Hace
falta una reconstruccion global
Encuesta
a los obreros de Peugeot de Sochaux
Por
François Chesnais
Con
los artículos que estamos presentando queremos comenzar una reflexión sobre cuáles
son hoy las tareas que se le plantean a la clase trabajadora para lograr
recomponer su conciencia de clase y sus instituciones, en la perspectiva de
volver a proponerse como sujeto capaz de liderar la transformación social.
Es
preciso partir de reconocer los cambios estructurales que ha sufrido. Se trata
de una "nueva clase trabajadora", caracterizada -esencialmente- por
una nueva relación laboral (marcada por la desocupación y la exclusión). Como
también las pérdidas subjetivas, la autocompresión como clase, y la falta de
toda perspectiva que vaya más allá del orden capitalista existente.
Del
primero queremos señalar, que lo hemos tomado gentilmente de la revista
marxista revolucionaria francesa Carrè
Rouge, en el que François
Chesnais escribió una reseña del libro Retour sur la condition ouvrière*,
sobre los cambios en las vidas de los obreros –y sus familias– que trabajan
en Peugeot y las fábricas subtratantes, en la región de Sochaux-Monbéliard,
Francia, durante los últimos 15 años. El siguiente es un extracto de esa reseña.
El
método de investigación y sus implicancias
Entrevistas
individuales llevadas a cabo de manera continua durante un período largo,
cuatro años como mínimo, o mucho más largo –en ciertos casos de más de
quince– con los obreros de Peugeot es el método de investigación aplicado
por los autores. Y se los volvió a entrevistar en diferentes ocasiones de su
vida y su actividad: como militantes (en los locales sindicales, en las
reuniones de los comités de huelga durante el conflicto de 1989), o como
ciudadano en las fiestas de la FCPC de la escuela o del colegio de sus hijos e
incluso en su vida familiar.
Estas
entrevistas, que se extendieron más tarde a los hijos de algunas de estas
familias (y por su intermedio a otros estudiantes, miembros de familias
obreras), fueron obtenidas gracias a los vínculos de gran confianza que se
establecieron con numerosos obreros de Peugeot. El punto de partida fue la
amistad existente entre Michel Pialoux y Christian Collonge, OS [obrero
semiespecializado] y militante de la CGT en la fábrica.
El
objetivo de este método es conducir al investigador a que se vea
progresivamente implicado personalmente con la gente que aprenderá a conocer y
con “la vida del grupo obrero” en sí. La investigación no se hace sobre
una suma de individuos aislados, atomizados, sino sobre sus relaciones con la
patronal y sus representantes, entre ellos, con sus organizaciones sindicales y
políticas, y entre ellos y sus hijos. Los autores pueden decir que han llevado
adelante un estudio sobre la evolución y el devenir “de un ‘grupo social’
el grupo obrero (de Sochaux-Monbéliard), la desconstrucción-reconstrucción de
identidades colectivas e individuales de los miembros del grupo” (pág. 437).
Pero
es necesario precisar, que dentro de estos límites, el aporte es en realidad
sobre la clase obrera, al especificar la relación que es decisiva para ella de
“clase en sí” y “clase para sí”. Volveremos sobre este punto más
adelante.
Los
dos autores escriben que la investigación fue llevada a cabo con la intención
explícita de contrarrestar el proceso de “rehabilitación de la empresa”
que comenzó a ponerse en acción luego del inicio de los años 80, lo que
estrechamente coincidió con “El adiós al proletariado” de numerosos
intelectuales “marxistas”, que hicieron aparecer a los obreros como obstáculos
a la modernización de la industria, como herederos de un pasado revolucionario,
que llevaba necesariamente a combates de retaguardia” (págs. 15 y 16).
La
ruptura dentro de la historia de la clase obrera de Sochaux-Montbéliard, también
es presentada, de manera paralela, por el debilitamiento muy marcado, sino la
interrupción, de los mecanismos sociales anteriores de transmisión de una
generación a la otra de las ideas y de la visión del mundo que pertenecían al
“grupo obrero”.
Esta
ruptura ha sido mucho menos estudiada y es también menos conocida porque se
mantiene en silencio, oculta. Ésta se analiza en el libro bajo dos formas. La
primera es la de la llegada a la fábrica de una nueva generación de jóvenes
obreros “importados” por la dirección de Peugeot en el momento en el que
comienza a poner en efecto las nuevas formas de organización del trabajo, que
corresponden a la llegada masiva de la electrónica. La segunda es la que se
produce en el seno de muchas familias obreras.
Aquí
se encuentra una de las grandes originalidades del libro, que es la de estudiar
el devenir de los hijos de los obreros de Sochaux y de medir el grado de ruptura
entre padres e hijos. Este no sólo se puede imputar al desempleo o al cambio de
la técnica. Es también la consecuencia (¿resultado deliberado?) de políticas
escolares como el desmantelamiento de la enseñanza profesional o técnica del
bachillerato para el 80% de los alumnos, a través de las cuales el gobierno
bajo dirección socialista y la dirección RPR que practicaron la
“alternancia”, fueron los agentes conscientes después de veinte años.
Al
margen de los mecanismos que se toman en consideración relativos al
funcionamiento mismo del capitalismo a partir del momento en que se quitan los
frenos a la competencia, a la miseria, a la puesta en práctica de estrategias
patronales y gubernamentales que llevan a modificar de manera deliberada las
relaciones de clase a expensas de los obreros, hay además un tercer factor, que
no puede ser subestimado. Es el factor subjetivo, más exactamente político.
Beaud
y Pialoux nos hacen comprender hasta qué punto la resistencia del “grupo
obrero” de la fábrica Peugeot frente a “su” patronal, así como en mayor
medida a la presión ejercida por la sociedad capitalista, fue debilitada,
minada, estallada, por la caída de la URSS y la toma de conciencia de la
magnitud del desastre del estalinismo. En el caso preciso de los militantes
obreros de Peugeot, la caída de la URSS parece haber significado la desaparición
de la única forma que ellos conocían de esperanza política de un cambio
radical de las relaciones sociales sobre la base de un modelo de tipo socialista
(pág. 364). No puede ser una simple coincidencia que la última gran huelga de
Sochaux tuvo lugar en setiembre-octubre de 1989. En el curso de las entrevistas,
los autores percibieron el peso de la crisis de creencia, la pérdida de
confianza en los viejos modelos de resistencia, la desaparición brutal de la
esperanza comunista que siguieron a la caída del muro de Berlín y los
eventos posteriores, la dificultad que numerosos militantes tuvieron para
continuar llevando adelante como antes la lucha dentro de la fábrica.
Un
paréntesis sobre el lugar de la URSS en la conciencia política obrera
En
su gran mayoría, los redactores de Carré
Rouge acordamos después de la fundación de la revista sobre la característica
“necesaria” y por lo tanto totalmente progresista de la caída del
estalinismo (caída que no significa la desaparición de sus secuelas más
profundas), pero tomamos un largo
tiempo para medir la magnitud del hecho de que no conducía hacia una revolución
política obrera. La lectura atenta del libro de Beaud y Pialoux permite
adivinar los efectos en Sochaux. Es que la clase obrera francesa tuvo (hasta un
cierto punto y con límites importantes) elementos de clase para sí (de clase
“movilizada” en la terminología de Bourdieu) que nació de su adhesión política
masiva a todo lo que pudiera haber representado la revolución de octubre, a la
inmensa esperanza que ella suscitó (sólo hay en Italia un equivalente a esto).
Si esto fue así, es porque en Francia el surgimiento de la clase obrera
industrial fue contemporáneo o posterior a la Revolución Rusa.
La
formación de una clase obrera industrial concentrada ha estado siempre sometida
a los ritmos propios del desarrollo de la gran industria capitalista en cada país.
En el caso francés, esta fue tardía, en parte contemporánea con la Primera
Guerra Mundial (ligada a su preparación y desarrollo) y en su mayor parte,
posterior a la Segunda Guerra Mundial imperialista. Si se exceptúa la
influencia de las corrientes socialistas del siglo xx
y la experiencia de la revolución de 1848
y de la Comuna, la conciencia política de la clase obrera francesa se
formó esencialmente a partir de fundamentos de los que el punto básico fue la
adhesión a la revolución de octubre.
Al
no desembocar en la revolución política, la desaparición de la URSS debe
necesariamente haberse vivido como una derrota. No podía ser de otra manera.
Nada más natural que este factor haya facilitado la tarea de la dirección de
Peugeot en su voluntad de destruir “el sistema político propio de la fábrica”.
La
huelga general de mayo de 1968 fue particularmente dura en Peugeot.
Para
que ella terminara fue necesario que la gendarmería ocupara la región de
Sochaux-Monbéliard, con dos muertes obreras como resultado. Luego de la represión,
y a lo largo de los años 70 y el inicio de los años 80, la organización del
trabajo fue profundamente marcada por las relaciones políticas entre los
obreros de un lado, y la patronal y su dominio del otro, modelada por la huelga
general. Sochaux fue una de las pocas fábricas donde la victoria electoral de
Mitterrand y de la Unión de la izquierda en 1981 fue seguida por una huelga muy
dura.
“A
veces triunfan los obreros, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado
de sus luchas no es tanto el éxito inmediato como la solidaridad enorme entre
los trabajadores (solidaridad que pone límites a la competencia que la burguesía
creó y recreó entre ellos).” A estas ideas esenciales de Marx y Engels en el
Manifiesto del Partido Comunista, hacen eco secciones del libro en el que
las muestras de solidaridad a nivel de fábrica son analizadas, así como el rol
que jugó como escudo, desgraciadamente de forma pasajera, contra la dirección,
y sobre todo como freno a la competencia entre los obreros. Esto es
particularmente así, en lo que Michel Pialoux llama “el sistema político
propio de las fábricas”, construido alrededor de y luego de 1968. La
politización obrera en las fábricas de OS, a partir de los años 70, encuentra
su especificidad en una relación con la política, construida sobre la defensa
del interés inmediato –el salario, el tiempo de trabajo, las primas, la
promoción– y alrededor de un sistema de solidaridades prácticas constituido
a través del tiempo y de las luchas. Si se miran atentamente las relaciones que
se instituyen dentro de la fábrica y entre los delegados y su base, entre los
delegados y los patrones, se ve cómo se construyen de conjunto resistencias
individuales y resistencias colectivas [...]. Mas allá de una cultura de
solidaridad, se podría hablar de un ”sistema político propio de la fábrica”,
que tuvo durante mucho tiempo su coherencia, y dentro del cual el delegado tenía
un lugar inmediato. La relación de estas luchas es la dignidad, más
exactamente, la manera en la que uno se defiende contra las caídas –siempre
posibles y presentes en los espíritus– en
la indignidad. (pág. 334).
Uno
se encuentra aquí en presencia de relaciones de un tipo particular. Son
relaciones compatibles con la explotación -porque dejan intacta la relación
fundamental entre el capital y el trabajo y no afectan el salario como obligación
de los proletarios de vender su fuerza de trabajo- y a la vez contradictorias
con el pleno desarrollo de esta explotación porque como consecuencia de ellas
aparecen barreras a su intensidad, se organiza la resistencia frente a la
supervisión, y los obreros obtienen espacios de libertad relativa dentro de la
fábrica. Esta resistencia puede perfectamente implicar, en la ocasión en que
otras vías de reivindicación se encuentran cerradas, el recurso a formas
organizativas de sabotaje del trabajo. Este es el tipo de relaciones políticas
que la dirección de Peugeot trató de destruir apenas
las condiciones se cumplieron como para hacerlo.
A
partir de los inicios de la década de 1980 cinco elementos se conjugan para
permitirlo: la suba rápida del desempleo; la introducción desde el exterior
(Japón, EE.UU.) de nuevas tecnologías de producción y de nuevas formas de
control del trabajo; la utilización del discurso sobre la competitividad y la
“restauración de la empresa” cuyos portadores fueron el Partido Socialista
y una cada vez mayor parte del Partido Comunista Francés (el ala Hertzog); la
caída de la URSS que acabamos de mencionar; y a partir, de que se puso fin al
crecimiento de los efectivos, la ventaja que la patronal sacó del
envejecimiento de los trabajadores que habían estado empleados durante veinte años
y su desgaste físico y moral. El análisis de las entrevistas hace
frecuentemente alusión a esto.
El
aumento del desempleo y el retorno a las formas de competencia entre los obreros
fundado sobre el miedo a perder sus empleos, son los factores sobre los que se
miden los efectos de punta a punta en este libro. Son los factores que
permitieron a Peugeot llevar adelante, más fácil que nunca en otra situación,
la disolución de los colectivos de trabajo en los grandes talleres de la fábrica,
así como la externalización de los abastecimientos. Estos procesos condujeron
a la dispersión de las concentraciones obreras y facilitaron la destrucción de
las relaciones políticas creadas por los obreros y sus delegados durante los años
60 y 70.
Dos
medios “técnicos” fueron puestos en obra. El primero fue la construcción
de talleres nuevos, de concepción y arquitectura muy diferentes a los
anteriores, con equipos automatizados y robotizados, que permitieron una
organización del trabajo totalmente cambiada a la que muy pocos de los
“viejos obreros” podían adaptarse. Su consecuencia fue lo que los autores
llaman “una grave desvalorización del
trabajo, a la vez objetiva y subjetiva”.
Trabajo
desvalorizado objetivamente por la baja de los salarios relativos, especialmente
aquellos de los OS, que fue la medida más segura de disminuir la posición del
grupo obrero en la jerarquía social. Trabajo desvalorizado subjetivamente por
diferentes razones, en el corazón de las cuales se encuentra una intensificación
muy grande de los ritmos, pero también la reaparición de una muy fuerte
competencia entre los obreros dentro mismo de los talleres. Eso que los viejos
trabajadores llamaban “la degradación del ambiente”. La transformación de
las formas de remuneración seguida de la puesta en práctica de políticas de
individualización de los salarios y nuevas formas de primas. Los obreros
relatan en las entrevistas el conjunto de pequeñas humillaciones sufridas por
“robarnos entre nosotros”, tales como que miembros de un mismo equipo de
trabajo podrían despedazarse entre ellos debido a la introducción de “las
primas al mérito” o de pequeñas primas colectivas de montos ridículos (100
francos).
Beaud
y Pialoux relatan que en el curso de las entrevistas, los obreros integrados en
las nuevas estructuras y las nuevas relaciones, explicaron el sentimiento de
estar entrampados en una competencia cada vez más despiadada, cuyas formas son
muy difíciles de percibir desde el exterior.
La
situación de los delegados sindicales, mucho de los cuales fueron afectados por
la crisis de identidad política, por los hechos ya mencionados, se hizo cada
vez más difícil. En los grandes talleres de los años 70, los delegados eran
las “figuras” del taller, respetados y admirados. Su considerable poder para
defender a los obreros contra la patronal en ese momento, estaba acompañado del
poder moral de arbitrar entre obreros (con los antagonismos entre los compañeros
y los “carneros”), así como de mantener la sociabilidad obrera dentro de
las fábricas, en el momento de las pausas o de los “retrocesos”. Los
testimonios muestran que en los últimos quince años se produjo, una suerte
de regresión, ligada a la percepción por parte de los OS del agravamiento de
sus condiciones de trabajo. El delegado se transformó cada vez más en
sospechoso de beneficiarse de las “ventajas”: es él el que puede salir de
la “cadena”, el que se beneficia con las horas de delegado, con derechos
suplementarios, está como si dijéramos “protegido” contra los despidos,
etcétera. La degradación del ambiente en las fábricas y el agravamiento
de la competencia entre los obreros se pueden medir en el momento de la llegada
de los recibos de sueldo. Antes, cuando arribaba la “paga”, los obreros
del sector se mostraban sus recibos de sueldo y los discutían públicamente.
La
externalización y organización de la competencia entre los sub-contratados
El
segundo proceso, que se llevó a cabo de manera paralela con la automatización
y la puesta en práctica de los “círculos de calidad”, fue la descolonización
y externalización de las actividades de producción. Este proceso se vio
acelerado a mediados de los años 90. Los “blasones” industriales de la fábrica
desaparecieron progresivamente, especialmente una parte importante de la fábrica
de mecánica (bastiones de los obreros profesionales) al transferir la producción
de motores, en 1979, al norte de Francia. Así, los símbolos obreros de la
vieja fábrica, como la fundición, o el taller de guarnición, no fueron
modernizados y parecieron destinados a desaparecer rápidamente. La fábrica de
Souchaux se redujo cada vez más a los talleres de carrocería y pintura. Se
transformó progresivamente en el centro de montaje y en dador de órdenes de
las PyME satélites, empresas subcontratistas que son cada vez más dependientes
de Peugeot y cumplen con las condiciones nuevas de aprovisionamiento de
componentes a “flujo tenso”.
Aquí,
una vez más, el contexto de la puesta en práctica de la externalización es el
de la desindustrialización y del incremento del desempleo. A lo largo de los últimos
veinte años, seguido del cierre de las fábricas metalúrgicas y textiles, la
región de Sochaux- Monbéliard se transformó en una zona casi monoindustrial
totalmente dependiente de la automotriz: al lado de Peugeot- Sochaux se
encuentran grandes fábricas con miles de trabajadores directamente ligados a
Peugeot (ECIA, Peugeot-cycles), y también numerosos subcontratistas, los más
recientemente instalados. Estos equipadores (fabricantes de guardabarros,
componentes eléctricos, planchas, asientos de autos, etcétera) viven al ritmo
de la gran fábrica. Las órdenes de producción se hacen a diario, los camiones
alimentan con demoras muy cortas las cadenas de montaje, el menor retardo en la
producción toma proporciones dramáticas, provoca demoras y rupturas en el
stock. Los flujos tan rígidos y las restricciones drásticas de calidad imponen
a los subcontratistas, y por lo tanto a los operarios, el ritmo de producción y
una intensidad de trabajo cada vez más dura.
Así,
el recurso de la competencia organizada por el capital entre los obreros ya no
es más el salario, sino el empleo, dado que la preservación está ligada a la
producción con cero faltas y a un costo muy bajo. El salario, en efecto, es el
SMIC [salario mínimo] para todos (o para todas, dado que cada vez más en las
PyME los obreros son casi exclusivamente mujeres, elegidas de preferencia entre
las madres solteras, por que para ellas mantener el empleo es vital).
La
competencia entre obreros de generaciones diferentes
Y
llegamos a una de las cuestiones más dramáticas en el proceso de destrucción
de “las relaciones políticas dentro de la fábrica” que es la reconstitución
por parte de la patronal de una competencia muy fuerte entre los obreros. La
reducción de los efectivos estables por medio de los “planes sociales” o de
las “ayudas al retorno” para los trabajadores inmigrantes fue acompañada
por el empleo creciente de trabajadores interinos de menos de 25 años, para
tapar lo agujeros y como medida preparatoria para la jubilación de los viejos y
el entrenamiento de los jóvenes gracias a las subvenciones generosas del Estado
dentro del marco de políticas de “ayuda a la industria automotriz”.
Esta
estrategia fue un medio más para agravar la competencia en el seno de las fábricas
y de los equipos, competencia entre generaciones que es también la primera
expresión de la ruptura dentro de la transmisión de padres a hijos de la
herencia política que había existido dentro de la clase obrera hacia fines de
los años 80.
Para
los interinos de edades entre 23 a 25 años, que Peugeot reclutaba muy a menudo
en el norte o en Bretaña, donde el desempleo era particularmente elevado, la fábrica
de Sochaux les pareció como un puerto de paz luego de una sucesión de etapas
de contratos jóvenes y de trabajos interinos o temporales. Ellos veían sus
contratos temporales dentro de una firma prestigiosa como el fin posible de su
sufrimiento, una posibilidad, por cierto única, de encontrar un empleo estable.
Los responsables de recursos humanos eran plenamente conscientes y sacaron todo
partido posible para conseguir destruir los viejos colectivos de trabajo,
metieron en la cabeza de los jóvenes que una de las pocas ventajas serían su
capacidad y su disposición de entrar en la modernidad de los nuevos talleres y
de transformarse en operarios eficaces, disponibles, serios, cooperativos, etcétera.En
las entrevistas los jóvenes temporarios, o recién empleados, decían que
esperaban conseguir su trabajo y hacerlo vivible y aceptable “ser obrero de
manera diferente, sin esas especies de atavismos, “gruñón”, “quejoso”
de sus predecesores”.
Una
solución que no puede ser más que temporaria y que consiste en jugar con las
ambigüedades estatutarias del operario permite a los nuevos trabajadores
diplomados no considerarse entera o exclusivamente obreros. Los jóvenes se
preocupan por hacer uso del nuevo vocabulario de la fábrica, operador, línea,
grupo y de adherir a la temática de la calidad, lo que los obreros de la
generación precedente, sin hablar de los militantes, se rehusaban a hacer casi
por principio, para marcar la distancia irreductible con la dirección y el patrón.
Para estos obreros, los temporarios aparecen de manera inmediata y brutal, como
competencia en el trabajo. Por sus actitudes (trabajar con un walckman y en
remera, mutismo, rehusarse ostensiblemente a comunicarse con los otros colegas,
etcétera) los viejos OS tienen la impresión de que ellos no respetan los códigos
sociales establecidos desde hace tiempo dentro de la fábrica, las viejas
solidaridades. No pueden verlos como verdaderamente “obreros” –en su
significado de lucha, de historia común y de esperanza política–, “nunca
serán militantes”.
Esta
irrupción dentro de los talleres ha hecho tomar conciencia brutalmente a los
viejos OS de que una distancia cultural irreversible se creó entre las
generaciones obreras. Los viejos, y especialmente los viejos militantes, sienten
que no pueden ya transmitir su saber o su experiencia política y descubren que
el hilo que unía las generaciones obreras dentro de la fábrica ha sido roto.
El
espejismo de los estudios largos y la ruptura interna del grupo obrero
Este
hilo no se rompió sólo en la fábrica, sino también y de gran manera en la
casa, no sólo por el desempleo sino también por los cambios dentro de la enseñanza.
Después del inicio de los años 90, explica Beaud, los padres vieron que sus
hijos se transformaban ante sus ojos en híbrido sociales, ni proles ni
intelectuales, que encontraron grandes dificultades para instalarse profesional
y socialmente. Es el resultado combinado del desempleo y del impás político
sobre un fondo de reformas de la enseñanza, llevados a cabo luego de 20 años,
dentro del marco de la alternancia.
La
parte del libro consagrada al análisis de las entrevistas efectuadas con los
alumnos del liceo y estudiantes hijos de obreros, así como con sus padres, a
propósito de los estudios y la elección de los planes de estudio, descansa
sobre el postulado compartido por una gran cantidad de sociólogos críticos:
“lo que se juega alrededor de la escuela –diplomas, certificación de
competencia, pero también la cuestión de la dominación por y dentro del
pasaje por la escuela– es esencial hoy en día para comprender las nuevas
formas de legitimación de la dominación.” La ausencia de toda perspectiva de
porvenir obrero dentro de la fábrica, en los años 90 condujo a las familias
obreras, especialmente aquellas donde los padres eran OS, a una conversión rápida
al objetivo de perseguir estudios largos e indeterminados para sus hijos.
Citemos
algunos títulos de la segunda parte del libro: la “desobrerización de la
enseñanza profesional; sentimiento de relegación y depreciación de sí mismo;
los bachilleratos que no tienen más promesas; los embajadores del LEP en la
empresa; los alumnos dentro de la empresa”.
En
el caso de los hijos de obreros que dieron su testimonio, la elección de una
enseñanza larga en un liceo normal fue en estrecha relación con la percepción
que los padres tenían de la evolución del mercado de trabajo local y de las
transformaciones en las fábricas.
Las
elecciones forzadas hechas por los padres bajo la presión del desempleo y el
espejismo del bachillerato para el 80% de una generación como medio de salida
de la condición obrera, tuvo como resultado esencial el colocar una fracción
creciente de hijos de familias obreras en situaciones de incertidumbre y de
desarrollo escolar. Para ellos, en una cantidad importante de casos, la
prolongación indeterminada de la escolaridad terminó en un rechazo a la
escuela y los aprendizajes formales del saber. Para los que estudian en el
liceo, la escolaridad –y por extensión la cultura, los libros, etcétera–
no es más que una opción para tomar una restricción, una carga. Muchos
dicen después que hubieran preferido trabajar más temprano y no encontrarse
metidos en esta vía azarosa de estudios largos en el curso de la cual se
encontraban con la impresión de que no estaban a la altura. Beaud incluso
dice que: en este fondo de amargura, de actitud, ligado con su propio fracaso
escolar que se manifiesta progresivamente, los estudiantes –a pesar de todos,
de la propia escuela– pueden desarrollar una cierta forma de anti-intelectualismo
y por extensión rehusarse a las ideas progresistas encarnadas por sus
profesores.
La
ruptura es aquí particularmente importante con la generación de sus padres que
conocieron la imposibilidad de seguir estudiando, la obligación de interrumpir
precozmente para ir a la fábrica, pero que encontraron en el sindicato, las
organizaciones y partidos políticos obreros, los medios de reparar estas
consecuencias de la injusticia de clase. Para estos obreros de los años 60 y
70, el militar junto con las organizaciones sindicales y los elementos de
formación política dados por los partidos o los grupos de extrema izquierda,
constituyeron una manera de cultivarse, de cubrir en parte, por lo menos, su
retardo escolar y cultural.
Con
los nuevos contextos económicos y sociales y los nuevos cursos, no va a ocurrir
lo mismo. Stèphane Beaud analiza: Promovidos artificialmente por la
prolongación de sus cursos escolares, los hijos de obreros de Sochaux-Monbéliard
tienen la tendencia a creer que han pasado del otro lado de la herencia política
de sus padres obreros, la que no les concierne verdaderamente. No es que
renieguen –algunos lo ven como algo grande– sino que encuentran que no se
adaptan a su situación: es una herencia que no quieren porque les parece que es
de otra etapa y que no tiene nada que ver con sus propias condiciones.
Cómo
proceder a la recomposición política del grupo obrero
Esta
es la pregunta que se hacen los autores en la conclusión de su libro. La
destrucción política del taller y la reorganización completa de la producción
por la desconcentración y la externalización, pueden hacer creer durante un
tiempo, en la desaparición de las manifestaciones más visibles del antagonismo
entre el capital y los trabajadores dentro de la fábrica.
La
historia muestra que cada gran mutación en las formas precisas de explotación
capitalista (aún cuando se hable de formas de organización industrial, es de
esto de lo que se trata), ha estado seguida de períodos en los que los
asalariados sufrieron transitoriamente la pérdida de sus medios de defensa de día
a día dentro de la empresa hasta que pudieron poco a poco reconstruirlos. La
velocidad con la que esto ocurre no depende solamente de las luchas en el seno
de la fábricas, sino de los elementos de perspectivas y de programa contra el
sistema capitalista con los que se los puede reemplazar.
Pialoux
y Beaud tienen conciencia de esto cuando en su conclusión presentan la
siguiente pregunta: ¿Cuál es el futuro de una cultura obrera privada de su
dimensión política? Y citan la última frase de otro libro escrito
precisamente por un obrero, George Navel: Hay una tristeza obrera que no se
cura con la participación política. Y los autores agregan: estas
cuestiones desbordan el marco del mundo obrero, ellas interrogan la manera de
recomposición de la sociedad francesa de conjunto, y no sólo del mundo obrero,
que por su combatividad pasada y por las conquistas sociales que pudo arrancarle
a las clases dominantes, ha jugado un rol decisivo en la constitución y la
consolidación de una sociedad salarial, extendida a la mayoría de la población
activa. (págs. 424-425).
Para
medir lo que está en juego en este trabajo de elaboración colectiva y discusión;
para determinar los nuevos elementos de perspectivas y de programa contra el
sistema capitalista y por un socialismo auténtico, consideremos de dónde
partimos.
A
partir de los años 30, el Partido Comunista Francés cada vez más se dedicó a
encerrar a la clase obrera dentro de una doble trampa política. De un lado,
para servir de peón a la política extranjera de la burocracia estalinista, en
tanto que ella estaba sometida a una alianza política con los partidos
republicanos dentro de un marco respetuoso de los intereses de la burguesía
francesa. Durante más de medio siglo el PCF se ocupó con éxito de encerrar a
la clase obrera dentro de un rol, en el cual todo lo que él toleraba era el
ejercicio de una presión fuerte sobre la burguesía. A condición, como en 1936
y 1946, de saber terminar las huelgas en las que el objetivo profundo, y en la
mayor parte de las veces perceptible, era la forma misma de la organización de
la sociedad.
La
herencia es muy pesada y el libro sobre los obreros de Sochaux permite darse
cuenta de esto por ejemplo en la cuestión del racismo. El hecho de bloquear la
lucha de clases y de apoyar el republicanismo, engendró en muchos de los
obreros que militaron en el PCF o que votaron por él, una comprensión, por lo
menos incompleta, de lo que fue el colonialismo. Esto nutre hoy su rechazo, o
como mínimo su gran reticencia, a hacer de la CGT una fuerza activa en la
integración política de los obreros de origen magrebí.
Me
siento muy sensibilizado con el anteúltimo capítulo del libro consagrado a las
formas en que el racismo se manifiesta y a sus consecuencias. El relato que
Michel Pialoux hace de ciertas entrevistas con los militantes de la CGT o
incidentes sobre este punto con miembro del PCF, en el curso de su estadía en
la región, esclarece la génesis de las formas del racismo que uno puede
encontrar todavía en casas de obreros de una fábrica como Peugeot. En un
pasaje del libro, que se dirige directamente a la CGT, Beaud y Pialoux escriben
con respecto a esto que: la cuestión de la politización de los jóvenes
inmigrados nos parece central. A fuerza de ver a los inmigrantes como una
entidad aparte, uno ha terminado por olvidar que en las regiones obreras donde
las empresas tienen o recurren masivamente a trabajadores extranjeros, la cuestión
de la clase obrera está por razones morfológicas estrechamente ligada al
futuro de los hijos de los obreros. (pág. 426).
A
la luz de lo que se aprecia en Sochaux-Monbéliard, la reducción de la brecha
política entre la generaciones, les parece fundamental. Siempre en las
conclusiones, los autores escriben: Una de las tareas principales de un
movimiento obrero que quiera permanecer fiel a su historia así como a retomar
su curso, será renovar el vínculo entre las generaciones, reasegurar las
relaciones entre los universos sociales próximos del mundo obrero (empleados, técnicos
profesionales de la cultura) y sacar enseñanzas de otras formas de lucha que se
desarrollan en los tallares.
La
recomposición de una perspectiva política para los asalariados es una cuestión
que no le concierne sólo al grupo obrero. Es un desafío que interpela a la
sociedad francesa de conjunto, (digamos más bien a toda esta sociedad que
está totalmente sometida a un régimen asalariado), en tanto que ella es
deudora de la combatividad pasada de la clase obrera ya que le debe las
conquistas sociales que ésta pudo arrancarle a las clases dominantes.
Nota:
*
Stéphane Beaud y Michel Pialoux, Retour sur la condition ouvrière [Una
nueva mirada sobre la condición obrera], Fayard, París, 1999.