La
rebelión de las masas palestinas amenaza con hacer trizas el “proceso de
paz” iniciado por los acuerdos firmados en 1993 bajo la batuta de EE.UU. en
Oslo, Noruega, entre el Estado de Israel y la OLP (Organización para la
Liberación de Palestina).
Ha
entrado así en crisis uno de los dispositivos más importantes del dominio
mundial de EE.UU., ya que la culminación de los “acuerdos de Oslo”
significaba consolidar firmemente el “orden” imperialista en Medio Oriente,
una región clave del planeta.
Pero también esta lucha desigual, donde jóvenes heroicos se enfrentan con palos y piedras a uno de los ejércitos más sanguinarios del mundo, permite comenzar a disipar la niebla de mentiras e ignorancia acerca de Palestina, sembrada por la propaganda de EE.UU. y el sionismo.
Esas
falsedades se siguen reflejando, sin embargo, en las interpretaciones de lo que
está pasando allá. Muchos creen, por ejemplo, que “se pelean por la religión”.
Hordas de musulmanes saldrían a la calle a romper todo y hacerse matar por
“fanatismo religioso”. Una variedad más “sutil” de estas explicaciones
asume la forma de la “teoría de los dos demonios”. Frente a los fanáticos
islámicos hay también fanáticos religiosos israelíes (aunque a este demonio
se lo pinta menos malo). Otro cuento anexo es el de los “odios ancestrales”,
tan manoseado por los charlatanes de la TV cada vez que deben explicar por qué
en África o la ex Yugoslavia, algunas etnias se dedican a matar a otras.
Sea
como sea, los “fanáticos” y “extremistas”, con sus “odios
ancestrales”, estarían impidiendo que el bueno de Bill Clinton y sus amigos
(el primer ministro de Israel, Ehud Barak, y el presidente de la Autoridad
Palestina, Yasir Arafat) lleven a buen puerto el “proceso de paz” iniciado
por los “acuerdos de Oslo”.
¿Qué
clase de paz y qué clase de guerra?
Hay
que reconocer que en esta época de la globalización, el capitalismo
imperialista es maestro en tergiversaciones. La invasión de un ejército
imperialista se llama “misión de paz”. A la dictadura universal del capital
financiero y el FMI, le dicen “democracia”. La ausencia de frenos en la
explotación y el saqueo del mundo por un puñado de transnacionales, se
denomina “libertad de mercado”. Los “acuerdos de paz” iniciados en Oslo
son otro ejemplo de esta inagotable capacidad de falsificación.
Es
que, ¿quién puede estar en contra de que en Palestina (y en el mundo) haya
“paz”, que la gente no se mate entre sí? ¡Parece de sentido común!
Sin
embargo, para no ser engañando, cada vez que el imperialismo y los capitalistas
hablan de “paz”, conviene hacerse las sabias preguntas de Lenin: ¿Qué
clase de paz? ¿Qué clase de guerra? (Y también: ¿qué clase de
“democracia”?, ¿qué clase de “libertad”?)
Aquí
vamos a explicar cómo el “proceso de paz” que comenzó con los “acuerdos
de Oslo” ha significado para los palestinos un refuerzo de sus cadenas, el
endurecimiento de su miseria y esclavitud. Es la “paz” de la cárcel, y
ahora, la del cementerio. Contra esto se rebelan.
En
el recuadro que acompaña este artículo (véase “Crónica de una
colonización”) recordamos los principales hitos de la colonización
sionista de Palestina.
Como
toda colonización imperialista, ella tropieza con un gran problema: ¿qué
hacer con la población nativa? En la historia se han dado distintas
“soluciones”. Una, el exterminio (como hizo la colonización anglosajona con
los indígenas de Norteamérica). Otra, el desplazamiento de la población
originaria. Y, por último, una tercera “solución”, la de reducir a la
población nativa a una situación de sometimiento y explotación por parte de
los colonizadores.
El
sionismo fue haciendo una combinación de esas tres políticas. Inicialmente,
mediante el terror provocado por los exterminios (como la masacre de Deir Yassin
que relatamos), logró el desplazamiento de la mayor parte de los palestinos del
territorio ganado en la guerra de 1947/49. Ellos fueron a poblar los campos de
refugiados, principalmente del Líbano y Jordania, y allí siguen la mayoría de
sus descendientes.
Luego,
con la guerra de 1967, Israel ocupó más territorio. Pero en esa ocasión, en
la Franja de Gaza, en la Ribera Oeste del río Jordán (Cisjordania) y en
Jerusalén oriental [véase mapa], la gran mayoría de la población palestina
no se desplazó. Llegó entonces la hora de aplicar, en esos llamados “Territorios
Ocupados”, la tercera “solución”, matizada por matanzas periódicas y
presiones constantes para echar a sus habitantes.
En los Territorios Ocupados en 1967, ya no era posible para Israel repetir la “limpieza étnica” de 1948. No había condiciones políticas internacionales para hacerlo. Pero los sionistas confrontaban el mismo dilema de cuando desembarcaron en Palestina bajo el Mandato Británico: querían la tierra, pero no la gente que la habitaba. Israel adoptó entonces una línea más sofisticada: controlar la tierra y sus recursos, confinando progresivamente a los palestinos a distritos aislados: a guetos o bantustanes, que además serían una reserva de mano de obra barata, sin derechos políticos, humanos ni sindicales. (1)
Esto se fue haciendo mediante cuatro medidas:
1) Demolición a gran escala de casas y aldeas de palestinos.
2) Edificación de “asentamientos” de colonos sionistas.
3) Construcción de una red de carreteras que ligan esos asentamientos entre sí y con el territorio de Israel.
4) Bloqueo periódico de las comunicaciones de las zonas en que han sido confinados los palestinos.
De ese modo se fueron desmembrando los territorios de Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental, que hasta 1967 eran habitados exclusivamente por palestinos.
Según las “leyes” de Israel para los “Territorios Ocupados”,(2) se puede arrasar la casa de un palestino bajo cualquier pretexto. Un detenido en una actividad de resistencia, puede ser castigado con la demolición de la casa de su familia, aunque ésta no haya participado en el incidente. De la misma manera, Israel tiene el “derecho” de arrasar aldeas y barrios enteros por los más diversos motivos: construcción de carreteras, declararlos “territorio militar”, etc.
Después de expulsar a los pobladores y pasar los bulldozer, se construyen los asentamientos para los colonos sionistas y las rutas que los unen. Inicialmente, fue creado un cordón de asentamientos entre Jerusalén, el Valle del Jordán y el norte de la Ribera Occidental. De esa manera, separaron entre sí a las dos grandes ciudades palestinas, Nablús y Ramalla [véase mapa]. Paso a paso, fueron extendiéndose como una telaraña por los Territorios Ocupados. Hoy el resultado es que tres principales cadenas de asentamientos han fraccionado Cisjordania en tres zonas separadas. Los dos principales bloques de asentamientos son Gush Etzion y Gush Adumin. El primero, separa la parte sur de la Ribera Oeste, en particular las grandes ciudades palestinas de Belén y Hebrón. El segundo, Gush Adumin, que es el mayor bloque, liga Jerusalén con los otros asentamientos del Valle del Jordán. El tercer bloque de asentamientos, más al norte, completa la división de Cisjordania en tres zonas palestinas, con centro respectivamente en Hebrón, Ramalla y Jenín-Nablús.
Asimismo, en la Franja de Gaza, en medio de un millón de palestinos, se han instalado 6.000 colonos sionistas. A pesar de la desproporción, Israel se ha apoderado en Gaza del 42% de la tierra para construir esos asentamientos, carreteras e instalaciones militares.
En total, desde 1967, se han instalado casi 300 asentamientos, con unos 300.000 colonos. El objetivo enunciado públicamente el año pasado por el actual primer ministro, el “pacifista” o “paloma” Ehud Barak, es llegar rápidamente a 500.000 colonizadores.
Estos colonos, aunque son civiles, tienen derecho a portar armas. Y su deporte favorito no es el fútbol, sino practicar tiro con los palestinos que estén a la vista. Son así innumerables los reportes de muertos o heridos por alguna bala que nunca se sabe de dónde vino. Los agricultores palestinos con campos cercanos a los asentamientos son sus blancos preferidos. Por supuesto, la policía de Israel jamás encuentra un culpable.
Además del criminal atropello que significa todo esto, los asentamientos contribuyen a empobrecer a los palestinos e imponerles condiciones de vida insoportables. Es que se han apoderado de importantes tierras de cultivo, generalmente las mejores, y sobre todo, del agua, cuestión de vida o muerte en la región.
La vivisección de los Territorios se corona con una red de carreteras. Éstas no fueron trazadas para servir a las necesidades de la población en general, sino para ligar unos a otros los asentamientos israelíes con el territorio de Israel anterior a la guerra del 67. Las nuevas rutas completan la parcelación de la Ribera Occidental y Gaza. A sus costados, aunque no se haya construido ningún asentamiento, frecuentemente son demolidas las casas y aldeas palestinas por estar “demasiado cerca”.
Hoy un colono puede ir, por ejemplo, desde Tel Aviv hasta cualquier asentamiento de la Ribera Occidental, sin pasar por ningún tramo de territorio controlado por la actual Autoridad Nacional Palestina. En cambio, un palestino que pretenda viajar de Nablús (en el norte) a Hebrón (en el sur), deberá pasar por zonas aún ocupadas por Israel. Como los autos israelíes y palestinos llevan distinta identificación, a los últimos les es imposible viajar con tranquilidad. En el mejor de los casos, pueden ser molestados o impedidos de seguir viaje por los retenes del ejército; en el peor, pueden ser ametrallados por cualquier colono trastornado o algún soldado que los estime “sospechosos”.
Por último, este dispositivo sirve para imponer, cada vez que el gobierno sionista quiere, el bloqueo del movimiento de personas o bienes entre la Ribera Occidental, Gaza, Jerusalén y el anterior territorio de Israel, y también entre las mismas poblaciones palestinas.
Este mecanismo se ha vuelto mucho más sofisticado precisamente desde los “acuerdos de paz” de Oslo. En 1993, Israel impuso un bloqueo permanente de la Ribera Occidental, e instituyó un sistema de “permisos de entrada” para controlar el flujo de gente que cruzara sus límites. Los palestinos sin permiso no pueden entrar ni siquiera a Jerusalén, su capital histórica, donde tienen su mezquita más sagrada. Los permisos se restringen cada vez más; sólo los dan a personas casadas, mayores de 35 (hombres) y de 30 (mujeres).
Al haber sido segmentadas por los asentamientos y la red de carreteras, las zonas palestinas son muy fáciles de rodear y sellar por el Ejército de Israel. Durantes esos bloqueos, los residentes de las aldeas y ciudades palestinas están bajo una especie de arresto territorial. Quienes tienen empleo en Israel no pueden viajar al trabajo. La producción agrícola de las aldeas no puede ir a las ciudades, ni los productos de éstas, al campo.
¿Qué clase de “estado” palestino es posible erigir en estas condiciones?
De
la Intifada a Oslo
Sorpresivamente, el 8 de diciembre de 1987, estalló una Intifada. Ese día, en Gaza, un sionista atropelló adrede con su auto unas carpas de refugiados y mató a cuatro. Un incidente de rutina en el acostumbrado maltrato a los palestinos. Pero fue la gota que desbordó el vaso.
En Gaza y Cisjordania comenzó un estado de rebelión, que empeoró con los esfuerzos militares para reprimirlo; la violencia se extendió por toda Palestina y se prolongó largo tiempo. Miles y miles de jóvenes apedreaban diariamente a las tropas sionistas. El heroísmo de esa juventud y la brutalidad de la represión (una de las órdenes del mando israelí fue la de quebrar a palos los brazos de los jóvenes detenidos) atrajo hacia los palestinos la simpatía de la opinión pública mundial, desmoralizó a un sector de soldados y comenzó a dividir a los mismos israelíes. Surgió una corriente favorable a negociar algún arreglo con los dirigentes palestinos.
Un rasgo importante de la Intifada de 1987/88 fue precisamente que estalló y, al principio, se desarrolló y organizó independientemente de la dirección la OLP. Tanto Israel como Arafat fueron tomados por sorpresa.
Hasta entonces, la resistencia palestina se había desarrollado casi exclusivamente entre las masas de refugiados de El Líbano, Jordania y otros países árabes. Sus dirigentes, comenzando por Arafat (líder de Al Fatah, partido mayoritario de la OLP), habían surgido de allí. La dirección de la OLP, por un lado, se asentaba en esas masas y, por el otro, estaba estrechamente ligada a (y financiada por) la burguesía palestina que había prosperado especialmente en los Estados del Golfo. También recibía aportes de gobiernos árabes.
Ahora, al calor de la Intifada, surgía una nueva capa de activistas y dirigentes pero dentro de los Territorios Ocupados. Aunque muchos se identificaban con la OLP, la resistencia se asentaba en una red de comités clandestinos autoorganizados desde la base en villas y comunidades.
Es paradójico que, precisamente en esos momentos en que la resistencia palestina daba un salto espectacular, Arafat y la dirección de la OLP comenzaran a dar pasos hacia un acuerdo con Israel. Fue ese mismo año de 1988 que la OLP cambió el punto principal de su programa. Antes, sostenía la consigna de un solo Estado Palestino laico, democrático y no racista. Después, pasó a proponer dos estados: por un lado, reconocer al Estado de Israel; por el otro, establecer un Estado Palestino en la Ribera Occidental, Gaza y Jerusalén oriental. Quedaba abierta la ruta a Oslo.
La
“globalización” y los acuerdos de Oslo
Es imposible analizar aquí en profundidad el marco internacional que llevó a Oslo en 1993. Digamos brevemente, que fue la refracción en Palestina de los grandes cambios mundiales: la globalización, el derrumbe del mal llamado “campo socialista” y, dentro de esos procesos, la fusión de amplios sectores de las burguesías “nacionales” del “Tercer Mundo” con el capital financiero globalizado. Este hecho fue la base económica y social del eclipse del nacionalismo burgués “tercermundista” y antiimperialista, que tiempo atrás había dominado en muchos países árabes.
Medio Oriente fue una región donde en los años 50 y 60 el imperialismo sólo contaba con dos servidores incondicionales, Israel y Arabia Saudita. Nasser, los regímenes del Partido Baat en Siria e Irak, luego Kadafi en Libia, daban el tono en esos tiempos. Con la globalizacion, la región comenzó a llenarse de gobiernos amigos de EE.UU. La Guerra del Golfo en 1991 dio el golpe de gracia a las veleidades antiimperialistas de los gobiernos árabes. Varios de ellos participaron en la cruzada imperialista contra Irak. Para los palestinos, lo del Golfo fue una grave derrota.
El imperialismo yanqui y Europa occidental ya venían propiciando universalmente la política de los “acuerdos de paz”. Le han sido muy útiles para sofocar las luchas populares y revolucionarias a cambio de concesiones menores (“democracia”, etc.). No sólo dejan intacto el dominio capitalista e imperialista, sino que en gran medida lo consolidan y legitiman, pero bajo nuevas formas. La transición de Sudáfrica del régimen del apartheid a la “democracia” evitando así una revolución negra, es un ejemplo. Otro, los “acuerdos de paz” de los años 80 en América Central, que permitieron a EE.UU. sepultar la amenazadora revolución centroamericana.
Esta política necesita de la colaboración traidora de las direcciones y aparatos en los que confían las masas en lucha. En Sudáfrica, Mandela. En Centroamérica, los dirigentes del sandinismo y las guerrillas. En Palestina, Arafat y la OLP.
La necesidad de un “acuerdo de paz”, apuntaba también a los planes de integración del Medio Oriente al “nuevo orden mundial” de la globalización. Para las grandes potencias imperialistas, EE.UU. y la Unión Europea, Israel es visto como el centro de alta tecnología de la región, alrededor del cual los otros países deben servir de proveedores de mano de obra barata (maquila), materias primas y mercados. En esa perspectiva, los acuerdos de Oslo abrieron la puerta a la asociación de capitales imperialistas, israelíes y árabes, que comenzaron a establecer empresas en Egipto, Jordania, la Ribera Occidental, etc. Antiguas fábricas situadas en Israel, han bajado la cortina para mudarse a esos lugares, donde los salarios cuestan moneditas.
Para esta globalización regional, era y es imprescindible normalizar las relaciones diplomáticas y económicas entre Israel y los países árabes. Estos, por la cuestión palestina, mantenían tradicionalmente un boicot económico y diplomático contra el Estado sionista. Los gobiernos de Egipto y Jordania ya lo habían roto, estableciendo relaciones con Israel. Pero eso, aunque importante, era insuficiente. Se hizo imprescindible un “acuerdo de paz” con los palestinos para que la “globalización” y el “orden” imperialista pudieran estructurarse sólidamente y sin sobresaltos en Medio Oriente.
Una
“paz” peor que la guerra
La “paz” de Oslo comenzó a resolver los problemas del imperialismo y de los inversionistas (y, como veremos, también los de la burocracia de la OLP y la burguesía palestina), pero para las masas resultó peor que la guerra.
Estos acuerdos, pospusieron los temas fundamentales de la lucha palestina (territorio, refugiados, asentamientos sionistas, estatus de Jerusalén, etc.), mientras que le dieron a Israel un tiempo precioso para avanzar y consolidar su dominio en Gaza, Cisjordania y Jerusalén.
Oslo estableció un cisma entre los diferentes sectores de la comunidad palestina. Redujo el problema sólo a los palestinos que viven en la Ribera Occidental y Gaza, olvidándose del millón que habita en Israel y de los 3,5 millones en el exilio (la mayoría en los campos de refugiados de Jordania y Líbano).
Oslo legitima los reclamos de Israel sobre los Territorios Ocupados, cuando ni las Naciones Unidas ni ningún gobierno del planeta acepta esa ocupación como legal —ni siquiera EE.UU. que siempre lo apoya—. Así, quita a Israel la obligación de salir de la totalidad de esos Territorios, y convierte a sus retiradas parciales en “concesiones” a voluntad.
Lo peor es que Oslo fue una fábula que hizo creer a la opinión pública mundial y a las masas palestinas que se iniciaba el camino hacia una “paz” en la cual iba a satisfacerse (por lo menos parcialmente) el derecho a tener un territorio y un Estado propios. Tras esa cortina de humo, los asentamientos se desarrollaron velozmente, e Israel completó la colonización de los Territorios Ocupados que describimos al principio.
La
Autoridad Nacional Palestina: corrupción y autoritarismo al servicio de EE.UU.
e Israel
Después de Oslo, Arafat y la OLP fueron recibidos en triunfo por las masas cuando llegaron a Gaza, para establecer allí la llamada Autoridad Nacional Palestina (ANP). Hoy, a menos de diez años, Arafat es repudiado como traidor por muchos palestinos y él mismo reconoce que ya no logra hacerse obedecer. Es que la otra cara de la colonización de Israel fue la corrupción de la burocracia de la ANP y su asociación, junto con la burguesía palestina, a capitalistas israelíes para explotar a la población.
Desde la ocupación de 1967, Israel se había preocupado por impedir cualquier desarrollo económico propio de los Territorios. Así, el 50% de sus “órdenes militares” se refieren a cuestiones puramente económicas. Hasta 1990, los palestinos tenían prohibido iniciar cualquier emprendimiento económico propio. Esto, unido a las confiscaciones de tierras que describimos y a la prohibición de exportaciones agrícolas, no dejó otra opción a la burguesía palestina que actuar como agentes, revendedores o subcontratistas de los productos y empresas de Israel en el mercado palestino. Por eso, ya en la Intifada de 1987/88, esa burguesía era mirada como sospechosa y algunos de sus magnates debieron buscar protección del Ejército de Israel.
Los acuerdos de Oslo abrieron las puertas a un gran desarrollo de los negocios, en los que participaron no sólo capitales israelíes y palestinos, sino también de EE.UU. y Egipto. A la mesa se sentó además otro comensal que venía hambriento: la burocracia de la OLP, que llenó los cargos de la ANP.
En los Territorios Ocupados se establecieron parques industriales para maquilas al estilo mexicano, principalmente textiles y de confección. En esas dos industrias, entre el 80 y el 90% son subcontratistas de compañías israelíes. Después de Oslo, la economía de los Territorios no sólo siguió siendo totalmente dependiente de Israel, sino que además se organizaron monopolios que trafican con 27 productos básicos (acero, cemento, petróleo, carne, etc.), controlados por ministros y otras figuras de la ANP. ¡La corrupción es devastadora!
El mayor monopolio es el del petróleo, que tiene al frente al principal asesor económico de Arafat, Khaled Salam. Ha firmado con la compañía israelí Dor un acuerdo para el suministro de combustible a Gaza y Cisjordania. Es todo un símbolo que el gerente de Dor sea Shmuel Goren, ex jefe militar de los Territorios durante la represión a la Intifada de 1987/88… Salam también controla el monopolio del cemento, en sociedad con la compañía israelí Nesher. El ministro de Planeamiento Internacional, Nabil Sh’ath, posee en Egipto una compañía de computadoras, que se ha convertido en proveedor exclusivo de la ANP. El control de casi todo el negocio de publicidad está en manos de Sky, compañía propiedad del número dos de Arafat, Mahmud Abbas. La más grande empresa constructora pertenece a Jamil Tarifi, ministro de Asuntos Civiles. Antes de Oslo, Tarifi había hecho su fortuna como constructor de… asentamientos sionistas! Por eso es conocido irónicamente como “ministro de asentamientos”.
La mayor parte de las inversiones de capitales israelíes, palestinos, árabes e imperialistas no se ha hecho sin embargo en sectores productivos sino principalmente en especulación inmobiliaria, apartamentos de lujo para los burgueses y los nuevos ricos de la ANP, hoteles cinco estrellas, casinos, etc., mientras la mayoría habita casas miserables o carpas de refugiados.
Un símbolo es el Casino de Jericó, ciudad palestina. Como en Israel está prohibido el juego, construyeron un gran casino de ultra lujo… justo frente a un campamento de refugiados! No es casual que, en la actual Intifada, esos establecimientos fastuosos, hayan sido blancos de la ira popular. Se ha dicho que los atacan por vender bebidas alcohólicas, prohibidas por el Corán… Pero no es difícil percibir el odio de clase detrás de la religión…
Es que mientras rugía la fiesta de la burguesía palestina y la burocracia de la ANP, fue cayendo dramáticamente el nivel de vida de las masas. El desempleo y los ingresos son peores que antes de Oslo. Casi el 40% del empleo masculino sigue trabajando en Israel o en los asentamientos, en trabajos precarios con bajos salarios, la mayor parte en la construcción.
La política de la ANP ha sido paralela a la de su economía. Fue encargada de organizar una policía palestina para garantizar el “orden” en las zonas que Israel le iba dejando. Simultáneamente, la ANP formó un organismo junto con los servicios de Israel que, bajo la presidencia de un delegado de la CIA de EE.UU., se encargó de perseguir a los “terroristas”; es decir, a los luchadores palestinos que no aceptaban los acuerdos.
Este fue inicialmente uno de los mayores logros que Oslo aportó a Israel: que los palestinos fueran reprimidos por otros palestinos. Sin embargo, lo de la policía de la ANP resultó un arma de doble filo. Muchos han “cambiado de hombro el fusil”: en las últimas semanas han terminado disparando contra las tropas israelíes. Bajo la presión popular y los ataques sionistas, Arafat se ha visto obligado liberar a dirigentes y activistas anti-Israel, que habían sido detenidos por la ANP.
La
capitulación de la izquierda palestina y el papel de las ONG
La caída en picada del prestigio de Arafat no ha dado paso sin embargo a una alternativa de izquierda, sino al ascenso de los reaccionarios movimientos islámicos. Es una tragedia que dificulta una salida progresiva a la rebelión de las masas.
Como en todo el mundo, la izquierda palestina entró en crisis con el derrumbe del Muro y el fin de la URSS y el “campo socialista”, con los que mantenía estrechas relaciones. Las corrientes principales —el Frente Popular (FPLP), el Frente Democrático (FDLP) y el Partido del Pueblo de Palestina (PPP), ex partido comunista— perdieron muchos militantes. Otros se integraron al aparato de la ANP, donde el FPLP y el FDLP participaban oficialmente. Así, ante los acuerdos de Oslo, no hicieron ningún intento de denunciarlos ni movilizar a la población contra ellos, aunque más tarde los criticaron.
En la bancarrota de la izquierda palestina —en otros tiempos fuerte y combativa— jugaron un papel nefasto las llamadas “organizaciones no gubernamentales” (ONG). En los años 80, una plétora de ONG, generosamente financiadas con fondos europeos y norteamericanos, comenzó a actuar en los Territorios Ocupados. Bajo los supuestos de fortalecer la democracia y construir una “sociedad civil” palestina, gran parte de la izquierda fue absorbida en ese movimiento. Así, el personal dirigente de las ONG proviene en su casi totalidad de la antigua izquierda.
Inicialmente las ONG aparecían como organizadoras y movilizadoras de sectores de trabajadores, estudiantes, mujeres, etc. Pero, con la declinación de la Intifada de 1987/88, de organismos de lucha se convirtieron en proveedores de servicios. Una gran despolitización acompañó ese cambio. Después de Oslo, los millones de dólares aportados desde la Unión Europea y EE.UU. a las ONG se dieron sólo a los que apoyaban los “acuerdos de paz”. Ésa fue la última vuelta de tuerca.
El
desprestigio de Arafat y el ascenso de los movimientos islámicos
La resistencia palestina fue tradicionalmente laica. Los palestinos son, por otra parte, el pueblo de mayor nivel cultural del mundo árabe. Buena parte de la intelectualidad de los países árabes, los profesionales de alto nivel, abogados, ingenieros, médicos, profesores universitarios así como ejecutivos y empresarios, son de la diáspora palestina. Su misma condición de desplazados por la colonización sionista, llevó a muchos jóvenes a calificarse estudiando en las universidades de Europa y EE.UU. Hubo así una superación de las visiones localistas o provincianas. Las ideas del socialismo y el marxismo, y hechos como las revoluciones de China, Argelia y Cuba, la gesta del Che Guevara, la lucha de Viet Nam y el Mayo Francés influenciaron la resistencia. Su combate se planteó desde la perspectiva del antiimperialismo y para algunos del socialismo, rechazando expresamente el antisemitismo.
Pero la crisis mundial de la alternativa socialista y el proceso particular de la izquierda palestina abrieron las puertas a los movimientos islámicos. Por primera vez en la resistencia palestina se unió el nacionalismo con la religión.
Hay tres organizaciones islámicas importantes: Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica), Jihad (guerra santa) Islámica y Hezbollá (Partido de Alá).
La principal es el Hamas. Fundado en 1988, tiene su origen en el antiguo y reaccionario movimiento de la Hermandad Musulmana, originado en Egipto, sostenido en sus orígenes por el imperialismo británico y financiado tradicionalmente por Arabia Saudita. Durante el siglo XX, la Hermandad jugó un papel archirreaccionario en los países árabes, oponiéndose por la derecha a Nasser, y los movimientos nacionalistas y antiimperialistas laicos de la posguerra. En Palestina, la Hermandad se abstenía de cualquier actividad contra Israel, dedicándose a los asuntos religiosos. Pero esto cambió con la Intifada de 1988. Un ala de la Hermandad —bajo la dirección del jeque Ahmed Yassin, recientemente liberado de las cárceles de la ANP— fundó el Hamas. Rechazando los acuerdos de Oslo, el Hamas realizó una serie de operaciones militares contra Israel, combinadas con maniobras de acercamiento a la ANP y sus fracciones de izquierda (el FPLP y el FDLP).
La Jihad Islámica, un grupo más radicalizado, nació con el respaldo económico y político de Irán.
Hezbolla, fundado en 1982 en Líbano para luchar contra la ocupación por Israel del sur de ese país y el desembarco de tropas de EE.UU. y Europa, es un grupo integrista shiita apoyado por Irán y Siria (aunque este Estado no es islámico). En el Líbano funciona hoy como un partido legal, con diputados en el Parlamento. Durante 18 años desarrolló una exitosa guerra de guerrillas. Su acción más resonante, la explosión de 1983 en Beirut, que mató a 241 marines yanquis y 58 paracaidistas franceses, fue determinante para la salida de las tropas imperialistas. La reciente y desordenada retirada de Israel del territorio libanés ha sido vista por las masas como otro triunfo de Hezbolla. Esto ha extendido su influencia entre los palestinos.
Aunque unidos en su común rechazo a Oslo, los movimientos islámicos no pueden dar una salida progresiva al pueblo palestino. Con una ideología cavernícola —donde la lucha contra Israel se plantea desde el punto de vista del antisemitismo—, no garantizan tampoco una dirección consecuente. Sus “padrinos”, los gobiernos de Siria e Irán, están en un proceso de negociaciones con el imperialismo, en el cual la resistencia palestina puede ser una moneda de cambio. Arabia Saudita, otro “defensor del Islam”, es agente directo de Washington.
Pero lo más importante, es que el proyecto de Estado y sociedad que estos movimientos plantean es absolutamente regresivo. Las desastrosas experiencias de “Estado islámico” están a la vista con los ayatolas de Irán y los talibanes de Afganistán, para no hablar de la tradicionalista Arabia Saudita.
El integrismo islámico es, además, un obstáculo insalvable para una estrategia global de lucha contra el colonialismo sionista. Corta las posibilidades de lograr la simpatía y apoyo de las masas trabajadoras y populares de Occidente, factor decisivo en este combate. Asimismo, impide tener una política para explotar las crecientes contradicciones sociales, étnicas y religiosas que crecen en la sociedad israelí.
Al
firmar los acuerdos de Oslo, Arafat logró el apoyo de amplios sectores
palestinos, porque creyeron que llevaría a la retirada de Israel de los
Territorios Ocupados, con la proclamación de la independencia y un Estado
propio. La región quedaría entonces repartida en dos Estados. Aceptaron esto,
a pesar de que implicaba el reconocimiento del territorio conquistado por los
sionistas mediante la infame “limpieza étnica” de 1947/49.
Pero
sus esperanzas han sido burladas. Aunque Arafat proclame de palabra un “Estado
Palestino”, no van a existir realmente dos Estados. En las actuales
condiciones, seguirá existiendo un solo Estado, Israel, con una colonia anexa
tipo “batustán”, donde algunos agentes nativos ejercerán actividades
menores de policía y administración municipal sobre menos de la mitad del
territorio.
Ya
vimos la red de ocupación colonial de asentamientos, puestos militares y
carreteras que aprisionan Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental. Es esas
condiciones hablar de “Estado” es una burla, con el agregado de que la
“derecha” de Israel ni siquiera acepta que Arafat use esa palabra para
bautizar al esperpento.
Sólo
podría hablarse seriamente de un “Estado palestino” en los Territorios
Ocupados a partir de la retirada completa de Israel, su ejército
genocida y todos sus colonos racistas. Sin esa condición, el presunto
“Estado Palestino” (aunque EE.UU. e Israel le permitan a Arafat usar ese
nombre y hasta le den Jerusalén oriental) seguirá siendo un país-cárcel.
Con
pleno derecho y justicia, el pueblo palestino y su juventud se rebelan contra
semejante situación de esclavitud. Desde todo el mundo, debemos hacerles llegar
nuestro apoyo incondicional.
La
primera acción de apoyo es esclarecer entre los trabajadores y la
juventud qué está pasando allá, denunciar los crímenes del Estado
racista de Israel y la opresión del pueblo palestino. Ayudar así a despejar la
maraña de mentiras tejida por EE.UU. y el sionismo. Convencer —en fin— a
cuantos podamos, de que esa rebelión heroica merece ser sostenida desde todos
los países del mundo.
Notas
1-
En sudáfrica, cuando imperaba el régimen racista del apartheid, buena
parte de la poblacion vivíaconfinada en los bantustanes, pequeñas regiones
donde se había montado la farsa de “autogobierno” negro.
2-
Israel gobierna los Territorios Ocupados mediante las llamadas “Ordenes
Militares”.
(Recuadro1)
Las
perspectivas de la lucha palestina
Durante
muchos años, la resistencia palestina y las masas árabes levantaron la
consigna de un único Estado laico, democrático y no racista, en todo el
territorio de Palestina. También, muchas corrientes de la izquierda mundial,
entre ellas la nuestra, apoyamos esta bandera de la OLP.
Pero
es un hecho que hoy ya no es levantada por ningún sector del movimiento de
masas. La dirección de la OLP la retiró en función de sus negociaciones con
Israel. Por otros motivos, tampoco la lucha de las masas palestinas tiene hoy
esa perspectiva. Su reclamo concreto no es un Estado palestino, laico, democrático
y no racista (que pueda incluir a árabes y judíos), sino que Israel, su ejército
y sus colonos se vayan de los "Territorios Ocupados". Y eso es lo
que el gobierno de Israel se niega a hacer por motivos profundos (que no son sólo
el delirio religioso-racista que posee buena parte de sus ciudadanos).
Que
la lucha palestina gire alrededor de eso, se explica en primer lugar porque hoy la
expresión más brutal y concreta de la opresión sionista es la ocupación y
colonización de los Territorios, que se ha vuelto intolerable para las
masas. Hay un opresor y un oprimido: ése es para nosotros el punto de partida.
Por lo tanto, estamos por la derrota del opresor (el Estado racista de Israel) y
el triunfo de los oprimidos (los palestinos). Hoy esto, en concreto, significa
apoyar su lucha por la expulsión de los colonizadores.
Ésta
es la cuestión transicional que decidirá el curso de su combate histórico
y el destino de Palestina. Es que la retirada de Israel, su Ejército y sus
asentamientos de los Territorios Ocupados obligados por el combate de las masas,
sería la más grave derrota de la historia del Estado sionista. Abriría una
seria crisis y una nueva situación política tanto en Israel como en el mundo
árabe. Por eso creemos que lo central hoy es el apoyo a ese reclamo unánime
de los palestinos: ¡Fuera Israel de los Territorios! En ese contexto, el
pueblo palestino, si así lo desea, tiene derecho a proclamar un Estado
propio en los Territorios, una vez liberados de cualquier presencia militar
y/o colonizadora de Israel (aunque la división de Palestina en dos Estados no
ha sido nunca nuestro programa).
Aclarado
esto, es importante sin embargo considerar perspectivas más amplias. Ya señalamos
que, en lo inmediato, el proyecto de un Estado único en Palestina no está en
la agenda de ningún sector del movimiento de masas, como sucedía veinte años
atrás. Aunque debido a eso hoy aparece como algo “ideal”, es necesario
reconsiderarlo teniendo en cuenta las transformaciones mundiales y de Palestina
e Israel.
Israel
logró, por un lado, asentar una población de unos cinco millones de personas,
favorecido además por una emigración que no se debió al fervor sionista, sino
al fin de la URSS y el derrumbe económico y social de sus ex repúblicas. Pero,
al mismo tiempo, la sociedad israelí ha ido desarrollando contradicciones muy
serias (polarización social profundizada al ir desmantelándose el “Estado de
bienestar” por la “globalización” y las privatizaciones, acentuado
racismo entre los “estamentos” de origen nacional distinto, exacerbación
del fanatismo religioso, etc.). A la distancia, no es fácil medir la
profundidad de esto, pero es evidente que la sociedad israelí no aparece con la
unidad sin fisuras de décadas atrás. El asesinato del primer ministro Rabin,
padre de los acuerdos de Oslo, no fue obra de un “loco suelto” sino expresión
de las tensiones internas en esa comunidad de esclavistas.
Aunque
en lo inmediato la gran mayoría ha cerrado filas ante el levantamiento
palestino, es significativa la aparición de pequeñas corrientes de
universitarios e intelectuales que plantean la retirada de los Territorios y
denuncian la represión.
En
este marco, puede ser útil retomar la antigua propuesta del movimiento
trotskista de un único Estado binacional, por supuesto, laico, democrático
y no racista. Podría facilitar una política hacia los sectores israelíes
minoritarios que rechacen el racismo y la esclavización de los palestinos.
Asimismo,
aunque sea hoy algo “ideal”, se relaciona con una cuestión de fondo: la
“legitimidad” del Estado de Israel, que no es un Estado burgués
cualquiera. Después del fin del apartheid en Sudáfrica, constituye el único
Estado burgués del mundo que es legal y declaradamente racista. Por
supuesto, de hecho el racismo abunda (y crece) en infinidad de países. Pero hoy
ningún Estado (salvo Israel, y antes Sudáfrica) tiene abiertamente criterios
raciales (en verdad, pseudo raciales) como piedra fundamental de su legislación
e instituciones.
Por
último, debemos también ubicar en un horizonte más amplio la lucha palestina,
con la posibilidad de que logre expulsar a Israel de los Territorios y allí
constituya un Estado propio.
La
experiencia de la ANP prueba que sólo combatiendo con un proyecto anticapitalista,
socialista e independiente de cualquier burguesía o gobierno de
la región, será posible liberarse hasta el fin del yugo colonial. Es que en la
época de la globalización, los capitalistas del “tercer mundo” han ido
arriando las banderas de la independencia y el antiimperialismo, que en otros
tiempos parcialmente algunos de ellos levantaron. Los capitalistas palestinos,
egipcios y del resto del Medio Oriente han demostrado que su patria y su
verdadera religión es el dólar. Cualquier triunfo de las masas será negociado
por ellos en el mostrador del capitalismo global. Un Estado palestino, aunque
libre de la colonización directa de Israel, si es un Estado burgués
terminará siendo un vasallo indirecto del capital imperialista y del
mismo Israel. Por eso, darse una perspectiva independiente, anticapitalista y
socialista, es hoy la mayor necesidad de las masas palestinas y su lucha.
(Recuadro
2)
Israel:
1917-1967
Crónica
de una colonización
El
sionismo fue un movimiento europeo nacido a fines del siglo XIX entre sectores,
al principio muy minoritarios, de la población judía. Sostenía que la solución
al antisemitismo y la discriminación era la separación entre judíos y no-judíos.
Estos deberían emigrar a Palestina para constituir un país propio.
El
sionismo alegaba que los judíos constituían un grupo nacional, a pesar de que
en casi veinte siglos nunca se habían reivindicado como tal. Su rasgo común
alrededor del mundo habían sido principalmente las tradiciones religiosas y, en
las sociedades precapitalistas o de capitalismo atrasado, el ejercicio de
algunos oficios o funciones particulares.
Desde
el inicio, el sionismo se planteó abiertamente como un movimiento de colonización.
No es casual que surgiera en momentos en que el colonialismo europeo estaba en
su apogeo. Los imperialismos británico, francés, alemán, belga, italiano,
etc. se habían apoderado de casi toda Asia y África, y habían convertido a
esos territorios en colonias.
Había
dos formas de colonización. En una, la potencia imperialista se limitaba a
establecer su gobierno sobre los nativos, sustituyendo a sus autoridades e
instituciones. La otra forma añadía a ese dominio la emigración en masa de
europeos, que desplazaban y/o exterminaban total o parcialmente a la población
nativa. Eso hicieron los franceses en Argelia, los holandeses en Sudáfrica, los
ingleses en Rhodesia (actual Zimbabwe), Sudáfrica y Australia, etc.
Para
los imperialismos europeos era una forma de descomprimir las luchas sociales. Al
inglés o francés en la pobreza (que podía ser ganado por las ideas del
socialismo), se le daba un fusil y un látigo, y se lo enviaba a África para
que a costa de los árabes o los negros hiciera fortuna. De explotado miserable
en su país de origen, pasaba a ser amo y señor en las colonias.
En
esa atmósfera de colonialismo y racismo desenfrenado, que consideraba a los
pueblos no-europeos como razas inferiores sin derechos, el sionismo nació
planteando que la colonización de Palestina era la forma de resolver la cuestión
judía.
Para
lograr eso, el movimiento sionista tenía dos problemas:
Primero,
allá vivía otro pueblo. Pero los fundadores del sionismo decían que Palestina
era “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”. Por supuesto,
todo el mundo sabía que estaba habitada. Lo que eso significaba, en el lenguaje
colonial-racista de la época, es que Palestina era una tierra sin pueblos...
europeos. O sea, “vacía”, ya que los nativos subhumanos no contaban...
El
segundo problema fue buscar la protección de una potencia imperialista para su
aventura colonizadora. Después de recurrir al Zar de Rusia (antisemita notorio)
y al Emperador de Alemania, el sionismo obtuvo finalmente el padrinazgo del
Imperio Británico. Así durante la Primera Guerra Mundial (1914-18), el
gobierno inglés emitió en 1917 la Declaración Balfour, por la que prometía
al movimiento sionista su apoyo para colonizar Palestina.
En
ese momento, Palestina era parte del Imperio Turco, en guerra con el Imperio
Británico, y la población judía era insignificante. Al terminar la guerra en
1918, Inglaterra se apoderó del país y estableció allí el “Mandato Británico”,
que duró hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Burlaba así
las promesas de independencia hechas a los árabes por medio de sus agentes,
entre ellos el famoso Lawrence de Arabia.
Con
el avasallamiento inglés, entraron los sionistas. Jugaron un papel importante
en el mecanismo de dominio del Imperio Británico, a cambio de permitirles
iniciar el proceso de expulsión de los palestinos de sus tierras. Los
charlatanes que hablan de “odios ancestrales” deben enterarse que hasta esa
fecha y durante siglos no había habido grandes problemas, “odios” ni
persecusiones entre árabes y judíos en el mundo musulmán. El Islam había
sido muy tolerante en comparación con el cristianismo antisemita de la
Inquisición y los pogroms. Esos “odios” no son, entonces, “ancestrales”
sino un producto del moderno imperialismo.
En
1936 los palestinos, hartos de la opresión británica, se sublevaron. Así
estalló la primera Intifada (“levantamiento”, “agitación”) que
duró hasta 1939. Fue aplastada a sangre y fuego por las tropas británicas con
la colaboración de la Haganá, la organización armada de los colonos
sionistas, que luego se convertiría en el Ejército de Israel.
Hasta
los años 30, el sionismo seguía siendo sin embargo un movimiento minoritario
entre las masas judías europeas. Fueron los horrores del racismo y las
persecuciones de Hitler y los nazis las que las empujaron hacia el
nacionalismo sionista y, al mismo tiempo, dieron un sello de
“legitimidad” a ese movimiento colonialista. El racismo antisemita de Hitler
sirvió para justificar el racismo antiárabe del Estado de Israel.
1947/49:
gran “limpieza étnica” medio siglo antes de Yugoslavia
Con
la Segunda Guerra Mundial, el sionismo cambió de pareja. Se divorció
violentamente del Imperio Británico en ruinas y se colocó bajo la protección
de EE.UU.
El
29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas, con el voto conjunto del
imperialismo yanqui y la burocracia soviética, y sin la menor consulta a los
palestinos que eran ampliamente mayoritarios, decidió la partición del país
entre un Estado hebreo y otro palestino. En los choques que se prolongaron hasta
1949 —donde 60.000 soldados sionistas veteranos, armados por EE.UU. y la URSS,
vencieron fácilmente a 25.000 árabes traicionados por sus gobiernos de Egipto
y Jordania— (1), se produjo una de las operaciones de “limpieza étnica”
mayores del siglo.
Apenas
decretada la partición, se iniciaron las matanzas de palestinos a lo largo de
todo el país. El objetivo era desplazar mediante el terror a la población
nativa. Al firmarse el armisticio de 1949, Israel se había apoderado de mucho más
territorio que el asignado por las Naciones Unidas y la mayoría de los
palestinos había sido expulsado de él. Quedaban sólo 150.000 mientras 800.000
habían sido echados y convertidos en refugiados en Líbano, Jordania, Egipto y
otros países. Cuatrocientas villas fueron arrasadas, y los pobladores que no
huyeron a tiempo, exterminados. El símbolo mundial de esta “limpieza étnica”
fue la aldea de Deir Yassin, masacrada el 9 de abril de 1948, que desencadenó
una ola de éxodo masivo de la población aterrorizada. (2)
Pero
los colonizadores no iban a quedar satisfechos. En 1967, desencadenaron la
Guerra de los Seis Días, en la cual se apoderaron del resto de Palestina, los
actuales “Territorios Ocupados”: la Ribera Occidental del río Jordán
(Cisjordania), la Franja de Gaza y Jerusalén oriental. Comenzó así una nueva
etapa de la colonización.
Notas:
1-
El rey de Jordania había acordado secretamente con Israel repartirse Palestina.
2-
Ese día las tropas sionistas llegaron al poblado, cuando la mayoría de los
hombres estaban afuera en labores agrícolas. Casa por casa, arrojaron granadas
o degollaron a los residentes, la mayoría niños, mujeres y ancianos.
Doscientos cincuenta cadáveres fueron arrojados a los pozos de agua. Años
después, el gobierno de Israel quiso borrar el recuerdo de la masacre,
arrasando las casas de la aldea y cambiando de nombre el lugar. Pero un
movimiento internacional por la memoria de Deir Yassin se ha encargado de
recordar todos los años este crimen.