Entrevista
a Lohana Berkins, dirigenta del movimiento travesti
Cuando
surgió el Código de Convivencia Urbana en Capital Federal, todos los
periodistas del régimen denunciaron noche y día un ataque a la moral y a las
buenas costumbres. Con la despenalización de la oferta sexual callejera, la
doble moral burguesa había llegado a la pantalla una vez más. Los travestis
fueron el blanco predilecto de la hipocresía de la sociedad. Cuando todos los
partidos del poder dieron marcha atrás con la propuesta, la TV y los diarios se
olvidaron del asunto, y los policías volvieron a sus viejos negocios. Lohana
Berkins, dirigente de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti (ALIT),
no perdió la memoria, y en el camino encontró muchas cosas más para contar.
¿Cuál
es la situación general del movimiento travesti?
Del
logro que más me enorgullezco es de que muchas travestis hemos dejado de ser víctimas
pasivas para ser víctimas activas. En la medida en que nosotras vamos
cambiando, la sociedad va cambiando. Y es porque nosotras nos volvimos sujetas
peligrosas. Primero sujetas de conciencia, después sujetas de derecho y sujetas
demandantes. Por ejemplo, el año pasado decidí terminar el secundario. La
directora, cuando fui por primera vez, me dijo que no había vacantes, y no es
un colegio con un ingreso estricto ni nada de eso. Mi logro en lo personal fue
decirle: “mire señora, revea su situación porque yo le voy a iniciar un
juicio que usted no se lo va a olvidar jamás”. Ese es el cambio, obligar a
todo un colegio a convivir, o por lo menos a respetar a una travesti, y la
experiencia es maravillosa. Fui elegida como delegada para el Consejo de
Convivencia, soy la más popular del colegio. Las compañeras travestis también
lo van haciendo. Unas chicas tomaron un hotel donde trabajaban y eran muy
explotadas: esas son sujetas demandantes. Le están diciendo al Estado: primero,
no nos van a poder atropellar tan fácilmente porque tenemos derechos. Y
segundo, quiero dignidad de derechos como cualquier otro.
¿Cómo te definís sexualmente?
En
una sociedad que te obliga a definirte como hombre o como mujer, es más
divertido decir: soy travesti. Lo ideal sería que cada uno
pudiera hacer, ser y tener la imagen que quiera. La pregunta que yo me hago es
si en esta sociedad tan alineada, tan educada, tan etiquetada, todavía se puede
hablar de instintos primarios y deseo puro. ¿Hasta dónde estructuramos el
deseo? La
opresión, desde el punto de vista de las travestis, tiene que ver con que sólo
se puede ser hombre o mujer en el esquema sexo-género (que implica que a una
condición biológica le corresponde un determinado rol social y un deseo;
mujer=madre=ama de casa). Esta sociedad se pone un poquito permisiva –un
poquito–, y dice: pueden ser gays o lesbianas. Y justamente el travestismo
viene a producir un quiebre. ¿Por qué tengo que elegir entre los dos géneros,
como si estos géneros fueran la panacea del mundo, uno por opresor y la otra
por oprimida?
Prostitución
y travestismo: ¿Cuál es la relación?
La
prostitución sigue siendo la única alternativa. Nosotras no podemos hablar de
que acá se elige la prostitución. Se podría hablar de elección si pudiéramos
acceder a trabajos comunes. Entonces sí, yo opto y puede que sea todo tan
democrático que esté eligiendo prostituírme. Pero no es el caso de las
travestis, que no tienen otra alternativa. Y el efecto más lamentable, más que
la prostitución, es que nosotras no podamos concebir el travestismo sin la
prostitución, nosotras nos constituimos en la prostitución, no para
la prostitución pero sí en la
prostitución.
Yo
primero pensaba que la prostitución era un hecho que dependía totalmente de mí,
que yo decidía ir y pararme en la esquina. Un día deje de estar alienada y me
di cuenta de que la prostitución no era una hecho fortuito, alimentado y creado
por mí, sino que tenía que ver con un hecho mucho mas perverso sostenido por
todo un sistema. La prostitución es causada por la pobreza y la corrupción del
Estado.
¿Cómo es la relación de los travestis con
las prostitutas?
La vida de las travestis esta ligada a la
vida de las prostitutas, hay un paralelismo y un entrecruce de historias, que
lamentablemente es la historia de la opresión. Tenemos distintas caras de un
mismo opresor. Después las mujeres tienen su propia historia.
¿Cómo entendés el patriarcado?
Yo siempre digo que soy
doblemente Judas. Los
hombres sienten que nosotras somos traidoras al patriarcado, porque teniendo el
pene, el símbolo, renunciamos al poder. El segundo cuestionamiento viene por
rechazar la imagen de mujer que propone esta sociedad.
Lo que a mí me pasa en la vida, me pasa justamente por llamarme Lohana y por
portar el estandarte de la imagen femenina. Porque si yo me hubiera quedado como
un gay clase blanca, con título universitario, no me hubiesen pasado las mismas
cosas. En todos los ámbitos de su problema –la mujer negra, la mujer
lesbiana, la mujer prostituta, la mujer que abortó, la mujer profesional– la
mujer tiene una historia parecida a la nuestra.
¿Qué
pasa con la imagen del travesti?
Yo
pienso que cuando voy a una nota, los que no me conocen esperan que venga el
estereotipo de la travesti, y se encuentran con otra cosa. Empecé a romper con
el estereotipo cuando empecé a vivir como quería. Las travestis me dicen que
parezco una lesbiana. Ellas están ahí con sus tacos y yo sin nada. Ese
imaginario que ellas tienen de una lesbiana también es un problema. Estamos tan
encasilladas. También el uso del jean, antes yo hablaba con las chicas y les
decía: no vayan como Greta Garbo al Coto a las diez de la mañana. No es por
cercenar tu libertad, vayan un poquito más tranquilas y se evitan una situación
de violencia. Nosotras ocultamos que tenemos pene, y a eso le llamamos trucarse.
Un día fui a un lugar y había una chica destrucada. La segunda vez lo mismo.
La tercera, me dije: que tarada que soy. Me relajé y empecé a disfrutar de la
libertad de ella. Y pensé que si no, yo también entraba en el círculo de la
hipocresía. Si yo sabía que ella tenia pene, y yo también tengo.
¿Cómo
empieza esta crítica a los modelos sociales?
Cuando
nosotras iniciamos el movimiento travesti íbamos a las reuniones y las
lesbianas feministas ponían en palabras todo lo que nosotras estábamos
pensando. Cambié primero la visión del mundo. Y después mi visión de mí
misma. Empecé a mirar para adentro, a hablar, a poner en palabras lo que toda
mi vida había significado una acción. Antes era muy misógina, hasta que empecé
un camino muy interesante que es el de conocer a las mujeres reales. No la mujer
comercial, la que siempre esta divina, sino la que vive lo cotidiano.
¿Y
la discriminación?
Las
travestis estamos atravesadas por todas las discriminaciones: pobres,
prostitutas, analfabetas y golpeadas. Hice un taller de violencia doméstica y
me paralicé, porque cuando una mujer hablaba, yo pensaba: eso me pasó a mí.
Pero a mí no me lo hizo un hombre en particular: me lo hizo la sociedad. La
sociedad me aisló, me disminuyó, me hizo sentir una mierda. “Vos mariconcito
de mierda, yo te encarcelo, te mato como perro y no digo nada”. Ese cuadro,
esa minusvalía, a mí me la implantó la sociedad. Esta es una sociedad
golpeadora. Lo que pasa es que en Argentina todos los movimientos están
dirigidos por la burguesía, por eso nunca llegan a la verdadera revolución, ni
productiva ni de nada.
¿Te
referís a la izquierda también?
La
izquierda también, sí. Para mí no hay algo tan antidemocrático como los
partidos políticos: estructuras patriarcales fuertísimas donde se decide lo
que el feudo quiere.
¿Cuál
es la alternativa?
Yo
creo que lo primero es intentar que las organizaciones no se conviertan en
estructuras y volver al trabajo de base. Es fácil hablar cuando el problema es
de otros. Acá falta discusión y participación de los verdaderos actores
sociales. Yo voy a sentir que hay participación cuando Elena Reynaga (presidenta
de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina)
sea diputada y yo discuta con ella. Cuando sea Elena la que hable de la
prostitución, y cuando los obreros estén donde tienen que estar.
¿Te
parece que dentro del capitalismo se puede producir el cambio?
No.
Yo creo que hay que desmantelar las estructuras. Y eso se hace generando
verdadera participación de los actores sociales. Y el cambio no pasa porque las
mujeres tengan el poder: honestamente, en Graciela Fernández Meijide me cago;
en la mujer de Chacho Alvarez, también. Creo que el fascismo no tiene género.
Si mañana una travesti viene y me dice que se va a hacer policía, yo la vomito
encima y se acabó la historia; para mí deja de ser travesti. Creo que el poder
es corruptible porque hay una estructura corruptible, entonces no importa si hay
mujeres o varones.