En la pelea por la restitución de
la auténtica perspectiva del socialismo como obra consciente de las más amplias
masas, publicamos un resumen del presente artículo, un profundo alegato a favor
de la transformación social hecha de manera autodeterminada, desde abajo, por
los explotados y oprimidos. El trabajo fue publicado por primera en la revista
estudiantil Anvil en 1960 y posteriormente, en edición corregida y aumentada,
en 1968.
En este texto, de
gran valor educativo, se repasan las tradiciones del socialismo,
fundamentalmente las del siglo XIX. Sin embargo, aunque queda fuera de
evaluación la tradición más propiamente del marxismo revolucionario del siglo
XX, inscribimos a ésta, a pesar de su diversidad, sus ambigüedades y sus
contradicciones, dentro de la tradición del socialismo desde abajo. Y la
reivindicamos frente a las "modas", como las actuales de John Holloway
o Toni Negri, que recaen en una deriva semianarquista, tradición duramente
criticada en este mismo trabajo.
La actual crisis del
socialismo es una crisis del significado del socialismo.
Lo más cercano a un
contenido común en los diversos "socialismos" es una negación:
anticapitalismo. En cuanto a lo positivo, la variedad de ideas incompatibles y
en conflicto que se llaman a sí mismas socialistas es más amplia que la gama de
ideas dentro del mundo burgués. Incluso el anticapitalismo es cada vez menos un
factor común. En un extremo del espectro, algunos partidos socialdemócratas
casi han eliminado de sus programas cualquier reivindicación específicamente
socialista, prometiendo mantener la empresa privada donde quiera que esto sea
posible.
En otro lado de la escena
mundial, están los Estados comunistas, cuya proclamación como socialistas está
basada en una negación: la abolición del sistema del beneficio privado
capitalista, y en el hecho de que la clase dominante no está formada por
propietarios privados. Sin embargo, desde un punto de vista positivo, el
sistema socioeconómico que ha reemplazado al capitalismo no sería reconocible
para Karl Marx. El Estado posee los medios de producción, pero ¿quién posee al
Estado? Ciertamente no las masas de trabajadores, que son explotados, sin
libertad y desposeídos de todo control político y social. Una nueva clase
dominante, los burócratas, domina sobre un sistema colectivista: un
colectivismo burocrático. A no ser que estatización sea igualada mecánicamente
con socialismo, ¿en qué sentido son "socialistas" estas sociedades?
Estos dos autodenominados
socialismos son muy diferentes, pero tienen en común más de lo que creen. Ambas
concepciones tienen sus raíces en la ambigua historia de la idea socialista.
Siempre ha habido
diferentes "tipos de socialismo", que comúnmente han sido divididos
en reformistas o revolucionarios, pacíficos o violentos, democráticos o
autoritarios, etc. Estas divisiones existen, pero la fundamental es otra. A lo
largo de la historia de las ideas y de los movimientos socialistas, la
fundamental división se da entre socialismo desde arriba y socialismo desde
abajo.
Lo que une a las muchas
diferentes formas de socialismo desde arriba es la concepción de que el
socialismo (o un razonable facsímil de él) debe ser otorgado como limosna a las
masas agradecidas, de una forma u otra, por una élite dominante que, de hecho,
no está sometida a su control. El corazón del socialismo desde abajo es su afirmación
de que el socialismo solamente puede ser realizado a través de la
autoemancipación de las masas activas en movimiento, llegando a él libremente,
con sus propias manos, movilizadas desde abajo en una lucha para hacerse cargo
de su propio destino, como actores (no simplemente como sujetos pacientes) de
esta etapa de la historia. "La emancipación de los trabajadores debe ser
obra de los trabajadores mismos": éste es el primer párrafo de los
estatutos escritos por Marx para la Primera Internacional, y éste es el primer
principio del conjunto de su obra.
Convencido de que la
actual crisis del socialismo solo puede comprenderse en los términos de esta
gran división dentro de la tradición socialista, pasaremos a algunos ejemplos
de las dos almas del socialismo.
Los primeros
socialistas modernos
El socialismo moderno
nació durante el más o menos medio siglo que va desde la gran Revolución
Francesa hasta las revoluciones de 1848. También lo hizo la democracia moderna.
Pero no nacieron unidos como hermanos siameses. Al comienzo, se movieron sobre
líneas separadas. ¿Cuándo se cortaron ambas líneas por primera vez?
A partir del naufragio de
la Revolución Francesa crecieron diferentes tipos de socialismo. Consideraremos
tres de los más importantes a la luz de nuestra pregunta.
1) Babeuf. El
primer movimiento socialista moderno fue dirigido en la última fase de la
Revolución Francesa por Babeuf ("la Conjura de los Iguales"),
concebido como una continuación del jacobinismo revolucionario, con el añadido
de un objetivo social más consistente: una sociedad de igualdad comunista. Es
ésta la primera ocasión en la era moderna en la que la idea socialista se une a
la idea de un movimiento popular, una combinación de enorme importancia.
¿Cuál es exactamente la
relación que en cada caso se concibe entre esta idea socialista y este
movimiento popular?
Los seguidores de Babeuf
entienden esa relación de la siguiente forma: el movimiento de masas popular ha
fracasado; parece que el pueblo ha vuelto la espalda a la revolución. Sin
embargo, el pueblo sufre y necesita el comunismo, nosotros lo sabemos. La
voluntad revolucionaria del pueblo ha sido derrotada por una conspiración de la
derecha: necesitamos una conspiración de la izquierda para llevar a cabo la
voluntad revolucionaria. Debemos, por tanto, tomar el poder. Pero el pueblo ya
no está preparado para ello. Por tanto, es necesario que nosotros tomemos el
poder en su nombre. Esto exige una dictadura temporal, que en verdad es de una
minoría. Pero sería una dictadura educativa, con el propósito de crear las
condiciones que harían posible el control democrático en el futuro (en este
sentido son demócratas). No sería una dictadura del pueblo, como lo era la
Comuna; se trata, francamente, de una dictadura sobre el pueblo, con muy buenas
intenciones.
Durante
algo más de los 50 años siguientes, la concepción de la dictadura educativa
sobre el pueblo permaneció como el programa de la izquierda revolucionaria: a
través de las tres B (Babeuf, Buonarroti y Blanqui) y, con la palabrería
anarquista añadida de Bakunin. El nuevo orden será donado al sufriente pueblo
por la banda revolucionaria. Este típico socialismo desde arriba es la primera
y más primitiva forma de socialismo revolucionario, pero todavía hay
admiradores de Castro y de Mao que creen que es la última palabra en
revolucionarismo.
2) Saint Simon.
Saliendo del período revolucionario, una mente brillante tomó un rumbo
totalmente diferente. Lo que empujó a Saint Simon era su repulsión a la
revolución, al desorden y a los disturbios. Lo que le fascinaban eran las
potencialidades de la industria y de la ciencia.
Su visión no tenía nada
que ver con algo parecido a la igualdad, la justicia, la libertad, los derechos
del hombre o pasiones semejantes: a él le interesaban solamente la
modernización, la industrialización y la planificación, divorciadas de las
anteriores consideraciones. Quienes llevarían esto a cabo eran las oligarquías
de hombres de negocios, científicos, tecnólogos y dirigentes. Cuando no apelaba
a tales sectores, Saint Simon pedía a Napoleón o a su sucesor Luis XVIII que
implementasen proyectos de una dictadura real. Sus proyectos cambiaban, pero
todos ellos eran completamente autoritarios, hasta la última ordenanza
planificada. Racista sistemático e imperialista militante, era un rabioso
enemigo de la misma idea de igualdad y libertad, a las que odiaba como
descendientes de la Revolución Francesa.
¿Cuál
era entonces la relación que él establecía entre la idea de sociedad
planificada y el movimiento popular? El pueblo, el movimiento, podría ser útil
como ariete -puesto en ciertas manos-. La última concepción de Saint Simon fue
un movimiento desde abajo para conseguir un socialismo desde arriba. Pero el
poder y la capacidad de control debían permanecer donde siempre han estado:
arriba.
3) Los utópicos. Un
tercer tipo de socialismo que se produjo en la generación post-revolucionaria
fue el de los socialistas utópicos de verdad: Robert Owen, Charles Fourier,
Etienne Cabet, etc. Ellos diseñaron una ideal colonia comunal, salida hecha y
derecha del cerebro del líder, para que fuese financiada por los ricos
filántropos bajo la protección del poder benevolente.
Owen (en muchos sentidos
el mejor del lote) era tan categórico como cualquiera de ellos: "Este gran
cambio... debería y podría ser realizado por los ricos y los poderosos. No hay
otros para hacerlo... para los pobres, oponerse a los ricos y a los poderosos
es un derroche de tiempo, talento y dinero". Evidentemente, Owen estaba en
contra del "odio de clases", de la lucha de clases. De los muchos que
así lo han creído, pocos han escrito con tanta franqueza que el propósito de
este "socialismo" es "gobernar o tratar a toda la sociedad como
el más avanzado de los médicos gobierna y trata a sus pacientes en el manicomio
mejor organizado", con "paciencia y bondad" para los
desgraciados que "han llegado a esa situación a causa de la irracionalidad
y la injusticia del actual sistema social, sumamente irracional".
Para estos socialistas
utópicos, ¿cuál era la relación entre la idea socialista y el movimiento
popular? Este último era el rebaño que debía ser guardado por el buen pastor.
No debe suponerse que el socialismo desde arriba implica necesariamente
intenciones cruelmente despóticas.
El aporte de Marx
El utopismo era elitista
y antidemocrático en lo esencial porque era utópico, esto es, porque pretendía
imponer un modelo prefabricado, inventando un plan que debería ser aplicado.
Sobre todo, era inherente a él la hostilidad hacia la idea de transformar la
sociedad desde abajo, por medio de la inquietante intervención de las masas en
busca de su liberación, incluso en aquellos casos en los que aceptaba recurrir
al movimiento de masas como instrumento de presión sobre las cúpulas. En el
movimiento socialista, tal y como se desarrolló antes de Marx, la línea de la
idea socialista nunca se intersecó con la línea de la democracia desde abajo.
Esta intersección, esta
síntesis, fue la gran contribución de Marx: en comparación con ella, todo el
contenido de El Capital es secundario. Lo que él unió fue socialismo
revolucionario con democracia revolucionaria. Este es el corazón del marxismo.
El Manifiesto Comunista de 1848 expresa la autoconciencia del primer
movimiento (en palabras de Engels) "cuya idea era desde el primer momento
que la emancipación de los trabajadores debería ser obra de los trabajadores
mismos".
En notas manuscritas
hechas en 1844, rechazó el existente "comunismo vulgar", que negaba
la personalidad humana, y aspiraba a un comunismo que sería un "humanismo
totalmente desarrollado". En 1845, él y su amigo Engels elaboraron una
argumentación contra el elitismo de una corriente socialista representada por
Bruno Bauer. En 1846 organizaron a los "comunistas democráticos
alemanes" en el exilio de Bruselas, y Engels escribió: "en nuestra
época, democracia y comunismo son la misma cosa. Solamente el proletariado será
capaz de fraternizar realmente, bajo la bandera de la democracia
comunista...".
Al elaborar el primer
punto de vista que unía la nueva idea comunista con las nuevas aspiraciones
democráticas, entraron en conflicto con las sectas comunistas existentes, como
la de Weitling, que soñaban en una dictadura mesiánica. Antes de unirse al
grupo que se convertiría en la Liga Comunista (para la que escribirían el Manifiesto
Comunista), exigían que la organización dejara de ser una élite
conspirativa del viejo tipo y se transformase en un abierto grupo de
propaganda, que "todo aquello que lleva a un autoritarismo supersticioso
sea eliminado de los estatutos", que el comité dirigente fuese elegido por
el conjunto de los miembros, contra la tradición de "decisiones desde
arriba". Ganaron a la Liga para su nuevo enfoque, y en el periódico
editado en 1847, pocos meses antes del Manifiesto Comunista, el grupo anunció:
“No nos encontramos entre esos comunistas que aspiran a destruir la libertad
personal, que desean convertir el mundo en un enorme cuartel o en un gigantesco
asilo. Es verdad que existen algunos comunistas que, de forma simplista, se
niegan a tolerar la libertad personal, porque consideran que es un obstáculo a
la completa armonía. Pero nosotros no tenemos ninguna intención de cambiar
libertad por igualdad. Estamos convencidos... de que en ningún orden social
podrá asegurarse la libertad personal tanto como en una sociedad basada sobre
la propiedad comunal... Pongámonos a trabajar para establecer un estado
democrático en el que cada partido podría ganar, hablando o por escrito, a la
mayoría para sus ideas”.
El Manifiesto Comunista,
resultado de estas discusiones, proclamó que el primer objetivo de la
revolución era "ganar la batalla de la democracia". Cuando, dos años
más tarde y después del declive de las revoluciones de 1848, la Liga Comunista
se rompió, estaba una vez más en conflicto con el "comunismo vulgar",
que quería sustituir con determinadas bandas de revolucionarios al movimiento
de masas real de una clase trabajadora consciente. Marx les dijo: “La
minoría... convierte a la mera voluntad en la fuerza motor de la revolución, en
vez de las relaciones reales. Allá donde nosotros decimos a los trabajadores:
‘Tendréis que pasar por quince, veinte o cincuenta años de guerras civiles e
internacionales, no solo para cambiar las condiciones existentes, sino también
para cambiaros a vosotros mismos y capacitaros para la dominación política’,
vosotros, por vuestra parte, decís a los trabajadores: ‘Debemos alcanzar el
poder en seguida, o, en caso contrario, irnos a dormir’ ”.
"Cambiaros a vosotros
mismos y capacitaros para la dominación política": éste es el programa de
Marx para el movimiento obrero, en contra tanto de aquellos que dicen que los
trabajadores pueden tomar el poder cualquier domingo como de los que dicen que
nunca podrán hacerlo. Así nació el marxismo, en lucha autoconsciente contra los
abogados de la dictadura educativa, de los dictadores salvadores, de los
revolucionarios elitistas, de los comunistas autoritarios, de los bienhechores
filantrópicos y de los liberales burgueses. Este era el marxismo de Marx, no
las monstruosas caricaturas que, con tal etiqueta, predican los profesores del
establishment, que se estremecen con el irreconciliable espíritu de oposición
revolucionaria al statu quo capitalista existente en Marx, y también los
estalinistas y neoestalinistas, que tienen que ocultar que Marx declaró la
guerra a todos los de su género.
El corazón de la teoría es
la siguiente proposición: que existe una mayoría social con interés y motivos
para cambiar el sistema, y que la intención del socialismo puede ser la educación
y la movilización de esta masa mayoritaria. La clase explotada, la clase
obrera, es, en definitiva, la fuerza motriz de la revolución. Por tanto, un
socialismo desde abajo es posible, sobre la base de una teoría que ve las
potencialidades revolucionarias en las amplias masas, incluso si parecen
atrasadas en determinado momento y lugar. El Capital, al fin y al cabo,
no es otra cosa que la demostración de la base económica de esta perspectiva.
Solo una teoría del
socialismo obrero de este tipo hace posible la fusión del socialismo
revolucionario con la democracia revolucionaria. No estamos ahora argumentando
nuestro convencimiento de que esta creencia está justificada, sino únicamente
insistiendo en la alternativa: todos los socialistas o pretendidos reformadores
que la repudian están obligados a asumir algún tipo de socialismo desde arriba,
ya sea reformista, utópico, burocrático, estalinista, maoísta o castrista. Y
así lo hacen.
El mito del carácter
"libertario" del anarquismo
Uno de los más profundos
autoritarios en la historia del radicalismo no es otro que el "padre del
anarquismo", Proudhon, cuyo nombre es periódicamente revivido como ejemplo
de gran "libertario", a causa de su frecuente repetición de la
palabra libertad y de sus invocaciones a la "revolución desde abajo".
No es posible disculpar su
violenta oposición no solo al sindicalismo y al derecho de huelga (hasta
apoyando el quiebre de la huelga por la policía), sino incluso a las ideas de
derecho a voto, sufragio universal, soberanía popular y a la misma idea de
constitución ("Toda esta democracia me asquea... Daría cualquier cosa por
arremeter contra esta turba con mi puño cerrado"). Las características de
su sociedad ideal incluyen la supresión de todos los demás grupos, la prohibición
de cualquier reunión de más de 20 personas y de cualquier prensa libre, así
como de cualquier tipo de elecciones; en las mismas notas, pensaba para el
futuro en una "inquisición general" y en la condena de "algunos
millones de personas" a trabajos forzados, "una vez hecha la
revolución".
Detrás de todo esto estaba
un feroz desprecio para las masas populares, fundamento necesario del
socialismo desde arriba, de la misma forma que el marxismo sentaba sus bases en
el sentimiento opuesto. Las masas están corrompidas y desahuciadas ("Yo
adoro a la humanidad, pero escupo a los hombres"). Son "únicamente
salvajes... a quienes es nuestro deber civilizar, sin convertirles en nuestros
soberanos", escribe a un amigo, al que reprende con desprecio: "Tú
todavía crees en el pueblo". El progreso, para él, puede llegar únicamente
por la autoridad de una élite que toma la precaución de no dar al pueblo la
soberanía.
“Los ministros son
simplemente los directivos superiores o los directivos generales: como yo lo
seré algún día... Cuando nosotros seamos los amos, la religión será la que
nosotros queramos que sea, y lo mismo ocurrirá con la educación, la filosofía,
la justicia, la administración y el gobierno”.
La historia es similar en
lo que respeta al segundo "padre del anarquismo", Bakunin, cuyos
planes para la dictadura y la supresión del control democrático son mejor
conocidos que los de Proudhon.
La razón básica es la
misma: el anarquismo no está relacionado con la creación del control
democrático desde abajo, sino solamente con la destrucción de la
"autoridad" sobre los individuos, incluyendo la autoridad de la más
extremadamente democrática regulación de la sociedad que sea posible imaginar.
Esto ha sido dejado claro por autorizados autores anarquistas como George
Woodcock: "Incluso allá donde la democracia es posible, el anarquista no
podría apoyarla... Los anarquistas no abogan por la libertad política, sino por
liberarse de toda política".
El anarquismo es, por
principio, violentamente antidemocrático, ya que una autoridad idealmente
democrática sigue siendo autoridad. Su ilimitada libertad de cada incontrolado
individuo es indistinguible del ilimitado despotismo de tal individuo, tanto en
la teoría como en la práctica.
Lassalle y el
socialismo de Estado
Fernando Lassalle es el
prototipo del socialista de Estado, es decir, alguien que se propone conseguir
el socialismo como un don del Estado existente. El Estado, decía Lassalle a los
trabajadores, es algo que "puede realizar por cada uno de nosotros
aquellas cosas que ninguno podría conseguir por sí mismo". Marx enseñaba
exactamente lo opuesto: que la clase obrera debe conseguir su emancipación por
sí misma, y abolir en ese proceso el Estado existente. Eduard Bernstein tenía
razón cuando decía que Lassalle "creó un verdadero culto al Estado".
Lassalle organizó este
primer movimiento socialista alemán como su dictadura personal. Abordó su
construcción desde el primer momento como la de un movimiento de masas desde
abajo para conseguir un socialismo desde arriba (recordemos el ariete de Saint
Simon). El objetivo era convencer al kaiser Bismarck para que diese
concesiones, particularmente el sufragio universal, sobre cuya base un
movimiento parlamentario dirigido por Lassalle podría llegar a ser un aliado de
masas del Estado bismarckiano en una coalición contra la burguesía liberal. Con
este fin, Lassalle intentó realmente negociar con el Canciller de Hierro.
Lassalle envió a Bismarck los estatutos dictatoriales de su organización,
presentados como "la constitución de mi reino, que quizá
envidiaréis".
Marx comprendió
perfectamente la naturaleza del lassalleanismo. Llamó a Lassalle, en la cara,
"bonapartista", y escribió que "su actitud es la del futuro
dictador de los obreros". A la tendencia de Lassalle la denominaba
"socialismo del gobierno real prusiano", denunciando su "alianza
con los opositores absolutistas y feudales contra la burguesía".
"En vez del proceso
revolucionario de transformación de la sociedad", escribe Marx, Lassalle
se imagina la llegada del socialismo "desde la «ayuda estatal» otorgada a
las sociedades cooperativistas de productores, creadas por el Estado, no por
los trabajadores". Marx ridiculiza esto: "En lo que concierne a las
actuales cooperativas, sólo tienen valor en la medida que son creaciones independientes
de los trabajadores y no protegidas por el Estado o por la burguesía".
Esta es una clásica exposición del significado de la palabra independiente como
la piedra de toque del socialismo desde abajo contra el socialismo de Estado.
El modelo fabiano
El rasgo que une a todo
este espectro, a pesar de todas sus diferencias, es la concepción del
socialismo como un mero equivalente a la intervención del Estado en la economía
y en la vida social. "Staat, greif zu!", pedía Lassalle
("Estado, ¡hazte cargo de las cosas!"). Este es el socialismo de todo
este grupo.
Por esto Schumpeter está
en lo cierto cuando observa que el equivalente británico del socialismo de
Estado alemán es el fabianismo, el socialismo de Sidney Webb. Los fabianos (más
exactamente, los webbianos) son, en la historia de la idea socialista, la
corriente socialista moderna que se desarrolla de forma más completamente
divorciada del marxismo, la más ajena a él. Era un reformismo socialdemócrata
casi químicamente puro, particularmente antes del ascenso del movimiento de
masas obrero y socialista en Gran Bretaña, que ellos no quisieron y que no
ayudaron a construir (a pesar de un extendido mito que dice lo contrario).
Los fabianos,
procedentes expresamente de la clase media, no querían construir un movimiento
de masas en ningún sentido, y menos un movimiento de masas fabiano. Se
consideraban como una pequeña élite de consejeros que influirían a los reales
líderes tanto en la esfera conservadora como en la liberal, guiando el
desarrollo social hacia sus objetivos colectivistas con la "inevitabilidad
del gradualismo". Ya que su concepción del socialismo se limitaba a la
intervención del Estado (nacional o municipal), y que su teoría decía que el
propio capitalismo estaba siendo colectivizado rápidamente día a día, su
función era simplemente la de acelerar el proceso.
Estas caracterizaciones
bastan para darnos todo el sabor del colectivismo webbiano, del fabianismo. Era
completamente dirigista, tecnocrático, elitista, autoritario,
"planificacionista". Para Webb la política era casi un sinónimo de la
manipulación de resortes. Una publicación fabiana escribió que ellos pretendían
ser "los jesuitas del socialismo". Su evangelio era orden y eficacia.
El pueblo, que debería ser tratado bondadosamente, sólo tenía capacidad para
ser dirigido por expertos competentes. La lucha de clases, la revolución y los
disturbios populares eran perjudiciales. En Fabianism and the Empire, el
imperialismo era alabado y aceptado. Si alguna vez el movimiento socialista desarrolló
su propio colectivismo burocrático, fue en esta ocasión. Tanto Sidney y
Beatrice Webb como Bernard Shaw -el trío dirigente- se convirtieron en
defensores por principio del totalitarismo estalinista de los años 30.
En las décadas anteriores
al final del siglo en que nació el fabianismo, aparece otra figura, antítesis
de Webb, la principal personalidad del socialismo revolucionario en este
período: el poeta y artista William Morris, que llegó a ser socialista y
marxista poco antes de los cincuenta años. Los escritos de Morris sobre el
socialismo alientan por todos sus poros el espíritu del socialismo desde abajo.
Esto es tal vez más claro en sus profundos ataques al fabianismo (por las
razones justas); en su aversión al "marxismo" propio del dictatorial
H. M. Hyndman, versión británica de Lassalle; en su denuncia del socialismo de
Estado y en su repugnancia a la utopía burocrática colectivista de Bellamy, Looking
Backward (que le incitó a hacer la siguiente consideración: "Si ellos
me alistasen a un régimen de trabajadores, yo me resistiría con uñas y
dientes").
Los escritos socialistas
de Morris están impregnados por su énfasis, para el presente, en la lucha de
clases desde abajo; en cuanto al futuro socialista, su obra News from
Nowhere fue escrita como una antítesis directa del libro de Bellamy. Nos
advierte: “Los individuos no pueden descargar los asuntos de la vida sobre las
espaldas de una abstracción llamada Estado, sino que deben hacerles frente en
asociación consciente con los demás... La diversidad de la vida es un objetivo
del verdadero comunismo tanto como lo sea la igualdad de condiciones, y...
ninguna cosa excepto la unión de éstas podrá conducirnos a la verdadera
libertad”.
"Incluso algunos
socialistas –escribió- son capaces de confundir la maquinaria cooperativa,
hacia la que la vida moderna tiende, con la esencia del socialismo mismo".
Esto implica "el peligro de que la comunidad degenere en burocracia".
Por tanto, él expresaba su temor a una futura "burocracia
colectivista". Reaccionando violentamente contra el socialismo de Estado y
contra el reformismo, cae en el antiparlamentarismo pero no en la trampa
anarquista: “El pueblo tendrá que implicarse en la administración, y en
ocasiones existirán diferentes opiniones... ¿Qué hacer entonces? ¿Quién debe
ceder? Nuestros amigos anarquistas dicen que eso no debe hacerse por mayoría;
en ese caso, deberá hacerlo una minoría. ¿Y por qué? ¿Hay algún derecho divino
en una minoría?".
Esta crítica apunta al
corazón del anarquismo mucho más profundamente que la opinión común de que el
inconveniente del anarquismo es su hiperidealismo.
William Morris contra
Sidney Webb: ésta es una forma de resumir esta historia.
La fachada
"revisionista"
Eduard Bernstein, el
teórico del "revisionismo" socialdemócrata, recibe su impulso del
fabianismo, por el que fue fuertemente influido en su exilio londinense. No
inventó la política reformista en 1896: simplemente, se convirtió en su
portavoz teórico. El dirigente de la burocracia del partido prefería menos
teoría: "No se dice, se hace", le dijo a Bernstein, queriendo decir
que la política de la socialdemocracia alemana había sido vaciada de contenido
marxista mucho tiempo antes de que sus teóricos reflejasen la transformación.
Los fabianos no habían tenido
que molestarse en poner pretextos, pero en Alemania no era posible destruir el
marxismo con un ataque frontal. La regresión a un socialismo desde arriba fue
presentada como una "modernización", una "revisión".
Esencialmente, al igual
que los fabianos, el "revisionismo" encontró su socialismo en la
inevitable colectivización del propio capitalismo; vio el movimiento hacia el
socialismo como la suma de las tendencias colectivistas inherentes al
capitalismo; apuntó a la "autosocialización" del capitalismo desde
arriba, por medio de las instituciones del estado existente. La ecuación
"estatización=socialismo" no fue una invención del estalinismo, sino
que fue sistematizada por la corriente socialista de Estado, fabiana y
revisionista del reformismo socialdemócrata.
La transformación del
socialismo en un colectivismo burocrático está ya implícita en el ataque de
Bernstein a la democracia obrera. Denunciando la idea del control obrero en la
industria, procede a redefinir la democracia. Rechaza que sea "el gobierno
del pueblo", proponiendo la definición negativa de "ausencia de
gobierno de clase". Así, la misma noción de democracia obrera como un sine
qua non del socialismo es arrojada a la basura, de forma tan eficaz como lo
hace la más inteligente de las redefiniciones corrientes en las academias
comunistas. Incluso la libertad política y las instituciones representativas se
pierden en la redefinición, un resultado teórico que es aún más impresionante
por no ser Bernstein personalmente antidemocrático, como lo eran Lassalle o
Shaw. Es la teoría del socialismo desde arriba lo que impone estas
formulaciones. Bernstein es el dirigente socialdemócrata que teorizó no
solamente la ecuación "estatización=socialismo", sino también la
disyunción entre socialismo y democracia obrera.
Fue apropiado, por tanto,
que Bernstein llegase a la conclusión de que la hostilidad de Marx al Estado
era "anarquista", y que Lassalle tenía razón al confiar en el Estado
para el inicio del socialismo. "El cuerpo administrativo del futuro próximo
sólo puede diferenciarse del Estado actual en cuestión de grado", escribe
Bernstein; el hecho de "extinguirse el Estado" no es otra cosa que
utopía, incluso bajo el socialismo. El, por el contrario, era muy práctico; por
ejemplo, cuando el no extinguido Estado del kaiser se arrojó a la pelea
imperialista por las colonias, Bernstein inmediatamente se declaró en favor del
imperialismo y de la "responsabilidad del hombre blanco":
"Solamente puede reconocerse un derecho condicional de los salvajes a la tierra
que ocupan; la civilización superior puede, en el fondo, proclamar un más alto
derecho".
La visión de Bernstein no
era roja, sino rosácea: la lucha de clases se mitiga convirtiéndose en armonía,
y un Estado benefactor transforma pausadamente a la burguesía en burócratas
bondadosos. No ocurrió esto: cuando la bernsteinianizada socialdemocracia
primeramente abatió a la izquierda revolucionaria en 1919 y, después, reinstaló
en el poder a la empedernida burguesía y a los militares, ayudó a arrojar Alemania
en los brazos de los fascistas.
Si Bernstein era el
teórico de la identificación del colectivismo burocrático y el socialismo, fue
su oponente de izquierda en el movimiento alemán quien llegó a ser el principal
portavoz en la Segunda Internacional de un socialismo desde abajo democrático
revolucionario. Se trata de Rosa Luxemburgo, quien puso tan enfáticamente su
confianza y su esperanza en la lucha espontánea de una clase trabajadora libre
que los forjadores de mitos inventaron para ella una "teoría de la
espontaneidad" que ella nunca tuvo, una teoría en la que
"espontaneidad" se contrapone a "dirección".
Dentro de su propio
movimiento, ella luchó duramente contra los elitistas
"revolucionarios" que redescubrían la teoría de la dictadura
educativa sobre los trabajadores (redescubierta en cada generación como si
fuera el verdadero "último grito"), y escribió: "Sin la voluntad
consciente y sin la acción consciente de la mayoría del proletariado no puede
haber socialismo... Nunca asumiremos la autoridad gubernamental si no es a
través de la clara y no ambigua voluntad de la gran mayoría de la clase obrera
alemana". Recordemos su famoso aforismo: "Los errores cometidos por
un genuino movimiento obrero revolucionario son mucho más fructíferos y valiosos
que la infalibilidad del mejor Comité Central".
Rosa Luxemburgo contra
Eduard Bernstein: tal es el capítulo alemán de esta historia.
¿De qué lado estás?
Desde el punto de vista de
los intelectuales que tienen elección de qué papel jugar en la lucha social, la
perspectiva del socialismo desde abajo ha sido históricamente poco atractiva.
Incluso dentro del movimiento socialista, ha tenido pocos partidarios
consistentes y no muchos más de inconsistentes. Fuera del movimiento
socialista, naturalmente, la línea típica es que tales ideas son visionarias,
impracticables, irrealistas, "utópicas"; tal vez idealistas, pero
quijotescas. Las masas populares son congénitamente estúpidas, corruptas,
apáticas y generalmente inútiles; los cambios progresistas deben proceder de
"gente superior", semejantes -por casualidad- al intelectual que
expresa estos sentimientos. Todo esto se traduce teóricamente a una ley de
hierro de la oligarquía o a una ley de lata del elitismo, de una manera u otra
implicando una teoría cruda de la inevitabilidad del cambio únicamente desde
arriba.
Sin pretender repasar en
unas pocas palabras los argumentos a favor y en contra de esta omnipresente
opinión, podemos notar el papel social que juega. En tiempos
"normales", cuando las masas no están en movimiento, la teoría
simplemente requiere señalar esto con desprecio, mientras que toda la historia
de revolución y de las sublevaciones sociales es simplemente descalificada como
obsoleta. Pero los repetidos disturbios sociales y sublevaciones revolucionarias,
definidos precisamente por la intrusión en la historia de las antes inactivas
masas, son exactamente tan "normales" en la historia como los
intermedios períodos de conservadurismo. Cuando el teórico elitista tiene que
abandonar, por consiguiente, la postura de científico observador que se
limitaba a predecir que la masa de la gente continuará siempre en reposo,
cuando se le enfrenta la realidad opuesta de unas masas revolucionarias
intentando subvertir la estructura de poder, entonces es típico que no tiene
reparos en pasar a otra senda muy diferente: la denuncia de la intervención de
las masas como mala en sí misma.
Se argumenta que las masas
populares están demasiado atrasadas para controlar la sociedad y su gobierno
¿Pero qué se deduce de eso? ¿Cómo consigue un pueblo o una clase capacitarse
para gobernar en su propio nombre?
Únicamente por medio de la
lucha para conseguirlo. Únicamente librando su lucha contra la opresión: la
opresión ejercida por aquellos que les dicen que no están capacitados para
gobernar. Únicamente luchando por el poder democrático se educarán a sí mismos
y se alzarán hasta el nivel en el que serán capaces de ejercer este poder.
Nunca ha habido otro camino para ninguna clase.
Desde el comienzo de la
sociedad ha existido un sinfín de teorías que "prueban" que la
tiranía es inevitable y que la libertad en democracia es imposible; no hay otra
ideología más conveniente para una clase dominante y para sus intelectuales
lacayos. Se trata de predicciones autosatisfechas, ya que ellas solamente son
ciertas mientras son tomadas como ciertas. En último análisis, el único camino
de demostrar su falsedad es la lucha misma. Esta lucha desde abajo nunca ha
sido detenida por las teorías desde arriba, y ha cambiado el mundo una y otra
vez.
Escoger cualquiera de las formas del socialismo desde arriba es mirar hacia atrás, al viejo mundo, a la "vieja mierda". Escoger el camino del socialismo desde abajo es afirmar el comienzo de un nuevo mundo. Los demócratas revolucionarios partidarios del socialismo desde abajo han sido siempre una minoría, pero el abismo entre la perspectiva elitista y la perspectiva de vanguardia es crucial, como hemos visto en el caso de Debs. Tanto para él como para Marx y Luxemburgo, la función de la vanguardia revolucionaria es impulsar a la masa mayoritaria a autocapacitarse para tomar el poder en su propio nombre, a través de sus propias luchas. No se trata de negar la importancia decisiva de las minorías, sino de establecer una relación diferente entre la minoría avanzada y las más atrasadas masas.