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"El boom y la burbuja"

Por Roberto Ramírez

 

En el presente artículo comentamos el último libro de Robert Brenner*, donde analiza nuevamente las prolongadas dificultades de la economía capitalista mundial.

 

En los últimos años, Brenner ha trabajado sobre el curso de la economía capitalista después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45). En especial, sus investigaciones se han centrado en el último período de dificultades, que se inicia a principios de los años ‘70. Es decir, el período que Brenner caracteriza como el "largo estancamiento de la economía mundial" iniciado en 1973, que "siguió al duradero boom del primer cuarto de siglo de la posguerra" [1].

Sobre este tema, Brenner publicó en 1998 The Economics of Global Turbulence [2], con el propósito de "explicar por qué el largo boom había dado lugar a una larga declinación" y "revelar por qué el estancamiento ha persistido a escala internacional durante un período excesivamente largo" [3].

Aquí vamos a comentar su último libro sobre el tema, The Boom and the Bubble (El boom y la burbuja), editado por Verso, en el 2002. Trabajamos sobre la edición brasileña de ese libro —O Boom e a Bolha—, publicada a principios del 2003, que tiene la ventaja de contar con una Introducción que Brenner hizo especialmente para ella, y que de alguna manera lo pone más al día.

El boom y la burbuja es a la vez una reelaboración y una actualización del texto de 1998. Vuelve a desarrollar el análisis del curso de la economía desde la posguerra aproximadamente en los mismos términos que en The Economics of Global Turbulence, pero ahora se centra en sus últimos desarrollos: el nuevo boom de la economía de EE.UU. de 1995 al 2000, el paralelo crecimiento de la burbuja del precio de las acciones en el mercado de valores, su estallido final y la consiguiente recesión, hechos que configuran para Brenner el fracaso del intento de salir del largo período de declinación o estancamiento de la economía mundial.

Vamos primero a resumir sus tesis para luego desarrollar varias críticas. Anticipando eso, digamos que, para nosotros, el principal problema de Brenner (como también de algunos otros marxistas de los países centrales) es que no toma en cuenta como punto esencial el del imperialismo. Pensamos que, por el contrario, las características peculiares que asume esta larga fase de "turbulencias" de la economía mundial, que la distinguen de otras del pasado, tiene como una de sus determinaciones fundamentales, las relaciones entre el centro imperialista y la periferia. Y que, por eso, el epicentro de la crisis mundial es distinto del señalado por Brenner.

Entre nosotros, los estudios de Brenner sobre la situación actual del capitalismo son más conocidos por referencias y artículos en revistas que por sus dos libros. Además, el que comentaremos, El boom y la burbuja, que sepamos no ha sido traducido aún al español. Por eso primero vamos a resumir sus ideas fundamentales. El lector que conozca bien a Brenner puede saltearse esta parte y leer desde el subtítulo "Algunos comentarios y críticas".

 

Del largo boom de posguerra a la larga declinación

 

Como dijimos, para Brenner el curso de la economía capitalista mundial —y de EEUU como centro de ella— recorre dos fases desde el fin de la Segunda Guerra. La primera, hasta aproximadamente 1973, consiste en lo que Brenner llama el "largo boom" . La segunda, la caracteriza como una "larga declinación" ["long downturn"] o "estancamiento" ["stagnation"], en el sentido de que se trata de un "extenso período de crecimiento lento" [4]. En la segunda mitad de la década del 90, esto pareció en vías de superarse con el nuevo boom de la economía estadounidense que también comenzaba a empujar hacia arriba a otras economías capitalistas avanzadas (Alemania y Japón).

La crisis que se abrió en EEUU en el 2000, cuya expresión más ruidosa fue el estallido de la burbuja de los precios de las acciones en Wall Street, frustró esta tendencia ascendente. Durante ese breve ciclo expansivo de 1995-2000, ni EEUU ni mucho menos los otros países capitalistas avanzados fueron capaces de superar definitivamente esa larga fase económica declinante que va desde comienzos de los 70 hasta mediados de los 90. "Esa es la razón —sostiene Brenner en un escrito posterior—, por la que la economía mundial, incluyendo su principal componente, EEUU, se enfrenta en el sentido más general a unas perspectivas tan negras..." [5]

Brenner resume así los principales rasgos de las fases ascendente y de declinación de la economía mundial desde mediados del siglo pasado:

"Durante el largo boom de posguerra... la mayoría de las economías capitalistas avanzadas experimentó índices históricamente inéditos de crecimiento de la inversión, producción, productividad y salarios, junto con un bajo índice de desempleo y apenas breves y moderadas recesiones. Pero, durante la larga declinación que siguió desde el inicio de la década del 70 y mediados de los años 90, el crecimiento de la inversión se despeñó, acarreando un reducidísimo aumento de la productividad, un crecimiento marcadamente más lento (cuando no una declinación absoluta) de los salarios, un nivel de desempleo de época de depresión (si dejamos afuera a los EEUU) y una sucesión de recesiones y crisis financieras como no se veían desde la década del 30. Asimismo, durante la primera mitad de los años 90 las economías capitalistas avanzadas demostraron menos dinamismo y crecieron más lentamente que en la década del 80, cuando a su vez se expandieron menos rápidamente que en los años 70 (para no hablar de la década del 60)" [6].

Para Brenner, la principal pregunta que hay responder es qué fuerzas y mecanismos actuaron para determinar el fin del boom de posguerra y la consiguiente fase de declinación, en qué grado ellas continuaron operando durante la breve expansión de 1995-2000 hasta frustrarla, y si hoy la economía mundial ha logrado trascender esas fuerzas que motivan su lento crecimiento [7].

Las dos diferentes fases de la economía durante el último medio siglo tienen para Brenner una misma clave, las subas y bajas de las tasa de ganancia, y especialmente de la rentabilidad en la industria.

"Como se daría en el caso de la larga declinación, la clave del largo boom fue la trayectoria de la tasa de ganancia. Lo que propició la expansión económica sin precedentes del período de posguerra fue la capacidad de las economías capitalistas avanzadas de realizar y sustentar altas tasas de ganancia.

"[...] Las corporaciones de EEUU al final de la década del 30 y las japonesas, alemanas y otras corporaciones de Europa occidental al final de los años 40 conquistaron altas tasas de ganancia, que constituyeron la precondición fundamental para sus duraderas expansiones de posguerra" [8].

Esto se logró, en primer lugar, en base a la represión y/o contención de las luchas de los trabajadores, desde mediados de los años 30 y luego, al desencadenarse la Segunda Guerra Mundial. "Los salarios reales fueron así forzados a bajar, permitiendo a los fabricantes obtener grandes superávits en relación a sus stocks de capital" [9].

EEUU fue el primero y principal beneficiado en este proceso. Su economía remontó ya durante los años de la guerra (1939-45), aprovechando la inmensa reducción de costos de producción conquistada durante la depresión de los años 30, mediante una enorme eliminación de stock de capital fijo obsoleto, una fuerte presión descendente de los salarios debido al gran desempleo, una importante acumulación de innovaciones no aprovechadas y, por último, la contención del dinámico movimiento obrero que había entrado en escena entre 1934 y 37. Por otra parte, las economías de Japón, Alemania y del resto de Europa occidental salieron destrozadas de la Segunda Guerra Mundial. Eso encumbró a la economía de EEUU en una escala sin precedentes en relación a las demás economías capitalistas avanzadas, así como también le dio la posibilidad de lograr fabulosas tasas de ganancia también sin antecedentes históricos [10].

Sin embargo, la economía de EEUU comenzó a perder impulso ya a comienzos de los años 50, al tiempo que se iniciaba el boom de Alemania y luego de Japón. La multinacionales de EEUU rápidamente aumentaron sus inversiones externas especialmente en Europa (donde comenzaban a obtener tasas de ganancia superiores), mientras las reducían en su propio país.

Pero este ritmo menor de crecimiento de la economía de EEUU no llevó a una caída de la economía mundial. Es que fue por demás compensado por el ascenso vertiginoso de Alemania, otros países de Europa y Japón, que por otra parte beneficiaba a las corporaciones estadounidenses que habían volcado sus inversiones al extranjero. Además, las fábricas de EEUU podían seguir operando con niveles menores de rentabilidad, porque su capital fijo ya estaba amortizado [11].

El crecimiento fue entonces encabezado por lo que Brenner llama "las economías de desarrollo más tardío —Alemania y Japón principalmente— que tuvieron la capacidad de lidiar con las presiones crecientes de ascenso de los costos, y por lo tanto la capacidad de sustentar una alta rentabilidad y competitividad internacional, precisamente a causa de sus apariciones tardías" [12]. Varias eran las ventajas de su "relativo atraso socioeconómico" respecto de EEUU: grandes reservas de desempleados, salarios aún relativamente bajos, instituciones y políticas de los gobiernos para promover el crecimiento y la competitividad internacional, fusión con grandes bancos, mayor coordinación y cooperación entre empresas, etc.

Esas economías de desarrollo tardío establecieron, por un lado, sectores industriales desproporcionadamente grandes en relación a sus mercados internos, con rápidos aumentos de productividad, y, por el otro, alcanzaron extraordinarias tasas de crecimiento de sus exportaciones, arrancando a los productores de EEUU y Gran Bretaña porcentajes cada vez mayores del mercado mundial.

Sin embargo, a pesar de eso, inicialmente este desarrollo constituía una "simbiosis", aunque "conflictiva a inestable", entre las corporaciones y bancos de EEUU y sus competidores europeos y japoneses, donde todos salían ganando [13].

"Desde el principio —afirma Brenner— un desarrollo económico desigual acarreó la declinación relativa de la economía doméstica de EEUU. La multinacionales y bancos estadounidenses, deseando expandirse en el extranjero, necesitaban canales lucrativos para sus inversiones directas en el exterior. Los fabricantes en EEUU, para aumentar sus exportaciones, precisaban también una demanda extranjera en rápido crecimiento. Un Estado norteamericano imperial, determinado a «contener el comunismo», y mantener el mundo seguro para el régimen de libre empresa, buscó el éxito económico de sus aliados y competidores como una base para la consolidación política del orden capitalista de posguerra, frente a la anemia de las clases dirigentes domésticas, agotadas por la guerra, la ocupación, la colaboración o la derrota. Todas esas fuerzas, por lo tanto, dependían del dinamismo económico de Europa y Japón para la realización de sus propios objetivos. Lo que significaba paradojalmente que dependían para su propia prosperidad de la capacidad de sus competidores de aumentar la competitividad de sus exportaciones a fin de apropiarse de crecientes cuotas de los productores norteamericanos en el mercado mundial y de conquistar algún acceso al mercado interno de EEUU" [14].

Eso, al principio, era tolerable para los productores de EEUU, porque constituía una pequeña porción de sus mercados totales y porque además esos mercados durante el largo boom crecían rápidamente en términos absolutos. Así, "el desarrollo económico internacional de posguerra pudo, durante un breve período, manifestar un grado relativamente alto de cooperación internacional... aunque bajo el dominio del Estado norteamericano y predominantemente modelado por los intereses norteamericanos" [15].

Sin embargo, en esta misma configuración de la economía mundial durante el largo boom se generarían los factores causantes de la larga declinación que lo siguió y que, según Brenner, no se han superado.

A fines de los años 60, comienza a manifestarse un exceso de capacidad instalada y una consecuente crisis de la rentabilidad de la industria.

Los productores de Europa occidental y Japón "comenzaron a suplir fracciones cada vez mayores del mercado mundial. Anteriormente habían estado produciendo para sus mercados internos bienes bastante similares a los que ya eran producidos por EEUU. Así, esos bienes que ahora ellos acababan exportando, tendían a duplicar en vez de complementar los productos de los fabricantes norteamericanos en los mercados existentes, estimulando la redundancia, el exceso de capacidad y de producción" [16].

Capaces de combinar técnicas relativamente avanzadas con salarios relativamente más bajos que los de EEUU, pudieron reducir drásticamente los costos relativos de sus producciones. Podían, entonces, bajar sus precios, mientras los productores de EEUU tenían costos inflexibles, atados por instalaciones y equipamiento (capital fijo) con métodos de producción más caros y con salarios relativamente más altos, que tampoco era fácil y rápido bajar.

El resultado fue la caída de la tasa de ganancia del sector manufacturero, primero en EEUU, y que luego se generaliza internacionalmente, reflejando el exceso de capacidad y de producción de todo el sistema.

"Como una indicación del comienzo de un exceso de capacidad y de producción, los precios del sector manufacturero mundial habían sido incapaces de crecer de acuerdo con los salarios y los costos de instalaciones y equipamientos, resultando de eso una caída en las tasas de ganancia del sector. Fue esa declinación de las tasas de ganancia de ese sector en todas las economías capitalistas avanzadas el principal responsable del paso de la economía mundial de un largo boom a una larga declinación" [17].

Esta fase de larga declinación pasó por varios momentos, signados por los diversos intentos de las corporaciones y los gobiernos de EEUU, Europa y Japón para recuperar la rentabilidad en la industria y de la economía en general. Intentos que fueron desde el keynesianismo hasta el monetarismo y la "austeridad" fiscal. Sin entrar aquí a detallar este complejo proceso —que además no se dio con las mismas formas y tiempos en EEUU que en Japón, Alemania y Europa—, digamos que, según Brenner, a partir de 1985, comienzan a presentarse condiciones para la recuperación de la rentabilidad del sector industrial norteamericano.

En primer lugar, se había producido "una gigantesca expurgación de medios de producción y de mano de obra superfluos y de alto costo... lo que trajo de hecho ganancias considerables de productividad, pese a que paralelamente se daba una caída gigantesca en el crecimiento de la inversión" [18].

Pero este proceso paradójico se reveló insuficiente. La economía norteamericana llegó a experimentar en esos años su peor crisis desde la depresión de los años 30.

La política inicial del gobierno de Reagan era la de mantener un "dólar fuerte", con altas tasas de interés reales, que atrajeran el dinero de todo el mundo a los EEUU. Esto, que beneficiaba al sector financiero y facilitaba la financiación de los déficits fiscal, comercial y de pagos de EEUU, resultó catastrófico para grandes sectores de la industria, porque llevó a un alza considerable de la tasa de cambio del dólar, respecto al yen y a las monedas europeas. Así los fabricantes norteamericanos debieron hacer frente a presiones competitivas externas insoportables [19].

A fin de responder a una presión política irresistible de la industria y restaurar la viabilidad del sector manufacturero norteamericano despedazado por la crisis, Reagan dio en 1985 un giro en su política económica. "Bajo presión norteamericana, el 22 de septiembre de 1985 las potencias del G-5 —EEUU, Alemania, Francia, Gran Bretaña y Japón— firmaron el Acuerdo del Plaza, concordando en actuar conjuntamente para reducir la tasa de cambio del dólar a fin de salvar al sector industrial norteamericano, que marchaba hacia su destrucción" [20].

Según Brenner, el Acuerdo del Plaza de 1985 fue "el punto básico de la reversión del sector industrial norteamericano, en un momento crítico para economía mundial en su conjunto. Desencadenó diez años de continuas devaluaciones del dólar en relación al yen y el marco, acompañadas de un congelamiento de una década en el crecimiento de los salarios reales. Abrió, al mismo tiempo, el camino para la recuperación de la competitividad junto con una aceleración del crecimiento de las exportaciones del sector manufacturero norteamericano, una crisis duradera de las industrias de Alemania y Japón y una explosión sin precedentes de expansión industrial del Sudeste de Asia volcada a las exportaciones, cuyas economías en su mayoría tienen sus monedas atadas al dólar, asegurando a los exportadores una considerable ventaja frente a sus rivales japoneses, cuando el dólar fue cayendo entre 1985 y 1995. [...] La combinación de ajuste industrial, contención salarial y desvalorización del dólar detonó un giro fundamental en el modus operandi del sector manufacturero norteamericano: sus industrias pasaron a depender cada vez más de las exportaciones" [21].

Brenner sostiene que, contra la creencia generalizada, ese viraje histórico de las tendencias de la competitividad (que determinó un ascenso paralelo de la tasa de ganancia en la industria norteamericana y que hizo que EEUU dejara atrás a sus rivales de Alemania y Japón) no puede ser atribuido a diferencias de crecimiento de la productividad en sus respectivas economías. El aumento de productividad de EEUU fue más bajo que el de la mayoría de sus rivales del G-7. Pero mientras el dólar se devaluaba y los salarios reales de la industria subían en EEUU menos del 1% entre 1985 y 1995, en Alemania y Japón los salarios crecían un 35%, y el yen y el marco se valorizaban notablemente. Casi todo se debió, según Brenner, a las diferencias en el crecimiento salarial y a las tasas de cambio favorables para las exportaciones industriales de EEUU [22].

El aumento de la rentabilidad de la industria norteamericana fue interrumpida por la recesión de 1990-91, pero en 1995, su tasa de ganancia ya superaba por primera vez su nivel de 1973. Desde 1993, "bajo el ímpetu del continuo reflorecimiento de la productividad y de las exportaciones del sector manufacturero... el sector comenzó a experimentar un crecimiento robusto y la economía como un todo se expandió con él. De repente, el PBI de EEUU comenzó crecer a un ritmo óptimo del 4,5% anual..." [23].

Comenzaba así el breve y azaroso boom de la economía norteamericana del 1995 al 2000. La gran cuestión era si el nuevo ciclo en EEUU sería la "locomotora" que sacaría a la economía mundial de su larga declinación y la llevaría a una nueva fase larga ascendente, como la de posguerra. Es decir, si se establecería una renovada "simbiosis" entre las principales economías capitalistas, siguiendo "la receta de Adam Smith de un crecimiento mutuamente autoreforzado a través de la especialización y de los beneficios del comercio" [24].

"¿Una nueva división mundial del trabajo —se pregunta Brenner—, emergiendo de las grandes crisis y reestructuraciones de las década del 80 e inicio de las 90 y basada en un nuevo orden mundial de mercados de commodities y de capitales completamente liberados, finalmente estaría superando dos décadas de exceso de capacidad y de producción en el sector de manufacturados internacional, décadas en las cuales la competencia había pasado por encima de la complementación y la producción superflua había prevalecido sobre la mutuamente benéfica especialización?" [25]

Hoy podemos comprobar que no fue así. Brenner trata de explicar esto también por medio de su modelo teórico de crisis debido al exceso de competencia, que lleva a un exceso de capacidad instalada y de producción, y que determina así la caída de la tasa de ganancia (sobre todo de la industria, que produce principalmente bienes "transables", es decir, sometidos a la competencia internacional).

Pero asimismo el intento fallido de 1995-2000 combinó un componente especial y muy importante: el papel del sector financiero y de la burbuja de la bolsa de valores. Brenner analiza minuciosamente cómo esto ayudó a inicialmente a sostener y sobreexpandir el boom pero luego, al estallar al burbuja, terminó agravando la caída.

 

Se infla y estalla la burbuja

 

Casi al mismo tiempo en que la industria y con ella toda la economía norteamericana comienza expandirse notablemente, ese crecimiento empieza a perder una de sus bases fundamentales: un dólar devaluado en relación al yen y las divisas europeas.

En 1995, la industria japonesa estaba en graves dificultades debido al estrangulamiento de sus exportaciones por la sobrevaluación de su moneda. Un colapso de Japón, inmediatamente después del estallido de la crisis financiera mexicana de ese año hubiera tenido graves consecuencias sobre el conjunto de la economía mundial y especialmente sobre EEUU. "Una crisis japonesa... acarrearía una liquidación en gran escala de la enorme cantidad activos norteamericanos en poder de japoneses, en especial de bonos del Tesoro. Eso elevaría las tasas de interés, asustaría a los mercados financieros y posiblemente engendraría una recesión..." [26]. Durante largo tiempo EEUU cubrió sus déficits fiscales y comerciales mediante inversiones extranjeras directas o de cartera y compra de bonos del Tesoro. Los grandes superávits comerciales de Japón habían sido una de las fuentes principales de financiación.

Esto lleva, entonces, al gobierno de Clinton a firmar en 1995 con Japón y Alemania el "Acuerdo del Plaza invertido", con medidas para elevar la cotización del dólar en relación al yen y el marco.

"De 1995 en adelante, los papeles se invirtieron: un dólar en alza comenzaba ahora a estrechar las ganancias y a pesar sobre el sector industrial norteamericano (en vez de sobre los japoneses o alemanes); los sectores manufactureros japonés y alemán (en vez del de EEUU) iniciaron recuperaciones (de corta duración); y el Sudeste de Asia [atado al dólar] patinó de su boom inaudito, proporcionado por el Acuerdo del Plaza [de 1985], a un impasse en las exportaciones, una burbuja especulativa y una depresión regional" .

Pero, paradójicamente, mientras la rentabilidad de la industria empieza a caer, "el mercado de acciones entra en órbita... el valor de las acciones despega y deja atrás a las ganancias corporativas en una escala sin precedentes" [27].

La hipertrofia del sector financiero ya venía desde hacía tiempo, cuando Carter y luego Reagan liquidaron las rígidas normas que lo habían regulado luego de los desastres de 1929 y la década del 30. La preponderancia del sector financiero se origina, según Brenner, precisamente en los problemas de caída de rentabilidad del sector manufacturero y también del sector no manufacturero no financiero. Hacia las finanzas se dirigieron capitales que no encontraban colocación directa rentable en esos sectores. Pero finalmente, desde 1995 hasta el estallido de la burbuja en el 2000, esto asumió proporciones enloquecidas.

Varios factores interactuaban en ese sentido. El dólar en alza hacía mundialmente más atractivos los activos del mercado de valores norteamericano, cuyos precios también venían ascendiendo después de superar la caída de 1987. Un torrente de dinero desde todos los continentes afluyó a Wall Street. Por su parte, el gobierno de EEUU y su banco central, el Fed, tomaron diversas medidas para alimentar internamente la burbuja, desde la baja de la tasa de descuento hasta un salto notable en la emisión de dólares [28].

Los serios remezones de 1997 y 98 por la crisis del Sudeste de Asia y el default de Rusia respectivamente, no frenaron el ascenso delirante del precio de las acciones, sin relación alguna con la rentabilidad real de las empresas. Esto fue dinamizado mediante distintas triquiñuelas tanto de las corporaciones como de las entidades financieras, desde la recompra de sus propias acciones por parte de las empresas para hacer subir artificialmente su cotización hasta directamente la falsificación de la contabilidad para simular ganancias inexistentes.

Desde EEUU se forjó toda una ideología de alcances mundiales: la fábula de la "Nueva Economía". El gobierno, la Fed, los "expertos" y "analistas financieros" difundieron el cuento de hadas de que había surgido una "Nueva Economía", basada en las nuevas tecnologías de medios y telecomunicaciones, Internet, las empresas ".com", etc. que produciría fabulosas ganancias... en el futuro. ¡No había que perder la oportunidad de comprar acciones! Para ello hasta se habilitó un sector especial del mercado de valores, el Nasdaq. Como parte de esta ideología, estaba la afirmación de Greenspan y otros "expertos" que con la Nueva Economía, el capitalismo al fin había logrado evitar los ciclos y recesiones. La perspectiva sería de un crecimiento sin fin de la producción y las ganancias [29].

Sin embargo, mientras esperaban esas ganancias —que en la mayoría de los casos nunca llegaron—, los tenedores de acciones se iban enriqueciendo por el vertiginoso aumento de sus cotizaciones, sobre todo si el inversor era un creyente en el evangelio de la Nueva Economía. La persona que, por ejemplo, en marzo de 1995 hubiera invertido 100.000 dólares en acciones de empresas TMT (Tecnología, Medios y Telacomunicaciones), en marzo del 2000 su cartera valía... ¡500.000 dólares! [30]

Esto produjo lo que Brenner denomina el "efecto riqueza", tanto para la gente como para las empresas. El "efecto riqueza" estimulaba a los particulares y las corporaciones a consumir más y más, no ahorrar, hacer inversiones excesivas y sobre todo endeudarse fabulosamente. El crecimiento del consumo y la inversión internas (y no ya el desarrollo de las exportaciones de manufacturas) pasaron a ser el principal impulso del boom estadounidense [31].

Se desarrolló así lo que Brenner llama el "keynesianismo del mercado de acciones... En vez de confiar en la vieja fórmula keynesiana basada en los déficits públicos, la Fed sustentaba una nueva fórmula de estímulo artificial de la demanda por medio de un mayor endeudamiento privado, tanto corporativo como de consumo, posibilitado por la suba de los precios de las acciones y por el efecto de prosperidad resultante" [32].

La "nueva fórmula" pareció al principio andar sobre rieles, no sólo en relación a la economía estadounidense, sino a las de Japón, Alemania y Europa occidental. El fabuloso crecimiento del consumo privado y de la inversiones corporativas en EEUU, acicateadas por el "efecto riqueza", se combinaba con la depreciación del yen y las monedas europeas frente al dólar. Eso estimulaba las exportaciones de esos países para alimentar el insaciable boom de consumo de EEUU. Parecía que al fin se había logrado relanzar la economía del conjunto de los países capitalistas avanzados y que la "larga declinación" quedaba atrás.

Sin embargo, según Brenner, ya desde 1995 comenzaron a erosionarse las bases mismas del boom. Y la burbuja de la bolsa, que lo había prolongado artificialmente, terminó agravando las cosas.

Mientras los precios de las acciones se disparaban, había empezado a caer marcadamente la tasa de ganancia de la industria norteamericana, y también en menor medida la del sector no financiero no manufacturero. O sea, comenzaban a carcomerse las bases mismas de la recuperación de la economía. En esto fue decisivo, según Brenner, el mencionado "Acuerdo del Plaza inverso" de 1995 que, al fortalecer el dólar frente al yen y el marco (y luego ante el euro), restó competitividad al sector manufacturero.

Pero también, para Brenner, el mismo "efecto riqueza" agravaría otro de los parámetros fundamentales —dentro de su modelo teórico de crisis por exceso de competencia—: el exceso de capacidad instalada, que lleva a la sobreproducción, la caída de los precios y, en últimas, de la rentabilidad.

Es que el alza vertiginosa del mercado de valores, significó para las corporaciones la posibilidad de acceder a enormes fondos casi a costo cero... claro que eso también implicaba un aumento no menos colosal de su endeudamiento.

Buena parte de esos capitales a costo casi cero fueron gastados en la sobreampliación de la capacidad instalada, que finalmente, en muchos casos, quedaba sin ser utilizada. Con la ideología de la Nueva Economía en la cabeza, esto llegó al colmo en el sector de telecomunicaciones. Por ejemplo, se instalaron miles de kilómetros de cables de fibra óptica en EEUU y otros países, en redes que trabajan en competencia unas con otras. El resultado fue que en el 2002 la tasa de utilización de esas redes en EEUU llegaba sólo al 2,5%. ¡Sobraba el 97,5%! [33]

Finalmente, en marzo del 2000, la burbuja estalló. Históricamente, en EEUU la relación "normal" precio/ganancia de las acciones ha sido aproximadamente de 15 a 1. En el momento de máximo delirio, en el primer trimestre del 2000, la relación precio/ganancia de las acciones del Nasdaq alcanzó la cifra absurda de 400 a 1 [34]. A partir de allí, todo se vino abajo. Ni los fraudes contables podían ya esconder la realidad: la caída de las ganancias o en muchos casos las fabulosas pérdidas. Y los mayores desastres eran precisamente las estrellas de la Nueva Economía. Pasaron de la cumbre al abismo. El Nasdaq, desde su punto máximo alcanzado el 10 de marzo del 2000 llegó finalmente a caer un 78%. Quien tuviese invertido 500.000 dólares a esa fecha y no hubiese huido a tiempo, vería su cartera reducida a 110.000.

Se produjo entonces, según Brenner, la inversión del "efecto riqueza". Se dio "una reacción igual en sentido opuesto", que se ampliaba además por los altos niveles de endeudamiento que registraban ya las familias y empresas. Antes, el giro de la especulación en la bolsa sostenía el boom, sobre-estimulando el gasto y la inversión. Ahora, la rueda giraba al revés, sobrecargando las tendencias recesivas [35].

 

Algunos comentarios y críticas

 

Para Brenner, el problema de fondo es que el mecanismo de crisis por exceso de competencia, no se ha superado. Durante el boom estadounidense de 1995-2000, no se produjo una quiebra en el patrón de las economías de EEUU, Europa occidental, Japón y el Sudeste asiático, patrón que les dificulta expandirse y prosperar juntas, en vista del exceso de capacidad y de producción internacionales.

El boom explosivo de la burbuja, que acrecentaba el consumo y las importaciones de EEUU, no llevó una expansión del sector manufacturero mundial con división del trabajo y complementación, sino que prolongó la tendencia a ese exceso de competencia, a la capacidad y producción redundantes. Por eso, en cada expansión cíclica, prosperan los que disfrutan de tasas de cambio reducidas y caen quienes las tienen altas [36]. Es, según Brenner, un "juego de suma cero", en el cual los capitales basados nacionalmente tratan de aumentar su tasas de ganancia sólo a expensas de sus rivales, compitiendo en la reducción de precios de los mismos productos, por lo que la tasa de ganancia del conjunto del sistema falla en elevarse [37].

En ese contexto, la principal economía capitalista, la de EEUU, oscila en medio de una contradicción. Para enjugar sus déficits y sostener su sector financiero, necesita un dólar alto que atraiga capitales del exterior. Pero para sostener la rentabilidad y la competitividad internacional de su industria, necesita un dólar bajo.

La brecha entre la capacidad industrial y su utilización se está aproximando a sus más altos niveles desde los años 30. No ha habido ninguna superación del patrón conflictivo de desarrollo que ha marcado la larga declinación de la economía internacional. Por el contrario, tras cada década, ese patrón se ha tornado más pronunciado y ha producido un avance económico siempre más vacilante y un riesgo de crisis cada vez más profundas [38].

El libro que comentamos tiene, entre otros méritos, el de hacer una historia minuciosa de algunos de los hechos económicos más importantes de los últimos tiempos (como fueron la burbuja de Wall Street o la "Nueva Economía" y sus fabulaciones), y sobre todo de los mecanismos de competencia entre las tres principales economías.

Su crítica pulveriza algunas viejas y nuevas ideologías de moda desde los 90, desde la sabiduría de la "mano invisible" del mercado hasta la creencia que el capitalismo, gracias a la "Nueva Economía", había logrado superar los ciclos y recesiones.

Brenner demuestra el carácter destructivo del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo y que su sabia "mano invisible" siempre se equivoca. Como ya había señalado en 1998, en The Turbulence..., "mi punto de partida es simultáneamente que el capitalismo tiende a desarrollar las fuerzas productivas a un grado sin precedentes y que tiende a hacerlo en forma destructiva" [39].

Cuando, desde las cátedras universitarias hasta las pantallas de la televisión, legiones de charlatanes mercenarios entonan himnos a la "libre competencia" capitalista como motor de progreso de la humanidad, Brenner demuestra los desastres que acarrea.

También hace una descripción equilibrada del papel de las finanzas y el mercado de valores, evitando las unilateralidades de teorías en boga, al estilo de la "economía-casino" y otras simplificaciones. En ese sentido, es útil para confrontar concepciones difundidas en sectores de izquierda, las dirigencias sindicales y el populismo, especialmente en América Latina. Esas teorías del capital "productivo" bueno y progresivo, enfrentado al malvado capital "especulativo" financiero, responsable de las crisis. Por el contrario, Brenner, correctamente, ubica el centro de la crisis en la producción y en los problemas de su realización en el mercado. Y describe cómo las corporaciones "productivas" encabezaron la delirante orgía de la bolsa, con las recompras, la emisión desenfrenada de acciones y obligaciones, los fraudes contables y otras maniobras por el estilo. Las utopías de un "capitalismo sano", "sin especulación", no encuentran lugar en este análisis.

La teoría de Brenner —de crisis por sobrecompetencia, en el marco de la anarquía de producción propia del capitalismo— tiene ese atractivo de los modelos simples que parecen ser capaces de explicarlo todo. Sus conceptos fundamentales, que Brenner presenta claramente definidos y bien articulados con una abrumadora masa de datos, parecería que pueden dar cuenta de todo lo sucedido en los últimos 60 años.

Más aún, podemos señalar a su favor cómo hoy el vacilante ascenso de la economía de EEUU —luego de alrededor de un 25% de devaluación del dólar frente al euro y el yen, seguido de un repunte de sus exportaciones industriales— va acompañado simultáneamente de la deflación en Japón y el estancamiento de Alemania y Europa. Esos tres hechos son comprensibles en el modelo teórico propuesto por Brenner.

Sin embargo, como teoría general del desarrollo del capitalismo moderno y sus crisis, la de Brenner es inaceptable de conjunto. Describe bien una serie de fenómenos, mecanismos y relaciones de las economías de EEUU, Alemania y Japón, pero lo hace poniendo todo "cabeza abajo".

En primer lugar, invierte las verdaderas relaciones causales. Porque no es el exceso de competencia capitalista lo que determina la caída de la tasa de ganancia, sino la caída de la tasa de ganancia la que obliga a que la competencia se haga más feroz y "destructiva".

En segundo término, Brenner aísla esas interconexiones económicas EEUU-Alemania-Japón, tanto de las relaciones entre las clases, como de lo que en verdad es el conjunto de la economía y de la sociedad capitalista mundiales.

Ese aislamiento, que ya es notorio en lo referente a las relaciones entre las clases, se hace absoluto respecto al conjunto de la economía y la sociedad mundiales, que constituye una totalidad de la cual la tríada EEUU-Alemania-Japón sólo es parte. Para Brenner, el resto del mundo simplemente no existe ni cumple función alguna en su modelo. Este sólo hecho invalida lo que pretende ser una teoría del desarrollo y crisis del capitalismo mundial en su conjunto.

Como señala Claudio Katz en otro artículo de esta revista, en el anterior período depresivo 1929-1940/45 el epicentro de la crisis se ubicaba claramente en los países más avanzados, en primer lugar Alemania y EEUU. Ahora, en la actual fase de "declinación" iniciada en los 70, el epicentro de la crisis se ha desplazado —o mejor dicho, ha sido desplazado— hacia la periferia, donde se registran los grandes colapsos económico-sociales, las catastróficas crisis financieras, etc. Una teoría de la crisis mundial no puede simplemente ignorar este hecho fundamental.

Pero veamos más de cerca esos tres aspectos, la cuestión de la tasa de ganancia, las relaciones entre las clases y las del centro con la periferia.

 

La teoría de valor y la tendencia decreciente de la cuota de ganancia

 

Los problemas de la teoría de la crisis formulada por Brenner comienzan desde lo más abstracto. Brenner ha formado parte de una corriente de pensamiento, el "marxismo analítico" que se desarrolló en los 70, en EEUU y Gran Bretaña, cuyos teóricos más conocidos son Gerald A. Cohen y John Roemer. Aunque ha sido una corriente heterogénea, podemos decir que, en general, los "analíticos" se plantearon una "reelaboración" del marxismo, sus categorías y principios básicos, privilegiando la necesidad de la abstracción para definirlos rigurosamente. En esa tarea, empleaban la lógica formal moderna, la matemática y la construcción de modelos.

En verdad esta corriente expresó una cierta adaptación al empirismo y al rechazo a la dialéctica, que son una larga tradición del pensamiento anglosajón. Así, por ejemplo, para Roemer, la teoría del valor-trabajo y la distinción entre valor y precio "es una empresa hegeliana mística" [40]. Más en general, los "analíticos" no dan mucha cabida a la contradicción dialéctica entre esencia y apariencia (fenómeno), que en el pensamiento de Marx, continuando en eso a Hegel, juega un papel fundamental.

Aunque, por un lado, Brenner aparenta suscribir la teoría del valor-trabajo y de la plusvalía de Marx, por otro lado, rechaza de plano su principal conclusión, la "ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia", expuesta en Libro III de El Capital y considerada por éste como "la ley más importante de la economía".

En una respuesta a críticas hechas a su primer libro, The Turbulence..., Brenner afirma que "de ninguna manera... pongo en duda que la fuente de las ganancias capitalistas se encuentra exclusivamente en la explotación de los trabajadores... la explotación constituye la única fuente de plusvalía" [41].

Sin embargo, aquí se manifiesta una incoherencia de Brenner. Aceptar, aunque sea en esa forma indirecta y confusa, la teoría del valor y simultáneamente rechazar la ley tendencial de caída de la tasa de ganancia, es como si en matemáticas dijéramos: "me baso en los axiomas de la geometría euclidiana, pero rechazo el teorema de Pitágoras."

Por supuesto, la "crítica de la economía política" desarrollada por Marx, no es una ciencia matemática, y hay exageración en lo que decimos. Pero, sin dejar de tener en cuenta los niveles de abstracción diferentes y "escalonados" en que dialécticamente se desenvuelve el texto de El Capital —desde las máximas abstracciones del Libro I hasta las cuestiones más concretas del Libro III—, la ley tendencial de caída de la cuota de ganancia es la conclusión inexorable de las premisas generales.

Esto, al mismo tiempo, exige tener siempre presente en qué nivel de abstracción plantea Marx esta ley tendencial. Como parte inseparable de su mismo enunciado, Marx señala las tendencias opuestas que la contrarrestan, como el aumento del grado de explotación del trabajo, la desvalorización del capital constante, la reducción del salario, la superpoblación relativa, el comercio exterior, etc., que nos remiten a relaciones aun más concretas entre las clases y los países. En la realidad, esta ley actúa articulada históricamente con un complejo de factores económicos, sociales y políticos, de mediaciones que pueden potenciarla o contrarrestarla, sin que por ello en ningún momento deje de actuar. Estas combinaciones concretas explican, por otra parte, la sucesión de fases de ascenso y depresión del capitalismo, que se han presentado desde el siglo XIX.

Por supuesto, en el marxismo ha habido y hay quienes hacen interpretaciones mecánicas y directas, sin mediaciones, de esta ley tendencial. Por ejemplo, que lleva por sí misma al colapso del capitalismo [42]. Pero eso, en todo caso, no es culpa de Marx sino de algunos de sus discípulos.

Brenner presenta el defecto opuesto. Rechaza la ley tendencial con argumentos poco convincentes, desarrollados en The Turbulence... Alega que es una incomprensible desviación "malthusiana" de Marx, porque supuestamente, adoptaría la tesis de Malthus de "una disminución en la rentabilidad como resultado de una disminución en la productividad" [43]. Pero, al enunciar esta ley, Marx sostiene exactamente lo contrario: "La tendencia progresiva de la cuota general de ganancia a bajar sólo es una expresión... del desarrollo ascendente de la fuerza productiva social del trabajo" [44].

Esta contradicción entre una adhesión ambigua a la teoría del valor y el rechazo real a su conclusión fundamental —la ley tendencial de caída de la tasa de ganancia—, Brenner lo resuelve eludiendo la esencia del problema: los procesos de valorización del capital y sus contradicciones, que hoy, con la globalización, asumen una dimensión cada vez más directamente mundial que nacional.

Se mueve entonces en la superficie de los fenómenos de los costos de producción y los precios del mercado, del capital fijo, de los salarios, de los tipos de cambio, etc., que finalmente se expresan en la competencia. Pero, como advertía Marx, "...en la competencia todo se presenta de un modo falso, es decir, invertido... El economista vulgar no hace, en realidad, más que traducir a un lenguaje aparentemente más teórico, generalizador, las peregrinas ideas de los capitalistas presos de la competencia". Y añadía que diversos fenómenos, como las variaciones de precios, el incremento de la cantidad de mercancías más baratas, etc., "no son más que una manera distinta de expresar la ley de la cuota decreciente de la ganancia..." [45].

Sin embargo, aunque Brenner los presente invertidos en sus relaciones causales, paradójicamente, la infinidad de datos que aporta en su libro hacen más creíble la concepción teórica de Marx —la ley tendencial— que la del propio Brenner (que, en última instancia, elabora una versión moderna de Adam Smith, que también explicaba por la competencia el fenómeno de la caída de las ganancias).

La teorización de la sobrecompetencia se revela poco consistente en cuestiones claves, como por ejemplo en qué consistió la "simbiosis" y/o "complementación" que sostuvo el boom de posguerra durante 20 años. ¿Acaso EEUU se dedicó a producir automóviles, Alemania aviones y Japón televisores? Desde el primer momento todos produjeron más o menos lo mismo... pero con tasas de ganancia fenomenales. En verdad, hoy en los procesos productivos hay más "complementación" que entonces, porque las corporaciones están produciendo cada vez más a escala mundial y no doméstica.

El "exceso de capacidad" (el exagerado incremento de capital fijo) sobre el que tanto insiste Brenner, ¿no implica acaso el crecimiento "excesivo" del capital constante y de la composición orgánica del capital, claves de la ley tendencial de Marx?

La "gigantesca expurgación de medios de producción y de mano de obra superfluos y de alto costo", en EEUU en los 80, que facilitó la recuperación de tasa de ganancia en su industria, ¿no es acaso la desvalorización del capital constante y la rebaja de salarios, señaladas por Marx como medidas que contrarrestan la ley tendencial?

Por supuesto, la competencia se hace furiosa en épocas de crisis, pero no como la causa sino como el efecto de la caída de la cuota de ganancia (aunque a su vez la agrave). Por eso, simultáneamente, se exacerba también la tendencia contraria, que Brenner subestima, como la multiplicación de los acuerdos monopolistas entre las corporaciones en el seno de los oligopolios mundiales, las fusiones y adquisiciones que han elevado vertiginosamente la concentración del capital, las medidas de los gobiernos imperialistas para "regular", subsidiar y/o proteger determinadas ramas y empresas (como Bush con el acero), etc., todos factores que limitan la competencia. Son dos fenómenos opuestos pero que responden a la misma esencia: la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

 

Las relaciones entre las clases: el historiador Brenner versus el teórico Brenner

 

Reducirse a los fenómenos visibles de la competencia sin considerar la esencia más oculta de los procesos de valorización del capital, tiene sus consecuencias. Cuando se va a los niveles más concretos —y al mismo tiempo más complejos— de las relaciones sociales entre las clases, por un lado, y entre los países imperialistas y la periferia, por el otro, el modelo teórico de Brenner se revela cada vez más insatisfactorio.

Consecuente con su concepción centrada en la competencia, Brenner concluye que lo decisivo es "la relación «horizontal» capital-capital" y no la "relación «vertical» capital-trabajo".[46] Y agrega: "aunque la explotación constituye la única fuente de plusvalía, y la lucha de clases es significativa para la distribución del ingreso, no hay razón para tomar como un dogma que los mecanismos que impulsan la crisis económica y el estancamiento deben ser buscados directamente en la relación capital-trabajo" [47].

Coincidimos con Brenner en la crítica a ese dogma. Es común en la izquierda (y, paradójicamente, también en la derecha que hace responsable de la crisis a los "privilegios" de los trabajadores). Se expresa en diferentes concepciones de la crisis. Desde las teorías del "profit squeeze" (caída de las ganancias por la presión salarial) hasta las concepciones sobre la "lucha de clases" y el "poder del trabajo", estilo Holloway.

El problema es que, a esas teorías, Brenner le opone una unilateralidad diferente, aunque de signo opuesto. Establece una contraposición artificial entre relaciones "horizontales" y "verticales", y hace de las primeras lo determinante del curso del capitalismo, mientras las segundas se limitarían a la modesta tarea de la "distribución del ingreso".

Pero aquí también la historia que relata, contradice su teoría de que lo que importa sobre todo, son las relaciones "horizontales" capital-capital. El historiador Brenner hace cortocircuito con el teórico de la economía Brenner.

Así, cuando considera el boom de posguerra, debe mencionar desde las condiciones creadas entre el capital y el trabajo por el triunfo del fascismo en los 30, hasta la victoria de EEUU en la Segunda Guerra, la contención del movimiento obrero estadounidense, la situación de la lucha de clases en Europa y Japón en la posguerra, las necesidades geopolíticas de la "guerra fría", etc. Después, permanentemente, Brenner nos remite a la cuantía de los salarios, como uno de los determinantes fundamentales del estancamiento europeo y japonés, y la recuperación de EEUU. en los 90.

Sin embargo, esas relaciones "verticales", que en su teoría salen por la puerta y en su historia vuelven a entrar por la ventana, terminan asumiendo un aire exclusivamente economicista-sindicalista. Se limitan finalmente a los problemas del salario.

Las derrotas del ascenso revolucionario mundial iniciado en el 68, la contrarrevolución Reagan-Thatcher, la conversión de la burocracia china al capitalismo (que instaló en Asia el centro de desarrollo capitalista más dinámico del planeta), la "segunda guerra fría" y el colapso final de la URRS y el Este, el paralelo fracaso de los nacionalismos tercermundistas, la borrachera triunfalista que estos hechos generaron en la burguesía mundial, el surgimiento de EEUU como la única superpotencia y la imposición en todo el mundo de su dogma neoliberal, ¿no tuvieron nada que ver con el boom norteamericano de 1995-2000? ¿Todo se debió al Acuerdo del Plaza de 1985, para devaluar el dólar?

 

El sur también existe

 

Como hemos visto, Brenner hace eje en el problema de la competencia capital-capital. En lo concreto, esto se reduce a la competencia EEUU-Alemania-Japón, con algunas menciones secundarias a otros países de Europa y el Sudeste de Asia.

Aunque desde un punto de vista que no compartimos —la teoría del capital monopolista de Baran y Sweezy—, John Bellamy Foster, uno de los editores de Monthly Review, observa acertadamente que en este esquema no sólo desaparecen casi por completo los acontecimientos de la lucha de clases, sino también las corporaciones multinacionales: "...la discusión concreta... se desplaza casi enteramente al nivel de las relaciones horizontales entre naciones-Estado... El centro de la globalización es visto como la inserción de las naciones-Estado en la competencia de unas con otras en base a las tasas de cambio, de interés, el nivel de los salarios, las tasas de productividad, los niveles de impuestos..." [48].

En este análisis, donde casi no intervienen relaciones "verticales"como la lucha de clases y la concentración del capital en las corporaciones multinacionales, tampoco hay lugar para otra "relación vertical" de fundamental importancia: el imperialismo.

Increíblemente, Brenner ha logrado escribir dos libros y numerosos artículos acerca de la economía mundial, sin necesidad de emplear jamás la palabra "imperialismo". ¿Cómo ha logrado esto? Por lo que antes señalamos: nadando en la superficie de los fenómenos de la competencia entre los tres centros de acumulación mundial —EEUU-Alemania-Japón— y eludiendo la esencia que está por debajo de eso: el proceso "vertical" de valorización, de acumulación del capital, es decir las relaciones "verticales" de producción y explotación a escala mundial.

Hoy, más que nunca, debido al salto en la internacionalización del capital y sus operaciones —la mal llamada "globalización"—, este proceso de valorización se da a escala mundial. Las 65.000 TNCs (corporaciones transnacionales), contabilizadas el 2002, con una cumbre de sólo 200 cuyas ventas combinadas llegan casi al 30% del producto mundial, constituyen hoy día el centro de los procesos de acumulación [49].

Por supuesto, esta realidad nada tiene que ver con las charlatanerías estilo Negri y Hardt, acerca de la "descentralización" y la desterritorialización". Las corporaciones multinacionales están firmemente ancladas en sus Estados nacionales de EEUU, Japón, Europa, etc. Pero ellas mundializan los procesos de producción e intercambio.

Y aquí entra la cuestión que aludimos al iniciar esta crítica. ¿Cuál es la verdadera gran crisis de la economía capitalista mundial? Las oscilaciones de las tres economías centrales desde los 70 han sido después de todo bastante "suaves" y amortiguadas. Aunque Brenner utiliza muchas veces la palabra "depresión", no es así exactamente. Ha sido una onda de bajo crecimiento, lento y desigual.

Brenner muchas veces alude a la crisis de los años 30 y hace comparaciones con las dificultades que sufre actualmente la tríada EEUU-Alemania-Japón. Da la impresión de que sólo ve diferencias de grado entre esas "turbulencias" y la crisis que tuvo lugar entre las dos guerras mundiales.

Pero una crisis equivalente o peor a la del 30 hoy no se registra en los países centrales, sino en la periferia. En la actual crisis mundial, está sucediendo lo opuesto a lo del 30.

Desde los 70, en nuestro "tercer mundo", se suceden un colapso tras otro, crisis financieras, catástrofes económico-sociales... Pero, hasta ahora, ningún país central, ni Japón en deflación, ha sufrido algo parecido al derrumbe de EEUU y Alemania de 1929-33, pero sí por ejemplo Argentina. Las crisis financieras y cambiarias, los defaults y las hiperinflaciones que azotaron Europa entre las dos guerras, hoy van saltando de un país a otro de la periferia, México, el Sudeste de Asia, Rusia, Brasil, Ecuador, Argentina, etc.

Muchas veces se ha comparado la crisis capitalista con los terremotos. Si es así, el epicentro hoy se ubica claramente en la periferia. En verdad, Brenner parece confundir los centros de la economía internacional —indiscutiblemente EEUU, Japón y Alemania-Europa— con lo que es hoy el verdadero centro de la crisis económico-social del capitalismo mundial.

Por eso, las grandes preguntas acerca de la crisis mundial Brenner ni siquiera las formula: ¿Por qué las características de la fase descendente iniciada en los 70 son tan opuestas a las de la fase descendente de entreguerras? ¿Por qué en esta última el epicentro se ubicaba en los países centrales y ahora en la periferia?

Esto tiene que ver con lo que nunca menciona Brenner: el imperialismo. Las características que asume hoy esta relación "vertical" —que combina dos elementos distintos pero inseparables, el dominio geopolítico y militar, y la explotación económica— son las que explican las diferencias entre ambas fases de declinación. Hoy esta relación política y económica tiene varios aspectos que atañen a la crisis.

Económicamente, se verifica una transferencia de valor de la periferia al centro, tanto a través de la producción como del comercio y las finanzas. La valorización del capital —es decir, la acumulación de plusvalía a escala mundial— es una avenida que corre esencialmente en un solo sentido: del Sur al Norte. Esto actúa al mismo tiempo como un amortiguador del ciclo en el Norte y como un agravante en el Sur. El desangre de los países de la periferia es simultáneamente una transfusión de sangre para el centro.

Políticamente, salvo escasas excepciones, la mayor parte de los países de la periferia están sometidos a las normas que dictan el FMI y el Banco Mundial, así como a las "recomendaciones" de la Secretaría del Tesoro de EEUU. Al mismo tiempo, ningún país metropolitano tolera que el FMI o el gobierno de EEUU le dicte su política económica.

Esto tiene consecuencias concretas en relación a la crisis. Mientras los gobiernos de los países centrales tienen la posibilidad de aplicar medidas anticíclicas que tienden a "planchar" los picos de crisis, los países sometidos de la periferia reciben órdenes estrictas de hacer lo opuesto.

El FMI impone medidas depresivas: lograr o aumentar el superavit fiscal, reducir el gasto del Estado especialmente los gastos sociales y de obras públicas, elevar las tasas de interés y no poner trabas a la entrada y salida de capitales. El fin de estas medidas es garantizar el servicio de la deuda pública (mayoritariamente en manos de acreedores de los países centrales), las remesas de ganancias a las casas matrices de las corporaciones radicadas allí, el pago de patentes, seguros y fletes (que en su mayor parte también van a las metrópolis), el libre movimiento de los capitales especulativos del centro que incursionan en los mercados financieros "emergentes" y, por último, la fuga de capitales de las burguesías nativas hacia los bancos y bolsas de los países centrales.

Naturalmente, estas medidas producen el efecto opuesto. En vez de tender a "planchar" el ciclo, agravan las tendencias recesivas hasta convertirlas en colapsos depresivos combinados con debacles de las monedas y las finanzas.

A medida que en la periferia se suceden las catástrofes, se ha puesto de moda hablar de los "errores" que cometería la desalmada "burocracia" del FMI. Esto ha dado mucha prensa a personajes como Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del Banco Mundial y Premio Nobel de Economía del 2001, hoy dedicado a criticar a esos funcionarios rivales del FMI. En sintonía con esta onda, pululan los proyectos de "reformas" al Fondo Monetario y demás organismos internacionales.

Pero no se trata de los "errores" de una burocracia "insensible", sino de un sistema mundial, por el cual se transfiere valor de la periferia al centro. De la misma manera que los oleoductos y buques-tanque transportan energía del Medio Oriente, Venezuela, Rusia, Nigeria, etc., a EEUU, Europa occidental y Japón, también existen lo que podríamos llamar "dolarductos". Son menos visibles pero no menos importantes, y se ocupan de transferir plusvalía en el mismo sentido. El FMI cumple una función parecida al "personal de mantenimiento" de los oleoductos. Cuida las tuberías y que las bombas funcionen a pleno.

En el mismo sentido actúa la OMC (Organización Mundial de Comercio) y los acuerdos de "libre comercio" —como el proyectado ALCA— que vinculan a los países centrales con la periferia. Son también avenidas de una sola vía. Las normas políticas que favorecen escandalosamente a la producción de las metrópolis en desmedro de productos de la periferia (como gran parte de los agrícolas), potencian el "intercambio desigual" (que luego comentaremos).

¿Cuáles son estos canales de transferencia de valor? En primer lugar esto se da en los mismos procesos productivos.

Como hemos señalado, alrededor de las corporaciones transnacionales, se han dado cambios fundamentales en el sentido de la internacionalización de la producción. De la producción "multidoméstica" —por ejemplo, en cada país una planta con sus proveedores nacionales producía íntegramente, digamos, automóviles— se ha pasado a la producción a escala mundial. Una corporación (o varias) producen partes de ese automóvil en diferentes países, las filiales se las exportan mutuamente, y finalmente ensamblan en esos países o en otros...

Este cambio, unido a las "aperturas del comercio exterior", ha tenido consecuencias devastadoras para el sector industrial de los países de la periferia que se desarrolló principalmente durante el boom de posguerra o aun antes, como en Argentina. Las inversiones directas industriales entre los centros de la Tríada EEUU, Japón y Alemania-Europa, cumplen un papel que podríamos llamar "sinérgico" o "simbiótico", ya que lo hacen en economías integradas, con múltiples ramas, alta composición orgánica, productividad y tecnología. Esas mismas inversiones en el "tercer mundo" arrasan con todo.

Las corporaciones trasnacionales no sólo están en condiciones de desalojar a esos competidores nacionales en la periferia, sino que también imponen una nueva división mundial del trabajo en el "tercer mundo", con especializaciones, tanto en la provisión de materias primas como de componentes para la producción industrial. Es una "pseudo-industrialización", que crea una dependencia total y que puede asumir varias formas. Estas van desde limitarse a la producción de algunas materias primas exportables, hasta reducir la "industria" al ensamblaje de partes importadas (como por ejemplo la "fabricación" de televisores o computadoras aquí) o la "maquila" estilo mexicano (fabricación de insumos muy baratos para ser reexportados, gracias a la superexplotación y los salarios de hambre del "tercer mundo").

Todo esto permite una valorización superior, que va a parar naturalmente a las casas matrices de la corporaciones, que no suelen domiciliarse en el Sur.

Las inversiones extranjeras en sectores de "no transables" (es decir, no exportables ni importables), es otro capítulo distinto del mismo proceso. En América Latina, las privatizaciones entregaron gran parte de los servicios públicos que antes eran estatales, a las corporaciones imperialistas. Con mercados cautivos y tarifas escandalosas, las compañías telefónicas, de electricidad, de agua, etc., lograron en Argentina, Brasil y otros países una rentabilidad cuatro o cinco veces superior a la obtenida en el centro.

En algunos marxistas, existe la idea de que, luego de la Segunda Guerra Mundial, los países del tercer mundo han "perdido importancia" para los países capitalistas avanzados. Se alega que éstos dependen menos de las materias primas de la periferia y que por eso la mayor parte de las inversiones directas en el extranjero (del 75 al 80%) se hacen entre los mismos países centrales. Sólo entre un 20 ó 25% va del centro a la periferia. Brenner ni siquiera opina acerca de esto. Pero, al dejar fuera de su modelo a la periferia, pareciera que de hecho comparte estas concepciones.

En principio, los gobernantes del imperialismo no parecen creer lo mismo, como lo prueba la red económica, política y militar que cuida que en el tercer mundo nadie se escape del corral, ni siquiera los pequeños y más pobres países africanos. Pero este razonamiento esquemáticamente estadístico es falso, porque no se considera el papel sistémico que juegan las transferencias de valor de la periferia al centro, como amortiguadoras de la caída de la tasa de ganancia.

Juzgar sólo por la cuantía de las inversiones directas es un criterio unilateral, que además no tiene en cuenta diferencias de rentabilidad. Por supuesto, éstas no son fáciles de medir, dado el actual carácter mundial de los procesos productivos y de valorización, donde además las corporaciones se "compran" y se "venden" a sí mismas por medio de sus filiales.

Sin embargo, hay infinidad de datos parciales y/o indirectos que sugieren una rentabilidad incomparablemente superior en la periferia. Ya señalamos el hecho por demás conocido de los servicios públicos privatizados en América Latina. Respecto a las inversiones en general, las interesantes estadísticas del Departamento de Comercio de los EEUU, publicadas mensualmente en el Survey of Current Business, proveen indicios similares.

Por ejemplo, en las Investment Tables (Tablas de Inversiones) del Survey, se calcula anualmente la Tabla G.3. Datos operativos y financieros de filiales no-bancarias en el extranjero de compañías de EEUU. Allí, por supuesto, no se indica la rentabilidad, pero sí hay dos datos que tienen relación con ella: los "activos" (assets) y los "ingresos netos" (net income) obtenidos. Mientras el porcentaje entre "activos" e "ingresos netos" de las filiales de las corporaciones norteamericanas en el exterior osciló de 1995 al 2000 entre 1% y 2% en Japón y alrededor del 3% en Alemania, en México promediaba el 8% y en Brasil llegaba al 10% hasta la crisis financiera del 98 [50].

Efectivamente, al tercer mundo va sólo entre un cuarto y un quinto de los inversiones directas mundiales, pero todo indica que ese porcentaje permite obtener una rentabilidad notablemente superior.

Los canales y mecanismos de transferencia de valor de la periferia al centro, no se reducen a la esfera de la producción. Existen igualmente en el comercio internacional. Aquí no podemos entrar en las largas discusiones acerca del "intercambio desigual" que vienen desde los años 60, problema alrededor del cual se han elaborado diversas explicaciones teóricas, desde la inicial de Arghiri Emmanuel (basada en las diferencias de salarios entre el centro y la periferia) [51] y las correcciones propuestas por Samir Amin a esa primera hipótesis [52], hasta otras muy distintas que ponen el acento en la diferencias de composición orgánica y de productividad, y en la desigualdad de relaciones entre capitales, como la desarrollada por Anwar Shaikh [53].

Hoy creemos que sería necesaria una reelaboración, teniendo en cuenta los cambios trascendentales ocurridos en el mismo comercio internacional, producto de la internacionalización de la producción. Cada vez es más importante el comercio intra-ramas (comercio entre corporaciones del mismo oligopolio mundial) e intra-firmas (comercio entre filiales de la misma corporación). Para dar un ejemplo: en 1999, el comercio intra-firmas llegó a ser casi el 40% de las exportaciones e importaciones entre EEUU y Japón; y el 66,4% de las importaciones y el 44,3% de la exportaciones de EEUU respecto a México [54].

La evolución del comercio mundial, desde los importadores y exportadores relativamente "independientes" de antaño, hasta las corporaciones que se "compran" y se "venden" a sí mismas de un país al otro, acentúa los mecanismos de transferencia y al mismo los hace más velados, ya que al ir las mercancías de un bolsillo al otro de la misma corporación, los precios pueden ser objeto de grandes manipulaciones, aunque dentro de los límites que fija la competencia. Pero aquí lo que nos interesa, es que estos cambios en el comercio mundial contribuyen aun más a sotener la rentabilidad en el centro y al despojo de la periferia.

Un ejemplo lo dan dos noticias aparecidas el mismo día en el diario Clarín de Buenos Aires, el 16 de julio pasado. En la página 7 se publica una denuncia de evasión de impuestos de las corporaciones cerealeras por 400 millones de dólares. ¿Cómo lo hacen? Exportando muy por debajo del precio internacional a compañías filiales en el extranjero. Éstas a su vez lo revenden al precio del mercado mundial. Luego, en la página 9, otra noticia informa que una de esas corporaciones con sede en Nueva York, ha declarado ganancias extraordinarias. Sus ingresos netos se triplicaron y las ganancias crecieron de 50 millones en el 2001 a 178 millones en el 2002. Seguramente, los cuidadosos estadígrafos del Departamento de Comercio de EEUU tendrán en cuenta el aumento de la rentabilidad de esa corporación, que irá promediado en el rubro de "corporaciones no bancarias no manufactureras" de ese país... pero en este caso ya sabemos su origen.

Por último, y no lo menos importante, la gran mayoría de los países de la periferia transfiere valor en los canales de las finanzas y los movimientos cambiarios y de capitales. La deuda pública es uno de los principales, pero no el único.

La importancia de la deuda excede su monto, ya abrumador especialmente para los países de América Latina. Es sobre la base de ser países deudores siempre al borde de la bancarrota, y absolutamente dependientes de los ingresos de capitales para refinanciar la deuda al infinito, que se monta la "auditoría" del FMI, que trae consecuencias económicas y políticas cualitativamente mayores y más graves.

Por ejemplo, el remate por monedas de las empresas estatales latinoamericanas al capital extranjero en los 90, se hizo en función de los problemas de pagos surgidos en los 80. Esto significó una transferencia nada despreciable, porque la nota común ha sido que esos activos se enajenaron escandalosamente subvaluados.

Otras exigencias del "auditor" imperialista van desde apoderarse del sistema bancario hasta la liquidación de los sistemas estatales de retiro, desde la "desregulación" laboral hasta el entierro de la educación pública. La recolonización de nuestros países, tiene uno de sus eslabones principales en la deuda pública.

Pero los mecanismos de expoliación financiera abarcan otros rubros menos visibles pero también de importancia. Uno, por ejemplo, es la fuga de capitales, principalmente de la burguesía nativa.

La mundialización ha implicado que sectores fundamentales de la gran burguesía e incluso de la clase media alta de esos países, se "integren" directamente, por así decirlo, al capitalismo de los países centrales. En eso ha jugado un papel importante la globalización financiera, la "desregulación" de esos mercados, y la misma deuda pública. Es una transferencia que no puede medirse con precisión, pero que en América Latina probablemente equivale al monto de la deuda.

Esto no sólo tiene efectos económicos sino políticos. Significa que los sectores más importantes de la burguesía se asocian directamente con el capital imperialista en la expoliación de sus propios países. Este hecho revela la escasa base para las utopías del "capitalismo nacional" y "productivo", que siguen alentando muchas corrientes en nuestros países.

La sangría que desde el Sur alimenta a los centros del capitalismo en el Norte y le ayuda a paliar su crisis, no podrá cortarse desde los proyectos de "otro capitalismo". Sólo puede ser enfrentada en la perspectiva del poder de los trabajadores y el socialismo. Este es el único proyecto realista.

 

Notas

*Brenner es director del Centro de Teoría Social e Historia Comparada de la Universidad de California Los Ángeles en EE.UU. También es uno de los dirigentes de la tendencia de la izquierda estadounidense que edita la revista Against the Current (Contra la Corriente).

1.- Brenner, O Boom e a Bolha, Editora Record, Río de Janeiro, 2003, pág. 17.

2.- The Economics of Global Turbulence, New Left Review, Londres, mayo 1998. Aquí citamos su versión en español, que puede leerse con el título no muy exacto de Turbulencia de la economía mundial, en: www.cep.cl/XXI/XXI_14/Brenner/EXXI_14_Brenner.pdf

3.- Brenner, Competition and Class: A Reply to Foster, Monthly Review, diciembre 1999.

4.- O Boom e a Bolha, pág. 17.

5.- Brenner, The Economy After the Boom: a diagnosis, International Viewpoint, julio 2002.

6.- O Boom e a Bolha, pág. 45.

7.- Cit., pág. 42.

8.- Cit., págs. 47 y 48.

9.- Cit., pág. 48.

10.- Cit., pág. 49.

11.- Cit., pág. 50.

12.- Cit., pág. 51.

13.- Cit., pág. 55.

14.- Cit., pág. 54.

15.- Cit., pág. 54.

16.- Cit., pág. 55.

17.- Cit., pág. 58.

18.- Cit., pág. 107.

19.- Cit., pág. 102.

20.- Cit., pág. 108.

21.- Cit., pág. 109/110.

22.- Cit., pág. 109/110.

23.- Cit., pág.124.

24.- Brenner, Turbulencia..., cit., pág. 360.

25.- O Boom e a Bolha, pág. 187.

26.- Cit., pág. 189.

27.- Cit., pág.197.

28.- Cit., pág. 204.

29.-, Cit.. pág. 286 y ss.

30.- Cit., pág. 252.

31.- Cit., pág. 253 y ss.

32.- Cit., pág. 240.

33.- Cit., pág. 322.

34.- Cit., pág. 316.

35.- Cit., pág.318 y ss.

36.- Cit., pág. 336 y ss.

37.- Competition and class..., cit.

38.- O Boom e a Bolha, pág. 336 y ss.

39.- Turbulencia..., cit., pág. 38.

40.- Roemer, El marxismo: una perspectiva analítica. FCE, México. 1989, pág. 10.

41.- Competition and class..., cit.

42.- En Argentina, es por ejemplo Jorge Altamira, dirigente del Partido Obrero, quien se especializa en las interpretaciones catastrofistas y unilaterales de la ley tendencial: "La perspectiva de esta etapa [sic] no es que el sistema pueda colapsar o no colapsar... sino la forma que tomará este colapso...", citado por Pablo Heller, Tasa de ganancia y descomposición capitalista, En Defensa del Marxismo, mayo 2003.

43.- Turbulencia..., cit., pág. 22. T. R. Malthus (1766-1824), economista inglés, en su célebre Ensayo sobre el principio de la población pronosticaba una crisis debido a que la productividad en la agricultura tendería a bajar y, paralelamente, la población tendería a crecer.

44.- Marx, El Capital, Libro III., Cartago, Buenos Aires, 1956, pág. 204.

45.- Marx, cit., pág. 219.

46.- Competition and Class..., cit.

47.- Competition and Class..., cit.

48.- Bellamy Foster, Is Overcompetition the Problem?, Monthly Review, junio 1999.

49.- UNCTAD, World Investment Report 2002, pág. 85 y ss. y Sara Anderson y John Cavanagh, Top 200 - The Rise of Corporate Global Power, Institute for Policy Studies, Washington, 2000, pág. 3.

50.- Porcentajes calculados sobre la cifras de activos (assets) e ingresos netos (net income) del Survey of Current Business, publicación mensual del Bureau of Economic Analysis - US Department of Commerce, G. Investment Tables, Table G.3. Selected Financial and Operating Data of Nonbank Foreing Affiliates of US Companies, referentes a los años 1995 al 2000.

51.- Arghiri Emmanuel, El intercambio desigual, con Samir Amin, Charles Bettelheim y Christian Palloix, en Imperialismo y comercio internacional, Pasado y Presente, Córdoba, 1971, pág. 5 y ss.

52.- Samir Amin, El desarrollo desigual, Planeta, Barcelona, 1986, pág. 109 y ss.

53.- Anwar Shaikh, Valor, acumulación y crisis, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1991, pág. 167 y ss.

54.- Intraindustry and Intrafirm Trade and the Internalisation of Production,OECD Economic Outlook, 2002, págs. 164 y 165.

 

Sumario