Foro Social Mundial

¿Democracia de los ciudadanos o revolución socialista?

Por Marcelo Yunes

 

Del 30 enero al 5 de febrero de 2002 se reunirá por segunda vez en Porto Alegre, Brasil, el Foro Social Mundial, al que concurrirán numerosas organizaciones sociales, sindicales y políticas de toda América latina y también de Europa. En el encuentro tendrán lugar, entre otras, importantes discusiones acerca de cuál es el horizonte estratégico de la izquierda: ¿se trata de oponerse al neoliberalismo para construir una “democracia participativa” y una “nueva ciudadanía”, o de luchar contra el orden social capitalista en una perspectiva de revolución socialista?

 

No es por azar que esta reunión se lleva a cabo en Porto Alegre: en esta ciudad, gobernada desde hace doce años por el Partido de los Trabajadores (PT), se está desarrollando una experiencia que muchos consideran la demostración de que la izquierda puede gobernar con un modelo de gestión distinto al neoliberal: el Presupuesto Participativo (PP). Comenzaremos aquí a señalar algunas de las cuestiones políticas y de concepción que emergen en el debate pero que trascienden al PP como tal, para transformarse en una de las discusiones centrales de la izquierda en el momento actual.

La importancia política de lo que acontece en Brasil es difícil de exagerar, especialmente en Argentina. Se trata del país más extenso y poblado América latina, y una de las mayores economías del mundo. Por eso, la existencia de gobiernos estaduales (Brasil es una federación de estados) a cargo de un partido político que se declara socialista, como el PT, concitó la atención inmediata, entre otros, de analistas políticos interesados en ver cómo se desarrollaba la gestión local de un partido de izquierda en el marco de un gobierno nacional claramente burgués y capitalista.

Para muchas organizaciones e intelectuales, el veredicto está claro: el PT (en particular los sectores de izquierda en su seno) ha logrado, mediante la concepción y ejecución del Presupuesto Participativo (en adelante PP), plantar la semilla de “un nuevo proyecto político de sociedad... un nuevo proyecto civilizatorio” (1), como lo denomina el actual alcalde de Porto Alegre, Tarso Genro. Este nuevo orden social, del cual el PP se muestra como un embrión y un ejemplo a seguir, es, naturalmente, opuesto al neoliberalismo, pero... no es por eso socialista. A pesar del nombre mismo del partido, tampoco se propone una sociedad construida a partir del autogobierno de los trabajadores. ¿Qué nombre tiene, entonces? No hay una sola versión, pero algunos de sus defensores nos van a permitir ilustrar cuál es su sentido.

 

Acumular “poder” socialista... dentro del Estado capitalista

 

Miguel Rossetto, vicegobernador del estado de Rio Grande do Sul (donde está Porto Alegre), identificado con un sector del PT llamado Democracia Socialista (que simpatiza con las posiciones del Secretariado Unificado de la IV Internacional), cree que la importancia del PP consiste en “preservar una referencia de gestión pública distinta del modelo de destrucción del estado, de privatización del Estado, de concentración de la renta (...) es importante y revolucionario comprobar que es posible gobernar de una forma diferente (...) El PP es un proceso revolucionario, porque es organizador del poder de la ciudad, a través de la democracia directa” y llega a decir que el PP “cambia las relaciones del Estado, que está construido históricamente de una forma autoritaria; rompe esta estructura e inaugura un nuevo ciclo de democratización  con valorización de la ciudadanía (...) una alternativa clara al modelo neoliberal, una propuesta de reconstrucción del Estado (...) Estamos, en verdad, reconstruyendo el Estado (...), un Estado que tenga capacidad de intervenir y ejercitar su poder regulador, y al mismo tiempo, un proceso de construcción de un nuevo Estado, de una nueva estructura dentro del Estado” (2).

Nos hemos extendido en la cita para que no queden dudas de cuál es el horizonte político que propone este sector, que se reivindica marxista revolucionario. La tradición marxista de crítica a los reformistas que hablan del “Estado”, de “gestión pública” y de “ciudadanos” en general, pasando por alto que tanto el Estado como su gestión tienen un carácter de clase, es tan poderosa que, ante la pregunta de si se va hacer una gestión dentro del sistema o si se mantiene una perspectiva revolucionaria, Rossetto se ve obligado a aclarar: “El gobierno no es una agencia de propaganda (...) Qué es pensar el futuro socialista si no la repartición del poder entre los ciudadanos”.

Debemos interrumpir para desmentir enfáticamente a Rossetto: el “futuro socialista” no llega con la simple “repartición del poder entre los “ciudadanos” (por otro lado, ver en recuadro aparte hasta dónde el PP significa en verdad eso). Entre otras razones, porque el “poder” no es algo que un gobierno, sea o no de “izquierda”, pueda decidir alegremente repartir o conservar. Hasta donde sabemos, en este capitalismo globalizado el poder económico y social lo tienen los grandes capitalistas y sus representantes. Y en cuanto al Estado, el núcleo del poder lo constituyen, según añejas teorías marxistas que nos siguen pareciendo válidas, las instituciones represivas que defienden la propiedad privada del capital, en particular la policía y el ejército. Este “detalle” es sistemáticamente soslayado por los defensores del PP  y los teorizadores de la “democracia participativa y directa de los ciudadanos”.

Sigamos con Rossetto: “En esta perspectiva nosotros acumulamos, en un proceso complejo, tensionador entre la idea de un gobierno meramente gestor de una crisis capitalista, y un gobierno que, sin confundirse con una agencia de propaganda, adopte una estrategia que combine ruptura con acumulación” (3).

Esta estrategia de acumulación ya había sido expuesta en el PT por Carlos Coutinho en 1989: “La democracia socialista no es la continuación directa de la democracia liberal (...) pero sería una equivocación suponer que este nuevo estadio del proceso de democratización sólo pueda manifestarse en todos sus aspectos después de la conquista del poder por los trabajadores (...) Esos elementos de la nueva democracia (...) ya se esbozan y toman cuerpo en el seno de los regímenes políticos democráticos aún bajo hegemonía burguesa” (4). Coutinho basaba esta posición en su rechazo a la dicotomía entre democracia burguesa (formal) y democracia socialista (sustantiva), señalando que esta oposición fue utilizada para eliminar toda forma democrática en las experiencias estalinistas.

El actual alcalde de Porto Alegre, Tarso Genro, ya por entonces aprobaba la idea de rescatar los mecanismos de democracia capitalista. Lo que no le gustaba eran las alternativas “clásicas”: “La simple propuesta de reactivar los Consejos, al estilo Comuna de París, en una sociedad moderna y compleja, no resiste siquiera la crítica del sentido común (...) la estructura del nuevo Estado democrático revolucionario y socialista no puede ser una invención de la ruptura, sino una construcción que se realice en dirección a la ruptura” (citado por Tafalla y Valenzuela, ver notas).

Otra vez la “combinación”; luego veremos cómo se explica que esa “ruptura” se demore tanto, mientras la acumulación ya lleva doce años.

 

El socialismo de Marx es utópico; lo realista es... la democracia de Rousseau y la antigua Grecia

 

Si hay términos que se repiten hasta el cansancio en todos los políticos (tanto “gestores” como “teóricos”) que defienden el PP como paso estratégico, esos son democracia participativa y ciudadanía, tal como lo hemos visto en el caso de Rossetto.

Jorge Almeida, del PT, dice que “la izquierda tiene una asignatura teórico-estratégica pendiente sobre cómo... se podría viabilizar una democracia directa, participativa y representativa... La organización de nuevas esferas públicas, como los consejos del PP (pueden) ser efectivos canales para la construcción de un nuevo Estado” (5).

Por su parte, los admiradores europeos del PP dicen que éste “muestra que es posible abrir espacios para la socialización de la política, para evitar el secuestro de la soberanía popular por parte de los políticos tradicionales... Este es un debate antiguo que se remonta a los propios orígenes de la democracia. Podemos encontrarlo en Grecia (...) La tradición de la democracia griega o del republicanismo romano encarnó... en la democracia jacobina” (6).

Raúl Pont, ex alcalde de Porto Alegre (1996-2000), identificado, como Rossetto, con Democracia Socialista, comparte este entusiasmo por los iluministas franceses del siglo XVIII: “Hoy, tal vez, sería más fácil cumplir aquella democracia directa sin delegación pensada por Rousseau... Nuestra experiencia [la del PP] no es un modelo acabado, lo importante es el objetivo... una democracia sustantiva, una democracia donde el ciudadano delegue lo menos posible su poder soberano... En fin, poner en práctica nuestra Constitución [la brasileña de 1988], con todos sus límites, que dice que el poder emana del pueblo” (7). Este lenguaje curioso para un marxista, donde desaparecen las determinaciones de clase y el Estado es un ente de sexo indefinido, permite que se presente el cambio social como la “puesta en práctica de la Constitución” burguesa.

Lo cual no impide que los “marxistas” de El Viejo Topo aplaudan la experiencia de Porto Alegre como “una realidad que está socializando la política, devolviendo a los ciudadanos la soberanía que les había sido usurpada por los políticos profesionales” (8). Como se ve, tal como dice cualquier comentarista argentino de medio pelo, el problema no son los capitalistas, el imperialismo, la explotación y un sistema político que funciona al servicio de todo eso, sino que “los políticos” (así nomás, sin otra determinación) han usurpado la soberanía de los “ciudadanos” (Santo Biasatti diría “la gente”, y ésa sería toda la diferencia).

 

¿La revolución es un sueño eterno?

 

Lo más lamentable es, por supuesto, que no se trata sólo del lenguaje, sino de toda la perspectiva estratégica. Es la idea misma de revolución la que está en juego. Y no estamos hablando ya del “oficialismo” del PT (solo gente muy ingenua o muy deshonesta puede sugerir que Lula pretende hacer una revolución socialista), sino de los simpatizantes del Secretariado Unificado en Brasil, agrupados en la corriente Democracia Socialista dentro del PT.

Consideremos las “Tesis para una actualización del programa del PT”, presentadas al II Congreso del PT de 1999, publicadas en Inprecor 443/444 (edición en francés). Luego de una serie de puntos de carácter histórico y de crítica al neoliberalismo, la tesis 6 (“El socialismo como autogobierno solidario del pueblo organizado”) señala los lineamientos más profundos de su concepción:

“Nuestro programa democrático y popular debe estar orientado por una concepción del socialismo que representa la apropiación, por el pueblo organizado, del control sobre los mecanismos de la gestión económica y política de la sociedad” (9). Resulta extraño por qué se habla de “control sobre” esos mecanismos en vez de su gestión directa. Enseguida vendrá la explicación.

“No queremos ni el estatismo ni la dominación del mercado... El socialismo que buscamos es el de la solidaridad humana como valor fundamental, donde los ciudadanos deciden su destino, donde hay autogobierno de los trabajadores” (10). Habría que decidirse: o hablamos como marxistas, en términos de clase (trabajadores vs. capitalistas) o hablamos como “demócratas radicales”, en términos de “ciudadanos” y “democracia participativa”.

A muy largo plazo, sigue válida la formulación de Marx según la cual una sociedad realmente libre habrá eliminado la producción de mercancías... y habrá hecho desaparecer el Estado... Como perspectiva para la época actual, como eje de un programa democrático y popular [¡no socialista!] nuestra propuesta debe ser mucho más limitada: desarrollar todas las formas de autoorganización popular y de control social sobre el Estado y sobre el mercado... No defendemos como perspectiva inmediata ni la desaparición del Estado ni su reducción. Lo que defendemos es su transformación, que debe ser controlada cada vez más por la población organizada y consciente, que se constituye cada vez más en verdadera cosa pública. En este sentido, defendemos el debilitamiento del Estado... como aparato político autónomo. Nuestra experiencia reciente [se refiere al PP] es extremadamente útil para concretar esta perspectiva... Esta experiencia ha mostrado que esta manera de tratar el Estado es tan democrática como eficaz” (11).

Esta estrategia es completamente etapista y tributaria de las peores lucubraciones teórico-políticas del estalinismo. Democracia Socialista tiene el descaro de acusar a las corrientes de izquierda “tradicionales” justamente de etapistas, argumentando que ven la revolución solo como “un momento mágico y accidental”. Por supuesto que DS tiene razón en que  la revolución es también un proceso de construcción de doble poder que “combina elementos de ruptura y elementos graduales” (12). Pero, en primer lugar, DS olvida que ese proceso de construcción se hace esencialmente por fuera y en contra de las instituciones del Estado capitalista. Y, en segundo lugar, DS, con la coartada de que, efectivamente, buena parte de la izquierda es “insurreccionalista” (en el sentido de que solo se preocupa por la toma del poder estatal y deja de lado la esencial tarea de que la clase trabajadora construya sus organismos, su tradición, sus métodos de lucha y su experiencia) esconde su ambigüedad –por decir lo menos- en cuanto al momento de la insurrección.

Tal como se señalara en estas páginas (ver SoB Nº 8), la revolución es un proceso histórico que no se reduce a la insurrección, pero que la incluye. Y el sospechoso silencio del programa de DS acerca de los aparatos represivos del Estado capitalista –que no son mencionados jamás en todo el texto de las “Tesis”- nos autoriza a suponer que cuando DS habla de que la idea del socialismo de Marx sigue válida “a muy largo plazo”, se trata de una mención ritual para cumplir con la “ortodoxia” que todavía le queda. Y que, por consiguiente, toda la estrategia política “para la época actual” está limitada al “control” del Estado y el mercado, dentro de los marcos del régimen de producción capitalista. Sólo así puede interpretarse la idea de la “transformación del Estado en cosa pública” mediante el solo concurso de mecanismos de participación popular, sin lucha permanente (y, eventualmente, violenta) contra los capitalistas, contra los privilegiados, y contra el aparato de Estado que en última instancia está a su servicio y en su defensa.

La importancia de estas cuestiones de estrategia de la izquierda, en momentos de crisis del neoliberalismo y de surgimiento de alternativas que pretender reformar o emparchar al capitalismo, no puede exagerarse. Es por eso que resulta vital participar de las reuniones y debates del Foro Social Mundial en Porto Alegre: para impulsar la lucha contra el desastre capitalista defendiendo una perspectiva socialista y revolucionaria, junto con todos aquellos que no se quieran dejar engañar por los cantos de sirena de la “democracia de los ciudadanos”.

 

 

Recuadro:

¿Qué es el Presupuesto Participativo?

 

El PP es un mecanismo implementado por los gobiernos locales (a nivel municipal y estadual) controlados por el PT (aunque pocos se molestan en señalar que, sin tanta alharaca, varias ciudades de Brasil controladas por partidos burgueses también  lo utilizan, y en Argentina lo han propuesto dirigentes del ARI).

Consiste esencialmente en asambleas regionales abiertas por tema, donde se discuten las prioridades de inversión pública para el barrio o la región. Allí se resuelve, por ejemplo, que el dinero disponible se gastará en cloacas y pavimento y no en plazas públicas o iluminación. Gracias a este mecanismo, en Porto Alegre ha tenido lugar un cierto avance en la calidad de vida de los habitantes, dado que, por ejemplo, la corruptela ligada a los contratos del Estado se hace más controlable. En el PT valoran también la “educación ciudadana” que reciben los vecinos como resultado de la participación en las asambleas y reuniones preparatorias.

Sin embargo, a pesar del encandilamiento con que se refieren al PP los dirigentes del PT y sus admiradores europeos (Le Monde Diplomatique y otros), e incluso concediendo que los espacios de debate y decisión sean todo lo democráticos que se proclama, es difícil sostener que se trata de una panacea que va a cambiar la cultura de la izquierda y abrir paso a una nueva sociedad de participación ciudadana y democracia directa. Ni que, como dice Ubiratan de Souza, “responde a los desafíos de la modernidad y a la crisis de legitimidad del Estado” (como si fuera un terrible problema que el Estado de los capitalistas se vuelva “ilegítimo” a los ojos de los explotados).

En primer lugar, porque (hecho cuidadosamente soslayado por sus panegiristas) el PP no resuelve más que sobre aproximadamente un 10% del presupuesto total. En efecto, sobre temas absolutamente esenciales de política económica tales como qué se hace con la deuda pública y la política impositiva (que es por donde debiera empezar un “gobierno de izquierda” que se proponga atacar la propiedad capitalista) el PP no tiene la menor injerencia.

Y en segundo lugar, porque la famosa “acumulación de poder” que se proclama se desarrolla íntegramente en el terreno de las instituciones estatales, sin sacudir ni un milímetro las verdaderas fuentes del poder: las propiedades y las ganancias de los capitalistas. Tanto los gobiernos municipal como estadual respetan en todo lo esencial los contratos y acuerdos con el gobierno central de Cardoso (incluyemdo, como se ha dicho, el pago de la deuda) y también con la burguesía local, a pesar de algunos conflictos.

Hasta tal punto esto es así que, siempre en aras de “los límites impuestos por la relación de fuerzas”, se ha llegado a privilegiar el cumplimiento de leyes y contratos expoliadores en detrimento del interés de los trabajadores y el pueblo. Dos ejemplos de esto son el tratamiento que recibió la huelga de los docentes por aumento de salario (donde se buscó desprestigiar la huelga con argumentos no muy distintos de los de un Ruckauf) y el incumplimiento de las promesas hechas al Movimiento de los Sin Tierra, que incluso fue reprimido por la Brigada Militar por orden del gobierno.

Conviene tener presentes estas cuestiones cuando las plumas del neorreformismo como Ignacio Ramonet entran en éxtasis y ponen los ojos en blanco ponderando el “nuevo camino” del Presupuesto Participativo...

 

Notas:

1- Tarso Genro, “El futuro de las ciudades en el nuevo orden internacional”

2- Entrevista de Pep Valenzuela (El Viejo Topo) a Miguel Rossetto.

3- Idem.

4- Citado por Joan Tafalla y José Valenzuela, “Democracia participativa en Brasil”.

5- Jorge Almeida, “El Manifiesto Comunista y el debate estratégico actual”.

6- Tafalla y Valenzuela, op. cit.

7- Raúl Pont, “Democratización del Estado: la experiencia del Presupuesto Participativo”.

8- Entrevista de Joan Tafalla a Raúl Pont.

9- Inprecor 443/444, p. 22.

10- Idem.

11- Idem.

12- Idem, p. 19.

 

Sumario