SUDAMÉRICA. CONTAGIO Y ALGO MÁS. Economía.
Las nuevas turbulencias de la economía latinoamericana
Por Claudio Katz,*
Socialismo o Barbarie, Nº 12, julio 2002
El presente trabajo, fue escrito originalmente en agosto del 2000 y la segunda parte fue editada por nosotros ("Nueva Colonización", SoB N°7, Abril 2001 pag.21 ss). En está oportunidad publicamos la primera parte, mas allá de los casi dos años de su elaboración el texto es totalmente actual. Brinda un marco teórico sólido para abordar las razones estructurales que explican el actual y creciente proceso de sometimiento político y económico al imperialismo que se está viviendo Sudamérica.
* Economista, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires.
En los últimos años se acentuó la tradicional vulnerabilidad de la economía latinoamericana frente a las crisis internacionales. La recuperación de la "década perdida" del 80 fue exigua, ya que en 1994 bajo el impacto del tequila mexicano la reactivación regional se frenó y un nuevo ascenso volvió a frustrarse en 1997-98, cómo consecuencia de la crisis asiática. Posteriormente, el pánico causado por la cesación de pagos de Rusia, la devaluación brasileña y la hecatombe económica del Ecuador congeló la reanimación de la economía.
América Latina retrocedió en todos los terrenos. Perdió relevancia industrial, decayó su participación en el comercio internacional y fue desplazada por el Sudeste Asiático cómo principal destino periférico de las inversiones extranjeras. La brecha que separa a la región de los países desarrollados se amplió visiblemente. En 1978 el ingreso per capita en las naciones centrales superaba en cinco veces a los países más avanzados de la zona y en 12 veces a los más retrasados. Pero en 1999 estas diferencias se habían ampliado a 7 y 30 veces, respectivamente.[1]
Para los neoliberales este resultado es consecuencia del incumplimiento del "programa de reformas". Pero cuándo critican la insuficiencia de la apertura comercial o las limitaciones de la flexibilización laboral, olvidan que han instrumentado estas medidas en la última década sin lograr ninguno de los resultados prometidos. Los anti-liberales argumentan, en cambio, que la crisis regional es consecuencia de la aplicación de un "modelo dualista, regresivo y excluyente". Pero este cuestionamiento a la política económica en curso no caracteriza los procesos sociales subyacentes, ni indaga su lógica capitalista.
Esta misma superficialidad prevalece cuándo se atribuyen las turbulencias de la economía latinoamericana a la "globalización". Los neoliberales afirman que sus iniciativas garantizan la participación de Latinoamérica en los beneficios de este proceso, mientras que los antiliberales sostienen un diagnóstico opuesto. Pero ambas visiones eluden analizar las transformaciones objetivas de la mundialización y su impacto sobre Latinoamérica e ignoran los cambios de hegemonía que están en curso en el bloque de las clases dominantes de la región.
Para superar estas limitaciones hay que interpretar las cuatro principales transformaciones económicas registradas en la región —el efecto del endeudamiento externo, la fragmentación industrial, la explosión de pobreza y el deterioro de los términos de intercambio— cómo desequilibrios derivados del carácter periférico y dependiente de Latinoamérica. Este análisis requiere partir de las teorías del imperialismo y del desarrollo desigual y combinado.
Cuatro desequilibrios
El meteórico aumento de la deuda externa constituye la manifestación más evidente de las contradicciones económicas de la región. El pasivo aumentó de 79.000 millones en 1975 a 370.000 millones en 1982 y volvió a saltar a 435.000 millones en 1990. Pero desde esa fecha hasta la actualidad se elevó a 750.000 millones, desmintiendo que el "fin de la era estatista" implique alguna reducción de esta hipoteca. La deuda constituye un mecanismo de reestructuración económica que viabiliza la adaptación de la región a la nueva división internacional del trabajo. Así cómo en el pasado sirvió para financiar la adquisición de manufacturas y la provisión de materias primas en favor de los países centrales, actualmente acelera un giro hacia la especialización exportadora en productos de baja elaboración, en desmedro del mercado interno. En algunos países esta especialización se concentra en el procesamiento de materias primas y en otros en la producción de insumos industriales o en el ensamblaje de partes.
La industria latinoamericana ya no es el principal motor de crecimiento, está muy expuesta a la competencia exterior y se abastece de una avalancha de importaciones. Las nuevas inversiones apuntalan sólo a los sectores internacionalmente competitivos y desarticulan el viejo complejo metalmecánico local. Por eso, decrece el uso de los servicios de ingeniería adaptativa y se retraen las actividades de investigación y desarrollo. El modelo de armaduría-montaje mundialmente conectado ha reemplazado el intento anterior de industrialización integral.[2]
La especialización exportadora fue acelerada mediante una drástica apertura que redujo el arancel comercial promedio del 45 % al 13 % en apenas una década. Aunque las exportaciones de la región pasaron del 14 % al 23 % del PBI regional entre 1980 y 1995, los precios de los productos declinaron y el ingreso adicional finalmente obtenido fue insignificante. Las importaciones aumentaron 127 % entre 1990 y 1996 frente a una suba del 76 % de las exportaciones. Cómo consecuencia de esta reorientación, la participación latinoamericana en el comercio mundial cayó en 1995 a sólo el 3,6 % de estos intercambios, es decir al nivel más bajo del siglo XX.[3]
El giro aperturista no implica un simple retorno de Latinoamérica a su antigua función de vendedora de materias primas y compradora de mercancías manufacturadas. El modelo en curso instaura una nueva escala de intercambio desigual, basado en la exportación de productos agroindustriales escasamente elaborados y la importación de bienes de fabricación más compleja. Las ventas abarcan desde bananas e insumos petroquímicos hasta partes de automóviles, pero las compras siempre incluyen computadoras de última generación o nuevos productos farmacéuticos. Por eso la brecha tecnológica se amplía, la relación de precios es más desfavorable y el déficit comercial se acrecienta. En la implementación de su nuevo comercio intra-industrial e intra-firma, las grandes corporaciones especializan a sus filiales latinoamericanas en la industrialización básica de materias primas y en actividades mano de obra intensivas, provocando un intercambio comercial cada vez más deficitario para la región.[4]
Estas transformaciones aumentaron el desempleo, redujeron los salarios y provocaron una terrorífica expansión de la pobreza. De acuerdos a mediciones que difieren en la definición de "pobre", la miseria afecta en Latinoamérica a un número que oscila entre 150 y 224 millones de personas. Esta magnitud se ubica por encima del porcentaje prevaleciente antes del comienzo de la crisis de los 80 y ha provocado la reaparición de epidemias erradicables y una desnutrición infantil que causa estragos.
La explosiva combinación de endeudamiento externo, especialización exportadora en productos de baja elaboración, intecambio comercial deficitario y erosión del poder adquisitivo desencadena las periódicas turbulencias de la economía latinoamericana. Pero este diagnóstico es tan sólo un punto de partida del análisis. Para interpretar qué está sucediendo en América Latina hay que estudiar la actual vulnerabilidad de la región utilizando una teoría explicatíva del carácter históricamente periférico y dependiente de la región.
Imperialismo
La teoría del imperialismo explica las relaciones existentes entre las economías centrales y periféricas en cada etapa histórica del capitalismo. Indaga cómo en cada uno de estos períodos (capitalismo naciente del siglo XIX, imperialismo clásico de la primera mitad del siglo XX y el capitalismo tardío posterior) se registraron cambios en la división internacional del trabajo, que determinaron la reestructuración general de la economía latinoamericana.[5]
Al investigar los mecanismos de apropiación de los recursos de la periferia por parte de las potencias centrales, la teoría del imperialismo esclarece cuáles son las nuevas formas comerciales, financieras e industriales de esta confiscación que impactan sobre América Latina. El imperialismo actual ya no se distingue exclusivamente —cómo en el pasado— por añadir la exportación de capital a la exportación de mercancías, ni por agregar las inversiones externas a la sujeción crediticia. Implica un avance en la internacionalización productiva bajo el comando de las grandes corporaciones, que induce la especialización de cada país dependiente en la realización de cierto tipo de tareas.[6]
Esta reestructuración jerárquica y fracturante del proceso productivo refuerza la succión de recursos de la periferia por el centro y cumple la función de atenuar los ciclos depresivos y prolongar las fases de prosperidad de los países desarrollados. Y aunque el grueso de las inversiones el comercio y la producción se desenvuelve en la propia "tríada" de las naciones avanzadas, este mecanismo facilita estratégicamente la reproducción mundial del capital.
Los datos del ensanchamiento de la distancia que separa a los países centrales y periféricos son abrumadores. Actualmente el 20 % de los habitantes del mundo localizados en los países ricos absorbe el 86 % del consumo privado y la fortuna de los tres multimillonarios más poderosos sobrepasa el PBI acumulado de 48 naciones atrasadas. La tendencia polarizante es indiscutible. En 1870 el PBI per capita de Estados Unidos y Gran Bretaña era 9 veces mayor que los países considerados más pobres de la época, pero en 1990 esta diferencia se elevó a 45 veces, en comparación a naciones cómo Chad o Etiopía. Otro cálculo destaca que la brecha de ingresos entre los países más prósperos y empobrecidos se ensanchó de 30 a 60 veces entre 1965 y 1990. Además, en 100 países la renta por habitante es actualmente inferior a 1980, mientras que las 200 personas más ricas del planeta duplicaron su activo neto entre 1994 y 1998. Dos comparaciones escandalosas completan este panorama. El gasto en Estados Unidos de cosméticos es mayor a la inversión en educación básica de toda la periferia y el consumo de helados en Europa totaliza una suma superior a los servicios sanitarios y de agua potable de todas las regiones subdesarrolladas.[7]
No cabe ninguna duda que en este mapa, Latinoamérica se ubica en el campo de los subdesarrollados y que su dependencia financiera, comercial e industrial constituye un ejemplo típico de sujeción al imperialismo. La deuda externa es la evidencia más contundente de este sometimiento. América Latina ha seguido la misma pauta de todos los países del Tercer Mundo, que luego de reembolsar —entre 1982 y 2000— cuatro veces el monto adeudado, cargan con un pasivo tres veces y medio superior. Todas las recompras y reconversiones tipo Brady han aumentado la deuda y el peso de su refinanciación. En general, la deuda de los países periféricos constituye un mecanismo que perpetúa la confiscación de riquezas de las naciones subdesarrolladas y por eso se mantiene cómo una hipoteca ilevantable, a pesar de representar apenas el 5% del total de la deuda pública y privada mundial (2 billones sobre una masa de 40 billones).[8]
Este endeudamiento le ha otorgado al FMI un papel típicamente imperialista sobre las políticas económicas de los gobiernos latinoamericanos. Los numerosos fondos de inversión que —a diferencia de los 80 concentran el grueso de las acreencias de la región— negocian con los países deudores a través de este organismo. El FMI exige austeridad fiscal para garantizar los pagos y obliga a los gobiernos a refinanciar la deuda a tasas usurarias, que encarecen el crédito y obstaculizan la adopción de políticas expansivas. El ingreso y la salida de capitales se han vuelto determinantes de comportamiento de la economía y este patrón "capital-dependiente" del ciclo dificulta el crecimiento prolongado.
Existen distintas formas de gestionar el sometimiento que impone la deuda. Algunos países —cómo México y Brasil— priorizan la obtención del superávit comercial a la estabilidad cambiaria y otros —cómo la Argentina— jerarquizan la paridad de la moneda al desbalance comercial. Son dos opciones de un mismo ajuste —por medio de la devaluación o la deflación— que apuntan a asegurar el pago de los intereses.
En el plano comercial, la dominación imperialista se expresa en una apertura importadora en favor de Estados Unidos, que obtuvo en la última década un superávit con Latinoamérica compensatorio de los déficits que detenta con otras regiones del mundo. Incluso países tradicionalmente excedentarios cómo Brasil o Argentina afrontan desbalances comerciales que potencian las presiones devaluacionistas.
Otra evidencia del status dependiente de Latinoamérica es su papel marginal en la actual reorganización del comercio que comanda la OMC. Los países de la región carecen de misiones permanentes en la cúpula de esta organización y no influyen en las decisiones de los organismos que resuelven diferendos.[9] Por eso, los dictámenes siempre perjudican el ingreso de sus productos a las naciones desarrolladas y además, soportan crecientes presiones para tributar por los bienes complejos que se patentan en los países avanzados.[10]
La explosión de pobreza que soporta Latinoamérica es también consecuencia de las transferencias de ingresos en favor de los países centrales. Los "ajustes" para pagar la deuda, la pérdida de empleo derivada de la destrucción de industrias "no competitivas", el giro exportador especializado y la apertura importadora han conducido a un estrechamiento del poder adquisitivo y a una contracción de la demanda solvente, que provocan el rápido agotamiento de las fases reactivantes. La economía latinoamericana ha quedado atrapada en un círculo vicioso de medidas empobrecedoras, que recortan el poder adquisitivo para "asegurar la confianza" de los inversores extranjeros y que terminan ahuyentando esta misma afluencia de capitales, cuándo la retracción de la capacidad de compra desencadena recesiones prolongadas.[11]
Desarrollo desigual y combinado
La teoría del desarrollo desigual y combinado constituye la segunda clave para explicar porqué se agravan las turbulencias de la economía latinoamericana. Complementa el análisis de las relaciones de dependencia estudiando a la economía mundial cómo una totalidad unificadora de formas avanzadas y retrógradas de producción, que determina la existencia de variadas combinaciones de modernidad y atraso en la periferia. Algunos sectores y países progresan, mientras que el conjunto de las naciones subdesarrolladas se distancian del centro.[12]
La teoría del desarrollo desigual-combinado ha tenido gran impacto en las ciencias sociales, porque permite superar la tradición positivista que concibe la evolución del tercer mundo cómo un proceso de progresivo acercamiento y convergencia con el primer mundo.[13] En oposición a este enfoque, destaca que la industrialización tardía, dependiente e inacabada de la periferia agrava las contradicciones de las economías subdesarrolladas. La teoría puntualiza que la industrialización latinoamericana no es inviable, sino estructuralmente frágil por la baja competitividad, el sistemático desbalance comercial, el descontrol interno de la acumulación y la ausencia de un mercado doméstico de alto poder adquisitivo. Plantea que el tradicional debate sobre la posibilidad o imposibilidad del crecimiento industrial en los países periféricos es inconducente, porque el capitalismo impulsa la acumulación en todo el mundo. Pero en este desarrollo, la industria periférica arrastra las desventajas históricas que obstaculizan estructuralmente su desenvolvimiento.[14]
Estas barreras son consecuencia de las transformaciones registradas en el capitalismo a principio del siglo XX. A partir de ese momento se rompió la coexistencia de la acumulación de capital en los países avanzados con la acumulación originaria de las naciones retrasadas y el primer proceso se convirtió en un impedimento para la transformación del segundo en secuencias auto-sustentadas de desarrollo. Desapareció el margen de crecimiento autónomo que anteriormente permitió a naciones inicialmente retrasadas cómo Alemania, Estados Unidos y Japón alcanzar y sobrepasar a países ya adelantados, cómo Francia, Bélgica o Inglaterra. Esta posibilidad abortó desde el momento que las potencias centrales incrementaron la absorción de plusvalía de la periferia a través de múltiples canales comerciales, financieros e industriales. El mercado mundial se estabilizó cómo eje articulador de distintas modalidades capitalistas, semi-capitalistas y pre-capitalistas, ampliando las diferencias nacionales, sectoriales y regionales de desenvolvimiento y yuxtaponiendo las formas avanzadas y primitivas de desarrollo.[15]
El capitalismo mundializado no desindustrializa, sino que ha congelado relativamente el mapa de los países avanzados y retrasados. No frustra, por ejemplo, en la actualidad el crecimiento de Brasil o Corea, pero impide que alcancen o sobrepasen a Estados Unidos y Japón, cómo ocurrió en etapas anteriores de este modo de producción.
La teoría del desarrollo desigual y combinado explica el carácter dualizante de la reestructuración industrial implementada en Latinoamérica en las últimas dos décadas. Aclara cómo la modernización de la industria ha coexistido con la creciente desarticulación de todo el proceso de acumulación. Actualmente se fabrica en la región el mismo volumen de productos, con dos tercios del personal anteriormente utilizado. Mediante inversiones que impusieron mayor esfuerzo laboral a los operarios, la productividad se elevó entre 1990 y 1996 a un ritmo del 3,7 % anual en la Argentina, del 2,9 % en México y del 2,8 % en Brasil frente al 2,3 % en Estados Unidos. Este incremento achicó la brecha de rendimiento (de un 66 % al 50%) con los países centrales, en los sectores reconvertidos de la industria latinoamericana (por ejemplo siderurgia o automotriz). Pero este acortamiento de las diferencias coexiste con su ampliación en las ramas marginadas de esta transformación (por ejemplo, plásticos o maquinaria no eléctrica).[16]
Se está produciendo una gran fractura entre actividades exportadoras prósperas y quebrantos de sectores orientados al mercado interno. Este contraste se evidencia en el crecimiento de las maquilas y la decadencia de la industria tradicional en México o en la modernización de la plantas exportadoras de insumos agro-industriales y la debacle de la industria provincial en la Argentina. Mientras que los empresarios exportadores se benefician con la disminución del costo salarial que provoca la pauperización y el desempleo, esta caída de los sueldos afecta el crecimiento prolongado. En 13 de 18 países latinoamericanos, el salario mínimo real de 1998 fue inferior al vigente en 1980 y algunos estudios destacan que el poder de compra efectivo ha caído de manera inusitada.[17]
La capacidad adquisitiva de la población se ha contraído bajo el peso de las leyes flexibilizadoras que incrementaron la tasa de explotación. El mejor índice de este aumento es la expansión del trabajo informal, es decir de las actividades realizadas sin protección social. En la última década, 84 de cada 100 nuevos puestos de trabajo fueron informales y remunerados con salarios inferiores entre un 40 y un 60 % al sector formal. Esta fragmentación también polariza y debilita el poder adquisitivo.[18]
Un modelo teórico reciente sintetiza el efecto actual del desarrollo desigual y combinado sobre las economías periféricas, ilustrando cómo el sector exportador de alta productividad participa en la formación de los precios del nuevo campo de valorización internacionalizado, mientras que el sector doméstico continúa determinando los precios locales. Esta dualización se acentúa porque las divisas generadas por las ramas exportadoras no compensan las pérdidas ocasionadas a la industria local tradicional por la apertura importadora. El déficit comercial se profundiza y la tendencia devaluatoria se afirma cada vez que este desbalance no puede paliarse con mayor endeudamiento.[19]
Variedad del subdesarrollo
La teoría del desarrollo desigual y combinado explica también la indiscutible polarización de la economía mundial. Incluso algunos autores que proclaman la "obsolescencia del esquema centro-periferia" y la "inutilidad de la denominación de Tercer Mundo", confirman el aumento de las desigualdades entre los países que ingresan o quedan marginados de la actual "era de la información". [20] Reconocen que el "trabajo calificado informacional" se localiza en los países centrales, mientras que el "trabajo taylorista degradado" se ubica en la periferia. Esta divisoria consolida una "arquitectura estable" de la economía en un polo dominante, que albergando sólo al 15 % de la población mundial concentra el 90 % de la producción de alta tencología y el 80 % de las actividades informáticas. Dentro de esta rígida segmentación opera la "geometría variable" del subdesarrollado, modificando el status periférico de cada país en función de las pautas de la acumulación que emanan desde el centro.
Diferenciar al conjunto de los países avanzados del bloque de naciones atrasadas es el punto de partida para una conceptualización más precisa del lugar de cada nación en el mercado mundial. Esta caracterización debe contemplar la existencia de una cierta variedad de situaciones intermedias (países dependientes no periféricos, semi-periféricos, centrales no dominantes) y también debe distinguir entre las situaciones periféricas superiores, intermedias e inferiores. Estos últimos tres estratos permiten en América Latina, por ejemplo diferenciar a Brasil, Chile y Haití y la misma clasificación sirve también para considerar que el conjunto de la región presenta un nivel de desarrollo mayor que Africa, pero inferior al sudeste asiático.
Es cierto que el aumento de la pobreza ha empujado a varias zonas y países latinoamericanos a niveles de barbarización semejantes al continente negro. Pero en su totalidad, la región no ha sufrido un nivel de degradación social y criminalización de esa magnitud y tampoco ha quedado reducida a un campo de batalla por el saqueo de los recursos naturales. Las cifras de pauperización latinoamericana asustan, pero los datos de Africa espantan. En este continente el consumo alimenticio retrocedió 20 % en los últimos 25 años y los desnutridos aumentaron de 103 a 215 millones de personas.[21]
Pero por otra parte, ningún país latinoamericano registró durante las últimas décadas tasas de crecimiento equivalentes al sudeste asiático. Hay naciones —cómo Corea del Sur— que lideraron inicialmente este avance cómo factorías exportadoras, pero que posteriormente desarrollaron sus mercados internos y tendieron a distanciarse de Latinoamérica. Explicar porqué la región "perdió el tren" frente al sudeste asiático es un tema recurrente de la literatura económica, que no encuentra interpretación satisfactoria fuera de la teoría del desarrollo desigual y combinado.
Los neoliberales explican el "éxito asiático" frente al "fracaso latinoamericano" por la preeminencia del mercado frente al estatismo, mientras que los neoestructuralistas atribuyen este resultado a la gravitación acordada a la política industrial.[22] Pero ambas caracterizaciones descontextualizan el problema, al indagar principalmente los logros o los desaciertos de las políticas económicas, desconociendo que estas orientaciones no constituyen una libre libre elección de los países periféricos. Se omite, además, que Corea y Taiwan han sido excepciones a la regla general del retroceso periférico y que la repetición de su performance es por lo tanto improbable.
También es frecuente presentar a Corea, Taiwan o Singapur cómo ejemplos de emancipación de la relación centro-periferia, ignorando que estos países no han superado su condición dependiente, cómo se demostró en la crisis iniciada en 1997. Al verse obligados a participar de una competencia directa con empresas norteamericanas, europeas o japonesas, las corporaciones coreanas han debido aceptar la regla del más fuerte e iniciar un proceso de desmantelamiento, apertura o fusión de los "chaebols". Esta reorganización no implica —hasta ahora— un retroceso comparable al de Latinoamérica y tampoco ha impedido la recuperación en curso. Pero aunque se ubique en un escalón periférico superior, las economías del Sudeste Asiático continúan siendo vulnerables a los flujos de capital y son candidatas a ocupar un rol subordinado en la eventual constitución de un bloque regional.[23]
En realidad, la industrialización del sudeste asiático tuvo muchos puntos de semejanza con el proceso que protagonizaron Argentina en los años 50 y Brasil en los 60. La diferencia radica en qué las condiciones objetivas favorables al desenvolvimiento industrial que inicialmente aparecieron en los países más avanzados de Latinoamérica posteriormente florecieron en el sudeste asiático. Este cambio obedeció a que el avance registrado en la internacionalización de la economía convirtió la ventaja latinoamericana (cierto desarrollo previo del mercado interno) en un obstáculo para las nuevas inversiones externas centradas en la exportación y en el aprovechamiento de la fuerza de trabajo barata. No hay que olvidar, además, que la larga historia de sublevación popular e inestabilidad política en Latinoamérica indujo el giro inversor hacia regiones asiáticas, que bajo la ocupación militar norteamericana protagonizaron procesos muy singulares de urbanización y transformación agraria.
La búsqueda de la mano de obra disciplinada y barata ha continuado orientando los flujos de inversión hacia otros países asiáticos. Ante el aumento del productividad y la consiguiente elevación del salario registrada en Corea o Taiwan, las corporaciones tienden a localizar sus filiales en Malasia, Filipinas o Indonesia. Pero lo que muchos entusiastas del modelo "explotador-exportador" ignoran es que la competitividad basada en bajos salarios impide desenvolver un "círculo virtuoso" de crecimiento basado en el consumo interno, que aproxime a las economías periféricas a las centrales.
Este obstáculo es una limitación histórica que enfrentan todos los países que llegaron tarde a la distribución del mercado mundial y que no se resuelve simplemente con inversiones. Al contrario, los flujos de capital atraídos por la baratura de la fuerza de trabajo y orientados a la exportación terminan provocando agudos desequilibrios cuándo se generaliza la sobreproducción o declina la competitividad de los sectores anteriormente prósperos. En ese momento, el aumento del desempleo y la pobreza evidencian el carácter ilusorio de la convergencia de la periferia con el centro.
El giro de la clase dominante
Las transformaciones registradas en América Latina no obedecen sólo a los cambios objetivos de la economía mundial. Derivan también del giro estratégico que impusieron las clases dominantes locales a través de la adopción de políticas neoliberales. Los principales grupos capitalistas han forjado una nueva alianza con las denominadas "corporaciones transnacionales". Este cambio es comparable al giro que en el bloque hegemónico se produjo entre 1940 y 1970, cuándo la alianza de los terratenientes con el capital extranjero fue sustituida por el acuerdo de los capitalistas industriales con las corporaciones foráneas.
Estos grupos extranjeros se han convertido en los indiscutidos protagonistas de este bloque en la actualidad. Un gran proceso de transformación interna afecta a toda la burguesía industrial, que al abandonar la política sustitutiva de importaciones perdió la batalla por el liderazgo regional. Sólo los grupos que han logrado adaptarse a las nuevas condiciones competitivas subsisten cómo socios menores de las corporaciones foráneas.
Esta nueva alianza es la gran beneficiaria de la remodelación económica de América latina. El manejo de la deuda externa es particularmente ilustrativo de este equilibrio, porque los sectores capitalistas nacionales airosos lucraron con el aumento de este pasivo en igual medida que los acreedores. El mayor beneficio fue obtenido por las empresas cuyas deudas fueron estatizadas. Se desembarazaron de sus obligaciones y por eso, ahora proclaman que la deuda es un "compromiso de toda la nación que debe ser honrado".
En el caso argentino, el grueso de la estatización se produjo durante 1980-82 y desembocó en la cesación de pagos y la hiperinflación. Este salvataje insumió el 25 % del PBI, es decir entre 5 y 8 veces más que operaciones semejantes realizadas en los países desarrollados.[24] La erogación fue tan descomunal porque sirvió para financiar la fuga al exterior del patrimonio de muchos empresarios endeudados. Posteriormente, este drenaje de fondos no se detuvo y actualmente los capitales depositados fuera del país representan un tercio del producto bruto. En la década del 90, la salida de capitales habría incluso superado el pago de intereses de la deuda.[25]
En México otro tipo de rescate se concretó durante los 90 con la renacionalización de los bancos afectados por el Tequila. Este auxilio significó una pérdida del 15 % del PBI para el erario público. En Brasil, los empresarios fueron auxiliados mediante devaluaciones que desvalorizaron las deudas internas acumuladas en moneda local. Pero estos ajustes agravaron el peso de los pasivos externos y derivaron en mayores impuestos y restricciones al gasto social del estado. Todas estas variantes de la estatización revelan que el sector más poderoso de las clases dominantes latinoamericanas ha utilizado la deuda para su propio beneficio.
Este mismo grupo ha participado activamente en la privatización masiva de las empresas públicas. El traspaso del patrimonio estatal se implementó mediante la subvaluación de activos, la revalorización artificial de títulos utilizados cómo instrumentos de pago y la absorción de pasivos por parte del sector público. Por eso la deuda pública externa creció en lugar de reducirse. Las privatizaciones han sido una fuente de ganancias extraordinarias para sus nuevos propietarios, que obtienen subsidios encubiertos y lucran con tarifas elevadas, servicios deficientes y magras inversiones.
La clase dominante local también se beneficia con la gestión de los nuevos créditos externos destinados a extender la privatización a todos los campos de la vida social. Los préstamos orientados a introducir sistemas jubilatorios de capitalización individual, a mercantilizar los sistemas de salud, a arancelar la educación y a flexibilizar el trabajo crean negocios en actividades anteriormente limitadas al dominio del mercado. Con esta "segunda generación" de reformas que restringen el gasto social, el estado refuerza su perfil de organismo dedicado a recaudar impuestos para pagar viejas deudas. El colmo de este círculo vicioso son los préstamos tomados para paliar el desempleo y la pobreza, que genera la propia política privatizadora.
Los mismos grupos capitalistas locales participan del actual giro exportador, basado en el el aprovechamiento de los recursos naturales y la baratura de la fuerza de trabajo. Por eso, promueven la flexibilización laboral e impulsan condiciones de trabajo de gran explotación, cómo las vigentes en las maquiladoras de la frontera mexicano-norteamericana (salarios hasta treinta veces inferiores a los vigentes en Estados Unidos).[26] Esta misma intensificación del trabajo mal remunerado se observa en Argentina, Chile o Brasil. La clase dominante se reinserta en los "nichos"de competitividad mundial, acentuando el escandaloso acaparamiento del 40 % del ingreso total en manos del 1 % de la población.[27]
Nuevas contradicciones y desequilibrios
Los nuevos beneficios que obtiene la clase dominante latinoamericana son al mismo tiempo el origen de crecientes desequilibrios económicos, que erosionan su poder económico y deterioran su control del sistema político. La burguesía regional es un sector históricamente débil por su origen oligárquico, frágil base social y conducta antipopular durante el proceso de consolidación de la nación. Estas flaquezas se han potenciado a partir de su articulación con las "corporaciones transnacionales".
En primer lugar ha resignado el manejo directo del estado al compartir su control con el FMI y los representantes de las empresas foráneas. Por eso detenta una capacidad negociadora menor frente a las compañías extranjeras rivales y ha perdido incidencia en la puja tradicional de Europa y Estados Unidos por el dominio de los negocios de la región.
En segundo lugar, el aumento de la deuda externa de los estados —que tanto benefició a los sectores que se desembarazaron de sus pasivos— ha desembocado en una sitiuación de insolvencia, que debilita el poder de toda la burguesía latinoamericana. El descontrol de la deuda encarece el credito y aumenta el "riesgo-pais", limitando el desarrollo local de la acumulación. Sólo los sectores que han transferido su actividad hacia otras zonas sortean esta dificultad. Al recibir el auxilio estatal, los capitalistas latinoamericanos nunca estuvieron directamente afectados por la deuda, pero tampoco se favorecen con el incesante aumento de este pasivo.
En tercer lugar, la especialización exportadora no amplía el espacio de acumulación bajo su control. La burguesía industrial latinoamericana participa de la formación de mercados regionales en condiciones de creciente extranjerización de la propiedad industrial. A diferencia de la clase dominante europea no se integra a un bloque que batalla por la hegemonía del mercado mundial, sino que participa de un mercado (como por ejemplo el Mercosur) que es disputado en esa confrontación. Mientras que las corporaciones foráneas están copando las ramas más lucrativas, los grupos nacionales concentrados venden sus compañías o mantienen participaciones minoritarias. Esta tendencia se ha reforzado con la pérdida de la influencia que tenían las empresas públicas ahora privatizadas. Las filiales norteamericanas y europeas han ganado posiciones de manera avasallante en la Argentina, significativa en México y más atenuada en Brasil. La quiebra masiva de pequeñas y medianas empresas que no logran reconvertirse en subcontratistas es una clara evidencia de la extranjerización en curso.[28]
En cuarto lugar, el déficit comercial —derivado de la combinación de especialización exportadora y aperturismo importador— multiplica los desequilibrios, puesto que este desbalance se acentúa con la creciente remisión de utilidades por parte de las corporaciones. Las inversiones directas recibidas por América Latina durante los 90 —que priorizaron la modernización del transporte y las comunicaciones para reforzar el perfil exportador— superaron el promedio mundial, pero las transferencias por regalías y el giro de beneficios hacia las casas matrices también alcanzaron récords internacionales. Por esta razón, el crecimiento sostenido enfrenta el obstáculo recurrente del déficit de la balanza de pagos.
En quinto lugar, América Latina ha quedado sometida a una nueva escala de intercambio desigual en su comercio. El avance actual de la mundialización acentúa la penalización de la menor productividad de la región, a través de una decreciente retribución comercial del trabajo realizado en la zona. Esta sanción —que siempre acompañó la internacionalización de la economía— fue significativamente menor mientras el capitalismo estuvo incuestionablemente organizado en torno a un sistema de precios y salarios nacionales.[29] Pero la actual constitución de espacios homogéneos de circulación de mercancías bajo el control de "empresas transnacionales" —que organizan su inversión, producción y comercialización a escala mundial— agrava el intercambio desigual. Una división internacional más jerárquica y segmentada del trabajo (salarios nacionales más diferenciados y productividades más divergentes entre los sectores que operan para el mercado externo y local), impacta negativamente sobre Latinoamérica.[30]
En sexto lugar, las reformas neoliberales han creado un nivel de desempleo y pobreza que limita severamente la acumulación. Algunos autores estiman que entre un 15 y un 20 % de la población latinoamericana goza de un nivel de vida equivalente al primer mundo, mientras que los dos tercios han retrocedido hacia el infierno de un cuatro mundo.[31] Partiendo de esta radiografía puede entenderse porqué el atropello al salario retroalimenta la crisis. A diferencia de los países avanzados, el segmento con capacidad adquisitiva para sostener un proceso de estable crecimiento no sólo es reducido, sino que ha declinado en forma pavorosa. En la Argentina, por ejemplo, se ha producido un colapso de la tradicional clase media. En ninguna región de Latinoamérica tienden a formarse el tipo de zonas salariales comunes, que caracterizan a las áreas pertenecientes a los bloques dominantes (como por ejemplo, la Comunidad Europea).[32]
Con el aumento de la explotación en Latinoamérica se refuerza este deterioro de la capacidad de compra y se generalizan las dificultades para vender las mercancías al valor que fueron producidas. La constitución de una "norma de consumo fordista" semejante a la vigente en los países centrales quedó definitivamente bloqueada a partir de la "década perdida" y en la actualidad ya no se discute cómo generalizar la venta de bienes de consumos durables, sino cómo frenar la degradación alimenticia, educativa o sanitaria. La desconexión entre las necesidades sociales y las exigencias de la rentabilidad asume formas cada vez más dramáticas.
El efecto combinado de todas las contradicciones mencionadas es la causa de la creciente inestabilidad de los regímenes políticos latinoamericanos. Esta crisis abarca desde la interrupción de los mandatos, hasta la disgregación de los gobiernos o el colapso de los estados. La lucha por el botín entre los distintos grupos de poder acentúa la corrupción y desborda la capacidad del personal político de la clase dominante para manejar estas tensiones dentro de la clásica división de poderes y por eso tiende a generalizarse un giro hacia formas autoritarias. Esta evolución erosiona la cohesión de los sistemas políticos y quita legitimidad a los grupos que ejercen el poder frente al conjunto de la población.
Notas:
1.- Kay Cristóbal. ¨Estructuralismo y teoría de la dependencia en el período neoliberal¨. Nueva Sociedad n 158, diciembre 1998.
2.- Benavente J, Crespi G, Katz J. Stumpo G ¨Nuevos problemas y oportunidades para el desarrollo industiral de América Latina¨. Realidad Económica, n 153, enero-febrero 1998 y 154 , febrero.marzo 1998, Buenos Aires.
3.- Bouzas Roberto y French Davis. ¨La globalización y la gobernabilidad en países en desarrollo¨ Revista de la Cepal, número extraordinario, octubre 1998, Santiago.
4.- Di Fillipo Armando. ¨La visión centro-periferia hoy¨ Revista de la Cepal, número extraordinario, octubre 1998, Santiago.
5.- Ver distintos significados del imperialismo en -Sutcliffe Bob. ¨Conclusión¨ y Owen Robert. ¨Introducción¨. Owen Roger, Sutcliffe Bob. Estudios sobre la teoría del imperialismo¨, Era, México, 1978.
6.- Ver las diferencias históricas del imperialismo en Magdoff y los cambios actuales en Gulap. -Magdoff Harry. ¨Imperialismo sin colonias¨. Owen Roger, Sutcliffe Bob. Estudios sobre la teoría del imperialismo¨, Era, 1978, México. -Gulap Haldun. ¨Debate on capitalism and development¨. Capital and class, n 28, spring 1986, London.
7.- El cálculo del ensanchamiento histórico de la brecha entre países avanzados y retrasados fue hecho por Lant Pritchett del Banco Mundial (ver La Nación, 12 de setiembre de 1999). Las estimaciones más recientes sobre esta brecha fueron realizadas por organismos de las Naciones Unidas-PNUD y del Banco Mundial (Ver Clarin 12 de julio de 1999 y La Nación 16 de setiembre de 1999).
8.- Ver: -Toussaint Eric. ¨Quebrar el círculo infernal de la deuda¨. Le Monde Diplomatique, setiembre 1999, Buenos Aires.
Tamibien: -Beinstein Jorge. ¨Tomar distancia de los centros de dominación¨. Le Monde Diplomatique, setiembre 1999.
9.- George Susan. ¨Seattle, antes, durante y despuès¨. Le Monde Diplomatique, Enero 2000, Buenos Aires.
10.- Bray Marjorie. ¨Trade as an instrument of dominance¨ Latin American Perspectives, n 108, vol 26, september 1999, Los Angeles.
11.- Ver: Salama Pierre. ¨Las nuevas causas de la pobreza en América Latina¨. Ciclos n 16, 2do semestre 1998, Buenos Aires.
12.- Trotsky aplicó por primera vez esta categoría para explicar cómo Rusia detentaba simultáneamente ramas modernizadas en una estructura social arcaíca e interpretó que esta amalgama obedecía a la transformación de la economía mundial en una entidad rectora de los procesos nacionales de acumulación. Trotsky León. Resultados y perspectiva. Ed Cepe.Buenos Aires, 1972.
13.- Lowy afirma que junto a la determinación económica de la lucha de clases es la tesis marxista más ampliamente asimilada en los últmos 50 años. Lowy Michel. "La teoría del desarrollo desigual y combinado". Dialéktica, n 9, octubre 1997, Buenos Aires.
14.- Ver: -Sutcliffe Bob. ¨Imperialismo e industrialización¨. Owen Roger, Sutcliffe Bob. Estudios sobre la teoría del imperialismo¨ , Era, 1978, México.
15.- La noción de orígen althusseriano ¨formación económico-social¨ permite entender la modalidad concreta que adoptó la mixtura de modos de producción diferentes en Latinoamérica en cada época y país. Explica cómo se realizó la articulación entre el capital extranjero y las clases dominantes locales.
16.- Katz Jorge. ¨Aprendizaje tecnológico ayer y hoy¨. Revista de la Cepal, número extraordinario, octubre 1998. Buenos Aires.
17.- Ver informe de la Cepal (Página 12, 18 de mayo de 2000) y datos recogidos por Herrera Ernesto. ¨Amerique Latine: l´ordre liberal en plein desordre¨. Imprecor n 441, novembre 1999, Paris.
18.- Ver informe de la OIT (La Nación, 24 de agosto de 1999 ) y otros datos en Ocampo José. ¨Cincuenta años de la Cepal¨. Revista de la Cepal, número extraordinario, octubre 1998, Santiago.
19.- Husson Michel."Mise en concurrence et loi de la valeur internationale" Congres Marx International II. 30 septembre-3 octobre 1998, Paris.
20.- Castells Manuel. La era de la información.Vol 1, (cap 2). La sociedad red. Alianza Editorial , 1996, Madrid..
21.- Ver Mbembe Achille.¨Las nuevas fronteras del continente africano¨.Le Monde Diplomatique, n 5, noviembre 1999, Buenos Aires.
22.- Sobre esta discusión: Salama Pierre. "De rapport de la finance au travail en Amerique Latine et en Asie du nord et du sud" Congres Marx International II. 30 septembre-3 octobre 1998, Paris.
23.- Bello Walden. "The Asian economic implosion". Race and Class vol 40, n 2/3, october 1998-march 1999, London.
-Spracks Colin "The eye of the storm". International Socialism n78 Spring 1998 .
24.- Arias Xosé Carlos. ¨Reformas financieras en América Latina,1990-1998¨. Desarrollo Económico n 155, vol 39, octubre-diciembre 1999, Buenos Aires.
25.- Basualdo Eduardo. ¨Acerca de la naturaleza de la deuda externa¨. Libro Página 12, abril 2000, Buenos Aires.
26.- Habel Jeanette. ¨La primera frontera entre el norte y el sur¨. Le Monde Diplomatique, diciembre 1999, Buenos Aires.
27.- Ver -Heredia Mariana. ¨Desigualdades sociales y desarrollo económico¨. Realidad Económica n 167, octubre-noviembre 1999, Buenos Aires.
28.- Minsuburg Naum. ¨América Latina ante la globalización y transnacionalización de la economía¨. Realidad Económica, n 151, octubre-diciembre 1997, Buenos Aires.
29.- Esta es la explicación que plantearon los teóricos marxistas (Mandel, Bettelheim) frente a las explicaciones del intercambio desigual centradas en la asimetría de los mercados y los recursos tecnológicos (Prebisch) o en la vigencia de salarios nacionales diferenciados (Emmanuel). Ver: Katz, Claudio. "Intercambio desigual en América Latina" Economía latinoamericana: de la década perdida a la nueva crisis. (cap 4) Editorial Letra Buena, Buenos Aires, abril, 1993.
30.- El funcionamiento de la ley del valor a escala internacional se modifica en la dirección de formar una tasa de ganancia media común entre las empresas que compiten a escala global y cuyos capitales se movilizan sin respetar los trazados fronterizos. Ver: Carchedi, Guglielmo. Frontiers of political economy, (cap 7) Verso 1991, London.
31.- Petras James, Veltmeyer Henry. ¨América latina al final del milenio¨. Cuadernos del Sur, n 29, noviembre 1999, Buenos Aires.
32.- Un índice de este rasgo es el desigual poder de compra que detentan las horas de trabajo de distintos países. La capacidad adquisitiva de una hora de trabajo estadounidense equivalente -en 1995- a 80 horas de trabajo de la India se ha duplicado en comparación a 1980. Ver-Freeman Alan. "Crisis and the poverty of nations". Historical Materialism n 4, 1999, London.