Francia

 

Los miembros de Nuevo Curso se integran a la Liga Comunista Revolucionaria

 

Por Jean-Philippe Divés y Gérard Combés

 

El XIV Congreso de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) —realizado del 1 al 4 de junio de 2000— confirmó la neta reorientación a la izquierda emprendida por esa organización desde hacía dos años, y en la cual fue un jalón importante la campaña electoral llevada a cabo en común con Lutte Ouvriére para las elecciones europeas de junio de 1999. Recordemos que la lista LO-LCR obtuvo entonces más de 900.000 votos (5,2%), cinco representantes en el Parlamento Europeo de Estrasburgo, de los cuales dos son de la LCR. Esta campaña permitió a la LCR verificar que un sector substancial de los trabajadores y la juventud aspira a una alternativa de izquierda frente al gobierno de la “izquierda plural”. Y también que la LCR tenía éxito desde que adoptó una política de diferenciación frente a la izquierda gubernamental.[1]

Las tesis votadas por el 80% de los delegados sitúan a la LCR “en la oposición decidida a la política del gobierno de la izquierda plural”. Significativamente, quedó en neta minoría la orientación que planteaba continuar la política aplicada durante años, de proponer al PCF (Partido Comunista Francés) y a los Verdes (ambos socios minoritarios del actual gobierno) formar con la LCR un “polo antiliberal”.

Los debates del congreso, realizados en el marco de un crecimiento de la LCR que le permitió reimplantarse en varias estructuras y reganar espacio como fuerza política nacional, fueron también testimonio de una reducción sensible de las tensiones internas. Diferentes resoluciones, entre ellas la de formar de listas para las próximas elecciones municipales en alianza con LO (Lutte Ouvrière, fueron adoptadas casi por unanimidad.

Asimismo los delegados ratificaron la integración a la LCR de tres corrientes provenientes de otras experiencias y tradiciones políticas:

* Una pequeña escisión marxista de los Verdes bautizada SEIS, Sensibilidad Ecologista y Libertaria Radicalmente Socialdemócrata (“en el sentido de Rosa Luxemburgo”, aclaran sus integrantes);

* Voz de los Trabajadores (VdT), formada hace tres años y medio por alrededor de los 10% de los militantes de LO, excluidos por cuestionar la política de repliegue sectario de su dirección nacional;

* En el marco de VdT, los miembros de Nuevo Curso en Francia, que provienen en su mayoría de la Liga Socialista de los Trabajadores (LST), grupo que se unificó a fines de 1997 con los militantes “provenientes de LO”.

 

En un nuevo período...

 

Los camaradas de la LCR no han dejado de remarcarnos de donde venimos nosotros, 20 años atrás. Nadie ignora que la organización internacional de la cual Nuevo Curso proviene, la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT), nació de una ruptura ocurrida en 1979 en el Secretariado Unificado (SU) de la IV Internacional, de la cual la LCR era uno de sus principales componentes. Y los fundadores de la LST (antigua “sección francesa de la LIT”) y luego de  Nuevo Curso en Francia, fueron militantes de la LCR. Nuestra integración tenía entonces un carácter particular, que justifica aquí algunas palabras.

Sin entrar en el balance del movimiento trotskista y de la LIT,[2] es necesario subrayar que los reagrupamientos que se inician en el movimiento revolucionario, entre ellos los que este congreso aprobó,[3] se realizan en un nuevo período político. Una de sus determinaciones esenciales es el fin del stalinismo (el otro factor es la globalización y la ofensiva “neoliberal” del capital). La caída del stalinismo como aparato internacional e ideología dominante en el movimiento de los trabajadores —también dominante por su influencia sobre otras corrientes— modificó la situación al interior de ese movimiento y las condiciones de intervención de las fuerzas revolucionarias.

Durante décadas, el trotskismo no pudo hacer otra cosa “que determinarse en relación al stalinismo”. Pero “la capacidad contrarrevolucionaria de éste fue tan fuerte que afectó en grados diversos la teoría, el programa y la organización de las corrientes trotskistas y marxistas revolucionarias... hasta el punto de dislocar el proyecto político que había constituido la IV Internacional”.[4] Una manifestación de esa presión fue, hace 20 años, la adaptación al castrismo y al sandinismo de la mayoría del SU ante el proceso de Nicaragua. La ruptura de 1979 fue la secuela organizativa de esa política, como resultado de la concepción (absurda, pero compartida en esa época por todos los trotskistas, incluidos nosotros), por la cual la Internacional debía funcionar “según los principios del centralismo democrático”.

El obstáculo histórico y casi absoluto que constituía el stalinismo hoy ha desaparecido, mientras los revolucionarios estamos confrontados a procesos y tareas en gran medida nuevos. Hay que comparar la situación actual con la que trataba de responder el Programa de Transición de 1938 (de fundación de la IV). Hoy “no son tanto las tareas de dirección del proletariado las que se plantean para los revolucionarios sino ante todo, el problema de contribuir eficazmente  al renacimiento a todos los niveles del movimiento obrero organizado”.[5] Esto está presente en Francia, donde la resistencia social a los nuevos modos de explotación es más fuerte: tendencias a la autoorganización y al impulso democrático de las luchas; nuevos movimientos de lucha y formas de solidaridad; nuevas organizaciones sindicales y asociativas más combativas y democráticas; nuevo internacionalismo a través de movilizaciones, organizaciones y redes que se oponen a los estragos e instituciones del “capitalismo global”; integración total al sistema y aceptación de las políticas “neoliberales” por los aparatos políticos y sindicatos tradicionales; a consecuencia de eso, apertura de un espacio para el marxismo revolucionario (que sin embargo éste no podrá ocupar sin dotarse de un proyecto socialista renovado, que se adapte a las condiciones del nuevo período histórico, y se libre de las escorias del stalinismo y de las limitaciones resultantes de la idealización de la revolución rusa y el bolchevismo).

La gran fuerza de la LCR es que está estrechamente ligada a esos nuevos fenómenos de radicalización. En este punto, es esclarecedor comparar esto con lo que Susan Weissman describe en EE.UU.[6]: que allá las movilizaciones mostraron cómo las viejas organizaciones trotskistas fueron sobrepasadas y sus cambios de línea quedaron muy por atrás del movimiento real. En Francia, esto se puede aplicar a Lutte Ouvrière y al PT (lambertista), las otras dos organizaciones “tradicionales” del trotskismo. Pero no se puede decir eso de la LCR, cuyos militantes, por el contrario, han sido parte fundamental de los procesos de lucha y organización más avanzados, en los cuales jugaron con frecuencia un rol dirigente. Esto explica además la reorientación que la LCR ha sido capaz de implementar. Colocada, a pesar de todas las vicisitudes, en el terreno del marxismo revolucionario, la LCR ha comenzado a sacar de esta situación conclusiones políticas, que la han empujado hacia la izquierda.

Otro aspecto distintivo es su carácter democrático. Un ejemplo, es que los miembros de Nuevo Curso en Francia puedan militar allí, seguir adhiriendo a Nuevo Curso, una corriente internacional distinta del SU, participar de sus actividades, y editar y difundir su revista.

Pero más allá de ese ejemplo particular, esto tiene un valor propio y general. Tener una concepción democrática y pluralista de la organización es una condición necesaria para construir un proyecto revolucionario y socialista, y más aun hoy que en el pasado. Más inmediatamente necesaria, porque sin libertad de crítica y sin respeto e integración de las minorías, es una pura expresión de deseos el reagrupamiento de las fuerzas dispersas del marxismo revolucionario (e incluso poder mantener unidas las organizaciones existentes, como la experiencia de la LIT lo demostró). Pero sobre todo es una condición necesaria porque, después del stalinismo, los trabajadores y los jóvenes de vanguardia están mucho menos atraídos por los mini-aparatos sectarios, verticalistas y alienantes. Esa es una de las razones de la marginalidad del PT lambertistas, que no hace más que autoreproducirse en algunos “nichos” determinados por posiciones de aparato (sindicatos de Force Ouvrière, asociaciones laicas...). Y eso también explica el estancamiento de Lutte Ouvrière: tiene el reconocimiento político de un sector de masas (por la oposición consecuente durante largo tiempo a la izquierda “reformista”), que contrasta con el rechazo que suscita en los activistas de vanguardia.

 

...y los límites a superar

 

La LCR tiene en la extrema izquierda francesa una fisonomía y un lugar particulares, que la hacen la única organización revolucionaria que puede ser realmente útil al movimiento de los trabajadores para ayudarlos a acercarse al “objetivo de un nuevo partido que luche por el socialismo”, como lo afirman las tesis del Congreso. ¿Pero en que condiciones esta posibilidad puede realizarse?

En gran medida, los avances hacia un nuevo partido revolucionario y socialista dependerán de la evolución de las lucha de clases, de los procesos políticos que se desarrollen en el movimiento de los trabajadores y entre sus activistas de vanguardia. Mientras miles de ellos —los que en Francia llamamos “los animadores de las luchas”— no den el paso de plantearse su organización en el plano político (y no sólo a nivel sindical o asociativo), los progresos serán cuantitativos y limitados.

Pero ese proceso de maduración depende también de la actividad de los mismos revolucionarios. En el debate precongreso de la LCR (abierto a los militantes de VDT), los miembros de Nuevo Curso expusimos lo que estimamos como debilidades políticas que es necesario y posible remediar.

 

* Gobierno e izquierda “plural”

Unos puntos tocan la política frente al actual gobierno, pero también, en general, la actitud hacia los partidos de la izquierda tradicional y reformista que lo componen. Planteamos que la reorientación necesita ser profundizada hacia una diferenciación y oposición aun más netas. Y que el centro de la orientación debería ser el de trazar una alternativa política global, opuesta al gobierno y a todos sus partidos, y proponer a los trabajadores y militantes que rompan con ellos para construir con nosotros conjuntamente esa alternativa.

En virtud de lo que es descripta como una política “de frente único”, la LCR defiende la consigna de “obliguemos al gobierno a cambiar de política”. Esta perspectiva es ilusoria, como lo reconocen las mismas Tesis del Congreso, que afirman que no puede haber ilusiones en cuanto a que el gobierno pueda aplicar una política que no sea de sumisión al capital financiero. Para nosotros, una consigna como la de “obliguemos al gobierno a cambiar de política”, no puede entonces hacer avanzar a los trabajadores que mantienen ilusiones en la izquierda plural. Por el contrario, empuja hacia atrás al numeroso sector que ya las ha perdido o que conserva muy pocas.

Las Tesis continúan igualmente considerando al PS, al Partido Comunista (PCF), a los Verdes y al MDC (izquierda “nacional-republicana” del ex ministro Chevènement) como partidos que, a pesar de todo, aún se sitúan, más o menos, en el mismo “campo” que los revolucionarios. Es decir, que se ubican en el campo de los asalariados o de la izquierda, frente a la burguesía y la derecha. Esto nos parece erróneo. Por el contrario, consideramos que hay que partir del hecho que esos partidos son “cada vez más burgueses y cada vez menos obreros” (si es que alguna vez han tenido o conservan una supuesta naturaleza “obrera”). Y eso es más erróneo hoy, porque esa “izquierda” está asumiendo directamente el gobierno de los negocios de la burguesía.

Estos problemas se expresaron en un acontecimiento importante: la manifestación nacional del 16 de octubre de 1999, organizada por iniciativa del PCF con el MDC y los verdes... pero también con LO y la LCR. Ella fue presentada por el PCF como una acción para presionar y “ayudar” al gobierno (en el que participa) a tomar medidas “verdaderamente de izquierda”. La negociación con el gobierno de enmiendas menores a la Ley Aubry (ley de las 35 horas semanales de trabajo),[7] permitió al PCF cantar victoria y pretender, aún antes de la manifestación, que “la presión popular tuvo efecto”. La dirección del PCF (cuya influencia se erosiona constantemente y que recibió un nuevo golpe en las elecciones europeas), buscaba varios objetivos: hacer creer que el PCF es útil a los trabajadores teniendo un pié en el gobierno y otro en el campo social. Y que puede apoyarse en este último para inclinar hacia la izquierda las orientaciones gubernamentales. Así, el PCF protege al gobierno en su conjunto y establece un contrapeso a la influencia creciente, electoral  y social, de la extrema izquierda. Además, la dirección del PCF hizo eso antes de su congreso, para privar de argumentos y marginar a la oposición interna que denuncia su participación en el gobierno.

El resultado de la política seguida por LO y la LCR (como también por la mayoría de VDT, que se alineó con ellos) fue lamentablemente la de adaptarse a la maniobra de la dirección del PCF, en lugar de contraatacarla.

Sin duda, tácticamente, era correcto ir a esa manifestación, que iba a ser muy importante (aunque fue boicoteada por un sector sustancial de activistas sindicales y asociativos de vanguardia). Pero participar era correcto a condición de hacerlo en forma totalmente independiente, a fin de aparecer como un polo de izquierda antigubernamental, en continuidad con la campaña de LO y LCR en las elecciones europeas. El volante difundido el 16 de octubre por la revista Carré Rouge (con la participación de los miembros de Nuevo Curso) defendía una orientación de ese tipo, planteando: “si se quiere defender a los asalariados, a los desocupados, a los excluídos, es necesario romper con el gobierno social-liberal”. Ni LO ni la LCR intervinieron sin embargo sobre esas bases. Se limitaron a defender una plataforma reivindicativa más radical (en general correcta), pero sin atacar de frente al gobierno ni a la participación en él del PCF, contrariamente a lo que hicieron algunas columnas de opositores internos de ese partido. Y la imagen de las principales figuras públicas de la extrema izquierda, Arlette Laguiller y Alain Krivine, desfilando codo a codo con los dirigentes de algunos partidos del gobierno, contribuía a dar crédito a la idea de alguna forma de solidaridad política.

En LO, esto traduce su obsesión de pegarse a toda costa a los “militantes comunistas”, a los que continua idealizando como una pretendida elite de la clase obrera. LO fue más lejos en el oportunismo, evitando la menor crítica a la dirección del PCF y llegando a felicitarla por su iniciativa.

En la organización que es desde ahora la nuestra, la LCR, ese paso en falso resultó sobre todo de la ilusión que la manifestación podría haber sido “objetivamente antigubernamental”, y que ella podría así desencadenar una “dinámica” que escapara a la voluntad inicial de la dirección del PCF. Manifiestamente, en la base de esta idea, hay una confusión que persiste sobre la naturaleza y ubicación de los partidos de la “izquierda plural”.

 

* Intervención política y “trabajo de masas”

Otro problema es la dificultad de articular la intervención en las huelgas, los movimientos sociales y la actividad en el seno de las organizaciones sindicales y asociativas (que en la tradición de la LCR se llama ”trabajo de masas”), con una intervención y un trabajo de construcción más directamente políticos. Sucede frecuentemente que se desarrolla una propaganda política general (demasiado desconectada de los problemas y debates concretos en el “trabajo de masas”). O, en el peor de los casos, los militantes suelen ser totalmente absorbidos por su estructura sindical o asociativa, y no aparecen políticamente más que en las campañas electorales.

Establecer esa relación no es fácil, por la ausencia de una perspectiva de transformación social alternativa al capitalismo con la cual los trabajadores y militantes puedan identificarse. Entonces, poner en práctica reivindicaciones “transitorias”, para tender un puente entre las necesidades inmediatas y el objetivo de la toma del poder, se muestra problemático. En estas condiciones, resolver esa contradicción pasa por llevar adelante una serie de batallas políticas (cuya necesidad resulte directamente de las luchas y movilizaciones) así como actividades y debates en el seno de las organizaciones de masas.

En las huelgas y luchas sociales, esto implica principalmente favorecer el desarrollo y la centralización de los elementos de autoorganización y democracia directa, sin dejarse paralizar por las posiciones ocupadas en las directivas del tal o cual sindicato o asociación. Ahora bien, como vio en la última gran movilización de trabajadores de la educación (que hizo caer al ministro Allegre), esta batalla es llevada en forma insuficiente o por lo menos desigual.

En las movilizaciones y organizaciones que intervienen en la lucha contra la globalización, nos parece indispensable delimitarse del neoreformismo que pretende “humanizar” al capital combatiendo sus “excesos” neoliberales. Diversas corrientes (la dirección de ATTAC (ligada a Le Monde Diplomatique), la Izquierda Socialista, el PCF, sectores de los Verdes y del MDC, y diferentes corrientes sindicales) encarnan esa tendencia política que trata permanentemente de edulcorar, institucionalizar y vaciar el contenido subversivo de ese movimiento naciente. A sus orientaciones hay que oponer una defensa anticapitalista y democrática de los objetivos de lucha.[8] Pero este eje político no está verdaderamente integrado.

La reciente polémica sobre la “tasa Tobin” lo ha puesto en evidencia. A principios del año 2000, los diputados de la LCR al Parlamento Europeo se negaron correctamente a votar un texto de compromiso, maniobrero y sin efectividad alguna, que proponía estudiar la viabilidad de una pseudo tasa Tobin... ¡en vistas a asegurar un mejor funcionamiento de los mercados financieros! Sostenida por diputados de la derecha, del centro y de la izquierda, esa resolución fue rechazada por muy pocos votos. Entonces, todos los portavoces del neoreformismo concentraron su fuego contra los trotskistas, sectarios abominables, responsables del fracaso de la tasa Tobin en el Parlamento Europeo. Se abría, entonces, la posibilidad de emprender, en los sindicatos y en las asociaciones como ATTAC, una fuerte contraofensiva para reivindicar y explicar la lógica de una defensa anticapitalista de esa reivindicación, denunciando la inconsistencia e incoherencia de las corrientes neoreformistas.

Pero esa ocasión se perdió: mientras LO hacía su discurso tradicional (como es sabido, la tasa Tobin es reformista y casi contrarrevolucionaria, porque no significa la abolición del capital y el poder de los trabajadores), la LCR adoptó una actitud defensiva, pareciendo casi excusarse de su posición, en vez de reivindicarla y atacar a sus contradictores.

 

Sacar los balances para desarrollar la indispensable refundación programática

Durante años, en el cuadro de la Fracción Bolchevique de la IV Internacional (SU) y luego de la LIT, los militantes originales de Nuevo Curso estimaron que el curso oportunista de la LCR y del SU expresaban la permanencia, desde el “pablismo” de los años 50, de una política de adaptación a los aparatos contrarrevolucionarios del movimiento obrero. Sea cual fuere el grado de pertinencia de esos análisis,[9] los problemas se plantean hoy de otra manera y en un cuadro radicalmente diferente. En un período histórico que plantea nuevas cuestiones y suscita nuevos debates (frente a los cuales la mayoría de las respuestas tradicionales del trotskismo aparecen por lo menos obsoletas), las organizaciones y militantes marxistas revolucionarios ante todo carecen de herramientas teóricas y programáticas que les permitan orientarse y no andar a ciegas.

Si bien algunos textos sobre esas cuestiones han sido publicados recientemente por la LCR, aún hace falta un esfuerzo colectivo, organizado y consciente para llevarlo adelante. En particular, es evidente el retardo de un balance global y detallado del stalinismo, y su influencia sobre el curso de la lucha de clases del siglo XX. Pero ese balance implica necesariamente y automáticamente hacer el balance del conjunto del movimiento trotskista, de la IV Internacional, que se constituyó contra el stalinismo para perpetuar el “bolchevismo leninista”.

Lejos de ser un debate académico, esta tarea tiene implicaciones prácticas enormes. Condiciona la formulación de un nuevo programa marxista revolucionario, de un proyecto actualizado para la revolución y el socialismo. Los análisis y respuestas que se desarrollen, tendrán consecuencias políticas inmediatas en la intervención cotidiana: qué organización construir, con qué métodos, con qué prácticas, con qué objetivos, con qué relaciones con otras corrientes revolucionarias o de izquierda, etc.

Como lo señala una contribución publicada en la revista Carré Rouge, “los militantes anticapitalistas navegan sin brújula (...) la caída del muro de Berlín, la dislocación de la URSS, han cambiado todo (...) el capital aparece para los asalariados del mundo entero como una realidad no sobrepasable. Evidentemente este hecho pesa considerablemente sobre toda la lucha de clases internacional. No existe más un proyecto delineado teóricamente y políticamente que anticipe el porvenir. Es necesario reconstruirlo. Sin esperar el acontecimiento salvador, es necesario involucrarse con modestia y ambición en un trabajo colectivo, de búsqueda, de debates, sin tabúes. Es necesario apuntar a la reconstrucción de un porvenir socialista para la humanidad”. Si no se emprende esa tarea, todo proyecto de construcción política corre el riesgo de asentarse “sobre un acto de fe (avalado por documentos históricos anticuados, osificados, o peor aun, fetichizados) o sobre el empirismo total “. [10]

Es un gran desafío para todos los revolucionarios, fundamentalmente los que provenimos de la tradición trotskista, pero es necesario subrayar aquí que nuestra (nueva) organización aparece en Francia como la única capaz de llevarlo adelante. Sin duda se trata de un terreno sobre el cual los miembros de Nuevo Curso, al mismo tiempo que debatirán y militarán como cualquier militante, podrán aportar junto con otros una contribución útil.

 

Notas:

 

1.- Ver los artículos sobre las elecciones europeas y la cuestión del partido en Francia en Cours nouveau N° 3, octubre 99.

2.- Estas cuestiones son tratadas en el texto Eléments pour un bilan de la LIT et du morénisme, Cahiers de Cours nouveau N° 1, junio del 2000.

3.- Entre otras expresiones, y otras condiciones nacionales, podemos señalar la formación de Scottish Socialist Party (Partido Socialista Escocés) y el Bloque de Izquierda de Portugal.

4.- Consideraciones sobre la IV Internaciona, la URSS y el stalinismo, Nuevo Curso Nº 1, enero 1999.

5.- Se dégager des formules du passé pour penser les tâches d’aujourd’hui, Samuel Holder, Carré rouge n° 9, octubre 1998.

6.- Ver su reportaje en Socialismo o Barbarie, Nº 3, septiembre de 2000.

7.- La Ley Aubry reducía el tiempo del trabajo medio pero organizaba su anualización, mientras la definición de los horarios seguía siendo principalmente semanal. Así permitió llevar la flexibilización a una escala sin precedentes.

8.- Ver en Socialismo o Barbarie N° 0, abril del 2000, el artículo de Jean-Philippe Divés, Seattle y las premisas de un nuevo internacionalismo, y en Socialismo o barbarie Nº 1, junio del 2000, el artículo de Roberto Ramírez Pinchando el globo a la globalización.

9.- Para una evaluación histórica de estas cuestiones, ver el texto de Eléments pour un bilan… ya citado.

10.- Propositions pour un projet de travail collectif, François Chesnais, Carré Rouge, 10 de agosto de 2000.

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