Otro mundo, otros trabajadores/ras, otros desafíos
Por Francisco Torres
Asambleas populares, movimientos de desocupados, ricas experiencias entre los trabajadores ocupados, este proceso de recomposición tiene determinadas características generales, que no solo dependen específicamente de los rasgos del país y de sus clases sociales, sino de profundos cambios internacionales. Estos, marcados por la mundialización del capital y la caída del estalinismo, son lo que dio inicio –a comienzos de la década del ’90– a lo que llamamos un "nuevo ciclo histórico" de la lucha de clases a nivel mundial, y son lo que plantea determinados rasgos generales positivos y límites al riquísimo proceso de recomposición abierto en el país. En el artículo "Un inmenso laboratorio de la lucha de clases" daremos cuenta específicamente del proceso de autoorganización y autodeterminación de los trabajadores y los sectores populares en curso al calor del Argentinazo.
Desde inicios de los años 70, la economía mundial entraba en crisis producto de la caída de las ganancias. En respuesta a esa crisis comenzaron a producirse profundas transformaciones económico-sociales, se fue configurando un nuevo modo de funcionamiento del capitalismo: la llamada "globalización". Esta es una nueva fase del capital imperialista que presenta como rasgo distintivo haber exacerbado al máximo el carácter degenerativo, explotador, inhumano, destructivo y parasitario que de por sí siempre tuvo el capitalismo. Dicho en otros términos, potenció exponencialmente el antagonismo entre la reproducción del capital y la reproducción de la especie humana y del mismo planeta. Mientras una ínfima minoría se apropia del trabajo social producido por millones, gozando de los avances de la tecnología y el confort, la gran mayoría de la humanidad ve cómo se degradan sus condiciones de vida, se multiplican los elementos de barbarie y se suceden una tras otra las catástrofes humanitarias y ecológicas.
Pero no fueron solo estos cambios estructurales, ya de por sí de enorme importancia, los que trajeron aparejadas modificaciones políticas, ideológicas y culturales. La caída de la ex URSS y todo el complejo estalinista se convirtió en otro factor central del nuevo ciclo histórico.
Esa caída tuvo y tiene consecuencias altamente contradictorias. En primer lugar, la restauración del capitalismo en las viejas tierras del "socialismo real" abrió una profunda crisis de alternativas que se expresa en la imposibilidad de ver más allá del horizonte del capitalismo. Quedó cuestionada en la conciencia de millones la posibilidad de un cambio social revolucionario. Pero en el mismo acto, con una temporalidad distinta, se desbloqueó la posibilidad de restituir la perspectiva auténtica del socialismo y de un cambio radical. Al quedar seriamente cuestionados los aparatos burocráticos que controlaban al movimiento de masas, se crearon mejores condiciones para la democracia directa de los trabajadores y los sectores populares, para la autodeterminación y la autoorganización, tal cual se está viendo hoy en nuestro país.
La crisis del viejo movimiento obrero
A partir de los años 30 y hasta los 70 se vivió en Argentina una forma de funcionamiento del capitalismo que se dio en llamar de "sustitución de importaciones": una economía relativamente cerrada, una relativa industrialización (fordista), masificación del mercado laboral y formación de un Estado que garantizaba las necesidades de la reproducción del capital que la burguesía no podía afrontar: infraestructura industrial (caminos, trenes, electrificación, gasoductos, petróleo, comunicaciones, etc.), un sistema estatal de educación, salud, asistencia social, planes populares de vivienda, y un conjunto de leyes (asignaciones familiares, aguinaldo, vacaciones, jornada laboral de 8 horas) que asegurase la mano de obra para abastecer los requerimientos de la burguesía.
Desde el control del Estado, Perón, principalmente en su primera presidencia, fue quien llevó a cabo buena parte de esas premisas para la reproducción del capital.
En esta combinación de factores se constituyó el viejo movimiento obrero, que dominó la escena nacional durante casi 50 años. Su marco de referencia era el sistema y el estado nacional; su perspectiva política, la conciliación de clases; sus luchas, centralmente económicas y reivindicativas. Los trabajadores y sus representaciones sindicales se preocuparon por las relaciones en el interior de las empresas. Así surgió el viejo movimiento obrero "columna vertebral" del movimiento nacional justicialista, marcado por la impronta ideológica del peronismo: altamente organizado, verticalista y fuertemente ligado al poder estatal.
A fines de los 60 surgió una importante vanguardia que comenzó a hacer una rica experiencia política: se desarrollaron corrientes clasistas, combativas y revolucionarias. Esta vanguardia tuvo elementos de continuidad con las experiencias anteriores. Un corte histórico se produciría con las generaciones venideras, cuando la sanguinaria dictadura exterminó literalmente a esa vanguardia.
A partir del 76 las clases dominantes comenzaron a ponerse en sintonía con la globalización y a operar modificaciones en la estructura económico-social, que tuvieron su máxima concreción durante el gobierno de Menem, con la euforia "modernizadora" y "privatizadora". Al grito de guerra de "entrar al primer mundo", la nueva fase del capital imperialista presentó todos sus rasgos esenciales: su carácter degenerativo, explotador, inhumano, destructivo, parasitario.
Esto significó el aumento astronómico de la deuda externa, la apertura incondicional a los capitales y las mercancías de los países centrales; el desmantelamiento de las empresas estatales y las privatizaciones; la permanente reducción de los gastos sociales del estado, la ruina o la crisis de amplios sectores productivos y de conjunto una nueva colonización del país.
El viejo movimiento obrero no supo cómo responder al permanente ataque a sus condiciones de vida. Su vieja perspectiva de conciliación de clases, de luchar por salarios y mejores condiciones de trabajo, no se correspondía en lo más mínimo con la nueva realidad. Las viejas organizaciones sindicales entraron en crisis, algunas de ellas terminales, perdiendo gran cantidad de afiliados, con las obras sociales en bancarrota, sin contener a los miles que eran despedidos, negociando a la baja salarios y condiciones de trabajo. Todo esto agravado por la adaptación a las tendencias dominantes del poder de la mayoría de las direcciones sindicales, que fueron agentes en la aplicación de las transformaciones, llegando un sector importante a convertirse en "sindicalistas empresarios".
Todo cambió para los trabajadores. Donde había fábricas, hoy hay galpones abandonados. Donde había miles de obreros hoy hay millones de desocupados. La exclusión social, la flexibilización laboral, la baja permanente de salarios, la pérdida de conquistas y un largo etcétera de decadencia y degradación social son moneda corriente. Al mismo tiempo, una nueva generación entró a trabajar en los sectores más dinámicos de la economía, sobre todo en la primera mitad de los ’90: en las grandes empresas de comercialización, en los transportes, en las automotrices, en las diferentes compañías de servicios privatizadas. En este proceso surgió una "nueva clase trabajadora": una clase obrera más fragmentada y heterogénea, pero al mismo tiempo más extendida y diversa, que se fue constituyendo en los últimos años.
Esto trajo enormes cambios desde el punto de vista de su subjetividad: las condiciones y los ámbitos de su socialización se transformaron. Los viejos parámetros han quedado cuestionados, generándose una grave crisis de identidad. Esto también incluye la crisis de las referencias políticas de la clase trabajadora, lo que se conjugó con la crisis de alternativas, expresada en la imposibilidad de ver una salida más allá de este sistema.
Pero "el zapato aprieta"; ante la catástrofe que la globalización ha producido en el mundo y en particular en nuestro país, éste ha perdido legitimidad y consenso. En el marco del proceso revolucionario en curso, asoma un nuevo ciclo de luchas. Surgen nuevas organizaciones de los trabajadores, donde el ejercicio de la democracia desde abajo es una fuerte tendencia. En estos sectores de una vanguardia de masas se ha abierto la discusión de la salida de fondo ante la debacle nacional. Un nuevo horizonte se vislumbra, un proceso de recomposición ha comenzado.
Una recomposición global
En esta nueva fase de la economía mundial, como nunca antes, se han mercantilizado todas las relaciones humanas, con penetración no solo material sino también ideológica y cultural. Vale decir que la alienación del hombre se ha complejizado y extendido, deshumanizando las relaciones sociales a un grado jamás visto. Para detener este proceso de pauperización, degradación y barbarie sistemática al que nos lleva el capitalismo, millones se defienden y resisten, pero con la limitación de no tener un proyecto y una perspectiva globalmente alternativa al actual sistema. Por eso, lo que el movimiento de los trabajadores tiene planteado al calor del Argentinazo es recomponer su subjetividad integralmente: sus organizaciones, sus programas, sus direcciones, sus referencias de clase, sus valores, sus aspiraciones, sus relaciones con los otros, en un sentido revolucionario, esto es apuntando hacia una transformación total del país: una transformación socialista.
El sistema degrada la vida de millones, pero al mismo tiempo la brutalidad permanente del ataque antiobrero y popular desnuda, desenmascara al Estado, a la "democracia" y a los gobiernos. Se hace cada vez más claro su contenido: una dictadura feroz e inhumana de los grandes capitalistas contra los trabajadores y el pueblo. Se instalan las premisas para que la recomposición sea global. Este proceso no se limita a los sectores en lucha; es mucho más masivo y combinado. No se limita al carácter de las demandas, a cuántos conflictos se ganan o se pierden, a cuántas nuevas organizaciones hay. Todos estos elementos son importantes. Pero después del 19 y 20 de diciembre, la cotidianeidad ha sido abruptamente cambiada y miles se interrogan, se politizan. Un cuestionamiento creciente al orden establecido, una sensación cada vez mayor de que "esto no va más" se instala en la cabeza y los sentimientos de los trabajadores. Inmediatamente surge la pregunta de cuál es la salida, qué hay que hacer.
Es una necesidad articular todos los reclamos fragmentarios de las luchas de trabajadores desocupados, ocupados y las asambleas populares en una totalidad que los integre sin disolverlos. La recomposición ya está expresando la constitución de nuevas organizaciones y experiencias que están superando los marcos estrechos impuestos por las direcciones burocráticas. Resulta imprescindible desarrollar estas experiencias, buscando unificar desde abajo a los trabajadores ocupados y desocupados, efectivos y contratados, etc. Organizaciones que vayan más allá de las reivindicaciones sectoriales o "corporativas" y asuman las cuestiones que afectan al conjunto de los oprimidos y explotados.
La recomposición supone constituirse no solo como alternativa social y política, sino también como sujeto consciente y activo. Al calor del Argentinazo, se están comenzado a expresar con fuerz, las potencialidades positivas de la crisis de los aparatos. Los viejos sindicatos burocráticos del movimiento obrero además de fragmentar, reprimían y encorsetaban la fuerza autónoma de los trabajadores. Una tendencia a la democracia directa de los trabajadores y sectores populares, a la autodeterminación y a la autoorganización se expresa en que los explotados y oprimidos comienzan a recorrer un camino de cuestionamiento muy profundo al dominio del sistema. Porque la autoorganización no solo es imprescindible para enfrentar mejor al capitalismo y triunfar, sino que también tiene un valor estratégico para preparar una verdadera construcción alternativa de sociedad. El ejercicio de la democracia directa desde abajo apunta a expresar el poder directo de los trabajadores y de la sociedad autoorganizados.
Este proceso de recomposición tiene múltiples manifestaciones y connotaciones. Ahí se gestan una nueva sociabilidad, nuevos vínculos y relaciones entre los trabajadores. Nuevas referencias de clases se entrelazan. Una fuerte tendencia contraria a las representaciones interpuestas, a los cuerpos orgánicos, una valorización de la discusión y el trabajo colectivo, una valorización del individuo como sujeto activo del cambio, a tomar las cosas en las propias manos, una nueva relación con el otro, un reconocerse en el otro. Una experiencia acumulada entre los trabajadores con el Estado, la democracia, los viejos y nuevos aparatos. Un proceso global de recomposición del movimiento obrero ha comenzado. En él todo está en juego. Nuevas perspectivas se abren. Nuevos y viejos problemas se replantean.