A
60 años de su asesinato
Con
este pequeño texto queremos rendir homenaje al gran revolucionario socialista
ruso, nacido en 1879 y asesinado por los agentes de Stalin en Coyoacán, México,
en agosto de 1940.
En este caso, nuestro homenaje pretende ser al revolucionario, al compañero, a la inmensamente rica personalidad que Trotsky encarnó. Lo hacemos de esta forma, porque en general, tendemos a disolver al ser humano, en aspectos parciales de su pensamiento o acción.
Para
este objetivo, nada mejor que el texto que estamos presentando, el que es
desconocido por la mayoría de los jóvenes y nuevos compañeros que se suman
hoy a la lucha por un mundo mejor.
Haciendo
esto, no dejamos de reconocer - al mismo tiempo- que es imprescindible ir
desarrollando una elaboración y aprendizaje crítico específico de su
pensamiento y acción, como parte de una revalorización más de conjunto, de la
totalidad del acerbo y tradición del marxismo revolucionario. Deuda que iremos
saldando, en los próximos números de Socialismo o Barbarie.
Mi
presión arterial alta (que
sigue aumentando) engaña a los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me
siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas
líneas se publicarán después de mi muerte.
No
necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus
agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré,
directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos
de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de
acusaciones igualmente falsas.
Las
nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán
como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco
calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles
de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos.
Sin
embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia
Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un
luchador de la causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los
casi 40 años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de
amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos especialmente en la última
etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también
conoció días felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luche bajos las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha
se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi
habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras
el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida
es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y
violencia y la disfruten plenamente.