, a la que contribuían no sólo los señores de la guerra, sino las principales ciudades costeras sometidas a las potencias imperialistas por tratados. Y también la ocupación japonesa, que planteó la pérdida de unidad nacional del país, algo que el dominio de Chiang Kai-Shek nunca logró resolver. Esto mismo es lo que explica la emergencia y la posibilidad de las regiones “liberadas” en el inmenso campo chino, en las cuales se asentó el PCCh y el ejército rojo maoísta.

Para la sociedad china en su conjunto, la época de los señores de la guerra fue un círculo vicioso, por decir lo menos: una tremenda calamidad, un estado de guerra civil permanente. Dentro de un equilibrio general de debilidad, la reintegración política nacional se hizo imposible. De allí el fuerte sentimiento nacional que animara a Mao y la consigna que recorre toda la vida del maoísmo de “salvar la nación”.

Sin embargo, hubo una fuerza basada en las ciudades: el Kuomintang.

“Estos «modernos» nacionalistas, se concentraban ante todo en las grandes ciudades costeras, muchas de las cuales eran puertos occidentalizados del «Tratado». Estas mismas ciudades fueron las primeras sedes de los movimientos antiimperialistas de masas, secuela de la Iº Guerra Mundial, cuyas disposiciones enfurecieron a los chinos, ya que abiertamente desdeñaban las aspiraciones de integridad nacional. Contra este fondo, no es de sorprender que los primeros dirigentes y las bases populares organizadas, tanto del Kuomintang como del PCCH, procedieran de estos centros urbanos «modernizados» de la China de comienzos del siglo XX. (...)

“El triunfo final de los comunistas dependió de su capacidad de penetrar en las comunidades rurales, desplazar los restos de la clase acomodada y movilizar la participación campesina hasta un grado sin precedentes en la historia china. Pero la supervivencia y la victoria final también dependió de la incapacidad del Kuomintang para consolidar el poder del Estado sobre una base urbana (...). Hay que tratar de comprender porqué este movimiento de bases urbanas no pudo triunfar en China, en contraste con los bolcheviques y los jacobinos, que sí pudieron consolidar el poder del Estado sobre bases urbanas en sociedades predominantemente agrarias y campesinas” (Skocpol, pp. 379 y 378).

Es decir, hay que dar cuenta de las razones del triunfo de una estrategia “campesinista” en detrimento de una fundada en los polos más avanzados del país y –desde el punto de vista marxista– en la emergente clase trabajadora:  “ningún régimen basado principalmente en el sector urbano moderno, centrado en los puertos del Tratado, podía esperar con realismo consolidar el poder del Estado centralizado en la China posterior a 1911 (...) estas modernas ciudades chinas se hallaban orientadas hacia fuera, situadas en los bordes del ámbito continental” (Skocpol, 385).

Para Skocpol, entonces, esta estrategia de unificación nacional no podía imponerse debido a que la clase dominante local, los ricos de las villas, permaneció arraigada en el fondo de la antigua jerarquía administrativa, sobre el nexo del nivel básico entre la ciudad y el campo. Pero aun así, la razón del fracaso de la revolución urbana y proletaria, está en otro lugar, íntimamente relacionado con la orientación y el significado del maoísmo.

Chen Du-Xiu

“La Primera Guerra Mundial tuvo un importante consecuencia para China en la emergencia de un proletariado moderno. La preocupación de los aliados por la guerra en Europa y la tremenda demanda mundial de bienes de todas las clases estimularon el crecimiento de una industria china de gran escala, y por tanto creó una clase obrera industrial”[20].

Es en estas condiciones que fue fundado en 1921 el Partido Comunista. En los primeros años, el PC tuvo un crecimiento sorprendente. Muy rápidamente arraigó en el emergente y dinámico movimiento obrero chino, sobre todo, inicialmente, entre los trabajadores ferroviarios y marineros. Se caracterizó entonces por su penetración en la clase obrera, aunque recién en 1925 el PCCh logra ganarle la dirección sindical nacional al anarquismo, de fuerte presencia en China en las primeras décadas del siglo XX. En ese período, “el partido trató de organizar a todo el proletariado en una red de sindicatos industriales (...) vinculados en federaciones (...) y todas ellas unidas en un Sindicato General del Trabajo, controlado por el propio partido. En unos pocos años de intensos esfuerzos, un puñado de jóvenes intelectuales (...) logró (...) crear o penetrar y adueñarse de centenares de sindicatos, varias grandes federaciones y una organización nacional que a mediados de 1927, afirmo contar con cerca de tres millones de miembros” (Skocpol, p. 381).

Partimos de Chen Du-Xiu no sólo por ser el verdadero fundador del comunismo chino [21], sino porque además, configura una escuela opuesta por el vértice a lo que vendría a expresar luego la corriente Mao: “esta filosofía implicaba un total rechazo de la cultura tradicional china en todas sus manifestaciones: budismo, taoísmo y confucionismo. Budismo y taoísmo, porque su sesgo de alejamiento del mundo había paralizado la energía de China por siglos. El confucionismo (...) había sofocado el individuo en una red de obligaciones sociales y familiares. El resultado final, había sido la pasividad, el estancamiento, la impotencia” (Schwartz, pp. 8-9).

Chen ingresa a la vida cultural y política buscando elementos para quebrar esta tradición secular, y encarnó este período fundacional como primer secretario general del partido. Tenía una aspiración que era  universalista y cosmopolita en la búsqueda de sacar el país del atraso, y al mismo tiempo antiimperialista, pero no nacionalista en el sentido estrecho del término, como sí lo fue la tradición que encarnó Mao en el período posterior.

Jefe del departamento de Literatura de la Universidad de Pekín, quedó envuelto en la actividad de sus estudiantes en el movimiento del 4 de mayo (1919) en rechazo del vasallaje que se le imponía a China por el Tratado de Versalles.[22] Gran organizador de masas y con enorme vocación hacia el proletariado, Chen expresaba, insistimos, una tradición opuesta a la de Mao, cortada de cuajo luego de la derrota de la revolución de 1925-27 y de la burocratización y “campesinización” del PCCH. De hecho, Chen fue destituido del cargo de secretario general del PCCh en agosto de 1927 y expulsado del partido a fines de 1929, acusado por la Komintern de Stalin como “traidor” y dando con sus huesos en las cárceles de Chiang Kai-Shek por gran parte de la década del 30.

La abnegada veta proletaria y socialista de Chen se puede identificar en su apreciación de los ejércitos nacionalistas del Chiang Kai-Shek. Sobre la famosa “expedición al norte del país para enfrentar a los “señores de la guerra”, Chen decía en junio de 1926 que estaba “concebida como una acción militar con el objetivo de extender las fuerzas revolucionarias del sur al norte y de derribar los militaristas de Peiyang. Consecuentemente, está concebida como parte de la revolución nacional. No obstante, el verdadero objetivo de la revolución nacional es acabar con el imperialismo y el militarismo por las masas de todas las clases y la liberación de todo nuestro pueblo, particularmente los obreros y campesinos. Sin embargo, si la expedición del norte es llevada adelante por una turba variopinta de aventureros militares y políticos interesados en alcanzar sus objetivos privados, incluso si la victoria es alcanzada, sólo será la victoria para los aventureros militares y no para la revolución” (citado por Schwartz, p. 57).

También le es característico su ángulo internacionalista, a pesar de que, aparentemente, Chen nunca había salido de China: “Chen se negaba a establecer distinciones entre los explotadores extranjeros y una burguesía nacional progresiva. «Si el capitalismo fuera bueno», decía, «debería ser bienvenido, sea nacional o extranjero. Si es el diablo, debe ser enfrentado, sea en el interior o en el exterior... sólo nuestros trabajadores pueden obtener el objetivo de la independencia de China. Los llamados capitalistas nacionales, son todos directa o indirectamente compradores del capital internacional. Ellos simplemente ayudan a los capitales extranjeros a explotar China»” (Schwartz, p. 29).

En estas condiciones, Chen tuvo el drama de ceder a la autoridad de la Internacional Comunista –ya bajo el yugo de Stalin–, que obligó a la aplicación de una orientación totalmente oportunista que terminó en los desastres de las masacres de Shanghai (abril) y Cantón (diciembre) en 1927. Sin embargo, sus inclinaciones políticas “naturales” –más allá de su débil formación teórica marxista–, ameritarían definirlo como un proto-trotskista ya en los años 20 (caracterización que también recoge Nahuel Moreno). Así lo señala Schwartz: “debemos concluir en que la actitud de Chen Du-Xiu durante el breve período antes de someterse a la disciplina de la Komintern puede ser definida como «proto-trotskista». El es, como si dijéramos, un trotskista por instinto antes de que el trotskismo emergiera como fenómeno distintivo, y sin la capacidad de Trotsky para la racionalización teórica” (Schwartz, p. 29).

Esto es válido no sólo para el período previo al curso oportunista. Cuando comenzó la pelea abierta dentro del PCCh en 1927, Chen aparece afirmando la necesidad de ser independientes respecto del Kuomintang y de que la revolución agraria se lleve a cabo bajo la hegemonía del proletariado urbano. Al respecto, Schwartz observa que era criticado de “trotskista” por los agentes de Stalin y Bujarin en el partido, aunque Chen no conocía por entonces las posiciones de Trotsky sobre China, acalladas por la burocracia de la III Internacional. Aparentemente, recién tuvo la oportunidad de leer más ampliamente textos de Trotsky durante su estadía en la cárcel, en la primera mitad de la década del 30.

Decía Chen: “El nivel cultural de los campesinos es bajo (...) sus fuerzas están dispersas y están inclinados al conservadurismo... Al ser productores independientes, no son fácilmente proclives a la socialización (...). El campesinado constituye la inmensa mayoría del pueblo chino y es, obviamente, una gran fuerza en la revolución nacional. Si la revolución china no alista a los campesinos, le será más difícil triunfar como una gran revolución nacional” (citado por Schwartz, p. 65). Por esto, agrega que lejos de “dejarle el campesinado a la burguesía, el PCCh hizo grandes esfuerzos (...) para ganar el control del movimiento campesino”. Es decir, Chen buscaba ganar a los campesinos sobre la base de afirmar la hegemonía del proletariado. De Chen a Mao hay un quiebre de tradiciones, y ambos representaron tipos acabados de tendencias opuestas.

La revolución de 1925-27

“Los años 1925-27 contemplaron la erupción de todas las contradicciones nacionales e internacionales que desgarraban a China (...). Pero la característica más sobresaliente de los acontecimientos –una característica que no se halla en la siguiente revolución china y que, por tanto, se olvida o ignora fácilmente– fue la revelación del extraordinario dinamismo político de la pequeña clase obrera china (...). Nunca se subrayara lo suficiente que en 1925-27 la clase obrera china desplegó casi tanta energía, iniciativa política y capacidad de dirección como los obreros rusos en la revolución de 1905” (Deutscher, p. 128).

Se trató en realidad de un proceso comenzado en 1919, con el ya citado Movimiento del 4 de mayo de estudiantes y docentes. El período de la década del 20 vio nacer al Partido Comunista fundado por Chen Du-Xiu y un impulso vital de enorme pujanza en la organización de la joven clase obrera china, que dio lugar a esta revolución traicionada y derrotada producto de la política de Stalin.

Con el desarrollo industrial originado por la guerra, el proletariado pasa de uno a dos millones de personas en pocos años, a cuya vanguardia están los 200.000 obreros chinos que habían ido a trabajar a Francia. Recién en 1918 se funda el primer sindicato de trabajadores, pero rápidamente se produce una fusión entre el movimiento estudiantil y el naciente movimiento obrero. Esta emergente organización obrera gira en torno a los marineros de Hong Kong y de los ferroviarios del centro y norte del país. Durante todo 1925 hay grandes luchas obreras, ascenso que tiene su punto culminante en una larga huelga general en Hong Kong que dura meses y que deja de hecho el poder en manos de los piquetes obreros en Cantón. Pero el Kuomintang contraataca y el 29 de julio de 1926 se declara la ley marcial en Cantón y más de 50 trabajadores son asesinados. Sin embargo el ascenso obrero no cede, a la vez que comienza un importante ascenso campesino, expresado en un proceso de organización por distritos que llega a agrupar a 2 millones de miembros en sindicatos campesinos.

Cabe aclarar que en este periodo inicial de la organización campesina vinculada a la revolución obrera en curso en las ciudades, sí hubo elementos de autodeterminación agraria. Harold Isaacs se refiere a esta experiencia, desarrollada en contra de la línea de Stalin: “Stoler, Browder y Doriot descubrieron que en Hunan los campesinos estaban tratando, a su propia manera, de crear precisamente el tipo de órganos locales de poder de los que Trotsky había hablado” (La tragedia de la revolución china, Los Angeles, Stanford University Press, 1951, p 228).

Pero al calor de este proceso, Stalin fuerza la creciente capitulación del PCCh al Kuomintang y rechaza el pedido que le hiciera Chen de que se le entregaran 5.000 fusiles rusos a los obreros. El Partido Comunista fue forzado a entrar el Kuomintang y a subordinarse cada vez más a la dirección nacionalista del Chiang Kai-Shek. A pesar de aceptar las imposiciones de la Komintern en manos de Stalin-Bujarin, en cada caso Chen expresó su disidencia e intentó resistir ese curso, buscando que no se perdiera la independencia del partido. En el caso concreto del levantamiento de Shangai, la Internacional obligó al partido a entregar el poder al Kuomintang. Así las cosas, del 21 de marzo al 12 de abril de 1927 se desarrolló la histórica insurrección en Shangai, que es traicionada y aplastada a sangre y fuego por Chiang Kai-shek.[23]

Nahuel Moreno, en su texto ya citado, describe así el proceso: “El PC había organizado en Shangai a 600.000 obreros (...). El 21 de marzo de 1927, los comunistas desencadenaron una huelga que provocó el cierre de todas las fábricas y condujo, por primera vez en sus vidas... a los obreros a las barricadas. Tomaron primero el comisariato de policía, después el arsenal, luego el cuartel y obtuvieron la victoria. Fueron armados 5.000 obreros, se formaron 6 batallones de tropas revolucionarias y se proclamó el «poder de los ciudadanos». Fue el golpe de estado más notable de la historia moderna de China. Un día después, el PCCh saluda la entrada de Chiang como la de un héroe. Es así como este puede preparar el golpe de estado contra los obreros con toda tranquilidad [que] se produce el 12 de abril y es una matanza parecida a la que sufrió el PC de Indonesia en 1963. Con este golpe, se decapita definitivamente a la clase obrera china”.

Faltaría todavía un acto en este drama: la comuna de Cantón. Se trató de un levantamiento por el cual los trabajadores controlaron la ciudad por un puñado de días en diciembre de 1927; luego de su derrota (un baño de sangre, con el fusilamiento de miles de obreros y comunistas) la clase obrera quedó efectivamente decapitada. Y aunque hubo períodos en los que se esbozó una tendencia de recuperación, ésta finalmente nunca se concretó.

La corriente de Mao

Refiriéndose a la revolución del 1925-27, Deutscher la comparaba con la de 1905 en Rusia: “estos años fueron para China lo que 1905-1906 habían sido para Rusia: un ensayo general de revolución. Con la diferencia, sin embargo, de que en China el partido de la revolución obtuvo del ensayo conclusiones muy diferentes de las rusas. Este hecho, en combinación con otros factores objetivos (...) habrían de reflejarse en las diferencias entre los alineamientos socio-políticos de China de 1949 y de Rusia en 1917” (Deutscher, p. 129).

Es en estas condiciones que emerge la corriente maoísta, a finales de la década del 20. Mao, promediando la década, ya tendía a expresar una orientación estratégica totalmente diferente no sólo de la de Chen Du-Xiu, sino de la mayoría generalidad de las corrientes proMoscú que se sucedieron luego de la defenestración del fundador del PC.

“El «Informe sobre una investigación del movimiento agrario de Hunan», escrito por el propio Mao (...) es un documento de un contenido único, que justifica tratar al autor como representativo de una corriente única en el movimiento comunista chino (...) Sería un error asumir que el penetrante juicio de Mao Tse-Tung sobre las potencialidades de los campesinos es simplemente el fruto de su conocimiento del campesino (...). El propio Mao admite no haberse dado cuenta del grado de lucha de clases entre los campesinos hasta el desencadenamiento del incidente del 13 de mayo de 1926” (Fairbank, p. 74). Al parecer, ese año fue de un éxito espectacular en lo que hace a la organización campesina, lo que llevó a Mao a decidirse cada vez más por el trabajo agrario.

Es bajo el influjo de su inmersión en el medio campesino que Mao señala: “La fuerza del campesinado (...) es como la de los vientos enfurecidos y la lluvia. Incrementa rápidamente su violencia. Ninguna fuerza puede interponerse en su camino. El campesinado destruirá todas las redes que lo constriñen y avanzará por el camino de la liberación (...). Las amplias masas del campesinado se han levantado para llevar a cabo su destino histórico. Las fuerzas democráticas de las villas se han levantado para tirar abajo las fuerzas feudales de las aldeas. Acabar con las fuerzas feudales es, después de todo, el objetivo de la revolución nacional” (citado por Schwartz, pp. 74-75). Y este autor agrega: “El elemento que resalta de esta apasionada defensa, es el hecho que se señala al campesinado como tal para llevar a cabo las tareas de «enterrar al imperialismo y al militarismo»; que mira hacia las aldeas como el centro estratégico de la acción revolucionaria; que juzga el valor de todo partido revolucionario por su voluntad de ponerse a la cabeza del campesinado. Y el más notable señalamiento en todo el «Informe» es que Mao compara la importancia relativa de la ciudad y el campo en el proceso revolucionario: ‘Si tenemos que calcular el peso relativo de los varios elementos que componen la revolución democrática sobre la base de porcentajes, los pobladores urbanos y militares no alcanzarían más del 30%, mientras que el 70% restante debería asignarse a los logros de los campesinos en las zonas rurales’” (Schwartz, p. 75).

Aquí hay un salto cualitativo respecto de la tradición socialista anterior: el sujeto central de la transformación social ha pasado a ser el campesinado, y el lugar estratégico de la pelea, el campo, no la ciudad. Esto tendría consecuencias estratégicas –no siempre problematizadas del todo– de enorme importancia en lo que hace al propio carácter de la revolución china y de la corriente Mao.

En este sentido, dice Peng en su Informe al 4º Congreso de la IV Internacional: “Sobre la naturaleza del PCCh, virtualmente todos los camaradas chinos han declarado que es un partido pequeño burgués basado en el campesinado (...). Comenzando en 1930, Trotsky de manera repetida puntualizó de que el PCCh gradualmente había degenerado de partido obrero a partido campesino (...) incluso afirmó que había seguido el mismo patrón que los SR (socialistas revolucionarios) en Rusia (...). Luego de la derrota de la segunda revolución, el PCCh abandonó el movimiento obrero urbano, abandonó el proletariado y giró enteramente hacia el campo. Volcó toda su fuerza a la lucha de guerrillas en las aldeas y absorbió en el partido un enorme numero de campesinos (...). Durante este prolongado período de vida en el campo, incluso asimiló la cosmovisión campesina en su ideología”.

Un narodniki chino [24]

Es en este marco que Mao va a recoger una tradición ancestral de lucha campesina: la de los rebeldes primitivos o bandidos que se levantaban y vivían en los intersticios de la sociedad, de las provincias y que conformaban una tradición histórica de rebeldía. Es decir, la tradición del bandolerismo social que ya hemos mencionado.

Para Mao, “sólo los campesinos pobres pueden actuar como la vanguardia revolucionaria de las aldeas. Mao repudia vigorosamente las objeciones levantadas en ciertos círculos a la presencia de «vagabundos y bandidos» en las asociaciones campesinas. «No son vagabundos y bandidos» insiste, «por el contrario, se trata de líderes agresivos de las asociaciones campesinas (...). Incluso si algunos de ellos han sido vagabundos, la mayoría han cambiado para mejor desde que se asumieron como líderes»” (Schwartz, p. 75).

Mao se apoyó en esta tradición de rebeldía y bandidaje social campesinos como forma de expresión de un sector que no soportaba más las condiciones de explotación y opresión en el campo y que se iba a las fronteras. Una tradición real, pero que no tenía nada que ver con las tradiciones de lucha de la clase obrera en las ciudades. Se trataba de algo mucho más emparentado con las tradiciones de las cuales se nutrieron los narodniki (populistas) en Rusia a finales del siglo XIX.

“Todo este curso es extremadamente radical y lleno de espíritu revolucionario. En su conjunto, sin embargo, podría haber sido escrito por un narodniki ruso (...). Hay una constante implicación de que el campesinado por sí mismo será la fuerza principal de la revolución china (...) Sería interesante, sin embargo (...) dejar sentada una de las numerosas reflexiones de Lenin sobre las relaciones entre ciudad y campo: «La ciudad (...) inevitablemente lidera a la aldea. La aldea inevitablemente siguen la ciudad. La única cuestión es a cuál de las clases urbana seguirá el campo»” (Schwartz, p. 76).

En el mismo sentido, Nahuel Moreno sostiene que “con el maoísmo se repite un poco el caso de los narodniki (...). Podemos considerarlo también desde el punto de vista de su método de pensamiento y características más evidentes. Aparecía así como provinciano, atrasado, empírico, pragmático, a medias reformistas y revolucionario, con una ideología jacobina, estalinista y marxista, al mismo tiempo que practica la lucha armada (y) un culto repugnante de características semi-bárbaras a la personalidad de Mao, unido a una actitud paternalista. Nada de esto es marxismo” (Las revoluciones china e indochina).

Y también Deutscher: “Mao se hizo gradualmente conciente de las implicaciones de su movimiento, y al justificar la «retirada de las ciudades» reconoció, cada vez más explícitamente, al campesino como la única fuerza activa de la revolución, hasta que, para todos su propósitos e intenciones, volvió finalmente la espalda a la clase obrera urbana”. (Deutscher, p. 138). Respecto de la corriente narodniki, pero pensando en el maoísmo, agrega que “la revolución hallaría su amplia base solamente en el campesinado. Sus dirigentes tendrían que ser hombres como los narodniki, miembros de la intelligentsia, que hubieran aprendido algo en la escuela del pensamiento marxista, que hubieran hecho suyo el ideal socialista y que se consideraran los representantes de todas las clases oprimidas de la sociedad rusa. Los narodniki fueron, naturalmente, los zamestiteli clásicos, los archisustituistas, que actuaban como locum tenentes de una clase obrera inexistente y de un campesinado pasivo (los mujiks ni siquiera los apoyaron) y que defendían lo que consideraban que era el interés progresivo de la sociedad en su conjunto” (Deutscher, p. 153). Los paralelos agudos con las características del maoísmo son aquí evidentes.

Al girar su atención y centro estratégico de actividad hacia el campo y el campesinado, es decir, hacia lo más atrasado respecto de lo más avanzado, Mao se convirtió en un populista (como lo eran los propios narodniki) en el sentido profundo del término. Fue un populista, agrarista y campesinista, y siguió siéndolo a lo largo de toda su vida, incluso en la lógica operante detrás de los enfrentamientos internos luego de la revolución con el sector burocrático pro Moscú de Chou En-Lai, Lui Shao-Qi y Deng Xiao-Ping.

Un ejército rojo de base campesina

Entre fines de 1929 y principios de 1930 se puso en evidencia un fenómeno que sería de importancia decisiva para el futuro del PCCh y el desarrollo de la tercera revolución china: el Ejército Rojo campesino.

Su crecimiento fue multitudinario y vertiginoso. En 1928 contaba con menos de 10.000 soldados. A fines de 1929, había por lo menos 12 grupos comunistas armados en siete provincias de China central y del sur, con un total de 20.000 soldados. En abril de 1930 habían subido a 60.000 o 70.000. El PCCh contaba para ese entonces con cinco bases soviéticas en las provincias de Kiangsi y Hupeh. Dos años después, en las ciudades quedaban un puñado de 4.000 a 5.000 militantes (sobrevivientes del “terror blanco” del Kuomintang), mientras que en el campo, en lo que Stalin y sus seguidores llamaron “áreas soviéticas” y bajo protección del Ejército Rojo, había 100.000 militantes campesinos.

León Trotsky dejó señalamientos magistrales acerca del carácter social de los “ejércitos” y guerrillas campesinas chinas, impropiamente llamados “Ejército rojo” en emulación del ejército originado en la revolución bolchevique. Desmentía que fueran fuerzas proletarias, argumentando que el carácter de clase de las organizaciones proviene de la base social real en que se asientan, y no en un partido que se autotitula “comunista” y supuesta encarnación del “proletariado”. También señalaba que los cuadros dirigentes de este ejército se reclutaban entre sectores que, al quedar al frente de estas formaciones, se desclasaban, por lo que de ninguna manera se los podía considerar cuadros auténticamente comunistas.

“Entre los dirigentes comunistas de los destacamentos rojos indudablemente hay muchos intelectuales y semi-intelectuales desclasados que no han pasado por la escuela de la lucha proletaria. Por dos o tres años vivieron vidas de comandantes y comisarios partisanos; lucharon en batallas, tomaron territorios, etc. Absorbieron el espíritu del medio. Mientras tanto, la mayoría de la base de los destacamentos rojos consisten en campesinos que asumen el nombre de comunistas con toda honestidad y sinceridad, pero que en la realidad siguen siendo revolucionarios pobres o pequeño-propietarios pobres. En política, el que juzga por denominaciones y etiquetas y no por los hechos sociales está perdido”.[25]

Tanto Skocpol como Schwartz señalan que aun cuando desde Moscú se apremiaba al PCCh –luego de los desastres de Shangai y Cantón– a “tomar las ciudades”, varios grupos comunistas comenzaron a gravitar hacia la nueva estrategia de guerra de guerrillas de base campesina.

“El PCCh después de 1927 se vio obligado a entrar en acuerdo con el campesinado de manera muy distinta a como había ocurrido en Francia y Rusia. Los campesinos podían ser enrolados por la fuerza en ejércitos permanentes dirigidos por profesionales y abastecidos por los centros urbanos. En cambio [en el caso chino] había que persuadirlos de aportar voluntariamente mano de obra y abastos para los Ejércitos Rojos. Los campesinos no darían tal apoyo de manera voluntaria y confiable a menos que los comunistas parecieran estar luchando a favor de sus propios intereses y en un estilo que se conformara a sus orientaciones localistas. La guerra de guerrillas es un modo descentralizado de lucha, y por tanto era potencialmente adecuado a las tendencias campesinas” (Skocpol, p. 394).

En estas condiciones, la forma básica que adoptó el PCCh y sus guerrillas en el campo fue la de “partido-ejército”. Es decir, una forma en la que las artes de la guerra tendían a reemplazar los métodos de la lucha política de masas, y en la que el régimen interno de la organización pasaba también a ser dominado por los mecanismos de la disciplina militar, en reemplazo de los de la democracia y la discusión política.

En combinación con la forma anterior se dio hasta cierto punto también la de “partido-movimiento”, forma híbrida que combina en su seno reivindicaciones y una organización respecto de la vida cotidiana de su base social, con un programa político más de conjunto, pero cuyo método de acción inmediato es movimientista. Esto es, de “politización” de las reivindicaciones inmediatas y de asunción de tareas de administración de la producción y reproducción de la vida inmediata, pero no inmediatamente de tareas específicamente políticas.

Así, “el Ejército chino fue preparado para «unirse» con el campesinado civil (...) esto significó tratar las vidas, propiedades y costumbres de los campesinos con escrupuloso respeto (...) Siempre que unidades del ejército rojo se apoderaban de zonas ocupadas, trataban de mezclarse con la vida diaria de los campesinos (...) dedicándose a actividades de producción (...) promoviendo la educación política. En suma, para convertirse en «un pez nadando en el mar del pueblo», el ejército rojo hubo de emprender actividades económicas y políticas, así como de combate” (Skocpol, p. 395). Es decir, hasta cierto punto, fusionarse con las masas rurales.

Más allá del discutible grado de “persuasión” y “respeto” respecto del campesinado, estas formas tienen la “ventaja” de crear las condiciones de posibilidad para movilizar masas inmensas, pero al mismo tiempo muy fácilmente derivan en gestiones clientelares y bonapartistas.[26] Formas bastante usuales, como ha escrito Marx, en los movimientos de base campesina.

El informe de Peng es aún más directo al respecto: “desde que el PCCh salió de las ciudades hacia el campo en 1928 estableció un sólido aparato y ejército (campesino). Durante veinte años usó este ejército y este poder para dominar a las masas campesinas –como sabemos, los campesinos atrasados y dispersos son más fáciles de controlar– y de allí cobró forma una burocracia persistente y autónoma, especialmente en la manera de tratar a las masas. Incluso hacia los trabajadores y los estudiantes en las áreas del Kuomintang, el partido empleó métodos ultimatistas y engañosos en vez de la persuasión”.

Es en conexión con el giro “agrarista” que se produce el descubrimiento del factor militar: “durante este período se toma conciencia de la importancia del factor de la organización militar (...). Sus acciones se desprendían de la asunción de que levantamientos aislados fomentados aquí y allá proveerían las chispas para un incendio que abarcaría el conjunto del campesinado chino. La llama, sin embargo, no se extendió. La naturaleza fragmentaria del campo de China no permitía que se extendiera el contagio político más allá del área inmediatamente afectada. Mao tuvo que darse cuenta en fecha temprana de que, frente al dogma marxista, el campesinado podía aportar de manera independiente una base de masas para la revolución. Durante 1927, tuvo que tomar conciencia de que en un país donde el poder tendía a gravitar en manos de los militares, el poder de masas debía ser conquistado con poder militar” (Schwartz, p. 101). Ya volveremos sobre las consecuencias de esta estrategia y su influencia en el  carácter “frío” de la revolución de 1949.

En cuanto a las bases de reclutamiento de tal ejército, “los reclutas iniciales para la guerra de guerrillas podían salir de las filas de los campesinos que habían sido desplazados a emprender actividades ilegales centradas en remotas «zonas fronterizas»; es decir, zonas en las montañas y entre diversas provincias”, esto es, entre los “bandoleros sociales”.

“Dada la dinámica del agro chino y las condiciones críticas del período, los potenciales reclutas de campesinos desplazados abundaban donde los comunistas más los necesitaban (...) En las zonas de mayor reclutamiento a finales de la década del 20 (Shensi-Kansu-Ningsia y en las montañas de China central llamadas Ching Kang-shan) las «fuerzas revolucionarias»(...) consistían en elementos declassés [desclasados] como bandidos, ex soldados y contrabandistas. Eran guiadas por una combinación de sus propios líderes originarios, además de cuadros del PCCh, habitualmente intelectuales sin ninguna experiencia militar (...) Como los bandidos, estos primeros «ejércitos rojos» tuvieron que solicitar – y frecuentemente, confiscar– recursos de fuera de sus baluartes para poder vivir (...). Además, siempre que era posible, los rojos trataban de atraerse a los campesinos más pobres, confiscando y redistribuyendo las tierras de los campesinos ricos” (Skocpol, pp. 395-396).

Sin embargo, el “bandidismo social rojo” no fue más que una fase transitoria: “las tempranas tácticas de bandidismo social rojo se aplicaron en medios rurales donde las fuerzas militares enemigas eran débiles o estaban divididas (...). Estas tácticas pronto empezaron a dar dividendos en la creación de mayores bases y ejércitos del interior. En 1931, los comunistas lograron establecer el gobierno soviético de Kiangsi, que gobernaba una población establecida que variaba entre 9 y 30 millones” (Skocpol, pp. 397-398).

Es decir que el PCCh evolucionó a lograr la administración de “zonas liberadas” en el campo habitadas por millones de campesinos, a las que ahora nos referiremos. Agregaremos aquí que “durante la breve vida del Soviet (...) poco o nada lograron en su intento de transformar permanentemente la estructuras políticas y de clase de la aldea (...) pues la administración del soviet siguió siendo rudimentaria y sin llegar nunca directamente a las localidades para desplazar a las elites locales” (Skocpol, p. 398).

Esta experiencia se extendió hasta 1935, cuando el PCCh fue obligado por Chiang a abandonar completamente las regiones centrales más ricas de China y emprender la “Larga Marcha”[27] hasta llegar a la zona donde pudieron reagruparse y sobrevivir: la pobre y desolada región rural de Shensi-Kansu-Ningsia, en el noroeste de China.

Estado plebeyo en Yenan

Entre 1937 y 1945 el PCCh y Mao montaron un Estado dentro del Estado nacionalista: el “gobierno soviético de Yenan” en la zona noroccidental del país. Luego de la Larga Marcha, los acontecimientos de la invasión de Japón a China determinaron que los comunistas tuvieran tiempo de atrincherarse sólidamente en el noroeste y de que disfrutaran circunstancias favorables para extender su movimiento y tener bases territoriales en una gran zona de China del Norte.

Es en estas condiciones que se terminó estableciendo en 1937 el “frente unido antijaponés” (de tipo “unión nacional”), que marcó un crudo giro a la derecha del PCCh, en consonancia con el período de los Frentes Populares en Europa.

A cambio, la base de Yenan y otras se favorecieron con el habitual tipo de subsidios pagados por el gobierno nacionalista a los regímenes regionales aliados. Así, durante un tiempo, se beneficiaron de la ausencia relativa de oposición militar de las tropas del Kuomintang.

Durante este período de “frente único”, el PCCh actuó de manera esencialmente conservadora, negándose redondamente a llevar a cabo la reforma agraria en las zonas que controlaba. Esto recién cambió en 1947, luego de inmensas vacilaciones y ante el peligro del asedio del Kuomintang, que rompió los acuerdos de “Unidad nacional” firmados “honestamente” por Mao en 1946.

Estos “Estados plebeyos”[28] en las “zonas liberadas” sirven como demostración de que puede haber formaciones híbridas no orgánicas, tal como señala Moreno en Las revoluciones china e indochina, si bien está claro que en los casos de Hunan (década del 20), Kiangsi (primera mitad de los 30) y Yenan se trataba de experiencias que no se habían desarrollado a escala nacional sino regional, favorecidas por la propia desintegración de la unidad nacional del país y con nula industrialización.

Moreno sostiene muy agudamente que “el maoísmo actual es el resultado de la lucha y triunfo de las zonas liberadas del ocupante japonés. Surge en esas zonas un Estado plebeyo popular, cerrado sobre sí mismo, con una economía primitiva con influencia de los terratenientes y campesinos ricos, totalmente independiente del imperialismo pero ligada al estalinismo mundial (...). La inexistencia de influencia imperialista y de una burguesía regional sólida le da un carácter sumamente independiente a su gobierno y el partido. Junto a ello, un carácter primitivo, bárbaro, campesino, como así también jacobino-popular. Su centralización y bonapartismo no le viene sólo de su carácter de árbitro entre el estalinismo, las masas y las distintas clases agrarias, sino también de la atomización campesina”.

Aquí aparece el rasgo común y específico de las burocracias estalinistas: su alto grado de independencia relativa, su carácter de “algo más que una mera burocracia”, al no tener a su lado una burguesía nacional.

Entre estos “Estados” –los ya señalados de Hunan y los soviets agrarios de 1931-35– existen diferencias específicas. La experiencia de los 20 terminó en un desastre; la de 1931-35, se apoyó en una reforma agraria radical; la de 1937-45 fue conservadora, sin tocar las tierras de los terratenientes.

En este marco, la experiencia de Yenan fue la que alcanzó mayor escala:

“Hacia 1942, los comunistas chinos comprendieron la necesidad de alcanzar un nivel superior de movilización de masas en apoyo del esfuerzo de guerra contra Japón y la guerra civil contra los nacionalistas. Sus agudas necesidades les llevaron a crear métodos concretos para vincular el esfuerzo militar y los problemas sociales rurales y económicos en un sólo programa de movilización de guerra, que penetrara en cada aldea y en cada familia abarcando a cada individuo. Este programa, al principio, no requirió una total lucha de clases contra los terratenientes y campesinos ricos; antes bien, se vio a los cuadros del partido trabajar directamente con los aldeanos para mejorar la producción económica. En realidad, la mayor productividad agrícola se hallaba en la base de si las zonas bloqueadas podrían sobrevivir. Y esta producción incrementada, se hizo sobre la vieja base de propiedad, sin introducir reformas sustanciales, es decir, de manera conservadora.

“Tanto Mark Selden como Franz Schurman insisten en que el Movimiento Cooperativo lanzado por el PCCh en 1943 fue significativo no sólo como recurso para aumentar la productividad agrícola, sino también como medio por el cual se desarrollaron nuevas pautas de organización y liderazgo dentro de las aldeas del norte de China. Este movimiento cooperativo fue la primera verdadera ocasión en que el partido participó activamente a nivel de aldea en las actividades productivas que eran la esencia misma de la existencia campesina”.

“En realidad [recién] en 1946-47 (...) los comunistas instituyeron una política de radical reforma de la tierra en las zonas liberadas. Todas las tierras de los terratenientes, institucionales y de campesinos ricos serían confiscadas y redistribuidas entre los campesinos pobres y de ingresos medios, tan cerca como fuera posible de una base de absoluta equidad individual de propiedad de la tierra, sin consideración de sexo y edad. Tal política estaba calculada para promover la estabilidad interna durante un período en que las zonas liberadas estaban pasando por una movilización total para la guerra civil. Y, como lo indica Schurman, durante los períodos anteriores y posteriores a 1949, en que la alta productividad económica y/o máximo control administrativo habían sido sus objetivos principales, los comunistas chinos han evitado las políticas radicales de «lucha de clases»” (Skocpol, pp. 406-407).

La naturaleza política del campesinado

Es importante dejar establecido el marco teórico-histórico de la apreciación del rol del campesinado según la tradición del marxismo. Para esto, nos apoyaremos en la monumental obra de Hal Draper La teoría de la revolución en Karl Marx (Karl Marx’s Theory of Revolution), lo que no significa que suscribamos sus tesis “colectivistas burocráticas” respecto de la URSS. Por otra parte, Draper no toca de manera directa el tema en esta obra, que es en conjunto muy educativa y en algunos casos roza lo genial.

Discutiremos aquí el rol del campesinado en la revolución proletaria (no las pautas de rebeldía campesina en general), porque hace a las características de su acción colectiva en la circunstancia histórica en la que queda atrapado entre la burguesía propietaria y el proletariado desposeído de toda propiedad – contradicción que se produce porque el campesinado también es propietario o aspira a serlo–, y en la que no se dan las condiciones para el desarrollo de una revolución socialista agraria.

“Los griegos tienen una palabra para el tipo de mentalidad social que Engels estaba describiendo en sus cuadernos de viaje: la persona privatizada, fuera de preocupaciones publicas, apolítica en el sentido original de aislada de la comunidad sociopolítica como totalidad. La palabra era idiotas (...). El Manifiesto Comunista remarcaba «dem Idiotismus des landlebens», esto es, el apartamiento privado de la vida rural (...) En La ideología alemana, el factor subrayado es el aislamiento y la dispersión del campesinado, en adición a sus intereses comunes (como propietarios) con los grandes terratenientes. El factor de dispersión fue también muy enfatizado por los últimos escritos de Engels (...) El problema con los campesinos suizos –y con la vida rural en general– es la inmovilidad, el sopor social, la estasis(Draper, vol. II, pp. 344 y 347).

Estasis, quietismo, zombis, mentalidad provinciana... idiotas. Son las duras palabras de Marx con las que califica la media de la mentalidad campesina originada en sus condiciones mismas de existencia, de aislamiento, de apartamiento en la vasta extensión rural. Suena fuerte, pero así es como definen Marx y Engels la mentalidad y las características políticas del campesino promedio y, como dice Draper, “no se trata de insultos sino de regularidades sociales del campesinado”. De ahí las facilidades que encuentran quienes quieren montarse sobre gestiones burocrático-paternalistas, como el caso del PCCh.

Sobre esta base se asientan las consecuencias políticas de la realidad material y moral del campesinado, en un comentario de la famosa cita de Marx sobre el campesinado francés de su época:

“En el 18 Brumario Marx enfatiza otro aspecto que no puede resumirse en la dispersión; es la atomización (...) Los pequeños propietarios campesinos forma una vasta masa (...) Cada familia individual es prácticamente autosuficiente (...). En esta medida, la gran masa de la nación francesa está formada por la simple adición de magnitudes homólogas, así como las papas en una bolsa forman una bolsa de papas (...)

Una bolsa de papas no va a ninguna parte salvo que alguien la lleve. La atomización del campesinado como clase tiene consecuencias políticas para la dinámica de la revolución. Una de las características políticas básicas del campesinado, es su relativa carencia de iniciativa social, y su necesaria dependencia de la iniciativa y liderazgo de una de las clases urbanas en cualquier movimiento revolucionario” (Draper, II, p. 348). Este es el análisis clásico de Marx sobre las clases campesinas.

Sin embargo, respecto de la revolución china de 1949, sin duda el campesinado fue la principal base social y, en ese sentido, fue una revolución campesina. Incluso más: al llegarse a la expropiación generalizada de los capitalistas, sin que esto fuera parte de una auténtica revolución obrera y socialista, esta revolución expresó una acción histórica del campesinado mayor a la prevista. No fue una “revolución campesina socialista”. Pero sí es verdad que el campesinado fue más lejos en la senda anticapitalista de lo que estaba planteado por la experiencia histórica anterior. En este sentido, Schwartz es agudo cuando señala que Lenin dejaba abierta la posibilidad de que el campesinado pudiera ser capaz, en Rusia, de cierta creatividad histórica limitada (lo que él llamaba “las dos almas” del campesinado).

Sin embargo, esto no niega que se tratara en China de un campesinado encuadrado burocráticamente, dadas sus características estructurales y sociopolíticas. Y que, por tanto, hayan brillado por su ausencia los elementos de verdadera autodeterminación, lo que no necesariamente ha sido un rasgo de todo movimiento campesino contemporáneo.

Los patrones clásicos, de una manera original, estuvieron sin embargo muy presentes en la revolución china de 1949: hubo un grado mayor de independencia, pero no de orden “histórico”, por lo que no dio lugar a un Estado obrero y terminó reabsorbida en pocas décadas. Más allá de que, sobre esta base social y apoyándose en el peso inmenso del aparato estalinista promediando el siglo XX, se llegó a la expropiación de la burguesía.

Respecto de la carencia de autodeterminación campesina, Marx afirma en el 18 Brumario que “los campesinos son incapaces de llevar adelante sus intereses de clase en su propio nombre (...). No se pueden representar a sí mismos, necesitan ser representados”. Algo de esto creemos que es la clave de la relación entre los campesinos chinos y el PCCH ante la total ausencia del proletariado.[29]

Esto deriva en la discusión acerca de las posibilidades de acción campesina independiente, que en general la tradición del marxismo revolucionario ha negado. Creemos que en términos históricos esto ha sido comprobado. Sin embargo, en condiciones específicas y limitadas, la “independencia” relativa de un campesinado encuadrado burocráticamente y yendo más allá del capitalismo fue un hecho.

Pero no queremos marcar si los alcances de este hecho necesariamente debían introducir una modificación a la teoría de la revolución [30], sino precisamente sus límites. Que son, al mismo tiempo, la confirmación de los límites de los alcances históricos de esta acción.

“Los pequeños campesinos, escribió Engels en 1847, pueden ser valorados en su gran coraje (...) pero son incapaces de toda iniciativa histórica. Incluso su emancipación de las cadenas de la servidumbre se realizo sólo bajo la protección de la burguesía (...). Los pequeños campesinos son la clase que en nuestros tiempos es la menos capaz de tomar una iniciativa revolucionaria. Por 600 años, todos los movimientos progresivos han venido de las ciudades (...). El proletariado industrial de las ciudades se convirtió en la piedra angular de toda la democracia moderna; el pequeño burgués, y aún más el campesino, son completamente dependientes de su iniciativa” (Draper, II, p. 350).

La experiencia de China fue, entonces, hasta cierto punto distinta y excediendo el patrón histórico. Sin embargo, estas características que venimos señalando no dejaron de tener graves consecuencias a la hora del encuadramiento burocrático de la revolución, de la ausencia de vínculos con al proletariado y de la dificultad para pasar de una revolución anticapitalista a una auténticamente socialista. [31]

Cabalgando sobre las masas rurales

Moreno señala, casi al pasar, que el maoísmo “triunfa a caballo de una revolución de los campesinos pobres del norte de China”. Una figura muy similar utiliza Draper: “El cabalgar sobre el campesinado tiene otro costado. Siempre ha estado acompañado por el «culto al campesino» –la idealización y glorificación del campesino y de sus virtudes rurales– usualmente por los intelectuales urbanos (...). En los tiempos de Marx, era Bakunin el más prominente representante de esta combinación.

“El culto campesino de Bakunin era calculado. Lo que glorificaba en el campesinado era precisamente su «barbarismo» (...) Todas las características por las cuales para Marx el campesinado era impresentable como clase revolucionaria de vanguardia, para Bakunin eran precisamente las razones para elegirlo como su instrumento de destrucción (junto con el lumpen-proletariado) (...) La contrapartida bakuninista del socialismo bonapartista no era un zarismo socialista (...) sino un socialismo campesino. Para Marx, esto pertenecía a la misma categoría del «socialismo reaccionario» y el «socialismo pequeño-burgués», analizado en el Manifiesto Comunista. Tuvo ocasión de enfatizar esto en sus notas marginales al libro de Bakunin Estado y Anarquía (...). En alguno de estos pasajes, Marx sugiere por qué la concepción de una revolución social progresiva basada en el campesinado era una ilusión” (Draper, II, pp. 356-57).

El marxista estadounidense cita luego textualmente a Marx: “Una revolución social radical está atada a ciertas condiciones históricas de desarrollo económico; éstas últimas son su prerrequisitos. Es, por tanto, sólo posible donde al lado de la producción capitalista, el proletariado industrial ocupa como mínimo una posición importante respecto de la masa de la población... Pero Bakunin no comprende absolutamente nada acerca de la revolución social, sólo sus frases políticas; sus condiciones económicas no existen para él. Desde que las condiciones económicas, desarrolladas o subdesarrolladas, implican la sujeción de los trabajadores (sea en la forma de trabajadores asalariados, campesinos, etc.), cree que en todas ellas es igualmente posible una revolución social. Pero hay más. Quiere que la revolución social europea, que está basada en los fundamentos económicas del capitalismo, sea llevada adelante en el nivel de los pueblos agricultores y pastores de Rusia y los eslavos, y que no vaya más allá de este nivel.

“La voluntad, no las condiciones económicas, es el fundamento de su revolución social. En el caso de la teoría de la revolución campesina, la voluntad tiene que ser impuesta no sólo en la historia, sino también sobre el campesinado. El concepto bakuninista de la revolución anarquista es una variante moderna del viejo patrón de cabalgar sobre el campesinado hacia el poder político” (Draper, II, p. 357).

En conclusión, autodeterminación campesina no es lo mismo que “domar el potro” del campesinado para llevarlo hacia el poder. Y éste último fue precisamente el rol del PCCh en la revolución china: una cabalgata sobre una revolución agraria auténtica, posiblemente la mayor de la historia, pero que fue bloqueada respecto de una verdadera dinámica socialista. En estas condiciones, la revolución china fue realmente una inmensa revolución democrática, agraria, nacional, antiimperialista y anticapitalista. Pero no fue obrera ni mucho menos socialista.

>>>Parte 2 >>>

Notas

1 En el mismo sentido, tenemos el agudo señalamiento metodológico de Benjamin I. Schwartz, importante estudioso de la revolución China: “Para aquellos que habitan en el presumible Olimpo de la abstracción sociológica, económica, geopolítica e histórica, todo lo ocurrido en China parece haber fluido inexorablemente de la ‘situación objetiva’ (...). Sería, obviamente, estúpido desconocer la importancia trascendente de las condiciones objetivas. Toda acción política debe ser llevada adelante con referencia a tareas impuestas por las condiciones objetivas. Sin embargo, rechazo enfáticamente el tipo de animismo que sostiene que las ‘situaciones’ automáticamente crean sus propios resultados. La manera en la cual las tareas son alcanzadas o no está determinada en gran medida por las ideas, intenciones y ambiciones de aquellos que finalmente asumen la responsabilidad de llevarlas a cabo” (El comunismo chino y el ascenso de Mao. Harvard University Press, Cambridge Massachusetts, 1952, p. 1).

2 En nuestro país, corrientes maoístas residuales como el PRL (Partido Revolucionario de la Liberación) siguen repitiendo incluso hoy la cantinela de que China era una país feudal o semi-feudal, que el PCCh “representaba al proletariado en la revolución” y que la lucha de clase debía ir del campo a la ciudad. Ver “Mao Tse Tung y la revolución china”, en el periódico No transar del 26/9/05.

3 Una posición de este tipo es la que defienden los compañeros del SWP ingles, así como los de la ISO de Estados Unidos. Estos últimos señalan: “Tampoco puede la revolución china ser caracterizada como ‘revolución campesina’ en ningún sentido real. La dirección del PCCh provenía, primariamente, de las clases urbanas, particularmente intelectuales. Los campesinos que se sumaron al EPL (...) no podían ser considerados como expresando los intereses campesinos. Ellos se transformaron en soldados profesionales. La lucha no era una lucha de clases, sino una lucha militar”. Ahmed Shawki, Internacional Socialist Review nº 1. A lo largo de este trabajo intentaremos demostrar que se trato de una revolución campesina, pero de un campesinado encuadrado desde el comienzo burocráticamente, lo que corto de cuajo toda posible dinámica socialista.

Por su parte, las posiciones “colectivistas burocráticas”, tendían a ver la revolución china lisa y llanamente como la imposición de una “nueva forma de totalitarismo”, perdiendo de vista el carácter revolucionario (y por tanto progresivo, aun de manera limitada y distorsionada) de los acontecimientos.

4 Desde algunos sectores hemos escuchado el argumento de que deberíamos embanderarnos en algunas de las definiciones que jalonaron el movimiento trotskista en la posguerra. Desde ya que rechazamos este método, ya que una nueva investigación sobre los procesos, a posteriori del cierre del ciclo histórico de la segunda, no tiene por qué que atarse a evaluaciones que, a nuestro modo de ver han sido superadas por los hechos.

5 Esto no quiere decir que como hipótesis deba descartarse de plano, mediante el recurso de una sectaria y dogmática afirmación de “principios”, la eventualidad de una auténtica revolución socialista agraria. Pero entendemos que la concreción de esta hipótesis requeriría de tres condiciones: la estrecha ligazón con el proletariado urbano, elementos reales de autodeterminación campesina y, sobre todo, su vinculación con un proceso de revolución socialista internacional. Ninguno de estos elementos estuvo presentes en la revolución de 1949. Nos proponemos analizar, precisamente, las circunstancias que impidieron esta posible dinámica de revolución socialista agraria.

6 Theda Skocpol, Los Estados y las revoluciones sociales, México, FCE, 1984, p. 20. En adelante, las referencias a textos como éste y otros, que citaremos con cierta profusión, se darán al final de cada cita para comodidad del lector, mencionando sólo autor y número de página.

7 Prácticamente ninguna de las corrientes del movimiento trotskista de Latinoamérica (LIT, UIT, PO, PTS, etc) ha escrito absolutamente nada nuevo al respecto, aunque en varios casos se muestran prestos a descalificar (oralmente, claro) nuestra elaboración como “subjetivista”, “irrespetuosa de los maestros”, etc. Una excepción es el trabajo de Valerio Arcary (del PSTU brasileño), Las esquinas peligrosas de la historia. Lamentablemente, este esfuerzo de elaboración termina reiterando las tesis tradicionales de una manera, si cabe, aún más sustituista y determinista, en la medida en que abreva en fuentes como Plejanov, Deutschery Preobrajensky. Entre los intelectuales de izquierda de tradición trotskista de nuestro país, un trabajo de interés es el del economista Claudio Katz, El porvenir del socialismo.

8 El sur del país fue la sede de la revolución obrera frustrada de 1925-27 y del comunismo de Chen Du-Xiu (ver más abajo). Pero, lamentablemente, la revolución triunfante, la de 1949) vino del noroeste del país; es decir, de una de sus zonas más atrasadas e insulares. Esto no dejaría de tener consecuencias sobre el carácter de la revolución. Esto mismo señalaba Peng Tu-Siu en su ya citado informe al 4º Congreso de la IV Internacional: “La victoria obtenida por un partido como el PCCh, que se separó de la clase obrera y que se sostuvo enteramente en las fuerzas armadas campesinas, no es sólo algo anormal en sí mismo. Ha sentado la base para muchos obstáculos en el camino de los desarrollos futuros del movimiento revolucionario chino”. 

9 Veremos que en el caso del maoísmo no se trataba sólo de la repetición de la formula estalinista de “la construcción del socialismo en un sólo país”, sino que incluso se reforzaba con la máxima voluntarista de que esto debía hacerse estrictamente “sobre la base de las propias fuerzas”. Es decir, se trataba de un agrarismo nacionalista de lo más estrecho en las antípodas de las tradiciones internacionalistas del socialismo revolucionario.

10 Aun hoy, según Fairbank, China sigue siendo un subcontinente en su mayor parte autosuficiente.

11 Se sabe que en el marxismo, el campesinado, en realidad se constituye por un conjunto de situaciones de clase muy diversas, según el grado de propiedad de la tierra; o incluso, dentro de el, están los campesinos sin tierra. Al mismo tiempo, la clase de los trabajadores asalariados del campo forma parte de la clase obrera y no del campesinado. En las condiciones de China de 1949, mayoritariamente se trataba de pequeños propietarios de la tierra, con diversas condiciones de arrendamiento y de sectores campesinos sin tierras.

12 Ernest Mandel, “La tercera revolución China”, Fourth International, septiembre-octubre de 1950, p. 147. Otro histórico dirigente trotskista, Nahuel Moreno, señalaba lo mismo: “En 1911, al caer el último emperador, se inicia en China la revolución burguesa. La podrida clase de los compradores y la raquítica burguesía nacional van a ser incapaces de resolver las históricas tareas planteadas: la independencia nacional y la revolución agraria. Por el contrario, su impotencia se va a manifestar en un retroceso: China queda de hecho dividida en regiones controladas por señores de la guerra, que se apoyan en distintos imperialismos. Es así como la revolución de 1911, en lugar de solucionar los dos grandes problemas históricos planteados, agrega otro mas: conseguir la unidad nacional” (Las revoluciones china e indochina, Buenos Aires, Pluma, 1974).

13 Se le dio ese nombre a la que emprendió Mao luego de la derrota de la Republica Soviética de Kiangsi, que significó la salida de escena del campesinado del sur. Se cerró así definitivamente el ciclo revolucionario que marcó a las ciudades y el campo del sur del país como centro de la segunda revolución china.

14 Isaac Deutscher, La década de Jrushov, Madrid, Alianza, 1971, p. 124.

15 Lo que no significa “revolución socialista agraria”. Así lo da a entender Peng Shu tse en el Informe ya citado:  “Mao Tse Tung, en las tesis sobre ‘la nueva democracia’ abiertamente declara que Stalin ha dicho que ‘en esencia, la cuestión nacional es la cuestión campesina’. Esto significa que la revolución china es esencialmente una revolución campesina (...) Esencialmente, la política de la Nueva Democracia significa darle a los campesinos sus derechos”.

16 En el “modo de producción mercantil simple” se produce una mercancía para obtener en el intercambio otra mercancía por intermedio de la venta por dinero de la propia (M-D-M). Va de suyo, entonces, que al no estar basada en el trabajo asalariado sino en el propio, no hay plusvalor ni capital. La forma de acumulación del sobreproducto social por el Estado era una apropiación de tipo “extraeconómica”: por la vía de los impuestos y todo tipo de gabelas, origen de las rebeliones campesinas que cruzaron la vida del Imperio.

17 La ideología Taiping (levantamiento de mediados del siglo XIX) presentaba un mundo social sin ricos y con igualdad económica y entre los sexos dentro de las comunidades agrarias. Frank Glass presenta la rebelión de los Taiping (luego de la Guerra del Opio), la rebelión de los Boxers (a comienzos del 1900) y la revolución burguesa de 1911 como eventos en gran medida antiimperialistas.

18 Precisamente, un ejemplo de revolución burguesa, la inglesa, que sí fue capaz de resolver las tareas que tenía planteadas, a diferencia de lo que ocurrió en los países semicoloniales ya dominados en el siglo XX por el imperialismo.

19 El concepto de “bandidismo social” o “bandolerismo social” ha sido explicado por E. J. Hobsbawm en su obra Rebeldes Primitivos. Su argumento es que ciertos tipos de sociedades agrarias, incluida la china, hicieron surgir una “clase” relativamente permanente y consciente de bandolerismo social, a la que llama Haidukry: “los haiduks siempre estaban en las montañas (...) como núcleo reconocido de disidencia potencial. A diferencia de los Robin Hood, que existen como individuos célebres o como nada, los haiduks existen como entidad colectiva (...). Haidukry es quizás lo más cerca que llega a estar el bandolerismo social de un movimiento organizado y consciente de rebelión potencial”.

20 Li Fu-yen, “China: potencia mundial”, en la revista Cuarta Internacional, enero-febrero 1951, p. 10.

21 Junto con Chen, los otros dirigentes importantes a la hora de la fundación, fueron Li Da-Zhao (asesinado por el Kuomintang a fines de la década del 20) y Peng Shu-Tse, expulsado del partido junto con Chen y militante trotskista por el resto de su vida. Peng es el autor del notable Informe dado al 4º Congreso de la IV Internacional que venimos citando. Por mor de honestidad intelectual, debemos subrayar que Peng militó en la “extrema izquierda” de la posición tradicional que terminaba reconociendo a China como “Estado obrero deformado”. Pero esto no obsta que sus observaciones acerca de la dinámica real de la tercera revolución china fueran de una gran agudeza y que se haya enfrentado públicamente a los sectores más liquidadores u oportunistas como Pablo y Mandel. El suyo y el de Frank Glass constituyen los mejores testimonios de compañeros con experiencia sobre el terreno real revolucionario.

22 El detonante inmediato del movimiento estudiantil, que duró un año y tendió a confluir con los sindicatos obreros, fue el traspaso a los japoneses de los territorios que venían siendo ocupados por el imperialismo alemán, derrotado en la I Guerra.

23 El escritor francés André Malraux hizo un vívido relato de esta matanza en su conocida novela La condición humana.

24 De manera bastante convincente, Nahuel Moreno presenta a la corriente Mao como “revolucionaria agraria, con concepciones ideológicas y organizativas estalinistas” pero no directamente dependiente de Moscú. Correctamente señala que con la Larga Marcha y la virtual extinción del PCCh promediando la década del 30, el estalinismo moscovita como tal desaparece en China. En todo caso, podríamos agregar que, para nosotros, se ajusta mejor al mote de “rebelde agrario”, más que revolucionario en el sentido socialista del término.

25 Citado en “Crítica a las revoluciones socialistas «objetivas»”, Socialismo o Barbarie 17-18, p. 46.

26 En la actualidad tenemos una amplia experiencia de “partidos-movimiento” o, más bien, “movimientos-partido” de acción internacional, regional y/o nacional, más allá de su relativamente diversa base social. Por su organización asamblearia fuera de lugares de trabajo y por su composición social de trabajadores extremadamente pobres, los movimientos piqueteros argentinos, lamentablemente, también se prestan en muchos casos a este tipo de prácticas.

27 Los hechos heroicos que produjeron los evacuados transformaron esa tremenda derrota en un mito que alimentó la liturgia guerrillera a lo largo de décadas. Aunque se salvó un núcleo de la fuerza comunista, las pérdidas en vidas fueron, si se quiere, más catastróficas que las sufridas por el partido con la derrota de la revolución de 1925-27. La militancia del PCCh, que en 1927 había quedado reducida oficialmente a 10.000 militantes, alcanzó en 1933 entre 150.000 y 300.000, y cayó en 1936 a unos 20.000. El grupo Mao marchó a lo largo de 235 días –entre 1934 y 1935– a razón de 27 kilómetros por día, librando continuas batallas y atravesando 11 provincias. Otros grupos no llegaron sino un año después que Mao a Yenan. De los 90.000 militantes que emprendieron la Larga Marcha, llegaron entre 8.000 y 20.000.

28 No un “gobierno obrero y campesino”, como lo proclamara Mao. Es respecto del debate acerca del carácter del Soviet en Kiangsi (1931-34) que Trotsky rechaza su supuesto carácter obrero, en ausencia de la propia clase trabajadora en el poder. La tesis de Mao es que se trata de un “gobierno obrero y campesino” como producto del carácter “proletario” del PCCh. A lo que Trotsky responde que, respecto de la naturaleza social del poder, lo que decide son las clases y no los partidos: “¿Quién puede entender un estado proletario si el poder no está en manos de la clase obrera?”. Volveremos sobre esto.

29 Estudiar específicamente este vínculo requeriría una mayor investigación de autores como Mark Selden, que estuvo en Yenan a principios de la década del 40 y volvió a China después de la revolución, o Franz Schurman, que no podemos encarar aquí.

30 Transformar en regla este tipo de fenómenos fue el error común de muchas elaboraciones acerca de la teoría de la revolución en la posguerra, como en el caso de Nahuel Moreno.

31 Un testimonio reciente sobre el campesinado chino hacia finales de la década del 50 narra que “los campesinos no eran en realidad grandes sabios. Quienes los idolatraban no tenían mayores posibilidades de hacer migas con los aldeanos que quienes los discriminaban (...). Algunos de nuestro grupo se mezclaban fácilmente con los campesinos, entreteniéndose mutuamente con chistes verdes o contándose chismes (...). Hablando con franqueza, aunque trabajé muy duro 9 años, nunca llegué a intimar realmente con los campesinos pobres”. Qin Hui, “Dividir el gran patrimonio familiar”, en New Left Review, junio 2003, p. 136.

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