Un clásico del marxismo revolucionario más vigente que nunca
Reforma o revolución
Rosa Luxemburgo*. Obras Escogidas Tomo I Ed. Pluma Bs. As. 1976 Págs. 45-128
Introducción de la autora
A primera vista, el título de esta obra puede provocar sorpresa. ¿Es posible que la socialdemocracia se oponga a las reformas? ¿Podemos contraponer la revolución social, la transformación del orden imperante, nuestro objetivo final, a la reforma social? De ninguna manera. Las lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin.
Es en la teoría de Eduard Bernstein, expuesta en sus artículos acerca de "problemas del socialismo", Neue Zeit 1897-1898, y en su libro "Las premisas para el socialismo y las tareas de la socialdemocracia" que encontramos por primera vez la oposición de ambos factores en el movimiento obrero. Su teoría tiende a aconsejarnos que renunciemos a la transformación social, objetivo final de la socialdemocracia, y hagamos de la reforma social, el medio de la lucha de clases, su fin último. El propio Bernstein lo ha dicho claramente y en su estilo habitual: "El objetivo final, sea cual fuere, es nada: el movimiento es todo".
Pero puesto que el objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden para suprimir ese orden, la pregunta "reforma o revolución", tal como lo plantea Bernstein es, para la socialdemocracia, el "ser o no ser". En la controversia con Bernstein y sus correligionarios, todo el partido debe comprender claramente que no se trata de tal o cual método de lucha, del empleo de tal o cual táctica, sino de la existencia misma del movimiento socialdemócrata.
Un vistazo superficial a la teoría de Bernstein puede provocar la impresión de que todo esto es una exageración. ¿Acaso él no menciona continuamente a la socialdemocracia y sus objetivos? ¿Acaso pierde ocasión de repetir en lenguaje muy explícito, que él también lucha por el objetivo final del socialismo, pero de otra manera? ¿Acaso no destaca especialmente que aprueba en todo el accionar actual de la socialdemocracia?
No cabe duda de que sí. También es cierto que todo movimiento nuevo, cuando empieza a formular su teoría y política, parte de apoyarse en el movimiento precedente, aunque se encuentre en contradicción directa con el mismo. Comienza adaptándose a las formas que tiene más a mano y hablando el idioma utilizado hasta entonces. A su tiempo, el nuevo grano sale de la vieja vaina. El nuevo movimiento encuentra sus propias formas y lenguaje.
Esperar que una oposición al socialismo científico exprese desde el comienzo con toda claridad, íntegramente y hasta sus últimas consecuencias su verdadero contenido; esperar que niegue abierta y categóricamente el fundamento teórico de la socialdemocracia; esto equivale a subestimar el poder del socialismo científico. Quien desee hacer pasar por socialista y, a la vez, declarar la guerra contra la doctrina marxista, el producto más extraordinario de la mente humana de este siglo, debe partir de una estima involuntaria por Marx. Debe reconocerse discípulo suyo, buscando en las enseñanzas de Marx los puntos de apoyo para lanzar un ataque contra éste, a la vez que califica a su ataque de desarrollo de la doctrina marxista. Por ello debemos desechar las formas externas de la teoría de Bernstein, para llegar al meollo que esconden. Se trata de una necesidad apremiante para las amplias capas del proletariado industrial que militan en nuestro partido.
No se puede arrojar contra los obreros insulto más grosero ni calumnia más indigna que la frase "las polémicas teóricas son sólo para los académicos". Hace un tiempo Lassalle dijo: "Recién cuando la ciencia y los obreros, polos opuestos de la sociedad, se aúnen, aplastarán en sus brazos de acero todo obstáculo hacia la cultura". Toda la fuerza del movimiento obrero moderno descansa sobre el conocimiento científico.
Pero en este caso particular este conocimiento es doblemente importante para los obreros, porque lo que está en juego aquí so los obreros y su influencia en el partido. Es su pellejo lo que está en juego. La teoría oportunista del partido, la teoría formulada por Bernstein, no es sino el intento inconsciente de garantizar la supremacía de los elementos pequeñoburgueses que han ingresado al partido, de torcer el rumbo de la política y objetivos de nuestro partido en esa dirección. El problema de reforma o revolución, de objetivo final y movimiento es, fundamentalmente, bajo otra forma, el problema del carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento obrero.
Interesa, por tanto, a la masa proletaria del partido, conocer, activa y detalladamente, la actual polémica teórica con el oportunismo. Mientras el conocimiento teórico siga siendo el privilegio de un puñado de "académicos" de nuestro partido, éstos corren el peligro de desviarse. Recién cuando la gran masa de obreros tome en sus manos las armas afiladas del socialismo científico, todas las tendencias pequeñoburguesas, las corrientes oportunistas, serán liquidadas. El movimiento se encontrará sobre terreno firme y seguro. "La cantidad lo hará".
Berlín, 18 de abril de 1899.
Primera parte (setiembre 1898)
(...)
La construcción del socialismo mediante reformas sociales
Bernstein rechaza la "teoría del colapso" como camino histórico hacia el socialismo. ¿Cuál es el camino hacia la sociedad socialista que propone su "teoría de la adaptación del capitalismo"? Bernstein contesta indirectamente. Konrad Schmidt [dirigente de la socialdemocracia alemana], en cambio, trata de responder a este detalle a la manera de Bernstein. Según él, "las luchas sindicales por la jornada laboral y el salario, y las luchas políticas por reformas conducirán a un control cada vez más extenso sobre las condiciones de producción" y "a medida que las leyes disminuyan los derechos del propietario capitalista, su papel se reducirá al de un simple administrador". "El capitalista verá como su propiedad va perdiendo valor" hasta que finalmente "se le quitarán la dirección y administración de la explotación" y se instituirá la "explotación colectiva".
Por ello, los sindicatos, la reforma social y, agrega Bernstein, la democratización política del Estado son los medios para la realización política progresiva del socialismo.
Pero el hecho es que la función más importante de los sindicatos (y quien mejor lo explicitó fue el mismo Bernstein en Neue Zeit en 1891) consiste en darles a los obreros el medio para realizar la ley capitalista del salario; es decir, la venta de su fuerza de trabajo al precio corriente del mercado. Los sindicatos permiten al proletariado utilizar a cada instante la coyuntura del mercado. Pero estas coyunturas -(1) la demanda de trabajo creada por el nivel de producción, (2) la oferta de trabajo creada por la proletarización de las capas medias de la sociedad y la reproducción natural de la clase obrera y (3) el grado momentáneo de productividad del trabajo- permanecen fuera de la esfera de influencia de los sindicatos. Los sindicatos no pueden derogar la ley del salario. En el mejor de los casos, bajo las circunstancias más favorables, pueden imponerle a la producción capitalista el límite "normal" del momento. No tienen, empero, el poder de suprimir la explotación misma, ni siquiera gradualmente.
Es cierto que Schmidt ve al movimiento sindical actual en su "débil etapa inicial". Espera que en "el futuro" el "movimiento sindical ejercerá una influencia cada vez mayor sobre la regulación de la producción". Pero por regulación de la producción entendemos dos cosas: intervenir en el dominio técnico de la producción y fijar la escala de la producción misma. ¿Cuál es la naturaleza de la influencia que ejercen los sindicatos sobre ambos sectores? Es claro que en la técnica de la producción el interés del capitalista concuerda, en cierta medida, con el progreso y desarrollo de la economía capitalista. Sus propios intereses lo estimulan a efectuar mejoras técnicas. Pero el obrero aislado se encuentra en una posición totalmente distinta. Cada transformación técnica contradice sus intereses. Agrava la impotencia de su situación depreciando el valor de su fuerza de trabajo y tornando su trabajo más intenso, monótono y difícil. En la medida en que los sindicatos pueden intervenir en el departamento técnico de la producción, sólo pueden oponerse a la innovación tecnológica. Pero no actúan en concomitancia con los intereses de la clase obrera de conjunto y su emancipación, que más bien necesita del progreso de la técnica, y, por tanto, con el interés capitalista aislado. Actúan aquí en sentido reaccionario. Y en realidad encontramos esfuerzos por parte de los obreros por intervenir en la parte técnica de la producción no en el futuro, donde la busca Schmidt, sino en el pasado del movimiento sindical. Esos esfuerzos caracterizaban a la vieja etapa del movimiento sindicalista inglés (hasta 1860), cuando las organizaciones británicas todavía estaban atadas a los vestigios de las "corporaciones" medievales y se inspiraban en el principio gastado de "un jornal justo por una jornada de trabajo justa", como dice Webb en su Historia del sindicalismo.
Por otra parte, el intento de los sindicatos de fijar la escala de la producción y los precios de las mercancías es un fenómeno reciente. Recién ahora hemos sido testigos de intentos semejantes, y fue nuevamente en Inglaterra. Por su naturaleza y tendencias, dichos intentos se asemejan a los que describimos más arriba. ¿Para qué sirve la participación activa de los sindicatos en la fijación de la escala y costo de producción? Sirve para formar un cártel de obreros y empresarios contra el consumidor y, sobre todo, contra el empresario rival. Su efecto en nada difiere del de las asociaciones comunes de empresarios. Fundamentalmente ya no tenemos un conflicto entre el capital y el trabajo sino la solidaridad del capital y el trabajo contra el conjunto de los consumidores. Desde el punto de vista de su valor social, parece ser un movimiento reaccionario que no puede constituir una etapa en la lucha por la emancipación del proletariado porque es lo opuesto de la lucha de clases. Desde el punto de vista de su aplicación en la práctica es una utopía que, como lo demuestra una observación rápida, no puede extenderse a las grandes ramas de la industria que producen para el mercado mundial.
De modo que el radio de acción de los sindicatos se limita esencialmente a la lucha por el aumento de salarios y la reducción de la jornada laboral, es decir, a esfuerzos tendientes a regular la explotación capitalista en la medida en que la situación momentánea del mercado mundial lo impone. Pero los sindicatos de ninguna manera pueden influir en el propio proceso de producción. Además, el desarrollo de los sindicatos tiende —al contrario de lo que afirma Konrad Schmidt— a separa al mercado laboral de cualquier relación inmediata con el resto del mercado.
Esto lo demuestra el hecho de que hasta los intentos de relacionar los contratos de trabajo a la situación general de la producción mediante un sistema de escala móvil de salarios ha sido perimido por el proceso histórico. Los sindicatos británicos se distancian cada vez más de dichos intentos.
Inclusive dentro de los límites reales de su actividad el movimiento sindical no puede expandirse ilimitadamente como lo pretende la teoría de la adaptación. Por el contrario, si observamos los factores fundamentales del proceso social, vemos que no nos dirigimos hacia una época caracterizada por grandes avances de los sindicatos, antes bien hacia una época en que las dificultades que enfrentan los sindicatos aumentarán. Cuando el desarrollo de la industria haya alcanzado su cúspide y el capitalismo haya entrado en su fase descendente en el mercado mundial, la lucha sindical se hará doblemente difícil. En primer término, la coyuntura objetiva del mercado será menos favorable para los vendedores de fuerza de trabajo, porque la demanda de fuerza de trabajo aumentará a ritmo más lento y la oferta de trabajo a uno más lento que los que tienen actualmente. En segundo lugar, los capitalistas mismos, en vista de la necesidad de compensar las pérdidas sufridas en el mercado mundial, redoblarán sus esfuerzos tendientes a reducir la parte del producto total que les corresponde a los trabajadores (bajo la forma de salario). Como dice Marx, la reducción de los salarios es uno de los medios principales para retardar la caída de las ganancias. La situación en Inglaterra ya nos da una imagen del comienzo de la segunda etapa del desarrollo sindical. La acción sindical se reduce necesariamente a la simple defensa de las conquistas ya obtenidas y hasta eso se vuelve cada vez más difícil. Tal es la tendencia general de las cosas en nuestra sociedad. La contrapartida de esa tendencia debería ser el desarrollo del aspecto político de la lucha de clases.
Konrad Schmidt comete el mismo error de perspectiva histórica al tratar la reforma social. Espera que la reforma social, al igual que la organización sindical, "dictará al capitalista las normas a las que deberá ajustarse para emplear la fuerza de trabajo". Contemplando la reforma bajo esta luz, Bernstein califica la legislación laboral de parte del "control social" y, en tal carácter, de parte del socialismo. Asimismo Konrad Schmidt siempre usa el término "control social" cuando se refiere a las leyes protectoras. Una vez que ha transformado en Estado en sociedad, agrega confiado: "Es decir, la clase obrera en ascenso". Como resultado de este truco de sustitución, las inocentes leyes laborales formuladas por el Consejo Federal Alemán se transforman en medidas socialistas transitorias supuestamente promulgadas por el proletariado alemán.
La mistificación es obvia. Sabemos que el estado imperante no es la "sociedad" que representa a la "clase obrera en ascenso". Es representante de la sociedad capitalista. Es un Estado clasista. Por lo tanto sus reformas no son la aplicación del "control social", es decir, el control de la sociedad que decida libremente su propio proceso laboral. Son formas de control aplicadas por la organización clasista del capital a la producción del capital. Las llamadas reformas sociales son promulgadas en beneficio del capital. Sí, Bernstein y Konrad Schmidt sólo ven a la actualidad "comienzos débiles" de este control. Esperan ver una larga sucesión de reformas en el futuro, todas a favor de la clase obrera. Pero aquí cometen un error parecido a su creencia en el desarrollo ilimitado del movimiento sindical.
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Desde este punto de vista también el "control social" -legislación laboral, control de las organizaciones industriales mediante la tenencia de acciones, etc.- nada tiene que ver con la "posesión suprema". Lejos de constituir, como cree Schmidt, una reducción de la posesión capitalista, su "control social" es, por el contrario, una protección de dicha posesión. O, desde el punto de vista económico, no amenaza sino que regula la explotación capitalista. Cuando Bernstein pregunta si hay mayor o menor contenido socialista en una ley de protección del trabajador, podemos asegurarle que en la mejor de las leyes de protección del trabajo no hay más contenido "socialista" que en la ordenanza municipal que regula la limpieza de las calles o la iluminación de las mismas.
El capitalismo y el Estado
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Konrad Schmidt afirma que la conquista de una mayoría socialdemócrata en el parlamento lleva directamente a la "socialización" gradual de la sociedad. Ahora bien, las formas democráticas de la vida política constituyen sin duda un fenómeno que refleja claramente la evolución del Estado en la sociedad. Constituyen, en esa medida, un avance hacia la transformación socialista. Pero el conflicto en el Estado capitalista que describimos más arriba se manifiesta aún más enfáticamente en el parlamentarismo moderno. En efecto, de acuerdo con su forma, el parlamentarismo sirve para expresar, dentro de la organización estatal, los intereses de la sociedad en su conjunto. Pero lo que el parlamentarismo refleja aquí es la sociedad capitalista, es decir, una sociedad donde predominan los intereses capitalistas. En esta sociedad, las instituciones representativas, democráticas en su forma, son en su contenido instrumentos de los intereses de la clase dominante. Ello se manifiesta de manera tangible en el hecho de que apenas la democracia tiende a negar su carácter de clase y transformarse en instrumento de los verdaderos intereses de la población, la burguesía y sus representantes estatales sacrifican las formas democráticas. Es por eso que la concepción de la conquista de una mayoría parlamentaria reformista es un cálculo de espíritu netamente burgués liberal que se ocupa de un solo aspecto -el formal- de la democracia, pero no tiene en cuenta el otro: su verdadero contenido. En definitiva el parlamentarismo no es directamente un elemento socialista que va impregnando gradualmente el conjunto de la sociedad capitalista. Es, por el contrario, una forma específica del Estado clasista burgués, que ayuda a madurar y desarrollar los antagonismos existentes del capitalismo.
A la luz de la teoría del desarrollo objetivo del Estado, la creencia de Bernstein y Konrad Schmidt de que el incremento del "control social" redunda en la creación del socialismo se transforma en una fórmula que día a día se encuentra más reñida con la realidad.
La teoría de la introducción gradual del socialismo propone una reforma progresiva de la propiedad y el Estado capitalistas que tiende al socialismo. Pero en virtud de las leyes objetivas de la sociedad imperante, una y otro avanzan en el sentido opuesto. El proceso de producción se socializa cada vez más, y el control estatal sobre el proceso de producción se extiende. Pero al mismo tiempo la propiedad privada se vuelve cada vez más abiertamente una forma de explotación capitalista del trabajo ajeno, y el control estatal está imbuido de los intereses exclusivos de la clase dominante. El Estado, es decir, la organización política del capitalismo, y las relaciones de propiedad, es decir, la organización jurídica del capitalismo, se vuelven cada vez más capitalistas, no socialistas, poniendo ante la teoría de la introducción gradual del socialismo dos escollos insalvables.
El esquema de Fourier [socialista utópico francés de comienzos del siglo XIX] de transformar, mediante un sistema de falansterios, el agua de todos los mares en sabrosa limonada fue una idea fantástica, por cierto. Pero cuando Bernstein propone transformar el mar de la amargura capitalista en un mar de dulzura socialista volcando progresivamente en él botellas de limonada social reformista, nos presenta una idea insípida, pero no menos fantástica.
Las relaciones de producción de la sociedad capitalista se acercan cada vez más a las relaciones de producción de la sociedad socialista. Pero, por otra parte, sus relaciones jurídicas y políticas levantaron entre las sociedades capitalista y socialista un muro cada vez más alto. El muro no es derribado, sino más bien es fortalecido y consolidado por el desarrollo de las reformas sociales y el proceso democrático. Sólo el martillazo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por el proletariado, puede derribar este muro.
Las consecuencias del reformismo social y la naturaleza general del revisionismo
En el primer capítulo tratamos de demostrar que la teoría de Bernstein separó el programa del movimiento socialista de su base material y trató de ubicarlo sobre una base idealista. ¿Qué ocurre con esta teoría cuando se la traduce a la práctica?
En una primera aproximación, la actividad partidaria resultante de la teoría de Bernstein no parece diferir de la actividad efectuada por la socialdemocracia hasta el presente. Antes la actividad del Partido Social Demócrata consistía en trabajar en el movimiento sindical, agitar por las reformas sociales y por la democratización de las instituciones existentes. La diferencia no reside en el qué sino en el cómo.
En la actualidad se considera que la lucha sindical y la actividad parlamentaria son medios para guiar y educar al proletariado en preparación de la tarea de la toma del poder. Desde el punto de vista revisionista, esta conquista del poder es a la vez imposible e inútil. Y por eso el partido realiza la actividad sindical y parlamentaria en pos de resultados inmediatos, es decir, con el objeto de mejorar la situación actual de los obreros, por la disminución gradual de la explotación capitalista, por la extensión del control social.
De modo que si dejamos de lado el mejoramiento inmediato de la situación de los trabajadores -objetivo que el programa del partido comparte con el revisionismo- la diferencia entre las dos posiciones es, en síntesis, la siguiente. De acuerdo con la concepción actual del partido, la actividad parlamentaria y la sindical son importantes para el movimiento socialista porque esas actividades preparan al proletariado, es decir, crean el factor subjetivo para la transformación socialista, para la tarea de realizar el socialismo. Para Bernstein, las actividades sindical y parlamentaria reducen gradualmente la propia explotación capitalista. Le quitan a la sociedad capitalista su carácter capitalista. Realizan objetivamente el cambio social deseado. Vistas más de cerca, vemos que las dos concepciones son diametralmente opuestas. Desde la posición actual de nuestro partido, vemos que, como resultado de sus luchas sindicales y parlamentarias, el proletariado se convence de la imposibilidad de lograr un cambio social profundo a través de esa actividad y llega a la comprensión de que la conquista del poder es inevitable. La teoría de Bernstein, en cambio, parte de la afirmación de que dicha conquista es imposible. Concluye afirmando que el socialismo sólo puede ser introducido como consecuencia de la lucha sindical y de la actividad parlamentaria. Desde el punto de vista de Bernstein, la acción sindical y parlamentaria reviste un carácter socialista porque ejerce una influencia socializante progresiva sobre la economía capitalista.
Hemos tratado de demostrar que dicha influencia es imaginaria. Las relaciones entre la propiedad capitalista y el Estado capitalista se desenvuelven en direcciones opuestas, de modo que la actividad práctica cotidiana de la socialdemocracia pierde, en última instancia, todo vínculo con la militancia por el socialismo. Desde el punto de vista de una movilización por el socialismo, la lucha sindical y nuestra actividad parlamentaria poseen una importancia inmensa en la medida en que despiertan en el proletariado la comprensión, la conciencia socialista y lo ayudan a organizarse como clase. Pero apenas se las considera como instrumentos para la socialización directa de la economía, no sólo pierden su efectividad sino que dejan de ser un medio para preparar a la clase obrera para la conquista del poder. Eduard Bernstein y Konrad Schmidt adolecen de falta de comprensión del problema cuando se consuelan diciendo que, aunque el programa del partido se reduce a la reforma social y la lucha sindical, no se descarta el objetivo final del movimiento obrero porque cada paso adelante trasciende el objetivo inmediato y el objetivo final socialista esta implícito como tendencia del supuesto avance.
Eso es, por cierto, completamente válido para el proceder actual de la socialdemocracia alemana. Es válido cuando la lucha sindical y por la reforma social están impregnadas de una voluntad firme y consciente de conquistar el poder político. Pero si se separa esa voluntad del movimiento mismo y se convierte a las reformas sociales en fines en sí mismas, entonces dicha actividad no sólo no conduce al objetivo ulterior del socialismo sino que se mueve en sentido contrario.
Konrad Schmidt simplemente se apoya en la idea de que un movimiento aparentemente mecánico, una vez puesto en marcha, no puede detenerse solo, puesto que "el apetito viene comiendo" y se supone que la clase obrera no se satisfará con las reformas hasta tanto se alcance el objetivo socialista final.
La condición mencionada en último término es real. Su efectividad está garantizada por la insuficiencia misma de la reforma capitalista. Pero la conclusión que sacamos de allí sólo podría ser válida si fuera posible construir una cadena de reformas crecientes que llevara del capitalismo al socialismo sin solución de continuidad. Lo cual es, desde luego, fantasía pura. Dada la naturaleza de las cosas, la cadena se rompe muy rápidamente, y los caminos que puede tomar el supuesto avance son numerosos y variados.
¿Cuál será el resultado inmediato si nuestro partido cambia su manera general de actuar para adaptarse a una posición que subraya los resultados inmediatos de nuestra lucha, es decir la reforma social? Apenas los "resultados inmediatos" se convierten en objetivo principal de nuestra actividad, la posición tajante e intransigente que posee un significado en la medida en que se propone conquistar el poder, resultará una inconveniencia cada vez mayor. La consecuencia de ello será que el partido adoptará una "política de compensación", una política de canje político y una actitud de conciliación tímida y diplomática. Pero esta actitud no puede durar mucho. Puesto que las reformas sociales no pueden ofrecer más que promesas carentes de contenido, la consecuencia lógica de semejante programa será necesariamente la desilusión.
No es cierto que el socialismo surgirá automáticamente de la lucha diaria de la clase obrera. El socialismo será consecuencia de 1) las crecientes contradicciones de la economía capitalista y 2) la comprensión por parte de la clase obrera de la inevitabilidad de la supresión de dichas contradicciones a través de la transformación social. Cuando, a la manera del revisionismo, se niega la primera premisa y se repudia la segunda, el movimiento obrero se ve reducido a un mero movimiento cooperativo y reformista. Aquí nos desplazamos en línea recta al abandono total de la perspectiva clasista. (...)